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Invasión de Panamá



    1. La acción
      militar
    2. Consecuencias
    3. Noriega, el mal necesario
      (1968-1984.
    4. Los años que vivimos
      en peligro (1985-1987)

    Antecedentes

    El Tratado Hay-Buneau Varilla en 1903 permitió a
    EE.UU la construcción, uso y control del Canal
    de Panamá a
    perpetuidad. La presencia militar y la intervención en los
    asuntos internos del país por parte de EE.UU se hizo
    notoria de ese entonces.

    Así apoyó el golpe militar de 1968
    encabezado por el mayor Boris Martínez que luego
    colocó en 1969 a Omar Torrijos en el poder. Sin
    embargo, en 1977 EE.UU acepta la devolución progresiva del
    canal a Panamá a través del Tratado
    Torrijos-Carter. En 1983 llegó al poder el coronel Manuel
    Antonio Noriega, antiguo colaborador de la CIA, que fue acusado
    por el gobierno
    estadounidense de tráfico de drogas y
    blanqueo de dinero.

    Pero estos presuntos delitos eran
    conocidos con anterioridad y fueron ignorados mientras Noriega
    servía a los intereses de EE.UU, al extremo de ser
    felicitado varias veces por la DEA por su apoyo a la lucha de esa
    agencia estadounidense contra el narcotráfico.

    Cuando el gobierno de este país cambió de
    postura con respecto a Noriega la prensa
    empezó a tratar el tema: las acusaciones de corrupción
    y la represión contra la población de su país provocó
    un sentimiento de rechazo a la figura del dictador por parte de
    la opinión
    pública norteamericana, a lo que se unió un
    proceso
    judicial por tráfico de drogas.

    Comenzaron entonces las presiones para que renunciara a
    su cargo y sanciones económicas a Panamá; los
    incidentes entre fuerzas locales y estadounidenses empezaron a
    ser frecuentes. En 1989 se produjo la anulación por parte
    de Noriega de las elecciones presidenciales.

    Las protestas de la oposición fueron brutalmente
    reprimidas ante los ojos de la comunidad
    internacional, al igual que el intento de golpe de estado
    que tendría lugar más tarde. Esto provocó un
    clima
    favorable para la intervención en EE.UU.

    Las razones dadas por George H. W. Bush para justificar
    la invasión fueron:

    Proteger la vida de los ciudadanos
    norteamericanos que residían en
    Panamá.

    Defender la democracia y
    los derechos humanos
    en Panamá.

    Detener a Noriega para combatir el
    tráfico de drogas.

    Defender el tratado Torrijos-Carter
    sobre el canal.

    Pero contra tales razones, muchas fuentes
    consideran que el objetivo real
    del ataque fue destruir las fuerzas panameñas que
    tendrían que ocuparse en solitario de la vigilancia del
    canal a partir del 2000, gracias al tratado Torrijos-Carter. Una
    vez eliminado el ejército local, las tropas
    norteamericanas se quedarían en la zona y se
    buscaría un gobierno favorable a la anulación de
    los tratados que
    restauraban la soberanía del canal.

    La acción
    militar

    La operación (denominada Causa Justa) se
    inició la madrugada del 20 de diciembre de 1989 con el
    bombardeo de múltiples instalaciones que tenían
    como objetivo anular la posible respuesta del ejército
    panameño; luego llegaría la invasión por
    parte de unos 26,000 soldados de infantería.

    El bombardeo destruiría aeropuertos y bases
    militares como el Aeropuerto de Punta Paitilla, el Cuartel
    Central, en el barrio de El Chorrillo, el Cuartel de Tinajitas,
    el Cuartel de Panamá Viejo, el Cuartel de Los Pumas, la
    base militar de Río Hato (donde funcionaba el instituto
    militar Tomás Herrera, que no era en realidad una escuela de
    formación castrense) o la Base Naval de Coco Solo. EE.UU
    utilizó un armamento de última generación,
    como los aviones Stealth F-117 o los helicópteros Apache,
    contra un ejército muy poco equipado. A pesar de la alta
    tecnología
    del armamento norteamericano, se produjeron numerosas muertes
    civiles al ser alcanzados muchos edificios no
    militares.

    No hubo ninguna declaración de guerra y la
    acción fue condenada por la Asamblea General de la
    ONU
    y por la
    Organización de Estados Americanos (OEA). La
    operación duró pocos días ante la
    superioridad del ejército ocupante y la poca resistencia
    encontrada. Noriega logró escapar y buscó asilo en
    la Nunciatura Apostólica; posteriormente se
    entregaría a las fuerzas de ocupación. Guillermo
    Endara fue nombrado presidente del país en una base
    militar de EE.UU durante la operación.

    En los días siguientes a la intervención,
    debido a la ausencia de policía y ante la pasividad de las
    tropas norteamericanas, se produjeron en varias ciudades saqueos
    y actos de vandalismo, aumentando las pérdidas materiales.

    Según fuentes oficiales, en los enfrentamientos
    murieron 23 soldados estadounidenses. Las bajas panameñas,
    militares y civiles, no fueron concretadas. Se habló de
    varios cientos o varios miles de muertos según la
    fuente.

    Consecuencias

    Humanas

    Algunas fuentes estiman en más de 3,000 los
    muertos como consecuencia de los bombardeos de El Chorrillo, y
    que aproximadamente 20 mil personas perdieron sus hogares y nunca
    fueron compensadas. Las víctimas de esta ofensiva fueron
    denominadas por el Gobierno estadounidense como "daños
    colaterales" para evitar que la opinión pública del
    país se volviera en su contra.

    Económicas

    La invasión conllevó daños
    materiales. El barrio de El Chorrillo fue casi destruído
    en su totalidad. Edificios públicos, escuelas,
    aeropuertos, viviendas, etc., sufrieron daños. Los saqueos
    aumentaron las pérdidas económicas que se
    unían a la situación de crisis que ya
    sufría el país. El congreso norteamericano no
    compensó a Panamá por los daños causados, en
    contra de lo prometido.

    Políticas

    Noriega fue llevado a EE.UU y condenado a 40 años
    de prisión. Guillermo Endara, ganador de las elecciones
    anuladas de mayo 1989, prestó juramento en una base
    militar estadounidense en la Zona del Canal como presidente en un
    país con presencia temporal de tropas de
    ocupación.

    Noriega, el mal
    necesario (1968-1984).

    Noriega fue el producto de
    una junta militar liderada por el General Omar Torrijos que
    derrocó al gobierno panameño en 1968. Noriega
    había sido una pieza clave para que Torrijos pudiera
    sobrevivir a su propio golpe en 1969. Tal lealtad fue
    recompensada y, finalmente, él llegó a la
    comandancia de las fuerzas militares de Panamá en
    1983.

    Poco tiempo
    después de asumir el mando, influyó en forma ilegal
    en las elecciones nacionales de 1984, con la intención de
    reforzar la influencia militar sobre el gobierno panameño.
    Fue el "ingeniero" de la elección del Presidente
    Nicolás Barletta, candidato de las fuerzas armadas y
    considerado personalmente leal a Noriega y entregado a su causa.
    Algunos observadores creen que Estados Unidos
    hizo caso omiso del fraude electoral
    porque permitía el arribo al poder de un gobierno que era
    favorable a los intereses norteamericanos.

    Si bien Panamá tenía un gobierno
    democráticamente electo, el poder real quedaba en manos de
    los militares y Noriega estaba a cargo.

    El gobierno de los Estados Unidos hacía tiempo
    que consideraba a Noriega un personaje nefasto entre cuyos
    excesos se contaban el tráfico de drogas, el lavado de
    dinero y asesinatos. Aun así, EE.UU. ignoraba sus
    delitos a fin de asegurar los intereses nacionales que se
    consideraban más vitales que oficiar de policía
    ante las prácticas corruptas en Panamá.

    La política exterior
    norteamericana estaba centrada en cambio, en dos
    amenazas estratégicas que emanaban en la región: la
    insurgencia inspirada por el comunismo contra
    gobiernos apoyados por los EE.UU. en América
    Central y el tráfico de drogas que ya preocupaba
    profundamente en el orden interno.

    Nicaragua y la invasión comunista eran los dos
    puntos centrales de la política regional estadounidense.
    Aunque en forma subsidiaria, Estados Unidos reconocía que
    también tenía intereses críticos para la
    seguridad en
    Panamá: el acceso a las bases e instalaciones
    estadounidenses en Panamá, la implementación de los
    tratados del Canal de Panamá, el apoyo a los Contras
    (fuerzas militares anticomunistas) que operaban en Nicaragua y El
    Salvador y la continuación de las operaciones de
    inteligencia
    cuyos objetivos eran
    Cuba y otros
    países latinoamericanos.

    Se consideraba a Noriega un aliado esencial para
    proteger esos intereses. Varias agencias de los EE.UU., la
    Agencia Central de Inteligencia (CIA), la Agencia de Inteligencia
    de la Defensa (DIA) y posteriormente la Agencia de Control de
    Drogas (DEA), habían utilizado a Noriega para proteger los
    intereses estadounidenses.

    Los años que vivimos
    en peligro (1985-1987).

    EE.UU. comenzó a tener serios problemas con
    Noriega en 1985, cuando un respetado oponente político, el
    Dr. Hugh Spadafora, fue brutalmente torturado y asesinado por la
    Fuerza de
    Defensa de Panamá (FDP). Spadafora había hecho
    extensas y bien fundadas acusaciones sobre la
    participación de Noriega en el tráfico de drogas y
    otras actividades ilegales, que habían atraído
    importante atención internacional.

    La mayoría de los panameños
    conocían y tenían en alta estima a Spadafora.
    Cuando se descubrió su asesinato cundió la ira.
    Cuando el reclamo popular llegó a niveles que no
    podían ignorarse, Barletta debió ordenar a Noriega
    renunciar como Comandante de la Fuerza de Defensa de
    Panamá mientras se investigaba el crimen. Noriega
    respondió forzando a Barletta a renunciar, reprimiendo
    todo intento de investigar o hacer público el crimen y
    llevando a la presidencia a un títere más
    confiable.

    El asesinato de una figura popular opositora a Noriega y
    la deposición de un presidente electo recibieron, por
    primera vez en EE.UU., una extensa cobertura periodística.
    Los medios
    comenzaron a retratar a Noriega como un dictador corrupto que
    enviaba drogas a Estados Unidos, protegía a los
    líderes de los carteles, apoyaba a los terroristas, lavaba
    dinero ilegal proveniente del tráfico de estupefacientes y
    reprimía brutalmente la democracia en su
    país.

    Estas acusaciones llevaron a interrogatorios en el
    Congreso donde se cuestionó al gobierno y en particular a
    la DEA, quienes debieron defender su continuado, aunque renuente
    apoyo a Noriega en pro de la defensa de los más grandes
    intereses de seguridad de los EE.UU. en la
    región.

    El ultraconservador Senador Jesse Helms, quien se
    había resistido a la devolución del Canal de
    Panamá, fue particularmente crítico respecto del
    apoyo del Gobierno a Noriega. Él pensaba que Noriega era
    demasiado corrupto como para que se le pudiera confiar el Canal
    de Panamá.

    En su carácter de miembro de la Comisión
    de Relaciones Exteriores del Senado, Helms trató de
    liderar un movimiento de
    mayor dureza hacia Noriega, pero su postura reticente a abandonar
    el control del canal no permitió que su posición
    contra Noriega lograra apoyos significativos. El hombre
    clave del gobierno en América Central, Subsecretario de
    Estado Elliot
    Abrams, también logró desactivar muchas de las
    críticas haciendo resaltar el beneficio de continuar
    apoyando a Noriega.

    El Senador Helms no logró que el público
    se interesara en la cuestión de Panamá y, al no
    tener apoyo en el Congreso para su postura anti-Noriega, pronto
    se esfumaron las críticas a este último.

    La prensa, en cambio, comenzó a prestarle mucha
    atención a Noriega y a su actividad en el tráfico
    de drogas en 1986.

    El New York Times publicó una serie de
    artículos de investigación en los que se revelaban sus
    extendidas conexiones con los traficantes y con la CIA. Estas
    acusaciones pegaron en la conciencia
    norteamericana que estaba comenzando a darse cuenta de su
    creciente y serio problema de drogas. Las revelaciones del New
    York Times
    provocaron mayor cobertura por parte de otras
    agencias de noticias, lo
    que comenzó a elevar el sentimiento anti-Noriega entre el
    público norteamericano.

    Tal preocupación se elevó aun más
    cuando a principios de
    1987, el Coronel Díaz Herrera, segundo en la cadena de
    mando de Noriega, hizo públicas numerosas acusaciones de
    corrupción en contra de Noriega, a
    raíz de que este último se negara a retirarse en
    1986 y dejarle las riendas de las FDP, tal como se había
    acordado con anterioridad.

    Sus acusaciones llevaron a grandes manifestaciones del
    pueblo cuando los panameños salieron a las calles para
    demostrar su ira contra Noriega y el reinado de brutalidad y
    corrupción de las FDP durante su liderazgo.

    Mientras continuaban las demandas de la salida de
    Noriega del poder en la primavera de 1987, éste
    respondió con dureza a la oposición reprimiendo
    brutalmente las manifestaciones mediante el uso de una fuerza
    policial anti tumultos y declarando un estado de emergencia que
    prohibió nuevas demostraciones en su contra.

    Mientras la situación en Panamá empeoraba,
    en junio de 1987 se produjo un cambio de mandos en el Comando Sur
    (SOUTHCOM) de EE.UU., que tenía su sede en Panamá.
    El SOUTHCOM era responsable de todos los asuntos militares que
    afectaban a Panamá. El nuevo comandante, Gral. Frederick
    F. Woermer, Jr. tenía gran experiencia en asuntos
    latinoamericanos, hablaba perfecto español,
    conocía a Noriega y comprendía las cuestiones que
    estaban en juego en
    Panamá. En su discurso de
    asunción de la comandancia del SOUTHCOM dejó en
    claro que Noriega debía devolver el control del gobierno
    de Panamá a los civiles. Las palabras del Gral. Woerner
    desataron la ira de Noriega quien acentuó el maltrato a
    los soldados estadounidenses y sus mujeres residentes en
    Panamá. Woerner se dio cuenta rápidamente de que
    Noriega no se retiraría por propia voluntad y que
    probablemente se haría necesario utilizar la fuerza.
    Instruyó a su estado mayor para que comenzara a planificar
    la intervención militar de los EE.UU.

    También el Congreso de los EE.UU. comenzó
    a interesarse en la cuestión de Panamá a mediados
    de 1987 cuando las audiencias por la cuestión
    Irán-Contras revelaron detalles de actividades
    ilícitas de los EE.UU. en Panamá.

    Los representantes se enteraron de que miembros del
    Consejo Nacional de Seguridad (el Almirante Poindexter y el
    Teniente Coronel North) habían utilizado a Noriega para
    evadir las restricciones que el Congreso había impuesto en 1983
    a la ayuda a los Contras de Nicaragua. Se había utilizado
    a Noriega para que el Gobierno comprara y entregara armas a los
    contras utilizando las ganancias de la droga mediante
    diferentes esquemas, incluido el transporte y
    venta de cocaína
    desde Panamá a los EE.UU.

    Estas revelaciones y la continuada cobertura negativa en
    los medios sobre el propio Noriega obligaron a revisar la
    política de los EE.UU. en Panamá y llevaron al
    Senado a promulgar una resolución que exigía a
    Noriega y sus asesores más importantes a abandonar el
    poder inmediatamente. Noriega reaccionó con enojo y
    acusó a los EE.UU. de interferir en los asuntos internos
    de Panamá e instigó ataques populares a las
    instalaciones de los EE.UU. y a la misma embajada de los EE.UU.
    Además, acentuó su represión de las
    manifestaciones del pueblo y suspendió la libertad de
    prensa.

    Estados Unidos respondió con la suspensión
    de toda ayuda militar a Panamá y cercenó todos los
    contactos entre los militares estadounidenses y las FDP. Lo
    más significativo fue que la CIA cortó todos sus
    lazos con Noriega interrumpiendo de ese modo una relación
    que se había prolongado por 20 años.

    Para entonces, el gobierno de Reagan había
    llegado a la conclusión de que Noriega debía ser
    eliminado. Pero, no había consenso sobre cómo
    lograr este objetivo. Siempre se supo que el Presidente Reagan
    era muy renuente a resolver las disputas sobre políticas
    entre sus asesores importantes, y los medios y la manera en que
    había que librarse de Noriega no fueron una
    excepción. El Departamento de Estado, encabezado por
    Elliot Abrams, y la Plana Mayor del NSC (Consejo de Seguridad
    Nacional) querían deponer a Noriega inmediatamente y
    estaban totalmente dispuestos a utilizar toda la presión
    diplomática posible para arrinconarlo, apoyando un golpe
    desde dentro de las filas de las FDP para deponerlo.

    El Departamento de Defensa y la CIA no apoyaban un
    derrocamiento rápido de Noriega. No tenían un
    reemplazante capaz de mantener a las FDP bajo control y al
    país unido hasta tanto se pudiera elegir un líder
    democrático. También temían que Noriega
    reaccionara violentamente a cualquier intento serio de removerlo
    del poder, lo que pondría en peligro a los cerca de 50.000
    norteamericanos que vivían en Panamá.

    Ante los ojos del Departamento de Defensa y de la CIA,
    si bien Noriega tenía sus desventajas, no había
    alternativas reales que pudieran suplantarlo. Tenían la
    visión de que los EE.UU. no debían tomar medida
    alguna hasta tanto los panameños no iniciaran un proceso
    serio para desplazarlo del poder.

    Tampoco los medios norteamericanos en 1987 estaban
    haciendo ninguna presión en contra de Noriega. Estaban
    todos concentrados en los interrogatorios del caso
    Irán-Contra y el papel que los altos funcionarios del
    gobierno habían tenido en el hecho.

    Ante la falta de un neto consenso entre sus asesores
    principales, el Presidente Reagan fue persuadido para intentar
    convencer a Noriega de que abandonara el poder. Todo esfuerzo en
    ese sentido fracasó debido a la falta de un mensaje claro
    que hiciera comprender a Noriega de que debía
    retirarse.

    No menos de tres emisarios fueron enviados entre fines
    de 1987 y principios de 1988 pero cada uno de ellos le dio con un
    mensaje diferente sobre cuándo debía renunciar (y
    aun si ello era posible). En consecuencia, Noriega recibió
    la impresión de que no existía consenso en el
    Gobierno respecto de su partida. Al no haber una decidida
    intervención estadounidense, Noriega no encontró
    motivos para abandonar su tan lucrativa
    situación.

    Las opciones se acaban (1988).

    La situación del Gobierno de Reagan con respecto
    a Noriega se tornó aun peor en febrero de 1988, cuando el
    Departamento de Justicia de
    los EE.UU. lo acusó por tráfico de drogas y lavado
    de dinero en Florida. Esas acusaciones lo ligaban directamente
    con los carteles de la droga que contrabandeaban cocaína a
    los Estados Unidos.

    También ponían al gobierno y a la DEA en
    una situación embarazosa, por considerar a Noriega como
    uno de sus mejores recursos en la
    guerra contra las drogas.
    Noriega siempre había cumplido con las solicitudes de la
    DEA y cultivado la imagen de que
    estaba fuertemente comprometido con la guerra norteamericana
    contra las drogas, pero se hacía evidente que él
    había ejercido esta cooperación para su beneficio
    personal.

    Para mayor incomodidad del Gobierno, sin embargo,
    había una total falta de coordinación entre el Departamento de
    Justicia y el Departamento de Estado y el Gobierno sobre el tema
    de las condenas. El Departamento de Justicia tiene la cultura de
    operar en forma independiente y mantenerse apartado de las
    consideraciones políticas en su esfuerzo por someter a los
    criminales a la justicia. En consecuencia, ni el Presidente
    Reagan ni el Secretario de Estado George Schultz habían
    sido prevenidos por anticipado de que el jefe de un estado
    soberano iba a ser condenado por el cargo de tráfico de
    drogas.

    Las condenas del Estado de Florida, junto con los
    fracasados intentos del Gobierno estadounidense de lograr que
    Noriega renunciara voluntariamente, pusieron en claro que
    sería necesaria una acción más
    enérgica para desplazar a Noriega.

    El asunto empeoraba porque los índices de
    aprobación de la gestión
    Reagan decaían y en julio de 1988 su manejo de la
    situación de Panamá lo había dejado con
    menos del 30% de aprobación. Era necesario hacer algo,
    pero una vez más, la
    administración estaba dividida en sus opiniones sobre
    cómo lograr el objetivo.

    El Departamento de Estado fue el primero en proponer el
    uso de las fuerzas militares para deponer a Noriega del poder en
    Panamá. Elliot Abrams, Subsecretario de Estado para
    Asuntos Interamericanos, fue quien diseñó esta
    política. Abrams era un hombre de la
    más alta confianza personal del Secretario de Estado
    George Schultz, pero su estilo abrasivo y arrogante lo
    hacían antipático a los ojos de todos los
    demás asesores presidenciales de alto rango. Pero Schultz
    estaba conforme con dejar que Abrams fijara la política
    del Departamento de Estado hacia Panamá y Centro
    América, puesto que su atención estaba centrada en
    los problemas más apremiantes de la Unión
    Soviética y Medio Oriente.

    La atención de Abrams en Panamá
    llegó tarde. Inicialmente toda su atención en
    América Central estaba dominada por Nicaragua y el
    gobierno Sandinista, que había subido al poder en 1979.
    Muchos pensaban que Abrams se había obsesionado con
    deponer al gobierno sandinista. Cuando todas las operaciones
    ilegales de los EE.UU. en ese país quedaron al descubierto
    y debieron dejarse sin efecto a raíz del escándalo
    Irán-Contra, el papel de Abrams fue objeto de
    críticas muy severas.

    Su reputación y credibilidad entre los miembros
    del Congreso quedaron muy dañadas por la falta de
    sinceridad durante los interrogatorios y por el apoyo que el
    Gobierno había prestado a los Contras.

    Sus críticos lo acusaban de que su nuevo interés en
    Panamá y Noriega era sólo un intento de reconstruir
    su crédito
    ante el Congreso y otros detractores.

    A medida que se reveló la obstinación de
    Noriega por permanecer en el poder, Abrams se convenció de
    que el mejor, y quizás único instrumento para
    desplazarlo de la escena era utilizar el poder militar de Estados
    Unidos. Él convenció al Secretario Schultz de que
    la intervención militar era el mejor curso de
    acción.

    El Jefe del Estado Mayor Conjunto (CJCS), Almirante
    William Crowe, se oponía fuertemente a Abrams y Schultz en
    el uso de la fuerza militar en Panamá y tenía muy
    buenas razones para hacerlo:

    · Si se implementaban las acciones desde
    las bases ubicadas en Panamá para derrocar el
    régimen imperante, se pondrían en riesgo los
    derechos de los
    EE.UU. de mantener bases en otros países, con cuyos
    anfitriones EE.UU. mantenía cuestiones
    sensibles;

    · Había 50.000 estadounidenses viviendo en
    suelo
    panameño y todos estarían en riesgo si EE.UU.
    lanzaba acciones militares;

    · El uso de la fuerza militar contra
    Panamá reforzaría la percepción
    de abuso del poder "Yanqui" en un momento en que las
    ideologías comunistas estaban logrando establecer bases en
    la región.

    Había otras razones igualmente poderosas para la
    resistencia de Crowe: Noriega permitía que EE.UU. usara
    sus bases en Panamá, para espiar a los países
    vecinos y entrenar otras fuerzas militares de la región en
    flagrante violación de los tratados del Canal. Otro
    líder podía no ser tan pasivo ante tales
    operaciones.

    Cuando el Departamento de Estado y Abrams
    proponían cualquier forma de intervención militar,
    Crowe y la Junta de Jefes de Estado Mayor de las Fuerzas se
    oponían con detalles de los costos, riesgos y
    obstáculos inherentes a tal
    intervención.

    Un ejemplo ilustrativo fue una cuestionable
    estimación de Defensa, la cual mostraba que la
    evacuación de los no combatientes de Panamá antes
    de las acciones militares costaría más de U$S 100
    millones y demoraría por lo menos 7 meses. La
    posición de Crowe estaba aún más fortalecida
    por el reforzamiento del cargo de Jefe de Estado Mayor Conjunto a
    partir de la Ley
    Goldwater-Nichols de Reorganización del Departamento de
    Defensa en 1986.

    En virtud de la misma, ahora él era el asesor
    militar principal del Presidente y ya no tenía que lograr
    ningún consenso entre los otros jefes de las fuerzas ni
    del Secretario de Defensa. Crowe tenía fuertes reservas
    sobre la conveniencia de una participación militar en
    Panamá y frecuentemente chocaba con Abrams a este
    respecto. Se dice que lo consideraba "un hombre peligroso que
    seguía una política riesgosa… un ideólogo
    fuera de control."

    Abrams, a su vez, consideraba que la renuencia de Crowe
    a utilizar la fuerza militar era "una precaución militar
    mal aconsejada por la experiencia post Vietnam."

    El Gobierno de Reagan se mantuvo dividido durante todo
    1988 sobre la cuestión de adoptar o no la opción
    militar para resolver el problema panameño. El
    Departamento de Estado, liderado por Elliot Abrams abogaba por al
    menos el uso limitado de la fuerza para capturar a Noriega y
    someterlo a la justicia en EE.UU.

    El Departamento de Defensa, por su parte,
    señalaba los problemas prácticos de tales
    operaciones y planteaba la cuestión de que las FDP
    podrían responder tomando rehenes norteamericanos para
    recuperar a Noriega. La CIA también se mostraba renuente a
    apoyar una operación militar contra Noriega, ya que estaba
    apenas saliendo de los efectos de la revelación sobre su
    actuación en el escándalo
    Irán-Contras.

    Su nuevo director no estaba interesado en participar en
    una acción que podía resultar controvertida y
    atraer más atención y descrédito hacia la
    agencia.

    La investigación de la Comisión Tower
    sobre el caso Irán-Contras acababa de emitir su informe, en el
    que criticaba severamente al Consejo Nacional de Seguridad por
    violar el proceso normal de toma de
    decisiones de seguridad de la nación.
    En consecuencia, Carlucci no tenía disposición a
    apoyar otra aventura militar en Centroamérica.

    Cuando el General Colin Powell reemplazó a
    Carlucci, que había cruzado el Potomac para convertirse en
    Secretario de Defensa, el Pentágono se encontró
    realmente en condiciones de bloquear todo apoyo presidencial a
    cualquier acción militar en 1988.

    Todo deseo de Washington para implementar alguna medida
    contundente en contra de Noriega se vio atemperado por las
    elecciones presidenciales de 1988. La administración Republicana necesitaba
    correr una cortina sobre el problema de Panamá, para que
    no se convirtiera en un tema de campaña que los
    Demócratas pudieran utilizar en contra del Vice-Presidente
    Bush.

    Aunque se había descartado la opción
    militar, el Presidente Reagan reconocía que algo
    había que hacer con Noriega. Por lo tanto, se autorizaron
    sanciones económicas en contra de
    Panamá.

    Panamá era altamente sensible a la presión
    económica de los EE.UU. ya que su economía estaba
    fuertemente ligada a la de los EE.UU. y utilizaba el dólar
    norteamericano como moneda. Como no pudo lograr apoyo para
    emprender acciones militares, el Departamento de Estado
    abogó por invocar la Ley de Poderes Económicos para
    Emergencias (IEEPA) para aislar a Panamá.

    Bloqueando la transferencia de fondos hacia y desde el
    país, EE.UU. podía negarle a Noriega el dinero que
    él necesitaba para pagar a los militares y los empleados
    públicos, que representaban los últimos vestigios
    de su poder. Sin ese apoyo, se teorizaba, los mismos
    panameños obligaría a Noriega a abandonar el
    poder.

    La administración estaba totalmente dividida
    respecto de si las sanciones económicas debían ser
    muy severas. El Secretario del Tesoro, James Baker, se
    oponía abiertamente a las sanciones económicas
    contra Panamá. Sostenía que aplicar la IEEPA era
    como "utilizar una bomba atómica para matar una mosca." Su
    posición estaba influida además por la
    preocupación por los numerosos banco y empresas
    norteamericanas que operaban en Panamá y que
    podrían verse afectados por las sanciones.

    Hasta el Secretario de Estado Schultz tenía sus
    dudas respecto de la eficacia de las
    sanciones económicas, en vista de que Noriega y sus
    acólitos obtenían la mayor parte de su dinero en
    forma ilegal y no dependían de la economía local.
    El Secretario de Defensa Carlucci sostenía que la IEEPA
    sólo serviría para galvanizar la resolución
    de Noriega de mantenerse en el poder. Esta posición era
    compartida por el General Powell y el Jefe de Gabinete de la Casa
    Blanca, Howard Baker, y ambos proponían acciones menos
    drásticas.

    A pesar de todas las reservas, el Presidente Reagan
    siguió adelante con las sanciones aunque permitió
    que se cambiara el plan. Las
    sanciones se demoraron por los problemas prácticos que la
    burocracia
    encontraba para implementar las sanciones económicas a
    Panamá en forma completa. En primer lugar, estaba la
    cuestión de cómo se haría para que los
    varios miles de empleados norteamericanos y panameños del
    Canal de Panamá recibieran su paga.

    Dejar de pagarles implicaría el riesgo de que el
    canal se cerrara. Además, había oficinas e
    instalaciones norteamericanas (la embajada y el SOUTHCOM, por
    ejemplo) que debían pagar las facturas de servicios o
    cerrarse. Y finalmente, como temía Baker, muchas empresas
    y bancos
    norteamericanos comenzaron una campaña para obtener
    excepciones que los protegieran de las grandes pérdidas
    que sufrirían, si se aplicaban las sanciones en forma
    total.

    Al final, las sanciones se demoraron más de dos
    meses y nunca se aplicaron en forma completa debido a que la
    burocracia no dejaba de lidiar con los numeroso pedidos de
    excepción. El resultado fue que las sanciones terminaron
    teniendo un efecto mucho menor que el que pudieron haber
    tenido.

    Al acercarse el final del período Reagan, se
    determinó que Estados Unidos tenía que esperar que
    la solución para Panamá se presentara como un
    levantamiento popular como el que había sacado a Marcos
    del poder en Filipinas, o un golpe de estado. Algunos abrigaban
    la esperanza de que fueran las elecciones de 1989 en
    Panamá las que sacaran a Noriega del poder.

     

     

    Félix Puga Henríquez

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