- 1. Los
orígenes: de la influencia anarquista a la Tercera
Internacional - a) El Movimiento
Campesino - b) El Movimiento
Obrero - c) Los movimientos de
clase media y el Movimiento Estudiantil
- 3. La autonomía
de los movimientos sociales y las nuevas formas de
resistencia - 4. La
globalización de las luchas
sociales - Notas
- a) El Movimiento
1. LOS ORIGENES: DE LA
INFLUENCIA ANARQUISTA A LA TERCERA
INTERNACIONAL
Los movimientos sociales clásicos de la región
latinoamericana tuvieron una fuerte influencia anarquista, sobre
todo en su fase inicial de formación, a través de la
migración europea,
principalmente italiana y española, de fines del siglo XIX y
comienzos del XX. Estos inmigrantes anarquistas se dirigieron
hacia las zonas rurales eventualmente, pero principalmente hacia
las zonas urbanas formando las primeras levas de movimientos
obreros, que eran básicamente artesanos y trabajadores de
pequeñas actividades económicas. El anarquismo se
presentaba como una ideología muy adecuada a
la forma de vida de estos obreros pues existía una
correspondencia entre las actividades que desarrollaban estos
artesanos y pequeños empresarios y los aspectos esenciales
de la ideología anarquista. A partir de la Primera Guerra Mundial y
posteriormente durante los años veinte, la expansión de
las manufacturas en la región, crea condiciones para el
surgimiento de un proletariado más industrial, que
tendrá su pleno desarrollo con los procesos de
industrialización de la década del treinta.
Los movimientos anarquistas tuvieron un auge importante
en toda la región entre 1917 y 1919, que se expresó en
huelgas generales profundamente significativas y que abrieron un
proceso de
sindicalización del movimiento obrero, como el
caso de Perú en 1919, Brasil en 1917, Argentina en
1918, México igualmente por la
misma época. Se crea un clima político generalizado
favorable a la Huelga General como forma de
lucha principal. Estas huelgas generales no tenían, en
algunos casos, un objetivo claro, buscando una
especie de disolución del Estado; en otro casos,
podían tener reivindicaciones específicas como la
reducción de la jornada a ocho horas por día y mejoras
salariales y de condiciones de trabajo y de vida de los
obreros, como es el caso de la huelga de 1919 en el Perú.
Sin embargo, son reprimidas brutalmente sin poder acumular fuerzas,
generando una autocrítica en gran parte del movimiento
anarquista que va a conducirlos al bolchevismo.
Estos movimientos huelguísticos, estuvieron
también marcados por la influencia de la revolución rusa, tanto la
revolución bolchevique como
la del 10 de febrero de 1917, y por ese proceso revolucionario
general y huelgas generales que habían sido
características en la revolución de 1905. La corriente
bolchevique llamada "maximalista" era, en general, compuesta por
anarquistas que pensaron que el bolchevismo era una
manifestación del propio anarquismo. Esta visión, bajo
la cual el bolchevismo era una forma de "maximalismo", se mantuvo
hasta 1919-1920, cuando los bolcheviques rusos se confrontan con
los Kronstadt que habían sido uno de los brazos principales
de la revolución de 1917 y que entran en choque con el
gobierno bolchevique, siendo
reprimidos tenazmente. A partir de ahí parte de los
anarquistas comienzan a alejarse del bolchevismo y las corrientes
que se mantuvieron fieles al mismo formarán los partidos
comunistas.
En síntesis, este período
va a marcar la transición del anarquismo, con su
versión maximalista que se destruye junto con las huelgas
generales brutalmente reprimidas, a los movimientos comunistas
latinoamericanos. Hasta los años veinte, a pesar de la
importancia que la Internacional Socialista tuvo en Europa, los partidos
socialdemócratas europeos no llegaron a tener una influencia
significativa en América Latina, excepto
en Argentina que fue el único país que tuvo
representación en la II Internacional. A partir de los
años 20 el movimiento obrero de la región se incorpora
al campo del marxismo con especial
énfasis en su versión comandada por la Internacional
Comunista.
Los campesinos sufrían bajo una fuerte
dominación de los señores de tierra que los sometía a
condiciones extremamente negativas de cultivo y organización. Solamente las
comunidades indígenas poseían los medios para auto dirigirse, a
pesar de las represiones que sufrieron históricamente. Ellos
fueron la cabeza de una insurrección popular que fue una
referencia fundamental en todo la región: la Revolución Mexicana de 1910,
que va a tener una base campesina extremamente significativa. La
lucha contra el porfirismo es una lucha democrática
conducida básicamente por partidos democráticos de
clase media, pero que por
necesidad de base política se aproximan a los campesinos,
produciéndose de esta forma una articulación muy fuerte
entre el movimiento campesino y las luchas
democráticas mexicanas. Ahí también se empieza a
configurar un vínculo más claro entre movimiento
campesino y movimiento indígena, que en el caso mexicano es
muy significativo, a pesar de que los movimientos campesinos no
se presentan como movimientos indígenas. Sin embargo, los
líderes estaban articulados a sus orígenes
indígenas, sobre todo Zapata, que tiene una fuerte
representatividad como líder indígena, a
pesar que no basar su liderazgo específicamente
en ello. En aquel momento, el movimiento está volcado
fundamentalmente hacia la cuestión de la tierra.
Junto a esto, es necesario destacar también el
papel específico de los movimientos campesinos, que llegaron
a tener un auge relativamente importante en América Central
durante los años 20-30, cuando ya existía una
explotación de campesinos asalariados directamente
subordinados a empresas norteamericanas que los
organizan en las actividades exportadoras. En esta región se
formaron bases importantes de lucha por la reforma agraria que debido a
la fuerte presencia estadounidense se mezclaron con las luchas
nacionales contra la dominación norteamericana. Este es el
caso del sandinismo, de las revoluciones de El Salvador, que
lideró Farabundo Martí, de las huelgas de
masas cubanas y, en parte, de la Columna Prestes en Brasil, que a
pesar de no tener una base campesina, sino fundamentalmente
pequeño burguesa, va a entrar en contacto con la población campesina,
desarrollando una cierta interacción de este
movimiento de clase media de origen militar con el campesinado.
Sin embargo, no se puede hablar de un movimiento campesino
realmente significativo en este período en
Brasil.
El movimiento obrero latinoamericano ha sido el otro
sostén de las fuerzas populares en el continente y encuentra
su base material en la primera ola de industrialización
durante la primera década del siglo XX. Podemos decir que se
consolida como movimiento mucho más sólido en los
años 20, desde el marxismo leninismo, esto es, de la
influencia bolchevique y de la revolución rusa que se
sobrepone a la segunda internacional y al anarquismo, a pesar de
que este última marca su fase germinal. Este
aspecto es muy importante para configurar las
características principales del movimiento obrero
latinoamericano, sobre todo desde el punto de vista
ideológico.
Paralelamente a este fenómeno, existieron algunas
zonas mineras relativamente importantes, con un proletariado
asalariado que tenía reivindicaciones propias bastante
más colectivas, cuya formación tuvo menos influencia
anarquista. Tal vez esto explique el hecho de que en Chile
existía un partido demócrata con base obrera minera muy
significativa, antes del desplazamiento de estos trabajadores
hacia el Partido Comunista Chileno, lo que da también a este
partido diferencias respecto al resto de los partidos comunistas
latinoamericanos, porque nace de una base no propiamente
anarquista, dentro de una concepción políticas más
próxima a la socialdemocracia, a pesar de
que el Partido Demócrata chileno no era propiamente un
partido socialdemócrata, sino un partido más
próximo del radicalismo, correspondiente a los partidos
pequeño burgueses de tipo liberal. En otro países de
América Latina también existieron presencias mineras
importantes, como en el caso de Perú, Bolivia, Colombia. Sin embargo, el
movimiento minero boliviano sólo va a alcanzar su auge en la
década de los 40-50, llegando a ser protagonista de la
revolución boliviana.
c) Los movimientos de clase
media y el Movimiento Estudiantil
El ala del movimiento obrero que luego formará los
partidos comunistas se aproximará a sectores de la clase
media en torno a objetivos democráticos,
como es el caso de los "tenientes" en Brasil, que sería un
movimiento social de clase media militar, con objetivos de
democracia política.
Otros movimientos de clase media como el Aprismo peruano, se
adhieren a una plataforma de tipo nacional democrática,
levantando banderas como la democracia política, el
antiimperialismo, la defensa de las riquezas nacionales, la
reforma agraria, la industrialización asumida como una tarea
del Estado, etc. Otro tema que la clase media también
levantó de manera muy orgánica durante los años 20
y condujo a un movimiento social propio fue la reforma
universitaria, que tuvo como expresión principal las luchas
del movimiento estudiantil en Córdova en Argentina, de gran
impacto en el ambiente universitario y
político latinoamericano, que exigían la
participación de los estudiantes en la conducción de la
universidad, la reforma
curricular, la apertura de la universidad hacia los procesos
sociales.
En México, la lucha a favor de la reforma
universitaria asumirá ciertas banderas
nacional-democráticas y étnicas que no fueron bien
asimiladas por los partidos comunistas y por ciertas alas de la
izquierda, aunque finalmente el movimiento educacional mexicano
va a tener su gran expresión en la Educación Socialista que tendrá
su auge durante los años 30. No se puede dejar de considerar
como parte de los movimientos sociales, los movimientos
culturales y artísticos, como es el caso del muralismo
mexicano, que formó parte del movimiento de la
Revolución Mexicana o procesos como la revolución
modernista de Brasil en 1922 y otros movimientos similares,
principalmente durante los años 20, que buscaban que el
arte se aproximase más al
pueblo y fuese su expresión mayor. Estos movimientos
culturales tuvieron su expresión en el regionalismo entre
los años 30 y 40, que parten de un rescate de visiones
locales, y se proyectan con un sentido universal.
Este conjunto de movimientos hasta los años 30, va
a definir una plataforma de reivindicaciones de los movimientos
sociales de la región, teniendo en primer lugar la
cuestión de la tierra, de ahí la importancia de la
Revolución Mexicana; la cuestión minera, que representa
la cuestión nacional, sea de la propiedad de las minas o de
una participación de los Estados que abrigan los yacimientos
en la renta de las minas; las cuestiones salariales que ya
están articuladas con las otras reivindicaciones,
principalmente en las zonas mineras y en las zonas proletarias
urbanas, sobre todo cuando el movimiento obrero urbano se va
constituyendo más claramente en un movimiento
asalariado.
2. EL POPULISMO Y LAS LUCHAS
NACIONAL-DEMOCRATICAS
El conjunto de movimientos sociales que surgen a lo
largo de las primeras décadas del siglo XX, con base
cultural propia, con proyectos propios, van a tener la
oportunidad de aproximarse al poder en los años 30 y 40 con
la formación de los gobiernos populares y populistas. Estos
gobiernos buscan apoyarse en esas bases populares y estructurar
ese movimiento en el contexto de una gran lucha nacional
democrática, integrando todas esas fuerzas sociales y
culturales dentro de un movimiento de contenido nacional
democrático que va solidarizarse con los movimientos
anticoloniales afro-asiáticos después de la Segunda Guerra Mundial, pero
que ya había incorporado muchos puntos comunes dentro de los
movimientos antiimperialistas de los años 20 hasta la
Segunda Guerra Mundial. Los
comunistas consiguieron colocar estos diversos movimientos dentro
de una misma lógica nacional
democrática en la medida en que avanzaba la lucha
anticolonialista.
Después de la Primera Guerra Mundial, en la medida en
que se van constituyendo gobiernos más próximos a estos
movimientos, estos se van articulando más con los Estados
nacionales. Un ejemplo claro de este proceso es el caso mexicano,
que ya en los años 20 nos muestra como los movimientos
campesinos y obreros se articulan al PRI (Partido de la
Revolución Institucional), y al gobierno de la
revolución mexicana.
La base social no son ya los inmigrantes, sino los
obreros urbanos del proceso de industrialización de los
años 20, este movimiento obrero va a tender hacia la ruptura
con el movimiento anterior. En algunos lugares, como en el caso
de Argentina, donde se presentará de manera más clara
un cierto rechazo al antiguo movimiento obrero radical por parte
del nuevo proletariado de origen campesino, migrante rural sin
ideología. Este nuevo obrero va a aproximarse mucho más
de los dirigentes del proceso de industrialización dando
lugar a los llamados movimientos populistas: el peronismo en Argentina, el
varguismo en Brasil, el propio caso mexicano, a pesar del
carácter más radical
del cardenismo, que se apoya en antecedentes más
sólidos en base a la revolución mexicana. Pero el
cardenismo es, en cierta forma, una expresión de la
vinculación entre movimiento campesino y movimiento obrero y
otros movimientos sociales, como el estudiantil, con los
objetivos nacional democráticos. Durante los años 40 se
empieza a consolidar el fenómeno del populismo. En el caso
de Chile, durante el gobierno del Frente Popular, que era
compuesto abiertamente por partidos de izquierda: el Partido
Socialista, el Partido Radical de origen más
democrático y los comunistas.
En esta fase el Partido Socialista chileno consigue
absorber gran parte del movimiento obrero joven chileno y se
aproxima a los comunistas. La unidad entre socialistas y
comunistas se va a colocar sólo en los años 50, en un
momento crucial en 1952, con la primera candidatura de Allende.
En esta nueva fase se perfila también el movimiento
revolucionario boliviano, que va a hacer converger los mineros y
los campesinos en la lucha por la reforma agraria, la
nacionalización de las minas, la formación de una
democracia radical de masas. Todo esto fue posible a pesar de la
desconfianza entre ambas partes. Los mineros siempre pensaron en
una reforma agraria más basada en la propiedad colectiva de
la tierra , mientras que los campesinos defendían la
pequeña propiedad rural, y esto provocó diferencias que
dividieron el movimiento de la revolución.
Históricamente, en la década del 60 produjo una
contra-revolución basada en el movimiento campesino e
indígena, contra los mineros, que también se apoyaron
en los obreros urbanos, produciéndose una ruptura entre la
llamada alianza obrero-campesina. En el caso mexicano, campesinos
y obreros continuaron básicamente dentro de la
revolución mexicana, gran parte de la tierra fue
colectivizada de forma que el movimiento campesino se mantuvo en
una perspectiva relativamente socialista, a pesar de que el
indigenismo mexicano procuró resaltar siempre los peligros
de esa concepción colectivista considerada ineficiente,
burocrática y autoritaria.
De esta manera, se definía el perfil nacional
democrático como formador de la nueva clase obrera.
Dependiendo de la capacidad de comunistas y socialistas de
adoctrinarla en una perspectiva socialista, se hacía posible
articular la cuestión nacional y el antiimperialismo que
motivaban las luchas nacionales en el continente bajo la
dominación del capitalismo norteamericano en
expansión en el mundo, hasta convertirse en el centro
hegemónico del sistema mundial después de
la Segunda Guerra Mundial. La Alianza
entre la Unión Soviética y los EE.UU. durante la
Segunda Guerra Mundial, se prolonga hasta 1947 cuando la
política de la Guerra Fría transforma los
anteriores aliados en enemigos, a partir de este momento EE.UU.
es transformado por los comunistas en enemigo de los
trabajadores, mientras los servicios de inteligencia norteamericanos
trabajan para romper las alianzas entre comunistas, socialistas y
social cristianos que se habían implantado durante la
Segunda Guerra Mundial. Al ponerse en evidencia el carácter
imperialista de la política estadounidense que se había
olvidado durante la Alianza Democrática antifascista,
empieza a desarrollarse un nuevo frente antiimperialista que
encuentra su punto más alto en Brasil a fines de los
años 50, después del suicidio de Getulio Vargas
amenazado de "impeachment" y en el gobierno Kubistchek-João
Goulart. En este perído los comunistas, colocados en la
ilegalidad en 1947, después de solo 2 años acción política
legal, vuelven a hacerse semi-legales durante los primero 4
años de la década del 60, particularmente durante el
gobierno de João Goulart, entre 1961 y 1964. En este momento
la tesis de la unidad entre la
burguesía nacional y el movimiento popular
obrero-campesino-estudiantil se convirtió en un principio
estratégico fundamental. Esta concepción ha sido sin
embargo derrotada por los golpes de Estado, como el de 1964 en
Brasil, el de Onganía en Argentina (1966), y nuevas
experiencias militaristas como la de Hugo Banzer en
Bolivia.
En esta misma época surgía una nueva realidad
estratégica en América Latina. La declaración de
Cuba como una República
Socialista en 1962, en respuesta a la invasión de Bahía
Cochino, introdujo en la región la cuestión del
socialismo como forma
inmediata de transición hacia un nuevo régimen
económico-social colectivista. Esta nueva experiencia
pasó a influir sectores significativos de las fuerzas
políticas de izquierda alcanzando su expresión más
elaborada en el programa socialista de la Unidad
Popular en Chile. Entre 1970 y 1973 se intentó, en este
país, una experiencia absolutamente insólita: realizar
una transición hacia un régimen de producción socialista en
condiciones de legalidad democrática.
Esta experiencia introdujo una nueva dimensión en el
movimiento obrero de la región y de todo el
mundo.
La violencia de la represión
de los gobiernos militares impuesta en Chile y en otros
países contrastaba con la experiencia de un gobierno militar
nacional-democrático en Perú, iniciado en 1968 por
Velasco Alvarado. El regreso de los peronistas a la legalidad en
Argentina y su victoria aplastante en las elecciones de 1972
había generado pánico en las clases
dominantes y en los centros de poder imperialista. Era el
desastre total si se consideraba la eminente derrota de Estados Unidos en Vietnam.
Más que nunca la represión y el terror estatal se
desarrollaron hasta sus formas más radicales. No hay duda
que el terror fascista inaugurado por Pinochet y profundizado por
los golpistas argentinos llevó hasta el paroxismo la
represión en la región.
A pesar de las huelgas de masas de los trabajadores de
las grandes empresas agrícolas exportadoras – que
sostuvieron a Sandino o impusieron la huelga de masas en El
Salvador el movimiento campesino solo vino a alcanzar una
victoria significativa durante la revolución en Guatemala con Arbenz en 1952 y
particularmente en la revolución boliviana cuando las
milicias campesinas y mineras tomaron la dirección del país.
En la década de los 50 se iniciaron las Ligas Campesinas
lideradas por Francisco Julião en Brasil. En los años
60 la estrategia anti-insurreccional
comandada por los militares estadounidenses absorbió
finalmente la propuesta de una reforma agraria ordenada que se
aplicó sobre todo en el Chile demócrata-cristiano bajo
la presidencia de Eduardo Frei. Esta reforma agraria se hizo
más radical, completa y profunda en los años 1970-73
bajo el gobierno de la Unidad Popular, teniendo como presidente
Salvador Allende.
A lo largo de todos estos años, la
reivindicación por la tierra estuvo en el centro de las
luchas populares y de la alianza obrero campesina, con fuerte
apoyo estudiantil y de sectores de la clase media urbana. Estas
reivindicaciones llegaron hasta la Revolución Sandinista en
Nicaragua. Se puede decir, sin embargo, que en las décadas
de los 80 y los 90 el fuerte control de las multinacionales
sobre la producción agrícola en vastas regiones del
continente cambió dramáticamente el sentido de la lucha
campesina. Entre 1960 y 1990 se completó un proceso de
emigración del campo a la ciudad que expulsó
definitivamente vastas capas de pequeños propietarios
agrícolas y consolidó la gran y mediana empresa agroindustrial,
articuladas con las transnacionales agrícolas o
manufactureras de productos agrícolas. Se
desarrolla la figura del asalariado agrícola estacional y
surge un nuevo movimiento campesino de carácter sindical,
con pequeña presión sobre la
tierra.
El caso brasileño es paradigmático: los "boias
frías" (así llamados por la comida fría que llevan
para sus precarias refecciones en un espacio agrícola ultra
especializado y mecanizado) inundan las zonas rurales y solamente
en la década del 80 resurge una demanda por tierra en la
medida que aumenta el desempleo en las zonas rurales y
pequeñas ciudades, generando una población desempleada
que busca retornar a la tierra. De ahí surge el Movimiento
de los Sin Tierra (MST) que presiona por una reforma agraria
más ágil pero no cuestiona la legislación de
tierras del país que dispone la compra de las tierras no
cultivadas a precio de mercado para distribuir entre los
campesinos sin tierra. La fuerza del MST no deriva tanto
de la radicalidad de su demanda por la tierra sino de sus
métodos de ocupación
de la misma para forzar la reforma agraria y de sus métodos
de gestión comunitaria de
las tierras asentadas por ellos, así como su concepción
socialista de una economía donde los campesinos pueden
alcanzar su pleno desarrollo. Su preocupación con la
tecnología agrícola de
punta, por las cuestiones ambientales y por la educación de sus cuadros y de sus hijos
los colocan a la vanguardia de la sociedad brasileña. Sus
principales banderas de lucha se resumen en: tierra, agua y semillas, en el la
pugna por la soberanía alimentar en
Brasil. Ellos se preparan así para enfrentar las
transnacionales agroindustriales en una perspectiva de largo
plazo que choca a los conservadores brasileños.
Es necesario resaltar sin embargo un fenómeno nuevo
que hace posible esta concepción de largo plazo del
Movimiento de los Sin Tierra: ellos cuentan con el fuerte apoyo
de la pastoral de la tierra en Brasil. La Iglesia ha decidido que no
puede entregar el más grande país católico del
mundo a la saña de las elites explotadoras de este
país. Una revolución social anti-católica
sería un golpe definitivo en el catolicismo como religión con pretensiones de
universalidad.
En esta fase se incorporan cuestiones totalmente nuevas:
El indigenismo, no solo visto como tal sino como una crítica cultural
campesina, donde el campesinado reivindica también su
conservación y no simplemente su eliminación en una
sociedad superior. La cuestión étnica se presenta en
dos vertientes diferenciadas, la cuestión étnica
campesinaindígena y étnica campesina-negra. Es
necesario hacer una distinción entre ambas tendencias porque
los negros formaron un movimiento fundamentalmente campesino, que
asumió la lucha contra el esclavismo, contra la
dominación española en Cuba, participó en la
revolución cubana y los
procesos de liberación de otros países en la
región. Los negros se organizaron con mucha facilidad y
llegaron a constituir una parte importante de ese movimiento
obrero no-europeo, no-socialista, pero encuadrado en esa
vertiente populista. A pesar de que los comunistas consiguieron
en algunos lugares una base importante en el movimiento negro,
siempre negaron la especificidad de este movimiento y estuvieron
contra la idea que asumiese una forma específica. La
propuesta siempre fue que ellos se incorporaran a las luchas por
las libertades civiles, negando de esta forma su contenido
étnico. Esta visión étnica de la cuestión
negra solo se va a proyectar a partir de la década de los
60, teniendo como una de las referencias principales al "black
power" en Estados Unidos, donde se produce una ruptura con la
visión de los derechos civiles, y los negros sostiene que
no quieren ser iguales a los blancos, por lo tanto, sus luchas no
son por la igualdad con los blancos sino
por el derecho de ser negros. Esta perspectiva se expresa en la
idea de "black beautiful".
El contenido étnico del movimiento indígena
renace en los años 70, cuando los indígenas reivindican
sus orígenes como una estructura ideológica
para las luchas sociales contemporáneas, y exigen el
liderazgo de los movimientos guerrilleros. El indigenismo aparece
fuertemente en América Latina en los años 70 en las
luchas guatemaltecas donde dejan claro que la guerrilla estaba
dirigida por indígena, a pesar de la participación
externa, siempre subordinada al liderazgo indígena. Esta
vertiente va a tener una cierta expresión en México,
que luego va a tener una manifestación especial en el
zapatismo, donde la vertiente indígena asume el
carácter de una postura ideológica propia, que tiene su
inspiración indigenista pero tiene también un objetivo
universal. Este reconocimiento e identidad indígena
americana es un fenómeno muy profundo y expresivo, que
pretende también ser mundial: indígenas de diferentes
regiones del mundo, buscan formar un movimiento donde el
indigenismo tiene que ver con una postura ecológica, de una
relación fuerte con la naturaleza, con una
ideología opuesta al capitalismo y también las
vertientes estalinistas del marxismo, pretendidas fuerzas
progresistas que ven el progreso como un camino eliminador de las
formas anteriores.
Por otro lado se da la emergencia del movimiento
femenino aunque, cabe resaltar, éste existe en todas las
épocas como parte de otros movimientos sociales, como el
movimiento negro, del movimiento por las luchas civiles que tiene
como objetivo principal la igualdad de derechos entre los
hombres, etc. El movimiento femenino a partir de la década
del 60 comienza a reivindicar no solo que los derechos civiles de
las mujeres sean incorporados a la sociedad moderna sino que la
sociedad incorpore la visión femenina del mundo. Esto supone
la participación de la mujer en la cultura, ya no como un
elemento pasivo, sino a partir de una reestructuración de la
cultura que acentúa, sobre todo, el papel de la vida. La
mujer representaría una
visión del mundo a partir de la vida, como portadora de la
misma, sino con una percepción del mundo desde
el punto de vista de la vida, y esto modifica totalmente la
visión de la sociedad y del mundo.
3. LA AUTONOMIA DE LOS
MOVIMIENTOS SOCIALES Y LAS NUEVAS FORMAS DE
RESISTENCIA
25 años de experiencia neoliberal, comandadas a
nivel internacional por el FMI y por el Banco Mundial, sumergieron
nuestros países en graves problemas económicos que
llevaron los movimientos sociales de la región a la
defensiva. El desempleo, la inflación, la caída de los
niveles salariales, la falta de inversiones sean productivas,
de infraestructura, o sociales y la ausencia de nuevos empleos
como consecuencia de esta situación forman un conjunto de
fenómenos que va destruyendo el tejido social,
desestructurando las lealtades institucionales, rompiendo los
lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la criminalidad en
sus diversas formas de expresión. Las armas principales del movimiento
obrero, como la huelga y otras formas de interrupción del
trabajo, pierden fuerza en la medida en que amplias masas de
desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre
dispuestas a sustituir a los trabajadores activos. Las posibilidades de
luchas callejeras alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y
el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen
retroceder el movimiento que va perdiendo sus objetivos y abre
camino a la acción del "sub-proletariado" que no dispone de
programas de lucha organizados
y consecuentes.
Estos años de recesión fueron combinados
también con un período similar de represión
institucional y regímenes de excepción apoyados en
formas de terror estatal. En realidad, estos regímenes
empezaron antes de la fase de recesión sistemática.
Esta debería ocurrir en la década del 70 pero fue
retrazada debido a la captación de recursos externos en forma de
préstamos internacionales a bajo precio como consecuencia
del reciclaje de los
petrodólares. En la década del 80 empieza la exigencia
de pago inmediato de los intereses aumentados debido al
crecimiento del principal bajo la forma de "renegociaciones"
irresponsables de las deudas e incrementados debido al aumento de
las tasas internacionales de interés a partir de las
decisiones adoptadas por el Tesoro de Estados Unidos.
Esta combinación de recesiones sucesivas,
regímenes de excepción, terrorismo de Estado y rebaja
del nivel de vida de los trabajadores fue seguida de una ofensiva
ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y
a las mejoras obtenidas por el conjunto de la población
durante los años de crecimiento económico. La
ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la
segunda mitad de los años 80, con la política
derrotista de los liderazgos políticos de la Unión
Soviética y de la Europa Oriental. A partir de la caída
de los regímenes del llamado "socialismo real" se abrió
una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un
verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una
crítica al capitalismo o al quimérico "libre mercado"
era inmediatamente segregado de los medios de
comunicación de masas. Era la época del "fin de la
historia", del fin del socialismo
y del marxismo.
Durante los últimos veinticinco años los
movimientos sociales de la región estuvieron pues bajo el
impacto de situaciones críticas. Sin embargo no debemos
culparlas en nombre de las dificultades económicas, pues era
posible superarlas con políticas de preservación del
interés nacional, rehusándose a pagar una deuda
internacional altamente cuestionable y tasas de interés totalmente
insanas. Sin embargo prevalecieron los intereses ligados al pago
de los servicios de la deuda, con las renegociaciones de la misma
y las inmensas comisiones en moneda fuerte que pagaban. Se
afirmó en este período una típica burguesía
"compradora" en la región que se impuso progresivamente
sobre los capitales locales, impedidos por las políticas
neoliberales de sacar ventajas de los cambios del comercio mundial que fueron
casi totalmente aprovechados por los países asiáticos
que no dependían tan directamente de los préstamos
internacionales para sostener sus políticas de exportación y de crecimiento
económico. Ayudados por reformas agrarias profundas,
realizadas en la pos Segunda Guerra Mundial, estos países
disponían de mercados internos más
amplios y de políticas educacionales profundas que buscaban
neutralizar la influencia de regímenes socialistas en el
sudeste asiático. Es natural por lo tanto que el movimiento
obrero renaciera en la región durante este periodo bajo
formas más cautelosas buscando el apoyo de los liberales y
de la Iglesia que se apartó de los regímenes
dictatoriales que en el pasado favoreciera, para asumir ahora las
banderas de los derechos humanos, de la
amnistía y del restablecimiento de la democracia.
En este ambiente, las propuestas neoliberales
encontraron un campo fértil y se enraizaron totalmente en
virtud de la auto-destrucción del socialismo soviético
y euro-oriental. En realidad la concepción neoliberal
penetró definitivamente en los partidos de izquierda
llegando a su formulación más sofisticada en la llamada
Tercera Vía que se explicitó en la década del 90.
Se trataba de articular la tesis de que no hay alternativa para
la concepción neoliberal de la economía. Esta
economía expresaría la eficacia del libre mercado que no
garantiza sin embargo los derechos sociales de los trabajadores.
Sería necesario en consecuencia combinar el neoliberalismo económico
con un programa de políticas sociales (o compensatorias,
como lo plantean el FMI y el Banco Mundial al aceptar los
efectos negativos "provisionales" de la "transición" hacia
el "libre mercado"). Era evidente la debilidad teórica y
práctica de esta propuesta que fue en seguida abandonada en
la medida en que el neoliberalismo se hacía cada vez
más insostenible tanto en el plano teórico
doctrinario como práctico.
El movimiento obrero se encuentra aún bajo el
efecto de estas confusiones ideológicas pero ha recuperado
buena parte de su capacidad política durante el crecimiento
económico sostenido de 1994 al 2000 cuando el desempleo
cayó en Estados Unidos de 12% a 3,4%. La demostración
de la posibilidad de volver al pleno empleo provocó un
renacimiento de la militancia
sindical americana, incluso en la reorientación de la
central sindical AFL-CIO hacia tesis progresistas. En
América Latina el movimiento obrero del período estuvo
en ascenso solamente en Brasil en los años 70, parte de los
80 y en algunos momentos aislados de los 90. La explicación
de la pérdida de combatividad del movimiento obrero en los
últimos años se encuentra en las dificultades de
convivir con el desempleo creciente resultante de la
situación recesiva permanente.
De las fuerzas clásicas del movimiento popular en
la fase nacional democrática, el movimiento estudiantil fue
el que más sufrió al ahogarse en el mundo del debate ideológico y
sufrir el impacto de la ola neoliberal. De ser el centro de las
luchas sociales se convertía en movimiento de
reivindicaciones sectoriales, lo que fue aislándolo cada vez
más. La expansión de las universidades privadas y del
número de estudiantes universitarios de clase media
disminuyó el carácter de elite intelectual que este
tenía hasta el inicio de la década de los 70. Podemos
decir que ha perdido mucha de su fuerza no sin haber dejado un
rastro ideológico profundo como resultado de los movimientos
de 1968. Su programa se hace cada vez más radical en los 70,
separando estudiantes y masas populares. La represión
terminó afectando también el movimiento estudiantil
disminuyendo su militancia y su liderazgo
ideológico.
En los años 80 y 90 ganaron una fuerza especial los
movimientos de los barrios llamados "marginales" y hoy
"excluidos". Su organización creciente consiguió sin
embargo mayores recursos fiscales para su infraestructura, a
pesar de insuficientes para romper sus dificultades básicas.
Las organizaciones de mujeres jugaron
un papel fundamental en el movimiento de pobladores,
organizándose para la autogestión de recursos dirigidos
a cubrir necesidades básicas de alimentación, seguridad y servicios, basados en
el espíritu comunitario y fuertes lazos de solidaridad. Ejemplos claros de
este fenómeno son los comedores de madres y los comités
del vaso de leche en Perú.
Asimismo, el aumento de la actividad comercial de
drogas prohibidas, sobretodo
la cocaína, ha abierto la
posibilidad de un relativo enriquecimiento de los miembros de
verdaderos ejércitos de criminales organizados. Una
situación similar a la de Chicago en los años de 1920 y
1930. Esta presencia de los factores criminales entre los barrios
miserables, como es el caso de Brasil, ha justificado una
adhesión creciente de partidos de izquierda y de los
movimientos populares con responsabilidad de gobierno a
las técnicas de la
represión social. Al abandonar la tortura y otros
comportamientos violentos en el plano político, las fuerzas
de la represión volvieron a concentrarse en la
represión de los pobres y criminales de origen
popular.
Al mismo tiempo, los movimientos
sociales son cada vez más afectados por las fuerzas sociales
emergentes. Este es el caso de los movimientos de género, los indígenas,
los negros, la defensa del medio ambiente y otros. Ellos
imponen nuevos temas a la agenda de las luchas sociales. Su punto
de partida asume formas liberales, expresados en la defensa del
derecho de votar, de garantizar jurídicamente sus derechos
en bases iguales a la fracción masculina dominante, de
valorizar sus características propias, de reconocer su
identidad y sus características étnicas como parte
sustancial de la cultura nacional. Con el tiempo, estas
reivindicaciones pasan a integrar todo un proyecto cultural que exige el
rompimiento con la estructura económico social que
generó el machismo, el racismo, el autoritarismo. Se
encuentra una identificación sustancial entre el modo de
producción capitalista, como fenómeno histórico,
con estas formas culturales que penetran profundamente en todo la
superestructura de la sociedad moderna. Las propias raíces
de estas llagas se encuentran en la pretensión de una
racionalidad iluminada que tendría a Occidente como cuna y
que justificaría el colonialismo, despreciando
sustancialmente la importancia de las culturas y civilizaciones
del Oriente o de las comunidades indígenas
pre-colombinas.
Los movimientos sociales empiezan así a romper con
toda la ideología de la –modernidad como forma superior y
como única expresión de la civilización. Este
enfoque ha dado una fuerza muy especial a los movimientos
sociales al presentarlos como fundamento de un nuevo proceso de
civilización pluralista, realmente planetario, post-racista,
post-colonial y quizás post-moderno.
Finalmente, durante esta fase es necesario destacar dos
características fundamentales: en primer lugar, la identidad
de los movimientos sociales empieza a reivindicar una cierta
autonomía, sale del marco de los partidos comunistas, de las
reivindicaciones nacionaldemocráticas y desarrollistas, para
asumir una autonomía bastante significativa, que da origen y
se vincula a la cuestión ciudadana de lucha por los derechos
civiles y se confunde con las luchas contra las dictaduras en
América Latina. Esta va a ser una de las principales
vertientes de las ONGs, de tal forma que se empieza a dar una
interacción de entre los movimientos con una relativa
autonomía de los partidos políticos, y las
ONGs apoyan esta autonomía.
En segundo lugar, se presenta una tendencia a la
formación de partidos políticos a partir de estos
movimientos. La expresión más avanzada de esta
tendencia es el Partido de los Trabajadores en Brasil. Existen
también otras organizaciones políticas impregnadas de
esa visión ideológica, una sociedad civil que se esta
formando y que proyecta sobre el Estado la gran
cuestión que la sociedad civil todavía no
resolvió: en la medida en que ella crece y gana importancia,
su relación con el Estado deja de ser simplemente
crítica para ejercer también hegemonía sobre el
Estado. A partir de este momento, la postura crítica se
transforma en una postura positiva, que se expresa en propuestas
de políticas de Estado y que viene constituyendo una nueva
fase en formación de diseño de un nuevo
programa de políticas públicas que absorbe parte del
programa nacional democrático-desarrollista anterior pero
con críticas significativas que incluyen esas nuevas
demandas ecológicas, democráticas en términos de
participación
política, este autonomismo se convierte en una
reivindicación más democrática y ejercicio de
influencias sobre el poder. Todo esto va constituyendo un nuevo
espacio político que no resolvió sus contradicciones
entre autonomía y gestión del Estado, entre democracia
en el sentido de afirmación autónoma y el sentido de
gestión del Estado, entre reivindicaciones autónomas y
políticas públicas y el poder de transformar las
condiciones materiales.
4. LA GLOBALIZACIÓN DE
LAS LUCHAS SOCIALES
Después de Seattle en 1999, los encuentros del
Foro Social Mundial en Porto Alegre y las
manifestaciones de masa que lo sucedieron en varias partes del
mundo ya se perfila una nueva realidad de los movimientos
sociales que indican una dinámica no solamente
defensiva sino también ofensiva. Este fenómeno ya
estaba inscrito en las movilizaciones de 1968 pero cobra un
significado especial después de la caída del campo
soviético cuando las luchas sociales ganan la dimensión
de un gigantesco movimiento de la sociedad civil contra la globalización
neoliberal. Su articulación con fenómenos
políticos se hace más evidente y se expresa en el
surgimiento de formas de lucha insurrecciónales nuevas, como
el Zapatismo en México y sus desdoblamientos internacionales
en la convocatoria por la lucha contra el neoliberalismo que
atrajo personalidades de todo el planeta; la emergencia de
movimientos indígenas de resistencia que terminan
derrocando gobiernos y dando origen a partidos y nuevos gobiernos
como en Bolivia y Ecuador; el éxito electoral del
Partido de los Trabajadores en Brasil, Uruguay, Venezuela que surge de una
articulación de los movimientos sociales. Todos estos
fenómenos latinoamericanos forman una nueva ola de
transformaciones sociales que tiene fuertes raíces en los
nuevos movimientos sociales nuevos y en su articulación con
las fuerzas de los movimientos sociales clásicos, con la
evolución de la izquierda
en su conjunto y hasta con los sectores nacionalistas de las
clases dominantes produce un complejo proyecto histórico
aún en construcción que se
expresa también el los procesos de integración acompañados
de una creciente densidad diplomática entre
los gobiernos latinoamericanos.
El programa alternativo que se dibuja en la región
no puede restringirse a una resistencia económica y
cultural, más aún cuando la historia de América
Latina pasa por un largo periodo de estancamiento económico
con el abandono del proyecto desarrollista nacional
democrático confrontado a hierro y fuego por la
represión imperialista y gran parte de la clase dominante
local; cuando la historia de este período se confunde con la
dominación brutal de los intereses financieros sobre la
economía, colocando las fuerzas productivas a su servicio, incluso el Estado
que aumenta su intervención para transferir recursos hacia
este sector; cuando todo esto se hace en nombre de una
ideología reaccionaria que se presenta como la
expresión última de la modernidad y como el "pensamiento único",
resultado del fin de la historia. En tales circunstancias el
programa alternativo debe asumir un carácter global, el de
un nuevo marco teórico y
doctrinario que proponga una nueva sociedad, una nueva
economía, una nueva civilización.
Mientras esta tarea de décadas se desdobla, se van
dibujando luchas parciales que asumen un carácter cada vez
más sustancial. La integración regional latinoamericana
por ejemplo gana dimensiones concretas en el MERCOSUR, la Comunidad Andina de Naciones y
en el proyecto del ALBA y la Comunidad Sudamericana que cuenta
con el apoyo sustancial del ideal bolivariano. Al mismo tiempo,
este ideal es convertido en doctrina de Estado y de gobierno en
Venezuela, inspirándose en la dinámica de la democracia
participativa profundamente articulada con la lógica de los
movimientos sociales.
Muchas serán aún las novedades
ideológicas, políticas y culturales que surgirán
en este nuevo contexto. En el proceso electoral de Lula en Brasil
se unieron sectores sociales hasta entonces desarticulados en
búsqueda de un nuevo bloque histórico que articulase
las fuerzas de la producción en contra de la dominación
del capital financiero. Un perfil
similar se dibujó en Argentina después de los grandes
movimientos de masa que cuestionaron radicalmente el programa
neoliberal. En toda la región se habla de un nuevo
desarrollismo que busca crear las condiciones de una nueva
política económica
que restaura en parte los temas y la agenda de los años 60 y
70 adaptando la misma a las nuevas condiciones de la economía mundial. Lo que
importa es la voluntad política, los aspectos técnicos
son secundarios y fácilmente obviados por el amplio
desarrollo de los profesionales de la región.
Varias son las manifestaciones concretas de la nueva
propuesta que deberá sustituir la barbarie intelectual del
pensamiento único neoliberal y que incorporará la
región a una nueva realidad política e ideológica.
Esta nueva propuesta pone en debate las grandes cuestiones del
destino de la humanidad y los movimientos sociales
representarán el terreno fértil en que brotarán
las soluciones cada vez más
radicales pues son las raíces que estarán en juego: la desigualdad social, la pobreza, el autoritarismo, la
explotación. Toda esta agenda estará de nuevo en la
arena de la historia.
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Mónica Bruckmann1 y Theotonio Dos
Santos2
* Este artículo se encuentra bajo la licencia
Creative Commons.
Acceso al texto completo:
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/reggen/pp13.pdf
1. Socióloga, investigadora de la Red y Cátedra UNESCO-UNU Sobre
Economía Global y Desarrollo Sustentable
REGGEN
2. Profesor titular de la
Universidad Federal Fulmínense