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Modernización, ciudad y literatura




Enviado por Susana Marchán



     

     

    RESUMEN

    La ciudad constituye un punto de referencia del proceso modernizador en
    América Latina. Tanto que
    desde la literatura misma se han producido diversas y
    disímiles representaciones simbólicas y discursivas.
    Unas que la consideran sinónimo de progreso y otras, fuente
    de destrucción y enajenación.
    Indudablemente, no se pretende dar cuenta total sobre un
    fenómeno sociocultural tan complejo; simplemente, se aspira
    proponer una lectura que indague e inicie
    una revisión más exhaustiva de lo que la ciudad ha
    representado para el continente a partir de su
    reconstrucción como espacio discursivo en la literatura
    latinoamericana.

    Palabras claves: ciudad, modernización,
    representación, literatura.

    ABSTRACT

    The city constitutes a point of reference of the process
    "modernizador" in Latin America. So much that from the same
    literature they have taken place diverse and dissimilar symbolic
    and discursive representations. Some that they consider it
    synonym of progress and other, destruction source and alienation.
    Undoubtedly, it is not sought to give bill total on such a
    complex social and cultural phenomenon; simply, it is aspired to
    propose a reading that investigates and begin a more exhaustive
    revision of what the city has represented for the continent
    starting from its reconstruction like discursive space in the
    Latin American literature.

    Key words: : city, modernization, representation,
    literature.

     

    La ciudad como
    símbolo

    En América Latina la ciudad
    moderna, urbana tal como se concebía hasta hace algunos
    años, tuvo sus orígenes en el proceso modernizador
    europeo. Tanto física como simbólicamente, la
    ciudad al estilo europeo sirvió como referente para la
    configuración de lo citadino en el continente; pero en la
    actualidad entró en crisis como tantos otros
    referentes, símbolos y
    representaciones propias de la Modernidad. García Canclini
    (1995: 17) como un dato revelador "la pérdida de importancia
    de la ciudad en su concepción europea, como núcleo de
    la vida cívica y comercial, académica y
    artística". Hasta hace algunos años la ciudad moderna
    —cualquier ciudad latinoamericana en general—
    podía distinguirse plenamente desde su propia lógica territorial
    (Ortiz, 2000).

    En la actualidad, tal lógica territorial se
    quebró, se diluyó o simplemente no sirve para dicha
    dominación y menos para generar cualquier
    clasificación. La ciudad no es ya la misma. Por ejemplo, en
    dicha ciudad existía una división disciplinar en su
    organización territorial:
    las industrias y comercios se
    ubicaban en un espacio determinado, las urbanizaciones hacia otro
    respondiendo incluso al estatus y a la relación
    socioeconómica de sus habitantes, los sectores medios habitando edificaciones
    colectivas como edificios o grandes conjuntos residenciales, las
    oficinas y organismos financieros otro tanto, y los sectores
    marginados en las periferia de la misma. Incluso se podía
    distinguir a los habitantes de la ciudad a partir de determinada
    ubicación geográfica: la clase alta al este, la media
    al oeste, las oficinas y comercios al centro, las industrias al
    sur y las clases marginadas bordeando la ciudad (1).

    Se podría decir que la ciudad moderna se
    especializó. Establecía sus límites, su lógica y
    sus propias relaciones de poder, que alcanzaban hasta
    las actuaciones de sus habitantes. Basta simplemente pensar en el
    trato dado a los habitantes de un sector, comparándolo con
    otro menos pudiente, para constatarlo.

    La ciudad moderna no era más que parte de ese
    reflejo que respondía a un sistema de representaciones que
    se concretizaba en las construcciones, la organización ciudadana,
    las actuaciones de sus habitantes y hasta en las relaciones de
    poder de la sociedad en sí misma.
    Para José Luis Romero (1987: 21) vale decir que "en rigor,
    todo el mundo urbano puede ser visto como una creación, o
    mejor una invención: como forma física, como estructura social, como
    concepción de vida." Se observa entonces, que así como
    el proyecto de la Modernidad
    propugnó lo disciplinar, la especialidad en el saber;
    éste sistema ideacional también se trasladó a
    diversos ámbitos de la sociedad. Y la ciudad fue uno de
    ellos.

    Sin embargo, como se señaló anteriormente, la
    ciudad actual ya no responde a dicha lógica ni a dichos
    referentes. Es otra, cambiante, dinámica, los
    límites desaparecieron, los ámbitos disciplinares de su
    antigua organización se quebraron e incluso las actuaciones
    y relaciones de los ciudadanos que la habitan. Piénsese
    cómo se han aproximado —gracias a transportes como el
    Metro o a las autopistas interurbanas — las ciudades
    vecinas que circundan a la ciudad-capital, por ejemplo. Los
    habitantes de aquellas trabajan, viven, actúan, sueñan,
    transitan, consumen, entre otras actividades más, en
    ésta última; gracias a que dicha cercanía los hace
    sentir parte de ella y no su periferia. Y si fuésemos
    más estrictos en la idea, podría tomarse la idea de
    García Canclini (1995) de que actualmente existe una ciudad
    globalizada que ésta más allá de las Identidades y
    sentidos de pertenencia local.

    De esta manera, la ciudad no es sólo un espacio o
    territorio sobre el cual actúan sus habitantes, constituye
    una construcción
    simbólica o mejor una aprehensión simbólica de la
    sociedad. En la Edad Media, lo que podía
    entenderse como ciudad giraba en torno al castillo del Señor
    Feudal (Ortiz, 2000) y dependía de esa relación
    política, económica,
    social y cultural. Los habitantes no se pensaban a sí mismos
    como ciudadanos, sino como siervos y de esta forma actuaban.
    Será con el proceso modernizador que se producirán
    cambios sustanciales tanto en la ciudad como en sus habitantes.
    Al transformarse la ciudad cambiará también su
    habitante, dando origen a la noción de "ciudadano". Así
    la Modernidad dará cobijo a nuevas nociones y sistemas simbólicos que
    configurarán estos escenarios: Estado, Nación,
    Ciudad.

     

    Ciudad y
    Latinoamérica

    Nadie duda ya de que en el continente no se produjo una
    sino varias modernidades (Martínez, 1995). O en otras
    palabras, en cada país debido a la magnitud de su propio
    proceso modernizador — entendido en suma como el desarrollo industrializador y
    de cambios socio-económicos estructurales— que fue de
    mayor fuerza en unos que en otros,
    determinó que a su vez la Modernidad —entendida a su
    vez como un sistema ideacional fundado en la razón, la
    lógica del progreso y la dominación disciplinar
    principalmente— se desarrollara también
    heterogéneamente.

    De allí que se conformara una América Latina
    políticamente fragmentada y democráticamente inestable,
    de una amplia heterogeneidad cultural (2) (Brunner, 1986: 100)
    que va de lo indígena a lo africano pasando por lo español, de extrañas
    simultaneidades temporales donde conviven lo moderno y lo
    primitivo, y con un desigual crecimiento económico y
    cultural; problemática quizás mejor representada en
    gran parte de la novelística del Boom —Los pasos
    perdidos
    , de Alejo Canpertier, Cien años de
    soledad
    , de García Márquez o La
    Habana para un infante difunto
    , de Cabrera Infante, por
    sólo citar algunas— que en cualquier estudio
    sociológico del continente.

    Por otra parte, la dogmatizadora lógica del
    proyecto de la Modernidad a través de sus metarrelatos de
    progreso y felicidad, cientificismo y razón, agudizaron
    más este conflicto haciendo que los
    intelectuales latinoamericanos
    tomaran partido, unos a favor y otros en contra. Al respecto
    señala Ramos (1989), refiriéndose a María Luisa
    Bastos, quien también ve estas oposiciones, que: "En el
    fondo, coincide con la lectura de Rama, Jitrik y
    Pacheco que veían dos momentos en el modernismo: uno crítico y
    radical, antiburgués, y una segunda etapa, en que el
    modernismo, ya a comienzos de siglo, se convertiría en la
    estética de los grupos dominantes".

    De esta tensión entre la tradición y lo
    moderno (3) (Contreras, 1998: 8), lo rural y lo urbano, el pasado
    y lo futuro, la clase media socialmente emergente y las
    oligarquías agrarias, se empezarán a constituir un
    conjunto de símbolos culturales con los cuales los "nuevos
    ciudadanos" se reconocerán tal como una episteme (4) ,
    según Foucault (1974: 5).

    Basta observar, según Ramos (1989: 113), las
    crónicas y la prosa periodística (5) de finales del
    siglo XIX y se encontrarán suficientes indicios y
    referencias a la "ciudad" como espacio vital sobre el y
    con el cual se gestará la fisonomía de las
    nuevas ciudades urbanas nacientes y de sus habitantes. Espacio
    que se cargará de tantos sentidos y significaciones que
    desbordará los límites mismos de la vida social para
    inundar al arte y la literatura.
    Indudablemente, ese espacio urbano comparte elementos semántica y
    simbólicamente similares y caracterizadores de cada una de
    las cambiantes ciudades latinoamericanas de entonces: Ciudad de
    México, Bogotá,
    Caracas, Buenos Aires, Santiago de Chile,
    Sao Paulo o Lima.

    Su crecimiento desmedido es tanto poblacional como
    urbanístico dando origen al nacimiento de la clase media, de
    la burocracia dirigencial y los
    cordones de miseria «…que se llamarían favelas en
    Brasil, villasmiseria en
    Argentina, población callampa en
    Chile, ranchos en Caracas.» (Fuentes, 1976). Pero
    también el amor por lo nocturno, el
    bolero y el tango o la ranchera, el anonimato
    del individuo en la muchedumbre
    urbana, la enajenación misma de lo moderno, el
    automóvil y el cine, la novedad y la moda, el culto por lo occidental
    y la cultura elitesca, el ascenso
    social, marcarán definitivamente los rasgos distintivos de
    las ciudades latinoamericanas, siempre en constante
    contradicción.

    Quizás, los primeros en intuir y señalar esta
    tensión fueron los escritores Darío y Martí desde sus prosas
    periodísticas. Su constante cuestionamiento sobre los
    efectos devastadores de la modernización en el ser del
    latinoamericano sería prueba de ello (Martínez, 1995).
    Al igual que los vanguardistas (Verani, 1990; Osorio, 1988) como
    Maples Arce que le cantarán a los «postes
    telefónicos», a las «vitrinas » o al
    «avión» señalando los cambios de los espacios
    latinoamericanos.

    Posteriormente, ya en pleno proceso modernizador
    encontraremos dos visiones que signarán la lectura sobre la
    «ciudad». La primera, de escritores como Sarmiento y
    Gallegos que la entenderán como sinónimo de progreso,
    de lucha civilizatoria contra la barbarie, de entrada a lo
    moderno, de auge económico y dominante legitimación de la
    cultura académica, representando la noción más
    evidente del proyecto de Modernidad en el continente. Incluso ese
    pensar quedará tan institucionalizado que permitirá
    comprender las movilizaciones migratorias de grandes
    mayorías a las ciudades latinoamericanas. La segunda
    visión, de unos años después, será la de los
    otros novelistas como García Márquez, Onetti, Cabrera
    Infante, Salvador Garmendia, que crearán extrañas
    ciudades llenas de conflictos entre la
    tradición y lo moderno, enajenadas por el proceso
    modernizador, altamente destructivas y reductoras de lo humano a
    simple mercancía o explotación.

    Sin embargo, debemos acotar que existe una tercera
    visión más reciente, la cual presenta a las ciudades
    desfiguradas y desacralizadas. Son las de autores como Mutis,
    Sarduy o Puig, espacios urbanos desmitificados, sin valoraciones
    ni deificaciones. Así la «ciudad» será por un
    lado, al menos dentro del marco del proyecto de la Modernidad, el
    símbolo de lo civilizatorio en oposición a la
    «barbarie» de la provincia, pero por el otro será
    también un espacio de degradación, enajenación y
    destrucción del hombre. Esta última
    lectura será la que finalmente predominará en gran
    parte de la literatura de la primera mitad del siglo XX.
    Indudablemente, dichas lecturas de la «ciudad»
    acontecen no sólo como expresión estética, sino
    como respuesta a una crisis de la ruptura e imposición de
    nuevos órdenes tanto culturales, políticos, sociales y
    económicos acaecidos en el continente.

    Para los escritores que ven en la «ciudad» el
    símbolo del germen destructor del proceso modernizador
    también existe otro matiz del mismo problema: la nocturnidad
    urbana. Santaella señala al respecto: Ciertos cambios
    económicos y políticos de algunos países,
    generaron una particular aproximación inconsciente al sopor
    nocturno de las ciudades. El tránsito de naciones
    inicialmente rurales a naciones violentamente urbanas, dieron
    comienzo a filiaciones psicológicas y colectivas hasta el
    momento relegadas a la vieja tranquilidad de un clima desconocido.

    Ese «sopor «también añadirá un
    carácter negativo y
    degradador a los habitantes citadinos. Basta recordar los paseos
    nocturnos descritos por el protagonista de La Habana para un
    infante difunto
    , de Cabrera Infante, o las descripciones
    hechas en Días de ceniza, de Garmendia. En la noche
    aparece «la otra ciudad», la negada, la enajenada,
    destructiva, con seres anodinos, marginales y derrotados;
    también el bar, el burdel, el bolero y la ranchera, lo
    profundamente popular. Es decir, la otra Latinoamérica producto de esta
    devastación llamada modernización, la del eterno
    conflicto de su ser: constante tensión entre la
    tradición y lo moderno. Conflicto que según
    D’allemand (1996: 165), a partir de una lectura de «La
    ciudad letrada» de Rama, se presenta porque …la ciudad
    latinoamericana desde sus orígenes es, por excelencia, la
    expresión de un proyecto de Conquista; la ciudad es la
    implantación ideológica, cultural y material del
    proyecto de dominación procedente de fuera, de las
    Metrópolis. Es el espacio físico del invasor y de su
    modelo social y cultural. Es
    el transplante, es lo ajeno, que se imponen sobre lo
    autóctono, lo interno, lo rural y que a la inversa de las
    ciudades europeas nacidas del desarrollo agrícola del campo
    y sus necesidades mercantiles, pretendían más bien
    operar como rectoras de éstos.

    Cita que expresa ampliamente la lectura plasmada en las
    novelas latinoamericanas cuya
    visión de la ciudad es síntoma de un proceso
    aniquilador y destructor del ser latinoamericano. Si a eso
    sumamos la escritura que sobre la ciudad,
    como sinónimo de lo urbano, se consolida en el continente
    entre los años sesenta y setenta, encontraremos una
    revisión del espacio citadino desde el cual los narradores
    cuestionarán a la sociedad, al hombre y a su entorno urbano.
    Será el inicio de una narrativa de la violencia, demoledora de la
    idea misma de progreso, señalando el proceso destructivo y
    marginalizador de estas sociedades con amplias
    desigualdades políticas, económicas,
    sociales y culturales.

     

    Ciudad, ciudadanos y
    consumo

    Repensar la ciudad en este mundo globalizado implica,
    necesariamente, referirse a la noción de ciudadano y de
    consumo. Para investigadores
    como García Canclini (1999: 21) el consumo ha provocado
    cambios radicales en la concepción de ciudadano, ya que,
    siguiendo sus propias palabras, "cuando se habla de
    ‘globalización’, se
    tiende a identificarla con el proceso de globalización
    económica, olvidando las dimensiones política,
    ecológica, cultural y social". Esta ciudad globalizada
    está marcada por un proceso de tensión que va desde lo
    económico hasta lo cultural, como señala la cita; pero
    que si sumamos el hecho de la aparición de nuevas tecnologías de la
    información y comunicación, entonces se
    observará una compleja maraña de redes simbólicas que se entrecruzan y
    conectan, creando y privilegiando nuevas relaciones culturales,
    símbolos y referentes para los habitantes de dichos
    escenarios. Incluso, tal como se señalaba al principio, la
    ciudad globalizada o posmoderna empieza a diseminar una madeja de
    puntos de encuentro o desencuentros que cambiará
    radicalmente la vida del habitante de estos espacios y cuyo
    "consumismo"—según García Canclini— lo
    guiará o desconectará de su propia conciencia de ciudadano capaz de
    pensar y actuar dentro de este marco de multiplicidades
    culturales-sociales que le ha tocado vivir y sobre la cual debe
    actuar. Pero esta ciudad aún está siendo escrita y
    vivida por lo que sólo basta esperar.

     

    REFERENCIAS
    BIBLIOGRÁFICAS

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    Arlt, Palacio y Felisberto Hernández)
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    ORTIZ, R. (2000). «Modernidad y espacio.
    Benjamín en París»
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    Norma.

    OSORIO, N. (1988). «Manifiestos, proclamas y
    polémicas de la vanguardia literaria
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    . Caracas: Biblioteca Ayacucho.

    RAMOS, J. (1989). «Desencuentros de la
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    . México: Fondo
    de Cultura Económica.

    ROMERO, J. (1987). «Estudio de la mentalidad
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    . Madrid: Alianza.

    VERANI, H. (1990) «Las vanguardias literarias en
    hispanoamérica» (manifiestos, proclamas y otros
    escritos)
    . México: Fondo de Cultura
    Económica.

     

    Notas

    1. Como ejemplo aquí nos referimos a la Caracas de
    hace unos veinte años atrás aproximadamente, pero
    podría ser cualquier otra ciudad con otra orientación
    espacial indudablemente, con su propia distribución disciplinar,
    especializada por así decirlo.

    2. «La noción de heterogeneidad cultural, en
    cambio, nos refiere más
    directamente a una suerte de posmodernismo regional avant la
    lettre
    que, sin embargo, es plenamente constitutivo de
    nuestra modernidad».

    3. "No es un rechazo total a la tradición, ni una
    apuesta total por el presente o futuro, sino la coexistencia
    dramática de un presente y un pasado lo que tensiona tanto
    al individuo como a la escritura".

    4. "Los códigos fundamentales de una cultura
    –los que rigen su lenguaje, sus esquemas
    perceptivos, sus cambios, sus técnicas, sus valores, la jerarquía de
    sus prácticas- fijan de antemano para cada hombre los
    órdenes empíricos con los cuales tendrá algo que
    ver y dentro de los que se reconocerá".

    5 «La crónica -como el periodismo mismo- es un
    espacio enraizado en las ciudades en vías de
    modernización del fin de siglo.»

     

    José Antonio Cegarra

    bettinaomaira[arroba]yahoo.com

    En Revista Virtual Contexto, Vol.
    6, N° 8, año 2002

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