– Identificar la relación- entre el pecado y los
males.
– Reconocer la realidad frente al mundo del
mal.
– Explicar el sentido de: las enfermedades, el dolor,
la muerte,
las catástrofes, el odio, el amor, la
paz y el mal.
– Conocer la opinión de la Iglesia y lo
que afirma la Biblia sobre el tema.
Dios es infinitamente bueno
y todas sus obras son buenas. Sin embargo, nadie escapa a
la experiencia del sufrimiento, de los males de la naturaleza
–que aparecen como ligados a los límites
propios de las criaturas-, y sobre todo a la cuestión del
mal moral.
¿De donde viene el mal? "Quaerebam unde malum et non erat exitus"
("Buscaba el origen del mal y no
encontraba solución") dice S.
Agustín (conf.7, 7.11), y su propia búsqueda
dolorosa solo encontrara salida en su conversión al Dios
vivo. Porque "el misterio de la iniquidad" (2 TS 2,7) solo se
esclarece a la luz del "Misterio
de la Piedad" (1 Tm 3,16). La revelación del amor divino en
Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la
sobreabundancia de la Gracia (cf Rm 5,20). Debemos, por tanto,
examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada
de nuestra fe en el que es su único vencedor (cf Lc 11,
21-22; Jn 16. 11; 1 Jn 3,8).
El cielo es el conjunto de todos los
bienes sin
mezcla de mal alguno. En el cielo los buenos viven
con Dios eternamente felices. Este es el único sitio donde
se puede ser del todo feliz. La felicidad del cielo es
difícil que la comprendamos con nuestra mentalidad
terrena. Incluso en este mundo la mayor felicidad es el amor. No
precisamente el amor lujuria, sino el amor espiritual. Debido al
mal presente en el mundo y a la libertad
humana convertida casi ya en libertinaje, es que el mundo esta
lleno de los males humanos.
El hombre debe de
recurrir a la felicidad humana sin esperar del otro
nada….
Muchas veces tratamos de comprender el porqué de
las desgracias humanas y cual es la intención de Dios
sobre ellas. No entendemos el significado del odio y todos los
malos sentimientos, debido a que el hombre
busca la felicidad.
El siguiente trabajo nos
tratara de explicar la existencia de estos sobre el
hombre, la definición de tentación y el mal sobre
el mundo.
Hay que tomar en cuenta las enseñanzas de Dios a
través de la Sagrada Biblia, y la opinión de la
Iglesia Católica a través del Catecismo de la
Iglesia Católica.
El grito humano de esperanza,
que aunque a veces no se refleja en el hombre, es aquel que
llama a un mundo de armonía y paz sin sentimiento de
culpa, y sin odio y rencor; sin embargo el mundo actual refleja
todo lo contrario. Actualmente el mundo refleja una envidia por
el prójimo, un mundo en el que reina el placer y la
satisfacción personal, un
mundo en el que los valores
la moral y la
ética
van de segunda mano.
Esta es la realidad del mundo frente al
mal que cada vez prolifera más y sigue
haciéndolo, disminuyendo, a la vez que el mal aumenta, los
que defienden a la bondad y disminuyendo también los
seguidores de Cristo.
*Y líbranos del
mal: (Oración del
Padre Nuestro –Catecismo Pág. 620- )
La última petición a
nuestro Padre está también contenida
en la oración de Jesús: "No te pido que los retires
del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta
petición concierne a cada uno individualmente, pero
siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda
la Iglesia y para la salvación de toda la familia
humana. La Oración del Señor no cesa de abrirnos a
las dimensiones de la Economía de la
salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado
y de la muerte se
vuelve solidaridad en el
Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP
16).
En esta petición, el mal no es
una abstracción, sino que designa una persona,
Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a
Dios. El "diablo" ("dia-bolos") es aquél que "se
atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación
cumplida en Cristo.
"Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la
mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo
entero" (Ap 12, 9), es aquel por medio del cual el pecado y la
muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda
la creación entera será "liberada del pecado y de
la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que
todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de
Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos
de Dios y que el mundo entero yace en poder del
Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y
perdonado vuestras faltas
también os protege y os guarda contra las astucias del
diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la
costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien
confía en Dios, no tema al demonio. "Si Dios está
con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros? (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
La victoria sobre el "príncipe de
este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una
vez por todas en la hora en que Jesús se entregó
libremente a la muerte para darnos su vida. Es el juicio de este
mundo, y el
príncipe de este mundo ha sido "echado abajo" (Jn 12,
31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer" (cf Ap
12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de
gracia" del Espíritu
Santo es liberada del pecado y de la corrupción
de la muerte (Concepción Inmaculada y Asunción de
la santísima Madre de Dios, María siempre virgen).
"Entonces despechado contra la mujer, se fue a
hacer la guerra al
resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la
Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17.20), ya
que su venida nos librará del Maligno.
Al pedir ser liberados del
Maligno, oramos igualmente para ser liberados de
todos lo males presentes de los que él es autor o
instigador. En esta última petición, la Iglesia
presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la
liberación de todos los males que abruman a la humanidad,
implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera
perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa
en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de
todo en Aquel que "tiene las llaves de la muerte y del Hades" (Ap
1, 18), "el Dueño de Todo, Aquel que es, que era y que ha
de venir" (Ap 1, 8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos
los males Señor, y concédenos la paz en nuestros
días, para que ayudados por tu misericordia, vivamos
siempre libres de pecado y protegidos de toda
perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de
nuestro Salvador Jesucristo.
Desarrollo temático
*¿Qué es una
tentación?
– Es aquella falsa
propuesta que el diablo nos hace para
satisfacer una necesidad o un deseo, que sin embargo tiene como
verdadero significado el perder la gracia.
– Es el Impulso o
deseo, espontáneo o provocado que lleva
a realizar algo malo. Persona o cosa que provoca que se tenga
aquellos impulsos o deseos
– Con el sentido general de «poner a
prueba», tiene en la
Biblia los siguientes significados
a) Poner
a prueba a Dios exigiendo de él una
intervención extraordinaria Ésta es una
actitud
reprobable.
b) Dios
pone a prueba al hombre para ver si le es fiel; a veces Dios
simplemente permite estas pruebas;
en todo caso, Dios nunca tiene intenciones
malévolas.
c) La
acción del espíritu del mal y
sus colaboradores humanos en cuanto incitan a otros a la
práctica del mal. Jesús, que quiso pasar por la
prueba de la tentación, nos invita a orar para
superarla.
*¿Qué es el pecado?
(CAIC)
1.-El pecado es una falta contra la
razón, la verdad, la conciencia recta;
es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el
prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes.
Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad
humana. Ha sido definido como "una palabra, un acto o un deseo
contrarios a la ley eterna" (S.
Agustín, Faust. 22, 27); S. Tomás de A., s. th.,
1-2, 71,6).
El pecado es una ofensa a Dios: "Contra ti, contra ti
solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí" (Sal 51,6). El
pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de
El nuestros corazones. Como el primer pecado, es una
desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de
hacerse "como dioses", pretendiendo conocer y determinar el bien
y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así "amor de sí
hasta el desprecio de Dios" (S. Agustín, civ. 1, 14, 28).
Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es
diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que
realiza la salvación (cf Flp 2,6-9).
En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al
pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su
violencia y su
multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los
jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los
soldados, traición de Judas tan dura a Jesús,
negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin
embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe
de este mundo (cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo se
convierte secretamente en la fuente de la que brotará
inagotable el perdón de nuestros pecados.
2.-El pecado es la ruptura voluntaria
de la comunión con Dios; la Biblia
designa de múltiples maneras esta ruptura:
rebelión, iniquidad, injusticia, trasgresión,
desobediencia, culpa, ofensa, deuda, delito, etc. La
Biblia se hace eco de una serie de pecados-tipo, el de la primera
pareja humana, el de Caín, el de la generación del
diluvio, el de los constructores de la torre de Babel, el de
Israel durante su
estancia en el Sinaí, el pecado de idolatría
cometido por Salomón y sus sucesores. El pecado, al que
todos están sometidos y del que sólo Dios puede
librarnos, acarrea al hombre desastrosas consecuencias}
maldiciones, sujeción a los bajos instintos, enfermedades
y sufrimientos de todo tipo, una muerte rodeada de angustias y,
en última instancia, la exclusión del reino de
Dios. Pero Jesús, que «se hizo pecado» por
nosotros, nos ha liberado del pecado y de sus
consecuencias.
3.-El pecado es una
palabra, pensamiento,
acto, deseo u omisión contrarios a la ley de Dios.
¿Lesiona el pecado la naturaleza del
hombre? Sí, el pecado es una ofensa a Dios
que lesiona la naturaleza del hombre, y además atenta
contra la solidaridad humana.
*Diversidad del pecado (CAIC)
La variedad de pecados es grande. La Escritura
contiene varias listas. La carta a los
Gálatas opone las obras de la carne al fruto del
espíritu: "Las obras de la carne son conocidas:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría,
hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas,
divisiones, disensiones, envidias, embriagüeces,
orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo
como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no
heredarán el Reino de Dios".
Se pueden distinguir los pecados según su objeto,
como en todo acto humano, o según las virtudes a las que
se oponen, por exceso o por defecto, o según los
mandamientos que quebrantan. Se los puede agrupar también
según se refieran a Dios, al prójimo o a sí
mismo; se los puede dividir en pecados espirituales y carnales, o
también en pecados de pensamiento, palabra, acción
u omisión. La raíz del pecado está en el
corazón
del hombre, en su libre voluntad, según la enseñanza del Señor: "De dentro del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos,
adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias.
Esto es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15, 19-20). En el
corazón reside también la caridad, principio de las
obras buenas y puras, a la que hiere el pecado.
Conviene valorar los pecados según su
gravedad. La distinción entre pecado mortal y venial,
perceptible ya en la escritura (cf 1 Jn 5, 16-17) se ha impuesto en la
tradición de la Iglesia. La experiencia de los hombres la
corroboran.
El pecado mortal
destruye la caridad en el corazón del hombre por una
infracción grave de la Ley de Dios; aparta al hombre de
Dios, que es su fin último y su bienaventuranza,
prefiriendo un bien inferior.
El pecado venial
deja subsistir la caridad, aunque la ofende y la
hiere.
El pecado mortal,
que ataca en nosotros el principio vital que es la caridad,
necesita una nueva iniciativa de la misericordia de Dios y una
conversión del corazón que se realiza
ordinariamente en el marco del sacramento de la
Reconciliación:
Cuando la voluntad se dirige a una cosa de suyo
contraria a la caridad por la que estamos ordenados al fin
último, el pecado, por su objeto mismo, tiene causa para
ser mortal… sea contra el amor de Dios, como la
blasfemia, el perjurio, etc., o contra el amor al
prójimo, como el homicidio, el
adulterio,
etc.… En cambio,
cuando la voluntad del pecador se dirige a veces a una cosa que
contiene en sí un desorden, pero que sin embargo no es
contraria al amor de Dios y del prójimo, como una
palabra ociosa, una risa superflua, etc., tales pecados son
veniales (S. Tomás de A., s. th. 1-2, 88, 2).
Para que un pecado sea mortal se requieren
tres condiciones: "Es pecado mortal lo que tiene como objeto una
materia grave
y que, además, es cometido con pleno conocimiento y
deliberado consentimiento" (RP 17).
La materia grave es precisada por los Diez
Mandamientos según la respuesta de Jesús al joven
rico: "No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes
testimonio falso, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre"
(Mc 10, 19). La gravedad de los pecados es mayor o menor: un
asesinato es más grave que un robo. La cualidad de las
personas lesionadas cuenta también: la violencia ejercida
contra los padres es más grave que la ejercida contra un
extraño.
El pecado mortal
requiere plena conciencia y entero consentimiento.
Presupone el
conocimiento del carácter pecaminoso del acto, de su
oposición a la Ley de Dios. Implica también un
consentimiento suficientemente deliberado para ser una
elección personal. La ignorancia afectada y el
endurecimiento del corazón (cf Mc 3, 5-6; Lc 16, 19-31) no
disminuyen, sino aumentan, el carácter voluntario del
pecado.
La ignorancia involuntaria puede disminuir, si no
excusar, la imputabilidad de una falta grave, pero se supone que
nadie ignora los principios de la
ley moral que están inscritos en la conciencia de todo
hombre. Los impulsos de la sensibilidad, las pasiones pueden
igualmente reducir el carácter voluntario y libre de la
falta, lo mismo que las presiones exteriores o los trastornos
patológicos. El pecado más grave es el que se
comete por malicia, por elección deliberada del
mal.
El pecado mortal es
una posibilidad radical de la libertad humana como lo es
también el amor. Entraña la pérdida de la
caridad y la privación de la gracia santificante, es
decir, del estado de
gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el
perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de
Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra
libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin
retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en
sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos
confiarlo a la justicia y a
la misericordia de Dios.
Se comete un pecado venial cuando no se observa
en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o
cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin
pleno conocimiento o sin entero consentimiento.
El pecado venial
debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a
bienes creados; impide el progreso del alma en el
ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral;
merece penas temporales. El pecado venial deliberado y que
permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer
el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace
contrarios a la voluntad y la amistad divinas;
no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la
gracia de Dios. "No priva de la gracia santificante, de la
amistad con Dios, de la caridad, ni por tanto, de la
bienaventuranza eterna" (RP 17).
El hombre mientras permanece en la carne, no puede
evitar todo pecado, al menos los pecados leves. Pero estos
pecados, que llamamos leves, no los consideres poca cosa: si los
tienes por tales cuando los pesas, tiembla cuando los cuentas. Muchos
objetos pequeños hacen una gran masa; muchas gotas de
agua llenan un
río. Muchos granos hacen un montón.
¿Cuál es entonces nuestra esperanza? Ante todo, la
confesión… (S. Agustín, ep. Jo.
1,6).
"El que blasfeme contra el
Espíritu Santo no tendrá
perdón nunca, antes bien será reo de pecado eterno"
(Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12,10). No hay límites a la
misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a
acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento
rechaza el perdón de sus pecados y la salvación
ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante
endurecimiento puede conducir a la condenación final y a
la perdición eterna.
*El pecado original (CAIC)
El hombre, tentado por el diablo, dejo morir en su
corazón la confianza hacia su creador (cf Gn 3, 1-11) y,
abusando de su libertad, desobedeció al mandamiento de Dios.
En esto consistió el primer pecado del hombre (cf Rm
5, 19). En adelante, todo pecado será una desobediencia a
Dios y una falta de confianza en su bondad.
En este pecado, el
hombre se prefirió a sí mismo en lugar de
Dios, y por ello despreció a Dios: hizo
elección de sí mismo contra Dios, contra las
exigencias de su estado de criatura y, por tanto, contra su
propio bien. El hombre, creado en un estado de santidad, estaba
destinado a ser plenamente "divinizado" por Dios en la gloria.
Por la seducción del diablo quiso "ser como Dios" (cf Gn
3, 5), pero "sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (S.
Máximo Confesor, ambig.).
La Escritura muestra las
consecuencias dramáticas de esta primera
desobediencia. Adán y
Eva pierden inmediatamente la gracia de la
santidad original (cf Rm 3, 23). Tienen miedo de Dios (cf Gn 3,
9-10) de quien han concebido una falsa imagen, la de un
Dios celoso de sus prerrogativas (cf GN 3, 5).
La armonía en la que se encontraban, establecida
gracias a la justicia original, queda destruida; el dominio de las
facultades espirituales del alma sobre el cuerpo se quiebra (cf Gn 3,
7); la unión entre el hombre y la mujer es sometida a
tensiones (cf Gn 3, 11-13); sus relaciones estarán
marcadas por el deseo y el dominio (cf Gn 3, 16). La
armonía con la creación se rompe; la
creación visible se hace para el hombre extraña y
hostil (cf Gn 3, 17.19). A causa del hombre, la creación
es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Rm 8,21). Por fin, la
consecuencia explícitamente anunciada para el caso de
desobediencia (cf Gn 2, 17), se realizara: el hombre
"volverá al polvo del que fue formado" (Gn 3, 19). La
muerte hace su entrada en la historia de la humanidad (cf
Rm 5, 12).
Desde este primer pecado, una verdadera
invasión de pecado inunda el mundo: el fratricidio
cometido por Caín en Abel (cf GN 4, 3-15); la
corrupción universal, a raíz del pecado (cf Gn 6,
5.12; Rm 1, 18-32); en la historia de Israel, el pecado se
manifiesta frecuentemente, sobre todo como una infidelidad al
Dios de la Alianza y como trasgresión de la Ley de
Moisés; e incluso tras la Redención de Cristo,
entre los cristianos, el pecado se manifiesta de múltiples
maneras (cf 1Co 1-6; Ap 2-3). La Escritura y la Tradición
de la Iglesia no cesan de recordar la presencia y la
universalidad del pecado en la historia del hombre:
Lo que la Revelación Divina nos enseña
coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su
corazón, se descubre también inclinado al mal e
inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que
es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como
su principio, rompió además el orden debido con
respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda
su ordenación en relación consigo mismo, con todos
los hombres y con todas las cosas creadas (GS 13,1).
Todos los hombres están
implicados en el pecado de Adán. S.
Pablo lo afirma: "Por la desobediencia de un solo hombre, todos
fueron constituidos pecadores" (Rm 5, 19): "Como por un solo
hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres,
por cuanto todos pecaron…" (Rm 5, 12). A la universalidad
del pecado y de la muerte, el apóstol opone la
universalidad de la salvación de Cristo: "Como el delito
de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación,
así también la obra de justicia de uno solo (la de
Cristo) procura a todos una justificación que da la vida"
(Rm 5, 18).
Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado
siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su
inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin
su conexión con el pecado de Adán y con el hecho de
que nos ha transmitido un pecado con que todos nacemos afectados
y que es "muerte del alma" (Cc. De Trento: DS 1512). Por esta
certeza de fe, la Iglesia concede el Bautismo para la
remisión de los pecados incluso a los niños
que no han cometido pecado personal (Cc. De Trento: DS
1514).
¿Cómo el pecado de Adán vino a ser
el pecado de todos sus descendientes? Todo el género
humano es en Adán "sicut unun corpus unius hominis" ("Como
el cuerpo único de un único hombre", S.
Tomás de A., mal. 4,1). Por esta "unidad del género
humano", todos los hombres están implicados en la justicia
de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original
es un misterio que no podemos comprender plenamente. Pero sabemos
por la Revelación que Adán y Eva cometen un pecado
personal, pero este pecado afecta a la naturaleza
humana, que transmitirán en un estado caído (cf
Cc. De Trento: DS 1511-1512). Es un pecado que será
transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir,
por la transmisión de una naturaleza privada de la
santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original
es llamado "pecado" de manera análoga: es un pecado
"contraído", "no cometido", un estado y no un
acto.
Aunque propio de cada uno (cf Cc. De Trento: DS 1513),
el pecado original no tiene, en ningún descendiente de
adán, un carácter de falta personal. Es la
privación de la santidad y de la justicia originales, pero
la naturaleza humana no está totalmente corrompida:
está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a
la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e
inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada
"concupiscencia").
El Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra
el pecado original y devuelve el hombre a Dios, pero las
consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal,
persisten en el hombre y lo llaman al combate
espiritual.
La doctrina de la Iglesia sobre la transmisión
del pecado original fue precisada sobre todo en el siglo V, en
particular bajo el impulso de la reflexión de S.
Agustín contra el pelagianismo, y en el siglo XVI, en
oposición a la Reforma protestante: Pelagio
sostenía que el hombre podía, por la fuerza natural
de su voluntad libre, sin la ayuda necesaria de la gracia de
Dios, llevar una vida moralmente buena: así reducía
la influencia de la falta de Adán a la de un mal ejemplo.
Los primeros reformadores protestantes, por el contrario,
enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y
su libertad anulada por el pecado de los orígenes;
identificaban el pecado heredado por cada hombre con la tendencia
al mal ("concupiscentia"), que sería insuperable. La
Iglesia se pronunció especialmente sobre el sentido del
dato revelado respecto al pecado original en el II Concilio de
Orange en el año 529 (cf DS 371-372) y en el Concilio de
Trento, en el año 1546 (cf DS 1510-1516).
Adán y Eva
en el Paraíso
*La proliferación del pecado
(CAIC)
El pecado crea una facilidad para el
pecado, engendra el vicio por la
repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones
desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la
valoración concreta del bien y del mal. Así el
pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede
destruir el sentido moral hasta su raíz.
Los vicios pueden ser catalogados según las
virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a
los pecados capitales que la experiencia cristiana ha
distinguido siguiendo a S. Juan Casiano y a S. Gregorio Magno
(mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros
pecados, otros vicios. Son la soberbia, la avaricia, la envidia,
la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
La tradición catequética recuerda
también que existen "pecados que claman al cielo".
Claman al cielo: la sangre de Abel
(cf Gn 4, 10); el pecado de los sodomitas (cf Gn 18, 20; 19, 13);
el clamor del pueblo oprimido en Egipto (cf Ex
3, 7-10); el lamento del extranjero, de la viuda y el
huérfano (cf EX 22, 20-22); la injusticia para con el
asalariado (cf DT 24, 14-15; Jc 5, 4).
El pecado es un acto personal. Pero
nosotros tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros
cuando cooperamos a ellos:
– Participando directa y voluntariamente;
– Ordenándolos, aconsejándolos,
alabándolos o aprobándolos;
– No revelándolos o no impidiéndolos
cuando se tiene obligación de hacerlo;
– Protegiendo a los que hacen el mal.
Así el pecado convierte a los hombres en
cómplices unos de otros, hace reinar en ellos la
concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados
provocan situaciones sociales e institucionales contrarias a la
voluntad divina. Las "estructuras
del pecado" son expresión y efecto de los pecados
personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el
mal. En un sentido analógico constituyen un "pecado
social" (cf RP 16).
*Que es el dolor
El dolor
físico es aquel que nos permite
percatarnos si algo anda mal, o algo nos hace daño,
en cambio el dolor
espiritual es aquel sentimiento por el cual
nos causa un malestar en el alma y en el espíritu
acompañado por la conciencia que nos advierte que algo
anda mal con el alma y con nosotros mismos.
El dolor
físico tan solo se manifiesta en lo
material y el dolor espiritual nos permite valorar lo material y
lo espiritual, como el amor y otros sentimientos. Es una realidad
natural, consecuencia inevitable de la limitación de toda
criatura. Históricamente sin embargo, en lo que tiene de
duro y mortificante para el hombre, es al mismo tiempo efecto del
pecado e instrumento querido por Dios para expiar y redimir los
pecados y para que individuo y
comunidad se
conviertan en frutos maduros para la salvación.
La Biblia habla del
hambre y de la sed como máximos indicadores de
una situación de sufrimiento y de infelicidad. De
ahí que el sagrado deber de ayudar al hermano se
signifique básicamente con el gesto de dar pan y agua. De
ahí también que el hambre y la sed simbolicen muy
apropiadamente la absoluta necesidad que el hombre tiene de Dios.
Por lo demás, sólo Dios puede y quiere saciar esa
hambre y apagar esa sed.
La Biblia constata
tanto los efectos nocivos de la tristeza como las
múltiples causas de la misma. Pero, sobre todo resalta la
relación tristeza-pecado. Una relación que puede
ser negativa en cuanto la tristeza se manifiesta como signo y
efecto del pecado o positiva en cuanto la tristeza por el pecado
conduce a la conversión. En todo caso, más
allá de la tristeza, en la perspectiva bíblica
está siempre la esperanza y la alegría. Por eso
Jesucristo, que quiso compartir las tristezas humanas, anuncia
para los suyos una definitiva victoria sobre la
tristeza.
*Que es la muerte
La muerte es
el comienzo de una nueva vida y a la vez el fin de otra: la
humana Esta nos permite valorar mejor la vida y la importancia de
esta. La Biblia habla de dos clases de muerte la física-biológica y la
espiritual.
a) La
muerte física es el acabamiento del hombre en cuanto ser
terreno. Se trata de un destino que afecta a todos los hombres;
sólo Dios conoce el momento, mientras que el hombre lo
ignora por completo. La muerte física tal como hoy
acontece, entre angustias e incertidumbres, es consecuencia del
pecado del hombre. Dios puede liberarnos de esta muerte, tanto
manteniéndola de momento alejada de nosotros como sobre
todo venciéndola mediante un proceso de
resurrección e inmortalidad. Esta victoria sobre la
muerte alcanza su punto culminante en Jesucristo, que la
anticipa ya en su vida mortal a través de sus milagros,
la verifica en su propio cuerpo resucitado y la comparte con la
nueva humanidad redimida por él.
b) La
muerte espiritual es la situación de lejanía de
Dios en cuanto Dios es vida y fuente de vida. Durante la
existencia terrena del hombre, esta muerte espiritual se
materializa en el hecho del pecado, que, si no se elimina
oportunamente, acarrea la ruptura definitiva de la
comunión con Dios o «segunda muerte». Esta
muerte-lejanía de Dios, temporal o definitiva, causada
por el pecado, había sido intuida por los profetas; los
autores del NT se refieren expresamente a ella. También,
y sobre todo, de esta muerte " lo mismo que de la muerte
físico-biológica " nos libera Cristo.
*Curación de un ciego de nacimiento (Juan 9,
1-12).
Al pasar, Jesús vio a un hombre que era ciego de
nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: «Maestro,
¿quién ha pecado para que esté ciego:
él o sus padres?» Jesús respondió:
«Esta cosa no es por haber pecado él o sus padres,
sino para que unas obras de Dios se hagan en él, y en
forma clarísima. Mientras es de día tenemos que
hacer la obra del que me ha enviado; porque vendrá la
noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo,
soy la luz del mundo.»
* "Para que se manifiesten en él
las obras de Dios".
La pregunta que le hacen los discípulos supone
que ellos también participaban de la opinión
general que los judíos
tenían sobre las desgracias que sucedían en una
persona. Esas desgracias se consideraban como castigo por los
pecados propios que esa persona había cometido, o como
castigo por los pecados de sus padres que recaía sobre sus
hijos.
El Señor, en su respuesta, niega esa
opinión. Conocemos que tanto el pecado de nuestros
primeros padres, como los pecados personales de cada uno, son
causa de las muchas desgracias que aquejan la humanidad; pero de
ninguna manera quiere eso indicar que cualquier enfermedad,
sufrimiento, desgracia personal, sea fruto de los pecados que esa
persona haya podido cometer, y menos todavía que tenga
como causa los pecados de sus padres.
Si algo nos enseña Cristo con su doctrina y con
su ejemplo, y sobre todo con su Pasión y Muerte, es que el
dolor y el sufrimiento no suponen un castigo que Dios inflige a
la persona por sus pecados, ni supone que Dios ha abandonado y no
se preocupa ya de esa persona.
Dios Padre permitió el tremendo sufrimiento de su
hijo, a quien amaba infinitamente, porque a través de ese
sufrimiento iba a manifestar al mundo su amor a los hombres y les
iba a traer la saltación y redención de sus
pecados. Dios permite el sufrimiento en cualquier hijo suyo con
el fin de purificarlo más y más de sus apegos
terrenales, para incrementar en él la fé y la
confianza verdadera, y para que pueda unir sus sufrimientos a los
sufrimientos de Cristo en su Pasión, y así ser
corredentor de los hombres. Como nos dice la palabra de Dios,
todo lo que el Señor permite que suceda a los que le amen,
es para su bien.
En el caso concreto del
ciego de nacimiento, el Señor pone otra motivación
especial. A través del milagro que Cristo va a realizar
con él, devolviéndole la vista, se pondrá de
manifiesto la bondad y misericordia de Dios, y así Cristo
hará que su Padre sea glorificado. Sentido trascendental
en todos los milagros del Señor.
* "¿Quién
pecó: este o sus padres?"
Los Israelitas estaban convencidos de que dondequiera
que hubiera sufrimiento era porque allí había
algún pecado. Ellos todavía no habían
escuchado aquella formidable noticia de Jesús: "Mi Padre
al árbol que más quiere lo poda, para que produzca
más frutos", y no se imaginaban que el mal no es tanto un
castigo, cuanto un medio para hacerse más personalidad y
ganar más premio para el Reino de Dios.
¿Será por culpa de sus padres?. Los
judíos sabían muy bien de memoria aquella
terrible amenaza repetida tantas veces en la Sagrada Biblia: "Yo
Dios, fuerte y celoso, castigo la maldad de los padres,
también en sus hijos, hasta la tercera y cuarta
generación" (Ex. 20, Ex. 34). Hay algo que siempre debemos
tener presente: que ninguna persona obra jamás solamente
para sí misma. Que cuando una persona hace una obra buena
eleva el mundo; pero cuando peca, pone en movimiento una
serie de malas consecuencias que durarán por mucho
tiempo.
¿Para qué estaba enfermo este
hombre?. Jesús no se detuvo a explicar la
relación entre el pecado y el sufrimiento, sino que les
explicó muy claro para qué estaba enfermo este
hombre: para que se diera la posibilidad de poner de manifiesto
lo que puede hacer Dios en favor a favor de los que lo
aman.
Este es un caso repetido millones de veces cada
día. Las personas que sufren, presentan a Dios una
formidable oportunidad de manifestar su poder, su gloria y su
compasión. Cuando las y tragedias y problemas caen
sobre una persona que no tien fé, esa persona puede
desintegrarse. Pero cuando caen sobre alguien que cree
firmemente, ponen de manifiesto los heroísmos y la nobleza
que se encuentran en un corazón que ama el
Señor.
*La historia del Santo Job
1.-El poema de Job
encabeza los libros de
sabiduría de la Biblia. Es mucho más que una
"historia", pues ahí se ponderan los grandes interrogantes
de la condición humana. Las desventuras de Job, que,
después de colmado por la existencia, se ve reducido a la
más extrema miseria, no son más que un pretexto
para llevarnos a reflexionar sobre lo insatisfactoria que es la
vida del hombre en la tierra. El
sufrimiento y la muerte no serían tan escandalosos si no
hubiera el escándalo de la ausencia de Dios: él
huye de nuestra mirada, y también se niega a hacer la
justicia en nuestro mundo.
No por casualidad Job es presentado como un hombre del
país de Us, que no pertenece al pueblo de Dios. Job no
conoce a Moisés ni a los profetas, así que puede
hablar a nombre de la humanidad entera, y no solamente de los
creyentes.
Job no necesita más que de contemplar la
creación para creer en Dios y su providencia, pero no ha
visto a Dios, el que tampoco le ha hablado. Y por más que
se reconozca a sí mismo como la obra de Dios, sus
percances le dan para pensar. Se da cuenta de que solamente una
explicación con su Creador le permitiría ubicarse
en el lugar que le corresponde y, por más que busque esta
apertura, no la encuentra.
Las denuncias de Job son una manera de clamar a Dios con
toda la fuerza de una esperanza insatisfecha y, al final, Dios
tendrá que manifestarse.
El punto de partida del libro de Job
es un relato popular que encontramos en las primeras
páginas y en las últimas (1,1-2,13 y 42,10-17): la
historia del santo hombre Job. Yavé lo había puesto
a prueba, quitándole todo, y a pesar de eso se
había mantenido fiel. Al final, Dios le devolvía
todos los bienes con creces.
Esta moraleja podía parecer demasiado simple.
Entonces un autor del que no conocemos el nombre volvió
sobre el tema en los diálogos que ocupan los
capítulos 3 al 41. Allí otro Job muy diferente al
primero denuncia la condición humana, y sus tres amigos le
oponen las respuestas de la sabiduría
tradicional.
2.- Job es un "hombre
cabal, recto, que temía a Dios y se
apartaba del mal" (1,1). Piadoso, rico y cabeza de una numerosa
familia de
cierto prestigio. Un día "en que los Hijos de Dios
venían a presentarse ante Yahvé" (1,6), Dios
pregunta a Satán qué opina de la rectitud de Job.
Satán afirma que Job maldecirá a Dios si perdiese
su riqueza, por lo que ambos acuerdan ponerle a prueba.
Satán procede a despojar a Job de sus posesiones e incluso
de sus hijos, y más tarde llena su cuerpo de llagas
dolorosas en grado extremo. Con todo, Job se niega a maldecir a
Dios. Tres de sus amigos, al tener noticia de sus pesares, llegan
para confortarle, pero quedan aturdidos "y ninguno de ellos dijo
una palabra, porque veían que el dolor era muy grande"
(2,13).
3.- La segunda
sección, tras el primer castigo de
Job (capítulo 3), consta de tres ciclos de discursos.
Durante cada uno de ellos, sus tres amigos hablan por turno y Job
les responde tres veces. El núcleo de los discursos de los
tres amigos es que las desgracias y el sufrimiento de Job deben
de ser el resultado de su iniquidad, motivo por el que los
merece. Job, que proclama su inocencia con resolución,
primero se irrita y acto seguido monta en cólera
contra sus amigos por sus opiniones quizá injustificadas y
frívolas. Con todo, sigue buscando una explicación
para sus sufrimientos: "¡Oh! ¿Quién
hará que se me escuche? Esta es mi última palabra:
¡respóndeme, Sadday!" (31,35).
4.-La tercera
sección consta de los discursos de
Elihú. Su ira va dirigida contra Job "porque
pretendía tener razón frente a Dios" (32,2) y
"contra sus tres amigos, porque no habían hallado nada que
replicar y de esa forma habían dejado mal a Dios" (32,3)
Elihú sostiene que Job "a su pecado la rebeldía
añade" (34,37) por cuestionar el juicio de Dios. Para
fundamentar su alegación, dice que: "¡es Sadday!, no
podemos alcanzarle. Grande en fuerza y equidad"
(37,23).
5,- En la cuarta
sección, Dios habla desde el seno de
la tempestad. Parece ignorar por completo el deseo que tiene Job
de una explicación o justificación de sus
sufrimientos. En cambio, humilla a Job y le desafía para
que explique cómo fue creado el universo y
cómo se encuentra ordenado. Al parecer, el "error" de Job
es su presunción de que los caminos y la omnipotencia de
Dios son aprehensibles por el ser humano. Con preguntas acaso
irrelevantes (40,8), Dios refuta a Job y presenta su respuesta
más directa a una pregunta que éste formulara en el
pasado: "¿Qué es Sadday para que le sirvamos,
qué podemos ganar con aplacarle?" (21,15). Reconociendo al
fin que sus palabras han estado guiadas por la ignorancia y que
lo máximo que podrá acercarse a Dios es a
través de una visión de éste, Job se
arrepiente (42,1-6).
6.- En la última
sección Dios refuta los argumentos de
los tres amigos de Job (Elihú no aparece) porque "no
habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo
Job" (42,7). Otorga a Job el doble de las riquezas y posesiones
que tuviera en otro tiempo, le bendice con siete hijos y tres
hermosas hijas y prolonga sus días. El epílogo, al
igual que el prólogo, está compuesto en prosa, y
allí es donde se refleja con mayor claridad el probable
origen popular de los discursos poéticos.
1.- Es cierto que algunas veces Dios permite el
mal, pero siempre para sacar bienes de los
mismos males. Por ejemplo, para que el pecador reconozca su
falta y se arrepienta; para que el justo expíe sus
faltas en este mundo, gane así mayor gloria en el cielo
y dé buen ejemplo al prójimo con su paciencia;
para que los hombres vivan más despegados de las cosas
de la tierra,
porque esta vida es tiempo de prueba y no de premio, etc.,
etc.
Si Dios impidiera al hombre hacer el mal,
violentaría su libertad. Dios tiene sus razones
para permitir el mal. A nosotros nos basta saber que Dios tiene
Providencia, aunque desconozcamos sus caminos.
Dios deja actuar las leyes de la
naturaleza y la libertad de los hombres, y no los mueve como el
jugador de ajedrez las
fichas.
Sin embargo, ha de ser un consuelo para nosotros saber
que en igualdad de
circunstancias, en el cielo gozan más, los que
más han sufrido en este mundo con cristiana
resignación.
No nos engañemos con el aparente triunfo
de algunos malos. En primer lugar, porque el triunfo del malo
se limita a esta vida, donde la experiencia enseña que
no se da triunfo completo y libre del mal. Pero sobre todo,
porque el que peca es un fracasado para la eternidad,
que es donde el fracaso es completo e irremediable. El
único que triunfa es quien se salva.
2.- No fue Dios
quien hizo la muerte y la maldad en el mundo,
debido a la desobediencia del hombre, la muerte entro al mundo,
y esta seguirá eternamente
Por su pecado, Adán, en cuanto al ser el primer
hombre, perdió la santidad y la justicia originales no
solo para él, sino para toda la humanidad. Como
consecuencia del pecado original, la naturaleza humana
quedó espiritualmente debilitada y sometida al
sufrimiento y al pecado.
3.- El pecado es una acción contraria a la ley
natural y por lo tanto contraria a la voluntad de
Dios. Es una ofensa a Dios, por la que el hombre pierde la
gracia y la amistad, conjuntamente con la relación a Dos
por cualquier método.
El pecado lesiona la naturaleza humana y atenta contra la
solidaridad humana. La raíz de todo pecado radica en el
corazón humano, teniendo como una causa posible la
tentación, siendo esta una propuesta aparentemente
agradable e inocente, que sin embargo lleva como real objetivo la
separación del hombre y Dios.
4.-El pasaje de la Biblia que nos relata la
curación de un ciego, nos da a entender que
cada uno es responsable de sus pecados y que Dios no manda
sufrimientos y males a la tierra por los malos actos que una
persona haga personalmente.
5.-La historia del Santo Job nos da el
ejemplo de un hombre que sufrio muchas desgracias,
culpándolo los demás, como si fuera castigo de
Dios. Dios no castiga, el hombre pues no es nadie para juzgar
la voluntad de Dios, ya que nuestra mentalidad humana no puede
comprender el porque de las cosas, los misterios de Dios y su
voluntad. Esto es lo que se trata
de rescatar con el libro de Job.
- "La Biblia Latinoamericana" VIII edición. 26ENE1989. Coeditan: Ediciones
Paulinas y Editorial Verbo Divino. - "Catecismo de la Iglesia Católica" Tercera
edición revisada. 24ENE1993. Asociación de
Editores del Catecismo, Coeditares litúrgicos Et
Alii-Librería Editrice Vaticana. - "Catecismo de la Iglesia Católica"
3a edición 1993. Catecismo Menor
Diócesis de Abancay. Editores e Impresores San Francisco
SA. - "Meditaciones (I, II) Vida, Muerte y
Resurrección de Jesucristo" Autor Fernando Basabe, S.J.
Impreso por E. Oswaldo Paucar C. Lima 1998. - "El Evangelio Explicado" 3a
edición. P. Eliécer Sálesman. Impreso en
los talleres de JMC Editores – Bogotá Colombia. - "Para Salvarte" Compendio de las verdades
fundamentales de la Religión
Católica y normas para
vivirlas. Autor Jorge Loring, S.I. Editorial Apostolado.
Perú Lima 1987. - "Diccionario
Santillana del Español" Tercera edición Diciembre
de 1996. Editorial Santillana.
Autor:
Pedro Urbina