Feudalismo
Sistema contractual de relaciones políticas
y militares entre los miembros de la nobleza de Europa occidental
durante la alta edad media. El
feudalismo se
caracterizó por la concesión de feudos (casi
siempre en forma de tierras y trabajo) a cambio de una
prestación política y militar,
contrato
sellado por un juramento de homenaje y fidelidad. Pero tanto el
señor como el vasallo eran hombres libres, por lo que no
debe ser confundido con el régimen señorial,
sistema
contemporáneo de aquél, que regulaba las relaciones
entre los señores y sus campesinos. El feudalismo
unía la prestación política y militar a
la posesión de tierras con el propósito de
preservar a la Europa medieval
de su desintegración en innumerables
señoríos independientes tras el hundimiento del
Imperio Carolingio.
Orígenes
Cuando los pueblos germanos conquistaron en el siglo V el
Imperio romano de
Occidente pusieron también fin al ejército
profesional romano y lo sustituyeron por los suyos propios,
formados con guerreros que servían a sus caudillos por
razones de honor y obtención de un botín.
Vivían de la tierra y
combatían a pie ya que, como luchaban cuerpo a cuerpo, no
necesitaban emplear la caballería. Pero cuando los
musulmanes, vikingos y magiares invadieron Europa en los siglos
VIII, IX y X, los germanos se vieron incapaces de enfrentarse con
unos ejércitos que se desplazaban con suma rapidez.
Primero Carlos Martel en la Galia, después el rey Alfredo
el Grande en Inglaterra y por
último Enrique el Pajarero de Germania, cedieron caballos
a algunos de sus soldados para repeler las incursiones sobre sus
tierras. No parece que estas tropas combatieran a caballo;
más bien tenían la posibilidad de perseguir a sus
enemigos con mayor rapidez que a pie. No obstante, es probable
que se produjeran acciones de
caballería en este mismo periodo, al introducirse el uso
de los estribos. Con total seguridad esto
ocurrió en el siglo XI. Véase Orden de
caballería.
Origen del sistema
Los caballos de guerra eran
costosos y su adiestramiento
para emplearlos militarmente exigía años de
práctica. Carlos Martel, con el fin de ayudar a su tropa
de caballería, le otorgó fincas (explotadas por
braceros) que tomó de las posesiones de la Iglesia. Estas
tierras, denominadas ‘beneficios’, eran cedidas
mientras durara la prestación de los soldados.
Éstos, a su vez, fueron llamados ‘vasallos’
(término derivado de una palabra gaélica que
significaba sirviente). Sin embargo, los vasallos, soldados
selectos de los que los gobernantes Carolingios se rodeaban, se
convirtieron en modelos para
aquellos nobles que seguían a la corte. Con la
desintegración del Imperio Carolingio en el siglo IX
muchos personajes poderosos se esforzaron por constituir sus
propios grupos de
vasallos dotados de montura, a los que ofrecían beneficios
a cambio de su
servicio.
Algunos de los hacendados más pobres se vieron obligados a
aceptar el vasallaje y ceder sus tierras al señorío
de los más poderosos, recibiendo a cambio los beneficios
feudales. Se esperaba que los grandes señores protegieran
a los vasallos de la misma forma que se esperaba que los vasallos
sirvieran a sus señores.
Feudalismo clásico
Esta relación de carácter
militar que se estableció en los siglos VIII y IX a veces
es denominada feudalismo Carolingio, pero carecía
aún de uno de los rasgos esenciales del feudalismo
clásico desarrollado plenamente desde el siglo X. Fue
sólo hacia el año 1000 cuando el término
‘feudo’ comenzó a emplearse en
sustitución de ‘beneficio’ este cambio de
términos refleja una evolución en la institución. A
partir de este momento se aceptaba de forma unánime que
las tierras entregadas al vasallo eran hereditarias, con tal de
que el heredero que las recibiera fuera grato al señor y
pagara un impuesto de
herencia
llamado ‘socorro’. El vasallo no sólo prestaba
el obligado juramento de fidelidad a su señor, sino
también un juramento especial de homenaje al señor
feudal, el cual, a su vez, le investía con un feudo. De
este modo, el feudalismo se convirtió en una
institución tanto política como militar, basada en
una relación contractual entre dos personas individuales,
las cuales mantenían sus respectivos derechos sobre el feudo.
Causas de la aparición del sistema feudal
La guerra fue
endémica durante toda la época feudal, pero el
feudalismo no provocó esta situación; al contrario,
la guerra originó el feudalismo. Tampoco el feudalismo fue
responsable del colapso del Imperio Carolingio, más bien
el fracaso de éste hizo necesaria la existencia del
régimen feudal. El Imperio Carolingio se hundió
porque estaba basado en la autoridad de
una sola persona y no
estaba dotado de instituciones
lo suficientemente desarrolladas. La desaparición del
Imperio amenazó con sumir a Europa en una situación
de anarquía: cientos de señores individuales
gobernaban a sus pueblos con completa independencia
respecto de cualquier autoridad
soberana. Los vínculos feudales devolvieron cierta unidad,
dentro de la cual los señores renunciaban a parte de su
libertad, lo
que era necesario para lograr una cooperación eficaz. Bajo
la dirección de sus señores feudales,
los vasallos pudieron defenderse de sus enemigos, y más
tarde crear principados feudales de cierta importancia y
complejidad. Una vez que el feudalismo demostró su
utilidad local
reyes y emperadores lo adoptaron para fortalecer sus
monarquías.
Plenitud
El feudalismo alcanzó su madurez en el siglo XI y tuvo
su máximo apogeo en los siglos XII y XIII. Su cuna fue la
región comprendida entre los ríos Rin y Loira,
dominada por el ducado de Normandía. Al conquistar sus
soberanos, a fines del siglo XI, el sur de Italia, Sicilia e
Inglaterra y
ocupar Tierra Santa
en la primera Cruzada, establecieron en todas estas zonas las
instituciones
feudales. España
también adoptó un cierto tipo de feudalismo en el
siglo XII, al igual que el sur de Francia, el
norte de Italia y los
territorios alemanes. Incluso Europa central y oriental
conoció el sistema feudal durante un cierto tiempo y en grado
limitado, sobre todo cuando el Imperio bizantino se
feudalizó tras la cuarta Cruzada. Los llamados feudalismos
del antiguo Egipto y de
Persia, o de China y
Japón,
no guardan relación alguna con el feudalismo europeo, y
sólo son superficialmente similares. Quizá fueran
los samurais japoneses los que más se asemejaron a los
caballeros medievales, en particular los shoguns de la familia
Ashikaga; pero las relaciones entre señores y vasallos en
Japón eran diferentes a las del feudalismo de Europa
occidental.
Características
En su forma más clásica, el feudalismo
occidental asumía que casi toda la tierra
pertenecía al príncipe soberano —bien el rey,
el duque, el marqués o el conde— que la
recibía "de nadie sino de Dios". El
príncipe cedía los feudos a sus barones, los
cuales le rendían el obligado juramento de homenaje y
fidelidad por el que prestaban su ayuda política y
militar, según los términos de la cesión.
Los nobles podían ceder parte de sus feudos a caballeros
que le rindieran, a su vez, homenaje y fidelidad y les sirvieran
de acuerdo a la extensión de las tierras concedidas. De
este modo si un monarca otorgaba un feudo de doce
señoríos a un noble y a cambio exigía el
servicio de
diez caballeros, el noble podía ceder a su vez diez de los
señoríos recibidos a otros tantos caballeros, con
lo que podía cumplir la prestación requerida por el
rey. Un noble podía conservar la totalidad de sus feudos
bajo su dominio personal y
mantener a sus caballeros en su señorío,
alimentados y armados, todo ello a costa de sufragar las prestaciones
debidas a su señor a partir de su propio patrimonio y
sin establecer relaciones feudales con inferiores, pero esto era
raro que sucediera ya que los caballeros deseaban tener sus
propios señoríos. Los caballeros podían
adquirir dos o más feudos y eran proclives a ceder, a su
vez, parte de esas posesiones en la medida necesaria para obtener
el servicio al que estaban obligados con su superior. Mediante
este subenfeudamiento se creó una pirámide feudal,
con el monarca en la cúspide, unos señores
intermedios por debajo y un grupo de
caballeros feudales para servir a la convocatoria real.
Los problemas
surgían cuando un caballero aceptaba feudos de más
de un señor, para lo cual se creó la
institución del homenaje feudatario, que permitía
al caballero proclamar a uno de sus señores como su
señor feudal, al que serviría personalmente, en
tanto que enviaría a sus vasallos a servir a sus otros
señores. Esto quedaba reflejado en la máxima
francesa de que "el señor de mi señor no es mi
señor" de ahí que no se considerara rebelde al
subvasallo que combatía contra el señor de su
señor. Sin embargo, en Inglaterra, Guillermo I el
Conquistador y sus sucesores exigieron a los vasallos de sus
vasallos que les prestaran juramento de fidelidad.
Obligaciones del vasallo
La prestación militar era fundamental en el feudalismo,
pero estaba lejos de ser la única obligación del
vasallo para con su señor. Cuando el señor era
propietario de un castillo, podía exigir a sus vasallos
que lo guarnecieran, en una prestación denominada
‘custodia del castillo’. El señor
también esperaba de sus vasallos que le atendieran en su
corte, con objeto de aconsejarle y de participar en juicios que
afectaban a otros vasallos. Si el señor necesitaba
dinero,
podía esperar que sus vasallos le ofrecieran ayuda
financiera. A lo largo de los siglos XII y XIII estallaron muchos
conflictos
entre los señores y sus vasallos por los servicios que
estos últimos debían prestar. En Inglaterra,
la Carta Magna
definió las obligaciones
de los vasallos del rey; por ejemplo, no era obligatorio procurar
ayuda económica al monarca salvo en tres ocasiones: en el
matrimonio de
su hija mayor, en el nombramiento como caballero de su
primogénito y para el pago del rescate del propio rey. En
Francia fue
frecuente un cuarto motivo para este tipo de ayuda
extraordinaria: la financiación de una Cruzada organizada
por el monarca. El hecho de actuar como consejeros condujo a los
vasallos a exigir que se obtuviera su beneplácito en las
decisiones del señor que les afectaran en cuestiones
militares, alianzas matrimoniales, creación de impuestos o
juicios legales.
Herencia y tutela
Otro aspecto del feudalismo que requirió una
regulación fue la sucesión de los feudos. Cuando
éstos se hicieron hereditarios, el señor
estableció un impuesto de
herencia
llamado ‘socorro’. Su cuantía fue en ocasiones
motivo de conflictos. La
Carta Magna
estableció el socorro en 100 libras por barón y 5
libras por caballero; en todo caso, la tasa varió
según el feudo. Los señores se reservaron el
derecho de asegurarse que el propietario del feudo fuese leal y
cumplidor de sus obligaciones.
Si un vasallo moría y dejaba a un heredero mayor de edad y
buen caballero, el señor no tenía por qué
objetar su sucesión. Sin embargo, si el hijo era menor de
edad o si el heredero era mujer, el
señor podía asumir el control del feudo
hasta que el heredero alcanzara la mayoría de edad o la
heredera se casara con un hombre que
tuviera su aprobación. De este modo surgió el
derecho señorial de tutela de los herederos menores de
edad o de las herederas y el derecho de vigilar sobre el matrimonio de
éstas, lo que en ciertos casos supuso que el señor
se eligiera a sí mismo como marido. La viuda de un vasallo
tenía derecho a una pensión de por vida sobre el
feudo de su marido (por lo general un tercio de su valor) lo que
también llevaba a provocar el interés
del señor por que la viuda contrajera nuevas nupcias. En
algunos feudos el señor tenía pleno derecho para
controlar estas segundas nupcias. En el caso de muerte de un
vasallo sin sucesores directos, la relación de los
herederos con el señor variaban: los hermanos fueron
normalmente aceptados como herederos, no así los primos.
Si los herederos no eran aceptados por el señor, la
propiedad del
feudo revertía en éste, que así recuperaba
el pleno control sobre el
feudo; entonces podía quedárselo para su dominio directo o
cederlo a cualquier caballero en un nuevo vasallaje.
Ruptura del contrato
Dado el carácter contractual de las relaciones feudales
cualquier acción irregular cometida por las partes
podía originar la ruptura del contrato. Cuando el vasallo
no llevaba a cabo las prestaciones
exigidas, el señor podía acusarle, en su corte,
ante sus otros vasallos y si éstos encontraban culpable a
su par, entonces el señor tenía la facultad de
confiscar su feudo, que pasaba de nuevo a su control directo. Si
el vasallo intentaba defender su tierra, el
señor podía declararle la guerra para recuperar el
control del feudo confiscado. El hecho de que los pares del
vasallo le declararan culpable implicaba que moral y
legalmente estaban obligados a cumplir su juramento y pocos
vasallos podían mantener una guerra contra su señor
y todos sus pares. En el caso contrario, si el vasallo
consideraba que su señor no cumplía con sus
obligaciones, podía desafiarle —esto es, romper
formalmente su confianza— y declarar que no le
consideraría por más tiempo como su
señor, si bien podía seguir conservando el feudo
como dominio propio o convertirse en vasallo de otro
señor. Puesto que en ocasiones el señor consideraba
el desafío como una rebelión, los vasallos
desafiantes debían contar con fuertes apoyos o estar
preparados para una guerra que podían perder.
Autoridad real
Los monarcas, durante toda la época feudal,
tenían otras fuentes de
autoridad además de su señorío feudal.
El renacimiento
del saber clásico supuso el resurgimiento del Derecho
romano, con su tradición de poderosos gobernantes y de
la administración territorial. La Iglesia
consideraba que los gobernantes lo eran por la gracia de Dios y
estaban revestidos de un derecho sagrado. El florecimiento del
comercio y de
la industria dio
lugar al desarrollo de
las ciudades y a la aparición de una incipiente
burguesía, la cual exigió a los príncipes
que mantuvieran la libertad y el
orden necesarios para el desarrollo de
la actividad comercial. Esa población urbana también
demandó un papel en el
gobierno de las
ciudades para mantener su riqueza. En Italia se organizaron
comunidades que arrebataron el control del país a la
nobleza feudal que incluso fue forzada a residir en algunas de
las urbes. Las ciudades situadas al norte de los Alpes enviaron
representantes a los consejos reales y desarrollaron
instituciones parlamentarias para conseguir voz en las cuestiones
de gobierno, al
igual que la nobleza feudal. Con los impuestos que
obtuvieron de las ciudades, los príncipes pudieron
contratar sirvientes civiles y soldados profesionales. De este
modo pudieron imponer su voluntad sobre el feudo y hacerse
más independientes del servicio de sus vasallos.
Decadencia
El feudalismo alcanzó el punto culminante de su
desarrollo en el siglo XIII; a partir de entonces inició
su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que
los señores tuvieron problemas para
obtener las prestaciones que debían recibir. Los vasallos
prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium,
‘tasas por escudo’) a cambio de la ayuda militar
debida a sus señores; a su vez éstos tendieron a
preferir el dinero, que
les permitía contratar tropas profesionales que en muchas
ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más
disciplinadas que los vasallos. Además, el resurgimiento
de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas armas, como el
arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un
factor decisivo para la guerra. La decadencia del feudalismo se
aceleró en los siglos XIV y XV. Durante la guerra de los
Cien Años, las caballerías francesa e inglesa
combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran
medida por los soldados profesionales y en especial por los
arqueros de a pie. Los soldados profesionales combatieron en
unidades cuyos jefes habían prestado juramento de homenaje
y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no
hereditarios y que normalmente tenían una duración
de meses o años. Este ‘feudalismo bastardo’
estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había
triunfado en la Italia de los condotieros renacentistas.
Su papel en el
desarrollo político
La figura jurídica del feudo estaba contenida en el
derecho consuetudinario de Europa occidental y en aspectos
feudales como la tutela y el matrimonio, la revertibilidad y la
confiscación, que continuaron en vigor después de
que la prestación militar hubiera desaparecido. En
Inglaterra las posesiones feudales fueron abolidas por ley en 1660, pero
se prolongaron en algunas zonas de Europa hasta que el derecho
consuetudinario fue sustituido por el Derecho
romano, proceso
concluido por el emperador Napoleón a principios del
siglo XIX.
Autor:
Carlos Derij