- Evolución: Teoría
y Evidencia - Proceso
Evolutivo - La
Teoría de Darwin - Teorías
Evolucionistas - Evidencias del
proceso evolutivo - La
teoría de la evolución en la
actualidad - La
evolución de los homínidos - Tendencias en la
evolución de los primates - Líneas
principales de la evolución de los
primates - El
origen de los homínidos - Procesos y
patrones en la evolución humana - Bibliografía
INTRODUCCIÓN
La evolución, el proceso de
cambio a lo
largo del tiempo, es el
hilo que conecta a la enorme diversidad del mundo vivo. Una
inmensa cantidad de evidencias
indica que la Tierra ha
tenido una larga historia y que todos los
organismos vivos -incluido el ser humano- surgieron en el curso
de esa historia, a partir de formas anteriores más
primitivas. Esto implica que todas las especies descienden de
otras especies; en otras palabras, que todos los seres vivos
comparten antecesores comunes en el pasado distante. Así,
los organismos son lo que son a raíz de su historia. Una
serie de evidencias llevaron a Darwin a concebir
las ideas que constituyen los pilares de la teoría
evolutiva contemporánea.
El concepto de gen
propuesto por Mendel -pero
desconocido para Darwin- permitió comprender de qué
manera las variaciones podían originarse, preservarse y
transmitirse de una generación a la
siguiente.
Uno de los
problemas
más relevantes que discuten los biólogos evolutivos
en la actualidad es si los procesos
microevolutivos pueden dar cuenta de los grandes cambios
macroevolutivos que revela el registro
fósil. El origen de las especies, uno de los grandes tipos
de cambios macroevolutivos, es, en la actualidad, un
tópico central para los biólogos
evolutivos.
Existe una
pregunta que han venido formulando los especialistas desde
finales del siglo XIX y que ha generado interesantes
controversias: ¿Cómo y cuándo
comenzó la historia de la evolución
humana?
Las
características del comportamiento
de un organismo -su sensibilidad y sus patrones de respuesta a
estímulos particulares- son producto de la
selección natural, tanto como lo es
cualquiera de sus características morfológicas,
fisiológicas o bioquímicas. El estudio del
comportamiento involucra a científicos de las más
diversas disciplinas.
Evolución: Teoría y
Evidencia
La teoría
de la evolución de Darwin se considera, con justicia, como
el mayor principio unificador de la biología. Darwin no
fue el primero en proponer una teoría de la
evolución, pero fue el primero que describió un
mecanismo válido por el cual podría ocurrir. Su
teoría difería de teorías
previas en que él imaginaba a la evolución como un
proceso doble, que dependía: 1) de la existencia de
variaciones heredables entre los organismos, y 2) del proceso de
selección natural por el cual algunos organismos, en
virtud de sus variaciones heredables, dejaban más progenie
que otros.
Existen numerosas
evidencias que ponen de manifiesto la existencia del proceso
evolutivo. Distinguiendo el campo del que provienen, pueden
reconocerse cinco fuentes de
evidencia: la observación directa, la
biogeografía, el registro fósil, el estudio de las
homologías y la imperfección de la
adaptación.
Desde la
época de Darwin, se ha acumulado una gran cantidad de
nuevas evidencias en todas estas categorías,
particularmente en los niveles celular, subcelular y molecular,
que destacan la unidad histórica de todos los organismos
vivos. Una debilidad central de la teoría de Darwin, que
permaneció sin resolver durante muchos años, fue la
ausencia de un mecanismo válido para explicar la herencia.
En la
década de 1930, el trabajo de
muchos científicos se plasmó en la Teoría
Sintética de la evolución, que combina los principios de la
genética
mendeliana con la teoría darwiniana. La Teoría
Sintética ha proporcionado -y continúa
proporcionando- el fundamento del trabajo de los
biólogos en sus intentos por desentrañar los
detalles de la historia de la vida.
Proceso
Evolutivo
Todas las especies de organismos tienen
su origen en un proceso de evolución biológica.
Durante este proceso van surgiendo nuevas especies a causa de una
serie de cambios naturales. En los animales que se
reproducen sexualmente, incluido el ser humano, el término
especie se refiere a un grupo cuyos
miembros adultos se aparean de forma regular dando lugar a una
descendencia fértil, es decir, vástagos que, a su
vez, son capaces de reproducirse. Los científicos
clasifican cada especie mediante un nombre científico
único de dos términos.
En este sistema el hombre
moderno recibe el nombre de Homo sapiens.
El mecanismo del cambio evolutivo reside
en los genes, las unidades básicas hereditarias. Los genes
determinan el desarrollo del
cuerpo y de la conducta de un
determinado organismo durante su vida. La información contenida en los genes puede
variar y este proceso es conocido como mutación. La
forma en que determinados genes se expresan —cómo
afectan al cuerpo o al comportamiento de un organismo—
también puede variar. Con el transcurso del tiempo, el
cambio genético puede modificar un aspecto principal de la
vida de una especie como, por ejemplo, su alimentación, su
crecimiento o sus condiciones de habitabilidad.
Los cambios genéticos pueden mejorar la
capacidad de los organismos para sobrevivir, reproducirse y, en
animales, criar a su descendencia. Este proceso se denomina
adaptación. Los progenitores transmiten mutaciones
genéticas adaptativas a su descendencia y finalmente estos
cambios se generalizan en una población —un
grupo de organismos de la misma especie que comparten un hábitat
local particular. Existen numerosos factores que pueden favorecer
nuevas adaptaciones, pero los cambios del entorno
desempeñan a menudo un papel importante. Las antiguas
especies de homínidos se fueron adaptando a nuevos
entornos a medida que sus genes iban mutando, modificando
así su anatomía (estructura
corporal), fisiología (procesos físicos y
químicos tales como la digestión) y comportamiento.
A lo largo de grandes periodos de tiempo esta evolución
fue modificando profundamente al ser humano y a su forma de
vida.
Los científicos estiman que la
línea de los homínidos comenzó a separarse
de la de los simios africanos hace unos 10 o 5 millones de
años. Esta cifra se ha fijado comparando las diferencias
entre el mapa genético del género
humano y el de los simios, y calculando a continuación el
tiempo probable que pudieron tardar en desarrollarse estas
diferencias. Utilizando técnicas
similares y comparando las variaciones genéticas entre las
poblaciones humanas en todo el mundo, los científicos han
llegado a la conclusión de que los hombres tal vez
compartieron unos antepasados genéticos comunes que
vivieron hace unos 290.000 – 130.000 años.
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