Petrarca, Ronsard, Shakespeare Poetas Metafísicos: Poéticas y Análisis
Petrarca, Ronsard, Shakespeare
Poetas Metafísicos: Poéticas y
Análisis
En la presente elaboración se destacarán
los elementos fundamentales que componen algunas de las obras
vistas en el transcurso del área: autores como Petrarca,
Ronsard, Shakespeare, y los Poetas Metafísicos guardan una
serie de relaciones y diferencias entre sí que permite,
mediante cierta profundización, extraer aspectos
particulares de cada uno de ellos. La lectura de
algunos de los estudiosos de estos referentes de la literatura universal nos
permitirá esclarecer y encaminar el análisis hacia conclusiones relacionadas al
tema de la imagen de
la mujer, a la
relación hombre–mujer y a la
relación hombre-Dios.
Creemos que con una especial atención puesta en los temas mencionados,
pueden darse a conocer los rasgos más importantes, tanto
estilísticos como temáticos, de los autores a
analizar, así como también puede establecerse una
relación (infaltable y, en algunos casos,
prácticamente obligatoria) entre autor y época
histórica. Esto nos será necesario para poder explicar
un poco más claramente el por qué de las
diferencias en la visión del mundo entre Petrarca, por
ejemplo, y Donne, o también cuál es el punto de
partida que hizo que surgiera en literatura el manierismo, la
poesía
argumentativa de los metafísicos o una visión
más analítica, si se quiere, del amor, que la
que veremos en Petrarca o en Ronsard. El acercamiento de estos
temas particulares nos llevará inevitablemente hacia una
aproximación general a esta gran parcela de literatura que
hemos de ver.
Francesco Petrarca nació en Arezzo, en 1304,
donde permaneció hasta los siete años junto a su
madre. Su padre, que vivía exiliado en Pisa, los
llamó y en un año terminaron viajando todos a
Aviñón. Petrarca estudió gramática en Carpentras y más tarde
leyes en
Montpellier, y nuevamente en Italia, en
Bolonia. Huérfano a los veinte años regresó
a Aviñón, donde, libre de la presión de
sus padres para que estudiara leyes, comenzó a dejar libre
albedrío a sus reprimidos deseos de estudiar a los
clásicos griegos y latinos, por lo que lo hizo con todo su
empeño. Según su autobiografía en
latín Epístola a la posteridad, Petrarca
conoció a la inspiradora de toda su obra, Laura, el nueve
de abril de 1327, en la Iglesia de
Santa Clara de Aviñón.
En 1374, un año antes que Boccaccio, muere
Petrarca, con un legado de obras como Africa, Cancioneros
y Triunfos; el primero, dirigido según algunas
versiones a ser una especie de nueva Eneida. Entre los
Cancioneros se encuentran las Rimas, dedicadas a su amada
Laura.
Petrarca es el inaugurador del Humanismo.
Inaugurar etapas históricas, desafortunadamente para
Petrarca, no es simplemente cortar la tira de lo fundado e
ingresar luego de un aplauso a lo nuevo. Petrarca se hallaba en
medio de una cosmovisión medieval de siglos de
trayectoria, inamovible, y era fiel a ella. Pero, a su propio
decir en una carta a Colono,
Mis deseos entran en conflicto y su
lucha me desgarra. ¿En conflicto con qué?
¿Qué deseos? Nuestro primer humanista está
expresando algo que nadie puede decir mejor que
Tagore:
"Del mismo modo, en las épocas
oscuras que preceden a la madurez, las pasiones se desconocen a
sí mismas, ignoran la finalidad de sus caminos y
frecuentan las regiones incultas del espíritu joven. Los
dientes de leche, al
intentar abrir las encías, causan fiebres y dolores hasta
que aparecen y comienzan a ejercer su cometido. También
nuestras pasiones nos atormentan como una enfermedad hasta que
alcanzan su verdadera relación con el mundo ambiente."
(Pág. 6)
No cito a Tagore para definir la juventud de
Petrarca, sino la de él a través de la incipiente
época humanista, que, como los dientes de leche, le
están causando fiebre en su
espíritu. Petrarca se encuentra en una época de
crisis
cosmovisional, como si hubiera sido destinado a enhebrar un
universo en el
otro. Y ahora podemos explicar su frase: sus florecientes
pasiones hacia las cosas de este mundo, lo atormentan en una
época en donde esta clase de
afinidades es una herejía, ya que se debe amar a las cosas
que van más allá de este mundo lleno de pecados. La
lectura de los
clásicos probablemente se le haya vuelto en contra. Esos
antiguos que no había nacido con el peso ideológico
de una iglesia encima, y que no tenían tabúes ni
represiones de pensamiento,
dedicándose indistintamente a cuestiones espirituales y
terrenales. Y, así como a la muerte de
sus padres Petrarca "aprovechó" para dedicarse de lleno a
la lectura de los clásicos, ahora la agonía del
fanatismo cristiano en su interior, lo tentaba a desecharlo para
dedicarse, de lleno, a sus pasiones. Pero Petrarca nunca pudo
matarlo: la muerte de
personas carnales es mucho más veloz que la de una etapa
histórica. El primer humanista no escribirá atisbos
de humanismo sin remordimientos. Mas habrá abierto una
puerta para que otros lo hagan.
Ejemplo de su desconcertado espíritu es el
siguiente:
Los que, en mis rimas sueltas, el
sonido
oís del suspirar que
alimentaba
al joven corazón
que desvariaba
cuando era otro hombre del que luego
he sido:
del vario estilo con que me he
dolido
cuando a esperanzas vanas me
entregaba,
si alguno de saber de amor se
alaba,
tanta piedad como perdón le
pido.
Que anduve en boca de la gente
siento
mucho tiempo y,
así, frecuentemente
me advierto avergonzado y me
confundo;
y que es vergüenza, y loco
sentimiento,
el fruto de mi amor sé
claramente,
y breve sueño cuanto place al
mundo.
(Pág. 17)
En los últimas dos estrofas se observa el
avergonzamiento del yo lírico por su amor terrenal. Los
tópicos que después se podrán ver en poetas
renacentistas como Ronsard, todavía no se habían
formado en Petrarca. Sin embargo, se observa en el último
verso la comparación que se realiza entre el mundo y el
sueño. Posteriormente, la idea del "mundo como
sueño" se convertirá en tópico renacentista,
y hasta Calderón de la Barca, ya en el Barroco,
escribirá La vida es sueño, obra menos
inmortalizada que la frase que aparece en su interior: "porque la
vida es un sueño; y los sueños, sueños
son".
En lo relativo a la imagen de la mujer en
Petrarca, podemos decir que Laura fue el motor de toda su
obra amorosa. En el soneto a continuación, se verá
la manera de tratar sus pasiones respecto de aquella
musa:
,4
"Mi loco afán está tan
extraviado
de seguir a la que huye tan
resuelta,
y delazos de Amor ligera y
suelta
vuela ante mi correr
desalentado,
que menos me oye cuanto más
airado
busco hacia el buen camino la
revuelta:
no me vale espolearlo, o darle
vuelta,
que, por su índole, Amor le
hace obstinado.
Y cuando ya el bocado ha
sacudido,
yo quedo a su merced y, a mi
pesar,
hacia un trance de muerte me
transporta:
Por llegar al laurel donde es
cogido
fruto amargo que, dándolo a
probar,
la llaga ajena aflige y no
conforta."
(Pág. 20)
Petrarca debe referirse en este soneto a las vicisitudes
y desencuentros amorosos que debe pasar en su amor hacia Laura,
similar en algún sentido al de Dante con Beatriz
(idealización, inaccesibilidad terrenal). La visión
de Laura tiene características muy similares a las del
amor cortés, en cuanto a que puede vislumbrarse un correr
del yo lírico constante, incansable, hacia aquel
inaccesible amor que parece siempre estar lejano, pero que le
impele a escribir sus maravillosos sonetos. Laura es a Petrarca
lo que la zanahoria a la mula: ambos caminan en dirección a ella: si la comieran,
dejarían de caminar; si no la tuvieran, jamás
habrían comenzado a hacerlo. Necesitan la meta, la
utopía -diría Galeano-, que sirva de motor de sus
pasiones y de sus más audaces y hermosas obras.
Pierre de Ronsard nació en un castillo de
Vendomois, Francia, en el
año 1524. Su vida parecía estar destinada a la
diplomacia o a las armas, pero una
precoz sordera lo hizo renunciar a sus ambiciones.
Estudió, como Petrarca, las lenguas y literatura antiguas,
y en el colegio de Cogueret, donde junto a sus compañeros
Baif y Du Bellay, construyeron las bases de la futura
Pléyade, grupo de
poetas que tenía el objetivo
común de satisfacer el ideal renacentista y de produrir
ern Francia obras dignas de rivalizar con las de Grecia y
Roma. Ronsard
escribió, entre sus obras más importantes,
Amores, Odas, La Francíada,
Eglogas, Elegías y
Discursos.
Tres fueron los amores que vivió intensamente
Ronsard: Casandra, María y, por último y
quizás el más significativo, Helena, a quien
dedicó una gran parte de su poesía.
Si dijimos que Petrarca se hallaba en la sacrificada
transición entre Medioevo y Humanismo, y que le
abriría las puertas a los renacentistas venideros, Ronsard
será uno de ellos. Con un tratamiento más
consolidado del amor por la mujer terrenal, el poeta
francés ya no posee conflictos de
cosmovisión: su época corresponde al pleno renacimiento.
Dios ya ha pasado a otro plano, y ya no hay nada de qué
avergonzarse respecto a amar a mujeres no divinizadas.
Así, la Helena de Ronsard ya no es comparada a la Virgen
María, como lo hizo Dante o como esbozaba hacerlo
Petrarca con Laura, sino que lo es ahora con la Helena de la
mitología. El remitirse a comparaciones con
el mundo antiguo ya es un tópico conformado en Ronsard,
cuando era una sugerencia estilística en Petrarca.
También, con el advenimiento de las nuevas fuentes de
conocimiento y
de las nuevas disciplinas que se iban desprendiendo de la
filosofía (Studia Humanitatis: Gramática,
Filosofía moral,
Retórica, Poética e Historia como nuevas
disciplinas), surge también como tópico conformado
ya en Ronsard la comparación constante de situaciones y
sentimientos con la naturaleza,
como vemos aquí:
1
"Hoy, primero de mayo, quiero, Helena,
jurarte
que, por Cástor y Pólux,
tus hermanos gemelos,
por la vid que se abraza rodeando los
olmos,
por los prados, los bosques erizados
de verde,
por la nueva estación que
renace a la vida,
por el blando cristal que los
ríos se llevan
y por ese milagro, ruiseñor, de
los pájaros,
sólo tú vas a ser mi
postrera ventura.
Sólo tú me enamoras y
este amor es mi obra,
no fue azar el prendarme de tus
jóvenes años;
para mí solamente tal
pasión reivindico.
Me confieso hacedor de mi propia
fortuna.
La virtud que te ofrezco es
señal de constancia,
si me engaña virtud,
adiós, bella señora."
(Pág. 21)
Vemos claramente, si comprendemos que Cástor y
Pólux eran hermanos de la Helena de la mitología,
que Ronsard se remite, como se dijo, a temas de la
antigüedad. Además, también se observa en lo
que resta de los dos cuartetos, la antedicha comparación
con la naturaleza y sus apreciadas características: en
el Renacimiento,
de hecho, se tenía otro tópico literario que se
basaba en la pretensión de un paraíso, a la muerte
de los hombres, similar al mundo terrenal pero imperecedero
(Locus Amoenus).
Ronsard culmina el soneto citado afirmando que la
situación que está viviendo (similar en cuanto a la
relación Homnre-Mujer a la de Petrarca) con Helena, ha
sido elegida valientemente por él, y será
valientemente por él afrontada hasta el final ("Me
confieso hacedor de mi propia fortuna"). Respecto a este tema, el
de su fortaleza inicial que acarrea una decisión
inamovible de persistir en el objetivo del amor de Helena, valga
la comparación con otro de sus propios sonetos, que
muestra otra
actitud del yo
lírico para con su amada:
61
"Ay, señora, me muero, ya no
tengo esperanza;
quedo herido hasta el tuétano,
ya no soy lo que era
hace sólo unos días,
tanto puede el dolor
extremado que vence y sujeta a su
imperio.
Ya no puedo tocar ni gustar, ver ni
oír,
soy del todo insensible, una
pálida sombra,
un sepulcro es mi cuerpo. Desdichado
el amante,
desdichado el que deja que le burle
el
Amor.
Sed Aquiles, curad las heridas que
hicisteis,
soy un Télefo que anda su
camino de muerte,
por piedad, obrad en mí vuestro
inmenso poder,
acudid a traerme vuestro pronto
remedio.
Si cruel destruís al que es
vuestro siervo
no tendréis el laurel por
hacerme morir."
(Pág. 277)
Como es frecuente, también aquí existen
comparaciones con aquél mundo mitológico
(véase comparación con Aquiles en el verso noveno,
por ejemplo). Lo que se observa con mayor claridad es el cambio de
actitud en el yo lírico entre el primer soneto citado y
este segundo, en el que aquellos bríos iniciales parecen
haber sido vencidos por la desesperanza reinante en este soneto,
como se ve desde sus primeras palabras ("…ya no tengo
esperanza…").
Ronsard es uno de los ejemplos más trascendentes
de la puerta que ha abierto Petrarca: el amor hacia la mujer y el
sufrimiento es más notorio y descriptivo en el
renacentista que en el primer humanista:
"CANCION
Cuando converso aquí cerca de
vos
mi corazón se
agita;
tiemblan todos mis nervios, mis
rodillas
y hasta el pulso me
falla.
La sangre y el
espíritu, el aliento,
todo se desbarata ante mi
Helena,
mi penar caro y dulce
(…)"
(Pág 33)
Pero, indudablemente y en los mismos términos, el
renacentista le debe las características literarias al
primer humanista.
Shakespeare y los
Poetas Metafísicos:
Shakespeare podría hallarse en la
transición literaria entre el escritor renacentista y el
poeta metafísico. Históricamente, es un gran
dramaturgo del siglo isabelino, llamado por Curtius incluso "el
mejor dramaturgo de la era cristiana". La producción poética de William
Shakespeare tiene algunos rasgos de la "desautomatización
metafísica" -como diría Sklovski-
que se verá luego. Tal puede ser el ejemplo del siguiente
soneto:
SONETO CXXX
"Los ojos de mi dama al sol no se
parecen;
el coral es más rojo que el
rojo de su boca;
la blancura en sus pechos, junto a la
nieve es poca,
y si el cabello es hebras, en su
cabeza crecen.
He visto rosas rojas o
rosas cual la aurora,
más creo que sus mejillas de
rosa no se visten,
y en algunos perfumes más
aromas existen
que hay en el aliento que exhala mi
señora.
Me agrada cuando habla, aunque saber
yo suelo
que en la música existe placer
más grande,
y admito que no he visto a una diosa
que ande:
cuando anda mi señora, camina
sobre el suelo.
Y así y todo, por Dios, mi amor
es tan valioso
cual otro que compare y adule
mentiroso."
(Pág. 119)
Como respondiendo a las comparaciones mitológicas
del recientemente analizado Ronsard, Shakespeare desmistifica las
pretensiones de autores como aquél de creer a la mujer
similar a acontecimientos y personajes sublimes. La respuesta de
Shakespeare es paródica. Esto proyectará a los
metafísicos. La mujer es vista por el poeta inglés
como alguien ya despojado de todo intento de divinización
petrarquista y, ahora, alejada también de las
comparaciones casi hiperbólicas de Ronsard. En actitud
inédita y extraordinariamente visionaria, Shakespeare
quiere a su lado (y TIENE a su lado, a diferencia también
de Petrarca y Ronsard, que parecen regocijarse en el no tener) a
una mujer definitivamente terrenal, con los defectos y la
inferioridad respecto de paisajes y mitologías propios de
un ser auténticamente humano. En el pareado, dice
Shakespeare "y así y todo, mi amor es tan valioso como
otro que compare y adule mentiroso". Ese "otro mentiroso que
compare y adule" podría ser sin inconveniente algún
Ronsard. La relación Hombre-Dios que se observa en el
poeta inglés podría ser similar, por las
características de la época, a la de el poeta
francés; no olvidemos que en el pareado del soneto citado,
el yo lírico jura por Dios lo que dice para finalizar. Si
hay que dejar algo aclarado estrictamente, es que Dios
jamás deja de estar presente a lo largo de toda esta
poesía analizada y por analizar; lo que se modifica es la
forma de contemplarlo y de vivirlo.
Jorge Luis Borges dice de
John Donne, en la página 46 de su Introducción a
la Literatura Inglesa, que en todas sus composiciones fue
barroco. Es natural en el más grande escritor argentino de
todos los tiempos el ser compacto y certero en sus conceptos.
Tiene en su lenguaje
español el
monosilabismo inglés. Pero, ¿qué quiso decir
con esa aparentemente simple definición de "barroco" al
referirse a Donne?.
Caracciolo-Trejo, como desglosando en varios conceptos
la simple conclusión de Borges, nos sitúa en el
tiempo a los metafísicos, o mejor aún, nos ubica en
el modelo de
pensamiento de aquel siglo XVII, en donde hombres de una
sensibilidad privilegiada como la de John Donne marcaron para
siempre la visión poética de ese mundo.
Caracciolo-trejo comienza su edición
de las obras completas de John Donne diciendo:
"Cualquier estudio sobre John Donne debe tomar en
cuenta su situación excepcional que tanto en el sentido
histórico como en el afectivo sitúa la vertiente
que separa el mundo isabelino y el moderno".
(Pág.9)
La época histórica que le tocará
vivir estará llena de nuevas vertientes de conocimiento,
de teorías
revolucionarias como las de Galileo en Ciencia o
Descartes en
Filosofía. A tal punto llegarán los estrepitosos
avances de las ciencias, que
modificarán incluso la cosmovisión
filosófica del hombre: Giordano Bruno es a principios del
XVII quemado en la hoguera por la Inquisición Romana por
su "trayectoria herejística", Descartes publica con
timidez pensamientos sobre el nuevo antropocentrismo y Galileo es
obligado a retractarse en sus afirmaciones astronómicas
sobre los movimientos de todos los cuerpos celestes. El hombre
ingresa a este ritmo en una época esencialmente de crisis
de cosmovision, de violentas sacudidas a pensamientos impuestos y
afianzados por largos ocho siglos de Edad Media. La
canalización de las características de esta
época es en filosofía el racionalismo
cartesiano, en ciencia la revolución
de Galileo y en literatura el conceptismo, traducido en Inglaterra como
manierismo. Específicamente, Inglaterra vuelca en poetas
metafísicos la crisis del barroco. Por eso la frase de
Borges. Por eso este poema de Herbert:
ALAS DE PÁJARO
Señor, tú que al hombre
creaste en riqueza y abundancia
Aunque él todo perdiera
neciamente,
Más y más
decayendo,
Hasta que se tornara
Pobrísimo:
Contigo
Déjame elevarme
Igual que las alondras
armoniosas,
Y cantar ese día tus
victorias.
Entonces mi vuelo, vencerá a mi
caída.
Mi tierna edad comenzó en
congoja:
Y con enfermedades y
vergüenza
Castigaste la falta de tal
modo
Que me torné
Más débil.
A tí
Deja que me una
Y que sienta esta día tiu
victoria:
Porque si rozo en tí mi
ala
La aflicción apurará mi
vuelo.
El Barroco pare en Inglaterra una legión de
poetas llamados Metafísicos por sus características
particulares. Una de ellas puede relacionarse estrechamente con
lo reseñado: el argumento, la poesía argumentativa,
que llega incluso a presentarnos un yo lírico imprecando
con semejante discurso
"racionalista" a Dios, como en "Alas de Pájaro". El nuevo
yo lírico analiza racionalmente las situaciones que
atraviesa; las transforma en exploraciones, en búsquedas
de hombre que sigue amando a Dios, "aunque ya no represente el
suelo que pisamos, sino el horizonte al que queremos alcanzar",
parafraseando a Descartes. Además, el antropocentrismo los
hace hablar, cuando se trata el tema del amor, sobre mujeres
reales, verdaderas, sin "teologismos". El poema Constancia de
Mujer, de John Donne, no habla a ninguna Laura, es decir, no
se dirige a una mujer de características divinizadas ni la
llena de una atmósfera sagrada: el
yo lírico habla, argumenta y saca conclusiones
constantemente acerca de su situación:
CONSTANCIA DE MUJER
Ahora que has amado un día
entero,
mañana cuando partas
¿Qué dirás?
¿Acaso habrás de antedatar
algún voto reciente?
¿O dirás que
ahora
no somos las mismas personas que ayer
éramos?
¿O es que tal vez de juramentos
hechos de temos reverente
del Amor y su ira, cualquiera puede
abjurar?
¿O es que así como muertes
verdaderas desatan verdaderos
matrimonios,
los contratos de los
amantes, imágenes
de aquéllos,
unen sólo hasta que el
sueño -imagen de la muerte- los libera?
¿O bien, para justificar tus
propios fines
por haber cambiado tu propósito, y
también tu falsedad,
no tienes otro modo de verdad que la
falsía?
Vano y loco, contra esas huídas
podría yo
luchar y vencer, si lo
quisiera,
pero de actuar me abstengo,
pues antes de mañana,
podría tener idéntica opinión.
(Pág. 139)
Las preguntas son pensamientos provisionales que el yo
lírico va conjeturando a lo largo del poema. He decidido
citarlo todo, ya que todo él me parece un ejemplo claro de
las características mencionadas, a las que se le suma la
provisionalidad de los conceptos, componente que se hermana con
el de la exploración y el de la argumentación.
Línea a línea, el yo lírico va avanzando
hacia lo más cercano a lo definitivo. En los primeros dos
versos presenta la situación: ella partirá
"mañana". Esta especulación, esta conclusión
provisional será, en términos científicos,
el "objeto de estudio" del yo lírico. En los versos que
siguen, hasta el decimocuarto, conjetura las excusas que le
podría responder su amada cuando se vaya de él,
explicándolas y combatiéndolas provisionalmente
hasta llegar, en los últimos cuatro versos, que
también él "podría tener idéntica
opinión" a la que supone de ella. Y de hecho, que
podría tenerla incluso antes que ella misma la tenga, si
observamos que él supone que su amada se irá
mañana (verso 2), y concluye en que probablemente
él mismo, antes de mañana (último verso),
podría tener idéntica opinión. La
argumentación y provisionalidad de "Constancia de Mujer"
es tal, que parte desde el supuesto y llega al opuesto. Esto es:
el yo lírico achaca a su amada las futuras culpas que
tendrá "mañana cuando parta", y termina concluyendo
en que él podría ser portador de esas mismas culpas
"antes de mañana", antes que ella.
Caracciolo-Trejo menciona que este discurso
argumentativo y racional se proyecta en ironía. La
constante provisionalidad explicada líneas arriba muestra
claramente este rasgo irónico, al terminar el yo
lírico, de algún modo, criticándose
severamente a sí mismo con su verso final "pues antes de
mañana, podría tener idéntica
opinión". Además sostiene Trejo que
"El amor, pues, tal vez no es ni memorable ni digno
de una permanencia como aquella de la historia o como las
inscripciones lapidarias. Aceptar esa posibilidad es ya
distanciarse del sentimiento para observarlo con objetividad,
como si fuera algo ajeno". (Págs. 14 y 15).
En este aspecto, Donne se opone a la idealización
de Petrarca y sus seguidores con respecto a la mujer amada.
Aún más claramente que en el poema Constancia de
mujer, tenemos en Comunidad, de John Donne, un ejemplo
notable de oposición entre el amor petrarquista y el que
en representación de los metafísicos trata Donne.
Además encontramos aquí dos más de las
características que componen el "juego
literario" que caracteriza, como se está viendo, a los
desautomatizadores metafísicos: por un lado, las
conclusiones sorprendentes que parten de premisas equilibradas, y
por el otro, la reflexión sobre temas que trascienden al
particular del poema. Se verá como ejemplo de la primera,
que en la segunda estrofa del poema, entre los primeros cinco
versos y el último, se produce un brusco cambio entre la
serenidad con que el yo lírico contempla la vida y la
conclusión llena de frialdad que se desprende
irónicamente de los primeros versos. Como ejemplo de la
segunda, en cambio, podremos ver que, a través del tema
particular de la reflexión sobre las mujeres, se
llegará por momentos a aplicar estos pensamientos a mucho
más que la mujer. Esto sucede claramente en la primera
estrofa, en donde comienza el poema hablando de la generalidad de
las cosas. Más adelante, en el segundo verso de la segunda
estrofa, se menciona expresamente a la mujer.
COMUNIDAD
Debemos amar lo bueno y odiar lo
malo,
porque lo malo es malo, y lo bueno,
bueno permanece,
pero hay cosas anodinas
Ejemplo 2
que no podemos odiar ni
amar,
pero debemos probar
hasta encontrar la inclinación
de nuestro gusto.
Si, entonces, al comienzo sabia Natura
hubiera hecho
a las mujeres buenas o malas,
podríamos odiar algunas y escoger
otras;
pero como de tal manera las
creara
que no las podemos amar ni
odiar,
sólo hay una posible
conclusión: podemos usar todas Ejemplo 1
Si fueran buenas se
vería,
la bondad es tan visible como el
verde
y ante todos los ojos se
traiciona;
si fueran malas no podrían
durar,
lo malo se consume a sí mismo y a
los otros:
entonces, no merecen ni culpas ni
elogios.
Mas ellas son nuestras cual son los
frutos,
aquél que sólo prueba como
aquél que devora,
o el que lo deja todo, participa
también:
amores cambiados son como cambiados
platos de carne;
y cuando se ha comido la
semilla
¿quién no tira la
cáscara?
(Pág. 45)
Esta forma de abordar el amor, la manera de contemplar
racional de los metafísicos, como se vio en Constancia
de Mujer, o las satirizaciones de Petrarca en estos
versos,
Ay, ¿quién es el
dañado por mi amor?
¿Qué barcos mercaderes mis
suspiros hundieron?
¿Quién dice que mis
lágrimas inundaron el suelo?
¿Cuándo quemó mi
frío la primavera nueva?…
(Pág. 175)
correspondientes al poema de John Donne La
Canonización, constituyen un alejamiento total del
fundador del Renacimiento y (cambia hasta satirizar a la
poesía anterior) la manera de sentir las diversas cosas
que se relacionan con la relación hombre-mujer y con la
mujer misma. Pues si ha cambiado en el siglo XVII la
Cosmovisión del hombre en relación a Dios y al
Universo… ¿la literatura no iba a cambiar?
Borges, Jorge Luis, Historia de la literatura
inglesa. Emecé editores S.A., Buenos Aires,
1997.
Donne, John, Poesía completa. Traducción e Introducción de E.
Caracciolo-Trejo.
Minuchín de Breyter, Perla, Grandes figuras de
la Humanidad: Escritores Célebres Universales, Central
peruana de publicaciones S. A., Lima, Perú,
1955.
Petrarca, Francesco, Cancionero, Buenos Aires,
1982.
Ronsard, Pierre de, Sonetos para Helena, Bruguera,
España,1982.
Shakespeare, William, Sonetos, Editorial Losada, Buenos
Aires, 1997.
V.V.A.A., La poesía inglesa. De los primitivos
a los neoclásicos. Selección,
traducción y prólogo de M. Manent. Talleres
gráfdicos Agustín Núñez, París
208, Barcelona, Abril de 1947 (primera
edición).
V.V.A.A., El Siglo de Oro de la
Lírica Inglesa (De los isabelinos a los
metafísicos). Selección, introducción, y
traducción de Francisco Núñez
Roldán.
Serafín Campaña