Es sabido desde primer año de psicología que el
terapeuta al momento de sentarse en su consulta debe ser como una
tabula rasa, es decir, desprenderse de sus prejuicios e ideas
preconcebidas, dejar atrás prototipos, estigmatizaciones,
descalificaciones, y todo tipo de discriminación ya sea de tipo racial, de
género,
políticas, religiosas, etc.
Sin embargo, en la práctica ¿Esto es
realmente posible?, ¿Podemos realmente no etiquetar o
estigmatizar a las personas?; esta es una pregunta crucial puesto
que la mayoría de las corrientes teóricas nos
incitan a evaluar y diagnosticar los comportamientos y/o
síntomas con los cuales llega un sujeto a la consulta,
siendo esto fundamental para iniciar la práctica
terapéutica.
La idea de normalidad – anormalidad dentro de las
sociedades
modernas ha develado un gran problema, no sólo a nivel
productivo sino que también a nivel de relaciones. Es
así como Fromm nos habla de carácter social, el cuál
sería "el núcleo de la estructura del
carácter, compartida por la mayoría de los
individuos de un grupo o
cultura,
común denominador de personalidad y
con una manera de ser que es mayoritaria, lo cual no significa
que es normalidad" de esta definición se puede
desprender que existen una serie de comportamientos dominantes,
los cuales se han difundido y han sido aceptados y actuados por
nosotros, por lo tanto los "normalizamos", creyendo que "lo
individual es lo patológico".
Cabe entonces cuestionarse si lo individual es realmente
lo patológico, o es que estamos insertos claramente en una
sociedad
patológica que normaliza todo aquel comportamiento
que le "sirve" y por lo tanto le es funcional. De esto podemos
desprender la siguiente pregunta ¿Estamos los
psicólogos dentro o fuera de la "normalidad" socialmente
aceptada?, y si estamos dentro de lo que socialmente es normal,
¿Podemos actuar y trabajar en la consulta sin prejuicios y
sin estigmatizaciones, pensamos que lo individual no es
necesariamente patológico?.
La cuestión es entonces, donde está
verdaderamente la patología, en la sociedad que niega y
castiga lo diferente o en la individualidad que intenta abrirse
camino en esta sociedad estigmatizadora. Vivimos en un sistema vivo,
dinámico, dentro del cual surgen las diferencias en las
maneras de ser, en las opciones personales, en las marcas con las
que uno debe vivir, que rompen con el modelo de
normalidad esto es aplicable al tema en cuestión, puesto
que claramente a pesar de la uniformidad existente en nuestra
sociedad, también hay gente que escapa a ella, y nuestro
deber no sólo como psicólogos sino que
también como personas, es tolerar las opciones personales
y no ponerlas en tela de juicio.
Hablar de normalidad/anormalidad, es un tema muy largo y
con muchas aristas, sin embargo hemos decidido abordar el tema de
los prejuicios en psicoterapia
puesto que si bien es un tema del cual se habla continuamente,
consideramos que no existe control alguno
con respecto al ejercicio profesional en este ámbito,
siendo claramente los más perjudicados los pacientes. Cabe
preguntarnos entonces, ¿Existen en nuestro país
instancias legales y / o terapéuticas especializadas en
atender a las personas que han sufrido algún tipo de
discriminación o estigmatización no fundamentadas
por parte de un profesional de la Salud
Mental?.
Tenemos un sinnúmero de interrogantes y es por
eso que queremos explorar en este terreno porque creemos, es de
suma importancia en el ejercicio profesional, asumiendo que al
egresar, no vamos a estar preparados para atender a todas las
personas que lleguen a nuestra consulta, independientemente de la
experticia que tengamos, puesto que antes que psicólogos
somos personas que también estamos marcadas por una
historia
familiar, política y social,
por lo tanto tenemos, querámoslo o no, ideas, posturas,
opiniones y creencias que las llevamos con nosotros.
La cuestión es, ¿Estamos los
psicólogos preparados para enfrentar casos sin
dañar aún más al paciente?. Sabemos que de
una u otra forma se buscan resquicios para que las personas
tengan un tipo de conciencia
generalizada, esta conciencia generalizada actúa como una
suerte de efecto controlador para adaptarnos a la norma y
catalogar como desviado o anormal a todo lo diferente; existe una
mirada categorizadora y prejuiciosa con respecto a diferentes
situaciones, especialmente las que se extrapolan con nuestra
escala de
valores y
creencias.
En estas interrogantes que, claramente cruzan la
línea ética es
que queremos profundizar, con el fin de abrir nuestra mirada y
detenernos a pensar la gran responsabilidad que conlleva ser un profesional de
la salud mental,
puesto que trabajaremos con personas, que la diferencia mas
marcada que tienen con nosotros es que tenemos la teoría
y un poco de herramientas
para dar paso a un trabajo a
través del lenguaje, de
la palabra.
La invitación es, a reflexionar en torno a este
tema, la consecuencia de prejuicios y sesgos arbitrarios, por
parte de los terapeutas. En definitiva, queremos que sea un
llamado a tolerar al otro con su complejidad y diversidad, es
decir, contemplar al ser humano como único y
múltiple, ampliando nuestra mirada, y profundizar en el
tema ético que conllevan los prejuicios y
estigmatizaciones.
"La ética es la parte de la filosofía
que estudia los fundamentos de la moralidad de
los actos humanos, es decir aquello en virtud de lo cual
éstos pueden ser considerados buenos o malos", de esta
afirmación podemos desprender que ética y
moral van de la mano, la moral
vendría a ser la manifestación social de los
principios
éticos, estableciendo los criterios para decidir lo que es
bueno y lo que es malo. Sin embargo también es posible
afirmar que la moral es un
elemento cambiante, varía en cada sociedad, por lo tanto,
lo que es considerado bueno o malo para una construcción cultural puede no serlo para
otra.
Ahora bien, existen normas
éticas universales, y que en el caso de la
psicología están plasmadas en el código
ético, y además son constantemente difundidas en
algunas cátedras universitarias, tal es el caso de los
prejuicios, estereotipos y discriminación.
Si nos sustentamos en la tan nombrada tabula rasa,
sacaremos en limpio que el psicólogo debe ser un
profesional despojado de cualquier tipo de discriminación,
prejuicios, ideas preconcebidas y estereotipos, por otro lado, si
nos sustentamos sobre la base de la "moralidad" socialmente
establecida a la cual estamos adscritos gran parte los seres
humanos, resultaría francamente imposible ser como una
tabula rasa. Si damos solo una mirada a nuestro entorno vemos que
cualquier ser humano que raye en la diferencia, a saber,
homosexuales, lesbianas, madres adolescentes,
prostitutas, etc. son ferozmente discriminados por su
condición, y esto no pasa sólo por las opiniones y
posturas personales sino por una construcción
cultural.
Hemos sido criados con una mirada categorizadora y
determinista de la cual es difícil escapar, nuestro
cuestionamiento pasa principalmente en como nosotros, estudiantes
de último año de la carrera de Psicología,
empezamos a desprendernos de los prejuicios con los cuales hemos
sido formados, para dar paso a un nuevo ser, menos categorizador
y mas dispuesto a tolerar y comprender la diferencia puesto que
creemos que si este proceso de
transformación no ocurre, se ve en riesgo la
práctica
profesional, siendo los pacientes, claramente los mas
perjudicados.
"El estereotipo es una estrategia
perceptiva que implica el reconocimiento de atributos que tienen
las personas por el solo hecho de pertenecer – o de suponer
que pertenecen – a grupos, a los que
se les atribuyen características específicas".
Tales características o atributos son a menudo muy
simplificadas y generalizadas, e implícita o
explícitamente representan un conjunto de valores, juicios
y suposiciones acerca de la conducta de tales
categorías grupales, de sus características o de
sus historia. Los estereotipos funcionan para definir e
identificar grupos de personas que se suponen parecidos en
ciertos aspectos; comprometidos por ciertos valores o motivados
por objetivos
semejantes. Los estereotipos fomentan una creencia o pre –
noción fundada en suposiciones que sirven de fundamento y
cumplen una función
central en la
organización del discurso del
sentido común. "Los estereotipos generan expectativas
que no se modifican a pesar de disponer mas información". Así es que de una
u otra forma están arraigadas en nuestra cotidianeidad
frases como "todos los homosexuales son degenerados" , "Todos los
pobres son flojos", etc.
Si bien el estereotipo puede acompañar actitudes
positivas o negativas, en nuestro tema, nos preocupa como un
factor de cognición que acompañe los
comportamientos de rechazo de los objetos sociales.
El prejuicio por su parte, es "una estrategia
perceptiva que predispone a adoptar un comportamiento
negativo hacia personas o miembros de este grupo, cuyo
contenido descansa sobre una generalización errónea
y rígida respecto de ese objeto y que prescinde de
datos de
realidad". Por esta razón acompaña
fenómenos personales, interactivos y sociales que son
difíciles de erradicar. Es así como se tiende a
catalogar a las personas sin conocerlas, por su vestimenta por
ejemplo.
La discriminación la entenderemos como
"toda forma de comportamiento observable que implique
menosprecio, rechazo, indiferencia, segregación,
exclusión o preferencia por persona, grupo o
institución en detrimento de otra". Es la consecuencia
observable de la presencia de estrategias
perceptivas de contenido negativo, tales como el prejuicio o el
estereotipo.
La discriminación se basa en criterios de orden
ideológico, de raza, color, sexo, religión, edad,
origen étnico, orientación sexual o de cualquier
característica que menoscabe o anule el reconocimiento,
goce o ejercicio en condiciones de igualdad de
los derechos humanos
de las personas y los grupos, como así también del
reconocimiento igualitario de las libertades fundamentales que
les competen, tanto en las esferas políticas, sociales,
económicas, culturales, como en cualquier otra.
Aquí, y a partir de las definiciones expuestas,
cabe reflexionar si la formación del psicólogo
depende solo de la absorción de información y de su
capacidad intelectual y no del entrenamiento en
la ética y la aceptación de que la complejidad y la
diferencia están presentes en todo orden de cosas,
especialmente en lo que se refiere a su campo de acción;
el ser humano. Es así que si aceptamos que existe
diversidad, la cual no podemos cuestionar castigadora ni
categorizadoramente, creemos que podemos estar en el camino de la
tolerancia, lo
cual es importante puesto que nuestra función debe estar
muy lejos de juzgar comportamientos y estilos de vida.
Uno de los temas éticos en los que sin duda el
psicólogo debe explorar, es ver cuales pueden ser las
consecuencias que conlleva su trabajo, ser capaces por lo tanto
de pararse y ver si es posible o no iniciar una terapia con un
paciente que de alguna manera trastoque sus valores, plantearse
las consecuencias de sus actos, de sus palabras, de sus
actitudes, definir cuando es necesario solicitar supervisión, cuando es necesario derivar a
un paciente, esto en beneficio del propio terapeuta y por
supuesto del paciente.
Es claro que no siempre las reglas éticas dan
respuestas o soluciones a
los problemas,
puesto que como ya se mencionó antes, los problemas
éticos no siempre tienen una solución única
y universal, es por eso la importancia de sensibilizarnos por los
posibles problemas e implicaciones que puede tener nuestra
actividad.
El tomar conciencia de la ética, no es
sólo un tema que se debe abordar con los futuros
profesionales, sino que debe ser abordado y masificado
también en los que ya ejercen la profesión, no es
nada raro ver o escuchar testimonios de personas que, al asistir
a una terapia, se sienten estigmatizados, discriminados o
descalificados, sintiendo que sus terapeutas han sostenido una
postura de superioridad y de verdad única intentando
imponer disciplinamientos aleccionadores. Es así como
podemos ver que este tipo de transgresión es generada por
una mirada estrecha frente a lo diverso categorizando conductas o
comportamientos como anormales, desviadas o enfermas.
Casos de descalificaciones o discriminaciones por parte
de psicólogos son mas frecuentes de lo que
quisiéramos, y es en esta negación del otro, en
este no reconocimiento que el otro pueda expresar
legítimamente su diferencia, donde se pone en tela de
juicio el tema de la libertad y de
la tolerancia.
Benjamín Arditi nos plantea que una de sus
grandes preocupaciones es la subjetividad que cada uno aporta al
problema de la intolerancia desde un referente que define lo que
es patológico y lo que es normal. Suele ser el producto de
una normatividad internalizada absoluta y excluyente de las
diferencias, considerando además que se trata de un
parámetro que no es técnico sino arbitrario, el
cual no tiene que ver con la naturaleza del
ser humano sino que tiene que ver con la modalidad de poder
reduccionista. Es así que estamos "acostumbrados" a
separar y estigmatizar al diferente.
El tema es entonces, revisar nuestra mirada de futuros
psicólogos, reeducar nuestra capacidad de escucha,
reflexionar en torno a que contenidos estamos sujetos en nuestra
subjetividad para que podamos contribuir a legitimizar la
expresión de las diferencias y de esta manera poder dar
paso a ampliar los parámetros de normalidad, dando cabida
al pluralismo de opciones de lo diferente como una
expresión de autonomía de las opciones
individuales.
Poder ampliar nuestra mirada poniéndonos en un
sector mas tolerante y aceptar la diferencia en vez de excluirla
y controlarla represivamente.
Ahora bien, todo esto puede ser posible, podemos cambiar
y ampliar nuestra mirada, podemos quizá desprendernos de
prejuicios y estigmatizaciones, pero aún así
estamos en un laberinto del cual nos costará salir, puesto
que la mayoría de la corrientes teóricas nos
incitan a catalogar de una u otra forma a los pacientes. Sabemos
que si existe lo sano, existe su contraste que es lo enfermo. El
punto es que si bien podemos no estigmatizar con respecto a temas
valóricos, como lo hacemos para no estigmatizar cuando
sabemos que existe una enfermedad.
Por lo tanto creemos necesario, que más que
segregar al sujeto o invisibilizarlo con nuestra asertividad,
seria prudente detenerse a revisar nuestra mirada de terapeutas y
reconocer las sujeciones de nuestra propia subjetividad, para que
desde nuestra propia sombra como diría Jung,
contribuyamos a rediseñar una tolerancia más justa
y mas expresiva a las diferencias, ampliando los espacios de
moderación, dando cabida a la práctica concreta de
un mayor pluralismo de opciones de lo diferente, como una
enunciado de la autonomía de las opciones
individuales.
Ser conscientes del "carácter discutible"
de nuestros valores debería hacernos cautos sobre el
obligar a los demás a adoptar nuestra sana
normalidad, es así, que cuando tenemos a una persona
con sus dificultades, y mientras mayor es la
contaminación de motivos oscuros, nosotros desde un
poder protector, las acciones a
tomar se hacen ostensiblemente mas dogmáticas, como si no
hubiera mas que una solución correcta al
problema.
Adolf Guggenbuhl-Graig comenta, todos los que cultivan
alguna profesión social, todos los que trabajan para
"ayudar a la humanidad", tienen motivos psicológicos
altamente ambiguos. Para bien de su propia conciencia y de sus
relacione con el mundo, el trabajador social se siente obligado a
considerar el deseo de ayuda como su motivación
primaria.
Pero en las profundidades de su alma lo
opuesto se halla simultáneamente constelizado, no el deseo
de ayudar sino el ansia de poder y el placer de rebajar al
"paciente"; por lo general este impulso se mueve con mayor
libertad bajo el manto de una rectitud objetiva y moral. Se es
más cruel cuando se utiliza la crueldad para hacer cumplir
"el bien".
En la vida diría sufrimos frecuentes
remordimientos de conciencia al reconocernos excesivamente
motivados por el impulso de poder; pero tales sentimientos de
culpabilidad
desaparecen por completo cuando podemos justificar nuestras
acciones apelando al alegato de lo justo lo ético y lo
bueno.
El problema que plantea esta posibilidad, el problema de
la sombra de poder, es por lo tanto de máxima
importancia para todo tipo de trabajadores sociales, quienes a
veces se ven obligados a tomar decisiones vitales sin el
asentimiento de las personas interesadas.
Para develar algún malentendido, es evidente que
nadie puede actuar por motivos exclusivamente puros, aún
en los hechos más nobles están basados en
motivaciones puras e impuras, luminosas y oscuras; Asimismo un
terapeuta fuertemente incitado por motivos de poder puede sin
embargo tomar decisiones provechosas para su cliente. Pero hay
un grave peligro: mientras más pretenda estar obrando por
motivos desinteresados, más influyente se hará en
el terapeuta su sombra de poder, la que finalmente lo traicionara
determinándolo a tomar decisiones muy
cuestionables.
Es así, que en el deseo del analista se
desprenden grandes dificultades, quiere servir a los analizados,
quiere auxiliarlos en sus padecimientos neuróticos, quiere
estimular en ellos una mayor conciencia. De acuerdo con su leal
saber y habilidad, desea ayudar a sus analizados
desinteresadamente. Pero semejante deseo consciente,
indispensable al escoger esta profesión, consteliza el
polo opuesto del inconsciente, conjurando al charlatán,
analista que trabaja no para sus analizados sino en beneficio de
sí mismo.
Esta es una parte del fenómeno psicológico
que Jung designo frecuentemente como la sombra. Dicho termino no
se puede confundir con el inconsciente per se. Con la palabra
sombra, Jung se refirió al reverso de los ideales
personales y colectivos. En este sentido la sombra es siempre, de
alguna manera, destructiva; y obra negativamente sobre personas
que no tiene claro su actuar, o sujetos que excesivamente tienden
a tener coloreados su camino de moralidad y justo mirar en el
ámbito de lo social.
Desde este punto de vista las profesiones
asistenciales adquieren presencia y justificación
con la
ilustración, supone que la gente puede y debe ser
adaptada como socialmente normal, es decir, corregir estructuras
sociales no satisfactorias y ajustar a los inadaptados, hacer
cumplir lo que se cree correcto, aun cuando la otra parte rechace
esta ayuda, ya que el poder no reconoce la posibilidad de aceptar
el derecho a la enfermedad, a las relaciones familiares
anómalas, se trata de forzar a nuestros semejantes incluso
contra sus voluntades o sus propias almas, incluso teniendo en
cuenta que los valores de
la autoridad que
ejerce el poder no son los únicos, los últimos o
universales.
A partir de esta reflexión, podríamos
desprender la pregunta ¿cual e la verdadera motivación de quien ejerce el poder
profesional en el oficio terapéutico
asistencial?
¿Cuáles son las emociones
subterráneas e inconscientes que nos empujan a esta
opción de trabajar con el sufrimiento del otro?, son
verdaderas motivaciones del deseo de ayudar, estamos sanos de
prejuicios, discriminación o estereotipos, somos capaces
como estudiantes de experimentar la enfermedad como una
posibilidad existencial y además somos capaces de
integrarla, ahí es donde nos convertiríamos en
verdaderos curadores, sin tener la necesidad de hacer uso del
poder.
Mas allá de que seamos buenos técnicos lo
que realmente buscamos es esforzarnos por hacer aparecer el
factor curativo y comprensivo de cada paciente, que solo se logra
una vez que somos capaces de soportar en nuestro interior la
posibilidad existencial de la enfermedad.
El escenario terapéutico, al igual que las
relaciones diádicas siempre existen fantasmas que
quieren ser protagonistas de su propio tema de su propia verdad,
es decir, en el caso del terapeuta- paciente siempre en ambas
partes, hay un tercero que pulsa, llamase dogmas, asociaciones
libres atadas, discriminación etc, no obstante, las
relaciones en todo ámbito son opresoras y
discriminatorias, tanto por representaciones sociales, de la
influencia recibida por las instituciones
educativas, de los prejuicios familiares, del contenido
ideologizado de los medios de
comunicación, que se concentra en un tipo e conciencia
generalizada, de efecto controlador que no permiten que lo
diferente no se le considere normal, sino desviado o enfermo,
esto nos hace recordar al poeta mexicano Rosario de la
Peña que al ser discriminado por su homosexualidad
e/y Impugnado por el amor de su
vida decide suicidarse y escribir a sus amores, dolores su moral
y por último a la opresión, la ley:
A veces pienso en darte mi eterna despedida
Borrarte en mis recuerdos y hundirte en mi
pasión;
Mas si es en vano todo y el alma no te
olvida,
¿Que quieres tu que yo haga pedazo de mi
vida,
que quieres que yo haga con este corazón?…
¡Que hermoso hubiera sido vivir bajo aquel
techo,
los dos siempre y amándonos los dos;
tu siempre enamorado, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho
y en medio de nosotros, mi madre como un
dios!
Con este poema queremos reflejar las ataduras que
existen en todos los espacios tanto en el escenario asistencial
terapéutico, como en la vida a diario; por lo tanto
creemos necesario, entender y comprender las diferencias desde la
propia sensibilidad del otro, entendiendo la libertad, igualdad y
fraternidad no dejándonos abrumar por nuestro propio
narcisismo y a veces arbitrario saber.
Ignacio Martín Baró entiende la salud
mental en la actualidad, como una pobre concepción del ser
humano reducido a un organismo individual cuyo funcionamiento
podría entenderse en base a sus propias
características y rasgos, y no como un ser
histórico cuya existencia se elabora y se realiza en la
telaraña de las relaciones socio históricas
humanas.
La mirada de la salud humana en la actualidad es
entendida como la ausencia de trastornos psíquicos o buen
funcionamiento del organismo humano. Desde esta perspectiva la
salud mental constituiría una característica
individual en principio a aquellas personas que no muestran
alteraciones significativas de su pensar, sentir, o actuar en los
proceso de adaptarse a su medio, dejando en un sitio privilegiado
al otro en sus diferentes roles como fuera de ese dolor, un
ejemplo de esto es la discriminación en la terapia que se
hace al no entender que la óptica
debe ser cambiada y ver al otro a la salud mental al trastorno no
desde afuera, sino de afuera hacia adentro.
Desde esta perspectiva nosotros como terapeutas, tenemos
que entender al sujeto no como un excluyente que esta fuera de la
norma sino más bien como un sistema vivo que siente y vive
las diferencias con otros reflejos y otras verdades.
Y que no necesariamente sé allá en un
estado de
falencias, lo cual seria común en nuestra
concepción como hombres. Sería necesario pensar que
las relaciones
humanas definen la posibilidad de humanización, que se
habré a los miembros de una sociedad y cada grupo e
individuo, es
decir en términos más directos la salud mental
constituye una dimensión de las relaciones entre las
personas mas que un estado.
A partir de lo terapéutico nosotros somos
los buenos ya que las personas con dolores se contemplan en un
espejo ético, que invierten las mismas
características y las mismas valoraciones, hasta el punto
que se les reprocha a ellos como defecto se alaba en nosotros
como virtud.
Las cosa ya no se miden por lo que son en sí,
sino por si son nuestras o de ellos y por lo que representan a
favor o en contra en la confrontación
terapéutica.
Rodnie Gallean
Cátedra: Etica Profesional
Santiago, Noviembre del 2003