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Freud y El Éxodo




    Dos gigantes de las letras alemanas, Goethe y Schiller,
    hicieron sus comienzos en el movimiento
    literario romántico Sturm und Drang, cuyo precursor
    era un entusiasta impulsor de los estudios hebraicos: Johann
    Gottfried Herder, traductor del Cantar de los
    Cantares.

    Herder, amigo personal de
    Mendelssohn, opinó que valía la pena dedicar diez
    años al estudio del hebreo, aunque más no fuera que
    para leer en su original el esplendor del Salmo 104. El
    denominado Barji Nafshi puede bien considerarse un himno
    ecológico. La poesía
    hebraica era para Herder "la más antigua, simple y sincera
    del mundo".

    La admiración por el hebreo era frecuentemente
    motivada por las virtudes del estilo bíblico, escueto y
    directo. En el primer capítulo del Éxodo hay un
    buen ejemplo de esa concisión hebrea, cuando en apenas
    diez palabras se nos informa de un cambio
    histórico trascendental: el final de la gloriosa
    decimooctava dinastía en Egipto.

    En un versículo de treinta letras la Biblia narra
    el ascenso al trono de un "faraón nuevo que no
    recordó a José", ni mantuvo las buenas relaciones
    que los descendientes de éste, los hebreos, habían
    entablado con los egipcios nativos. El enfrentamiento entre la
    nueva casta reinante y los judíos
    empeoró hasta estallar la rebelión de los esclavos
    y el celebérrimo Éxodo.

    Sobre la identidad del
    faraón que gobernaba Egipto en esos días, los
    historiadores no se ponen de acuerdo. Se mencionan como
    alternativas cronológicas los siglos XV, XIV y XIII a.e.c.
    Los ejemplos son respectivamente Tutmosis III, Tutankamón
    y Ramsés II. Algunos prefieren al sucesor de este
    último, Mernefta.

    El psicoanálisis habría agravado la
    indefinición en cuanto a la identidad del faraón,
    porque Sigmund Freud le
    adjudicó efectos enormes sobre quiénes somos los
    judíos y qué es el monoteísmo.

    Entre Tutmosis y
    Mernefta

     De las alternativas esgrimidas para identificar al
    faraón del Éxodo, la más temprana es
    Tutmosis III y la más tardía Mernefta. Si se
    tratara del primero, un conquistador de ciudades cananeas,
    entonces los israelitas conducidos por Moisés
    serían los descendientes de una clase social
    de dependientes y protegidos llamados Habiru. Incluso el
    nombre de hebreos podría derivar del de
    aquéllos. En documentos
    antiguos, los Habiru aparecen en algunos casos como
    fugitivos, y en otros como bandas guerreras. Por su parte,
    Mernefta es el protagonista de la primera mención de
    Israel en la
    historiografía externa, la famosa tableta en la que se
    anuncia la destrucción de los judíos.

    Tutmosis y Mernefta, ambas hipótesis fueron descartadas por sendos
    eruditos: Moshé Greenberg, renombrado profesor de
    Biblia de la Universidad
    Hebrea, y el historiador alemán Eduard Meyer.

    Acerca de las posibilidades intermedias que restan, el
    debate sobre
    la identidad del faraón dio lugar a una jugosa
    polémica. Sigmund Freud
    planteó en su último libro, que el
    Éxodo se produjo durante el interregno entre Amenofis IV y
    Tutankamón, un período anárquico que
    acompañó el declive de la dinastía XVIII. Si
    así fuera, los orígenes del judaísmo y de la
    religión
    en general nos desconcertarían. La clave puede reducirse a
    quién fue don Amenofis IV.

    Su padre, Amenofis III, gobernó por casi cuatro
    décadas e hizo construir los templos de Tebas, de los
    cuales aún puede admirarse el de Luxor. Alrededor del 1400
    a.e.c. nació Amenofis IV, monarca durante diecisiete
    años bajo el nombre de Akenatón, el que es
    útil a Atón
    . Su vida y obra han sido vastamente
    estudiadas, y el arqueólogo norteamericano James Breasted
    (el redactor del primer diccionario de
    egipcio antiguo) llegó a denominarlo el primer individuo de
    la historia
    humana
    .

    Akenatón promovió un cambio fundamental en
    la vida religiosa del país; estableció al dios sol
    como único objeto de culto permitido. En contraste con lo
    que era habitual en Egipto, Akenatón no buscó para
    sus nuevas ideas apoyo en la vieja tradición. Se le opuso
    abiertamente, lanzó una campaña contra los
    sacerdotes del viejo culto y trasladó la capital a
    Aket-Atón, horizonte de Atón, el dios sol.
    Las ruinas de esa ciudad se denominan hoy Tel-el-Amarna, y es
    donde se hallaron famosísimas cartas acadias
    que ilustran sobre la época.

    La revolución
    de este "primer individuo" Sumo profeta de Atón,
    ulteriormente fracasó. Poco después de su muerte, sus
    sucesores, Haremhab y Tutankamón, restableceron las
    antiguas deidades, y los sacerdotes de la vieja religión
    recobraron sus privilegios. La historiografía egipcia
    posterior, aunque denigra a Akenatón con epítetos
    como hereje y criminal, no logró empero
    menoscabar su originalidad.

    Sin embargo, la obra Sigmund Freud publicó en
    1937 sometió aquel fracaso a una metamorfosis que lo
    transformó en una victoria póstuma descomunal. Se
    trata de El hombre
    Moisés y la religión
    monoteísta
    .

    En ese libro se esboza que Akenatón fue el
    faraón previo al Exodo, que se habría producido
    durante un interregno entre dinastías. Cuando el culto
    iniciado por Akenatón fue finalmente depuesto, un noble
    egipcio partidario del derrotado, habría decidido
    enseñar la nueva doctrina a un grupo de
    esclavos, con los que creó una nación
    contestataria. Según Freud, aquel egipcio habría
    sido nada menos que Moisés, su Atón
    habría pasado a ser Adonai, y la nación
    surgida vendría a ser el pueblo hebreo.

    El error de
    Freud

     De acuerdo con la peregrina hipótesis, el
    monoteísmo no fue una creación del genio
    judío, como mostrara Iejezkel Kaufmann, sino la iniciativa
    de ese Faraón que impulsó "el episodio
    monoteísta de la historia de Egipto". Su seguidor
    Moisés habría sido ulteriormente asesinado por los
    israelitas, y este parricidio habría provocado un
    sentimiento inconsciente de culpa perpetuado en las generaciones,
    que constituiría la base de la religión.

    El tema de la psicogénesis general de la
    religión según la ve Freud, puede ser motivo de
    otro artículo. Aquí nos contentaremos con la
    primera parte de la sugerencia freudiana: la
    histórico-teológica.

    Si bien la hipótesis de Freud ya fue refutada, en
    su momento sorprendió tanto a judíos como a
    gentiles, y no
    porque fuera especialmente original. En Derecho Hebreo,
    Mateo Goldstein rechaza que haya en la tesis "una novedad
    extraordinaria". La sorpresa resultó de la
    equivocación de Freud al atribuir un alcance excesivo a la
    faceta teológica de las modificaciones introducidas por
    Akenatón. Aunque es verdad que el monarca eliminó
    los aspectos zoomórficos de la divinidad, y así se
    elevó por sobre la teología de su época,
    también es obvio que no puede considerárselo
    monoteísta sobre el único fundamento de que
    el sol fue su
    único dios.

    Esto es así, primeramente, porque en el culto que
    ideó Akenatón, él mismo y su esposa
    Nefertiti seguían siendo objeto de idolatría como
    todos los faraones. En segundo lugar, y principalmente, porque el
    monoteísmo bien entendido no es una mera cuestión
    aritmética sino una visión del Creador que lo
    percibe fuera de la naturaleza,
    más allá de sus leyes, del
    tiempo y del
    espacio.

    Explica Shalom Rosenberg que "el judaísmo hace
    una revolución pero no sólo de aristocracia
    hacia monarquía absoluta
    . No es una
    revolución simplemente numérica, de muchos hacia
    uno; consiste en sacar a Dios completamente fuera del mundo. En
    creer en un Dios trascendente, al cual no podemos ya dominar y al
    cual ya no nos podemos dirigir a través de la magia.
    Nuestra relación con El será completamente distinta
    a la mágica: será ética".

    Freud trae como paralelo entre la religión de
    Atón y la de Moisés, el hecho de que las imágenes
    del Himno a Atón recuerdan al salmo 104 (el
    mencionado al comienzo de este artículo). Pero el
    símil es insuficiente para asignar monoteísmo al
    faraón. La religión egipcia que describe Freud es
    una simple monolatría, en la que la única deidad es
    el sol. El nombre de Dios en el monoteísmo hebreo, el
    maravilloso tetragramaton, insinúa en sí mismo la
    eternidad del Creador, Su trascendencia por sobre las leyes de la
    naturaleza. Eso es lo fundamental. Un solo y único Dios es
    el Dios del hombre, no el de la naturaleza, y por eso puede ser
    Dios de bondad. De aquí que el monoteísmo verdadero
    sea el comprometido con la ética.

    Algo parecido podría decirse de los supuestos
    "monoteísmos" helénicos. Iosef Klausner
    enseñaque "a pesar del politeísmo extremadamente
    desarrollado de los griegos, sus filósofos (pero no el pueblo en su
    totalidad) tendían a la idea del monoteísmo
    pero no a una fe monoteísta, ya que se trataba
    meramente de un principio unitario del ser, un principio natural.
    Desde los tiempos de Tales de Mileto,
    los filósofos se dedicaron al estudio de la naturaleza,
    tratando de descubrir un principio único que sustenta
    todas las cosas. Por ese camino arribaron a una especie de
    monoteísmo, especialmente desde Anaxágoras en
    adelante. Pero este monoteísmo no fue más que una
    concepción intelectual".

    En el caso del controvertido faraón que
    exploramos, la teología fue mucho más primitiva
    aún. La revolución que propició
    Akenatón no fue teológica sino
    social. Como consecuencia de la expansión del
    imperio, había surgido entre los funcionarios una
    incipiente clase media que enfrentó a la aristocracia y la
    casta sacerdotal, principalmente dentro del ejército
    egipcio. Los generales Pakhuru y el mentado Haramhab le
    permitieron a Akenatón imponer su voluntad en materia
    religiosa.

    Freud infirió de esta transformación
    social, una cruzada teológica que habría derivado
    en el judaísmo y en sus religiones hijas. Como
    expuso Martín Buber en su clásico
    Moisés: "es lamentable que un erudito tan
    importante en su propio campo como Sigmund Freud, se haya
    permitido publicar una obra tan poco científica, basada en
    hipótesis sin fundamento". El mismo Freud admite en su
    libro que su tesis "carece de pruebas
    objetivas" y la plantea con la dificultad de que, siendo
    él mismo judío, intenta "privar a este pueblo del
    más grande de sus hijos".

    Lo más aceptado hoy es que el faraón del
    Éxodo fue Ramsés II. Veamos de qué
    modo.

    Durante la decadencia del reino medio (siglo XVII
    a.e.c.) un grupo de beduinos del desierto arábigo
    invadió Egipto. Eran los hicsos, reyes pastores,
    que establecieron su capital en Tavaris (Zoan en la
    Biblia) e iniciaron dos siglos de estabilidad. Introdujeron
    caballos y carros de combate, y abrieron las puertas del
    país al asentamiento y desarrollo de
    los hebreos. Pero los hicsos fueron eventualmente expulsados del
    país. Cuatro faraones (Ahmes y sus sucesores) emprendieron
    la expulsión y fundaron el segundo imperio tebano durante
    la mentada XVIII Dinastía, que lleva a cabo una
    férrea política nacionalista
    que terminó incluyendo a los israelitas en su
    hostilidad.

    La dinastía siguiente (XIX) se conoce como
    Ramsesana: su tercer faraón fue Ramsés II
    (1290-1223 a.e.c.), protagonista del Éxodo. La Biblia
    alude a dos aspectos de la nueva dinastía: la
    localización de la casa real en Per-Ramsés,
    por él edificada, y que los nuevos gobernantes (aquellos
    que "no conocieron a José") utilizaron los caballos que
    habían importado los hicsos, para deshacerse de
    éstos con sus hebreos y todo (capítulo 15 del libro
    del Éxodo).

    La fiesta judía de la libertad,
    Pésaj, es la ceremonia religiosa viviente más
    antigua de la humanidad. Memora año a año, durante
    más de tres milenios, la historia del fin de la
    opresión en Egipto. Un humilde origen de servidumbre, de
    este modo, puede despertar en el pueblo hebreo sensibilidad ante
    el pesar de otros grupos
    esclavizados. Esa sensibilidad inspiró a los judíos
    de todas las generaciones para aportar en la construcción de una sociedad menos
    opresiva. Es la enseñanza queDios reveló a
    Moisés el israelita, quien heredó la idea
    monoteísta de los patriarcas hebreos, Abraham, Isaac y
    Jacob, y la convirtió en patrimonio de
    una nación entera

    Gustavo D. Perednik

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