"La muerte!
Siempre es ella sólo a la que debemos consultar mientras
vivimos y a no sé qué futuro en el cual nosotros no
existiremos.
Ella es nuestro propio término y todo pasa en un
intervalo entre ella y nosotros.
No me venga a hablar de esas prolongaciones ilusorias que
tienen sobre nosotros el prestigio del número; que no me
vengan a hablar a mí, que moriré por completo,
enteramente de sociedades y
de pueblos. No hay más duración, no hay más
realidad verdadera que la que existe entre una cuna y una
tumba.
Todo lo demás es exageración,
espectáculo, óptica
vana.
Me llaman maestro porque no sé qué prestigio de
mi palabra y de mis pensamientos, pero yo no soy más que
como un niño perdido frente a la muerte"
María Lenérú, "Los Amancipados". Acto
III, escena IV.
Al abordar este corto ensayo, cada
lector deberá, por unos momentos, ponerse en acuerdo con
la idea de Marie Lenérú y desprenderse de todas las
ideas preconcebidas sobre el Más allá, que albergue
en su pensamiento
consciente.
Lejos estamos de pretender hacer un análisis claro y preciso de la realidad del
Ser en un caso Post Morten, máxime cuando nuestro
único interés es
mirar a la muerte como momento inevitable de todo ser
viviente.
Las imágenes
de la muerte no son las imágenes de los muertos y para eso
debemos conocerla más de cerca.
En el recorrido de este ensayo se fusionarán textos de
diferentes escritores incluyendo el pensamiento del autor del
trabajo, de
una manera tal vez irrespetuosa, al no diferenciarlos, pero con
la única intención de ser claros frente al ser de
la muerte y no frente a las posiciones a cerca de ella.
El autor
He ahí donde nos hallamos. En nuestra vida y en nuestro
universo no
hay más que un hecho importante: nuestra muerte.
En ella se reúne y conspira contra nuestra felicidad
todo aquello que escapa a nuestra vigilancia.
Cuanto más pretendemos ignorarla, más se
manifiesta; cuanto más le tememos, más se hace
temer; con su inmensa sombra lo oscurece todo.
Para sondear sus abismos esperamos los minutos más
fugaces y los más sobresaltados de la vida, no pensamos en
ella más que cuando ya no tenemos fuerza, no
para pensar, sino para respirar.
De esta manera, cuando viene el desenlace de la última
hora que pesaba sobre nosotros y hacia la cual no osamos levantar
nunca los ojos, todo nos falta a la vez.
Los dos o tres pensamientos o ideas, inciertos, vagos, sobre
los cuales creíamos apoyarnos, sin haberlos examinado,
ceden el peso de los postreros instantes como si fueran
débiles juncos.
Entonces, buscamos vanamente un refugio entre diversas
reflexiones que circundan alocadas o que nos son extrañas
y que, desde luego, no saben llegar a nuestro corazón.
Nadie nos espera en esta última orilla, donde nada
está a punto y donde sólo el espanto ha quedado en
pie.
Cómo decía el poeta de la tumba, Bossuet, al
hablarle a la muerte
"No sé quién eres, pues de saberlo
sería tu amo; pero en los días en que mis ojos
veían más alto que hoy, pude saber lo que no eres;
eso basta para que tu no te adueñes de mí.
De este modo tendría grabada en la memoria una
imagen
sometida ya a prueba, experimentada, contra la cual no
prevalecerían las últimas angustias y en las cuales
irían a serenarse las miradas inquisitoriales de los
fantasmas."
Le tememos a la muerte porque no la conocemos, le huimos a
todo aquello que nos signifique sorpresa a sabiendas de su
carácter inmanejable.
Para Bossuet conocer la muerte, identificar su imagen nos da
poder sobre
ella, consuelo a nuestra vida al enfrentarse a su enemigo.
Muy de la mano con los judíos
y el poder de conocer el nombre de Dios; yo te domino cuando
sé tu nombre y te reconozco cuando pasas, así no
sea tu intención mirarme.
Aunque en la historia hay que figurarse
lo desconocido e idearse formas iconográficas como
referentes colectivos de un ente de razón o ser pensado,
en el caso de la muerte, la representación ha sido en
forma muy viva, pero también muy simple y directa, tosca y
estridente.
Muy arraigado al pensamiento de la Edad Media,
nuestro personaje se encontraba siempre como observador en el
Memento Mori de los individuos, para después del
Fíat, darle su mano cadavérica y
helada hacia el nuevo paso.
También para la época, la figura de la muerte se
había convertido en cotidiana compañera de pestes y
guerras
representada como Caballero apocalíptico galopando
sobre un montón de hombres yacentes en el suelo. Figura
bastante arraigada en pueblos y culturas nacidas en una religión amenazante y
castigadora como fue el cristianismo
para la época.
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