Los siguientes son cinco breves artículos sobre
los cinco sentidos. Son reflexiones sencillas, el primero en el
campo de la teología cristiana, y los siguientes cuatro en
el de la filosofía.
Ver con El, por El, y en
El
(algo sobre la visión desde cierta
teología cristiana)
Ver es un regalo de Dios. Estar abierto a todo. Percibir
en el rostro de alguien mucho más que lo que se ve. Ver
con el corazón.
Corazón de Jesús, en el que late el mundo.
Creación que refleja a su diseñador, tan
inteligente que la dejó en libertad.
Tan amor que
dió su vida por ella. Dios pudoroso, que no nos abruma con
su poder. Que
deja las teofanías rimbombantes para manifestarse en la
vida del humilde obrero, en un pueblo insignificante. Dios
luz, en
quién vemos todas las cosas, pero a quien no vemos. Solo
el Hijo lo vió, y lo manifiesta. Hasta que Dios sea todo
en todos. Hasta que todos seamos plenamente Cristo.
Pablo dice: ahora vemos como en un espejo, borrosamente;
después lo contemplaremos cara a cara. Pero, ¿ver a
Dios no significaba morir?. Sería
lógico.
Pero la lógica
del Amor nos destruye para resucitarnos. Purifica nuestra mirada
para que veamos por primera vez, a veces recién
después de muchos años. Viene a nuestro encuentro,
y nos invita a un camino que nos lleva.
Las religiones hablan de
conversión, de iluminación. El encuentro inesperado con lo
sagrado y la iniciación trabajosa se mezclan en distintas
proporciones. Parte de ese proceso es la
conciencia de la
obscuridad. Ceguera que se descubre en parte culpable, y en parte
purificadora, como preparación para una luz diferente.
Conciencia de una ausencia, tan fuerte en el siglo XX, que
dispone para una presencia más plena. O para una mirada
recién nacida, de nuevo.
Vemos porque necesitamos. Dios nos ve porque quiere
necesitar de nosotros. Por amor. Nos mostramos porque estamos
hechos para los demás. Dios se muestra,
creándonos y salvándonos.
Todo lo que existe se muestra y se oculta, en distintos
grados, según su ser. Quién más conciente de
sí es, y más tiene para dar, más puede
reservarse, por respeto.
Atendiendo a quien tiene delante, y su capacidad de recibir y de
responder.
A veces el hombre
busca solo para dominar, quiere conocer para fabricar y vender, y
nada más. O muestra para ostentar, para condicionar, para
ocultar. Ansia desenfrenada de verlo todo, para no ver nada, nada
que comprometa. Tal vez por no querer pasar por la cruz. O no
detenerse a pensar. La "teoría"
deja de ser una celebración religiosa, para convertirse en
residuo industrial.
Pero podemos ver. La belleza de Dios sigue
sacándonos de las casillas. Su forma se ve en aquellos que
dejan que El los forme. En los santos. Que son los que aman a
fondo. En ellos resplandece la forma de Cristo. Aunque no lo
conozcan.
Cristo encarnado, que asume toda forma humana. Ver a
Dios en todo hombre,
especialmente en el más desfigurado. La presencia de
Jesús en él es tan real como en la
Eucaristía. Hace falta la misma fe, para reconocerlo en
uno y en otra.
Cristo en la Iglesia, en
sus gestos y palabras, en su liturgia, en su caridad.
Ver a Dios, esperanza que alienta en la historia. Religión que puede
ser el opio del pueblo, una proyección de la imagen paterna, o
falso refugio en el fracaso. Pero que mucho más
auténticamente es sensibilidad para ese encuentro que nos
lanza hacia adelante, concientes de nuestra imperfección,
pero esperando ser vivificados plenamente por esa presencia que
nos llama. Fe que puede ayudar a ver las mejores posibilidades de
una sociedad, o de
una persona.
Fe inteligente que derriba los ídolos que
continuamente se renuevan, desde sí misma, desde sus
aledaños, o desde fuera. Idolos heréticos u
ortodoxos. Mitos antiguos
o nuevos. Desde la moderna fe en el progreso, por la
técnica y el Estado,
hasta la actual en "pasarla bien y divertirse".
Necesitamos una "nueva inocencia", una capacidad de
percibir lo simbólico, de manera crítica, pero real. Una nueva capacidad
para la belleza, para unir la inteligencia y
la imaginación de un modo que va más allá de
la razón ilustrada, o de las ideas claras y distintas, que
demostraron ser tan engañosas como el fantasma más
barato. O cómplices. Y no es que haya que volver al
barroquismo de interminables asociaciones y metáforas, o
de deconstructivismos adolescentes.
Pero sí reeducarnos, aunar ancestral sabiduría de
vida con la moderna razón crítica y eficacia
productiva. Recuperar la capacidad de ver más allá
de lo que podemos medir y producir, comprar y vender.
Dejarnos inmplicar por el organismo del mundo, y de las
culturas.
Como argentinos, no solamente abrir nuestros ojos a las
innumerables agachadas, ajenas y propias, sino ser capaces de
crear nuevos símbolos de nuestro deseo de ser nación.
Nuevos acuerdos, consensuados, públicos, visibles. Sobre
lo básico. Controlables.
LLamados a mostrar, a ser testigos, de lo único
que es digno de fe, el amor. A
valorar la capacidad de la única manera de dar forma, sin
violentar. A crear instituciones
de la libertad. A pasar de la solidaridad ante
las catástrofes, a la honestidad
cotidiana, que no aparece en televisión, pero que es mucho más
eficaz.
Negarnos a ver el espectáculo degradante, el
falso acontecimiento estupidizante, el palco de
caretas.
Acercarnos a observar al compañero que trabaja
humildemente, al estudiante que es realmente tal, a quien se
ocupa de su comunidad.
Aprender de los otros. Purificar el corazón.
"La promesa de Dios es ciertamente tan grande que supera
toda felicidad imaginable. ¿Quién, en efecto,
podrá desear un bien superior, si en la visión de
Dios lo tiene todo? … la vida sin fin, la incorruptibilidad
eterna, la felicidad imperecedera, la alegría
ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual
y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo perpetuo y, en
resumen, todo bien.
Pero, la condición para ver a Dios es un
corazón puro, y ante esta consideración, mi mente
duda de si esta pureza de corazón es de aquellas cosas
imposibles y que superan nuestra naturaleza.
Si en todas las cosas existe una ley acomodada a
su naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima
de la propia naturaleza, no hay que desesperar de alcanzar la
felicidad que se nos propone. Esta pureza de corazón no es
algo inalcanzable." (San Gregorio de Nisa, s. IV)
"Gandhi decía que la libertad de la patria le
importaba un bledo, porque lo importante era la libertad del
hombre. Tenía una visión clarísima de las
prioridades: primero Dios y descubrir ese tesoro que está
dentro del hombre. Decía: ‘Tengo para mí que
el fin de la vida es la visión de Dios, y he de
conseguirlo, si es preciso, sacrificándolo todo: familia, patria y
hasta la vida’."
Lecturas
R. Schaeffler, Filosofía de la
religión.
H. U. von Balthasar, Gloria I.
Para las citas: San Gregorio de Nisa, en Liturgia de
las horas, viernes XII durante el año; A. de Mello,
Autoliberación interior (Gandhi).
RUIDO Y SILENCIO
El ruido actual
sólo puede ser percibido por quien alguna vez fue o
será capaz de hablar. Por eso hay esperanza. Sólo
el capaz de música lo sufre.
También lo puede aprovechar. El caos, a veces, produce
nuevas armonías, sintonías que identifican nuevas
estructuras.
Aunque lo que prevalece entre nosotros por ahora, parece ser,
más que nada, pura bulla.
Lamentablemente los sonidos más frecuentes en la
Argentina de hoy no son tan agradables. En grupo, un
hablar crispado; en la calle, el tráfico insolente; en el
hogar, la TV como figura o como fondo; en la fiesta, puro
volumen
enlatado.
Llama la atención la incapacidad para hacer silencio
y escuchar, en la escuela, o en
cualquier reunión. Parece que no tenemos tiempo, ni
hábito, de silencio, exterior e interior.
A la hora de analizar cómo hablamos, es notable
el empobrecimiento del vocabulario y recursos
utilizados. Por no mencionar la redundancia en los temas.
Evidentemente la carencia de lenguaje no
atenta solamente contra la expresividad, sino por sobre todo, a
la capacidad de experimentar y entender la realidad de una manera
más rica en matices y complejidades. ¿Y cómo
deberíamos hablar? Deberíamos hablar.
Occidente a reconocido una de las fuentes de su
identidad en
lo que expresara Aristóteles "el hombre es el único
entre los animales que
posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede
indicar pena y placer y, por tanto, la poseen también los
demás animales […], pero el lenguaje
tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por
consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es
particular propiedad del
hombre, que lo distingue de los demás animales, al ser el
único que tiene la percepción
del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto y de las
demás cualidades morales, y es la comunidad y
participación en estas cosas lo que hace una familia y una
ciudad-estado."(La
política)
La razón se ejerce comunitariamente, a
través del diálogo.
La percepción de la justicia es un
producto de
los grupos humanos
que tienen institucionalizada, de diversas maneras, la
participación inteligente y personal de sus
miembros. No es algo que unos iluminados van a enseñar, ni
algo previo a la existencia de la misma sociedad. Es aquello que
la identifica, y la integra al resto del mundo. Pero su identidad
e integración son dinámicas, y solo
posibles mediante el ejercicio habitual del habla razonable, en
condiciones de igualdad y de
no coacción.
El logos es a la vez palabra y razón,
discurso y
lógica. Cuando estos aspectos se separan, se pierden. Y
así anulados, no es posible la comunidad, ni la
persona.
Uno de los dramas de la modernidad es la
tensión entre estas dimensiones. Aquello que Habermas
repite: el
conocimiento se ha superespecializado de acuerdo a intereses
(el interés
por la verdad en el sistema de
ciencia
moderna; el por el bien en el del derecho; el por la belleza en
el mercado del
arte), y en
cada sistema de saber prima la "razón instrumental", que
no discute los fines, sino que prolonga, perfeccionándola,
una técnica específica de manipulación de la
realidad.
Para la supervivencia del mundo, en el futuro cercano,
se hace necesario reconectar estos ámbitos con la vida y
el lenguaje cotidianos, para poder discutir, juzgar, decidir,
sobre estos aspectos, de acuerdo a los fines que nos propongamos,
participativamente, y no por la inercia de los sistemas de
poder.
En la evolución del ser humano, la capacidad de
hablar, utilizando conceptos válidos más
allá de la presencia inmediata de su referencia,
permitió el desarrollo de
una conciencia temporal. Salir de la clausura en el presente
también posibilita tomar decisiones respecto al futuro.
Ser libres. Esa capacidad (de pensar mediante el lenguaje,
dialogando) se actualiza sólo mediante su aprendizaje
cultural, sobre todo, en los primeros años de
vida.
Es interesante ver como todos los chicos criados en
estado salvaje ("feral children"), por animales, o en estado de
absoluto aislamiento, una vez integrados a la sociedad,
jamás pudieron aprender a manejar más que unas
pocas palabras, y nociones éticas. Siguieron siendo como
animalitos, más o menos "domesticados". Por eso asusta ver
la creciente dificultad de expresión y razonamiento en los
niños.
Porque después de cierta edad esto ya no se aprende
más. La carencia es irreversible.
Tanto el aspecto dialógico, como el temporal, del
pensar, no pueden faltar. Cuando este se vuelve pura
repetición del discurso dominante, cuando excluye a los
implicados en él, cuando desprecia posibilidades de
novedad real en la historia, cualquier lenguaje, por más
transgresor que parezca, es funcional al ruido
desgastante.
Pero el discurso de la modernidad se ha frenado no por
falta de palabras, y exceso de imágenes,
sino por agotamiento. El ideal de la ciencia
como garantía del futuro; del Estado, la política y la ley
como protectores de las masas; del progreso indefinido por
el trabajo y
la tecnología; se ha vuelto, al menos,
ambiguo.
Además la duda va mucho más allá de
lo que Descartes
imaginara, perdiendo en el camino tanto el método,
como las certezas que aquel autor todavía creía
poder alcanzar. Si el sujeto se ha vuelto una construcción desencantada, cuanto
más sus palabras parecerán, en su pretensión
de verdad, pura ilusión.
Sin embargo, el lenguaje sigue siendo capaz de
comunicar, y de abrir mundo. Hoy tenemos la oportunidad de un
discurso nuevo, más plural, más libre. Cansados de
frases vacías, todavía no es fácil discernir
quiénes tienen una palabra realmente original,
"autorizada". Aunque se reconoce la vacuidad del mero eslogan
publicitario, es difícil ir por otros carriles, si se
quiere ser escuchado. Esto sucede incluso a los intelectuales.
Así y todo, es de esperar que la belleza, que
tiene sus propios argumentos, presente posibilidades
inéditas (más allá de la mera fusión de
estilos), y a sus mentores.
Aunque las sinfonías no están de moda, algunos de
los que creen en la verdad, tienen la esperanza de que esta sea
"sinfónica". Que se dé en la complejidad de
redes y
referencias plurales. En ese dinamismo de lo uno y lo
múltiple, en el que confluye el cosmos, lo divino, y lo
humano. Un nuevo equilibrio
entre ritmo, melodía, y armonía. Podría
decirse que en el ritmo palpita lo eterno e inmutable; en la
melodía la historia y el progreso; en la armonía la
relación esencial entre partes "accidentalmente"
agrupadas.
Tal vez sea la época de recomenzar desde lo
simple, como finalmente hace el personaje de "El juego de
abalorios", de H. Hesse. Tal vez sea tiempo de reconectar estos
aspectos de la realidad. El latir de la tierra, los
devaneos de la razón y el sentimiento, los acordes
sagrados de lo trascendente/inmanente. En música, esto se
escucha en algunos artistas que fusionan estilos y culturas
diversas, que, precisamente, se complementan en estos
aspectos.
Para lograr reconectar los aspectos antes mencionados,
antes hace falta callar. Desintoxicarnos. Apagar aparatos.
Apartarnos un momento. Y escuchar. Tal vez empecemos a percibir
el silencio. Si perseveramos, hasta es posible que comencemos a
notar que todo surge de ese silencio primordial. Que todo es
palabra. Percibir el silencio, que nos habló. Nos
habló porque somos su palabra, y nos habló porque
se dirige a nosotros. Así oiremos todo ser como palabra,
como expresión del Ser, que a su vez se origina en un
insondable silencio. Y revalorizaremos nuestra capacidad de
apalabrar el mundo, de configurar mundo con nuestro
decir.
Desarrollándolo humanamente, que no es lo mismo
que dominarlo arbitrariamente. Previa escucha atenta y respetuosa
de esa música que nos trasciende, y de la cual somos
parte.
"El hombre roza la cima de su conformación libre
cuando llega a saber que las raíces de su misteriosa
singularidad se hunden en el silencio. La comprensión del
silencio originario descalifica a los apólogos de la
subjetividad entendida como productora autónoma, no
condicionada, de su propio sentido. Por obra de la conciencia
receptora de ese silencio, la subjetividad puede llegar a
reconocerse como indicio de una verdad que la trasciende. Por
cierto, sólo gracias a la subjetividad esa verdad se
convierte en algo intuido, en algo capaz de manifestarse como
aquello que rebasa la conciencia y la condiciona" (S. Kovadloff,
El silencio primordial)
TOCAR LA VERDAD
Se dice que el tacto es el sentido más primitivo,
el más antiguo. Si ya la membrana celular es
"inteligente", en cuanto regula el intercambio con el ambiente,
mucho más lo es la piel, el
órgano más grande del cuerpo. En cierto modo, los
demás sentidos son especializaciones del tacto.
Tal vez ese carácter arcaico le da su fuerza, el
poder de sus impresiones. La sensación de que sus
dictámenes son la última instancia respecto a la
realidad. Si lo puedo tocar, existe, es de verdad.
Pero aún los más acérrimos
empiristas ingleses del siglo XVIII pronto se dieron cuenta de
que "la más débil filosofía pronto destruye
esta opinión […], al enseñarnos que nada puede
estar presente a la mente sino una imagen o percepción, y
que los sentidos
sólo son conductos por los que se transmiten estas
imágenes sin que sean capaces de producir un contacto
inmediato entre la mente y el objeto" (David Hume,
Investigación sobre el conocimiento
humano 12, 1, p. 1178-179). O sea, que ni tocándolos
podemos llegar a conocer los objetos en sí
mismos.
La experiencia sensible es muy importante, pero lo real
es otra cosa. Pero no vamos a meternos en este tema, menos hoy,
donde lo "digital", siendo lo más abstracto, parece lo
más real. Tanto se ha transformado nuestro tacto: desde el
dedo (dígito) que toca, al dedo que cuenta, al que
combina, al que representa, al que es. Porque como decía
Baudrillard, hoy los simulacros (fundamentalmente, la T.V., los
medios)
preceden a la realidad, son más reales que la realidad
misma, son la realidad. Para no quedar mal, tendríamos que
desechar aquello de que cuando el sabio señala la luna el
necio se queda mirando el dedo…
Pero más allá de la ideología de la experimentación
total, ¿qué es lo que realmente tocamos?,
¿qué percibimos hoy sin nuestros ojos y
oídos?, ¿en qué medida usamos nuestra piel
para conocer el mundo?. No parece que hayamos llegado a una
situación satisfactoria: entre el miedo a tocarnos y el
manoseo; entre la experiencia "real" y la "virtual".
El auge de los cyber tal vez hable de una necesidad de
comunicación, pero a distancia. Distancia
corporal. Miedo a la proximidad. Tal vez por separar tanto el
cuerpo de las otras dimensiones de la persona.
Cuando hay amor y entrega, el cuerpo acariciado es
protagonista pero no desplaza a la persona; la hace presente de
modo tangible y valioso. En cambio, si la
caricia busca solamente placer sensorial, el cuerpo invade todo
el campo de la persona. No se ama a ésta; se quiere el
agrado que produce su cuerpo. Ésta presenta las
condiciones de los "objetos": es asible, delimitable,
poseíble, desechable.
Esta y otras violencias al cuerpo (del pobre, del
trabajador, del que quiere entretenerse, de la naturaleza, etc.),
provocan una reacción defensiva, que nos endurece.
Así, necesitamos impresiones cada vez más fuertes
para reaccionar, para que algo nos toque, nos conmueva, y nos
hagamos cargo.
El tacto es el sentido de la proximidad. Pero para poder
estar próximos, hay que formarse para eso. Aprender a
tratarse con tacto. Con delicadeza.
La facultad de "tocar" tiene dos vertientes. Por un lado
se manifiesta como capacidad de sentir, de percibir con cierta
pasividad, dejándonos afectar. Y por otro lado como
posibilidad de hacer sentir, de modificar activamente. Estos
aspectos en la modernidad se separaron en distintas corrientes,
predominando una u otra, según la época y las
sociedades. El
ansia de dominio y
"manipulación" lleva a la destrucción de culturas y
naturaleza.
Como contrapartida, reacciones románticas e
idealistas, de grupos tocados por la injusticia y la
depredación, pero sin sentido de lo concreto y de
las mediaciones resultan ineficaces y hasta contraproducentes.
Hoy la supervivencia del mundo y de los pueblos exige la
complementación y síntesis
de estas dos actitudes, que
hay que desarrollar.
Aproximarnos, a los demás, al mundo, a lo
Sagrado.
Somos contingentes. Contingencia significa que tocamos
(tangere) nuestros límites y
que lo ilimitado nos toca (cum-tangere) tangencialmente
(cf. R. Panikkar, El diálogo indispensable, pp.
37-41). Lo contingente es real pero ambiguo, mortal, cambiante; y
sin embargo, inabarcable en sus relaciones, fundamentos,
posibilidades.
Esta experiencia es fuente de diálogo.
Ningún individuo,
ningún grupo humano, ni siquiera toda la humanidad
viviente en un momento dado de la historia, puede encarnar la
medida absoluta de la verdad. La verdad es relacional. El
carácter abierto del diálogo participa de la
naturaleza propia de la realidad, que no puede reducirse ni a la
unidad ni a la multiplicidad. Entonces no es cuestión de
perdernos en lo efímero, o despreciarlo frente a lo eterno
que no podemos encontrar, sino vivir el misterio de nuestra
contingencia. Tocar lo ilimitado.
COCINA PARA TODOS
Contrariamente al dicho popular, todo lo que se escribe
es sobre gustos, de una u otra manera. Y también lo que se
ve, hasta en sentido literal. Porque nunca hubo en televisión tantos programas de
cocina como hoy. Parece que los argentinos estuviéramos
descubriendo que hay algo más que milanesas y papas
fritas. Está muy bien. La evolución nos dotó
de un sentido para los sabores que vincula en la alimentación lo
útil para vivir con el placer. Y también nos
dotó de razón, para cocinar creativamente y
disfrutar saludablemente de las posibilidades de este mundo
comestible (y fagocitante a la vez).
Descendientes de Epicuro, que acentuaba la corporeidad
del ser humano (alma
incluida), descreemos de la aristotélica supremacía
de la contemplación de verdades eternas. Aunque aquellos
dos griegos no diferían tanto.
Para Aristóteles los placeres corporales "solo
son buscados por quienes no pueden apreciar otros, y equivale a
prepararse a sentir una sed insaciable" (Etica a Nicómaco, L 7, cap. XIII); "el hombre
prudente y templado busca con mesura los placeres que contribuyen
a la salud y el
bienestar; aprovecha los demás que no dañan a
éstos, ni son inconvenientes, ni están fuera del
alcance de su fortuna" (Op. cit., L 3, cap.
XII).
Para Epicuro "cuando decimos que el placer es el
soberano bien, no hablamos de los placeres de los pervertidos, ni
de los placeres sensuales (…). Hablamos de la ausencia de
sufrimiento para el cuerpo y de la ausencia de inquietud para el
alma. Porque no son ni las borracheras, ni los banquetes
continuos, ni el goce de los jóvenes o de las mujeres, ni
los pescados y las carnes con que se colman las mesas suntuosas,
los que proporcionan una vida feliz, sino la razón,
buscando sin cesar los motivos legítimos de
elección o de aversión, y apartando las opiniones
que pueden aportar al alma la mayor inquietud" (Carta a
Meneceo).
De paso, hay alguna semejanza entre la situación
social del país olímpico de aquella época, y
la Argentina actual. Durante la vida de Epicuro (341-270 aC), con
Alejandro
Magno y el helenismo, las
ciudades griegas pierden su autarquía y pasan a ser
sólo parte de un gran imperio. El centro de la vida del
individuo ya no es la política ciudadana o regional. Ante
esa "globalización", las reacciones son
diversas.
Algunos, como los estoicos, harán hincapié
en lo humano universal (por sobre las diferencias
idiosincrásicas). Otros, como los epicúreos,
también buscando la ataraxia, la tranquilidad , la
hallarán sobre todo refugiándose en lo privado, en
los placeres de la amistad y el
retiro de la vida política (la escuela de Epicuro se
llamaba "El Jardín", especie de "country" donde filosofaba
con sus amistades). El volcarse hacia lo micro, hacia la vida
privada cuando lo que va más allá parece
inabarcable, es una respuesta que se repite a lo largo de la
historia.
Si bien es cierto que tanto la caridad, como el placer,
"empiezan por casa", el riesgo es olvidar
que la casa (lo cercano, los que tienen intereses y gustos
comunes), no está en el aire, depende y
es responsable, al menos en parte, de lo que está "fuera"
de él. Es llamativo que la sobreabundancia de maestros
cocineros se de en un momento de Argentina en que la
mayoría de la población apenas tiene para lo
básico.
El ingrediente más raro pasó a ser la
carne de un bife, la receta más exótica la del
asadito de aquellos fines de semana. Tal vez nos conformamos con
la ilusoria libertad de consumo. Nos
empalagamos de imágenes de los que podríamos tener,
de "noticias" que
no agregan nada, de miles de objetos indigeribles. Y
ahítos de viento, perdemos sensibilidad para el hambre de
los otros, y también nuestro. Hambre de humanidad para
todos. O de algo aún mayor.
O, como piensa uno de los personajes de la última
novela de
Héctor Tizón, "Todo corre vertiginosamente a la
nada, pero la nada es Dios, Dios es el fin de nuestra vida.
Tenía razón entonces Jacinta, la vieja criada,
cuando decía que el pan o la sopa podían existir o
no, pero nunca dejaría de existir el hambre, porque el
hambre verdadera es Dios." (La belleza del mundo, p.
167)
La comida, su presencia, ausencia, diferencia, puede ser
motivo de vida, unión, placer, novedad; o de muerte,
división, dolor, rutina. En su sentido más
profundo, siempre ha servido como símbolo y causa de
comunión. De vínculo con la naturaleza, que nos
alimenta, y que debemos trabajar con respetuoso cuidado. Con los
demás, "compañeros", que comparten el pan. Y vino,
como en El Simposio (El
banquete, pero literalmente, los que beben juntos) de
Platón,
donde los bebedores discurren sobre el amor y la belleza (pero
nosotros hemos separado demasiado: en los simposios falta "vino",
y en el vino falta "verdad").
Pan y vino que son frutos de esfuerzo de una comunidad,
de tecnologías y acuerdos. Reconocimiento de nuestra
contingencia, y ocasión para agradecer el don de cada
día. Vínculo con lo sagrado (desde el árbol
del bien y del mal de Adán y Eva hasta el banquete
celestial; pasando por el Soma de los Vedas, harina para la Pacha
Mama, las comidas gremiales romanas, etc.). El misterio de la
existencia, la compenetración de diversas dimensiones, la
transfiguración de lo cotidiano y la encarnación de
lo infinito.
Necesitamos una nueva sabiduría (del lat.
sapere, saborear). Un nuevo gusto por la vida, la verdad,
el bien, la belleza. Kant decía
que "cuando las bellas artes
[¿podríamos incluír a la cocina?. A juzgar
por el vocabulario de algunos catadores parecería que
sí :)] no son puestas, de cerca o de lejos, en
relación con ideas morales [conceptos, aunque
indeterminados, de lo humano] (…) sirven entonces solo de
distracción, de que más se viene a estar necesitado
cuanto más se usa de ella, para echar fuera el descontento
del espíritu consigo mismo, con lo cual se hace este
aún más inútil y más descontento de
sí [cualquier semejanza con el menú de la mayor
parte de la T.V. y demás industrias del
entretenimiento masivo… ] (Crítica del juicio,
§ 52)
Si bien los gustos no son argumentables como los
conceptos claros, descansan en la naturaleza
humana, y presuponen su comunicabilidad, y la posibilidad de
ser compartidos con los demás. "El gusto es la facultad de
juzgar a priori la comunicabilidad de los sentimientos que
están unidos con una representación dada (sin
intervención de un concepto
[determinado]) (Op. cit., § 40) Pueden educarse, bien
o mal. Hoy esa formación muchas veces se encubre, y aunque
los medios masivos repiten los mismos mensajes hasta la náusea,
la impresión es de que nadie le dice a nadie como debe
vivir, y de que cada uno elige con libertad absoluta.
Eso hace que el (mal) gusto sea difícilmente
criticable, porque parece lo más espontáneo del
mundo. Y lo que nos "tragamos" nos constituye. Hasta el
ridículo. Como las playas de Cariló donde las 4×4
ocultan el océano, o la bailanta donde el buen gusto del
público se demuestra a pura bombachita
voladora.
Para Kant el juicio del gusto descansa en el juego entre
la libertad de la imaginación y las leyes del
entendimiento (Op. cit., § 35). Una
representación concreta se relaciona con conceptos, que
son indeterminados, relacionados con el substrado suprasensible
de los fenómenos, la humanidad. (Op. cit., §
57) Cuando no hay juego de la imaginación (porque no hay
representación creativa; se apela solamente a la
compulsión; etc.), o no hay relación de ella con
cierta aproximación, a través de lo sensible, a
algún entendimiento de lo humano, no hay "bellas
artes".
Aunque en la cocina no hay propiamente
"representación", sino "presentación", sin embargo
la comida misma (presente o ausente) puede funcionar como
representación, en el debido contexto, y simbolizar
así alguno de los sentidos de lo humano. Que como
decíamos antes, pueden tener que ver con distintos modos
de comunión con la naturaleza, con la humanidad, y con
Dios. Unida a otras expresiones sensibles (visuales, auditivas,
cinestésicas, etc.), tiene la ventaja de otorgar una
experiencia más completa, de integración total y
vital. Y las bellas artes, más ricas en sus posibilidades
de hacernos entender, en ese juego de la imaginación,
también nos alimentan. "No solo de pan vive el
hombre".
En una Argentina hambreada de pan y de cultura, de
trabajo y de
imaginación, todos disponemos de algo que aportar, para
que de la olla salga algo mejor que un guiso aguado. Y si en
nuestro país hace rato que faltan grandes cheff, empecemos
por lo más sencillo, aportando lo que tenemos. Que en
cierta manera, no sólo es dar de comer, sino dejarse
comer.
PERSUASIVO CUERPO
INVISIBLE
"Hay en el perfume una fuerza de persuasión
más fuerte que las palabras, el destello de las miradas,
los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión
del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire
invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe
ningún remedio contra ella." (Patrik Süskind, El
perfume, p. 85)
Tal vez porque es un modo de "intuición"
(etimológicamente: tocar dentro). Pero muy especial,
porque en este caso, los interiormente tocados somos
nosotros.
Aunque en esta serie de publicaciones lo hemos dejado
para el final, diría que, en cierto modo, es justo el
medio entre los otros 5 sentidos.
En cuanto modos de conexión con el mundo, cada
uno tiene un alcance diferente, también por la distancia a
la que son eficaces. En este orden (de lo más lejano a lo
más inmediato): vista, oído,
olfato, tacto, gusto.
También en cuanto a su significación,
mezcla posibilidades de los otros sentidos. Me parece que el
olfato tiene cierta cercanía al cuerpo (propio y ajeno), a
lo táctil, que lo diferencia de la vista, que es
más "abstracta", y cuyas imágenes son más
elaboradas (incluso son más complejas en cuanto al
funcionamiento del cerebro que las
"produce").
Pero al mismo tiempo, toca un cuerpo que puede ser
invisible y más lejano (con respecto al tacto); y sobre
todo, lo toca de una manera no perceptible a la vista, a
diferencia del tacto, donde, por ejemplo, puedo ver la mano, que
además controlo mucho más que la nariz. Puedo
determinar si acariciar o golpear, en cambio no puedo, determinar
a voluntad que un olor sea amigable o agresivo.
Esta pasividad, dificultad para dominarlo (incluso
mediante conceptualizaciones), se nota también en el hecho
de que la mayoría de los términos que se usan para
describir sus sensaciones son tomados de las de los otros
sentidos, o simplemente de los objetos a los que se
refiere.
La "invisibilidad" antes mencionada, unida a otras
características, parece que le da al olfato cierta
interioridad, pero no abstracta, sino concreta, que
podríamos comparar con otro tipo de realidades de tipo
material/espiritual, donde se percibe cierta trascendencia, como
son los símbolos, los misterios. Pero en este caso lo
percibido lleva habitualmente a significaciones simples, derivadas de
asociaciones "primitivas" (entre un olor y una experiencia o una
imagen fuerte), demasiado poco elaboradas para convertirse en
símbolos por sí mismas (con una
significación más precisa y al mismo tiempo
más universal).
Por esa razón, lo mismo que con el gusto, en el
caso de la perfumería, no se podría hablar de arte
en sentido kantiano, porque no transmite (intuitivamente)
conceptos. Pero sí penetración de la realidad en su
"aura" material, casi tangible. Y sobre todo, asociación
de vivencias. Marcel Proust, en En busca del tiempo
perdido, escribe como el olor del madeleine —un
pastelito esponjoso típico de Francia—
le generaba "un placer exquisito que invadía mis sentidos"
y lo volvía a su niñez. Probablemente cada uno de
nosotros tiene experiencias semejantes.
María Larsson, psicóloga de la universidad de
Estocolmo, ha detectado que los recuerdos referidos a lo vivido
entre los 15 y los 30 años se refieren sobre todo a
palabras e imágenes. En cambio los olores nos retrotraen a
experiencias de la niñez, entre los 5 y los 10
años.
El olfato es un sistema muy antiguo en la
evolución de los animales, y por lo mismo, es de los
primeros en funcionar en el desarrollo individual: los chicos
preferirán los olores de las comidas que las madres
más ingieran durante su embarazo. De
los 0 a los 5 años usamos muchísimo los sentidos
del olfato y del gusto. La detección de olores es
máxima a los 20 años y empeora con la
edad.
La identificación de los olores aumenta de los 20
a los 40 años, se mantiene entre los 40 y 60, y decae a
partir de los 60.
Pero la parte del cerebro que el olfato utiliza decrece a medida
que se avanza en la escala evolutiva.
En los seres humanos 50 % del cerebro puede estar afectado por
información visual, y solamente el 1 %
olfativa. El último premio Nobel de Medicina fue
ganado por los norteamericanos Richard Axel y Linda Buck, por sus
estudios sobre el sistema olfativo. Descubrieron que tenemos unos
cinco millones de receptores, agrupados en 350 tipos distintos,
que nos permiten distinguir alrededor de 10 mil olores. Y aunque
un perro tiene una zona olfativa 40 veces más grande, el
Dr. Gordon Shepherd, de Yale, afirma que el olfato humano
funciona mejor de lo que se creía, comparándolo con
el de los animales: porque para su eficiencia
coadyuvan la capacidad cerebral y el lenguaje.
En los humanos ha perdido importancia como factor de
supervivencia y de comunicación
social (sustituído por el lenguaje y la vista), pero
la ha mantenido y en relación a los alimentos y
perfumes florales. Una de sus funciones
más importantes ha sido alertar sobre substancias
tóxicas o peligrosas. Con el gusto una mala experiencia
provoca aversiones muy duraderas. Está ligado a la memoria
emocional (el bulbo olfativo se conecta directamente con la
amígdala y el hipocampo).
Normalmente pareciera estar "inactivo", o mejor,
inconsciente, al menos en estos tiempos, la mayor parte del
día. Pero depende de dónde se esté.
Detenerse a tomar conciencia de los olores (de las cosas, o de
las personas), parece de mal gusto, "primitivo", demasiado
cercano a lo animal. Menos respecto a la comida, o a los
perfumes.Tal vez es por lo que antes mencionábamos
respecto a la evolución de este sentido en
nosotros.
Pero tomar conciencia de nuestras sensaciones,
también las olfativas, en ocasiones, es hasta
terapéutico. Eso en la vida cotidiana, y también en
casos especiales. Como aquella vez en que un nuevo director del
hospital neuropsiquiátrico Borda, de Buenos Aires,
para que los enfermos que habían sido dopados durante
años empezaran a reaccionar, armó una parrillada
con choricitos en el medio del patio.
Aunque a veces los olores no son tan agradables. Como se
dice en la novela de
Süskind:
"…había un tema perfumístico fundamental
en el olor humano, muy sencillo, además: un olor a sudor y
a grasa, a queso rancio, bastante repugnante, por cierto, que
compartían por igual todos los seres humanos y con el que
se mezclaban los más sutiles aromas de cada aura
individual.
Esta aura, sin embargo, la clave enormemente complicada
e intransferible del olor personal, no era percibida por
la mayoría de los hombres." (El perfume, p.
150)
De última habrá que recurrir a los olfatos
electrónicos que se están desarrollando, que por
ahora sirven sobre todo para controlar la madurez de la fruta o
la frescura del pescado.
Aunque difícilmente lleguen a tener eso que
reclama Elizabeth Costello, aquella escritora de la novela
homónima de J. M. Coetzee: "¿A qué huele el
mal? ¿A azufre? ¿A pedernal? ¿A Zyklon B?
¿O acaso el mal se ha vuelto incoloro e inodoro, como la
mayoría del mundo moral?" (p.
175) "La banalidad del mal. ¿Es esa la razón de que
ya no haya olores ni auras?" (p. 182) ¿Habremos perdido
esa capacidad de discernir inuitivamente lo bueno de lo malo? No
creo. No obstante, tal vez tengamos, para algunos malos olores,
la nariz insensibilizada, por saturación.
Según un estudio del Hospital Clínic de
Barcelona y el Hospital Municipal de Badalona, las mujeres tienen
mejor olfato que los hombres. Otros trabajos muestran que
también son más intuitivas de los estados de
ánimo de los demás.
En la medida en que no compartan la actitud que,
según algunos, es más propia de los varones (para
quienes tiende a ser real solo lo que se puede ver y tocar,
controlar, dominar) hasta puede ser que tengan mejor olfato para
lo sagrado, en cuanto Dios no es manipulable, pero se puede
percibir en lo cotidiano. El olfato se convierte en una
metáfora de la capacidad de vivir esa dimensión
humana, el cuerpo, pero no solo en su aspecto visible, exterior,
sino vivido interiormente, carne invisible, sufriente y deseante
(cf. Michel Henry). Intuición necesaria para una
inteligencia sintiente, punto de partida de decisiones
verdaderamente humanas.
Diferente al mero Logos abstracto de parte de la
filosofía griega, o a la razón Ilustrada. Estos
tiempos nos invitan a todos a complementar mejor esas
capacidades.
No se trata solo de percibir, sino también de ser
y actuar. El personaje principal de El perfume posee un
prodigioso sentido del olfato. Pero para elaborar una fragancia
irresistible no duda en matar a 18 doncellas. "Y aunque gracias a
su perfume era capaz de aparecer como un Dios ante el mundo… si
él mismo no se podía oler y, por lo tanto, nunca
sabía quién era, le importaban un bledo el mundo,
él mismo y su perfume" (p. 250). Y se hace matar, en medio
del hedor del cementerio de Paris.
La seducción vacía, hoy aclamada, termina
siendo destructiva. Pero es posible exhalar otro tipo de aroma,
el que viene de una vida buena. El que sentimos en esas personas
que atraen por sus cualidades, muy humanas, pero que notamos que
van más allá. Persuaden por un aire que emana de lo
que son y lo que hacen, aunque eso no parezca a primera vista
nada extraordinario. Todavía tenemos la capacidad de
percibirlas, más allá de credos, nacionalidades, u
otras posibles diferencias. Y de imitarlas, a nuestro
modo.
Dicen que algunos santos al morir inundaron el lugar
donde estaban de un delicado perfume. Tal vez se hallen unas
gotas también en nuestro interior.
Datos del autor:
Gustavo Juan Lubatti
Lic. en Filosofía
Artículos publicados durante el 2005, en la
revista
5Sentidos,
Rafaela, Pcia. de Sta. Fe, Argentina.