- 1.-Consideraciones
generales: Sábato y la distorsión definitiva de
la construcción social del
intelectual - 2.-Sábato:
estrategias implícitas de
autoconstrucción - 3.- Uno y el
Universo: comentarios sobre un contraste y algunas
consideraciones formales - 4.-Acerca de
posición de Sábato frente su
objeto: - 5.-Un caso de
ironía - 6.-Primeras
digresiones sobre el registro de la
piedad - 7.-Digresiones
avanzadas sobre el registro de la piedad - 8.- Hombres y
engranajes: fin del absurdo, fin de lo burlesco y
aumento - 9.- Apologías
y rechazos, 1979: una caza de brujas y un
sobreviviente, - 10.-Dos pruebas de
la inoperancia del registro sabatiano - 11.- El Prólogo de la
CoNaDeP y la legitimidad mediante el
registro
1.-Consideraciones
generales: Sábato
y la distorsión definitiva de la construcción social del
intelectual
Ernesto Sábato es uno de los escritores que
más ha hecho por posicionarse contra Borges en
términos políticos. Lo hace en los ya citados
Diálogos compaginados por Orlando Barone, en sus
charlas públicas, en sus homenajes al propio Borges, en
sus prólogos y en las fajas de sus libros. Cada
vez que Sábato se distancia de Borges en política, la figura
del comprometido se ratifica en él. Luego, los
problemas en
la representación social del intelectual comprometido en
Argentina dejan de ser sutiles (indiferenciación entre
Cortázar y Walsh) cuando se pasa a ubicar a Sábato
en el lugar del sujeto crítico argentino, en el del
hombre confiable.
En su iracunda obra Sábato o la moral de
los argentinos, publicada en 1997, María Pía
López y Guillermo Korn hacen la genealogía de la
legitimidad sabatiana y colocan en el centro de su análisis a medios
gráficos como la revista Gente,
a programas
televisivos como el de Mariano Grondona o a los periodistas que
más se han destacado en la divulgación de la
falacia Sábato- compromiso. Los medios, algunos
periodistas y los gobiernos se han apropiado de
Sábato para legitimarse. Sábato les ha aportado,
principalmente, con la equidistancia acrítica que
señalan López y Korn y que señalaremos desde
otro lugar más adelante aquí, y que consiste, sobre
todo en los años 60, en defender una extraña
concepción del hombre
concreto
(extraña, como se detallará, porque es,
paradójicamente, abstracta) y en mostrarse izquierdista y
derechista según la ocasión: "Los 60
serán, para Sábato, años estremecidos y
confusos: por momentos, y ante ciertas publicaciones
(además de Che: El Escarabajo de Oro y Mundo
Nuevo), hace gala de un compromiso revolucionario que
desequilibra su habitual balanza de juicio; en otros momentos, y
frente a otros grabadores, se recuesta en el desarrollismo
frondizista o en la cómoda
–cuando no alegre- aceptación del golpe militar. El
intelectual atribulado se debate entre
Ernesto Guevara y Mariano Grondona."; "En el autor de Uno
y el Universo la
moral
humanitaria es remozada y se presenta seductoramente. Esa moral,
ha escrito Regis Debray, "tiene la enorme ventaja de no tener un
enemigo designado. Se toma el partido de las víctimas, por
lo tanto no se toma partido.", "reduce a todos los hombres
a su mínimo común denominador: sus cuerpos y su
sufrimiento", y "naturaliza la historia". Estas tres
características están presentes en el planteo
ideológico y filosófico de Ernesto
Sábato" (LÓPEZ- KORN, 1997).
Hemos llegado (o vale decir, Sábato ha llegado,
desde esta lectura, con
sus obras) a un punto en el que pueden analizarse las estrategias de su
autoconstrucción como intelectual comprometido en forma
inmanente, complementando de alguna manera aquello que
piden López y Korn en 1997. En términos de
Tinianov, ya no hay que salirse a la serie social y
representarse al Sábato de carne y hueso para hallar sus
puntos más objetables como intelectual comprometido: todo
lo objetable en Sábato puede ubicarse en su textualidad,
más específicamente, en el único género
literario que siguió cultivando: el ensayístico
(considerado aquí en tanto no ficcional). De paso,
esta lectura de Sábato ensayista a la luz de sus
últimos textos, que vuelven explícitas sus viejas
estrategias implícitas de autoconstrucción como
intelectual, según se verá, permite confeccionar
otro tipo de trabajos sobre el devenir a- crítico del tipo
de intelectual comprometido, fuerza a
preguntarse por el destino final del intelectual sartreano que no
se silencia a tiempo y, por
último, obliga a preguntarse por las posibilidades
objetivas de existencia del intelectual sartreano hoy, porque la
autocaricaturización de uno de ellos no es un
síntoma aislado cuando lo comparamos con la ausencia
social de otros intelectuales
como David Viñas y con el escaso interés de
ocupar el lugar de intelectual sartreano en general. Dice
José Pablo Feinmann en La sangre
derramada: "Sartre, entre otras cosas, se ha transformado
en el filósofo menos citado durante los días que
corren" (FEINMANN, 1998). Para remarcar la pertinencia de
esta cita, bastaría agregar que lo mismo ocurre, en
términos de vigencia, con los intelectuales sartreanos
aquí y ahora.
2. Sábato: estrategias
implícitas de autoconstrucción como
intelectual
3. Uno y el Universo:
comentarios sobre un contraste y algunas consideraciones
formales
Lacónica advertencia:
No debe extrañar que, en las páginas
venideras, indaguemos, algo licenciosamente, sobre algunos
procedimientos
formales que a primera vista parecerán inútiles a
los fines de la tesis, es
decir: inútiles si se desea, en última instancia,
analizar el caso Sábato como síntoma de la crisis del
intelectual comprometido en la Argentina. Y esto no
deberá extrañar, sobre todo, porque, al momento de
analizar las estrategias de autolegitimación de un
intelectual que escribe, se advierte que el lugar
en donde sus estrategias se asientan es precisamente el de sus
artificios. En las páginas sucesivas se
ensayarán una serie de comentarios acerca, principalmente,
de cómo funcionan, en Sábato, esos
artificios desde los cuales crea, en una recepción
muy particular, un efecto de intelectual comprometido.
Específicamente, se intentará observar la
relación entre el sujeto (el ensayista, el autor) y su
objeto de análisis circunstancial, relación que es
siempre de poder y que es
siempre distinta entre el sujeto y su objeto. Y será
importante porque, las más de las veces, el objeto del
ensayista Sábato es el hombre, y entonces la
pregunta por cómo el sujeto se posiciona frente a su
objeto, desde dónde lo analiza o critica o comenta, se
hace indispensable. El análisis de esa relación nos
ayudará a leer más prolijamente qué
significa que Sábato utilice ciertas herramientas
con frecuencia y qué relación existe entre la
predilección de éste por dichas herramientas y sus
aspectos más objetables como intelectual crítico.
El análisis, por momentos formal, al que se invita a
continuación, es al mismo tiempo un análisis
ideológico de los artificios discursivos que Sábato
utiliza para cosechar su reconocimiento.
* * *
4. Acerca de posición de
Sábato frente su objeto: un caso de
absurdo
En la obra Uno y el Universo, de 1945, se accede
a un registro
discursivo heterogéneo en procedimientos retóricos
pero cuya predominancia la tienen los recursos
relacionados habitualmente con el género
humorístico. Aquí, Sábato, como dueño
de ese yo- ensayístico, es irónico, absurdo,
caricaturesco, para con la historia de la ciencia.
Entre estos recursos relacionables al humor, nos son
útiles por lo menos dos: el absurdo y la ironía,
porque cada uno de ellos implicará una forma distinta de
relación entre el ensayista y su objeto.
Bastará señalar en principio, y demostrar
después, un aspecto de la herramienta del absurdo: que
quien la utiliza no posee un control estricto
sobre sus alcances. El absurdo parece poner a su ejecutor en un
marco de absurdo más general del que tampoco él
suele salir. Así, en Uno y el Universo:
"CONTINUIDAD DE LA CREACIÓN. Una catástrofe que
sumiera a la humanidad en la miseria y en la ignorancia
transmutaría el valor de todas
las obras de arte,
aniquilaría las riquezas de Leonardo, de los
diálogos platónicos: nadie puede ver en una
novela, en un
cuadro, en un sistema de
filosofía, más inteligencia,
más matices de espíritu que los que él mismo
tiene.
Pero aún sin catástrofe, la humanidad
cambia constantemente y, con ella, las creaciones del pasado y
los personajes históricos: el presente engendra el pasado;
el Cervantes que
escribió el Quijote no es el mismo que el Cervantes de
hoy; aquél era aventurero, lleno de vida y despreocupado
humor; el de hoy es académico, envejecido, escolar,
antológico. Lo mismo pasa con Don Quijote,
oscilando entre la ridiculez y la sublimidad, según la
época, la edad de los lectores y su talento. No hay tal
abismo entre la realidad y la ficción. Hoy es tan real
–o tan ficticio- Cervantes como Don Quijote. Al fin de
cuentas, nosotros
no hemos conocido a ninguno de los dos y no nos consta su
existencia o inexistencia efectiva, de carne y hueso; de ambos
tenemos una noticia literaria, llena de creencias y suposiciones.
En rigor, Don Quijote es menos ficticio, porque su historia
está relatada en un libro, en
forma coherente, lo que no sucede con la historia de
Cervantes." (SÁBATO, 1945)
Esta particular definición sabatiana de la
percepción que puede tenerse del pasado
desde el presente está llevada con una lógica
que desemboca en una conclusión absurda como la que supone
que Don Quijote es más real que Cervantes.
El absurdo trabaja dos planos simultáneamente, uno de los
cuales está contenido en el otro. El primer plano
está en el texto, en su
marco conceptual, en este caso en la premisa: "Don Quijote es
más real que Cervantes". Pero existe otro plano donde,
simultáneamente, trabaja el absurdo; un plano ciertamente
más velado por estar contenido, se dijo, en el primero, e
involucra la pregunta por el ensayista mismo y no por su objeto.
Este es el plano en el cual el absurdo ha trascendido al objeto y
ha llegado al propio ensayista: si el ensayista razona, en este
caso, sobre un nivel de existencia menos ficticio en el
texto que en la realidad, como se presenta entre Don Quijote y
Cervantes, la realidad material del propio Sábato en tanto
ensayista se desvanece en el mismo razonamiento absurdo que
él plantea sobre Cervantes. Este efecto intrínseco
del absurdo pone al que lo utiliza en relación de igualdad
respecto de su objeto, porque el ejecutor del procedimiento se
convierte, a su vez, en objeto del mismo absurdo que plantea.
Sábato (sujeto) es tan absurdo como Cervantes (objeto), y
por lo tanto queda atrapado en el absurdo que suelta sobre la no
existencia de Cervantes. Sábato habla de Cervantes, pero
el absurdo de ese razonar hace que aquél se vuelva de tan
dudosa existencia como éste. En el absurdo, en fin, tal y
como se lo ejemplifica aquí, el que lo ejecuta lo padece.
Esta herramienta lo pone a todo en su mismo plano, incluido al
que lo disparó por primera vez. Es en este sentido que
sostenemos que este recurso dispara a la vez para adelante y para
atrás, al ejecutado y a su ejecutor, y así, la
relación entre el sujeto y su objeto es de igualdad, a-
jerárquica.
El absurdo puede ser o no ser irónico, esto no es
objeto de nuestro análisis. No obstante, la ironía
es susceptible de ser analizada en forma independiente del
absurdo en el marco de las relaciones de poder entre el sujeto
(ensayista) y su objeto. La ironía, en términos de
ejercicio del poder por parte del yo- ensayístico,
empieza, a diferencia del absurdo, a plantear jerarquías.
Mientras que el absurdo, como se dijo y como ha quedado
demostrado en el ejemplo anterior, pone ejecutor y objeto en un
mismo plano, la ironía parte del yo- ensayístico
y pretende que no vuelva a él. Constituye, por eso,
una relación más claramente jerárquica y
vertical que la horizontalidad y a- jerárquica del
absurdo. Veamos este otro ejemplo de la misma obra de
Sábato: "ANTEOJO ASTRONÓMICO. Combinación
de dos lentes que sirve para ver objetos lejanos y para refutar a
Aristóteles.
"El firmamento es eterno, inmutable y sin origen",
había decretado el sabio de Estagira. Galileo se
limitó a dar tres conferencias ante mil personas sobre la
estrella nueva aparecida en la constelación de la
Serpiente. La disputa se exacerbó cuando empezó a
escrutar el cielo con su anteojo y a encontrar cosas
raras.
(…)
El matemático y astrónomo Clavius, de
Roma,
expresó con sobriedad su opinión sobre el
descubrimiento: "Me río de los pretendidos
acompañantes de Júpiter". Otros
peripatéticos, más conciliadores, afirmaron que
quizá el instrumento mismo producía los satélites;
Galileo ofreció diez mil escudos al que fabricara un
anteojo tan astuto. La mayoría de los
aristotélicos, sin embargo, se negó en redondo a
mirar por el tubo, asegurando que no valía la pena buscar
semejantes objetos celestes, ya que Aristóteles no los
había mencionado en ninguno de sus
volúmenes.
En una carta a Kepler
decía Galileo: "Habrías reído
estrepitosamente si hubiers oído las
cosas que el primer filósofo de la facultad de Pisa dijo
en mi contra delante del Gran Duque, y cómo se esforzaba,
mediante la ayuda de la lógica y de conjuros
mágicos, en discutir la existencia de las nuevas
estrellas" (SÁBATO, 1945).
Queda claro cómo, ahora, el ensayista dirige un
arsenal discursivo hacia su objeto: la testarudez de los
discípulos de Aristóteles frente al objeto
irrefutable de Galileo. En este caso, Sábato se
ríe de dicha testarudez, y cita a Galileo, que
también se ríe de lo mismo, que a su vez
conjetura cómo se reiría Kepler de lo mismo.
Tres casos de la misma dinámica discursiva: la de la
ironía: la ironía que se ríe de lo
otro, y en esto radica nuestro interés por ella y su
diferencia principal respecto del absurdo. En el absurdo, el yo-
discursivo está envuelto en lo mismo que plantea; en la
ironía, el yo- discursivo se ríe de un planteo y
parte de su efectividad radica en que su fundamento para
reír no habilite que se rían de su propio planteo.
La relación (de poder) entre el yo- ensayístico y
su objeto, en la ironía, no es recíproca, sino
vertical y sin retorno al primero: es de ida, no de ida
y vuelta, como ocurre con el absurdo.
En la ironía, el ataque es velado pero a la vez
abierto y manifiesto, alcance los grados de sutileza que alcance.
La ironía es un ataque, en última instancia,
franco, por parte del yo- discursivo, y su efectividad
depende de que ello, en algún punto, se
perciba.
La ironía y el absurdo, en síntesis,
son dos recursos utilizados con frecuencia para el ataque por
Sábato en esta su primera obra ensayística
publicada en forma de libro. Cada uno de ellos ataca en forma
distinta y ejerce el poder sobre su objeto de manera diferente:
mientras que la ironía conduce a un ataque particular (a
su objeto de ironización) y ejerce, abiertamente, el poder
sobre su blanco, el absurdo es siempre un ataque total (el yo-
ensayístico ve absurdo a su objeto, pero también, y
con el mismo movimiento,
aparece él mismo como absurdo, según se vio),
generándose así una nulidad en el ejercicio del
poder entre el yo- ensayístico y su objeto, porque ese
objeto se vuelve sobre el yo- ensayístico gracias a esa
especie de totalidad de alcance que es constitutiva del
absurdo.
6.-Primeras digresiones sobre el
registro de la piedad en Sábato
Existe, y es también identificable en el primer
trabajo
ensayístico de Sábato, un tercer registro
destacable, a saber el registro que aquí llamaremos de
la piedad. Aquí, las cosas se dan de manera muy
distinta respecto de los otros dos registros vistos.
El registro de la piedad, en primer lugar, no manifiesta ni
connota un ataque directo, sino al revés: se presenta en
forma de una estoica (no irónica) solidaridad
para con lo que elige defender. El final de la
Advertencia que en 1945 anota Sábato en Uno y el
Universo es especialmente revelador de este registro:
"Montaigne mira con ironía a los hombres porque son
capaces de morir por conjeturas. No veo nada que merezca la
ironía: en eso reside la grandeza de estos pobres
seres." (SÁBATO, 1945).
Aquí, en 1945, en la Advertencia a su
primera obra deliberadamente alejada de la física, aparece, ya,
una manifestación clara de lo que más adelante
será el tono sacerdotal sabatiano: y ese comienzo
es el del registro de la piedad. El registro de la piedad
coloca al yo- ensayístico en un lugar
jerárquicamente superior tanto respecto del caso del
absurdo, donde no existen jerarquías entre el yo-
ensayístico y su objeto, como respecto del de la
ironía, donde sí las hay, pero abiertamente y, por
tanto, en algún punto, éticamente. El tono
de la piedad coloca al yo- ensayístico en condiciones de
ser paternalista con su objeto. Y para que esté en
esas condiciones, debe haberse asumido superior a lo que
defiende. Ese registro se ve, en Sábato, materializado
como de apañamiento o de defensa dotado además de
un alto plus de emotividad. Un plus emotivo que
lleva implícita, en realidad, la debilidad de aquello a lo
que se está defendiendo, o, más exactamente, la
superioridad del yo- ensayístico respecto de lo que
está defendiendo. Y Sábato, como en un anticipo de
lo que luego sería mucho más explícito
(según se verá), dice: "en eso reside la
grandeza de estos pobres seres", refiriéndose a la
humanidad entera. Y lo dice excluyéndose del género
humano al que defiende (la grandeza de estos pobres
seres), como si estuviera más allá de
él, o, para ser claros: más arriba de
él.
Creerse en condiciones de defender algo utilizando el
registro de la piedad es, en términos de relaciones de
poder en el discurso,
someter lo defendido al plano de la inferioridad respecto del
defensor. Y al defender, se habla de lo defendido. Con
esto se logra configurar totalitariamente aquello a lo que se
defiende, porque se está hablando por ello, sin
dejar hablar a lo que realmente tiene que (y puede)
hablar. Este registro, lejos de las no- jerarquías del
absurdo o del abierto ataque de la ironía, pone al yo-
ensayístico en control total de lo que defiende,
dominándolo más que si ironizara y mucho más
que si se valiera del absurdo. Y lo hace de la manera menos
abierta y más velada, y presumiblemente más
perversa, que un registro puede utilizar si el yo-
ensayístico desea representar (manipular) lo que (en
realidad no) defiende.
Tal la capacidad del registro de la piedad para
ocultar la dinámica con la que subyuga de lo que simula
proteger.
Es discutible, sin embargo, que un registro, en
sí mismo, pueda ser o no perjudicial. Podría
discutirse sobre la posibilidad de que existan defensores-
usuarios de este registro que estén configurando
correctamente aquello a lo que defienden. Podríamos
discutir, en fin, si existe, independientemente de lo que nos
parezca ese registro, la posibilidad de que no deje de ser
falto de ética. Pero el problema principal es que,
aún presuponiendo que esa posibilidad exista, ocurre que
donde la lucidez ensayística flaquee, este registro
será visto no como el síntoma de un error
teórico, sino como el de una falla ética, de
la misma manera en la que defender algo en forma paternalista
sólo es admisible si ese paternalismo es lo
suficientemente astuto como para plantear su defensa con
exquisita lucidez.
En los textos ensayísticos de Sábato se
articulan fatídicamente, como se citará más
adelante, el registro paternalista de la piedad y los errores
teóricos.
7.-Digresiones avanzadas sobre
el registro de la piedad
La edición
de Seix Barral que compila gran parte de los ensayos de
Ernesto
Sábato, incluye, para la obra Uno y el
Universo, un Prólogo de 1968, vale decir, 23
años posterior a esa obra. Sábato, en esos 23
años, ya había publicado, entre otros textos: El
Túnel (1948), Hombres y engranajes (1951),
Heterodoxia (1953), El otro rostro del peronismo
(1956), Sobre Héroes y tumbas (1961), El
escritor y sus fantasmas (1963), y Tres aproximaciones a
la literatura de
nuestro tiempo: Robbe- Grillet, Borges, Sartre (1968). El
contraste existente entre ese prólogo y Uno y el
Universo se nos vuelve, entonces, bastante sintomático
respecto del cambio de
registro que fue experimentando Sábato con el correr del
tiempo. Ya que Uno y el Universo, esa obra burlona, esa
sátira epistemológica hecha ensayo, esa
especie de Bouvard y Pècuchet sin personajes, no
tiene demasiado que ver con el registro lastimoso del
Prólogo de 1968: "VALORES. En la historia del pensamiento
nos encontramos a menudo con la ingenuidad de atribuir a Dios
nuestros prejuicios éticos o estéticos. Cuando
encontramos alguna ley natural que
nos halaga o satisface, nos sentimos inclinados a pensar que es
una prueba de la existencia de Dios; vanidosamente, el hombre
piensa que sólo una divinidad puede conformar sus gustos.
Cuando Maupertuis descubrió el principio de la
Mínima Acción,
sostuvo que era la mejor prueba de la existencia de un
Espíritu Ordenador. No veo por qué –sin
embargo- algo que satisface la pobre y limitada mente del hombre
ha de ser forzosamente obra de dioses. Vanidad semejante a la que
experimentamos cuando un autor nos parece inteligente porque
piensa como nosotros." (SÁBATO, 1945; Uno y el
Universo).
Refiriéndose a esta obra, Sábato anota, en
el Prólogo de 1968, lo que sigue: "¡Qué
devastación ha traído el tiempo sobre aquella
sonrisa y aquel resto de frescura o de espíritu
juguetón! ¡Qué abismos se han abierto entre
el muchacho de la fotografía
y el hombre de ahora! ¡Cuántas ilusiones se
advierten allí que han sido agostadas por el frío
de las tormentas, por los desengaños y las muertes de
tantas doctrinas y seres que queríamos!
(…)
No imaginaba, por ejemplo, que también por la
izquierda se podían llegar a cometer los crímenes
que se cometieron en la tiranía stalinista y en las que
todavía ahora la imitan; no tenía aún
suficiente (y amarga) experiencia histórica para admitir
que nada vale luchar por la justicia
social si no es al propio tiempo una lucha por la libertad del
ser humano y por la dignidad que
le corresponde." (SÁBATO, Prólogo de 1968 a
Uno y el Universo).
La diferencia entre registros no es, de acuerdo a lo que
se viene sugiriendo, meramente formal. De la ironía y la
comicidad de la obra de 1945 se pasa al tono de
lamentación y de nostalgia de 1968. Sábato, en este
prólogo, es condescendiente, paternalista, consigo mismo,
y he aquí el registro de la piedad actuando en toda su
forma; pero también, Sábato es condescendiente
con su ingenuidad juguetona de 1945. El Prólogo de
1968 y su registro en apariencia emotivo y por eso difícil
de refutar en una primera lectura (ahí reside gran parte
de su potencial), corrige al Sábato del 45. Y lo
hace sosteniendo, según se vuelve a citar, que nada
vale luchar por la justicia social si no es al propio tiempo una
lucha por la libertad del ser humano y por la dignidad que le
corresponde. Es decir que el Sábato de 1968 subestima
el registro burlesco de 1945 y se propone hablar en serio.
Y cuando lo hace, manifiesta una jerarquía
implícita según la cual en primera instancia
está la dignidad que le corresponde al ser humano y
su libertad, y en segunda instancia, la lucha por la
justicia social: de nada vale esto último si no se
atiende a los primeros dos términos, según
Sábato. El primer rasgo de un Sábato abstracto y
esencialista nos da detalles a la vez del efecto corrosivo del
registro de la piedad: la emotividad sabatiana, posibilitada por
ese registro, no se hace cargo, en este prólogo de Uno
y el Universo, de aclarar a qué tipo de
libertad se refiere y qué es la dignidad
humana para él. Donde Sábato no aclara,
universaliza. La lamentación de ese registro genera gran
parte de su deficiencia, y que Sábato incurra en el error
de universalizar sobre la condición humana que se propone
como problema nuclear implica, perversidad (buscada o no) del
registro de la piedad de por medio, antes un error ético
que un error teórico.
El contraste de registros analizado entre el
Prólogo de 1968 a Uno y el Universo y la
propia obra es un contraste formal que acarrea uno de carácter ideológico: parece ser,
visto desde Sábato, que cuando éste es absurdo e
irónico, a su ensayo sólo se le puede pedir lucidez
retórica y simpatía argumentativa. Cuando
Sábato pretende hablar en serio, subestimando a ese
Sábato del 45, la relación de poder es ya no
solamente con su objeto (en este caso, él mismo, joven e
ignoto), sino también (y aquí, el registro
también es responsable, en tanto es de confesión,
de intimidad, de gravedad) con el propio lector: se le pide al
lector que se ponga serio como él. Y utiliza la
complicidad del lector para intentar convencerlo de que es mejor
tomar en serio al Sábato del Prólogo de 1968 y no
al de 1945, al que trata como a un joven ingenuo (aunque
tenía 33 años a la hora de la publicación de
Uno y el Universo). Ya preparado este terreno en el orden
de los registros, el Sábato que habla en serio y
emotivamente es el que esencializa (y, nunca se olvide, el
que pide que se tome en serio su esencialización; el que
pide que se comparta con él, por su tono de
lamentación, esa esencialización); el que no
resuelve lo que es la dignidad humana, el que deja sin
límites
ni aclaraciones nada menos que a la noción de
libertad. El Sábato al que hay que tomar en serio
es, en fin, el Sábato piadoso y grave, pero abstracto. Eso
es todo lo que podemos arriesgar, hasta ahora, de Sábato
ensayista.
8.- Hombres y engranajes:
fin del absurdo, fin de lo burlesco y aumento del registro de la
piedad
Sería excesivamente meticuloso, si no injusto,
hablar de un Sábato abstracto por el modesto
prólogo que le dedicara, en 1968, a su obra de 1945. Lo
que ocurre es que ese prólogo encarna todo un cambio en
Sábato que tuvo, según la cita del
Prólogo de 1945 incluida más arriba, sus
gérmenes en el propio Uno y el Universo, y que se
va volviendo cada vez más nítido a medida que vamos
leyendo sus obras posteriores. El Prólogo de 1968
es interesante porque Sábato mismo se encarga, sin
saberlo, de mostrar el contraste de registro (e
ideológico, tampoco se olvide nunca) que hay entre su 1945
y su 1968.
Luego no tenemos más que comprobarlo analizando
su texto ensayístico inmediatamente posterior: Hombres
y engranajes. El registro discursivo de que se vale este
texto no es otro que el del Prólogo de 1968.
Sábato, como ensayista, adopta el registro de la piedad,
de la gravedad, habla en serio, como en aquél
prólogo. Aquí, también, se observa el
registro de la piedad por primera vez ya no en germen,
sino expuesto en cuanto emprendemos una lectura en esta clave.
Con la aparición más abundante que en su primera
obra del registro de la piedad, aparece un Sábato
que habla en serio y al que hay que leer con seriedad.
Porque ya no es un Sábato absurdo e irónico como el
de Uno y el Universo, en donde el registro,
independientemente de que pueda o no ser crítico o
polémico, no pretende más (ni menos) que poner en
ridículo algunas cuestiones epistemológicas de la
filosofía y de la ciencia: "CASUALIDAD. Barbarismo,
¿por causalidad? (…); MÉTODO
CIENTÍFICO. La escuela de
Aristóteles hacía ciencia de la
siguiente manera:
Los planetas son
eternos.
Su movimiento debe ser, por lo tanto,
eterno.
El único movimiento eterno es el
circular.
Por consiguiente, los planetas se mueven en
círculos.
Esto parece irreprochable. No se ve, sin embargo, por
qué no aceptar directamente la conclusión, en vez
de partir de una proposición que es bastante dudosa.
(…); etc. (SÁBATO, 1945).
Este registro, y por lo tanto este Sábato, se
extingue casi con su aparición, y da paso a otro registro,
a otro Sábato, uno más pretencioso, que sintetiza,
en Hombres y engranajes (1951), las razones por las que la
humanidad deviene tecnolátrica y maquinista. Algo
influenciado por la Dialéctica del Iluminismo, de
Adorno y
Horkheimer, según sospechan López y Korn en
Sábato o la moral de los argentinos (LÓPEZ-
KORN, 1997), este Sábato hace una lectura histórica
desde el Renacimiento
hasta mediados del siglo XX. Casi toda la obra está
cimentada por el registro de la piedad, algo teñido ya por
un campo semántico bíblico: "Que los adoradores
de la Abstracción se queden arrodillados ante ella.
Mientras llegan sus ángeles de exterminio, en la forma de
los aviones atómicos, que sigan arrodillados ante esa
divinidad laica, ante ese ente cuyo culto suele calificarse de
Amor a la
Humanidad, pero que a la larga viene unido al odio más
desenfrenado por el hombre con minúscula"
(SÁBATO, 1951).
Pasajes como estos nos dejan leer una línea de
razonamiento apocalíptica sobre el destino de la modernidad; sin
embargo, las conclusiones que Sábato extrae, cuando es
apocalíptico, resultan algo reduccionistas pese a su
esfuerzo dialéctico; porque todo el tiempo se plantea, en
esta obra, y con este registro, el devenir del hombre. La
humanidad, dice Sábato, se ha masificado (odio
desenfrenado por el hombre con minúscula), se ha
extraviado en su propia tecnología
(ángeles de exterminio, en forma de los aviones
atómicos) y en sus superestados de izquierda y de
derecha. El esquema de Sábato es tan maniqueo como el que
sigue: los hombres son víctimas de: los superestados de
izquierda y de derecha, la civilización
tecnolátrica, que atraviesa transversalmente la izquierda
y la derecha, y la masificación, a la que también
le es indistinto el costado político en que se encuentre.
El registro sabatiano, y el lugar desde el que Sábato
interviene en esa lectura, es el de la piedad; piedad por la
humanidad constituida por hombres con minúscula,
apañamiento a esas víctimas, los hombres. El
registro de la piedad es ideal en este caso; es ideal para el
tono de gravedad que Sábato necesita, pero es ideal
también para esconder, con ese paternalismo para con los
hombres y con esa protección que esconde una
relación de poder porque se extiende, en Sábato,
desde el intelectual hasta el hombre por él protegido-
subestimado, la falta absoluta de la posibilidad de un
cuestionamiento real de esos hombres y su responsabilidad histórica, así como
también esconde una abstracción inútil en
términos de crítica
que escinde, como conclusión más o menos general, a
los hombres por un lado y a sus enemigos por el otro, sin
advertir que los enemigos del hombre, esos entes que
Sábato piensa de manera abstracta, son, en última
instancia, el hombre: superestados, máquinas,
masificación. Sábato parece no querer ver, en esa
esencia no explicada a la que el hombre debe volver, que
ese hombre, en todo caso, convive permanentemente, aunque no lo
quiera, con su esencia; porque es más productivo
leer la esencia del hombre como un devenir histórico que
como algo que se ha perdido y que habría que recuperar,
sobre todo si ese algo a recuperar no se especifica:
"(…) tengo la convicción de entrever ya con
mayor crueldad los contornos de Uno- Mismo en medio de la
confusión del Universo." (SÁBATO, 1951;
Prólogo a la obra);
"Son tiempos en que se ha borrado una imagen del
Universo,
desapareciendo con ella la sensación de seguridad que se
tiene ante lo familiar: el hombre se siente a la intemperie, sin
hogar. Entonces, se pregunta nuevamente por sí mismo"
(SÁBATO, 1951; Introducción a la obra) .
Sábato pide volver a, como él dice,
recuperar lo humano del hombre. Toda vez que en la historia de la
filosofía se ha pedido esto, la definición de
lo "humano" siempre ha corrido por cuenta del filósofo.
Nietzsche se
debatía entre lo apolíneo y lo dionisíaco
para dar con esa humanidad que quería recuperar en el
Origen de la tragedia; Sartre ha
esbozado, con su concepto de la
mirada de los otros como aquello que constituye a los hombres, o
con la categoría de proyecto, esa
combinación entre la libertad y el compromiso que definen
la humanidad del hombre; en Sábato se da que pretende
retornar a lo que de humano quede en el hombre, pero no define
claramente a qué se refiere con esa condición
humana, y por lo tanto, tampoco resuelve las cuestiones de la
libertad o la dignidad, según se vio y se verá. El
resultado es interesante y sintetiza lo que sobre Sábato
tenemos para decir hasta ahora: en él, no hay más
que piedad para con ese hombre mortificado por la
masificación, la tecnolatría y el superestado.
Piedad en el registro, piedad en su aporte como intelectual.
Piedad, entonces, en el contenido de su forma y en la forma de su
contenido. Esta inconsistencia sabatiana que lo conduce a la
piedad sacerdotal en lugar de a una reflexión como
intelectual comprometido o al menos crítico, se puede
observar claramente en el momento en que Sábato debe
ensayar soluciones o
balances finales a la catástrofe de la modernidad que
analiza. Las conclusiones, en esta obra, son tan abstractas, que
vienen a demostrar lo que se ha venido marcando: que
Sábato no está aportando nada más que una
lectura inconsistente del hombre moderno desde su piedad
como ensayista, y que, al enfocar en su trabajo (y por su piedad,
precisamente) a las víctimas de todos los males de la
humanidad, no tiene más que maldecir al hombre que viene
del positivismo y
de la ciencia, el que creó los males de la actualidad. La
explicación de Sábato por la cual en la actualidad
el hombre está en vías de extinción es una
explicación que no aporta soluciones porque no aporta
problemas: sólo hay una buena capacidad de síntesis
histórica y piedad para con las víctimas. Veamos,
ahora mismo, algunas reflexiones finales de un Sábato que,
por no haber leído en forma polémica la historia y
el presente, no puede, a la hora de las conclusiones, más
que aportar conclusiones de la misma inconsistencia que en el
resto de su trabajo: "Un atardecer de 1947, mientras iba
caminando de una aldea de Italia a otra, vi
a un hombrecito inclinado sobre su tierra,
trabajando todavía afanosamente, casi sin luz. Su tierra
labrada renacía a la vida. Al borde del camino se
veía todavía un tanque retorcido y arrumbrado.
Pensé qué admirable es a pesar de todo el hombre,
esa cosa tan pequeña y transitoria, tan reiteradamente
aplastada por terremotos y
guerras, tan
cruelmente puesta a prueba por los incendios y
naufragios y pestes y muertes de hijos y padres."
(SÁBATO, 1951).
Esta es, sin más, una de las conclusiones de
Sábato: que el hombre sigue y sigue, a pesar de
todo. Pero Sábato juega a pensar constantemente dos
hombres distintos dentro de un mismo hombre, uno de los cuales es
despreciable y el otro admirable: porque, al decir qué
admirable es a pesar de todo el hombre, está diciendo
algo parecido a qué admirable es a pesar del hombre el
hombre, ya que ese todo remite especialmente a las
guerras y a los tanques retorcidos. Tanques producidos por el
hombre, masificación y fetichismo de la máquina
ejercidas por el hombre: ¿Cómo podemos saber a
cuál de los dos hombres se refiere Sábato si nunca
define lo humano, la libertad, la dignidad humana a la que con
tanto ahínco quiere que retornemos? Un día, ese
hombrecito italiano que se inclinaba sobre la tierra
puede convertirse en un explotador: ¿y entonces, ya no
será admirable? ¿pertenecerá todavía
a lo que, en este caso, Sábato llama el
hombre cuando lo admira? Todo lo cual nos hace confluir en
esta pregunta simple; ¿a qué se refiere cuando dice
el hombre? Sábato sabe que el hombre es perverso y
bondadoso al mismo tiempo, pero sólo lo admira cuando es
bondadoso, como al hombrecito inclinado sobre la tierra. Porque
cuando ese hombrecito se convierta en un explotador,
Sábato ya no lo reclutará entre sus
ejemplos.
La conclusión de Sábato es, en los propios
términos por momentos burlones y lúcidos del
Sábato en Uno y el Universo, la que sigue: que
el hombre es admirable sólo cuando es
admirable.
Más conclusiones de Sábato: "El poder
físico de los Estados es hoy tan tremendo que parece
inútil plantearse soluciones teóricas al problema
del hombre. Sin embargo es lo primero que debemos hacer,
cualquiera sea la posibilidad de su
realización.
(…)
El hombre debe luchar hoy por una nueva
síntesis: no una mera resurrección de
individualismo, sino una conciliación del individuo con
la comunidad; no el
destierro de la razón y de la máquina, sino su
relegamiento a los estrictos territorios que le
corresponden." (SÁBATO, 1951).
Luego dedica algunos párrafos a proponer que la
relación entre el hombre y la máquina tienda a lo
fraternal. Y nos preguntamos nuevamente:
¿qué hombre es el que debe luchar por
todo ello? ¿Cómo luchar? Y finalmente: ¿no
es todo esto bastante obvio, aunque el texto sea de 1951?:
"Será menester, ahora, recuperar aquel sentido humano
de la técnica y de ciencia, fijar sus límites,
concluir su religión. (…) Si no somos
destruidos por las fuerzas atómicas, será necesario
acometer una vasta síntesis de elementos contrarios.
(…) Ni el individualismo ni el colectivismo son
soluciones humanas: como dice Matin Buber, el primero no ve a la
sociedad y el
segundo se niega a ver al hombre. (…) Pero la
verdadera posición no es ni una ni otra sino el
reconocimiento del otro, del interlocutor, del semejante.
(…) El hecho fundamental es el hombre con el
hombre. El reino del hombre no es el estrecho y angustioso
territorio de su propio yo, ni el abstracto dominio de su
colectividad, sino esa tierra intermedia en la que suelen
acontecer el amor, la
amistad, la
comprensión, la piedad." (SÁBATO,
1951).
Las soluciones de Sábato, las soluciones que
Sábato exige de sí mismo según una de las
citas anteriores, son, entonces: 1) recuperar el sentido humano
de la técnica y de la ciencia, con lo cual pide otra
humanidad a lo humano, y no ésta, a la que llama,
implícitamente, inhumana. 2) Trabajar en una
síntesis de elementos contrarios, por ejemplo, entre el
individualismo y el colectivismo: Sábato propone el
reconocimiento del otro. 3) Sábato describe
cuál sería el reino, el Paraíso, del hombre:
un lugar donde haya amor, amistad, comprensión y
piedad.
Finalmente, incluiremos la conclusión-
solución que el Sábato piadoso en su registro y en
sus contenidos deja para el final de su trabajo: "¿Por
qué buscar lo absoluto fuera del tiempo y no en esos
instantes fugaces pero poderosos en que, al escuchar algunas
notas musicales o al oír la voz de un semejante, sentimos
que la vida tiene un sentido absoluto?
Ése es el sentido de la esperanza para
mí y lo que, a pesar de mi sombría visión de
la realidad, me levanta una y otra vez para luchar."
(SÁBATO, 1951)
Con que, entonces, 4) Sábato sugiere que sintamos
más seguido el poder del instante, el poder extraordinario
de la propia existencia, de la vida. Eso lleva a la
conclusión- solución 5), que es la de tener
esperanzas y fuerzas. Las esperanzas de que el mundo
estará mejor y las fuerzas para seguir. Es
decir que ambas soluciones parecen resignación, no lucha.
Se lucha, en Sábato, para resistir todo lo que
Sábato, en términos teóricos, no puede
ofrecer cambiar por carecer de una intención
crítica real y por convivir permanentemente en la
abstracción y en el esencialismo: retornar a lo humano
(que no se define) y sugerir obviedades o abstracciones a las que
él llama utopías.
La piedad, en el registro pero y por tanto en el
contenido de ese registro, no soluciona: sólo soporta,
resiste y sufre, mientras se mantiene más
allá. Tal la piedad de Sábato, que, en las
últimas líneas de este volumen, empalma,
quizás, con lo que David Viñas llamó un
tono sacerdotal: "Y que, si es cierto que
Satanás es el amo de la tierra, en alguna parte del cielo
o en algún rincón de nuestro ser reside un
Espíritu Divino que incesantemente lucha contra él,
para levantarnos una y otra vez sobre el barro de nuestra
desesperación" (SÁBATO, 1951).
9.- Apologías y
rechazos, 1979: una caza de brujas y un
sobreviviente
Si en Uno y el Universo ya estaban en germen las
características del registro sabatiano que aquí
hemos denominado de la piedad, y si en Hombres y
engranajes ese registro y sus características se
veían con mayor claridad, será la obra
Apologías y rechazos la que, en plena dictadura militar
argentina, evidenciará el momento en el que más
claramente se manifiesta el carácter acrítico de su
registro y de lo que ese registro dice.
Ya habíamos dicho que algunas de las
características con que cuenta el registro de la piedad
son la abstracción, la nulidad intelectual al momento de
tomar partido, en la medida en que tomar partido por las
víctimas, siempre, es no hacerlo (ya citamos a Debray), la
abstracción en su lectura (a) histórica del devenir
humano y en sus "soluciones", y el esencialismo como
práctica permanente en ese registro, la inconsistencia
crítica. Esta inconsistencia crítica que se esconde
detrás de este registro de la piedad sabatiano no
puede verse más nítidamente, para nosotros, que
analizando, como se hará a continuación, su
armónica convivencia con un contexto de represión,
persecución, permisos estratégicamente enclavados y
censura hábil y hasta sutilmente planificada por los
golpistas que intervinieron la Argentina entre 1976 y 1983.
Partiremos de la base de que Sábato no ha sido,
mayormente, molestado por las autoridades dictatoriales en todo
el período que duró el Proceso.
Luego, deberemos preguntar qué clase de
compromiso social ejerce el autor de un libro al que ni siquiera
la dictadura, con
su ejército de censores, creyó pertinente sacar de
circulación como lo había hecho con tantos otros
libros y autores.
10.-Dos pruebas de la
inoperancia del registro sabatiano
Primera prueba: la autorreproducción sabatiana
no censurada como coherencia acrítica
Sábato, como lo advirtieron María
Pía López y Guillermo Korn, y como lo advierte
también él mismo, suele repetir sus conceptos
según una metodología a la que él llama de
"machacamiento". No discutiremos este énfasis por parte de
Sábato de "machacar" con la repetición de ideas y
conceptos, pero sí utilizaremos su recurso como una de las
más contundentes demostraciones de que todo
Sábato, toda su línea ideológica y no sus
últimas producciones como podría pensarse,
está constituido por un acriticismo político y, en
términos sartreanos, por una abstención
política que siempre termina convirtiéndose en
adhesión acomodaticia.
Si Sábato fuera un autor cuyo registro e ideas
hubieran cambiado, atenuando su caudal crítico durante la
última dictadura, la crítica dirigida a él
como intelectual no sería, quizás, de fondo, sino,
a fin de cuentas, una gigantesca objeción: por
qué Sábato se silenció cuando tenía
que hablar. Pero la discusión sobre el modelo de
intelectual Sábato es una discusión de fondo: por
qué es que Sábato nunca habló como
hablan los intelectuales genuinos, o, en términos de
Gramsci, por qué Sábato, con sus vaivenes
ideológicos, según se verá, siempre
termina siendo un intelectual orgánico a la clase
dirigente. Es significativo que la Dictadura no sólo le
haya permitido publicar todo lo que él ha querido
escribir, sino que tampoco le censurara su obra
ensayística anterior al golpe de estado. El
gobierno de
facto más intolerante de la Argentina, así, se
convierte en un lúcido lector de Sábato: es el
que con mayor énfasis demuestra que su obra completa
ensayística es acrítica y que no es un intelectual
auténtico. Es significativo, en este sentido y como
demostración de lo antedicho, que Sábato pueda
trasladar, casi textualmente, párrafos enteros de su obra
Hombres y engranajes, de 1951, a su obra
Apologías y rechazos, de 1979. No hablamos, en
principio, de una moderación del discurso (lo que
también sería discutible pero que permitiría
hablar, al menos, de una etapa crítica y de una
moderada, esto es, de una etapa decente y de una poco
ética) en Sábato: éste es firme y coherente
en su registro:
En Hombres y engranajes:
"Si no somos destruidos por las fuerzas
atómicas, será necesario acometer una vasta
síntesis de elementos contrarios. Ya la filosofía
existencial- fenomenológica intenta una
conciliación entre lo objetivo y lo
subjetivo, de la esencia y la existencia, de lo absoluto y lo
relativo, de lo intemporal y lo histórico.
A esta actitud
filosófica debería corresponder una síntesis
social del hombre y la comunidad. Ni el individualismo ni el
colectivismo son soluciones humanas; como dice Martin Buber, el
primero no ve a la sociedad y el segundo se niega a ver al
hombre. (…)
Pero la verdadera posición no es ni una ni
otra sino el reconocimiento del otro, del interlocutor, del
semejante. (…) El hecho fundamental es el
hombre con el hombre. El reino del hombre no es el estrecho y
angustioso territorio de su propio yo, ni el abstracto dominio de
su colectividad, sino esa tierra intermedia en la que suelen
acontecer el amor, la amistad, la comprensión, la
piedad." (SÁBATO, 1951);
En Apologías y rechazos:
"Si no somos destruidos por la hecatombe
atómica, será necesario ir buscando la forma de
rectificar rumbos hasta hoy imperantes dentro de la imperfecta
democracia. (…) Será indispensable ir
buscando la síntesis de una realidad que los Tiempos
Modernos escindieron en opuestos aparentemente inconciliables: la
ciencia y el hombre, el individuo y la colectividad, lo objetivo
y lo subjetivo. Debería realizarse en el orden social lo
que la nueva filosofía logró en el pensamiento: la
síntesis dialéctica del hombre y el mundo. Ni el
individualismo ni el colectivismo son soluciones verdaderamente
humanas, pues el primero no ve la sociedad, el segundo no ve al
hombre; ambos son abstracciones, y abstracciones esencialmente
perniciosas para el ser humano". (SÁBATO,
1979)
Y, unas veinte páginas más adelante,
agrega: "Si no somos destruidos por la hecatombe
atómica, será necesario ir buscando la forma de
rectificar rumbos dentro de la imperfecta democracia,
será necesario ir buscando la síntesis de una
realidad que los Tiempos Modernos escindieron en opuestos: la
ciencia y el hombre, el individuo y la colectividad, lo objetivo
y lo subjetivo. Debería realizarse en el orden social lo
que la nueva filosofía logró en el pensamiento: la
síntesis del hombre y el mundo.
Ni el individualismo ni el colectivismo son
soluciones verdaderamente humanas, pues el primero no ve la
sociedad y el segundo no ve al hombre; ambas son abstracciones, y
abstracciones esencialmente perniciosas para el ser humano. Pues
el reino de este ser no es el estrecho y angustioso territorio de
su yo, ni el abstracto dominio de la colectividad, sino esa
región intermedia en que acontecen el amor y el arte, la
camaradería y el diálogo,
la comprensión y el trabajo en
común." (SÁBATO, 1979)
Procediendo de manera análoga a la del propio
machacar sabatiano, se había incluido en este
trabajo ya la cita primera cuando se habló de la obra
Hombres y engranajes. Y se había hecho una lectura
de sus falsas soluciones. Aquí, nuevamente publicadas en
1979 estas soluciones, falsas por abstractas, no utópicas
sino facilistas, el efecto del registro sabatiano de la piedad se
torna más violento por las condiciones históricas
en las que la Argentina se encuentra, condiciones que,
también queda patente aquí, a Sábato no
parecen interesarles en el momento en que rigen. El débil
contenido crítico que se aloja en una obra de 1951 de
Sábato, Hombres y engranajes, se ve entonces
demostrado por la falta de objeciones que la Dictadura más
objetadora de la historia
argentina manifiesta cuando varios de sus párrafos, en
especial los de las soluciones de Sábato, son
transcriptos a un texto de 1979 como Apologías y
rechazos.
Segunda prueba: qué tiene Sábato para
decir en 1979 con el registro de la piedad
Además de haber dejado sentado en nuestra
Primera prueba que la coherencia de Sábato consiste
precisamente en mantener a lo largo de su obra, de los
años y de los procesos
históricos el mismo discurso abstracto, bajo el fundamento
de que un régimen represor y censor no ha ejercido su
censura ni con la obra anterior al Proceso ni con las
traslaciones que Sábato ha efectuado de dicha obra a su
ensayo de 1979 Apologías y rechazos ni con el
material inédito que esta última obra guardaba
entremezclado con esas traslaciones, será menester releer
ahora a la luz de la radicalización histórica de
nuestro país en 1979, las sospechas que anotamos al
analizar Uno y el Universo y Hombres y
engranajes.
Del discurso de la piedad hemos dicho en un principio
que posee sus dos caras: la formal y la de contenido, y que la
formal ya implicaba, de antemano y en su propia forma, poseer,
constituir, a aquello que necesita piedad. El piadoso,
el que utiliza ese registro, es un acobijador de su
objeto, al que define todo el tiempo y del que se hace cargo. La
relación de poder existente entre protector y protegido es
paternalista, y sólo puede ser admitida en caso de que el
yo- discursivo piadoso acobije su objeto de piedad de una forma
efectiva si no quiere ponerse de manifiesto en su paternalismo.
Es decir: cuando un defensor que ha elegido acobijar con
el soberbio registro de la piedad no lo hace conceptualmente
bien, se convierte en alguien que ha fallado, y que lo ha hecho,
muy posiblemente, de una forma irreversible, porque tal registro
resulta tan contundente, que no parece permitir retractaciones de
fondo. Y no es posible retractarse por las propias limitaciones
de ese registro de la piedad, entre las que se encuentra como la
principal la de su estilo afectivo y emocional, según lo
demostraremos ahora mismo: "¡Qué
devastación ha traído el tiempo sobre aquella
sonrisa y aquel resto de frescura o de espíritu
juguetón! ¡Qué abismos se han abierto entre
el muchacho de la fotografía y el hombre de ahora!
¡Cuántas ilusiones se advierten allí que han
sido agostadas por el frío de las tormentas, por los
desengaños y las muertes de tantas doctrinas y seres que
queríamos! " (SÁBATO, 1979)
¿Cómo volver atrás en algo que fue
dicho tan afectivamente? El engaño (y la
limitación, a la vez) de este registro es que mezcla lo
afectivo con lo conceptual, lo emocional con lo
filosófico, la calidad de una
teoría
con el arrebato de un impulso. Esto, según se dijo,
provoca que Sábato sea en principio difícil de leer
críticamente, porque pareciera, en ese registro, estar
expresando todo el dolor que le confiere la humanidad. Sin
embargo, lo cierto es que Sábato, recubierto de un
irrefutable efecto de afecto o
verosímil del afecto, desliza un caudaloso torrente
de conceptos, categorías, presuposiciones, prejuicios,
errores conceptuales y errores éticos, o errores
conceptuales que devienen éticos. Y, según se
sospechó al principio, pero según se confirma en el
radicalizado período 1976- 1983, uno de los peores errores
conceptuales- éticos de Sábato es que no se molesta
en definir lo que defiende. Al no hacerlo, según se
demostró, se produce su famoso efecto de pensador
cuya justificación real es muy difícil.
Apologías y rechazos termina de hacer notar su
abstracción en el hecho de que, y a eso se dirige esta
Segunda prueba, no necesita ser censurado ya que su
registro, aunque lo parezca por los mecanismos señalados,
no es crítico. "La madurez comienza cuando las
conciencias más lúcidas comprenden que las
infinitas perfecciones con que creían dotada a su patria
–como a la madre- no son ni infinitas ni perfecciones; y
que, como en otros pueblos, como en todos, sus virtudes
están triste pero humanamente unidas a sus taras, taras de
las que los seres honestos no pueden sino acusarse y
avergonzarse. Motivo por el cual pienso que empezamos por fin a
tener una nación
madura." (SÁBATO, 1979).
Baste, quizás, la cita para comprobar cómo
un error conceptual se convierte en error ético cuando no
hay una retractación de parte del ensayista. Ya hemos
hablado sobre la dificultad de volver atrás que este
registro de la piedad, tan omnipotentemente paternal, aunque esto
no justifica de ninguna manera el comentario de Sábato. Es
difícil, requiere distinguir entre lo dicho con
pasión y lo soltado como un error intelectual
grave: pero no es imposible retractarse. Frecuentemente, los
intelectuales señalan los errores de sus
contemporáneos. Sábato casi no ha respondido a los
errores que intelectuales contemporáneos suyos como
Osvaldo Bayer o David Viñas, o intelectuales de
generaciones posteriores como Guillermo Korn y María
Pía López le vienen formulando desde hace
décadas.
La abstracción del discurso de la piedad de
Sábato manifiesta en 1979 su vacuidad crítica:
"¿De qué censores estamos hablando si es la
justicia independiente la que debe ejercerla [Sábato
se refiere a la censura, o, mejor dicho, a los que censuran en la
Argentina]? Y si el terrorismo
totalitario quiere echar abajo estas nobles instituciones
tal como salvajemente están ahora intentándolo en
España
e Italia, habrá que encontrar la forma de actualizar
nuestras leyes para que
los enemigos de la República no puedan derribarla
aprovechándose de su benignidad y su inoperancia."
(SÁBATO, 1979)
Para este entonces, 1979, según un intelectual
comprometido socialmente no puede ignorarlo, no
habría que haber ido a buscar los ejemplos de censura
desde el Estado a
Italia ni a España. Sin embargo, y como quizás se
haya advertido en la cita, en Sábato se da algo bastante
más grave aún que la abstracción ya
mencionada, que es, ya de por sí, objetable en un escritor
que utiliza este registro discursivo, a saber: que atenúa,
aún más, su discurso ya de por sí atenuado.
Sin la necesidad, muy posiblemente, de bajar el tenor
crítico en su discurso precisamente por no ser
crítico, Sábato, de todas formas, lo hace. Y donde
antes encontraba, en forma maniqueamente pareja, aberraciones
históricas tanto en Estados Unidos
como en la Unión Soviética, ahora, en 1979,
tenderá a omitir considerablemente los comentarios
despreciativos para con el primer polo, según se compara a
continuación, sólo como una prueba entre tantas
otras que podrá hallar quien lea los ensayos sabatianos en
esta clave: "EL PARAÍSO MECANIZADO
Los Estados Unidos son el resultado directo y puro de
la expansión europea, que pudo realizarse sin trabas
espaciales ni tradicionales en el vasto territorio virgen de la
América
septentrional. Allí surgieron de la nada ciudades,
que desde su mismo origen tuvieron el sello de la cantidad y del
funcionalismo.
Así se convirtió en el país de las
fabricaciones en serie, de las diversiones en serie, de los
asesinatos en serie: hasta las románticas bandas de
forajidos sicilianos se convertían en sindicatos
capitalistas.
Hombres que habitaban en "máquinas de vivir"
construidas en ciudades dominadas por los tubos
electrónicos han inventado esa extraña ciencia que
se llama cibernética, que rige la fisiología de los "cerebros
electrónicos" y que, en días próximos,
servirá para controlar los ejércitos de robots. En
ese país no sólo se ha llegado a medir los colores y olores
sino los sentimientos y emociones. Y esas
medidas, convenientemente tabuladas, han sido puestas al servicio de
las empresas
mercantiles. En un libro titulado Cómo anunciar para
vender, de W. B. Dygert, aparece una tabla en la que se
clasifica de 0 a 10 el poder de atracción de los anuncios,
según los sentimientos que utilizan:
Hambre: 9,2
Amor a los hijos: 9,1
Atracción sexual: 8,9
Afecto a los padres: 8,9
Respeto a Dios: 7,1
Cordialidad: 6,5
Temor: 6,2" (SÁBATO, 1951)
La crítica que Sábato, en 1951 y en la
obra Hombres y engranajes, dedicara al sistema de vida
estadounidense, es traducida, en Apologías y
rechazos, en una cierta admiración: "DERECHO AL
DISENTIMIENTO
(…) Si los Estados Unidos dejaron de ser un
jactancioso adolescente fue porque sus mejores espíritus
tuvieron el coraje de escuchar los bajos fondos de su alma y
exponerlos a la vergüenza pública en sus novelas, en su
teatro, en su
cine. Es muy
frecuente, en nuestros países latinoamericanos –tan
propensos a regímenes despóticos- criticar el
famoso materialismo
yanqui, mientras nos envanecemos de nuestra presunta
inclinación a los valores
espirituales. (…) Como todo gran imperio, ha
cometido innumerables tropelías a lo largo y a lo ancho
del mundo. Pero nadie ha dicho palabras tan duras contra los
Estados Unidos como sus propios hijos" (SÁBATO,
1979).
Podríamos analizar incansablemente estos dos
fragmentos de distintas épocas citados aquí:
podríamos preguntarnos de dónde proviene esa
justificación de las tropelías cometidas por
el país al que Sábato otorga sumisamente, no
crítica ni despectivamente, el mote de Imperio.
Podríamos discutir la vacuidad crítica de un
Sábato que no advierte, en textos de estas épocas,
que ese derecho al disentimiento que tanto celebra de los
Estados Unidos y que no desea para nuestros países
latinoamericanos tan propensos a regímenes
despóticos, no es censurada precisamente porque no
puede hacer lo suficiente por el espíritu crítico
de su pueblo. Podríamos alegar, también respecto de
esta última cita, que es muy dudoso, aún si el
lector es optimista en su defensa a Sábato como
intelectual, considerar que éste incluye a nuestro
país y a la dictadura que Sábato habita cuando dice
que nuestros países latinoamericanos son tan propensos
a regímenes despóticos, sobre todo teniendo en
cuenta, según ya se ha citado, que Sábato
considera, unas páginas antes, que empezamos por fin a
tener una nación
madura. Todo esto podría extenderse en un
análisis que ya hemos atendido, no agotado, en esta la
Segunda prueba. No obstante, sólo se hace
estrictamente necesario preguntarnos cuál es la
razón de esta actitud más bien elogiosa para con
los Estados Unidos en 1979 y no en 1952, de cuya obra Hombres
y engranajes, esta vez, Sábato no traslada ninguno de
sus comentarios a Apologías y rechazos. Lo que
ocurre es lo que habíamos sospechado unas líneas
atrás: el registro sabatiano al que hemos denominado de la
piedad, ese registro confesional, portavoz con un adicional de
tono afectivo del que difícilmente se puede salir o
retractarse después por sus propias limitaciones; ese
registro, en fin y como ya se ha visto, acrítico y
abstracto, se ve aún más atenuado en este ensayo. Y
la manera que Sábato encuentra para atenuar aún
más este discurso ya atenuado per se es previsible:
elimina o adormece la crítica del polo que le es menos
molesto al régimen despótico a cuyo servicio
Sábato, lo quiera o no, está: el que enfrenta a la
Unión Soviética: Estados Unidos. Luego, para
terminar el movimiento, lo que había ahorrado en
críticas a Estados Unidos lo despilfarra en objeciones de
fondo, en ironías, en ataques directos a todo lo inherente
a la Unión Soviética: "LOS FINES Y LOS
MEDIOS
La prohibición del disentimiento, la
instauración del Partido Unico, la abolición de la
justicia independiente y de la prensa libre, el
reemplazo de un Parlamento por el de un circo como el que
periódicamente se reúne en los países
comunistas, son los rasgos esenciales de la sociedad totalitaria
y los recursos mediante los cuales el hombre es conducido a la
condición de engranaje." (SÁBATO,
1979)
El ejemplo del hombre reducido a engranaje,
contrariamente a lo que su obra homónima de 1951
sostenía, es ahora sólo de la Unión
Soviética. Pero la monopolización de la figura
demoníaca en la U.R.S.S. es objeto de una enorme y
llamativa mayoría en esta obra de 1979: "En 1917, la
Rusia zarista
fue conmovida por una gigantesca revolución
que exigía pan y libertad. ¿Qué hombre
generoso y, sobre todo, qué joven idealista no
habría de inclinarse a juzgar como una gran esperanza
aquel acontecimiento histórico? Los años revelaron
que mediante ese género de revolución podía
darse pan a los hambrientos, pero en modo alguno esa libertad sin
la cual no vale la pena vivir. Porque, como dijo Saint-
Exupéry, una tiranía totalitaria puede satisfacer
nuestras necesidades materiales,
pero los hombres no forman un rebaño que meramente debe
ser engordado.
Realizar una sangrienta revolución, sacrificar
generaciones enteras, encerrar, torturar y matar a millones de
disidentes para un día estar en condiciones de fabricar
automóviles y heladeras tan buenos como los
estadounidenses no puede construir el gran ideal de nadie."
(SÁBATO, 1979).
Es claro, luego de las citas presentadas, que
Sábato tiene un interés especial cuando exalta a
los Estados Unidos, cuando llama a Inglaterra y a
Estados Unidos naciones genuinamente civilizadas
(SÁBATO, 1979). Su razonamiento es siempre
improcedentemente maniqueo, tanto en su notorio aporte a la
elaboración de la teoría de los dos demonios en la
Argentina, según se verá en el próximo
apartado, y como aquí mismo: pensar rígidamente en
dos polos implica, por lo menos, tres cosas: neutralidad cuando
se toma partido por las víctimas de uno y otro bando;
posibilidad de conservar un espíritu crítico,
utilizando como praxis el
mirar siempre desde la perspectiva contraria a la del bando
"oficial"; capacidad acomodaticia, sin un bando fijo, o
más bien supeditado al momento en el que uno u otro se
vuelve oficial. Sábato, en el fondo de su
abstracción un pensador maniqueo, practica entonces el
deslizamiento entre la primera y la tercera implicancia de esta
tipología. Su abstracción sirvió siempre
para identificar dos polos y no posicionarse sobre ninguno, a
menos que los regímenes despóticos se lo sugirieran
para legitimarse en él.
Para sintetizar: Sábato, en 1951, abstracto,
compasivo con la criatura humana en general, piadoso,
equidistante; Sábato, en 1979: compasivo con la criatura
humana en general, aunque de una equidistancia atenuada por una
sutil predilección por los países contrarios a la
Unión Soviética, sobre la que no se ahorra
críticas, y optimista respecto del país
maduro que cree que por fin hemos llegado a tener.
Sábato, en 1984: compasivo con la criatura humana en
general, aunque de una equidistancia atenuada hacia el otro lado:
repudio de los timoneles de ese país maduro. Desde
un registro piadoso y compasivo, desde un maniqueísmo
acomodaticio que le ha permitido, pasados más de una
docena de regímenes despóticos, salir airoso de
todos.
11.- El Prólogo de
la CoNaDeP y la legitimidad mediante el registro de la
piedad
Nos hemos preguntado a lo largo de este trabajo, ya
muchas veces, por qué Sábato se había ganado
la simpatía de la sociedad argentina y el mote
social de comprometido en ella, pese a sus lúcidos
detractores también citados. Habíamos esbozado una
primera conjetura al hablar de la oficialidad de la
representación que ha logrado tejer sobre sí mismo,
y que lo coloca en contraposición con Borges. Ahora
diremos, luego de haber analizado cuestiones cruciales del
registro de Sábato a lo largo de varias de sus obras, que
es este registro de la piedad el que da la prueba final de
la efectividad en términos de reconocimiento social de
Sábato, y a la vez, según se vio, la de su nulidad
crítica.
El registro de la piedad y sus cualidades terminan de
demostrar su versatilidad ideológica y su carisma frente a
una recepción poco crítica como la de la clase
media nacional en el prólogo del denominado "Informe
Sábato": el de la CoNaDeP. Y, siguiendo una línea
como la que se propuso de lectura de la discursividad sabatiana,
se demuestra objetivamente que el registro de la piedad es a tal
punto abstracto, que Sábato no tiene que acudir a otro
para escribir dicho prólogo: el registro, como sus
contenidos, como la abstracción acrítica, son, en
el peor sentido de la palabra, universales: "Durante la
década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror
que provenía tanto desde la extrema derecha como de la
extrema izquierda, fenómeno que ha ocurrido en muchos
otros países". (CONADEP, Prólogo atribuido a
Sábato, 1984. El subrayado es mío),
maniqueíza Sábato, para repudiar con mayor
énfasis, esta vez, el horror de la extrema derecha del
mismo modo en que, durante el régimen dictatorial de 1976-
1983 había mostrado mayor énfasis, según
también se demostró, en repudiar a la extrema
izquierda. Esta era, se dijo, una ventaja del registro de la
piedad: la capacidad acomodaticia que se oculta bajo su
paternalismo defensor y emotivo. En su abstracción reside
su triunfo constante y universal. Luego, la teoría de los
dos demonios que figura en este prólogo se vuelve
inevitable en un ensayista que, como Sábato, siempre ha
pensado en forma bipolar y maniquea cuando el maniqueísmo
no era pertinente. En la cita de más arriba, se nos narra
la historia de dos grupos en pugna:
el terrorismo de la extrema izquierda y el de la
extrema derecha. La lucha no puede ser leída de
manera distinta a la que Sábato lee las cosas: de manera
abstracta. Dos grupos en pugna y una sociedad compuesta por
ciudadanos inocentes. Demonizar a los dos grupos en
pugna implica angelizar a un tercero: la sociedad: "En
cuanto a la sociedad, iba arraigándose la idea de la
desprotección, el oscuro temor de que cualquiera, por
inocente que fuese, pudiera caer en aquella infinita caza de
brujas (…) Todos, en su mayoría inocentes de
terrorismo o siquiera de pertenecer a los cuadros combatientes de
la guerrilla, porque éstos presentaban batalla y
morían en el enfrentamiento o se suicidaban antes de
entregarse, y pocos llegaban vivos a manos de los represores"
(SABATO, 1984). Marcelo Tinelli, en ocasión del atentado a
la embajada de Israel, se
lamentaba en su programa porque,
además de judío, habían muerto muchos
inocentes. Luego, Tinelli se disculpó públicamente
por esta especie de acto fallido, que recupera la lectura de
los dos demonios sobre la que Sábato, estando comprometido
explícitamente en el plano político y siendo, o
queriendo ser, un intelectual, admirando a Sartre, no se
retracta. Sábato lleva gran parte de su legitimidad, para
atisbar respuestas a esta pregunta insistente sobre su
representatividad, porque plantea, y oficialmente (en el
Informe de la CoNaDeP entregado al entonces presidente
Raúl Alfonsín) una lectura que absuelve de culpa y
cargo a la sociedad que había pedido ese golpe, a la
sociedad que había aplaudido esos partidos distractores
del mundial de 1978 y a la sociedad que había festejado la
decisión política de la guerra de
Malvinas.
Corren, como conclusión de todo lo visto hasta
ahora sobre Sábato y sus trabajos, dos cosas en paralelo:
primero, que el grado de disociación respecto de la
realidad histórica inmediata de este registro se congela
para analizar siempre, en distintas épocas y
circunstancias históricas, las cosas de manera
congelada. El registro de la piedad (y valga a modo
de repaso) se lamenta por las víctimas, siempre es
abstracto y esencialista a la hora de referirse al hombre, es
ahistórico, apolítico, y maniqueo. Estos atributos
hacen que el ensayista Sábato pueda hablar casi de
cualquier cosa y volcarse por el lado que, en su
maniqueísmo, más le convenga (ya vimos que, en sus
ensayos, lo ha hecho, y, para más detalles, remito a la
bibliografía citada).
Al mismo tiempo el efecto de compromiso de este registro le
valió, siempre, el aplauso universal por parte de una
recepción que no gusta ser acusada por su evasión
de la complicidad histórica que durante el régimen
de 1976- 1983 han tenido a raíz, muy posiblemente, de un
rasgo que mucho tiene que ver con Sábato: la nulidad
crítica.
Existen en Sábato por lo menos tres aspectos a
tener en cuenta en el momento en que lo analizamos como
intelectual: primero, el registro de la piedad y su falta
de alcances críticos (visto en la Segunda Prueba).
Segundo, la coherencia acrítica (vista en la Primera
Prueba) que Sábato ha mantenido desde sus primeros
trabajos ensayísticos, comprobada al momento de la
extraña permisividad por parte de los golpistas del
Proceso de 1976- 1983 (permisividad que ya no debería
resultarnos extraña, y, de paso, se dirá que en
esto último radica el éxito o
el fracaso de este apartado), lo que anula la posibilidad de
considerar a Sábato, como suele hacérselo, un
intelectual que devino decadente; y en tercer lugar,
diremos, una nueva cualidad del sistema de pensamiento que no le
pertenece exclusivamente a Sábato sino que forma parte de
las contraindicaciones de una perspectiva maniquea en el
intelectual: la posibilidad de ser, en un descuido, un
intelectual acomodaticio o abstracto. Las citas con que hemos
intentado discernir las zonas desde las cuales el discurso
sabatiano ha resultado efectivo para su recepción,
constituida por la clase media, pueden y deben implicar una
traslación a la problemática del auténtico
intelectual comprometido. Que el discurso sabatiano haya sido,
aquí, objetado, nos debe ubicar en una perspectiva
paranoica que nos fuerce a mirar alrededor de él y
preguntar: ¿en dónde reside, entonces, el triunfo
de Sábato en el mapa social del intelectual
crítico? Ya vimos que una respuesta puede ser su "triunfo"
sobre Borges en términos políticos. ¿Por
qué Sábato y no Viñas, Bayer, José
Pablo Feinmann, ocupa el lugar de la masiva admiración?
¿Por qué los intelectuales de corte sartreano
más genuino y menos objetable tienen una influencia
más escasa que la de Sábato, el personaje
más ovacionado en el último Congreso de la Lengua
celebrado en Rosario en 2004 y considerado uno de los eventos
culturales más importantes de los últimos tiempos
celebrado en nuestro país?
Sábato preocupa. Pero preocupa como
síntoma del intelectual sartreano, influyente, hoy.
Preocupa porque encarna la pregunta sobre las posibilidades de
existencia de un intelectual sartreano genuino. Y preocupa,
principalmente, porque sí hay un lugar para él pero
no lo hay para los que lo deberían ocupar.
En 1979, Sábato no desafía a la censura
impuesta por la dictadura militar en la Argentina, como lo
dice la edición de la Obra Completa: Ensayos de
Seix Barral editada en 1996; tampoco se ha planteado problemas
cuyas soluciones lo irguieran al plano de pensador, donde,
sin embargo, ha terminado estando. El problema es por qué
Sábato está ahí.
Ahí donde no está el verdadero
intelectual.
Fernán Tazo