- La felicidad
- Resiliencia ?
Oxímoron - Vínculo y
Apego - Pilares de la
resiliencia - Resiliencia y
apego - Conclusiones
- Bibliografía
La psicología ha
estudiado en forma tradicional la conducta de las
personas que enferman, que sufren o viven una
desadaptación dolorosa ante las exigencias del medio,
así como de los factores que originan e influyen en el
proceso de
enfermedad.
En la actualidad esta situación ha dado un giro
importante tanto desde el campo de la enfermedad y salud física, como de la
enfermedad y salud psíquica, al voltear la mirada hacia
aquellas personas que a pesar de estar inmersas en condiciones
estresantes y patológicas no enferman, aquellas personas
que se esfuerzan más en encontrar y trabajar sobre los
aspectos de la vida que les permite ser felices.
Ya en 1946, Anna Freud y
René Spitz (cit. En Cyrulnik, 2002) describieron la
evolución que en ocasiones llegó
hasta la muerte, de
niños
abandonados y privados de afecto. De 123 niños recogidos
tras los bombardeos de Londres, 19 murieron por falta de afecto y
23 se convirtieron en personas débiles y delincuentes,
esto es, enfermaron como consecuencia de la experiencia
traumática vivida.
Sin embargo, nadie se preguntó por qué, ni
cómo los restantes 81 niños que sufrieron el mismo
tipo de trauma lograron desarrollarse a pesar del horror impreso
en sus memorias y a
pesar de las circunstancias adversas. Cuando comprendamos bien
cómo hicieron esos niños para convertirse en
adultos plenamente desarrollados, probablemente cambiaremos
nuestro modo de cuidar y educar a nuestros niños, y
nuestra concepción de lo que es y cómo se construye
la felicidad.
La gente busca la felicidad, es un hecho que todos
conocemos; de igual manera todos podemos observar las diferentes
formas en que se busca obsesivamente la felicidad y el precio que se
está dispuesto a pagar por encontrarla, y si no, solamente
demos una ojeada a todos esos comerciales en los medios de
comunicación y en la internet sobre recetas
mágicas, terapias light, libros de
autoayuda, etc., que ofrecen la "dosis justa" para desterrar todo
sufrimiento y abrir las puertas a la felicidad.
Pero, ¿en qué consiste eso de ser feliz?
¿qué es la felicidad?
La vieja discusión del mundo de la
filosofía y de la psicología sobre qué
significa la felicidad en la vida cotidiana se ha llegado a
plantear en términos de si existe o no la felicidad, si es
algo transitorio o si de verdad puede existir un estado perenne
de felicidad. Hasta el momento no hay un consenso al
respecto.
Sin embargo, tal vez si pensamos la felicidad más
desde dentro de uno mismo, más como un estado interior y
no como algo relacionado con una alegría que proviene de
fuera, podamos entender y dar un significado personal a ese
estado que cada uno de nosotros sabe qué es y puede
diferenciarlo de otros estados. Ese algo que pasa en nuestro
interior, que sentimos y sabemos que es algo más duradero
por lo que no es producto de
una experiencia gozosa pasajera; ese algo que está
relacionado con la tranquilidad y la paz interior, con una
sensación interna de serenidad, de satisfacción, de
asombro, de tolerancia y
respeto hacia los
demás y a la vida misma.
Cyrulnik (2002) un psicoanalista que se ha dado a la
tarea de estudiar a las personas que aprenden de la experiencia
dolorosa para salir adelante y encontrar la felicidad, diferencia
entre el bienestar y la felicidad. Considera que el bienestar
remite a algo físico, por lo que uno se siente bien cuando
todas sus necesidades están cubiertas; es una
sensación inmediata que puede perderse al volver a estar
en un estado de necesidad.
La felicidad en cambio, es el
resultado de una representación, de una esperanza, de un
proyecto de
existencia; existe únicamente en la representación
mental, por tanto, es fruto de la elaboración y algo a
trabajar y construir en el encuentro con el otro.
La felicidad es posible alcanzarla en la adversidad,
esto no quiere decir que sea un proceso fácil de
construir. Sin duda el precio es alto, pero aquellos que se
niegan a hacer el esfuerzo de resistir, lo pagarán
aún más caro. La dimisión es dolorosa, pero
la resistencia es
cara. Si la herida es demasiado grande, si nadie sopla sobre las
brasas de resiliencia que aún quedan en su interior,
será una agonía psíquica y una herida
imposible de curar (Cyrulnik, 2001). En este proceso de
re-construcción la presencia de los otros es
significativa, pues en soledad no es posible encontrar los
recursos para
sanar el dolor, necesitamos de otro para expresar, hablar,
compartir, significar y construir acciones que
permitan elaborar las experiencias dolorosas.
Llegados a este punto podemos decir que existen
más dudas que certidumbres, más preguntas que
respuestas, lo único claro es que todos buscamos la
felicidad, algunos desde una base fundada en ilusiones
utópicas, otras desde bases más realistas que
apuntalan el realismo y la
esperanza ante la vida, la resistencia y adaptación a las
adversidades de la existencia, construyendo incluso y a pesar de,
una vida dinámica y satisfactoria. Estas bases se
establecen desde épocas muy tempranas en la interacción con la madre y/o con los
primeros cuidadores en la vida.
Cyrulnik, (2001) utiliza dos palabras que organizan la
manera de observar y comprender el misterio de niños que
han salido adelante, y que ya adultos pueden volver hacia las
cicatrices de su pasado sin amargura, para desde ahí
aprender de la experiencia. Estas dos palabras extrañas
que siembran la esperanza de que la felicidad es posible son:
resiliencia y oxímoron.
"Resiliencia" es una palabra que proviene del inglés,
es utilizada en la física para expresar la cualidad de
ciertos materiales de
resistir a los impactos. Etimológicamente proviene del
latín salire, que podemos traducir como "saltar
hacia atrás, rebotar, ser repelido, surgir", con el
prefijo "re", que indica repetición,
reanudación.
"Resiliar" es entonces, rebotar, reanimarse, ir hacia
delante después de haber padecido un golpe o vivido una
situación traumática (Pilpot en Cyrulnik y otros,
2004).
Por otra parte, Cyrulnik (2001) utiliza, para entender
el fenómeno de la resiliencia, el concepto de
"oxímoron", palabra en la que re-une dos términos
con sentidos opuestos para generar un nuevo significado: la
"oscuridad claridad", un "maravilloso sufrimiento", el "sol
negro" de la melancolía, ya que considera que es necesario
ver el problema desde sus dos caras.
Desde el exterior la frecuencia de la resiliencia prueba
que es posible la recuperación. Desde el interior se
revela la división del hombre herido,
lastimado, la cohabitación del Cielo y el Infierno, la
felicidad en el filo de la navaja.
Dinámicamente el concepto de "oxímoron"
que describe la escisión del sujeto herido por el trauma,
es un mecanismo de desprendimiento psíquico, diferente de
los mecanismos de defensa. Es un mecanismo que permite superar
los efectos del padecimiento por medio de la división de
uno mismo. La parte de la persona que ha
recibido el golpe sufre y produce necrosis, muere; mientras que
otra parte mejor protegida, aún sana pero más
secreta, reúne, con la energía de la
desesperación, todo lo que puede seguir dando un poco de
felicidad y sentido a la vida (Cyrulnik, 2001). Esta
división del yo no se cicatriza totalmente, no se sutura,
permanece en el sujeto compensada por los recursos yoicos que se
enuncian como pilares de la resiliencia desde donde apuntala su
recuperación (Asociación Escuela Argentina
de Psicoterapia
par Graduados).
Veamos ahora cómo se forma la resiliencia del
niño. Esta se construye en la relación con el otro,
mediante una "labor de punto" (Cyrulnik en Cyrulnik y otros,
2004) que teje el vínculo. La resiliencia se teje desde
la
comunicación intrauterina, desde la seguridad
afectiva de los primeros meses de la vida, y más tarde,
desde la interpretación que el niño da a los
acontecimientos de la vida, por lo que no hay que buscarla
sólo en la interioridad de la persona ni en su entorno,
sino entre los dos, anudando, enlazando un proceso íntimo
con el entorno social.
La madre es la primera suministradora de
satisfacción de las necesidades del niño, es el
primer objeto de amor y de
protección frente a los peligros externos. Algunas de las
funciones de
la madre dentro de esta interacción con su bebé
son: moderar la angustia que surge como reacción inicial
frente a la adversidad traumática, ayudarlo a adaptarse al
medio extrauterino, mediar entre el medio social y el bebé
para neutralizar los estímulos amenazantes y conformar una
base de seguridad a la que Bowlby y Ainsworeth llaman una
relación de apego seguro
(Marrone, 2001) que deriva de una base emocional equilibrada,
posibilitada por un marco familiar y social estables.
A esta relación de apego seguro se remite
Cyrulnik para caracterizarlo como una base para la
construcción de resiliencia, aunque admite que una base
insegura se puede corregir con buenas experiencias futuras en la
relación con "un otro" que funcione como pilar de
resiliencia.
Estos pilares que se construyen en el curso de la vida
posterior a las fases primarias del desarrollo, y
que son factibles de desarrollarse son: Autoestima
consistente, introspección, independencia,
capacidad de relacionarse, iniciativa, sentido del humor,
creatividad,
moralidad y
capacidad de pensamiento
crítico. Con algo de todo eso más el soporte de
otros humanos que otorgan un apoyo indispensable, la posibilidad
de resiliencia se asegura y el sujeto continúa su vida
(Melillo A, en Melillo, Suárez y Rodríguez,
2004).
Estos pilares de la resiliencia se pueden entender como
sigue:
Autoestima consistente. Es la base de los
demás pilares y es el fruto del cuidado afectivo
consecuente del niño o adolescente por un adulto
significativo "suficientemente" bueno y capaz de dar una
respuesta sensible.
Introspección. Es el arte de
preguntarse a sí mismo y darse una respuesta honesta.
Depende de la solidez de la autoestima que se desarrolla a partir
del reconocimiento y la mirada del otro. De allí el
riesgo de
captación de los jóvenes por grupos de adictos
o delincuentes, con el fin de obtener ese
reconocimiento.
Independencia. Se define como el saber
fijar límites
entre uno mismo y el medio con problemas; la
capacidad de mantener distancia emocional y física sin
caer en el aislamiento. Depende del principio de realidad que
permite juzgar una situación con tolerancia y capacidad de
espera de los deseos del sujeto. Los casos de abusos ponen en
juego esta
capacidad.
Capacidad de relacionarse. Es decir, la
habilidad para establecer lazos e intimidad con otras personas,
para balancear la propia necesidad de afecto con la actitud de
brindarse a otros. Una autoestima baja o exageradamente alta
producen aislamiento; si es baja por autoexclusión
vergonzante y si es demasiado alta puede generar rechazo por la
soberbia que se supone.
Iniciativa. El gusto de exigirse y ponerse
a prueba en tareas progresivamente más exigentes. La
capacidad para planear e iniciar tareas con la confianza y
esperanza de lograr los objetivos
propuestos.
Humor. La capacidad de reír y
encontrar lo cómico en la propia tragedia. Permite
ahorrarse sentimientos negativos aunque sea transitoriamente, y
soportar situaciones adversas.
Creatividad. La capacidad de crear orden,
belleza y finalidad a partir del caos y el desorden. Fruto de la
capacidad de reflexión, se desarrolla a partir del juego
en la infancia, de
la interacción entre los mundos de fantasía y
realidad en conjunción con los de la madre o personas
significativas para el niño.
Moralidad. Entendida ésta como la
consecuencia para extender el deseo personal de bienestar a todos
los semejantes y la capacidad de comprometerse con valores. Es la
base del buen trato hacia los otros y hacia sí
mismo.
Capacidad de pensamiento crítico.
Es el pilar de segundo grado, fruto de las combinaciones de todos
los otros (pensamiento, reflexión y crítica) y que permite analizar
críticamente las causas y responsabilidades de la
adversidad que se sufre, cuando es la sociedad en su
conjunto la adversidad que se enfrenta. Este pensamiento
crítico propone modos de afrontamiento, solución y
crecimiento. (Melillo, 2002 en Melillo, Suárez y
Rodríguez, 2004).
Todos podemos entonces hacernos y ser resilientes a
través de volver a unir dentro de lo posible, las partes
de la
personalidad que fueron destrozadas por el trauma. Pero la
sutura no es nunca perfecta y el destrozo deja rastros. Para
volverse resiliente, es necesario encontrar cómo se
impregnaron dentro de la memoria los
recursos internos, cuál es el significado del trauma para
uno, y cómo nuestra familia, nuestros
amigos y nuestra cultura
colocan alrededor del herido recursos externos que le
permitirán retomar un tipo de desarrollo más sano y
armonioso. En este punto la figura del tutor de resiliencia toma
una importancia significativa.
Un tutor de resiliencia (Werner, 1992 en Walsh, 1998) es
alguien, una persona, un lugar, un acontecimiento, una obra de
arte que provoca un renacer del desarrollo psicológico
tras el trauma. Casi siempre se trata de un adulto que encuentra
al niño y que asume para él el significado de un
modelo de
identidad, el
viraje de su existencia. No se trata necesariamente de un
profesional. Un encuentro significativo puede ser
suficiente.
Tenemos entonces que un niño puede emerger de la
infancia habiendo formado e introyectado las experiencias
más importantes para apaciguar a los fantasmas de
la ira, la angustia y la tristeza (Vaughan, 2004) para disponer
en forma activa de aquellas representaciones de sí mismo y
de los demás que le permitan estructurar e investir sus
actuales relaciones
interpersonales de sentimientos positivos y maduros, y para
estructurar dentro de sus relaciones y vínculos con los
demás y consigo mismo un estado de paz interna y de
felicidad.
Pero también existen otros niños que no
corren la misma suerte, niños cuyas experiencias tempranas
no han sido tan afortunadas, formando por tanto estructuras de
personalidad
en donde el papel central lo juegan poderosos sentimientos
negativos como la vergüenza, la ira, la culpabilidad,
el desprecio y la soledad (Vaughan, 2004). Estos estados
emocionales negativos bloquean la posibilidad de vivir, al menos,
momentos de paz, tranquilidad y mucho menos de
felicidad.
La mayoría de las investigaciones
realizadas sobre la díada madre-bebé permiten
demostrar cómo se ponen en marcha los procesos
internos de la resiliencia en el transcurso de las interacciones
tempranas mucho antes de la palabra, desde las que se construyen
estas bases y las consecuencias posteriores de las mismas en la
vida, tanto en las formas de regular individualmente las emociones como en
las muy particulares formas de responder ante los
demás.
Estos aprendizajes se van conformando a partir de una
serie de patrones de conducta tanto de la madre como el
bebé, los que van estructurando una forma de apego, un
vínculo relacional y un estilo de fortaleza o debilidad
muy particulares de actuar y responder ante los retos y demandas
del medio
ambiente.
Desde estas investigaciones se han postulado tres tipos
generales de apego:
El apego evasivo: es una forma de regulación
emocional en la que el niño básicamente aprende a
actuar como si la presencia de aquellas personas que le son
esenciales para él no le importaran o le importaran muy
poco; probablemente estas conductas son en respuesta a padres o
madres que no toleran la expresión de sentimientos, ya
sean positivos o negativos. El adulto con este estilo de apego
desarrollado desde la infancia, establecerá relaciones
frías y distantes, dispuesto a que nada le afecte y
aparentando no tener emociones.
El apego resistente o ambivalente corresponde a una
forma de regulación emocional caracterizada en el
niño por la expresión estrepitosa y exagerada de
sus sentimientos negativos ante la ausencia de la madre,
mostrando luego, cuando esta retorna señales
exageradas de angustia y protesta colérica, junto con un
comportamiento
pegajoso que revela un deseo simultáneo de que lo
apacigüen y lo consuelen.
Este deseo paralelo de consuelo combinado con enfado y
protesta parecen haberse desarrollado como respuesta a unos
padres que solamente respondían a su expresión
emocional de forma intermitente y prestaban más atención a sus sentimientos negativos que a
los positivos. En la vida adulta estos individuos se muestran
dramáticos y excesivamente emocionales, manteniendo un
comportamiento a la vez pegajoso e irascible con baja
regulación emocional.
El apego seguro: Los niños con este tipo de apego
pueden manifestar abiertamente sus sentimientos de angustia y su
necesidad de consuelo sin recurrir a la exageración. Se
les puede apaciguar de manera efectiva, siendo razonable la
proporción de arrebatos y estrés en
la relación con sus cuidadores. Ni regulan exageradamente
sus estados emocionales como lo hace el niño con apego
evasivo, ni regula insuficientemente como sucede con el
niño con apego ambivalente. Estos individuos en su vida
adulta desarrollarán relaciones y estados emocionales
fundamentados en una base segura, por lo que las experiencias y
demandas cotidianas son vividas con confianza y
optimismo.
Podemos sintetizar lo anterior señalando que la
capacidad para regular nuestro estado de ánimo es la base
para mantener una actitud optimista ante la vida; y por el
contrario, es la persistente agitación de la ansiedad, la
depresión y la rabia crónicas las
que nos apartan de los estados de ánimo necesarios para
entrar en un estado de flujo (Csikszentmihalyi, 1997. cit. En
Vaughan, 2004) que posibilite desde ahí la
construcción de la felicidad.
Este estado de flujo se entiende como la modulación
del estado anímico que predispone para la creatividad y la
realización personal, y que refuerza de forma inherente
determinados estados psicológicos en los que damos lo
mejor de nosotros, nos divertimos más y nos sentimos
motivados por las tareas a nuestro alcance, viviendo en ellas una
meta y objetivos productivos, creativos y compartidos, que nos
permiten desfrutarnos plenamente y disfrutar a los
demás.
ASOCIACIÓN ESCUELA ARGENTINA DE PSICOTERAPIA PARA
GRADUADOS. Buenos Aires,
Argentina: Psiayeryhoy.elpsicoanalisis.org.ar
CYRULNIK, Boris. (2001). La maravilla del dolor.
Barcelona, España:
Ed. Granica.
CYRULNIK, Boris. (2002). Los patitos feos. La
resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida.
Barcelona, España: Ed. Gedisa.
CYRULNIK, Boris y otros. (2004). El realismo de la
esperanza. Testimonios de experiencias profesionales en torno a la
resiliencia. Barcelona, España: Ed. Gedisa.
MARRONE, M. (2001). La teoría
del apego. Madrid: Ed. Psimática.
MELILLO, Aldo; Suárez Ojeda, N. Y
Rodríguez, D. (comp.) (2004). Resiliencia y
subjetividad. Buenos Aires, Argentina: Ed.
Paidós.
VAUGHAN, Susan C. (2004). La psicología del
optimismo. El vaso medio lleno o medio vacío.
Barcelona, España: Ed. Paidós.
WALSH, F. (1998). El concepto de resiliencia familiar:
crisis y
desafío. En: Sistemas familiares. Año 14,
No. 1. Marzo, 1998.
León, Gto. Marzo de 2006.
PST. Ma. Elena Fuentes
Martínez
Lic. En Psicología Clínica
Master en Psicología Profunda
Formación en Psicoterapia
Psicoanalítica
Doctorante en Pedagogía
Socio didáctico de la Sociedad de Psicoterapia y
Psicoanálisis del Centro, A. C.