- José de
Espronceda - José
Zorrilla - Rosalía de
Castro - Antonio
Machado - Pío
Baroja - Miguel
de Unamuno - García
Lorca - Rafael
Alberti - Jorge
Guillén - Pedro
Salinas - Miguel
Hernández - León
Felipe
En este trabajo
reúno artículos periodísticos sobre literatura española
publicados en los diarios La Prensa de Buenos
Aires, La Nueva Provincia de Bahía Blanca, La Capital de Mar
del Plata, El Tiempo de
Azul, El Diario de Entre Ríos, La Voz del Interior de
Córdoba, Diario de Cuyo de San Juan y Pregón de
Jujuy.
José de Espronceda: libertad y
marginación
Pocas personalidades son tan representativas del
Romanticismo
español
como José de Espronceda, escritor nacido el 25 de marzo de
1808. La pasión y el inconformismo que caracterizan su
obra se evidenciaron también en su vida pública y
privada, llevándolo a tomar actitudes
reñidas con lo que la sociedad de su
época consideraba correcto. A los quince años funda
con Patricio de la Escosura, Ventura de la Vega y otros amigos,
la sociedad secreta que denominaron Los Numantinos; dos
años después, sufriría prisión por
pertenecer a ella. En 1827 emigra a Portugal, de donde es
expulsado; vive en Londres y luego en Francia,
escenario de una audaz hazaña: en París rapta a
Teresa Mancha, inmortalizada en sus creaciones.
La reina María Cristina vuelve a concederle una
amnistía; amparado en ella regresa a España, de
donde se lo destierra por haber leído versos opositores
durante una reunión. Un año después, sufre
prisión en la cárcel de corte a causa de los
artículos publicados en el
periódico El Siglo. Su ideal político se
manifestará una vez más, llevándolo a
integrar como oficial de milicianos nacionales una
sublevación contra el gobierno. No
obstante su accionar, obtiene el cargo de diputado por
Almería y secretario de la legación de Su Majestad
en los Países Bajos. Su breve pero azarosa vida se
extingue el 23 de mayo de 1842, en su tierra
natal.
Espronceda cultivó la novela, el
drama, la épica y la lírica; sus logros en estos
géneros no fueron similares. A criterio de Rodolfo
Ragucci, "poco vale como novelador y dramaturgo; tiene raras
dotes para la epopeya (…); pero su especialidad es la
lírica. Sus poesías
se ocupan de diferentes temas, tanto es así que pueden
clasificarse según sean personales o eróticas,
patrióticas o revolucionarias. Si bien en un principio se
inició como neoclásico, con el poema "El Pelayo",
pronto optó por el Romanticismo, bajo la influencia de
Byron y Victor Hugo; sin embargo, la condesa de Pardo
Bazán considera que mucho de la formación
clásica subyace en la breve obra de Espronceda.
En una lectura
realizada en el Ateneo de Madrid,
señaló: "Espronceda, tipo para nosotros del poeta
romántico, es clásico no sólo en su educación literaria,
debida a un maestro tan jurado enemigo del Romanticismo como don
Alberto Lista, sino en la forma de la mayor y acaso mejor parte
de su obra poética.
Visión crítica
Nos ha interesado, dentro de su obra lírica, el
tratamiento que da al tema de la sociedad. Como no podía
ser de otra manera, sus escritos encierran el enjuiciamiento de
lo establecido, de las pautas con las que, según pudimos
ver en su biografía, nunca
estuvo de acuerdo. Dos creaciones evidencian esta posición
ante su época; nos referimos a la "Canción del
pirata" y "El mendigo", inspiradas -dice Narciso Alonso
Cortés- en las obras de Berenguer, pero el poeta, "como
siempre, supo crear algo propio y distinto". El pirata y el
mendigo, como personajes, no parecen tener mucho en común
a primera vista, pero pronto advertiremos que no es
así.
La "Canción del pirata" nos muestra a un
hombre que ha
huido voluntariamente de la sociedad y ya no reconoce límites ni
posesiones. A bordo del bergantín que ha denominado
significativamente "Temido", su felicidad es inmensa; el mundo le
pertenece: "Asia a un lado,
al otro Europa/ y
allá en su frente Stambul".
Entretanto, en tierra firme, los poderosos combaten por
un palmo de suelo, sin
advertir que la posesión que puedan obtener será
mínima comparada con la grandeza marina. El pirata,
aislándose del mundo, consiguió un territorio
mayor, que nadie osará arrebatarle. Su vida peligra, es
cierto, pero no lo amilana esta verdad; tiempo atrás, ya
la había dado por perdida, "cuando el yugo/ del esclavo/
como un bravo/ sacudió sus hombros". El pirata canta sus
andanzas al son de un estribillo que repite sin cesar: "Que es mi
barco mi tesoro,/que es mi Dios la libertad,/ mi ley la fuerza y el
viento,/ mi única patria la mar", estas pocas palabras
resumen un ideal de vida que Espronceda reconocería como
suyo, aunque sin barcos ni piratas, en una censurada tierra firme
signada por la codicia y la prepotencia.
La idea de la vastedad de las posesiones aparece
también en el poema que lleva por título "El
mendigo"; el protagonista canta: "Mío es el mundo, como el
aire libre,/
otros trabajan porque coma yo;/ todos se ablandan si doliente
pido/ una limosna por amor de Dios".
Al igual que el pirata, el mendigo vive de las posesiones ajenas,
a uno se las dan, otro las toma… Este extraño personaje
ejerce una inusual venganza hacia quienes poseen riquezas; los
persigue, haciéndoles notar, con sus harapos malolientes,
"cuán cerca habitan/ el gozo y el padecer,/ que no hay
placer sin lágrimas,/ ni pena que no transpire/ en medio
del placer".
Como el capitán del bergantín, no echa de
menos cuanto abandonó; por el contrario, a la distancia,
la sociedad le parece un cúmulo de contradicciones al que
no quiere pertenecer. En su miseria, rescata el antiguo carpe
diem latino, al que se asocia el tópico clásico
de la aurea mediocritas, "Vivo ajeno/ de memorias,/ de
cuidados/ libre estoy;/ busquen otros/ oro y
glorias,/ yo no pienso/ sino en hoy", aunque, ciertamente, el
protagonista no vive en la "dorada medianía", sino que
cobija su desamparo donde le hacen un lugar. Y hasta ese mismo
amparo es una
revancha, pues sabe que se lo dan sólo por temor a
Dios.
Un pirata y un mendigo, personajes forjados por un
hombre en visible conflicto con
su tiempo, nos hablan del repudio que el poeta sintió por
la sociedad; pero este repudio albergaba en su seno la esperanza
en un mundo mejor. No se trataba de la destrucción per
se, sino de la denuncia como fuerza vivificante, como el
medio más propicio para remover viejas estructuras y
dar paso a otras nuevas. La marginación se presenta, en
las poesías que transcribimos, como un acto de
valentía y de paz; la comunidad que se
abandona es, para el pirata, para el mendigo, la causa de los
males, el refugio de las inequidades.
Así lo creyó un escritor del que dijo don
Marcelino Menéndez Pelayo: "La poesía
de Espronceda tiene un carácter más moderno y más
francamente revolucionario, así en la esfera de las ideas
como en la de las formas (…). Pertenecía, sin duda, a la
esfera de los ingenios soberanos".
José Zorrilla, recreador del
mito
Hace cien años moría en Madrid José
Zorrilla Moral,
escritor vallisoletano que cultivó diversas formas
Iiterarias y que pasó a la posteridad, fundamentalmente,
con su drama Don Juan Tenorio. Había nacido en 1817 y con
el tiempo encarnaría una de Ias dos tendencias del
romanticismo español. Rodolfo Ragucci nos recuerda que el
movimiento
tuvo una tendencia "enfermiza, 'con injertos foráneos, de
sentir exagerado, muchas veces escéptico, pesimista,
tenebroso, impío"; Ia lideraba José de Espronceda.
Tuvo también otra vertiente, Ia "sana, de raíz
nacional y sentimiento genuino, normal, cristiano, optimista",
encabezada por el Duque de Rivas y Zorrilla.
Se reveló como poeta en el sepelio de Mariano
José de Larra, y su figura surge vinculada a las de
Espronceda y Hartzenbusch, dos de los poetas a quienes más
admiró. Narciso Alonso Cortés, compilador de una
selección de poesías de Espronceda,
destaca que Zorrilla hizo tambalear la posición del autor
de EI diablo mundo, pues, en 1840, "Hacía ya varios
años que la opinión Iiteraria, y aun la generalidad
de los lectores consideraban a Espronceda el primer Iírico
de España. Sólo al surgir Zorrilla pudo ya la fama
mostrarse dudosa; mas cuando Zorrilla, en 1837, se dio a conocer
en el entierro de Larra, ya Espronceda gozaba de celebridad, y el
mismo poeta vallisoletano Ie reconoce como uno de sus tres
ídolos (Ios otros dos eran García Gutiérrez
y Hartzenbusch)".
Hubo otra aproximación entre estos dos
escritores, ya que -agrega Cortés-, después de
muerto Espronceda, se publicaron poesías que se
suponían de su autoría –se !as
atribuían por haber aparecido entre sus papeles o por
haber sido escritas de su puño y letra- y una de ellas es
la cuarteta que lIeva por titulo "Son tus labios un rubí",
del vaIlisoletano.
La critica señaIa en la obra de ZorrilIa, en su
conjunto, muchas imperfecciones. Ragucci considera que estas son
las imperfecciones propias de todo improvisador: impresión
de superficialidad, incorrección, incoherencias,
desigualdades, vaguedades, prolijidad descriptiva, verborrea,
inverosimilitudes y triviaIidades. Muestra, asimismo, los muchos
méritos del creador, a quien define como "Ia
personificación del romanticismo españoI genuino,
fusión
de lo popular trovadoresco y de lo tradicional cristiano con
bizarra imaginación creadora, magia de colorido, vigoroso
lirismo casi siempre objetivo,
señorío del verso y constante ambiente de
optimismo".
Se afirma que alcanzó grandes éxitos con
su teatro, unido por
técnica y temática a la dramaturgia española
del Siglo de Oro. Su drama Don Juan Tenorio es
tradicional, aunque no sea el mejor. Se resalta su dominio de las
situaciones y su habilidad para encuadrar Ia acción
y desarrolIarIa a lo largo de una versificación rica y
variada.
Un mito
español
Raúl Castagnino, quien nos brindó un
magistral análisis del Don Juan forjado por
Azorín, nos dice en una de sus obras que "Cuando en el
mundo hispano un novelista recupera ese nombre, es lícito
sospechar que está aprovechando el valor
paradigmático del personaje clásico, imagen del amador
y seductor, lanzado a Ia vida literaria por Tirso desde EI
burlador de Sevilla, sobrevivido a través de
constantes recreaciones en España y fuera de ella hasta Ia
reactualización de José Zorrilla, en el siglo XIX,
y recuperado en esta centuria por Miguel de Unamuno, Pérez
de Ayala, Max Frisch y los Machado, entre otros".
En su introducción a la obra de Tirso, Eduardo
Dughera afirma que el personaje del burlador tiene un fundamento
legendario y transcribe uno de los romances en los que aparece;
es el que comienza: "Pa misa diba un gaIán/ caminito de la
iglesia".
Considera que los temas tratados en dicho
romance se hallan difundidos en todas !as literaturas, y que lo
importante reside en que, sobre esas sencillas bases, Tirso logra
edificar todo un monumento teológico. Pero -anota-, "su
enfrentamiento con la justicia
divina no agota la
personalidad de Don Juan. Porque esta figura es una de las
más complejas, a la par que fascinantes, que puede
presentarnos el teatro universal, y lo prueban las
múltiples interpretaciones de que ha sido
objeto".
Se afirma que el mito de Don Juan fue una de las
aportaciones hispánicas a la simbología literaria
universal. Se lo observa vívido a lo largo de Ios sigIos,
y aunque los críticos coinciden en que fue Tirso quien Ie
dio fórmula Iiteraria, cabe destacar que ya aparece en la
comedia EI infamador, del prelopista Juan de la Cueva. No
obstante, no adquirió hasta el siglo XVII su verdadero
sentido vital. Ello se debe -leemos- a que "EI mundo lIeno de
contrastes y paradojas de Don Juan encuadraba perfectamente en
aquel siglo; hijo de esta época, Ilevaba en sus
entrañas dramáticas el dinamismo barroco que se
convirtió en una orgía de placer y de retos
blasfemos".
Zorrilla, como autor romántico que era,
imprimió su sello en el personaje. Algunos creadores de
ese movimiento tomaron al mito como medio de expresión de
la vivencia personal, tal es
el caso de Byron y de Espronceda; otros, como el vaIlisoletano y
los franceses Merimée y Dumas, lo relacionaron con los
primitivos donjuanes. "Pero -se destaca- eI Don Juan
romántico ha perdido mucho de su brío primitivo; en
ciertos momentos, se presenta como un juguete del destino, a cuyo
encuentro ha salido el amor,
dejándolo enamorado y maltrecho; cuando, por voluntad
expresa de sus creadores, Don Juan se enamora sinceramente, deja
de ser el mito eterno de aquel cínico de antaño,
que simplemente seducía y fácilmente olvidaba para
volver a seducir de nuevo".
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