Ya sucedió antes con Peter Drucker o Robert
Skidelsky; se trata de un síndrome típico de
economistas de empresas que, de
buenas a primera, sentimos la necesidad de escribir acerca del
sistema
político-económico mundial. En los dos casos
citados, el propio sistema se
traslucía en los párrafos de sus autores, pues se
trataba de críticas demoledoras al comunismo
soviético, con impaciencia por implantar el entonces
denominado "sistema de libre mercado".
Ahora Stiglitz, premio Nobel de Economía de 2001 por
sus aportaciones a la Teoría
financiera, hace una crítica
implacable a este sistema conocido ahora como 'globalización' y carga las tintas contra el
Fondo Monetario
Internacional, sobre todo por su indiferencia ante las
consecuencias inhumanas de sus políticas
y el peligro de sus injerencias en las soberanías
nacionales.
Esta crítica resulta sumamente ilustrativa y
acerca al lector menos técnico la comprensión de
los mecanismos que influyen en la inflación, el desempleo, los
movimientos de capitales, etcétera.
A lo largo de todo el libro, se
sigue de primera mano la experiencia en las altas instancias
'globales' de un hombre que
está viendo pasar la historia ante sus ojos y que
tiene facultad para influir en ella. Se hace un repaso casi
exhaustivo de todos los países en los que el FMI ha causado
algún despropósito y se dan a conocer los nombres y
apellidos de los responsables de las decisiones
incorrectas.
El caso de Rusia es uno
de los más llamativos, por la brillantez de las sentencias
que realiza este autor, en refutación de tesis
oportunistas y fanáticas sobre la apertura y la
desregulación; lo que él llama "atajo hacia el
capitalismo".
A diferencia de éstas, la postura de Stiglitz no
tiene inconveniente en reconocer al régimen
soviético como más próspero y solidario que
el capitalismo este-europeo actual. En aquél, se
mantenían bajos los precios que
más onerosos resultaban a los pobres; ahora sólo se
mantienen bajos los que podrían perjudicar el interés de
los especuladores, mafiosos y 'amiguetes'.
Un hombre tan leído, admirado y laureado como
Stiglitz no puede describir un panorama apocalíptico,
porque sabe que sin duda haría cundir el pánico.
Su mensaje es esperanzador, pero no por eso tembloroso, pues su
rotundidad nos permite apreciar algunas características
del mundo actual: el mal funcionamiento del mercado o su
inexistencia o la sinrazón de las políticas
estadounidenses, de cara al exterior, predicando el
ultraliberalismo, al tiempo que se
trata de socorrer a sus multinacionales de la competencia
coreana, a través de las influencias del gobierno
americano en el FMI. La excusa del Fondo es que el éxito
de sus políticas habrá de verse a largo plazo, pero
Stiglitz considera demostrado que esto no es cierto.
Hay dos matizaciones que se podría hacer a la
crítica de Stigliz. La primera es que pone a salvo al
Banco Mundial,
de donde había sido despedido como economista jefe, y nos
muestra esta
institución como una entidad cuasi-benéfica, aunque
se trata de un banco. La otra es
que las actividades inicuas del FMI son tratadas como errores y
no como fechorías; se atribuyen a rigideces
ideológicas (fundamentalismo de mercado) de los
responsables del Fondo y no a la intención de
desestabilizar a otros países o a sus empresas, hipótesis que niega expresamente. Stiglitz
no puede ser ostensiblemente descalificador con autoridades que
le son muy cercanas, aunque en ciertos pasajes del libro
insinúa e incluso llega a afirmar que las acciones de
Estados Unidos
a través del FMI estarían destinadas a favorecer a
determinados intereses particulares.
El autor se detiene en los 'especuladores',
salvaguardando así el anonimato de dichos intereses, y no
entra directamente a poner en duda a las multinacionales
norteamericanas. Como economista moderno reconocido defiende la
necesidad de incentivos para
que la economía de mercado funcione, pero advierte que la
desigualdad excesiva obstruye el crecimiento
económico. En numerosos asuntos económicos, se
muestra abiertamente partidario de la intervención del
Estado (el
Gobierno), especialmente, cuando la situación puede ser
dramática en términos sociales.
No obstante, cuando se habla de 'intervención' en
la terminología económica actual, no se está
haciendo referencia al empleo de
capital
público en iniciativas empresariales, sino al socorro de
empresas y bancos en apuros.
También parece incluirse en este concepto el
establecimiento de marcos reguladores que hagan funcionar los
mercados como se
supone que sería más conveniente para el
interés general. En otros casos, apela a una
versión restringida del keynesianismo (políticas
fiscales y monetarias expansivas) que no incluye la
creación de empresas públicas.
Se hace una descripción de marcos institucionales,
comparando la legislación de países menos
desarrollados con la de Norteamérica o Europa;
también se analiza con agudeza la repercusión de
las estructuras
agrarias en la economía de una nación.
Sin embargo, todo planteamiento de Economía normativa
queda prácticamente restringido a la regulación del
sistema
financiero y las políticas monetaria y fiscal.
Nada se reclama en cuanto al establecimiento de sistemas
asistenciales o derechos sociales, pero hace
una advertencia implacable: La subsanación de los
perjuicios sociales y humanos derivados de las políticas
erróneas sale más barata que la
reestructuración de los mercados
financieros.
En definitiva, en contraste con la contundencia del
lenguaje
utilizado, que es muy de agradecer por su didáctica, la crítica que se ejerce
resulta, en términos generales, más suave de lo que
cabría esperar de un intelectual con acceso a la información más relevante. En muchos
aspectos de la política del Tesoro
estadounidense y su reflejo en el FMI, los principales y nocivos
logros -la crisis
mexicana, asiática o argentina- se nos presentan como
efectos colaterales. Esto es más bien un fallo, puesto que
aparentemente se está restando importancia a hechos
dramáticos y eso podría denotar un disimulo
prepotente, si no fuera porque Stiglitz se encarga de confirmar
su imparcialidad en el conjunto de la obra.
A pesar de todo, no deja de sorprender que un miembro
ostensible del sistema, instalado en él como una celda en
medio de un panal, se decida a desahogarse contra sus instituciones,
como lo hemos hecho otros que ocupamos celdas periféricas.
En todo momento se vislumbra un cierto ánimo de
sinceramiento tendente a esquivar al mismo tiempo el pegajoso
discurso del
sistema y los enfados previsibles de los aludidos. En qué
medida lo consigue es algo que el lector deberá
juzgar.
Notas
* Traducción de la edición
original en inglés
Globalization and its discontents por Carlos Rodríguez
Braun
Stiglitz, Joseph E.,
Los felices 90. La
semilla de la destrucción
Madrid, Santillana, 2003, 415 pp.
Como se ha dicho en otras ocasiones, los mejores economistas de
la historia han sido marxistas y los mejores marxistas han sido
economistas. Por eso no es de extrañar que el
último libro del izquierdoso Stiglitz lleve un
subtítulo tan provocativo, que se diría
hipócrita, si no fuera por la sinceridad de su contenido y
por los precedentes publicados. Este autor que afirma comprender
a los "anti-globalización" ha sido destituido por las
buenas del Banco Mundial (BM), después de haber alcanzado
el rango de Economista Jefe. Anteriormente fue asesor del
presidencial Consejo de Asesores Económicos de Bill
Clinton y en su estancia en el BM ha pasado décadas
visitando países pobres y realizando portentosos trabajos
de investigación en el mundo de las finanzas
corporativas. Afirma tener vocación académica, pero
eso en el mundo anglosajón y más concretamente, en
un campo como las finanzas empresariales, resulta casi una
herejía.
El ambiente de
Stiglitz resulta turbulento, por el entorno de personas
vinculadas a su etapa profesional (entre ellos, Alan Greenspan,
siendo presidente de la Reserva Federal). A pesar de ello,
él conoce con fundamento las desgracias causadas por las
decisiones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Al lado de
ellas, resulta una bendición perder su empleo en el BM,
dada su formación y su país de origen. Ahora
Joseph
Stiglitz se dedica a algo totalmente revolucionario en su
entorno: Redistribuir el
conocimiento.
Desde el punto de vista histórico, es una suerte
contar con un Economista de izquierdas después de 1989,
pero lo es más si éste ha recibido el premio Nobel
en el año 2001 y cuenta con la admiración de una
generación de investigadores en finanzas empresariales a
la que pertenezco. No obstante, el libro Los felices 90 no es
únicamente un libro entretenidísimo para un
economista, sino un libro de historia fácil de leer y
portador de lecciones para todo lector ocasional.
El planteamiento, ya sea de forma intencionada o por
calidad
científica, es ajeno a los frecuentes planteamientos
esperanzadores y justificativos que tanto proliferaron
precisamente en aquella década.
Como best-seller del siglo XXI, rezuma el aroma de
decepción de otros libros que he
reseñado para esta misma revista, sin
ir más lejos, El malestar en la
globalización, del mismo autor. De forma
simultánea y escalonada, hasta la actualidad, se han
publicado otros comentarios del mismo libro, como el de
Basu[1], entrevistas
con Stiglitz, como la de Greg Palast y
colaboraciones del propio economista[3] en
revistas, antes y después de publicar el libro sobre la
década pasada. En una de estas publicaciones, Stiglitz
comenta un artículo de Rogoff y Prasad[4]
(antiguos economistas jefes del FMI) que viene a dar la
razón a la idea que aparecía en El Malestar en la
Globalización: Las recetas del FMI son nocivas para los
países que las obedecen.
A pesar de que parafrasea a Marx en el
título, sigue adoptando, formalmente, un planteamiento de
reformismo utópico, al igual que lo hiciera en el libro
anterior; no obstante en el artículo mencionado de 2004,
declara expresamente que los planteamientos ideológicos
erróneos coinciden irónicamente con determinados
intereses económicos, en referencia a los especuladores de
Wall Street. Se sigue acusando al FMI y al Tesoro estadounidense
y se hace extensiva la crítica a la Reserva Federal, por
su implicación en aquellos "errores" que
otorgaron[5] a Estados Unidos una ventaja competitiva sobre
otros países. Acusa al FMI de falta de
transparencia.
En este nuevo libro, aborda la Economía
mundial y la estadounidense (que, según reconoce, se
confunden en un mismo objeto) desde una aproximación
progresista y empieza a confrontar los intereses privados con los
públicos, como ya adelantó en el penúltimo
libro, pero de una manera más resolutiva y
explícita y, sobre todo, con una gran didáctica, en lo referente a
detalles.
Adopta una perspectiva histórica más
reciente y, desde ese punto de vista, supera, como es
lógico, a la obra anterior, de la que conserva un cierto e
imprescindible matiz constructivo, aunque algo más
realista. Como si hubiese aceptado la crítica que en
aquél se le hizo, desdeña la posibilidad de
equivocación ingenua en el FMI y afronta el
despropósito de los intereses perversos.
El libro anterior, por el contrario, tenía otro
encanto, puesto que se hacía un tour por los países
en crisis y se contaba, como desde dentro, el documental de los
hechos ocurridos, de las lesiones infligidas por el todopoderoso
EEUU. Este libro es, en cambio, una
autocrítica de alcance colectivo, made in USA, sin duda
igual de valiente y con el aliciente de que se explican
fenómenos económicos con mayor detenimiento, para
feliz comprensión del profano en tales temas. Se
podría afirmar que el anterior era un libro más
político y éste más científico, si
bien nunca estarán nítidas las
características de lo uno y lo otro.
Se nos explican las cosas tal y como son en realidad: La
interdependencia entre países, la política
estadounidense de predicar sin el ejemplo, el triste trasfondo
económico de la crisis de Argentina, la presión de
grupos de
interés empresariales a favor de recetas
macroeconómicas.
Se habla de temas que han supuesto alguna controversia,
como los incentivos a directivos basados en opciones sobre
acciones o el escándalo del caso Enron. Dedica un
capítulo entero al encumbramiento y derrumbe de esta
Compañía. También contiene una
lección magistral de macroeconomía, cuando explica cómo
la reducción del déficit condujo casualmente a un
crecimiento superior al esperado, debido fundamentalmente a que
la Reserva Federal no se dio cuenta, a efectos de incrementar el
tipo de interés, como era su costumbre. Olvidó un
asunto que, en Todd[6] se ha
considerado imprescindible para explicar el crecimiento
económico de la era Clinton y que en el propio trabajo de
Stiglitz[7] se mencionaba: La importación de mano de obra.
Una de las consecuencias predecibles del llamado Pacto
de Estabilidad en Europa[8] se
confirman expresamente en este libro, en concordancia con las
cifras de PIB obtenidas
en 2003. La "manía" del déficit público ha
causado estancamiento en las economías europeas. Otra
cuestión en la que no entra Stiglitz es el posible impacto
de la guerra de
Irak en estos
resultados macroeconómicos[9]. Como
hicimos en Pérez y Galindo, se lleva a cabo una
recopilación de los mitos del
capitalismo global, como el de la competencia, el déficit
cero, etc. y se concluye con un interesante razonamiento acerca
de la democracia y
la reforma política. Ya en el libro anterior
coincidió con nosotros en la idea de las promesas
incumplidas y en determinadas definiciones de
"globalización".
Tras leer este libro, podemos dar la espalda a las
narraciones épicas de historiadores convencionales y
enunciar, de una vez por todas, que la implantación del
neo-liberalismo en
el cono Sur americano no se debió a los caprichos de los
dictadores, sino a la previa situación de excesivo
endeudamiento en dólares.
Como crítica negativa, aportaría la
siguiente idea: La cuestión no está en si el Estado debe
intervenir, sino a favor de quién lo hace o debe hacerlo.
Otra cuestión que ningún economista parece abordar,
en relación con el déficit público es si un
Estado que no tiene capacidad para intervenir es capaz de regular
de modo efectivo.
Otro aspecto que se echa en falta con respecto a la
política exterior estadounidense, a través de la
diplomacia o de los organismos multilaterales, es la existencia
de una amenaza militar sobreentendida en la aceptación de
recetas macroeconómicas. Otro tema que podría haber
tenido cabida en la crítica de Stiglitz sería la
utilización de la guerra en el exterior como instrumento
de reactivación económica interna y el negocio de
la reconstrucción.
Vuelve a haber algún error aislado de
traducción, en este caso, la expresión conventional
wisdom[10]. También se muestra alguna
ambigüedad, como cuando se afirma, con respecto a los
atentados de 2001, que "las mayores facilidades para la movilidad
transfronteriza benefician también al terrorismo".
Al leer esto, se podría interpretar que no sólo se
refiere a la movilidad de capitales, sino también al
tránsito de trabajadores y, en general, de personas. La
más desafortunada de las afirmaciones de Stiglitz hace
gala de una debilidad patriótica que reclama, de nuevo
utópica, como alguna vez hemos comprobado en Schumpeter,
la intervención de Estados Unidos "como líder
del mundo libre"[11] en
socorro de las injusticias internacionales. También en
este caso podemos arrojar una duda de sospecha acerca del
carácter irónico de dicho
comentario.
Como ocurre con otros autores estadounidenses, la
preocupación principal en las demandas de
participación y control
democráticos, no es tanto la situación de los
votantes frente a las políticas públicas, sino la
de los contribuyentes, que pueden ser los mismos individuos, pero
que, expresado de este modo, pone de manifiesto el entramado
cultural e histórico de aquél
país.
Esta modalidad de lenguaje puede ser un indicio a favor
del esquema institucional de clientelismo, basado en el mejor
postor. Éste se decanta por una participación
pecuniaria en las Instituciones, por encima de la idea de
participación civil.
Como enseñanza principal de los hechos expuestos
sobre los años noventa en Estados Unidos y el resto del
mundo, parece apropiado concluir que en las democracias modernas
los intereses nacionales están supeditados a los
empresariales y que por eso a veces no se atiende a
recomendaciones como las que hace Stiglitz. En varios trabajos,
criticas lo que se ha denominado "el capitalismo de amiguetes",
de forma que sienta las bases, a mi entender, para una mejor
comprensión del capitalismo institucional
actual.
En suma, se trata de un libro que aporta mucho a lo que
lleva escrito este economista y, por supuesto, a la bibliografía sobre el
sistema económico actual. Lo fundamental de la
crítica a que lo podemos someter es de tipo
metodológico, puesto que se asume una voluntad no
demostrada, por parte de las instituciones, hacia ciertos fines
éticamente defendibles. Sin perder de vista las
críticas que, en términos generales, hemos hecho al
enfoque denominado "neo-institucionalista", estamos ante un
brillante análisis de la historia económica
reciente, magníficamente expuesto, bien documentado,
recomendable para todo lector mínimamente culto; una
crónica de primera mano de uno de los protagonistas de la
historia actual.
En su análisis araña los últimos
días de impresión mecánica de la versión en
inglés y abarca recomendaciones para el futuro.
Seguramente esté hoy reflexionando acerca de las
elecciones en Ucrania o de las propias elecciones de 2004 en
Estados Unidos, asuntos que sin duda, entre otros muchos, le
darán motivo para el próximo libro. "No existe
oportunidad más importante que la oportunidad de
trabajar"[12].
Notas
[1] Basu, K., "Globalisation
and International Financial Politics: The Verdict of Stiglitz",
Journal of Economic Literature, 2004.
[2] Palast, G., "IMF's four steps to
damnation", The Observer. April 29, 2001.
[3] Stiglitz, J.E., "Capital-Market
Liberatization, Globalization and the IMF", Oxford Review of
Economic Policy, vol. 20, 1, 2004, 57- 71.
[4] Rogoff, K. y Prasad, E., "The
Emerging Truth of Going Global", Financial Times, 2 de
septiembre, 2003.
[5] Esto se llega a mencionar
expresamente en Stiglitz, Joseph E., Los felices 90. La semilla
de la destrucción. Santillana, Madrid, 2003, 269.
[6] Vid. Todd, E., La ilusión
Económica. Ensayo sobre
el estancamiento de las sociedades
desarrolladas. Grupo
Santillana, Madrid, 2001.
[7] Vid. Stiglitz, J. E., El malestar en
la globalización. Santillana- Suma de letras, Madrid,
2003. Un análisis de este libro puede encontrarse en
Galindo Lucas, A., "Comentario de 'El malestar en la
globalización'", Historia Actual On-Line, 4 (Primavera
2004), [artículo on-line]. Disponible desde Internet en
<http://www.hapress.com/
haol.php?a=n04r04>.
[8] Que se auguraban en Pérez
Serrano, J. y Galindo Lucas, A., "El capital
intelectual en el nuevo paradigma
global", en II Seminario
Internacional 'Nuestro Patrimonio
Común', Cádiz, 2002 y en Todd, E., La
ilusión Económica…, op. cit.
[9] Galindo Lucas, A., Procesos de
integración y competencia en los Mercados
Financieros Europeos, en II Encuentro Virtual Internacional
'Globalización financiera', Universidad de
Málaga, 2004.
[10] Siglitz, Joseph E., Los felices
90…, op. cit., 270.
[11] Ibid., 268.
[12] Ibid., 342.
Para citar este trabajo se recomienda el siguiente Galindo Lucas, Alfonso, "Comentario de 'Los felices 90. La |
Galindo Lucas, Alfonso
Alfonso Galindo Lucas