.Esa mañana desde temprano una densa neblina
cubrió la ciudad. Londres parecía haberse
trasladado a Paris y era harto difícil poder ver
siquiera la vereda opuesta del boulevard. La niebla se colaba
dentro de las casas como densas nubes de humo que invadían
las piezas generando una extraña sensación. Ahora
al fin del día el mal clima
persistía y la oscuridad iba ganando las calles mientras
también se instalaba dentro de la casa. El se encontraba
metiendo sus ropas en bolsas y cajas que había
traído de la calle. Ni siquiera tenía una valija
disponible. Ella desde la puerta no hacía mas que mirarle,
desafiante y cual un rito de guerra
metódicamente cada tres minutos le gritaba: ¡Estoy
feliz de que te vayas! Estoy feliz de que te vayas! ¿Me
escuchas?
Fue como una aparición: Ella estaba sentada, en
el medio del banco,
completamente sola, al menos él no vio a nadie,
deslumbrado por sus ojos. En el momento en que el pasaba ella
levantó la cabeza; Marcos se inclinó
voluntariamente, y cuando estuvo mas lejos se volvió para
mirarla. Tenía un sombrero de paja con cintas fucsias que
ondulaban al viento detrás de ella.
Sus crenchas negras que contorneaban la punta de sus
grandes cejas, descendían hacia muy abajo y
parecían oprimir amorosamente el óvalo de su
rostro. El traje de muselina clara con lunarcitos, caía
formando numerosos pliegues; se ocupaba en leer algo y su nariz
recta, su barbilla y toda su persona se
destacaban sobre el fondo de la atmósfera
azul.
Una noche de agosto – tenía entonces 18
años- la arrastraron a la feria de Montmartre.
Rápido quedó aturdida, estupefacta por el estruendo
de los murguistas, tanta luz en los
árboles, tal mezcolanza de vestidos,
encajes, cruces de oro y tal
confusión de gente saltando al mismo tiempo. Se
mantenía apartada modestamente, cuando un muchacho de
aspecto acomodado, que fumaba en pipa, vino a invitarla a bailar.
Le convidó con sidra, bollos, le compró un
pañuelo y, suponiendo que ella le había adivinado,
se brindó a acompañarla. A orillas de un campo de
arena la revolcó brutalmente. Ella tuvo miedo y
empezó a gritar. Él se alejó.
Otra noche, en el camino de Avignón, quiso
adelantar a una procesión de fieles que avanzaba
lentamente, y al pasar rápidamente reconoció a
Guillermo.
Este la abordó con aire de
tranquilidad, pidiéndole perdón por todo, porque
"la culpa era de la bebida". Ella no supo que responder, y
tenía ganas de escaparse.
Enseguida habló de las cosechas y de los
personajes del pueblo, porque su padre se había trasladado
desde la campiña a la granja de los André, de
manera que ahora iban a ser vecinos. "¡Ah!", dijo ella.
Agregó él que pensaba casarse.
Desde luego no tenía ninguna prisa y aguardaba a
encontrar una mujer que le
gustara. Le habló de los viñedos de sus abuelos, de
su casa de campo, de las caballerizas, de la gente de la ciudad
Luz, le habló, le habló, le habló,
…hasta que no pudo resistir el mirarle a los ojos, ver sus
labios entreabiertos incitando al beso, sentir su aliento
dulzón por el tabaco que rozaba
su mejilla, ya no podía pensar…y allí
nomás estrelló su boca con la de él y sus
lenguas se trenzaron y recorrieron juntas la profundidad del
beso.
El siguió metiendo sus cosas en las bolsas, y lo
que no entraba en las bolsas ni cajas lo envolvía con una
manta y lo ataba con cordel.
¡Hijo de puta! Estoy re contenta de que te vayas!
Empezó a llorar. No tienes huevos siquiera para
enfrentarme, no? Mírame a la cara, cobarde! Entonces ella
vio el retrato del niño encima de la cama y lo
agarró. El la miró; ella se secó las
lágrimas y lo enfrentó con la mirada, y
después se dio vuelta y se volvió al living.
Devuélveme eso, le ordenó él.
Termina de empacar tu inmundicia y lárgate,
contestó ella.
El no contestó, terminó de cerrar las
cajas y los bultos, se puso el único abrigo que le
quedaba, miró a su alrededor como despidiéndose del
espacio, apagó la luz y fue hacia el living. Ella estaba
en el umbral del porche con el niño en brazos. Quiero el
niño, dijo él.
¿Estás loco?
No, pero quiero el niño. Mandaré a alguien
a recoger sus cosas. A este niño no lo tocas, le
advirtió ella.
Cientos de veces volvió al mismo banco,
recorrió el espacio buscándola en cada
rincón de la plaza, buscó su perfume que juraba
percibir, aunque nunca había estado
más cerca que cinco metros.
El era de esos que creen que uno puede oler a la
distancia, recorriendo el cuerpo con la mirada,
escudriñando los ojos y percibir en ellos los aromas
más íntimos, la suavidad de la piel, imaginar
el roce de los cuerpos, la fusión de
las pasiones una y mil veces hasta caer agotados de placer y de
lujuria, de amor y
desenfreno, de locura viva y de perfiles muertos. Todo eso por un
par de ojos, una vida a través de ellos. Una tarde
creyó verla sentada como aquella vez, corrió
desenfrenadamente los casi cien metros que los separaban, casi
pierde el equilibrio al
tropezar con una burda raíz de un árbol gordo que
emergía por sobre el suelo, pero
siguió en pié, agarrándose de la estatua de
la niña virgen, y al volver nuevamente la vista al banco
dióse cuenta que había desaparecido. Habrá
sido una realidad o fue simplemente una jugada de la mente
enamorada que pintó su figura delante de sus ojos para
enceguecerlo y ponerlo en veloz carrera?
Los encuentros se fueron repitiendo y la pasión y
el desenfreno fue en aumento. Nunca pudo olvidar la primera vez
que unieron sus cuerpos. Fue un choque que la hizo vibrar y arder
de gozo al mismo tiempo. No podía contener las
lágrimas ni dejar de temblar entre sus piernas,
entrelazadas, casi dos cuerpos en uno, que se unían y se
desunían en esa mágica danza
frenética y apasionada, cual ceremonia tribal alrededor
del fuego, fuego por fuera y por dentro, por los costados y por
todo el cuerpo. Al fin, acabaron al unísono entre gritos y
suspiros, para dejar calmar el río antes de volver a
empezar nuevamente la travesía. Cómo no emocionarse
ante semejante acto, supremo, sublime, volar con los pies sobre
la tierra,
algo que jamás hubiera creído posible.
Rebeca era su nombre, menuda su figura, grácil y
tierna su presencia, pero su aparente fragilidad contrastaba con
su fortaleza de roble y sus pequeños músculos
fibrosos escondidos debajo de sus ropas holgadas y sin
gracia.
En sus 45 años nunca una mano varonil la
había tocado, salvo algún roce casual en las
calles, o en algún mercado
atiborrado de gente. Ella eludía especialmente los lugares
concurridos, y más aún donde había muchos
hombres. La presencia de un hombre a menos
de un metro la alteraba, le generaba cierta sensación de
malestar que la llevó en algunos casos a entrar en
espasmódicas convulsiones, vómitos y en
más de una vez algún desvanecimiento. No
sabía cuando había empezado con esos
síntomas, para ella siempre habían formado parte de
su vida.
Por las noches tenía un sueño recurrente,
estaba sola en un callejón a oscuras, sentía pasos
que la seguían, empezaba a correr, los pasos aumentaban de
velocidad,
ella corría mas a prisa, los pasos también hasta
que se encontraba frente a un gran paredón sin poder
seguir, con mucho miedo y temblando se quedaba quieta,
inmóvil, mientras los pasos habían reducido la
velocidad y se acercaban lentamente, ella se encontraba
paralizada casi pegada a la pared de espaldas, los pasos estaban
cada vez mas cerca, de pronto se detenían, podía
percibir cerca de ella, un aroma a madera rancia,
vino barato, sentía una respiración húmeda a la altura del
cuello, tenía pánico
pero estaba paralizada, de golpe levemente una mano se
introducía por debajo de sus enaguas, sin violencia, muy
lentamente, como una caricia, sentía una piel
áspera, rugosa, que subía desde sus pantorrillas
hacia su entrepierna y allí como una sensación de
alivio empezaba a orinarse, primero eran unas gotas, luego
chorros que salían con violencia, la mano se retiraba
bruscamente , el aliento desaparecía y podía
escuchar los pasos en reversa que se alejaban a gran
velocidad.
En ese momento la invadía una paz sublime y se
despertaba, toda mojada, en medio de una inmensa laguna de orina.
Como era un sueño que le sucedía a menudo
solía poner unas gomas debajo de las sábanas,
viejas ,andrajosas, llenas de manchas amarillentas que no
podían borrarse a pesar de las horas que pasaba
fregándolas contra las tablas.
Le pesaban las piernas tanto como el nombre: Marlene.
Porque su bisabuela se llamó así tuvo que cargar
con ese nombre extranjero, y ahora seguía cargando, pero
con el producto de
una noche con un extranjero. Cuántas veces le
habían dicho que se cuidara? Que nunca tenía que
dejarse acabar adentro?
Pero no pudo resistir seguir prestando su cuerpo a tan
hermoso caballero. De modales tan refinados, finos dedos, piel
suave y un perfume extraño y seductor al mismo tiempo. Y
además la trataba tan bien, le hablaba en otro idioma en
el oído,
quien sabe que cosas le diría, pero sonaban a poesía.
Y ella empezó a dejarse llevar. No pudo contenerse. NO HAY
QUE MEZCLAR EL TRABAJO CON
EL PLACER SIEMPRE LE DECIA LA SEÑORA. Pero no pudo
resistirlo, primero sintió el rubor que comenzaba en su
abdomen y le subía lentamente por el cuerpo, al pasar sus
pechos sus pezones se pusieron puntiagudos y amenazantes, luego
ese cosquilleo interno que empezó a ganarle todo su
sexo, el
corazón
cada vez mas veloz emprendió una carrera desenfrenada
hacia el infinito, esa dulce rigidez que empezó a
dominarla y que la hacia sentir flotar y hundirse al mismo
tiempo.
Cerró los ojos por miedo de perderlos,
sintió su áspera lengua
recorrer su cuerpo y se dejo llevar, sin saber adónde, ni
hasta cuando, pero se dejo morir hasta explotar por dentro y al
mismo tiempo sintió sus convulsiones dentro de ella, pero
no pudo resistirlo, no quiso evitarlo y emprendió el viaje
sin retorno.
El niño se había puesto a llorar, y ella
trató de consolarlo, le besaba las lágrimas como
tratando de absorber su miedo. El avanzó hacia ella.
¡Por Dios ni se te ocurra!, le amenazó ella y
entró corriendo a encerrarse en la cocina.
Quiero el niño.
¡Vete cerdo inmundo, fuera de
aquí!
Ella envolviendo el niño con su cuerpo
trató de refugiarse debajo de la mesa. Pero el les
alcanzó. Alargo las manos por debajo de la mesa y
atrapó al niño con fuerza.
Suéltalo dijo.
No, dijo ella. Le estás lastimando, es que no te
das cuenta, le gritaba entre sollozos.
Apártate, apártate! Gritaba ella. El de un
empellón le dio una patada en el rostro que la hizo
trastabillar y soltar el niño, el cual como si fuera un
muñeco de trapo quedó colgando de un solo bracito
sostenido por él. El bebé a todo esto, lloraba a
más no poder.
Sus gritos desgarradores hicieron que ella saliera de
debajo de la mesa y se abalanzara sobre ambos, agarrando al
pequeño por el otro brazo. Ambos seguían
agarrándolo con fuerza sin soltarlo.
Suéltalo dijo él. No, dijo ella,
suéltalo tú que le estás haciendo daño.
No, no le estoy haciendo daño.
Marcos nunca mas volvió a verla, pero la
soñaba obstinadamente todas las noches. No faltaba ninguna
a la cita y en sueños la amaba profundamente,
recorría su cuerpo imaginario una y mil veces, saboreaba
sus aromas y exploraba todos sus relieves.
Cómo se podía amar a alguien a
quién se había visto sólo un momento, un
instante fugaz? Creo que hasta hubiera sido capaz de encontrarla
entre un millón de personas si estuviera en medio de
ellas, y a ciegas, con los ojos cerrados y los sentidos bien
abiertos. Marcos nunca había tenido novia, ni amante ni
nada. A pesar de ser un jóven bien apuesto era muy
introvertido y tímido, tanto que no podía mantener
la mirada fija en una mujer sin ruborizarse. Y las mujeres lo
miraban y mucho, porque era alto, atlético, pelo negro
ensortijado desprolijamente caído sobre la frente, ojos
verdes cristalinos, e irradiaba sensualidad varonil pura. Su
mirada noble y su paso firme al caminar arrancaba suspiros al
pasar cerca de una damisela, pero su timidez era tal que ante la
presencia de una mujer ponía distancia al momento.
Tenía su mente y corazón para una sóla mujer, y ni
siquiera sabía su nombre, él, que si quisiera
podría tener una doncella distinta por noche calentando su
cama.
Marlene empezó a sentir el peso de otra vida,
luego fueron movimientos y por último la
confirmación. Ya no era mas una, ahora eran dos en un
mismo cuerpo. La señora ya le había advertido que
estaba engordando, pero ella no quiso darle
importancia.
Comenzó a comer menos, pero igual seguía
engordando y empezó a preocuparse, además
tenía un hambre atroz. Si le ponían una vaca
delante era capaz de devorársela entera con cuero y todo.
No estarás embarazada? ,la pregunta le sonó
como un latigazo y su mente viajó hacia atrás en un
rápido raconto de sus últimos meses y allí
recordó, sus dedos finos y delicados, su extraño
perfume, su piel suave, y sin quererlo volvió a recordar
aquel momento de furioso sexo y placer, sus manos volvieron a
recorrerse imitando al viajero, y empezó a volar, sentirse
arrastrada nuevamente por los aires, inflamarse sus ahora
agrandados pechos, inflamarse el vientre abultado y ese calor que le
recorría todo el cuerpo, entró en un viaje
imaginario al pasado mientras su cuerpo empezaba a tiritar de
placer hasta convulsionarse de golpe, quedando inmóvil,
como flotando y con esa sensación de placer que
había explotado desde lo mas íntimo de su ser hacia
el infinito.
De golpe volvió a la cruel realidad, cayó
en la cuenta de su presente, todo el placer se derrumbó
como un mazo de cartas y
comenzó a sentirse asfixiada, como enterrada en vida.
Sí, estaba embarazada.
Serguei leía y releía la carta una y
otra vez sin comprender la realidad.
Cómo era posible que semejante desconocida, de
quien ni siquiera recordaba el nombre le notificara de su
presunta paternidad? No era para nada creíble,
además con ese nombre tan horrible : "Marlene". Fue una
noche paga por unos minutos de placer para desagotar toda la
energía acumulada ante tantas fantasías e historias
inventadas a sí mismo acerca de su enamorada
imaginaria.
A ver si creía que se iba a tragar el cuento. El
sabía muy bien que ese tipo de mujeres sabía como
cuidarse y no se iba a hacer cargo de algo por lo que
había pagado. Es más, a él deberían
indemnizarlo por el riesgo corrido
con esa prostituta. Hasta podía haberse contagiado quien
sabe que mortal enfermedad de esas que ahora estaban descubriendo
a cada rato.
Rompió en mil pedazos la misiva, agarró un
billete de dos francos, lo metió en el sobre que le
habían entregado y se lo dió al mensajero para que
se lo devolviera a la destinataria del envío. No le
escribió nada, ella se daría perfecta cuenta de la
respuesta. Padre? A otro con ese cuento, vaya a saber
cuántos ya cayeron antes. Y desde ese momento dejó
de pensar en el asunto no sin antes prometerse a sí mismo
no volver nunca mas al burdel de la SEÑORA MICHEL.
Buscaría otro nuevo, de mayor confianza y
jerarquía, precisamente en París lo que abundaban
eran burdeles.
Rebeca salió corriendo del mercado porque
recordó que tenía que comprar el vino que le
había encargado su tía y no reparó en el
joven que cruzaba exactamente en ese momento por la puerta.
Chocaron violentamente y salieron repelidos como si dos fuerzas
iguales y en sentido contrario los hubieran expulsado.
Fue muy cómico ver ambos cuerpos en el piso en
medio de bananas, naranjas, frutillas y tomates…Aunque a
Marcos no le causó mucha gracia, cuando vió la cara
de susto de Rebeca no pudo mas que sonreír, ésta
que en otra circunstancia hubiera reaccionado violentamente
corriendo espantada o en el peor de los casos hubiera empezado a
vomitar desenfrenadamente se quedó mirando la sonrisa de
Marcos, absorta y deslumbrada por semejante belleza masculina, y
ahora perpleja de que estuviera conmocionada por el choque con un
hombre, ¡que hombre!, si hasta parecía un
ángel salido de una historia de
hadas.
Esos pensamientos la hicieron ruborizarse, y allí
pensó con temor que podría empezar a orinarse y
trató de incorporarse rápidamente, para ello
aceptó la mano que gentilmente le ofrecía Marcos y
al tocarla sintió como un choque de algo que le puso la
piel de gallina, las ganas de orinarse ya eran incontenibles,
estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos por contenerse, pero por
otro lado había algo que la retenía y le
impedía salir corriendo.
Aceptó sin disimulo las excusas del joven, este
le ayudó a levantar las frutas y se ofreció a
acompañarla hasta su casa. ¿Rebeca
aceptó? SI, ACEPTÓ, y fueron caminando las
cuadras que los separaban del domicilio de ella. Claro,
después de los acontecimientos ocurridos se olvidó
por completo del vino y hasta de las ganas de orinar que hasta
minutos antes eran incontenibles. Caminaron sin decirse una
palabra, cuando llegaron a la puerta de la casa de ella, Marcos
se inclinó gentilmente, tomó una de sus manos y
depositó suavemente sus labios, los retiro y se
despidió. Se fue sin mirar atrás, por suerte,
porque Rebeca se había quedado tiesa con una mano semi
levantada (la del beso) y de la otra se le habían
caído todas las frutas nuevamente.
No recuerda cuanto tiempo permaneció así,
inmóvil, pero volvió a la realidad con los gritos
de su señora tía que le reclamaba infructuosamente
el vino que ella nunca había traído. Esa noche
Rebeca soñó, pero no pudo recordar el sueño
y al despertar se dio cuenta que estaba sonriendo y la cama
estaba seca.
Ella apareció en mi vida de una manera casual,
extraña, solo conocía mi foto y mi teléfono, las dos estábamos
seleccionadas para rodar un corto. Ella era una princesa y yo una
doncella. Era un corto de época. Me llamó y
comenzamos una serie de conversaciones interminables.
¡¡¡¡nunca había gastado tanto en
teléfono!!!
Estaba pasando una mala temporada en mi matrimonio, muy
mala, la relación entre los dos era un infierno y
llegó ella, como confidente y amiga y parecía ser
la única que me entendía, como esa hermana que
nunca tuve, o aquella amiga de la infancia con
la cual nos contábamos todo. Yo me sentía vieja,
desgastada, con un hombre a mi lado al que parecía ser que
ya no le decía nada. Yo estaba tomando antidepresivos y a
ello achacaba mi falta de interés
por mi marido. Pero debía estar equivocada, aquellas
conversaciones telefónicas me llevaban a unas sensaciones
difíciles de describir, estaba deseando conocerla, ver
como era ese ser que podía entenderme tan bien como
sólo dos mujeres que han pasado por lo mismo pueden
entenderse.
Por fin llegó el día tan esperado, el
día que nos encontramos, decidimos viajar juntas en el
auto de ella y así poder charlar frente a frente de todas
nuestras penurias y nuestras fantasías.
Rebeca nunca más volvió a encontrarse con
Marcos, le buscó miles de veces, utilizaba cualquier
excusa para ir al mercado, y siempre, como de casualidad soltaba
las frutas como en un descuido, para ver si aparecía aquel
ángel para ayudarle, pero nada, la mayoría de las
veces terminaba levantándolas sola o a veces, las menos,
algún viejo se apiadaba y la ayudaba a
levantarlas.
Su tia la regañaba a menudo porque siempre
llegaba con las frutas machucadas de tanto tirarlas y hasta la
había amenazado con ir a hablar con el dependiente del
mercado para exigirle que dejara de estafar a su sobrina
vendiéndole fruta en mal estado.
En esos casos, Rebeca la calmaba y por un par de semanas
traía la fruta en buenas condiciones. En realidad lo que
hacía, era que con sus ahorros compraba fruta de
más, la primera la dejaba caer, y la levantaba, la dejaba
caer y la levantaba, y a la cuarta vez se daba por vencida, la
juntaba, se la regalaba a unos mendigos que merodeaban por el
mercado, volvía a comprar fruta buena y se volvía a
su casa con un paso cansino y vencido por la ausencia del
ángel y preguntándose siempre si lo volvería
a ver alguna vez de nuevo.
Mi depresión
no eran las pastillas. Como me dijo un día una amiga
"lo que necesitas es cambiar de jinete", creo que
tenía razón. Mi compañera de viaje se
empezó a reír a carcajadas cuando escuchó
eso y a mi también me causó mucha gracia, y
allí noté que hermosas facciones tenía y que
boca tan sensual. Con razón ella iba a ser princesa y yo
una pobre doncella.
Muy amable me llevó al sitio del rodaje, como
estaba lejos paramos un poco antes de llegar en un restaurante
para cenar, ella era muy agradable en su conversación,
más que por teléfono, y tan alegre.
No se como empezamos a tomar un vino dulzón de la
casa, que tenia un aroma a frutos del bosque y que se dejaba
beber con facilidad. Nos bajamos dos botellas y estábamos
tan alegres que ya nos reíamos de cualquier cosa, un perro
que pasó cojeando, una pareja que se hacía
arrumacos y se notaba la desesperación de él por
llevarla a la cama, y hasta de una pobre vieja con un sombrero
ridículo que trastabilló y dio de bruces contra un
pozo de barro, pobre, casi se ahoga y nosotros a una treintena de
metros destornillándonos de risa.
Por pudor traté de evitar seguir riéndome
y le puse suavemente mi mano en la boca de ella para que no
siguiera y el contacto con sus labios me produjo una
sensación extraña (personificar la imagen).
Imposible de describir, fue como una ráfaga de aire que
recorrió mi espalda. La retiré inmediatamente y me
ruboricé.
Serguei necesitado de sexo fácil
empezó a recorrer los prostíbulos de París
pero le ocurría algo muy extraño. Cuando estaba en
el momento preciso de iniciar la relación propiamente
dicha, su miembro erecto hasta ese momento se desplomaba
instantáneamente y quedaba pendiendo flácido y
retraído como un flan. Una vez llegada esa
situación no había manera de revivirlo, hasta una
vez probaron entre tres mujeres, pero no había caso, lo
cual además de ruborizarlo y disminuirlo
psicológicamente le provocaba una furia inmediata que le
hacía cometer los mayores daños posibles. Empezaba
a golpear los muebles, los tiraba contra las paredes y
arremetía contra las mujeres acusándolas de
ineficientes y empezaba a pegarle con el cinto, con los
puños ,a patadas, con lo que tenía a mano, hasta
que llegaban los matones del prostíbulo quienes sin
ningún miramiento le propinaban soberana paliza y lo
dejaban tirado en un callejón oscuro a cientos de metros
del lugar, magullado, sangrando, a veces fracturado y sin
ningún cobre en los
bolsillos. Su fama fue creciendo en la ciudad y en París
ya no quedaba burdel dónde fuera bien recibido. Ni en los
de mala muerte,
aquellos sadomasoquistas, lo único que hacían
apenas entraba era arremeter directamente contra el y dejarlo
molido a palos en algún basural. De nada servía que
recurriera a la policía pues estos estaban arreglados con
las casas de servicios. Y
hasta podía ser peor porque lo guardaban en calabozo con
otros malandras y donde si se descuidaba terminaba siendo
alimento de las feroces ratas que pululaban por esos
lares.
Al terminar de cenar, cuando íbamos hacia
el coche, no se como, apenas sin darme cuenta, ella me
agarró por un lado y me besó en la boca, me dio un
beso que casi me dejó sin respiración. Sentí
como un latigazo por todo mi cuerpo, algo que me recorrió
de la cabeza a los pies. Después me la quedé
mirando sin saber que hacer, conmocionada por lo ocurrido, era la
primera vez que una mujer me besaba. Es más, subimos al
auto sin decir una palabra y yo me encontré deseando otro
beso, y para sorpresa mía se lo di yo. Subimos al coche y
llegamos al lugar donde era el rodaje al día siguiente,
allí teníamos reservadas habitaciones en un
pequeño hotel. Nos
encontramos con el director que nos dio las buenas noches y se
fue. Nosotras nos acercamos al monasterio, el lugar del rodaje,
era un sitio espectacular, del siglo XVII, hermosísimo.
Para colmo había luna llena. Estábamos solas. No
había ni un alma a nuestro
alrededor. Y llegaron mas besos y mas caricias, y mi cuerpo
temblaba, ya me había olvidado de lo que significaba la
palabra deseo. Eso era lo que yo sentía. Le necesitaba con
urgencia. Necesitaba mas besos, mas caricias, la necesitaba y la
deseaba para mi.
Suelta al niño, le estás haciendo
daño. No, no le estoy haciendo daño.
Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En
medio de la oscuridad el trató de quebrar los dedos de
ella con fuerza para que soltara el niño, mientras con
otra mano lo tironeaba tomándole del brazo, cerca del
hombro, el bebé no dejaba de chillar.
Ella sintió que sus dedos iban a abrirse,
sintió como el pequeño se le iba de las
manos.
¡NNNNNNNNNNNNNNOOOOOOOOOOOO! Gritó
desesperadamente como en un aullido desgarrador que corrió
la nebulosa noche como un relámpago de hielo, cuando
percibió que el niño se le iba de las manos.
¡TENIA QUE RETENERLO, CUESTE LO QUE CUESTE! Trató de
tomarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y
por uno de los pies y se echó hacia atrás. Pero
él, obnubilado, no lo soltaba. Notó
(él) ahora que se le iba de las manos y
también agarró con fuerza su muñeca y el
otro pié y allí tiró con el máximo de
sus fuerzas.
Así, el problema quedó
zanjado.
Volvimos al hotel, a los dos minutos estaba en la puerta
de mi habitación, le abrí entre temblores. Era
tierna, amorosa, cariñosa y dulce, sobre todo muy
dulce.
Empezó acariciándome poco a poco,
suavemente, con toda la ternura posible y yo empecé a
derretirme. Aquello era superior a mi. Empezó a besar todo
mi cuerpo, a lamerme como si yo fuera un dulce, mi cuerpo se
levantó, la sensación de placer comenzó a
inundarme, eran como ráfagas de algo conocido pero
olvidado hacía tiempo. Con su boca recorrió mi
cuerpo, llegó hasta el lugar perfecto, ella sabía
donde y como acariciarme, y de pronto algo inaudito, fuerte,
inmenso me llenó toda, algo extraordinario me
completó. La sensación es muy difícil de
describir, es como un grito interno, como un caballo que se
desboca, que te llena y te desborda, puede contigo.
El mundo se acaba, es una explosión de ternura,
de deseo, reventar y explotar por dentro, y te agarras a ella
como si fuera lo único que existe, y te sientes morir de
tanto placer, sientes que no puedes mas, que estas
mareándote, y entonces, ella se acerca despacio, te besa y
juguetea con sus dedos y comienza a moverse y tu te mueves a su
compás y de nuevo te inunda esa sensación, crees
que vas a desvanecerte, que no puedes mas, te inundas de placer y
gritas, te eleva por encima de todo, por sobre cualquier
sensación, sencillamente es fantástico, es
demasiado. Y la besas y la muerdes y la arañas, porque el
sentimiento es tan intenso que no puedes contenerte.
De nuevo ese placer, esa especie de gloria, de algo
indescriptible…y te das cuenta que siempre estuvo, al alcance,
que permaneció olvidado, latente, esperando que le
abrieran las compuertas para desbordar con furia todos los
cauces, borrar los límites e
inundarlo todo, hasta ahogarte, y dejarte inconsciente en el
medio de la ruta, a metros de que el camión te pase por
encima.
Marlene caminaba sin pensar en nada por el puente,
sólo sentía de vez en cuando sus movimientos y por
momentos su abdomen adoptar una rigidez extraordinaria. En esos
momentos corrientes eléctricas la envolvían,
mientras las imágenes
del momento de la creación de ese ser que llevaba dentro
flasheaban en su cabeza y le provocaban mareos incapaces de
contener.
A menudo terminaba con su cuerpo en el suelo si no
encontraba a tiempo algo de que agarrarse. Ahora sintió lo
mismo pero con mayor intensidad, y se dio perfecta cuenta que no
podía contener el desmayo, allí intentó
agarrase de la baranda del muelle, por favor que mareo, nunca
había sido tan intenso, se sintió convulsionar y se
agarró con la otra mano también, y esas
náuseas, tenía que vomitar ya mismo, y al ver el
río debajo pensó con la poca lúcida conciencia que le
quedaba nada mejor que lanzar sobre el río y que se
llevara el producto de su vacío estómago,
famélico por días sin probar bocado.
Como no podía descargar libremente con las pocas
fuerzas que le quedaban se subió unos peldaños al
puente y se inclinó sobre el río, allí
sintió un mareo mayor, hasta le pareció ver su
imagen reflejada, a unos doce metros. El río estaba calmo,
la luz de la luna pegaba de lleno, era como un espejo que
incitaba al reflejo. El mareo aumentaba, de golpe sintió
como una fuerza extraña que la tironeaba de abajo, una
atracción imposible de resistir, subió un par de
peldaños mas, ya casi todo su cuerpo estaba fuera del
puente, además su equilibrio ahora estaba desplazado, se
inclinó más, y más, y se sintió
despegar del suelo y comenzó a volar.
Marcos caminaba en uno de sus largos paseos nocturnos en
busca de su enamorada imaginaria. Como siempre no la
encontró, y esa noche estaba doblemente desilusionado
porque hacía días que ya no podía percibir
su fragancia, esa fragancia que el se había inventado, esa
piel suave que había imaginado durante tantas noches de
turbulentos sueños. Se sentía decepcionado consigo
mismo, amargado, y desde hacía ya un tiempo sus
sueños no tenían la pasión de otras
épocas, muchas veces ni podía recordarlos y otras
despertaba con un sabor amargo en la boca del
estómago.
Empezó a llenarse de dolores, y su rostro
envejeció prematuramente. Es como si diez años
hubieran caído de golpe sobre sus espaldas. Se
encorvó y su mirada perdió el brillo y la
profundidad que cautivaba a las mujeres a su paso. Una barba
descuidada de varios días cubría su varonil rostro
y su aspecto desgarbado comenzaba a provocar rechazo entre sus
amistades que no podían entender el motivo de tal
transformación. Es que no hay nada peor que enamorarse de
una imagen y empezar a perder las nociones del contorno, comenzar
a borronearse y a perder hasta sus olores y sabores inventados, o
transformarse en otros sabores y otros olores no
deseados.
Sin darse cuenta sus propios y ahora rancios olores
estaban cambiando a los de su sueño amado. La noche estaba
tranquila y decidió ponerse a ver la ciudad desde el Pont
Neuf , tratando de soñar despierto para recuperar sus
imágenes. Cuando llegó a la entrada del puente
observó con sus gastados ojos un cuerpo que despegaba del
mismo y caía al vacío. Escuchó su ruido al
chocar contra la superficie del agua y
comenzó a correr hacia el lugar para ver si estaba en lo
correcto. Al llegar al medio del puente y mirar abajo vió
claramente un par de brazos que se sumergían.
De pronto te sientes triste, sabes muy bien lo que ha
significado esto, es difícil que después del rodaje
volvamos a vernos, ella es de Burdeos y yo de Cannes y a ti te
gustaría tener contacto con ella, pero tienes una pareja,
un marido, hijos, y…
¡¡que curioso!!!, piensas: es la primera vez
que hago el amor con
alguien que no es Alberto,(mi marido) pero no tengo
ninguna sensación de haberle engañado.
¿qué me pasa?. ¿qué me ha
pasado?.
El tiempo pone todo en su sitio, esa historia poco a
poco se acabó. Le sigo teniendo un cariño inmenso y
es mi amiga, de vez en cuando hablamos o nos escribimos. Todo fue
muy bonito y para mi muy importante.
Es curioso, ha pasado el tiempo y sigo pensando que no
engañé a mi marido. El engaño es otra cosa.
Pero si el supiera esta historia pensaría que le
había engañado, y aseguro que no es
verdad.
Serguei permanecía tendido, inmóvil,
sangraba por la nariz y la cabeza, un tajo no profundo pero
manaba abundante sangre. Esa
última golpiza había sido muy dura y estaba
totalmente inconsciente. Cuando Rebeca abrió la puerta de
su casa porque había escuchado extraños ruidos lo
hizo con sumo cuidado, y dejando puesta la cadena
interior.
No podía ver muy bien la calle pero le
sorprendió encontrar dos pies que asomaban a un costado de
la acera. Cerró la puerta asustada y se quedó
apoyada en ella tratando de escuchar algo más. Los minutos
pasaron y no se oía nada. Volvió a abrir y los pies
seguían allí. No sabía que hacer, estaba
sola, su tía se había ido un par de semanas a la
campiña a casa de sus primos, siempre lo hacía en
tiempos de cosecha, sabía que lo mejor era cerrar, echar
todos los cerrojos, y dejar que la patrulla policial que pasaba
frecuentemente se hiciera cargo de lo que allí
había, pero Rebeca había cambiado, y la curiosidad
pudo más. Abrió la puerta con cuidado, por las
dudas en la otra mano llevaba un largo cuchillo que había
tomado de la cocina, primero miró a ambos lados de la
calle, no había nadie, y luego se fijó en la figura
que estaba inconsciente a un costado de la entrada de su casa. En
un primer instante se maldijo por haber abierto porque ahora
tenía que tomar una decisión, qué
hacía?
Rebeca había cambiado, sus pensamientos no eran
lo mismo y algo que en otro momento nunca hubiera hecho la
incitó a tomar ese cuerpo y con dificultad lo introdujo
dentro de la casa. Lo tendió sobre el sofá del
living y fue al baño por algunas vendas y gasas.
Cuidadosamente le lavó las heridas, lo cubrió con
unas mantas no sin antes sacarle las botas mugrosas que llevaba
puestas, y se quedó toda la noche a su lado de vigilia
para cuando despertara.
No sentía temor alguno, es mas disfrutaba verle
dormir placenteramente y empezó a recorrer con su mirada
todos los ángulos de esa cara blanca, casi
apolínea, y sonrió al pensar que acariciaba esos
rubios rulos descuidados que caían a los costados cual un
mosquetero del rey de las viejas historias. Ella se acercó
a olerlo, y a pesar de su aspecto desalineado su piel
tenía un perfume particular, tabaco dulce y embriagador. Y
empezó a lamer sus heridas.
Sin pensarlo un instante Marcos se subió a la
baranda del puente y se arrojó al río, el choque
con el agua
fría le provocó una sensación
extraña, como que entraba a otro mundo, oscuro, lleno de
sombras y burbujas, intentó buscar a tientas el otro
cuerpo, se dirigió hacia la profundidad del lecho, que por
la sequía imperante era de unos pocos metros, los
oídos le zumbaban y trató de abrir los ojos
desmesurados como si fueran faroles de buzo en busca de un tesoro
perdido, creyó percibir, mas que ver, la turbulencia de
agua y barro a unos metros a su izquierda, buceó hacia
allí con el poco aire que le quedaba, tendría que
salir a respirar y volver, pero tenía miedo de perder idea
del lugar, ..vio una figura en el fondo que parecía
debatirse violentamente en convulsiones, al estar cerca
reconoció una mujer de abultado abdomen que tenía
su pierna atrapada por unos ganchos de hierro
retorcido y oxidado que abrazaban un pilar de acero del puente
como un enamorado a su amada, sus pulmones pedían auxilio
pero la mirada de la mujer suplicante pudo más,
tenía que resistir, trato de tomar su pierna y jalarla
hacia arriba, ella abrió su boca en un alarido sin
sonido por el
dolor, la carne se desgarró y comenzó a manar
sangre a borbotones que se mezclaban con el agua revuelta y el
barro, Marcos no aguantaba más, tenía que subir por
aire ya, intentó darse vuelta y subir pero ella
desesperada lo tomó de la cabeza y lo tiró hacia
atrás con violencia, con tan mala suerte que golpeó
contra uno de los pilares del puente, lo soltó
inmediatamente pero quedo atontado, y el agua empezó a
penetrar por su boca y a llenar sus pulmones, sus ojos se
salían de las órbitas, giró y miró
por última vez a la mujer y con sorpresa en un
último suspiro de vida le pareció ver el rostro de
su enamorada, cerró los ojos, esbozó una sonrisa y
cayó lentamente sobre el lecho barroso del río.
Ella ya estaba inconsciente, inundados sus pechos de agua sucia,
se bamboleaba trágicamente al compás de la
corriente del río agarrada por su pierna y chocaba y
rebotaba contra el pilote.
Rebeca lavó sus heridas con su lengua y luego
poco a poco, muy despacio como con un bebé le sacó
sus ropas. Las puso a un costado. Lo tomó de las axilas y
lo llevo arrastrando hasta el dormitorio. Rebeca era una mujer
muy fuerte, siempre había hecho trabajos de hombre en la
casa de su tía porque por sus problemas
nunca podía haber un hombre en la casa. Lo recostó
en la cama.
Primero puso su torso, acomodó suavemente su
cabeza sobre la almohada, luego subió sus piernas, se
entretuvo acariciando los dedos de sus pies, tan toscos, pero tan
atractivos. No recordaba pies de hombres como esos, y
además no había visto muchos. Luego lentamente le
fue sacando toda la ropa interior, hasta dejarlo completamente
desnudo.
Se alejó un par de metros para mirarlo de cuerpo
entero. Miles de imágenes la invadieron, y poco a poco
comenzó a quitarse su ropa. Con cuidado, delicadamente,
fue doblando su ropa sobre la silla. Fue como en un rito, una
ceremonia sagrada, tratando de recordar cada gesto al ir
desprendiendo cada una de sus ropas. Al quedar completamente
desnuda, se tendió a lo largo de él, no
sentía frío, al contrario, se sentía hervir,
lo abrazó encerrándolo entre sus brazos,
apoyó su cabeza en su pecho y se dejó dormir. El
cuerpo de Serguei no respondió al abrazo, difícil
que lo hiciera,
hacía horas que había dejado de
respirar.
FIN
Autor:
Sergio Kohan