- Resumen
- La
ciudad como símbolo - Ciudad
y Latinoamérica - Ciudad,
ciudadanos y consumo - Referencias
bibliográficas - Notas
La ciudad constituye un punto de referencia del proceso modernizador en
América Latina. Tanto que
desde la literatura misma se han producido diversas y
disímiles representaciones simbólicas y discursivas.
Unas que la consideran sinónimo de progreso y otras, fuente
de destrucción y enajenación.
Indudablemente, no se pretende dar cuenta total sobre un
fenómeno sociocultural tan complejo; simplemente, se aspira
proponer una lectura que indague e inicie
una revisión más exhaustiva de lo que la ciudad ha
representado para el continente a partir de su
reconstrucción como espacio discursivo en la literatura
latinoamericana.
Palabras claves: ciudad, modernización,
representación, literatura.
ABSTRACT
The city constitutes a point of reference of the process
"modernizador" in Latin America. So much that from the same
literature they have taken place diverse and dissimilar symbolic
and discursive representations. Some that they consider it
synonym of progress and other, destruction source and alienation.
Undoubtedly, it is not sought to give bill total on such a
complex social and cultural phenomenon; simply, it is aspired to
propose a reading that investigates and begin a more exhaustive
revision of what the city has represented for the continent
starting from its reconstruction like discursive space in the
Latin American literature.
Key words: : city, modernization, representation,
literature.
En América Latina la ciudad
moderna, urbana tal como se concebía hasta hace algunos
años, tuvo sus orígenes en el proceso modernizador
europeo. Tanto física como simbólicamente, la
ciudad al estilo europeo sirvió como referente para la
configuración de lo citadino en el continente; pero en la
actualidad entró en crisis como tantos otros
referentes, símbolos y
representaciones propias de la Modernidad. García Canclini
(1995: 17) como un dato revelador "la pérdida de importancia
de la ciudad en su concepción europea, como núcleo de
la vida cívica y comercial, académica y
artística". Hasta hace algunos años la ciudad moderna
—cualquier ciudad latinoamericana en general—
podía distinguirse plenamente desde su propia lógica territorial
(Ortiz, 2000).
En la actualidad, tal lógica territorial se
quebró, se diluyó o simplemente no sirve para dicha
dominación y menos para generar cualquier
clasificación. La ciudad no es ya la misma. Por ejemplo, en
dicha ciudad existía una división disciplinar en su
organización territorial:
las industrias y comercios se
ubicaban en un espacio determinado, las urbanizaciones hacia otro
respondiendo incluso al estatus y a la relación
socioeconómica de sus habitantes, los sectores medios habitando edificaciones
colectivas como edificios o grandes conjuntos residenciales, las
oficinas y organismos financieros otro tanto, y los sectores
marginados en las periferia de la misma. Incluso se podía
distinguir a los habitantes de la ciudad a partir de determinada
ubicación geográfica: la clase alta al este, la media
al oeste, las oficinas y comercios al centro, las industrias al
sur y las clases marginadas bordeando la ciudad (1).
Se podría decir que la ciudad moderna se
especializó. Establecía sus límites, su lógica y
sus propias relaciones de poder, que alcanzaban hasta
las actuaciones de sus habitantes. Basta simplemente pensar en el
trato dado a los habitantes de un sector, comparándolo con
otro menos pudiente, para constatarlo.
La ciudad moderna no era más que parte de ese
reflejo que respondía a un sistema de representaciones que
se concretizaba en las construcciones, la organización ciudadana,
las actuaciones de sus habitantes y hasta en las relaciones de
poder de la sociedad en sí misma.
Para José Luis Romero (1987: 21) vale decir que "en rigor,
todo el mundo urbano puede ser visto como una creación, o
mejor una invención: como forma física, como estructura social, como
concepción de vida." Se observa entonces, que así como
el proyecto de la Modernidad
propugnó lo disciplinar, la especialidad en el saber;
éste sistema ideacional también se trasladó a
diversos ámbitos de la sociedad. Y la ciudad fue uno de
ellos.
Sin embargo, como se señaló anteriormente, la
ciudad actual ya no responde a dicha lógica ni a dichos
referentes. Es otra, cambiante, dinámica, los
límites desaparecieron, los ámbitos disciplinares de su
antigua organización se quebraron e incluso las actuaciones
y relaciones de los ciudadanos que la habitan. Piénsese
cómo se han aproximado —gracias a transportes como el
Metro o a las autopistas interurbanas — las ciudades
vecinas que circundan a la ciudad-capital, por ejemplo. Los
habitantes de aquellas trabajan, viven, actúan, sueñan,
transitan, consumen, entre otras actividades más, en
ésta última; gracias a que dicha cercanía los hace
sentir parte de ella y no su periferia. Y si fuésemos
más estrictos en la idea, podría tomarse la idea de
García Canclini (1995) de que actualmente existe una ciudad
globalizada que ésta más allá de las Identidades y
sentidos de pertenencia local.
De esta manera, la ciudad no es sólo un espacio o
territorio sobre el cual actúan sus habitantes, constituye
una construcción
simbólica o mejor una aprehensión simbólica de la
sociedad. En la Edad Media, lo que podía
entenderse como ciudad giraba en torno al castillo del Señor
Feudal (Ortiz, 2000) y dependía de esa relación
política, económica,
social y cultural. Los habitantes no se pensaban a sí mismos
como ciudadanos, sino como siervos y de esta forma actuaban.
Será con el proceso modernizador que se producirán
cambios sustanciales tanto en la ciudad como en sus habitantes.
Al transformarse la ciudad cambiará también su
habitante, dando origen a la noción de "ciudadano". Así
la Modernidad dará cobijo a nuevas nociones y sistemas simbólicos que
configurarán estos escenarios: Estado, Nación,
Ciudad.
Nadie duda ya de que en el continente no se produjo una
sino varias modernidades (Martínez, 1995). O en otras
palabras, en cada país debido a la magnitud de su propio
proceso modernizador — entendido en suma como el desarrollo industrializador y
de cambios socio-económicos estructurales— que fue de
mayor fuerza en unos que en otros,
determinó que a su vez la Modernidad —entendida a su
vez como un sistema ideacional fundado en la razón, la
lógica del progreso y la dominación disciplinar
principalmente— se desarrollara también
heterogéneamente.
De allí que se conformara una América Latina
políticamente fragmentada y democráticamente inestable,
de una amplia heterogeneidad cultural (2) (Brunner, 1986: 100)
que va de lo indígena a lo africano pasando por lo español, de extrañas
simultaneidades temporales donde conviven lo moderno y lo
primitivo, y con un desigual crecimiento económico y
cultural; problemática quizás mejor representada en
gran parte de la novelística del Boom —Los pasos
perdidos, de Alejo Canpertier, Cien años de
soledad, de García Márquez o La
Habana para un infante difunto, de Cabrera Infante, por
sólo citar algunas— que en cualquier estudio
sociológico del continente.
Por otra parte, la dogmatizadora lógica del
proyecto de la Modernidad a través de sus metarrelatos de
progreso y felicidad, cientificismo y razón, agudizaron
más este conflicto haciendo que los
intelectuales latinoamericanos
tomaran partido, unos a favor y otros en contra. Al respecto
señala Ramos (1989), refiriéndose a María Luisa
Bastos, quien también ve estas oposiciones, que: "En el
fondo, coincide con la lectura de Rama, Jitrik y
Pacheco que veían dos momentos en el modernismo: uno crítico y
radical, antiburgués, y una segunda etapa, en que el
modernismo, ya a comienzos de siglo, se convertiría en la
estética de los grupos dominantes".
De esta tensión entre la tradición y lo
moderno (3) (Contreras, 1998: 8), lo rural y lo urbano, el pasado
y lo futuro, la clase media socialmente emergente y las
oligarquías agrarias, se empezarán a constituir un
conjunto de símbolos culturales con los cuales los "nuevos
ciudadanos" se reconocerán tal como una episteme (4) ,
según Foucault (1974: 5).
Basta observar, según Ramos (1989: 113), las
crónicas y la prosa periodística (5) de finales del
siglo XIX y se encontrarán suficientes indicios y
referencias a la "ciudad" como espacio vital sobre el y
con el cual se gestará la fisonomía de las
nuevas ciudades urbanas nacientes y de sus habitantes. Espacio
que se cargará de tantos sentidos y significaciones que
desbordará los límites mismos de la vida social para
inundar al arte y la literatura.
Indudablemente, ese espacio urbano comparte elementos semántica y
simbólicamente similares y caracterizadores de cada una de
las cambiantes ciudades latinoamericanas de entonces: Ciudad de
México, Bogotá,
Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile,
Sao Paulo o Lima.
Su crecimiento desmedido es tanto poblacional como
urbanístico dando origen al nacimiento de la clase media, de
la burocracia dirigencial y los
cordones de miseria «…que se llamarían favelas en
Brasil, villasmiseria en
Argentina, población callampa en
Chile, ranchos en Caracas.» (Fuentes, 1976). Pero
también el amor por lo nocturno, el
bolero y el tango o la ranchera, el anonimato
del individuo en la muchedumbre
urbana, la enajenación misma de lo moderno, el
automóvil y el cine, la novedad y la moda, el culto por lo occidental
y la cultura elitesca, el ascenso
social, marcarán definitivamente los rasgos distintivos de
las ciudades latinoamericanas, siempre en constante
contradicción.
Quizás, los primeros en intuir y señalar esta
tensión fueron los escritores Darío y Martí desde sus prosas
periodísticas. Su constante cuestionamiento sobre los
efectos devastadores de la modernización en el ser del
latinoamericano sería prueba de ello (Martínez, 1995).
Al igual que los vanguardistas (Verani, 1990; Osorio, 1988) como
Maples Arce que le cantarán a los «postes
telefónicos», a las «vitrinas » o al
«avión» señalando los cambios de los espacios
latinoamericanos.
Posteriormente, ya en pleno proceso modernizador
encontraremos dos visiones que signarán la lectura sobre la
«ciudad». La primera, de escritores como Sarmiento y
Gallegos que la entenderán como sinónimo de progreso,
de lucha civilizatoria contra la barbarie, de entrada a lo
moderno, de auge económico y dominante legitimación de la
cultura académica, representando la noción más
evidente del proyecto de Modernidad en el continente. Incluso ese
pensar quedará tan institucionalizado que permitirá
comprender las movilizaciones migratorias de grandes
mayorías a las ciudades latinoamericanas. La segunda
visión, de unos años después, será la de los
otros novelistas como García Márquez, Onetti, Cabrera
Infante, Salvador Garmendia, que crearán extrañas
ciudades llenas de conflictos entre la
tradición y lo moderno, enajenadas por el proceso
modernizador, altamente destructivas y reductoras de lo humano a
simple mercancía o explotación.
Sin embargo, debemos acotar que existe una tercera
visión más reciente, la cual presenta a las ciudades
desfiguradas y desacralizadas. Son las de autores como Mutis,
Sarduy o Puig, espacios urbanos desmitificados, sin valoraciones
ni deificaciones. Así la «ciudad» será por un
lado, al menos dentro del marco del proyecto de la Modernidad, el
símbolo de lo civilizatorio en oposición a la
«barbarie» de la provincia, pero por el otro será
también un espacio de degradación, enajenación y
destrucción del hombre. Esta última
lectura será la que finalmente predominará en gran
parte de la literatura de la primera mitad del siglo XX.
Indudablemente, dichas lecturas de la «ciudad»
acontecen no sólo como expresión estética, sino
como respuesta a una crisis de la ruptura e imposición de
nuevos órdenes tanto culturales, políticos, sociales y
económicos acaecidos en el continente.
Para los escritores que ven en la «ciudad» el
símbolo del germen destructor del proceso modernizador
también existe otro matiz del mismo problema: la nocturnidad
urbana. Santaella señala al respecto: Ciertos cambios
económicos y políticos de algunos países,
generaron una particular aproximación inconsciente al sopor
nocturno de las ciudades. El tránsito de naciones
inicialmente rurales a naciones violentamente urbanas, dieron
comienzo a filiaciones psicológicas y colectivas hasta el
momento relegadas a la vieja tranquilidad de un clima desconocido.
Ese «sopor «también añadirá un
carácter negativo y
degradador a los habitantes citadinos. Basta recordar los paseos
nocturnos descritos por el protagonista de La Habana para un
infante difunto, de Cabrera Infante, o las descripciones
hechas en Días de ceniza, de Garmendia. En la noche
aparece «la otra ciudad», la negada, la enajenada,
destructiva, con seres anodinos, marginales y derrotados;
también el bar, el burdel, el bolero y la ranchera, lo
profundamente popular. Es decir, la otra Latinoamérica producto de esta
devastación llamada modernización, la del eterno
conflicto de su ser: constante tensión entre la
tradición y lo moderno. Conflicto que según
D’allemand (1996: 165), a partir de una lectura de «La
ciudad letrada» de Rama, se presenta porque …la ciudad
latinoamericana desde sus orígenes es, por excelencia, la
expresión de un proyecto de Conquista; la ciudad es la
implantación ideológica, cultural y material del
proyecto de dominación procedente de fuera, de las
Metrópolis. Es el espacio físico del invasor y de su
modelo social y cultural. Es
el transplante, es lo ajeno, que se imponen sobre lo
autóctono, lo interno, lo rural y que a la inversa de las
ciudades europeas nacidas del desarrollo agrícola del campo
y sus necesidades mercantiles, pretendían más bien
operar como rectoras de éstos.
Cita que expresa ampliamente la lectura plasmada en las
novelas latinoamericanas cuya
visión de la ciudad es síntoma de un proceso
aniquilador y destructor del ser latinoamericano. Si a eso
sumamos la escritura que sobre la ciudad,
como sinónimo de lo urbano, se consolida en el continente
entre los años sesenta y setenta, encontraremos una
revisión del espacio citadino desde el cual los narradores
cuestionarán a la sociedad, al hombre y a su entorno urbano.
Será el inicio de una narrativa de la violencia, demoledora de la
idea misma de progreso, señalando el proceso destructivo y
marginalizador de estas sociedades con amplias
desigualdades políticas, económicas,
sociales y culturales.
Repensar la ciudad en este mundo globalizado implica,
necesariamente, referirse a la noción de ciudadano y de
consumo. Para investigadores
como García Canclini (1999: 21) el consumo ha provocado
cambios radicales en la concepción de ciudadano, ya que,
siguiendo sus propias palabras, "cuando se habla de
‘globalización’, se
tiende a identificarla con el proceso de globalización
económica, olvidando las dimensiones política,
ecológica, cultural y social". Esta ciudad globalizada
está marcada por un proceso de tensión que va desde lo
económico hasta lo cultural, como señala la cita; pero
que si sumamos el hecho de la aparición de nuevas tecnologías de la
información y comunicación, entonces se
observará una compleja maraña de redes simbólicas que se entrecruzan y
conectan, creando y privilegiando nuevas relaciones culturales,
símbolos y referentes para los habitantes de dichos
escenarios. Incluso, tal como se señalaba al principio, la
ciudad globalizada o posmoderna empieza a diseminar una madeja de
puntos de encuentro o desencuentros que cambiará
radicalmente la vida del habitante de estos espacios y cuyo
"consumismo"—según García Canclini— lo
guiará o desconectará de su propia conciencia de ciudadano capaz de
pensar y actuar dentro de este marco de multiplicidades
culturales-sociales que le ha tocado vivir y sobre la cual debe
actuar. Pero esta ciudad aún está siendo escrita y
vivida por lo que sólo basta esperar.
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1. Como ejemplo aquí nos referimos a la Caracas de
hace unos veinte años atrás aproximadamente, pero
podría ser cualquier otra ciudad con otra orientación
espacial indudablemente, con su propia distribución disciplinar,
especializada por así decirlo.
2. «La noción de heterogeneidad cultural, en
cambio, nos refiere más
directamente a una suerte de posmodernismo regional avant la
lettre que, sin embargo, es plenamente constitutivo de
nuestra modernidad».
3. "No es un rechazo total a la tradición, ni una
apuesta total por el presente o futuro, sino la coexistencia
dramática de un presente y un pasado lo que tensiona tanto
al individuo como a la escritura".
4. "Los códigos fundamentales de una cultura
–los que rigen su lenguaje, sus esquemas
perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de
sus prácticas- fijan de antemano para cada hombre los
órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que
ver y dentro de los que se reconocerá".
5 «La crónica -como el periodismo mismo- es un
espacio enraizado en las ciudades en vías de
modernización del fin de siglo.»
José Antonio Cegarra
bettinaomaira[arroba]yahoo.com
En Revista Virtual Contexto, Vol.
6, N° 8, año 2002