To enquire into the structuration of social practices
is to seek to explain how it comes about that structures are
constituted through action, and reciprocally how action is
constituted structurally.
Anthony Giddens
- 1. El
elusivo concepto de estructura - 2. Caracteres de una
estructura - 3. Una manera de ver las
cosas - 4. La estructura social
como red de relaciones - 5. El individualismo
metodológico - 6. ¿Una escuela
neoestructuralista?
1. El elusivo concepto de
estructura.
Tanto el Diccionario de Sociología editado
por Giner, Lamo de Espinosa y Torres Albero, como el de
Ciencias Sociales editado por Del Campo, Marsal y
Garmendia bajo el patrocinio de la UNESCO, e incluso el de
Filosofía de Ferrater, coinciden en tratar la
estructura social (la
estructura, sin más, en este último caso) y el estructuralismo en dos
artículos separados, aunque con contenidos inevitablemente
coincidentes, al menos en parte. En dichos Diccionarios los
artículos que se ocupan de la noción de estructura
refieren ésta a una realidad compuesta por miembros o
elementos relacionados entre sí, realidad que no es una mera
yuxtaposición o adición de tales elementos, sino un
todo articulado y unitario; tal noción se contrapone al
atomismo y al individualismo metodológico, y encuentra
ejemplos en ámbitos tan diferentes como la fisiología, la teoría de conjuntos, la topología, la sociología de los
grupos, la psicología de la Gestalt, o la
lingüística
saussuriana. En todos los casos se subraya que lo importante no
son los individuos o componentes del todo, sino las relaciones
que los ligan entre sí, de modo que la realidad de que se
trate se define como una totalidad integrada por un conjunto de
individuos o partes que mantienen entre sí relaciones
institucionalmente definidas (esto es, no controladas por dichas
partes o individuos, sino por el todo).
Una noción básica de estructura social la
definiría como el modo en que las partes de un sistema social (individuos,
organizaciones, grupos) se
relacionan entre sí y forman el todo, pudiendo eventualmente
presentar sucesivas y diferentes conformaciones o
transformaciones sin que sea por ello otro el sistema social en
cuestión. Pero quizás los acuerdos no fueran mucho
más allá: algunos autores subrayan la estabilidad de la
estructura social (como es el caso de Parsons), en tanto que
otros destacan su equilibrio inestable, que no
cesa de modificarse (según cree Gurvitch). Tampoco
habría acuerdo acerca de su naturaleza, de la que muchos
afirman que es una realidad empírica observable, frente a
quienes creen con Lévi-Strauss que es un concepto que no se
refiere al mundo empírico, sino a los modelos explicativos
construidos por el estudioso. Del mismo modo debe anotarse que si
el contenido de la estructura social se identifica con las
relaciones pautadas existentes entre los individuos, no faltan
quienes siguiendo a Gerth y Mills creen que está compuesta
por los roles socialmente definidos; y entre los que la
consideran como un conjunto de relaciones los hay que tienen una
visión integrada de tal conjunto, y quienes lo perciben
marxianamente como tensado por distintas
contradicciones.
Cabría decir quizás que la estructura incluye
lo más permanente del conjunto considerado: lo menos
histórico, lo no coyuntural; y sin duda también lo
más básico, sobre lo que pueden descansar otras
construcciones o desarrollos determinados por la propia
estructura. No hace falta un gran esfuerzo para compartir la
convicción de que la estructura no sólo puede ser
manifiesta o aparente, sino latente o profunda, y en el caso de
los fenómenos sociales cabe afirmar que muchas veces
está más allá de la conciencia de los individuos
cuyas relaciones articula. Lo que nos lleva a la segunda de las
voces mencionadas, la que se ocupa del estructuralismo
(excluyendo el llamado "estructuralismo metacientífico",
escuela de filosofía de
la ciencia representada por
Sneed, Stegmüller o Moulines).
Pues bien, se da el nombre de estructuralismo a un
variado conjunto de corrientes intelectuales que aparecen en
diversas disciplinas con posterioridad a la II Guerra Mundial, como sucede con
la lingüística (Jakobson), la antropología
(Lévi-Strauss), el psicoanálisis (Lacan), la
filosofía (Althusser, Foucault), la psicología
(Piaget), etcétera,
apelando todas ellas de una forma u otra a una tradición que
descansaría en Marx, Freud y Saussure, y en las que
además de señalarse el componente reglado de las
relaciones entre los elementos, de insistir en que la estructura
se sitúa en un nivel profundo o metaempírico, de
subrayar la vocación explicativa, no descriptiva, del
empeño, y de aceptar que los hombres están sometidos a
las estructuras sociales y no a la
inversa, se destaca la importancia de la denominada sintaxis
transformacional o ley combinatoria, que permite
ofrecer múltiples variantes del mismo modelo, y se postula la
identidad en el tiempo y en el espacio de unas
formas mentales inconscientes, invariantes de la naturaleza humana, que
organizan formalmente los más diversos contenidos
(lingüísticos, culturales o sociales). Dicho de manera
más sencilla e ingenua por el editorialista de una revista filosófica de
mitad de los sesenta citado por Boudon, "ya no se habla más
de 'conciencia' o de 'sujeto', sino de 'reglas', 'códigos' o
'sistemas'; ya no se es
existencialista, sino estructuralista" (apud
Boudon, 1968: 9).
Para Boudon el principal empeño de esta poderosa
corriente intelectual, tal como se manifiesta, por ejemplo, en el
análisis del parentesco o
en la fonología, consiste en introducir orden explicativo en
la incoherencia fenoménica. Aunque con frecuencia esa
introducción parece
arbitraria, sobre todo porque el término 'estructura'
esconde una prolija colección de homónimos y forma
parte de otra de sinónimos. De donde concluye que "es
absurdo debatir sobre el significado que ha de atribuirse a
expresiones como 'estructura social', 'estructura
económica', etc. Si las nociones y distinciones que se
pretende introducir son claras, importa poco que se las designe
con un término o con otro" (1968: 207-208), aunque al usar
'estructura' se intenta sin duda subrayar o evocar alguno de los
contenidos de sus sinónimos. En todo caso, Boudon cree que
"si por 'método estructural' se
entiende un conjunto de procedimientos que
permitirían obtener para un objeto de conocimiento cualquiera una
teoría situada a un nivel de verificación tan elevado
como sea posible, así como explicar la interdependencia de
sus elementos constitutivos, entonces puede afirmarse que tal
método no existe" (1968: 213).
2. Caracteres de una
estructura.
Un estructuralista tan caracterizado como
Lévi-Strauss afirma el origen lingüístico de la
antropología estructural que, según nos dice, corre
paralelo con el método fonológico de Trubetzkoy, que se
concreta en cuatro pasos fundamentales: "pasa del estudio de los
fenómenos lingüísticos 'conscientes' al de su
estructura 'inconsciente'; rehusa tratar los 'términos' como
entidades independientes, y toma como base de su análisis,
por el contrario, las 'relaciones' entre los términos;
introduce la noción de 'sistema' […]; en fin, busca
descubrir 'leyes generales' ya sea que las
encuentre por inducción o bien
'deduciéndolas lógicamente' […]" (1968: 81). Y en un
importante trabajo sobre la noción
de estructura especifica las notas del "modelo
estructural":
En primer lugar, una estructura presenta un carácter de sistema.
Consiste en elementos tales que una modificación
cualquiera de uno de ellos entraña una modificación
en todos los demás.
En segundo lugar, todo modelo pertenece a un grupo de transformaciones,
cada una de las cuales corresponde a un modelo de la misma
familia, de manera que el
conjunto de estas transformaciones constituye un grupo de
modelos.
En tercer lugar, las propiedades antes indicadas
permiten predecir de qué manera reaccionará el
modelo, en caso de que uno de sus elementos se
modifique.
En fin, el modelo debe ser construido de tal manera
que su funcionamiento pueda dar cuenta de todos los hechos
observados (1968: 251-252).
Por su parte, y de manera análoga, Piaget
escribió en un librito de 1968 destinado a tener gran
difusión que "una estructura es un sistema de
transformaciones que comporta leyes en tanto que sistema (por
oposición a las propiedades de los elementos), y que se
conserva o se enriquece por el juego mismo de sus
transformaciones, sin que éstas lleguen más allá
de sus fronteras ni impliquen la participación de elementos
exteriores. En una palabra, una estructura comprende los
caracteres de totalidad, transformaciones y autorregulación"
(1968: 7). Por lo que hace al carácter de totalidad,
poco habrá que insistir en él, habida cuenta de que
sólo desde posiciones atomistas o individualistas suele
ponerse en cuestión, por lo que quizás haya que atender
más a la naturaleza sistémica de esa totalidad,
noción que encuentra su origen en las dificultades que la
concepción mecanicista de las ciencias físico-naturales
planteaba al estudio de los seres vivos que, como señalaba
Bertalanffy, tienden a desarrollar y conservar un estado organizado de
fantástica improbabilidad, manteniéndose en un
controlado desequilibrio y aumentando su diferenciación y su
orden interno (1971: 100). La biología, la ecología y las ciencias sociales se abrieron
pronto a este nuevo planteamiento, articulado como una
teoría de los sistemas a partir de la noción de
conjunto como totalidad organizada, integrada por partes y
procesos en mutua interacción; teoría
que no ha de confundirse con la cibernética, que no es
sino una teoría de los sistemas elaborada de acuerdo con el
modelo mecanicista. La teoría general de los sistemas toma
en cuenta la totalidad, tanto la de los organismos vivientes como
la de los fenómenos sociales, que son neguentrópicos,
pues aumentan su diferenciación y su orden (aunque el
segundo principio de la termodinámica afecta al
conjunto formado por el sistema y su entorno); en ciertos rasgos
de la teoría de sistemas hay una
clara marca organicista, aunque sin que
implique necesariamente teleologismo o intencionalidad. Es el
mismo Bertalanffy quien afirma que "la ciencia social es la ciencia
de los sistemas sociales" (1976: 204), si bien critica la
sociología de orientación más sistémica, la
parsoniana, por su empeño teórico funcionalista: en su
opinión, la continuidad estructural no excluye el cambio ni implica
necesariamente el equilibrio. Lo que nos invita a abordar la
característica transformacional que los estructuralistas
atribuyen a la estructura.
Para sugerir en qué consisten las transformaciones,
Edmund Leach propone la imagen del camino seguido por una
pieza musical desde la partitura, pasando de la cabeza y los
dedos del pianista al piano, de ahí al proceso electrónico de
grabación del disco, a su reproducción nuevamente
electrónica, a la
generación de ondas sonoras y, por fin, al
oído del aficionado. Y
concluye: "algo debe ser común a todas las formas por
las que ha pasado la música. Ese algo en común, una
configuración de relaciones organizadas interiormente, es a
lo que me refiero con la palabra estructura" (Leach, 1976:
66). Esta imagen, ciertamente algo tosca, tiene sin embargo la
virtud de destacar que las estructuras se caracterizan por
poder expresarse en
"múltiples formas que son transformaciones una de otra"
(ibidem), sin que ninguna de ellas lo haga de manera
más verdadera o más correcta que las demás. Como
señala Pouillon, "la estructura es esencialmente la sintaxis
de las transformaciones que permiten pasar de una variante a
otra" (1967: 8).
Pues bien, sin duda la realidad social, cuyo conjunto se
presenta como totalidad o sistema estructurado en subsistemas y
partes, cambia constantemente: podría decirse que se
manifiesta en transformaciones que se suceden en el tiempo,
transformaciones que conservan o enriquecen el sistema, como
señalaba Piaget. Ahora bien, de dejar aquí el argumento
podría llegarse a un malentendido, ya que en mi opinión
debe tenerse presente que hay dos tipos muy diferentes de
transformación: ante todo, el propio de la
lingüística, entendido como combinatoria de elementos,
una "sintaxis transformacional" sujeta a reglas estrictas que
opera de manera atemporal y que descansa en una "estructura
subyacente", que no sólo es inconsciente para los individuos
participantes, sino que no puede ser observada empíricamente
ni descansa en "hechos" comprobables.
Pero hay otro concepto de transformación propio de
la historia, que entiende las
transformaciones como procesos contingentes (no reglados, aunque
no aleatorios) y, sobre todo, desenvueltos a lo largo de la
flecha del tiempo, en la que están insertos. En el proceso
histórico transformacional la predicción no cumple el
papel que desempeña en las ciencias físico-naturales,
puesto que la realidad social no procede de manera determinista,
sino a través del establecimiento de árboles de posibilidades:
el devenir de las realidades humanas no es aleatorio, pues parte
de lo que hay, y de lo que ha habido antes; es incluso imposible
señalar de antemano la línea evolutiva por la que haya
de moverse una determinada situación social: cabe, claro
está, identificar en las sucesivas transformaciones procesos
evolutivos, pero a posteriori, como una forma de
postdicción.
De manera, pues, que la estructura social se
caracteriza, efectivamente, por su condición
transformacional: pero de la manera definida a partir de la
historia y no a partir de la lingüística. No se trata,
por tanto, de un proceso sintáctico, sujeto a reglas
invariantes, sino de un proceso contingente, en el que
ciertamente hay reglas, pero como disyunciones alternativas
resultantes de la propia acción social (o de la
praxis, como quería Sartre). La
autorregulación de la estructura está así mediada
por la intervención humana: la acción social viene
constituida (y no determinada mecánicamente) por la
estructura social, y ésta es, a su vez, resultado (aunque no
deliberado y sistemático) de la acción social.
Está dicho con más precisión y menos palabras en
la cita de Giddens que encabeza estas páginas, a
continuación de cuyo texto añade el autor que
"en principio las estructuras siempre pueden ser examinadas en
términos de su estructuración como una serie de
prácticas reproducidas" (1976: 161). De esta forma supera
Giddens la oposición entre acción y estructura, que
terminan siendo aspectos procesales diferentes de una misma
realidad social.
En resumidas cuentas, la estructura social
cambia (aunque sea lo que menos cambie, o lo que lo haga más
despacio, del sistema social), y sus transformaciones son en
buena parte resultado de sus contradicciones internas y, por
tanto, de la acción social y sus conflictos: la estructura
social no está integrada de manera consistente, y en
determinados momentos lo está de forma deficiente. Pero
además del factor constituido por la acción social, la
estructura social es resultado del proceso de adaptación al
medio de los grupos humanos: las condiciones del medio (no solo
las del medio natural de los pueblos primitivos, sino las del
medio artificial de las sociedades avanzadas)
constriñen también la acción social, y
mediatamente la estructura social. De manera que la
característica transformacional de la estructura social no
puede entenderse en los términos en que se hace en
lingüística, pero tampoco cabe concebirla como si se
hablase de un organismo. Y en este sentido es en el que me parece
apropiada la frase de Leach: "el estructuralismo no es ni una
teoría ni un método, sino 'una manera de contemplar las
cosas'" (1976: 62).
3. Una manera de ver las
cosas.
En efecto, el progreso del conocimiento científico
ha ido mostrando una realidad cada vez más compleja,
imposible ya de reconducir (¡o reducir!) a los inteligibles
esquemas usuales, lo que ha obligado a renunciar a la unidad de
la teoría y a la rotundidad del objeto, y a buscar
alternativas plausibles. Una de ellas es la noción de
estructura, con la que, según la opinión de Boudon
recogida más arriba, se intenta encontrar algún orden
en la explosión de la complejidad del objeto de
conocimiento. No se trata, pues, de imponer a la realidad un
orden decidido por el investigador, sino de identificar en ella
la evidencia de la totalidad y de las relaciones entre sus
componentes. No hubo botánica científica
hasta que Linneo mostró en 1735 la estructura del reino
vegetal y pudieron establecerse las relaciones (diferencias,
parecidos, secuencias) morfológicas y fisiológicas
entre las plantas. Como no hubo química moderna hasta que Mendeleiev
fijó en 1869 la tabla del sistema periódico de los elementos.
En resumidas cuentas, hay un modo de ver la realidad que parece
impropio calificar de método en el sentido riguroso
del término: al menos para el estudio de la realidad social
no creo que pueda hablarse de método estructural, y menos
aún de teoría estructuralista (salvo para los fieles de
tal observancia), puesto que en último extremo se trata,
simplemente, de partir de la observación del conjunto
de la realidad y de intentar descubrir en ella un esquema de
relaciones que permita su descripción y eventual
explicación.
Pues bien, no son estas páginas lugar ni momento
para discutir el estructuralismo, pero sí en cambio para
apuntar cómo puede jugar el concepto de estructura en el
estudio de la realidad social. Mi posición al respecto es
que la estructura social forma parte de la realidad
empíricamente observable (aunque con frecuencia no sea
directamente observable), se identifica con las relaciones entre
las partes o individuos que constituyen el todo, y muestra que el sistema social se
organiza en una serie de subsistemas articulados entre sí
que desarrollan sus dimensiones en el espacio y en el tiempo.
Tales dimensiones del sistema social (que en mi opinión son
básicamente cinco: demográfica, cultural,
económica y política, además de la
histórica, que afecta como flecha del tiempo a las cuatro
primeras) pueden aislarse y estudiarse separadamente, pero
sólo como licencia analítica: no se trata de sistemas
yuxtapuestos con efectos meramente aditivos, sino que están
relacionados de manera interactiva ("el orden de los
órdenes", en expresión de Lévi-Strauss). El
resultado de tal estructura articulada en varios subsistemas es
que cada elemento, parte o individuo del sistema tiene
una posición determinada en cada una de las dimensiones o
subsistemas, y la resultante de todas ellas es su posición
en el sistema social. Esta orientación topológica me
parece fundamental para precisar el lugar que cada
individuo y cada grupo de individuos ocupa en la sociedad, lugar que determina
sus intereses y su visión del mundo, y marca la distancia
que le aproxima a unos y le separa de otros.
Si se me permite jugar con una imagen de
inspiración no euclidiana, diría que los subsistemas
mencionados (demográfico, cultural, económico,
político e histórico), definen un espacio de cinco
dimensiones que se desplaza deformándose a lo largo del
tiempo, combinando una continuidad estructural que mantiene su
identidad con una serie de transformaciones que lo hacen
cambiante; no se desplaza todo él como un bloque,
regularmente, sino a distintas velocidades, que no excluyen que
algunas partes o elementos retrograden de vez en cuando (no en el
tiempo, sino en grado de diferenciación); desplazamiento
carente de un fin preestablecido, así como de cualquier
certidumbre del progreso en que confiaba la modernidad. Un espacio social
estructurado, valga la redundancia, por las diferencias y
relaciones que cada una de sus dimensiones establece entre los
individuos que forman el todo social y, simultáneamente, por
las relaciones que se dan entre ellas. Estructura que en cada
momento es reafirmada y reformada (reproducida y producida) por
las acciones que llevan a cabo los
individuos (por su praxis) en una suerte de "plebiscito
cotidiano".
Mi propuesta de considerar la estructura social como un
espacio definido por las dimensiones demográfica, cultural,
económica, política e histórica, no está
lejos de la noción de "historia estructural" de Fernand
Braudel, quien sostiene la necesidad de una "iluminación múltiple"
de la realidad: "Nada más tentador […] que la ilusión
de reducir lo social, tan complejo y tan desconcertante, a una
única línea de explicación" (1968: 58-59). Por el
contrario, hay que tener en cuenta como elementos de la
estructura social tanto lo que llama "la coacción
geográfica" como los campos cultural (que incluye la
ciencia), económico y demográfico (1968: 71-72); y ello
sin olvidar "las instituciones", esto es, el
ámbito de lo político, aunque con la reticencia de que
tiende a ser excesivamente événementiel. En
definitiva, que "no creemos […] en la explicación de la
historia por este u otro factor dominante. No hay historia
unilateral": "El único error, a mi modo de ver -dice-,
radicaría en escoger una de estas historias a expensas de
las demás" (1968: 25 y 75). Y por lo que se refiere a la
dimensión temporal, que cuenta "las horas de existencia de
las diversas estructuras sociales", nace de la "necesidad de
confrontar también los modelos con la idea de duración"
(1968: 57 y 86), de modo que "el tiempo social es, sencillamente,
una dimensión particular de una determinada realidad
social": "La palabra estructura […] es la que domina los
problemas de larga
duración […], una realidad que el tiempo tarda enormemente
en desgastar" (1968: 99 y 70). Pero más claramente aun
precisa Braudel las dimensiones de la estructura social al
comienzo de su deslumbrante El tiempo del mundo (el
volumen tercero de
Civilización material, economía y capitalismo, siglos
XV-XVIII), donde sostiene que sería un error imaginar
que la economía
gobierna la sociedad entera y que ella determina por
sí sola los otros órdenes de la sociedad […] -la
cultura, lo social, la
política- que no cesan de mezclarse con ella para
favorecerla o, también, para oponerse a ella. Estas masas
son tanto más difíciles de disociar unas de otras
cuanto que lo que se ofrece a la observación […] es una
totalidad, a la que hemos llamado la sociedad por
excelencia, el conjunto de los conjuntos (1984, III: 28,
cursivas del autor).
Y todo ello, claro está, inserto en el tiempo
del mundo. Me sitúo, pues, en la estela de Braudel al
señalar como dimensiones de la estructura social las cinco
mencionadas (demográfica, cultural, económica,
política e histórica), inextricablemente constitutivas
de la totalidad social.
Estrella Gualda insiste por su parte en la complejidad
de la estructura, y opta también por una imagen
geométrica, aunque prefiere la del poliedro, entendiendo
agudamente la estructura social como estructuras sociales: lo que
equivale a subrayar la pluralidad empírica y teórica de
sus dimensiones posibles, aunque en mi opinión la
multiplicidad de dimensiones no puede considerarse indeterminada,
ni las diferentes teorías como caras del
poliedro (2002, passim). A su vez, María Trinidad
Bretones parte del análisis de la sociedad informacional de
Castells, y lo completa concluyendo que la estructura social se
compone de cuatro macroestructuras: poblacional, económica y
tecnológica, política, y cultural o simbólica, a
las que propone añadir una quinta, el sistema de
estratificación por clases (2001: 58 y ss.). Salta a la
vista que tal propuesta y la contenida en estas páginas son
bastante coincidentes, pero con dos importantes diferencias: que
no atribuye a la historia (o al tiempo, o a la contingencia) el
valor de dimensión
estructural básica que creo tiene, y que sitúa en
primer plano como quinta macroestructura la desigualdad social
institucionalizada, que para mí es una resultante de las que
considero dimensiones básicas, por mucha que sea la
importancia que tenga.
4. La estructura social
como red de
relaciones.
Señala Marx que "las relaciones de producción de cualquier
sociedad forman un todo", por lo que no pueden estudiarse una a
una, como hace Proudhon (Marx, 1969: 158); y comenta Althusser
que "la estructura del todo está articulada como la
estructura de un todo orgánico jerarquizado. La
coexistencia de los miembros y relaciones en el todo está
sometida al orden de una estructura dominante que introduce un
orden específico en la articulación de los miembros y
de las relaciones" (1973: 109). Y aclara que
la estructura de las relaciones de producción
determina lugares y funciones que son ocupados y
asumidos por agentes de la producción […] en la medida
en que son los "portadores" (Träger) de estas
funciones. Los verdaderos
"sujetos" […] no son, por lo tanto, estos ocupantes [esto
es], los "individuos concretos", los "hombres reales", sino
[…] las relaciones de producción (1973:
194).
En otras palabras: la estructura consiste en una red de relaciones entre alvéolos
socialmente definidos, que son ocupados por los incumbentes de
los roles sociales. En un trabajo anterior cité al respecto
a Dahrendorf, quien sostiene que "las posiciones [sociales]
pueden ser imaginadas y localizadas con independencia de los
individuos; la estructura de la sociedad podría presentarse
como un gigantesco plano de organización en el que
están registradas millares de posiciones" (Dahrendorf, 1973:
98), a lo que yo apostillaba que "es precisamente esta imagen del
conjunto de posiciones sociales (y de las relaciones que las
vinculan) como organigrama de la sociedad lo que me
interesa destacar" como contenido de la realidad social
(Beltrán, 1991: 76).
La Asociación Americana de Sociología
celebró su 69 congreso en 1974, en Montreal, dedicado al
tema Focus on Social Structure, cuyo prograna
señalaba que el enfoque estructural pretende explicar "no la
conducta de los individuos, sino
las relaciones entre grupos e individuos que se expresan en dicha
conducta" (apud Blau, 1975: 2). En opinión de Blau,
la noción de estructura social se refiere a las
regularidades o pautas discernibles en la vida social, pero su
naturaleza depende de la perspectiva que se adopte: "una
diferencia importante, aunque no la única, depende de la
amplitud de nuestra visión, de si miramos las cosas de lejos
para ver más ampliamente el cuadro, o si nos colocamos cerca
para no perder detalle" (1975: 3). Encargado este autor de editar
varias importantes contribuciones al congreso, ejemplifica esta
primera diferencia con los trabajos de Lenski (que utiliza una
perspectiva macrosociológica articulada en las grandes
líneas de la evolución histórica)
y de Homans (que se interesa, por el contrario, en las conductas
básicas de los individuos en su vida cotidiana y en la
influencia que tienen sobre ellas factores primordialmente
psicológicos, y sólo secundariamente
sociales).
Otra importante diferencia teórica es, a juicio de
Blau, la que separa el enfoque estructural de Parsons, centrado
en las interrelaciones de los diferentes subsistemas
institucionales que forman parte de un sistema mayor (perspectiva
caracterizada por un elevado nivel de abstracción en el que,
como dice Blau, "la gente desaparece de vista" a favor de las
normas y valores institucionalizados,
que son los que regulan las conductas y mantienen el orden
social), del enfoque de Coleman, que se preocupa por la conducta
de los individuos, no por las instituciones sociales, conductas
que se supone pretenden racionalmente maximizar la utilidad de los actores. Como
consecuencia de los planteamientos de Lenski y Parsons, por un
lado, y de Homans y Coleman por otro, Merton, como es notorio,
llega a la conclusión de que "el análisis estructural
en sociología debe ocuparse sucesivamente de los
fenómenos de nivel micro y macro, […] y desarrollar
conceptos, métodos y datos para articular el micro con
el macroanálisis"(1976: 123), empeño que le parece
abordable sólo desde una pluralidad de paradigmas y no desde una
única teoría (Merton, 1976: 116).
Por su parte, Blau se pregunta agudamente cuál sea
la noción antitética a la de estructura social, y
responde que es "el caos, lo amorfo, la conducta
idiosincrática que carece de regularidades observables"
(1975: 7); y de nuevo Merton es quien mejor percibe el origen de
tales regularidades o pautas en los constreñimientos
externos que las condiciones sociales imponen a las conductas de
los individuos. Pero otras contribuciones del libro editado por Blau apuntan
en distintas direcciones a la hora de identificar la antítesis de la estructura: para
Lipset es el cambio social que surge de las contradicciones que
contienen todos los sistemas sociales, y para Coser son los
procesos sociales, sobre todo los caracterizados por conflictos
que abocan a cambios sociales. Y concluye Blau: "El análisis
de las condiciones estructurales ha de ser complementado por el
de los procesos históricos a través de los que las
estructuras sociales cambian continuamente: de otro modo no
podremos entender, y podemos incluso pasar por alto, la dinamica
del desarrollo estructural" (1975:
9). Pero permítaseme discrepar de Blau respecto de cuál
sea la noción antitética a la de estructura social,
pues no creo que sea la de caos, sino como sugerí más
arriba la de individualismo metodológico: la oposición
no debe plantearse entre una realidad ordenada y otra
caótica, sino entre un todo articulado y las partes o
"átomos" que lo integran. Vayamos, pues, siquiera sea
fugazmente, al individualismo metodológico.
5. El individualismo
metodológico.
El individualismo metodológico viene a mi juicio
ejemplarmente representado en la imagen de Leviatán que
ilustra la portada del libro de Hobbes: su gran corpachón
está constituido por multitud de cuerpecillos humanos que,
conjuntamente, componen, integran y crean la sociedad y el Estado. En la misma
línea, pero ahora en el terreno argumental y no en el
gráfico, Stuart Mill sostiene que "las leyes de los
fenómenos sociales no son, ni pueden ser, otra cosa que los
actos y pasiones de los seres humanos", esto es, "leyes de la
naturaleza humana individual"; los hombres no se convierten, "una
vez agrupados, en otra clase de sustancia, con
diferentes propiedades" (apud Lukes, 1975: 139 y n.4). Y
por recordar a otro notorio individualista metodológico (que
rechaza el psicologismo de Mill), es Popper quien sostiene "la
importante teoría de que todos los fenómenos sociales
y, especialmente, el funcionamiento de todas las instituciones
sociales, deben ser siempre considerados resultado de las
decisiones, acciones, actitudes, etc., de los
individuos humanos, y de que nunca debemos conformarnos con las
explicaciones elaboradas en función de los llamados
'colectivos' (estados, naciones, razas, etc)" (1985, II:
283).
Steven Lukes, en su estudio sobre el individualismo,
recoge una rotunda cita de Watkins, para quien "los
fenómenos sociales a gran escala deben explicarse por las
situaciones, disposiciones y creencias de los individuos. Esto es
el individualismo metodológico" (apud Lukes, 1975:
143, n.14). Pues bien, el individualismo metodológico es, o
puede ser, algo más, ya que no se trata sólo de "una
doctrina de la explicación", como cree Lukes (1975: 137),
sino que contiene un poderoso componente de nominalismo que
descansa en la banalidad de que las sociedades están
compuestas de personas, en el presupuesto ontológico de
que sólo son reales los individuos, o en la tosquedad
metodológica de afirmar que aólo son observables los
individuos, y que todo lo demás excede de la prudencia de
Occam.
La posición diametralmente contraria al
individualismo metodológico es, en mi opinión, la de
Durkheim, que en un
archicitado pasaje de Les régles sostiene que "La
sociedad no es una simple suma de individuos, sino que el sistema
formado por su asociación representa una realidad
específica que tiene sus caracteres propios. […] Por
consiguiente, todas las veces que un fenómeno social es
explicado directamente por un fenómeno psíquico, se
puede asegurar que la explicación es falsa" (1978: 116). Es
verdad que en esa misma página Durkheim va más
allá de lo razonable, sosteniendo, por ejemplo, que "el
grupo piensa, siente y obra de un modo completamente distinto que
sus miembros", expresándose, pues, en términos de una
incómoda reificación que no hay
por qué tomar al pie de la letra; y menos aceptable aún
sería caer en la tentación del antropomorfismo, en la
que se intentaría describir y explicar las propiedades
sociales como propiedades individuales ampliadas, por así
decirlo. Por cierto, Leviatán es antropomorfo:
¿podría ello sugerir que el planteamiento hobbesiano es
menos individualista de lo que a primera vista parece?
Ciertamente, los textos que habitualmente se aducen para poner de
manifiesto su atomismo social no son concluyentes y, en todo
caso, la figura gigantesca que encarna la sociedad sugiere
más bien que el todo es más que la suma de sus partes,
o que está adornado con propiedades que no son reductibles a
las de los individuos que lo componen.
Pero no me importa tanto en este momento el todo cuanto
su disposición: más que de "holismo metodológico"
hablo aquí de estructura. Quiero decir que no se trata de
insistir en la muy metafísica cualidad de
totalidad, sino en la más empírica y abarcable de
sistema (el sistema social) que, si lo es, lo es gracias a su
estructura.
Por su parte, y desde el campo de la economía,
Buchanan hace explícito su individualismo metodológico
(que considera esencial para la teoría de la public
choice) no sólo apelando al supuesto clásico de que
"los individuos persiguiendo sus propios intereses pueden generar
de manera no intencional resultados que sirvan al interés 'social' general"
(1988: 258), sino rechazando toda interpretación
teleológica del proceso económico que trate de extender
la maximización al conjunto social, e incluso afirmando la
inexistencia de un decisor o preferidor colectivo. Lo que implica
que la teoría económica "sigue siendo básicamente
individualista", y que extiende "el modelo de comportamiento racional
individual a la política" (1988: 264-265), por más que
puedan diseñarse y construirse instituciones o reglas que
limiten un ejercicio de los intereses privados que lleve consigo
la explotación de otros individuos, e incluso orienten dicho
ejercicio al apoyo del interés general. La discusión de
estos supuestos, como los que se encuentran a la base de la
teoría de la acción colectiva, habrá de quedar,
claro es, para mejor ocasión. Baste ahora con indicar que en
el campo de la sociología las cosas son diferentes: uno de
los teóricos que pasa por ser un conspicuo individualista
metodológico, James Coleman, señala muy al principio de
su monumental Foundations of Social Theory que su
posición acerca de qué sea una adecuada
explicación científica es una variante del
individualismo metodológico, pero una variante bastante
especial:
No se supone que la explicación de la conducta
sistémica consista sólo en agregar acciones y
orientaciones individuales. Se acepta que la interacción
entre individuos produce fenómenos emergentes a nivel del
sistema, esto es, fenómenos no deseados ni previstos por
los individuos. Más aún, una explicación
concreta no tiene por qué descender hasta el nivel
individual para ser satisfactoria (1990: 5).
Tal moderación prácticamente impide calificar
la posición de Coleman como individualista
metodológica, o por lo menos obliga a una visión menos
maniquea de las posiciones teóricas en este punto.
Quizás el caso de Homans sea, en cambio, más claro: en
un en su tiempo famoso artículo afirma de sí mismo ser
un ultimate psichological reductionist que trata de
identificar "la conducta social elemental, esto es, lo que sucede
en los grupos pequeños cuando dos o tres personas están
en posición de influirse unas a otras: el mismo tipo de cosa
de la que en definitiva están compuestas las grandes
estructuras llamadas 'clases', 'empresas', 'comunidades' y
'sociedades'" (1958: 597). Pues bien, su conclusión es que
dicha conducta social elemental consiste en un intercambio de
bienes, materiales o no, lo que a su
juicio "tiene la ventaja incidental de que puede acercar la
sociología a la economía" (1958: 598). En todo caso, y
apoyándose en referencias empíricas consignadas por
Blau en su The Dynamics of Bureaucracy (1955), llega a la
conclusión de que a partir de su paradigma de la conducta
social elemental como intercambio de bienes materiales o
simbólicos, puede aprehenderse el conjunto de la estructura
social (cf.1958: 606). Pocos años más tarde, criticando
las teorías funcionalistas, Homans insiste en aproximar la
sociología a la economía y a la psicología,
sosteniendo que la cuestión importante no versa sobre el
equilibrio de la sociedad (como pensaban los funcionalistas),
sino sobre la conducta de los individuos (1964: 814); con lo que
"los principios explicativos de la
sociología no son sociológicos, como los funcionalistas
creen, sino psicológicos: proposiciones acerca de la
conducta de los hombres, no sobre la conducta de las sociedades"
(1964: 815). Y es que, dice, "cuando tratamos seriamente de
explicar fenómenos sociales, […] nos encontramos de hecho
utilizando, lo admitamos o no, lo que he llamado explicaciones
psicológicas" (1964: 817). Con lo que, en mi opinión,
hay que estar en profundo desacuerdo.
Una posición que tipifica con rara propiedad las relaciones del
individualismo metodológico con los supuestos clásicos
de la economía es la de Infantino, que rechaza "la
reificación de los conceptos colectivos. […] Son
necesarios, porque son signos taquigráficos
[stenogrammi] que permiten una comunicación inmediata y
rápida. Pero no son entes dotados de una vida separada,
autónoma, […] independiente de los individuos y de sus
acciones, a las que se refieren sintéticamente. […] Por
consiguiente, existen sólo los hombres" (1995: 11-12). El
autor cita como apoyo una frase de Popper en una entrevista, según la cual
"lo que verdaderamente existe son los hombres, y lo que no existe
es la sociedad" como entidad separada de los individuos (vid.en
1995: 12); y, aunque no sea el caso, igual podría haber
citado también a la Sra.Thatcher, en cuya opinión
there is no society, only individuals and their families,
como recoge Richard Sennett (1995: 43). Quizás convenga
recordar aquí que la posición popperiana al respecto
tiene más de metodológica que de ontológica, como
pone de manifiesto un texto muy conocido (y más matizado que
el procedente de la entrevista): "la creencia
en la existencia empírica de conjuntos o colectivos sociales
[…] debe ser reemplazada por el requisito de que los
fenómenos sociales, inclusive los colectivos, sean
analizados en función de los individuos y sus acciones y
relaciones" (Popper, 1989: 409).
Para Infantino, el núcleo de la ciencia social se
encuentra en el estudio de las consecuencias no intencionales de
la acción humana intencional, y su método "atribuye el
origen y cambio de las normas y de las instituciones sociales a
la agregación [composizione] de acciones
individuales" (1995: 13). El autor se sitúa con insuperable
claridad en la tradición que lleva de Mandeville y Hume a
Adam Smith, y de éste a
Hayek, según la cual no existe un orden social intencional
que sea producto de la razón,
sino un orden no intencional que es el resultado imprevisto de
las acciones individuales: puede así renunciarse a la tesis
que se supone abusivamente racionalista de que la vida colectiva
responde a una dirección deliberada, ya
que el orden viene producido por los propios actores sociales de
manera no consciente y sin que nadie coordine sus acciones. "Nace
así, de manera no intencional, una trama de
condiciones o normas que se generalizan y regulan el 'comercio' social" (1995: 17).
En otras palabras, el autor propone trasladar el paradigma
económico liberal del mercado regulado por la mano
invisible al sistema social, avecinando así la
sociología a la economía, y confinando la sociedad,
junto con los demás Kollektivbegriffe, a la
categoría de flatus vocis. Pues bien, pudiera parecer
que Popper se sitúa en la misma línea cuando afirma,
dos veces en la misma página, que "la tarea de las ciencias
sociales teóricas es descubrir las consecuencias inesperadas
de nuestras acciones" (1989: 410), pero no es así: ello no
las coloca, a su entender, cerca de la economía, sino "muy
cerca de las ciencias naturales
experimentales" (ibidem). No es del caso entrar aquí
en las razones y en las consecuencias de tal opinión: baste
con señalar su no coincidencia con la línea
economicista indicada por Infantino.
6. ¿Una escuela
neoestructuralista?
Separándome de la opinión de García
Selgas, a quien la etiqueta le parece excesiva o, al menos,
precipitada (cf.1994: 115 y n.20), creo que podría
quizás hablarse de una escuela estructuralista o
neoestructuralista constituida por Bourdieu y Giddens, en la
medida en que ambos, y no sólo ellos, tratan de superar el
dualismo entre estructura y acción, el primero con su
concepto de habitus y el segundo con la teoría de la
estructuración. No tratan estos autores, pues, de
replantear, continuar o actualizar el estructuralismo, en el
sentido específico en que me referí más arriba a
tal término, sino de algo mucho más concreto: entender la
relación que existe entre la estructura social y los
individuos integrantes de la sociedad ("los socios", como a veces
digo). No es este el lugar adecuado para intentar una
presentación de estas conocidas teorías (cosa de cierta
dificultad, en especial por lo que se refiere a la de Giddens, de
suma complejidad y rica terminología), pero sí de
señalar que muchos de sus rasgos tienen que ver de manera
muy directa con algunas de las cuestiones aquí
discutidas.
Por comenzar con la propuesta de Giddens, la teoría
de la estructuración no se limita a pretender superar la
dualidad existente entre la estructura social y la acción de
los individuos miembros de la sociedad, sino que trata de hacer
otro tanto con lo objetivo y lo subjetivo, lo
macro y lo microsociológico, la larga y la corta
duración, el análisis institucional y el de la
acción: dimensiones todas ellas que de distintas formas
tienen que ver con la dicotomía básica constituida por
la estructura social y la acción social. Ante todo, hay que
tener presente que para Giddens la estructura no determina la
acción de los individuos: la condiciona, desde luego, pero
al mismo tiempo la hace posible. Y es que la estructura social es
un conjunto de reglas (significados y sanciones,
básicamente) y recursos sociales (sobre todo
autoridad y propiedad) que
está presente en toda interacción, pero que no impide a
los agentes actuar de forma alternativa a la que dichas reglas y
recursos prescriben (en alguna ocasión utiliza el autor la
imagen de quien está encerrado en una habitación,
dentro de la cual se mueve libremente). Ni el presente ni el
futuro están, pues, determinados por la
estructura.
Pero esas reglas y recursos que están
permanentemente presentes en la vida social son, se nos dice,
como huellas de la memoria, frecuentemente
implícitas o no conscientes, pese a lo cual constituyen la
base de un eficaz conocimiento práctico (análogamente a
como sucede con las reglas gramaticales y el uso del lenguaje). La conducta fluye
constantemente, con frecuencia entre rutinas que reducen la
ansiedad y la inseguridad, produciendo
resultados intencionales y no intencionales: pues bien, el
más importante entre estos últimos es reproducir la
estructura social, consecuencia inevitable para los agentes; y es
a este juego circular de la estructura, presente en la
acción y reproducida por ella, a lo que el autor llama
dualidad de la estructura.
Se observará que los resultados no intencionales de
la acción no juegan aquí el mismo papel que entre los
individualistas metodológicos, pues para éstos producen
un ordine senza piano, que decía Infantino, mientras
que aquí tampoco han intencionalidad, pero sí que hay
plano: la estructura que ha de ser reproducida está presente
en la acción social, y es reproducida por ésta. No hay
aquí, pues, mano invisible alguna, ni autorregulación
social (pese a la explícita simpatía que Giddens
manifiesta por la teoría de la autopoiesis), ni, por tanto,
asimilación de la sociedad al mercado.
Lo que integra la sociedad es la reciprocidad de las
prácticas en la interacción social cotidiana, mientras
que la integración del sistema
descansa en la reciprocidad entre los grupos en espacios y
tiempos amplios. Pues bien, la integración social
(consecuencia de las prácticas cotidianas) es condición
de la integración sistémica (que implica continuidad en
la larga duración). Estructura y acción son así
las dos caras de un proceso continuo en el que la acción
viene posibilitada, limitada y dotada de sentido por la
estructura, generando la continuidad de las prácticas
sociales, muchas de cuyas reglas no afloran en la conciencia de
los agentes. Mientras que la estructura es reproducida de manera
inevitable y no intencional por la reciprocidad de dichas
prácticas en la interacción de individuos y grupos.
Como ha sabido ver García Selgas, no estamos, pues, ante un
intento de "síntesis entre la
conceptualización del agente y la teorización de la
institucionalización social", sino ante "una realidad
dinámica, material,
situada y recurrente, en y por la que se
constituyen aquellas dos realidades" (1994: 124). O, en palabras
del propio Giddens, que constituyen el punto B.2 de sus "nuevas
reglas",
Las estructuras no deben conceptualizarse como si se
limitaran a imponer restricciones a los agentes, sino que
también los capacitan para la acción. Eso es lo que
llamo la dualidad de la estructura. En principio, las
estructuras pueden siempre ser examinadas en términos de
su estructuración como series de prácticas
reproducidas. Indagar acerca de la estructuración de las
prácticas sociales es intentar explicar cómo son
constituidas las estructuras a través de la acción y,
recíprocamente, cómo la acción es constituida
estructuralmente (1976: 161).
Por su parte, el intento de superar la disyunción
entre estructura y acción que lleva a cabo Pierre Bourdieu
arranca de su rechazo de la antinomia entre el objetivismo (tomar
como objeto de conocimiento las estructuras sociales subyacentes
e independientes de los individuos) y el subjetivismo (atender en
cambio a cómo sea la experiencia del mundo de los individuos
y su consiguiente actuación)(cf. 1991: 47). El punto de
partida es reconocer nuestro dominio práctico de la vida
cotidiana, basado en un acervo de disposiciones para la
acción adquiridas sobre todo en las fases más tempranas
del proceso de socialización, que van
surgiendo para llevar a cabo las prácticas sociales (incluso
las actitudes y movimientos físicos), y suministran un
"sentido práctico" que permite a los individuos una variedad
de estrategias en las distintas
situaciones en que pueden encontrarse: tales disposiciones
constituyen el habitus, y dependen del medio social en que
han cristalizado, por lo que el habitus varía
según el origen social: es duradero, y reviste contenidos
diferentes en las distintas clases sociales. La
práctica es el producto de la relación entre la
estructura social y el habitus, y siempre está
referida a las condiciones materiales de la existencia de los
agentes, siendo el factor primordial de la reproducción de
las relaciones sociales; como dice Sánchez de Horcajo, "la
historia de cada individuo no es sino una cierta
especificación de la historia colectiva de su grupo o de su
clase" (1979: 93), por lo que puede decirse que el habitus
de cada individuo es la manifestación del habitus de
la clase a que pertenece.
En resumidas cuentas, existen estructuras sociales
objetivas independientes de los individuos, que constriñen
su actuación sin determinarla (sólo la condicionan, de
modo que la acción social se desarrolla en una variedad de
estrategias posibles) y sirven de base a los esquemas de percepción, pensamiento y acción de
los individuos, esto es, al habitus, el cual puede
considerarse como el lugar de interiorización de lo exterior
y exteriorización de lo interior: entre el sistema de
regularidades objetivas y las conductas directamente observables
interviene siempre la mediación del habitus. Ahora
bien, tanto aquellas estructuras como estos esquemas tienen un
origen social: las primeras a través de la pugna cotidiana
que se da en ciertas áreas de la vida social (los "campos")
para conservarlas o cambiarlas, los segundos a través de
procesos de socialización diferenciados en las distintas
subculturas. O, si se quiere, podría decirse que la historia
se objetiva en las instituciones ("campos" en los que se produce
una "exteriorización de lo interior" a través de las
relaciones entre los agentes) y se encarna en los individuos (las
disposiciones que componen el habitus, que es resultado de
una "interiorización de lo exterior" que recoge las
condiciones de vida y las experiencias sociales). Pero el proceso
recursivo en el que las estructuras sociales permiten dar
razón del habitus de los agentes, y éste, a su
vez, de las prácticas sociales que son responsables de la
reproducción de las estructuras, no excluye el cambio
social: la reproducción de las estructuras, en especial las
que implican relaciones de fuerza física o violencia simbólica entre
grupos o clases, supone obviamente la posibilidad de su
modificación (Sánchez de Horcajo, 1979: 93).
Tanto la estructuración de Giddens como el
habitus de Bourdieu implican una concepción de la
acción no individualista, sino situacionista, lo que es
criticado por Colin Campbell. El sociólogo británico
cree que se ha abandonado la tradición weberiana de la
comprensión motivacional de la conducta humana al rechazar la
explicación que el actor ofrece de su propia conducta. Para
el "situacionalismo social", como Campbell llama a este
planteamiento, el objeto de la sociología es la acción
social, esto es, la conducta que tiene un significado social
constituido y definido por la situación en que se produce; y
es que "el situacionismo tiende a emplear el adjetivo 'social' en
lugar de 'humano'" (1998: 98). Lo que, en mi opinión, es muy
apropiado para una ciencia social, esto es, una ciencia que tiene
como objeto de conocimiento la dimensión social del ser
humano. Campbell se interesa por el sentido puesto por el sujeto,
suponiendo que es estrictamente personal y subjetivo: aun cuando
así fuese (lo que es muy dudoso, pues también ahí
está presente el grupo, la sociedad), a la sociología
no le interesa lo subjetivo, sino lo intersubjetivo, esto es, el
sentido "socialmente puesto", compartido y, por tanto,
objetivo.
La comprensión weberiana del sentido de la
acción, contra lo que cree Campbell, no está muy lejos
de lo que él llama "situacionalista", porque si bien
Weber identifica el
significado que ha de ser comprendido con el que el individuo
atribuye a sus propios actos, da por sentado que los
fenómenos significativos resultan de acuerdos
intersubjetivos bajo la forma de supuestos de sentido común,
que considera evidentes por sí mismos. Recuérdese que
para Weber "la tarea de la sociología […es] comprender,
interpretándolas, las acciones orientadas por un sentido.
[…Pero] ninguna interpretación de sentido, por evidente
que sea, puede pretender, en méritos de ese carácter de
evidencia, ser también la interpretación causal
válida. En sí no es otra cosa que una
hipótesis causal particularmente evidente" (1964:
8-9). Y como ya dije en ocasión anterior, a mi juicio, "lo
relevante de la posición weberiana es la articulación
de ambas cosas, del propósito comprensivo y del
causal-explicativo, en orden al entendimiento de la acción
social tal como se desarrolla históricamente", lo que
está muy lejos tanto del individualismo metodológico
como del psicologismo, ya que "Weber distingue entre el sentido
que objetivamente luce en una acción y es directamente
observable (acerca del cual se produce una comprensión
actual), y el sentido que subjetivamente pone el actor en una
acción como motivo (y que permite una comprensión
explicativa basada en la secuencia más amplia en la que
cobran su relieve dichos motivos); la
primera es una comprensión directa, observacional, del
sentido que objetivamente tiene el acto en sí, en tanto que
la segunda es indirecta, a partir de los motivos que pone en
juego el actor tal como se expresan en el sentido de una
secuencia de actos en la que el acto particular se explica"
(Beltrán, 1988: 348 y 350). Pues bien, en uno y otro caso se
trata de un significado "socialmente puesto", objetivo, que es
tratado como si fuera el sentido subjetivo puesto por el
actor.
En un brillante artículo escrito hace ya algún
tiempo, Salvador Giner se enfrenta con la cuestión que opone
estructura y sujeto (o, si se prefiere, holismo e individualismo
metodológico), y lo hace por medio de una evaluación crítica del método
de análisis que llamamos "lógica situacional":
"según mi interpretación, dice, algunas de las
posibilidades que se esconden en este enfoque parecen permitir un
análisis estructural (holístico) que a su vez cumpla
con los requisitos de una sociología que asuma la existencia
del significado y la intencionalidad en la conducta humana"
(1977: 111). Para ello parte de varios postulados popperianos que
yo me permito a mi vez resumir en la tesis de que la mayoría
de la gente actúa racionalmente, ajustando los
propósitos de su acción a los recursos a su
disposición, de modo que dicha acción resulta
explicable en términos de la situación en la que
ocurre, sin necesidad de apelar a unos contenidos de la
conciencia sociológicamente inaccesibles. Y cabe concluir
que la disputa entre estructuralistas e individualistas
metodológicos podría saldarse reconociendo
que
las necesidades prácticas de la vida social […]
obligan a los hombres a vivir a través de coaliciones,
instituciones, clanes y comunidades que adquieren una
autonomía específica. Esta autonomía relativa
les viene conferida por el constante proceso de
reificación que sufre la interacción humana […],
reificación que no es nunca permanente, que está
siempre en doble proceso de estructuración y
desestructuración, y ello en gran manera de un modo
conflictivo. El estudio objetivo de las entidades reificadas,
hijas de la interacción humana […], es posible, más
aún, necesario, y no ha sido otro el campo tradicional de
la empresa sociológica: su
corriente principal de estudio ha sido durante largo tiempo el
análisis estructural, y promete continuar siéndolo
(Giner, 1977: 131).
Baste, pues, esta reivindicación del análisis
estructural, que comparto sin reservas, para concluir este
recorrido, que comenzaba intentando perfilar una cierta
noción de la estructura social, y que ha terminado
recordando de la mano de Giddens y de Bourdieu el carácter
estructurante y estructurado de la estructura social. Con lo que
no parece descaminado poner punto final recordando una vez
más, y por muchas razones que tienen que ver con lo
discutido en estas páginas, el brocardo ya clásico de
Berger y Luckmann: "La sociedad es un producto humano. La
sociedad es una realidad objetiva. El hombre es un producto
social" (1968: 83-84).
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