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Crímenes y castigos. A propósito de "La contienda entre Horus y Seth"




Enviado por Marcelo Campagno



     

    I

    La trama de las sociedades
    estatales antiguas –entre ellas, la del Antiguo Egipto
    suele organizarse a partir de dos principios
    básicos de articulación social. Uno de tales
    principios corresponde a la lógica
    de organización del parentesco. Se trata del
    campo de las prácticas reguladas a partir del ideal de
    reciprocidad inherente a los lazos familiares. Es la
    lógica que organiza el interior de cada comunidad
    aldeana, y es la lógica que también articula
    internamente a la propia élite estatal 1. Por su parte, el
    otro principio de articulación social remite a la
    lógica propiamente estatal. Aquí se trata del
    ámbito de las prácticas basadas en el monopolio de
    la coerción, que implican una relación de
    dominación de un grupo social
    sobre otro. Es la lógica dominante a la escala global de
    la sociedad y es
    la que prevalece, especialmente, en las relaciones entre las
    comunidades campesinas y la élite estatal, signadas por
    los mecanismos de extracción tributaria 2.

    De hecho, la coexistencia de ambas lógicas de
    articulación social suele dejar huellas que van más
    allá de las comunidades campesinas, de la élite
    estatal y de las relaciones entre unas y otra: el ámbito
    de las representaciones del mundo elaboradas por las sociedades
    antiguas también tiende a organizarse a partir de esos
    mismos principios. En efecto, si el parentesco y el Estado
    proporcionan las lógicas de organización social, se
    comprende que esas lógicas hayan tenido alguna incidencia
    en las concepciones sobre el mundo ultraterreno, toda vez que los
    recursos
    simbólicos para elaborar las representaciones acerca de
    ese mundo proceden de la propia sociedad que con ellos
    opera.

    Que lo parental y lo estatal han dejado sus huellas en
    el mundo de los dioses egipcios, es algo que puede ser advertido
    con suficiente nitidez a partir de múltiples narraciones.
    Sólo por mencionar un par de ejemplos, puede notarse la
    importancia del parentesco en la estructuración de las
    relaciones entre los dioses primordiales de la Enéada
    heliopolitana: en efecto, allí emerge del caos primordial
    una primera divinidad, Atum, quien crea una pareja de hermanos
    (Shu y Tefnut), que engendra otra pareja de hermanos (Gueb y
    Nut), los que –a su vez– son padres de cuatro hijos
    (Osiris, Isis, Seth y Neftis). De tal modo, puede advertirse que
    todos los dioses primigenios se hallan relacionados entre
    sí a través de lazos de parentesco. En cuanto a la
    huella de lo estatal, puede considerarse el comienzo del Canon
    Real de Turín
    , en el que las dinastías de los
    monarcas que comienzan con Menes –el primer faraón,
    según la tradición egipcia– se hallan
    precedidas por las dinastías de los dioses, organizadas de
    la misma forma que las posteriores, de modo que se proyecta la
    realeza (vale decir, el Estado) al
    origen mismo de los tiempos y se presenta a los propios dioses
    como los primeros reyes de Egipto 3.

    Ahora bien, la importancia de los principios parental y
    estatal en los relatos acerca del mundo de los dioses egipcios no
    parece limitarse al hecho de que tales divinidades aparezcan
    allí como parientes de otros dioses o ejerciendo
    prácticas de tipo estatal. En efecto, es posible
    conjeturar que, en la medida en que el parentesco y el Estado
    proporcionaban los principios básicos de
    organización de la sociedad egipcia, esos principios
    pueden haber ocupado una posición significativa en la
    propia estructuración de los relatos centrados en el mundo
    divino. El presente estudio intenta hacer foco en el relato de
    La contienda entre Horus y Seth, contenida en el papiro
    Chester Beatty I 4, en el que ambos dioses se enfrentan por el
    derecho a recibir la dignidad de
    Osiris ante una corte divina. A primera vista, las
    prácticas judiciales referidas en la narración
    parecen sugerir un escenario comparable al de los procedimientos
    efectivamente llevados a cabo por el Estado egipcio durante el
    Reino Nuevo 5. Sin embargo, bien mirado, el relato contiene una
    serie de episodios que no se dejan interpretar a la luz de tales
    procedimientos judiciales estatales y que permiten sospechar que
    en él la lógica del parentesco no se halla en
    absoluto ausente.

    En particular, nos interesa considerar aquí
    cuatro episodios del relato en los que cuatro diferentes
    divinidades –Baba, Anty, Horus y Seth– cometen
    diversos actos que son vistos como merecedores de castigo. En lo
    que sigue, intentaremos conectar las sensibles diferencias en los
    modos en que se plantean y se resuelven esos episodios con la
    diversa influencia que ejercen las lógicas parental y
    estatal a lo largo del relato de La contienda.

     

    II

    Veamos, en primer lugar, el episodio que concierne a
    Baba. En la corte que preside Ra, la situación es tensa.
    Algunos dioses de la Enéada –como Thot, Onuris y
    Shu– son partidarios de otorgar la dignidad real a Horus.
    Ra, en cambio, se
    inclina por conceder el oficio de Osiris a Seth. Consultada la
    diosa Neith, ésta favorece decididamente la causa de Horus
    y produce el encono de Ra, quien le espeta a Horus:
    "¡Tú eres débil de cuerpo y esta dignidad
    es muy grande para ti!
    (3,7-8)". Ante semejantes
    palabras, toda la Enéada se irrita. Sin embargo, Baba va
    demasiado lejos y le grita a Ra: "¡Tu santuario
    está vacío!"
    (3,10). El insulto ofende
    profundamente a Ra, quien queda postrado en su pabellón,
    solo y con su corazón
    afligido. Tal es el tenor del agravio que los mismos dioses que
    se habían ofendido ante las palabras de Ra a Horus se
    vuelven ahora contra Baba, a quien le gritan:

    "Vete afuera. El crimen que has cometido es muy
    grande
    (3,12-13)"

    ¿Qué significa esta reacción de la
    Enéada? Si bien el sentido estricto de la frase de Baba es
    difícil de precisar, está claro que se trata de una
    ofensa que transgrede los códigos que deben regir los
    comportamientos en la corte 6. Para la Enéada, el agravio
    de Baba constituye un grave crimen, y recibe inmediatamente una
    sanción: se le ordena que se vaya. ¿A dónde
    debe irse Baba? Es posible pensar simplemente que la orden
    implica que el ofensor debe salir del recinto. Sin embargo, en el
    mismo acto, todos los dioses se retiran "a sus tiendas"
    (3,13). Y, habida cuenta de que Baba ya no aparece en el resto
    del relato, todo parece indicar que el dios recibe una
    sanción de exclusión. El episodio recuerda
    un tipo de procedimientos conocidos en diversas sociedades
    no-estatales, en las que la exclusión de la comunidad es
    un castigo que puede aplicarse a quienes cometen determinados
    crímenes, tales como transgresiones rituales o acusaciones
    de brujería 7. Se trata, ciertamente, de un castigo de
    gran envergadura: excluir a un individuo de
    su comunidad implica cortar los nexos de parentesco, que son
    constitutivos de la propia identidad de
    los miembros del grupo.

    Ahora bien, la consideración del crimen de Baba y
    su castigo a la luz de las sanciones posibles en las sociedades
    organizadas por el parentesco encuentra un contexto mayor, cuando
    se advierte el tenor general de los sucesos que acontecen en la
    corte ante la que comparecen Horus y Seth. A pesar de que el
    escenario es el de una corte judicial, las situaciones que se
    suceden en esta singular contienda están lejos de
    asemejarse a procesos
    judiciales efectivamente llevados a cabo por el Estado egipcio
    durante el Reino Nuevo, es decir, durante la época en que
    fue acuñado el relato 8. En efecto, el rasgo que prevalece
    a lo largo del relato es la perplejidad y la impotencia de Ra y
    la Enéada para resolver el pleito entre Horus y Seth.
    Cuando la corte se inclina a favorecer a Horus, su rival rechaza
    abiertamente el dictamen, amenazando al tribunal e imponiendo
    nuevos procedimientos para resolver el asunto. De hecho, la corte
    tampoco reacciona ante las artimañas de Horus y su madre
    Isis, que intentan burlar a Seth mediante una serie de trampas.
    En definitiva, la disputa por la dignidad de Osiris no parece
    resoluble de ningún modo y el proceso se
    asemeja, en cierto modo, a un "pandemonium" 9.

    ¿Qué significa este tipo de dinámica judicial que no parece hacer
    justicia? En
    otro artículo 10, hemos sugerido que –hasta el
    episodio final, en el que emerge en escena el propio
    Osiris– la lógica judicial que predomina en el
    relato de La contienda recuerda sorprendentemente a lo que
    refieren los etnógrafos a
    propósito de los modos de mediación de conflictos en
    múltiples sociedades no-estatales, allí donde,
    precisamente, el parentesco constituye el eje central de la
    organización social. Allí, desprovistos del
    monopolio de la coerción, los líderes sólo
    pueden imponer su mediación por medio del convencimiento
    de las partes en pugna 11. En efecto, cuando el compromiso es
    aceptado por las partes, la situación conflictiva se
    resuelve. Sin embargo, la aceptación del "fallo" de las
    autoridades no se halla garantizada a priori: hay veces
    –incluso– en las que los líderes deben echarse
    a llorar amargamente para conmover a las partes, en busca de que
    éstas admitan su propuesta 12.

    De hecho, con múltiples variantes, este tipo de
    dificultades para resolver conflictos no sólo se advierte
    en sociedades no-estatales sino también en los
    ámbitos locales globalmente subordinados a lógicas
    estatales, como las comunidades aldeanas en las sociedades
    estatales antiguas, incluida la del Antiguo Egipto. Frente a las
    cortes estatales –como la que interviene en el proceso por
    el robo de las tumbas reales durante la Dinastía XX–
    que imponen taxativamente sus decisiones en función
    del monopolio de la coerción que detentan, los consejos
    locales ofrecen un panorama sensiblemente diverso. Como
    señala Eyre a propósito de la comunidad de Deir
    el-Medina, "uno de los aspectos más notables de los
    textos legales de Deir el-Medina es la evidente dificultad en
    lograr cualquier cumplimiento de las ‘decisiones’
    expresadas por el tribunal local. Está claro que actuaba
    más como un tribunal de arbitraje y de
    testigos que como una corte judicial capaz de imponer penalidades
    en los casos civiles"
    13.

    Así pues, en la elaboración del relato de
    La contienda, no había que buscar demasiado lejos
    para encontrar otra lógica, sensiblemente diferente de la
    estatal. Las dinámicas judiciales asociadas al parentesco,
    en las que no existe el monopolio de la coerción, parecen
    constituir, entonces, las que permiten dar cuenta de los
    acontecimientos en la corte divina que preside Ra. En semejante
    marco, cobra mayor sentido el hecho de que el crimen de Baba
    reciba un castigo usual en sociedades no-estatales, que no
    requiere del ejercicio monopólico de la coerción
    sino de la sanción colectiva. Sin embargo, el hecho de que
    la lógica predominante en el relato de La contienda
    se asocie al ámbito parental más que al estatal no
    implica que la coerción se halle completamente ausente.
    Veamos lo que sucede ante otros crímenes que se registran
    a lo largo de la narración.

     

    III

    Corresponde considerar ahora la suerte que aguarda en el
    relato al dios Anty14. Superado el episodio de la ofensa de Baba,
    el juicio se reanuda. Y también se reanudan las
    discusiones y las tribulaciones. Seth exige continuar el proceso
    sin la presencia de Isis –decisiva partidaria de la causa
    de Horus– y Ra y la corte acceden a trasladarse a la Isla
    del Medio, a la que Isis tendrá el acceso vedado. Sin
    embargo, sobornando al barquero Anty, la diosa logra llegar a la
    isla y, transformada en una bella mujer, seduce a
    Seth. Entonces, le cuenta una ingeniosa historia que fuerza a Seth
    a reconocer que el heredero legítimo de un padre muerto ha
    de ser su hijo, lo que implica que Horus tiene el derecho de
    suceder a Osiris. Advertido del engaño del que ha sido
    víctima, Seth exige que Anty, el barquero, reciba un duro
    castigo, por haber trasladado a Isis a la Isla del Medio, a pesar
    de la orden que regía en contrario:

    "¿Seth le dijo [a Ra]: «Haz que
    se traiga a Anty el barquero y se le inflija un gran castigo,
    diciéndole: ‘¿Por qué has hecho que
    ella
    [Isis] cruce?’. Así se le
    dirá». Y fue traído Anty el barquero ante la
    Enéada y se le amputaron las extremidades de sus pies

    (7,12-13)"

    El castigo de Anty resulta sumamente significativo, y no
    sólo por el hecho de que es indicativo de la capacidad de
    uno de los contendientes para imponer los procedimientos que se
    llevan a cabo en el proceso: la corte divina toma aquí una
    decisión que implica el uso directo de la coerción.
    Y dado que Anty es también una divinidad, podría
    pensarse que toda la comunidad divina se halla subordinada a las
    decisiones que la corte toma. Sin embargo, no podría haber
    mayor contraste que el que se presenta entre el "impune" Seth,
    que desoye constantemente las prescripciones de la Enéada,
    y el duramente castigado Anty, en la primera falta que comete. Y
    hay una razón para ello: en el relato, Anty es la
    única divinidad que aparece realizando tareas de
    servidumbre: en efecto, Anty no forma parte de la escena judicial
    y su rol en el relato es el de un modesto barquero. En tal
    sentido, es posible considerar que el papel de Anty en La
    contienda
    es un papel propio de humanos y, más
    específicamente, de servidores. La
    perplejidad para tomar decisiones se centra en una
    cuestión interior de la comunidad de los dioses:
    allí es donde rige la lógica del parentesco. Hacia
    los servidores, en cambio, no hay ni un atisbo de
    indecisión: donde impera la lógica estatal, el
    castigo no se discute.

     

    IV

    El tercer episodio del relato que implica un crimen
    involucra a uno de los dos protagonistas centrales: Horus. En
    efecto, luego del castigo a Anty, Seth exige un nuevo modo de
    zanjar el conflicto con
    su rival: una prueba de resistencia en el
    fondo del Gran Verde en la que ambos dioses deberán
    permanecer por espacio de tres meses, transformados en
    hipopótamos. Comenzada la prueba, y temiendo que Seth
    muerte
    allí a Horus, Isis interfiere en el procedimiento,
    intentando detener a Seth. Sin embargo, cuando su arpón lo
    alcanza, Seth le recuerda a Isis que él es su hermano, y
    la diosa lo libera. Ante la "traición" de Isis, Horus
    estalla de ira, sale del agua y
    decapita a su madre. La noticia escandaliza a la
    corte:

    "Entonces, Ra-Haractes dio un gran grito y dijo a la
    Enéada: «¡Vayamos y démosle un gran
    castigo»
    (9,12-10,1)"

    Parece tratarse de un nuevo momento en el que el
    monopolio de la coerción va a hacerse presente en el
    relato, y esta vez su aplicación se dirige a uno de los
    propios dioses contendientes. Sin embargo, en la práctica,
    las cosas no suceden exactamente de ese modo. En primer lugar, el
    castigo que se decide se relaciona con la actitud de
    Horus respecto de su madre y no respecto de la cuestión de
    la herencia de
    Osiris, que es el objeto del litigio. En este sentido, lo que a
    los ojos de la Enéada parece merecer un inmediato castigo
    es la violencia
    ejercida por un hijo contra su madre15, que contraviene
    flagrantemente las normas
    reciprocitarias propias de los lazos de parentesco. Y, en segundo
    lugar, el operativo encabezado por Ra y la Enéada fracasa
    en su cometido: es Seth quien arranca los ojos de Horus, por su
    cuenta y a espaldas de la Enéada (incluso, finge luego no
    haber encontrado a su víctima). Tal actitud por parte de
    Seth parece sugerir que el dios no castiga a Horus para cumplir
    un mandato de la Enéada sino para ejecutar una suerte de
    "vendetta" contra Horus, por los constantes fracasos de la
    estrategia de
    aquél ante las intervenciones de los partidarios de
    éste. De hecho, la "vendetta" o violencia en represalia
    constituye un mecanismo conocido para ajustar cuentas entre
    subgrupos no-estatales, en los que a priori no interviene
    ninguna autoridad
    judicial neutral 16.

    En todo caso, lo cierto es que, de este modo, el papel
    punitivo asociable a la corte se desvanece. Es más, en la
    siguiente secuencia, con los dioses recuperados (Isis, luego de
    una breve metamorfosis en estatua de piedra sin cabeza; Horus,
    luego de recibir asistencia por parte de Hathor), la corte
    "olvida" lo sucedido y, por cierto, no establece penas para
    nadie: ni para Isis, que ha interferido en el anterior
    procedimiento; ni para Horus, que ha agredido a su madre, ni para
    Seth, que ha hecho justicia "por mano propia", ignorando
    así la competencia de la
    Enéada en el asunto. El monopolio de la coerción
    vuelve a brillar por su ausencia y sólo permanece la
    "vendetta" como modalidad de castigo en la escena principal de la
    disputa.

     

    V

    Finalmente, se produce el cuarto episodio del relato que
    implica un crimen y su castigo. Y esta vez se trata de Seth, el
    antagonista de Horus. En efecto, luego de la malograda
    competencia de los hipopótamos que desemboca en los
    violentos sucesos que venimos de considerar, se suceden dos
    nuevos episodios que constituyen otros tantos intentos de Seth
    por vencer en el pleito y que terminan con similares resultados.
    En el primero de ellos, Seth invitará a Horus a pasar un
    día de fiesta con el objetivo de
    someter sexualmente a su rival por la noche. En el segundo, Seth
    impondrá una nueva competencia, ésta vez en barcas
    de piedra. Pero en ambos, mediante nuevas artimañas, Horus
    desbarata los planes de su rival. Entonces, Horus se lamenta
    amargamente ante Neith acerca de Seth, quien ha sido una y mil
    veces descalificado por la corte, pero que "no hace caso a
    todo lo que dice la Enéada"
    (14,2). Y ciertamente,
    hasta ese punto, la contienda no parece tener visos de ser
    resuelta.

    Ahora bien, cuando toda la dinámica del relato
    hace prever que no habrá forma de decidir entre los dos
    contendientes, la resolución llega. Sin embargo, no viene
    propulsada por el convencimiento de Seth sino por la
    intervención del propio Osiris. La situación conoce
    entonces un drástico giro, y hay razones para ello. Osiris
    es convocado a intervenir en la disputa por medio de una carta en la que
    se lo interpela con los cinco títulos propios del rey de
    Egipto 17. En efecto, el que responderá desde el Occidente
    no será un dios más de la comunidad divina sino un
    dios-rey. Y la voluntad de un rey no es dable de ser
    contrariada 18. La respuesta no se hace esperar y, como era de
    suponer, es contundentemente favorable a su hijo Horus, e incluye
    la amenaza de enviar a sus terribles mensajeros –que
    arrancarán el corazón de quienes cometan malos
    actos– si su voluntad es contrariada.

    Ante semejante ostentación de la fuerza, el final
    se precipita. Seth, fiel a su actitud, reclama un nuevo duelo.
    Sin embargo, las cosas no saldrán esta vez como hasta
    entonces:

    "Entonces Seth dijo: «¡Haced que seamos
    trasladados a la Isla del Medio para contender con
    él!». Y se fue a la Isla del Medio. Pero se dio la
    razón a Horus contra él. Y entonces, Atum, el
    Señor de las Dos Tierras, el Heliopolitano, envió a
    Isis: «Trae a Seth, sujetado con un cepo». Isis
    trajo, entonces, a Seth, sujetado con un cepo, como un
    prisionero. Atum le dijo: «¿Por qué has
    impedido que se os juzgue y te atribuyes la dignidad de
    Horus?». Y Seth le respondió: «De
    ningún modo, mi buen señor. ¡Haz que se
    convoque a Horus, el hijo de Isis, y se le otorgue la dignidad de
    su padre Osiris!»
    (15,10-16,1)"

    De este modo, cuando irrumpe en escena el dios-rey
    –vale decir, cuando se presenta el principio
    estatal–, el panorama cambia radicalmente. Las
    exigencias de Seth, hasta entonces acatadas, no sólo son
    desoídas sino que, además, son vistas como
    delictivas. Así, Horus es proclamado vencedor y, ante el
    derrotado, emerge la coerción: Seth es entonces llevado a
    la corte como un prisionero. Finalmente, frente a una
    corte que ahora ejerce la coerción, la actitud de Seth
    cambia diametralmente y ahora no tiene otra opción que la
    de reconocer la legitimidad de Horus para heredar la realeza de
    su padre Osiris.

    Sobre el final de la narración, pues, todo cambia
    porque irrumpe en el centro mismo de la escena un principio de
    organización social radicalmente diverso del que
    corresponde al parentesco: el que conviene a la lógica
    estatal, basado en el monopolio de la coerción. Tal
    principio no se hallaba completamente ausente del relato, como se
    advierte en el episodio del castigo a Anty, el barquero.
    Allí puede notarse que, en un plano subsidiario respecto
    del eje principal del relato, la lógica estatal puede
    disponer de su propio lugar. Pero con la intervención de
    Osiris en tanto que dios-rey, la lógica del Estado se
    introduce en la cuestión central de la propia contienda
    judicial entre Horus y Seth. Y a partir de las nuevas condiciones
    estatales, la corte finalmente se impone. Como en los
    procedimientos judiciales de la época en que La
    contienda
    fue escrita, el pleito es resuelto por el dictamen
    de la corte. Hay una parte beneficiada y otra que deberá
    atenerse a las consecuencias. Pero ambas deberán acatar lo
    que la decisión estatal ha determinado.

     

    VI

    Así pues, los modos en que se ejerce la
    coerción varían sensiblemente a lo largo del relato
    de La contienda entre Horus y Seth.
    Esquemáticamente, los cuatro episodios considerados
    aquí pueden ser organizados del siguiente modo:

     

    crimen

    castigo

    lógica

    Baba

    agravio al líder de la corte

    exclusión

    parental

    Anty

    desobediencia a una orden

    mutilación

    estatal

    Horus

    agresión a su madre

    enéada: no castiga

    seth: vendetta

    parental

    Seth

    desacato a la corte

    obligación de aceptar el fallo

    estatal

     

    En primer lugar, el crimen de Baba se produce en el seno
    de la Enéada y merece una sanción colectiva, su
    exclusión del proceso, compatible con el visible
    predominio de la lógica del parentesco en los principales
    procedimientos de la corte. En segundo lugar, el crimen de Anty
    pone de relieve el
    ámbito de las relaciones entre los dioses y sus servidores
    y, del mismo modo en que sucedía en las relaciones entre
    la élite estatal y el resto de la sociedad egipcia,
    allí se impone un castigo que involucra la captura y
    mutilación del dios, en un escenario compatible con el que
    ofrece la justicia estatal de la época. En tercer lugar,
    el crimen de Horus nos devuelve a la comunidad de los dioses y a
    la lógica del parentesco: la Enéada juzga
    severamente el comportamiento
    parental del dios; sin embargo, su imposibilidad de ejercer el
    monopolio de la coerción se advierte tanto en el hecho de
    que no logra castigar a Horus por sí misma como en el
    hecho correlativo de que el que efectivamente lo castiga
    –Seth– lo hace a modo de "vendetta" y no a las
    órdenes de la corte. Por último, en cuarto lugar,
    el crimen de Seth sólo se advierte como tal cuando es
    evaluado a partir de la lógica estatal, que inaugura la
    intervención del dios-rey Osiris: así es que las
    actitudes de
    Seth son finalmente interpretadas como un desacato a las
    decisiones de la corte y entonces debe comparecer no ya como un
    contendiente sino como un prisionero. En todos los casos, lo que
    parece quedar de manifiesto es que no sólo se trata de
    crímenes diferentes sino que –en función del
    predominio de la lógica parental o de la estatal–
    los castigos varían diametralmente. En efecto, habiendo
    dos lógicas en la articulación del relato, los
    procedimientos judiciales no pueden resultar uniformes:
    así, no hay ley pareja en este singular escenario
    para la contienda entre Horus y Seth.

     

    Bibliografía
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    Notas

    * El
    presente trabajo
    será publicado en Campagno, M. (ed.), Estudios sobre
    parentesco y Estado en el Antiguo Egipto
    , en
    preparación.

    1. Acerca de la importancia del parentesco en el
      ámbito del campesinado egipcio antiguo, cf. Janssen,
      1981, 59-77; Campagno, 1998a, 91-100; 2002, 251-258; Eyre,
      1999, 33-60. Acerca de su importancia en la articulación
      interna de la élite estatal, cf. Hoffman, 1979, 320-326;
      Baud, 1999, 193-379; Campagno, 2002, 238-241.
    2. Acerca de la cuestión de la práctica
      estatal, cf. Campagno, 2002, 79-94. Acerca del dispositivo
      estatal en el antiguo Egipto y otras sociedades antiguas, cf.
      Trigger, 1993; Feinman y Marcus, 1998.
    3. Acerca de la cosmogonía heliopolitana, cf.
      Hornung, 1982 [1971], 221-222. Acerca del Canon Real de
      Turín, cf. Redford, 1986, 11-13. Hemos considerado la
      cuestión de los dioses-reyes en Campagno, 1998b,
      241-243.
    4. El relato fue originalmente publicado y traducido por
      Gardiner (1931). Existe una cosiderable cantidad de
      traducciones posteriores al ingles (Wente, 1972; Lichtheim,
      1976), al francés (Lefebvre, 1949; Broze, 1996), al
      alemán (Spiegel, 1937; Junge, 1995), al italiano
      (Bresciani, 1969) y al español (Rosenvasser, 1947; López,
      en prensa; Campagno, en prensa).
    5. Al respecto, cf. Allam, 1992, 137-145.
    6. La frase lanzada por Baba, no es fácil de
      interpretar. Théodoridès (1993, 19) y Junge
      (1995, 938) la han aproximado a una frase coloquial, en el
      sentido de "no tener nada en la cabeza". Broze (1996, 238-248)
      propone que el sentido apunta a la ausencia de maat en
      la cabina de la barca solar y que tal ausencia puede emplazarse
      en un plano sexual, en tanto pérdida de virilidad por
      parte de Ra (en este sentido cf. también Troy, 1986, 92
      y Walls, 2001, 99). Ciertamente, con los datos que
      aparecen en La contienda, no se advierte que Ra haya
      perdido su virilidad. En todo caso, sea por la ausencia
      específica de maat en la cabina de la barca solar
      o por una afirmación más general sobre cierto
      estado de abandono del santuario del dios, está claro
      que la frase de Baba contiene un sentido abiertamente ofensivo,
      que se advierte aquí por la reacción que provoca
      tanto en Ra como en los integrantes de la
      Enéada.
    7. Cf. por ejemplo, Gulliver, 1969, 47; Godelier, 1974,
      167; Radcliffe-Brown, 1986 [1969], 248.
    8. Acerca de las reglas de los procesos judiciales
      estatales, cf. Allam, 1977, 542-543. Acerca del tratamiento
      dado por el Estado a los criminales, cf. también Lorton,
      1977, 2-64; Tyldesley, 2001, 60-76.
    9. Cf. Sweeney, 2002, 148.
    10. Cf. Campagno, en prensa.
    11. Según Bohannan (1967, 53), en tales
      situaciones, "nadie puede hallarse en posición de
      establecer decisiones –la situación está
      organizada para que no pueda haberlas. Los ‘jueces’
      deben establecer compromisos y sus compromisos deben ser
      implementados por las partes en pugna, lo cual, frecuentemente
      no implica implementación de ningún tipo"
      .
      Cf. también Roberts, 1979, 124-125.
    12. Cf. Pospisil, 1968, 220-221. Acerca de diversos modos
      de resolución de disputas en sociedades no-estatales,
      cf. Evans-Pritchard, 1977 [1940], 190-195; Gluckman, 1965;
      183-198; Gulliver, 1969, 24-68; Radcliffe-Brown, 1986 [1969],
      245-248; Service, 1984 [1975], 116-119.
    13. Eyre, 1984, 102. En el mismo sentido, cf. Mc Dowell,
      1999, 171.
    14. El nombre de este dios, con la apariencia de un
      halcón sobre una barca y protector del nomo XII del Alto
      Egipto, es también traducido como Nemty. Como puntualiza
      Broze (1996, 51-53), es difícil de optar entre ambas
      posibilidades, dado que las dos podrían hacer
      alusión a las garras que caracterizan al dios, y que
      –de acuerdo con este relato (7,11-8,1)–
      podrían ser consecuencia del castigo al que es sometido.
      Al respecto, cf. también Junge, 1995,
      941-942.
    15. Al respecto, cf. Bontty, 1997, 244 nota
      696.
    16. Cf. por ejemplo, Evans-Pritchard, 1977 [1940],
      168-190; Roberts, 1979, 118-121; Radcliffe-Brown, 1986 [1969],
      244-245.
    17. Existe cierto disenso respecto del referente de los
      cinco títulos reales. Los autores más antiguos
      (Gardiner, 1931, 24 nota 6; Rosenvasser, 1947, 44 nota 29;
      Lefebvre, 1949 199, nota 89) indicaban que se dirigían
      al remitente (Ra) y no al receptor de la carta
      (Osiris). Lichtheim (1976, 223 nota 11), Junge (1995, 947) y
      Broze (1996, 107-109), en cambio, indican que se dirigen a
      Osiris. En todo caso, hay un dato claro: los cinco
      títulos reales del protocolo
      completo sólo emergen en esta instancia decisiva de la
      narración, cuando la decisión del dios-rey
      Osiris pone un final a las constantes vacilaciones de la
      Enéada.
    18. Aquí probablemente yace la gran diferencia de
      eficacia entre
      las cartas de
      Osiris y la que envía Neith, al comienzo del relato, en
      la que también exigía enfáticamente que se
      le otorgara la realeza a Horus ("Dad la dignidad de Osiris a
      su hijo Horus. No cometáis estas acciones
      grandes de falsedad, que no están en su lugar, o me
      enfureceré y el cielo chocará con la
      tierra"
      , 3,2-3). Sweeney (2002, 151-152, 161) relaciona
      esa diversa suerte con las diferencias de género
      entre Neith y Osiris. Sin embargo, lo decisivo en este relato
      no parece radicar en la condición sexual de los
      protagonistas sino en el cambio de lógica predominante
      que implica la irrupción del dios-rey en la
      escena. En el marco del predominio de la lógica
      parental, el reclamo de Neith corre la misma suerte que los
      clamores de los demás dioses: en el mejor de los casos,
      añade argumentos a una de las posiciones, pero de
      ningún modo logra resolver el pleito. La
      intervención de Osiris, en cambio, introduce el
      predominio de la lógica estatal.

     

    Marcelo Campagno

    Mesa Temática N° 70: Formas de
    organización del poder y
    representaciones simbólicas en el Mundo
    Antiguo

    Pertenencia institucional: Universidad de Buenos
    Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de
    Historia Antigua Oriental "Dr. Abraham Rosenvasser"; CONICET,
    DEGIP-IMIHICIHU.

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