- La escatología cristiana y
su significado - La escatología en el
Nuevo Testamento - Cristo como acontecimiento
escatológico para la humanidad, el mundo y la
historia - La escatología y su
relación con la cristología o dimensión
cristológica de la teología - La escatología y su
relación con la antropología - La parusía de
Cristo - El juicio escatológico.
¿Salvación o condena? - ¿Qué pasa
después de la muerte? - Resurrección de la
carne y vida eterna - San Pablo en
Grecia - Conclusión
Muchas veces, a solas o en compañía, nos
preguntamos acerca de cuestiones existenciales y también
acerca de la muerte.
¿Qué es la muerte,
qué pasa después? Este trabajo tiene
que ver justamente con eso. Por supuesto que yo, personalmente,
no tengo idea de lo que pasa después.
¿Después de qué? después de
morirte.
Después de nacer, crecer, caerte por primera vez
de la bicicleta, después de madurar, formar una
familia, realizarte profesionalmente,
envejecer…
…Podría decirse entonces que no
tengo por qué escribir nada. Porque si no soy capaz de
contestar a una pregunta tan pero tan profunda como esa mi
trabajo no vale. Pero no, sí que vale.
Propongo una respuesta desde la fe. Muchas veces he
trasnochado con amigos preguntándonos cuestiones incapaces
de responder racionalmente. Este trabajo tiene que ver con el fin
de los tiempos, con lo que pasará después. Es
díficil imaginárselo porque nadie lo ha revelado.
Son preguntas, preguntas retóricas que sacuden el alma y nos
hacen pensar.
Por todo eso, dejo a un lado la filosofía y le
doy paso a Dios.
Le entrego mis dudas a Él y les digo:
adelante.
La escatología
cristiana y su significado
La palabra escatología deriva del griego
‘éskhata’, que significa "cosas
últimas"; fue traducida al latín en la
versión de la Biblia llamada "La Vulgata" como
‘novissima’, que significa "lo más
nuevo" o "las cosas más recientes".
"En todas tus acciones ten
presente tu fin, y jamás cometerás pecado" (Ecl
7, 36). Es común que se recurra a este último
pasaje bíblico para intentar fundamentar un tratado de
escatología, en la que la Biblia se refiere al fin
individual de cada persona.
Sin embargo, con esta definición se hace un lado
a lo que se conoce como escatología intermedia:
aquella que estudia la etapa que va desde la muerte de cada
persona hasta el final de toda la humanidad. "(…) la
escatología se refiere, sobre todo, al destino del
hombre y del
mundo después de la muerte"
La
escatología en el Nuevo Testamento
Tiene su característica propia en el
acontecimiento de Cristo, considerado como presencia personal de Dios
en la Tierra y
también como anticipación de la
manifestación futura de Dios con la venida del Espíritu
Santo.
Desde sus comienzos la fe cristiana consideró a
la resurrección de Cristo no sólo en
relación al pasado como cumplimiento de las
profecías divinas, sino también en relación
al futuro, como anticipación y garantía de la
salvación venidera al final de los tiempos. El sentido
escatológico del misterio de Cristo, desde su entrada en
el mundo hasta su resurrección, adquiere así una
perspectiva nueva: aparece la teología de la carta a los
Hebreos, por ejemplo, que nos da su visión de Cristo como
presencia personal de Dios en la historia (Hb 1,
1.4).
Según San Pablo, Cristo se encarna en "la
plenitud de los tiempos" (Gal 4,4) y presenta todo el
misterio de Dios como un mismo acontecimiento que se inicia en la
encarnación como apropiación de nuestra existencia
temporal y mortal, que culmina en la cruz "y se humilló
a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz.
Por lo cual Dios se exaltó y le otorgó el Nombre
que está por encima de todo nombre" (Flp 2, 6-11), y
que llega a su plenitud con la glorificación del
Señor.
San Pablo subraya también el acto de la potencia divina
en su resurrección, que da lugar a la divinización
plena de la humanidad de Cristo (Col 1,9; 2,9). Cristo se hace
hombre para que el hombre se
haga Dios. Cristo nos comunica una gracia que nos la hace saber
con la cruz.
Santo Tomás concluye que la economía
salvífica de Dios para el hombre se ha cumplido. Cristo,
al encarnarse, asume la naturaleza
humana con todo lo que implica. Asume el límite
característico del hombre al unir lo infinito con lo
finito.
También lo afirma el Catecismo: "El fin
último de toda la economía divina es el acceso de
los hombres a la unidad perfecta de la Trinidad. Pero desde ahora
somos llamados a participar de Dios trino" Además de
aludir, claro está, al misterio central de la
revelación: a Dios trino y salvador del hombre.
En la teología cristiana hablamos de
pleroma; de la encarnación del Verbo que significa
el fin del universo.
Así, Cristo aparece como fin y como plenitud, porque todo
resucita con Cristo y todo llega a su fin. Por ello decimos que
Cristo es Señor de la historia y Cabeza de la Iglesia (Ef 1,
22) (Apoc 22, 12.13).
"Si alguno me ama guardará mi palabra y mi
Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada
en él" (Jn 14,23).
Cristo como
acontecimiento escatológico para la humanidad, el mundo y
la historia
Como hombre:
El Nuevo Testamento presenta a Cristo como destino
definitivo de la humanidad. Una vez que Cristo resucita no muere
jamás, su resurrección es definitiva e imposible de
anular. Cristo ha vuelto a la vida para siempre. San Pablo
afirma que Cristo resucitó como primicias de entre los
muertos; esto significa que en la resurrección de Cristo
está incluída la nuestra, porque primicias
indica el inicio de una serie.
El mismo San Pablo afirma que Cristo es
primogénito de entre muchos hermanos (Rom 8,29), o
de entre los muertos (Col 1,18), siendo primogénito el
primer hijo después del cual vendrán otros. Por
esta misma razón es que se le llama primogénito,
porque indica que otros muertos resucitarán después
que Él.
Es importante aclarar que Cristo resucita en función
del hombre. Resucita para inagurar el camino que seguirá
más tarde toda la humanidad. Y su resurrección
significa para el hombre la instauración definitiva de la
salvación: el hombre puede ahora esperar un destino eterno
al asociar su destino al destino de Cristo resucitado.
Del mundo:
El Nuevo Testamento también presenta a Cristo
como fundamento de la creación "el es imagen del Dios
invisible, primogénito de toda la Creación"
(Col 1, 15). Por tanto, Cristo interviene en la creación,
por Él fueron creadas todas las cosas y todo tiene en
Él su consistencia; además, todo cuanto existe
alcanza su plenitud en Cristo, Dios tuvo a bien residir en
Él toda plenitud (Col 1,16-19).
Entonces, en Cristo se recapitulan todas las cosas, las
del cielo y las de la tierra
"… hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza" (Ef
1,10); esto significa que fuera de Cristo la creación
carece de sentido, no podría sostenerse. Sería
impensable porque Cristo es el principio creativo y divino de
todo cuanto existe.
De la historia:
La encarnación de Cristo es signo de solidaridad y de
amor hacia
todos los hombres. Al encarnarse Dios hizo suya la historia y
logró que la historia cronológica –temporal-
se convirtiera en historia salvífica, de la
salvación, redimida. Más aún, con su muerte
Cristo se solidarizó con la condición mortal del
hombre. La glorificación de la humanidad de Cristo
ocurrida en el momento de su resurrección implica una
transformación total del ser humano y de todo lo creado. A
partir de la resurrección surge, entonces, un destino
trascendente y eterno para todos los hombres, porque existe
posibilidad de purificarse y de salvarse.
La
escatología y su relación con la cristología
o dimensión cristológica de la
teología
La escatología entra en relación con la
cristología de acuerdo a la soteriología, a la
salvación humana gracias a la obra de Cristo.
La resurrección de Cristo es el único
acontecimiento definitivo de toda la historia de la
salvación. Su resurreción ha de extenderse a los
que pertenecen a Cristo y sería "la cima del misterio que
comenzó en el bautismo"
Según San Pablo, sobre Cristo resucitado la
muerte ya no influye sobre él. De esta manera Cristo es el
acontecimiento escatológico en sí mismo, es el
máximo –éskaton– de salvación
que Dios puede ofrecer al hombre, es la plenitud de lo opuesto a
lo provisional.
Cristo es también la comunión más
profunda que pueda existir entre Dios y el hombre y, por ello,
decimos que es imagen perfecta del hombre. Todo fue creado por
Él, todo tiene su consistencia en Él y todo
llegará a su plenitud en Él. La humanidad de Cristo
hace, entonces, al Hijo de Dios como único mediador entre
Dios y los hombres, y también, como mediador de todas las
cosas divinas.
La escatología, por tanto, no hace otra cosa que
explicitar lo que está ya implícito en la
cristología. Entonces: no puede haber escatología
sin cristología porque la resurrección de Cristo es
el único misterio escatológico que ha sucedido en
la historia humana y, es precisamente por ella, que podemos
hablar de realidades últimas o escatológicas
–de un ‘más allá’-.
La
escatología y su relación con la
antropología
Sabemos que la resurrección es un acontecimiento
histórico y salvífico, que es lo
único que nos permite hablar de las cosas que
están ‘más allá de la muerte’,
es decir, de cosas trascendentes.
El miedo a la muerte radica en pensar que, al carecer de
cuerpo, tampoco tendremos conciencia de
existir. Tenemos miedo de que con la muerte corporal dejemos de
tener un yo conciente. Entonces, si el hombre siente que vive en
cuanto a lo que aspira y proyecta, ¿qué sentido
tiene esforzarse en una vida que habrá de
terminar?
La realidad es que el hombre no puede evitar la muerte.
Si el hombre, entonces, sufre la muerte como experiencia
límite de su existencia es porque anhela seguir viviendo y
porque la muerte lo desvincula de ese contacto sensible con el
mundo y con los otros seres humanos.
El hombre busca trascender. Es un ser creado a imagen y
semejanza de Dios, un ser que se caracteriza por estar dotado de
libertad,
dignidad,
diferenciarse de los demás seres, capacidad de amar y de
conocer.
Y Cristo es aquel que vuelve a unir aquella semejanza
del hombre a Dios –rota en el Antiguo Testamento– por ser
el nuevo Adán, el nuevo hombre, que libera al mundo de
pecado y lo salva. Hablamos de una antropología unitaria, la cristiana, en la
que la muerte es terrible "porque significa el final del hombre
entero".
Según Carvajal, la Biblia nos dice el hombre es
una unidad integrada por un cuerpo (bazar), por un primer
‘soplo’-el que nos revive y anima a vivir
(nefesh)- y por un espíritu orientado hacia Dios
(ruah), entre lo más importante. Y es un hombre que
necesita de Dios, justamente, por haber sido creado a imagen y
semejanza suya.
Según el filósofo atropólogo Bloch,
la reflexión sobre el hombre como espíritu
encarnado y sobre las condiciones fundamentales de su acción
en el mundo se muestra incapaz
de alcanzar una plenitud definitiva en todo lo que hace. La fe
puede ayudar, pero no desborda al hombre, no lo apacigua. Por
ello necesitamos de Dios, de alguien que nos de esperanza de
resurreción y de salvación. Gracias a la venida de
Cristo la historia se ha eternizado y ha dado paso a una
verdadera historia de salvación.
Y es en Cristo donde "podemos ver, por tanto, ‘al
hombre prefecto’. Sólo en Él la humanidad
alcanza su plenitud y se hace totalmente imagen de
Dios"
A modo de conclusión, la antropología
humana hace del hombre un ser dual; un ser de cuerpo y alma. Y es
justamente la concepción antropológica, la que
permite y hace posible la escatología, porque se necesita
de un ser integral como el hombre capaz de trascender a la muerte
y resucitar en cuerpo glorioso y alma. "Esta antropología
hace posible la escatología"
Parusía deriva del griego "pareimi" que
significa "estar presente" o "llegar". Antiguamente el helenismo
utilizó esta palabra para referirse a la
manifestación en la tierra de las personas divinas,
así como para designar la entrada triunfal de los reyes o
príncipes a las ciudades de sus dominios.
En el Nuevo Testamento "la resurección de Cristo
está asociada con la Parusía de Cristo".
Según el Catecismo la parusía es el advenimiento de
Cristo resucitado al final de los tiempos; por ello, se encuentra
asociada con el fin del mundo (Mt 24,3.27.39, entre otros). Se
asocia con la resurreción porque gracias a ella Cristo
volverá a nosotros en su segunda venida. Una venida que
será definitiva.
San Pablo describe muy bien la parusía en Tes
4,13-18:
"Hermanos, no queremos que estéis en la
ignorancia respecto a los muertos, para que no os
entristezcáis como los que no tienen esperanza. Porque si
creemos que Jesús murió y que resucitó, de
la misma manera Dios llevará consigo a los que murieron en
Jesús. Os decimos esto como Palabra del Señor:
Nosotros, los que vivamos, los que quedemos hasta la Venida del
Señor, no nos adelantaremos a los que murieron. El
Señor mismo, a la orden dada por la voz de un
arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del
cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer
lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que
quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al
encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos
siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con
estas palabras".
A modo de conclusión, Parusía responde a
la venida de Cristo o su venida gloriosa. Parusía es la
manifestación espléndida de la gloria de Cristo y
la revelación completa de su misterio, tanto en el mismo
Jesucristo como en quienes esperan y aman la
Epifanía del Señor; es decir, el esplendor o
manifestación luminosa propia de Cristo. Por
tanto, decimos que nuestra resurrección ha de ser
un acontecimiento eclesial en la parusía de Cristo (Apoc
6, 11).
El juicio
escatológico. ¿Salvación o
condena?
Según la fe cristiana, la historia de la
humanidad tiene un sólo fin: la salvación.
Ésta última es el objeto propio de la
Escatología.
"La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto
a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada
en Cristo". Según el Catecismo, la muerte significa la
incapacidad de acciones benhévolas que puedan llevar al
hombre a la salvación o a la condenación eterna; ya
nadie puede hacer nada por su propia salvación porque
dejó de existir. Una vez muerto, el hombre pierde la
posibilidad definitiva de aceptar o rechazar a Cristo.
Existe un juicio particular que ocurrirá para
cada quien en el momento de su muerte, y un juicio final
–o escatológico- que ocurrirá al final de los
tiempos. Según el Catecismo, aquellos que mueren en la
amistad de Dios
viven para siempre con Él. Los que no, se condenan. Las
almas amigas de Dios se vuelven imagen del Padre porque todo lo
ven "tal y cual es" (1 Jn 3,2), es decir, entienden toda
la revelación y han de contemplar eternamente a
Dios.
El juicio escatólogico de Dios será,
entonces, la triunfo definitivo de Dios sobre el pecado y la
muerte. Es verdad que, a lo largo de los siglos, la idea de
justicia
empezó a verse algo así como una rendición
de cuentas del
hombre frente a Dios. Esto empezó a generar mucha angustia
en el hombre, un hombre que afirmaba que muy pocos eran los que
se salvaban. Sin embargo, nótese que "(…)
Jesús (…) anuncia sólo la salvación
(…) La condenación del hombre sería en el
peor de los casos, únicamente una posibilidad para
personas individuales (…). Esto último significa
que la salvación o condena de cada uno depende pura y
exclusivamente de cada uno. Existe el pecado, pero también
existe el arrepentimiento. Dios es infinitamente justo, pero
también infinitamente misericordioso.
Por otra parte, en el Antiguo Testamento, existen
pasajes bíblicos que encierran a la misericordia divina:
"Dios vio que era bueno todo cuanto había
hecho(…)" (Gn 1). "(…) no fue Dios quien hizo la
muerte ni se recrea en la destrucción de los
vivientes" (Sab 1,13). "No quiere la muerte del pecador,
sino que se convierta y viva" (Ez 18, 23).
Recordemos que el Nuevo Testamento define a Dios como
Amor (1 Jn 4,8) y quiere que todos los hombres se salven y
conozcan la verdad (1 Tim 4,8).
Sin embargo, la Comisión Teológica
Internacional afirma que existe una condenación definitiva
para aquellos que mueren con pecados graves: "El infierno es una
verdadera posibilidad real y, por ello, no es lícito
suponer un automatismo de salvación".
Es difícil hablar del fin de los tiempos. Dios no
lo ha revelado. Lo que sabemos es que el Reino de Dios
llegará a su plenitud luego del juicio final. Sólo
Dios conoce y sabe cuándo y en qué lugar.
"Será entonces cuando comprendamos toda su Providencia y
Dios triunfará justamente sobre las injusticias mundanas"
. Esto último significa entender la revelación
completa de Dios.
¿Qué
pasa después de la muerte?
Luego de la muerte, muchos teólogos
confían en lo que se llama " (…)
atemporalismo: afirmando que después de la muerte
el tiempo no puede de ninguna manera existir más
(…)". Por ello, sostienen que ‘todos morimos al
mismo tiempo’, es decir, al no haber tiempo, la muerte
eterniza al hombre. Por ende, las resurrecciones también
serán simultáneas.
Según la tradición bíblica, el
pueblo de Israel
creía que los hombres debían subsistir
después de la muerte en un lugar llamado sheol. Era
una segunda vida, tanto para los justos como para los
impíos. Era un mundo subterráneo al cual
debían descender los que iban a él (Gn 37,35; Num
16,30-33). Los muertos (refaim) que están
allí "no alaban al Señor y están separados
de él".
Será a partir de esta idea del sheol cuando se
empezará a hablar de resurrección.
Ya en el Nuevo Testamento se cree en una supervivencia
inmediata luego de la muerte. Y resurrección es,
justamente, aquella unión profunda con Cristo, la
comunión que nos lleva a Dios.
Por otra parte, la Iglesia cree que existe un estado de
purificación luego de la muerte, un estado intermedio
entre el mundo y la contemplación divina. Cuando uno
muere, "existe una comunión con Cristo resucitado que, si
es necesario, presupone una purificación
escatológica" .Entonces, la muerte es el paso del hombre a
la eternidad, y a un purgatorio si es que necesita de
ello.
- El purgatorio significa que, por gracia de Dios, se
concede al hombre madurar de forma radical luego de morir. El
purgatorio es ese proceso,
doloroso como todos los procesos
de ascención y educación, por medio del cual el
hombre, al morir, actualiza todas sus posibilidades y se
purifica de todas las marcas con
las que el pecado ha ido estigmatizando su vida, sea mediante
la historia del pecado y sus consecuencias o sea por los
malos hábitos adquiridos a lo largo de la vida. Es un
estado intermedio, "habla con gran alegría de la
esperanza de la parusía de Dios que
‘transformará a nuestro pobre cuerpo mortal,
haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso’ (Flp
3, 21)"
La Sagrada Escritura
contempla otra posibilidad, la de que el hombre fracase en su
destino de
alcanzar la salvación y se hunda en un horror que
sobrepasa todo lo imaginado: la condenación o
infierno.
- El infierno supone la negación de aquella
comunión con Dios que constituye la bienaventuranza de
los muertos. Se habla de perder la vida (Mc. 8,35), del
"horno de fuego" (Mt 13,50), del "fuego que no se
apaga" (Mc 9,43.48), del "llanto y rechinar de
dientes" (Mt 13,42), del "fuego que arde con
azufre" (Ap 19,20), entre otras citas bíblicas. El
infierno es una condenación eterna. Significa perder a
Dios. Sin embargo, según Carvajal, Dios no ha creado
el infierno, porque todo lo que tiene en Él su origen
es bueno. ¿Y por qué? Porque "el infierno es
una situación humana y, por lo tanto, no es algo que
pueda existir con independencia de que alguien decida colocarse
en dicha situación". El infierno en Carvajal tiene que
ver con el endurecimiento de una persona en el mal. Por ende,
es un estado creado por los mismos que se
condenan.
Ahora bien, el cielo o paraíso es la
continuación lógica
de los otros temas escatológicos que ya hemos
visto.
- Cuando hablamos de cielo hablamos del Reino
de Dios. Según Carvajal, al igual que el purgatorio y
el infierno, el cielo es un estado de amor y de gracia
eterna, de comunión profunda con Cristo y de
contemplación y gozo eterno de nuestro Padre,
Dios.
Resurrección de la carne y vida
eterna
Como ya se dijo, la resurrección de Cristo ha de
extenderse a aquellos que pertenecen y aceptan a Cristo. Lo
acontecido en Cristo con su resurrección significó
la confirmación categórica de la esperanza
cristiana: Dios no abandonará a sus elegidos en poder de la
muerte. Pero ojo: la inmortalidad del alma no significa lo mismo
que la resurrección de los muertos. La inmortalidad del
alma significa la existencia de la misma por siempre, mientras
que la resurrección de los muertos es la
divinización o glorificación del ser humano con
cuerpo y alma, la que alcanzará una vida plena
semejante a la que recibió la humanidad de Cristo al
resucitar.
Ahora bien, ¿cómo resucitarán los
muertos? Es decir, ¿con qué cuerpo? Según
San Pablo la imagen de la semilla propuesta en Cor 1, 35-49 trata
de ilustrar la necesidad de pasar por la muerte en atención a la trasformación
definitiva del ser. Pablo presenta así al cuerpo actual
como el "grano desnudo" que no es todavía el cuerpo
definitivo; desde este cuerpo provisional que hoy poseemos, no
podemos ni siquiera imaginar como será nuestra
corporalidad resucitada.
Entonces, cuando hablamos de cuerpo no hablamos de
cadáver. Es diferente. Cuando hablamos de cuerpo hablamos
de un cuerpo místico, el de Cristo, pues " (…)
habiendo llegado a su fin la historia, la resurrección de
todos los ‘co-servidores’
y hermanos completará el cuerpo místico de
Cristo" (Apoc 6, 11). Por ende, es el cuerpo de Cristo quien
resucita alcanzando así su plenitud, y los individuos
singulares llegarán a la resurrección en cuanto que
se hagan miembros de ese cuerpo.
A todo esto, el hombre porta de un elemento consciente
llamado alma (psyché). Ésta hace que la esperanza
escatólogica cuente con una fase doble: entre la muerte y
el fin de los tiempos existe la psyqué humana. Esto
último hace que el hombre jamás deje de
existir totalmente. Sin embargo, se han elaborado "nuevas
teorías
que afirman la resurrección en el momento de la muerte
para que no queden espacios vacíos entre la muerte y la
parusía"
En Grecia, antes
y después de la revelación Cristiana en Roma, "(…)
existían dos tradiciones míticas muy diferentes
pero solidarias entre sí(…)" que se referían
a los cataclismos griegos futuros:
- la teoría de las edades del Mundo, que
comprendía el mito de
perfección de los comienzos - y la doctrina cíclica.
Hesíodo fue el primero que escribió acerca
de la degeneración progresiva de la humanidad en el curso
de las cinco edades. La primera, la Edad de Oro, bajo el
reino del dios Cronos (el tiempo) era una especie de
paraíso: los hombres vivían mucho tiempo, no
envejecían nunca y su existencia era semejante a la de los
dioses del Olimpo. "(…) La teoría cíclica
tuvo su aparición con Heráclito que tuvo gran influecia sobre la
doctrina estoica del Eterno Retorno. Más adelante se
constatará la asociación de estos dos temas
míticos (…)".
Luego de las influencias orientales, los estoicos
tomaron de Heráclito la idea de el Fin del Mundo
por el fuego, mientras que Platón
sostuvo que el fin del mundo sería El Diluvio.
Atenas, en aquel momento, era una tierra
politeísta y que desconocía la resurrección
de la carne. Los griegos creían en la descención
del alma humana al Hades -Tierra de los muertos o
infierno- y confiaban en la permanencia eterna del alma en el
hades sin posibilidad juicio previo.
El Hades, según la mitología
griega, está gobernado por Hades, el dios de los
infiernos. Un dios inmortal que conserva las mismas pasiones que
los hombres y que no es más malo o justo que los
demás o que el mundo entero por ser el dios de los
muertos. En Hades, entonces, permanecen por siempre las almas
de todos los hombres. Por ello era muy importante para un griego
la práctica correcta de ritos funerarios y enterrar
honorablemente a sus muertos, porque creían que el hombre
alma, al carecer el cuerpo de un entierro digno, jamás
podría descansar en paz.
Ahora bien, luego de la revelación cristiana, San
Pablo se encaminó a Atenas a fin de predicar el
kerygma. Una vez allí, la Biblia afirma que San
Pablo inició un discurso
memorable al senado de los sabios paganos, en el Aerópago,
y les habló de un "Dios desconocido", de un
único Dios todopoderoso y eterno. "(…)
Pues bien, lo que adoraís sin conocer, eso os vengo a
anunciar" (Hch 17, 23). Aquel que ha creado todas las cosas,
que nos ha redimido y que un día resucitará nuestra
carne.
Al hablar de la resurrección de los muertos, fue
interrumpido por gritos, murmullos obstructivos y carcajadas.
"(…) ¿Qué querrá decir este
charlatán? (…) Parece ser un predicador de
divinidades extranjeras (…)" (Hch 17, 18). Muchos
oyentes abandonaron el lugar, mientras que otros se acercaron al
orador para decirle: "Basta por hoy, otro día nos
hablarás de estas cosas". Pero algunos
creyeron.
Al salir Pablo de Atenas, con tristeza por los pocos
adeptos conseguidos, se encaminó a Corinto.
Se concluye, entonces, que los griegos no aceptaron el
misterio de la resurrección de la carne porque ellos
tenían otras creencias. No entendían le hecho de
que el hombre pudiera resucitar en un cuerpo glorioso. A falta de
fe quizás, no pudieron comprender el misterio de un Dios
trino y resucitado. Porque en Grecia, el fin de los tiempos -como
ya se dijo- tiene que ver con la teoría de las edades del
mundo y con el Eterno Retorno.
Pudimos ver que la escatología encierra los
misterios más profundos. La Biblia nos habla de
escatología en el Apocalipsis, pero de manera
metafórica y confusa. Si fin de los tiempos tiene que ver
con la muerte, debemos morir para poder ser partícipes de
la comunión con Dios en Cristo.
Es verdad, nadie dijo que morir fuera algo lindo o
deseable. Pero retomando la fe, afirmo que Cristo tampoco.
Él no quería morir pero sabía que iba a
resucitar al tercer día. También sabía que
debía cumplir con la voluntad del Padre.
La muerte, entonces, se muestra como una señora
desconocida. El hombre teme a la muerte porque todo aquello que
el hombre desconoce le teme. San Pablo ya lo dijo una vez: "El
salario del
pecado es la muerte" (Rom 6, 23). Entonces es cierto, la
muerte es consecuencia del pecado.
Más allá de lo que sea, es natural que el
hombre sufra la muerte de las personas que ama. La muerte de
alguien cercano es fea, el que sufre se enoja, llora, se
cuestiona el por qué, reza, se abandona y, si el golpe no
es muy fuerte, la acepta.
Hay que entender que la muerte es parte de la vida; es
decir, la vida no sería "vida" sin muerte. Si decimos que
la muerte es "una oportunidad en la cual el hombre puede y debe
manifestarse como hombre", debemos ayudarnos de la fe y de la
esperanza, de la revelación cristiana, tenemos que
acordarnos de que Cristo resucitó y venció a la
muerte, a toda enfermedad y a todo sufrimiento que
existió, que existe y existirá.
Hay que creer a la muerte como una "puerta" que conduce
a la comunión con Cristo. Por ello, según la
Comisión Teológica Internacional, debemos ayudarnos
de los sacramentos, que nos preparan para la muerte.
De hecho, en la escatología y revelación
cristiana "la eucaristía es el remedio de la
inmortalidad"
Materia: Teología I