- Isla de Quinchao, corazón
de Chiloé - De la villa castreña a
la ruralización de la sociedad
chilota - El empoblamiento de la Isla de
Quinchao (1567-1609) - La entrada de los jesuitas en
Chiloé y en Quinchao (1609-1624) - La sociedad
quinchaína a comienzos del siglo
XVII - El desarrollo de
las misiones circulares (1624-1640) - Los conatos de
rebelión de mediados del siglo XVII - Hacia la
formación de la residencia en Chequián (fines del
siglo XVII) - Los comienzos
del siglo XVIII y la grande rebelión de
1712 - Quinchao entre
1717 y 1767: la formación de Achao - Chiloé,
colonia del virreino: los franciscanos en Quinchao
(1767-1784) - Achao en la
postrimería de la colonia
(1784-1826)
Bibliografía citada en el
texto
1. Isla de Quinchao,
corazón
de Chiloé
La historia del archipiélago de Chiloé
"está escrita por los vientos y las navegaciones; por
los canoeros que domesticaron el mar y lo hicieron carretera,
ruta de encuentros y desencuentros. Su isla capitana es la de
Quinchao, un puente a la Gran Isla, a la Costa, como le dicen
desde la lejanía. Fue centro del mundo aborigen y los
europeos la transformaron en la gran puerta misional hacia las
islas" y en el lugar privilegiado
de salida de las expediciones jesuíticas hacia los
archipiélagos del sur, cuando a la vocación
evangelizadora se une la curiosidad inteligente y atenta del
explorador y del hombre de
amplia cultura: pues
tales eran los jesuitas. La
isla de Quinchao y su archipiélago son el verdadero
corazón del Chiloé tradicional e indígena:
lo es hoy, en cuanto en las islas que lo componen, sobre todos
las menores, es donde mejor se conserva el patrimonio
cultural chilote, mapuche e hispánico a la vez; lo fue
antaño, en cuanto representaba la cabecera de la sociedad
indígena al momento de la conquista castellana, una
sociedad ya entonces mestiza en cuanto resultado del encuentro y
mezcla entre los cunco del norte, etnía de origen canoera
pero de lengua y
cultura mapuche, y los preexistentes chono, nómadas del
mar, tal vez los primeros pobladores del archipiélago
chilote.
La isla de Quinchao, juntamente con las que la
acompañan, dan vida, según algunos Autores, a
"un tipico paisaje volcánico con playas levantadas y
extensas, cerros pequeños y con grande pendientes que
llegan hasta el mar"; según
otros, constituyen el residuo de la morena frontal generada por
aquel vasto ventisquero que, desde el volcán Michinmawida
y las demás cumbres andinas, antaño
descendía hasta alcanzar la cordillera del Piuchén
en la Isla grande y, en una fase sucesiva, hasta el arco natural
dado por la isla de Quinchao, la costa abrupta que se extiende
entre Dalcahue y la punta de Quicaví, y el grupo de las
islas Chauques, que son el natural seguimiento de aquella punta.
Sí, porque todos los grupos
isleños del mar interior de Chiloé hace solamente
unos 14.000 años desde que emergieron de los casquetes
glaciales que los taparon durante miles de siglos y, alimentando
con sus aguas los océanos, provocaron la subida del nivel
marino y la consecuente separación de Chiloé del
continente. Solamente entonces, quedando libre de hielo, el
archipiélago de Quinchao pudo poblarse, aunque las
primeras evidencias de
la presencia humana son muy sucesivas a tal periodo y remontan al
5.000 aC. Tratándose de pueblos canoeros que vivían
a la orilla del mar, eventuales restos más antiguos
dificilmente podrán encontrarse, pues sus asentamientos
quedaron por debajo del nivel marino, cancelados por el
vaivén de las aguas.
Fig. 1. Progresivo retiro del casquete glacial del
área chilota: a) extensión máxima de la
glaciación (15/20.000 aP): solamente la parte más
septentrional y aquella occidental de la Isla Grande, la cual
todavía es unida al continente, se encuentra libre de
hielos y cubierta por forestas; b) después de la primera
fase de retiro del casquete glacial (alrededor del 14.600 aP), la
Isla Grande se vuelve totalmente libre de hielos y la foresta de
coníferas (cipreses, alerces, mañíos) se
extiende por doquiera; una área de aguazales, a veces
cubierta por las mareas, la une al continente, mientras el mar
interior en gran parte aun está ocupado por el casquete
glacial, que, tal vez, tiene en Quinchao uno de sus frentes
morrénicos; c) el casquete glacial se fragmenta y se
retira en la Cordillera (7.000 aP), tal como todavía se
presenta en los hielos continentales norte y sur, con grandes
lenguas glaciales que alcanzan el mar interior; los
archipiélagos del mar interior se cubren de
bosques.
El principal testimonio arqueológico de los
primeros pobladores de la isla de Quinchao es ofrecido por sus
conchales, "montículos (mounds) formados por restos de
mariscos, cerámica despedazada y osamentas de hombres
y animales" los cuales se
encuentran distribuidos en numerosas áreas de la costa
chilota, los cuales parecen abarcar todo el período
comprendido desde el aparecimiento del hombre en el
archipiélago, hasta la época
histórica.
El conchal de Conchas Blancas, uno de los más
imponentes de todo Chiloé pero nunca analizado seriamente,
tiene una dimensión tan grande que una comunidad de 30
personas, con una alimentación donde el
marisco asegurara un aporte fundamental, demoraría 2 o 3
siglos para producir un volumen similar:
ésto hace pensar que la ocupación de los sitios
cercanos al conchal fuera bastante continuativa, o bien que
existiera una actividad de trueque en la cual la comunidad
quinchaina producía marisco que trocaba con las
comunidades del interior de la Isla Grande.
Durante el invierno de 1996, algunos "pelilleros" que
realizaban algunas faenas en la playa a orillas del conchal,
hallaron fortuitamente un esqueleto en el conchal. El material,
bastante completo y en buenas condiciones, corresponde a una
mujer de unos 45
años cuyas "caracteristicas morfológicas
[…] y las patologias corresponden a los que se suelen
encontrar en grupos indígenas de modo de vida centrado en
la caza y recolección y adaptación costera.
[…] Similar a los encontrados […] en los grupos
canoeros australes y afín a material esqueletal encontrado
en la localidad de Puente Quilo".
También en la localidad de Quinchao ha sido identificado
un conchal que contiene un enterratorio: el material óseo
quedó en el sito, sin que la estructura del
mismo haya sido disturbada.
Es probable que desde la época de su inicial
frecuentación humana, la isla de Quinchao, así como
otras del mar interior, hayan gozado de un microclima más
favorable de aquello que caracteriza la Isla Grande, tal como
ocurre en la actualidad; lo cual se debe a la mejor exposición
geográfica, más reparada de los vientos del oeste,
generalmente muy tempestuosos, y sobre todo por la positiva
influencia del mar interior que suaviza las temperaturas
invernales de las islas rodeadas por el mismo y, sobre todo,
reduce la lluviosidad del área.
El mar interior chilote, además, es el lugar de
encuentro de las corrientes marinas producidas por las
diferencias horarias de las intensas mareas ocednicas al norte y
al sur de la Isla Grande: encuentro que produce grandes
turbolencias (rayas), las cuales favorecen una buena
oxigenación de las aguas y, consecuentemente, una mayor
abundancia de marisco.
La menor lluviosidad y la abundancia de marisco han
favorecido desde los tiempos más antiguos el insediamento
humano. De aqui el hecho que ya en correspondencia del "horizonte
canoero", el archipiélago de Quinchao pudo haberse
convertido en una de las áreas geográficas de la
región chilota con mayor densidad de
población, relativamente hablando, pues
Chiloé y sus islas durante aquel "horizonte" son
escaseamente poblados. En efectos, la inicial presencia chono fue
importante desde el punto de vista histórico y cultural,
pero modesta en el aspecto demográfico: en cuanto
nómades marinos con un sostentamento ligado
únicamente o casí a la recolección de
moluscos, cada comunidad chono, por cuanto pequeña fuera,
necesitaba disponer de una extensión elevada de ribera. De
alli que su número nunca pudo ser elevado y pasarse de
unos pocos miles de personas a lo largo de todo el
archipiélago chilote. Que los chono pudieran establecerse
principlamente en el archipiélago quinchaino y en los
esteros de la costa sur-oriental de la Isla Grande, lo sugieren
tanto razones geográficas, son las costas más ricas
de mariscos, cuanto lingüísticas, es alli donde hay
una mayor supervivencia de toponimía de origen
chono.
Fig. 2. Pluviometria del
archipiélago de Chiloé (Grenier P. 1984,
adaptación).
La presencia humana en el archipiélago chilote es
destinada a crecer grandemente con la llegada de los cunco, los
cuales parecerían haber ocupado, sobre todo la extremidad
septentrional de la Isla Grande y el archipiélago de
Quinchao: ésto se debe al hecho de ser éstas las
áreas donde un suelo mayormente
fértil se asocia a una costa ribereña
particularmente rica de pescado y marisco y frecuentada por los
lobos de mar. Un hábitat
ideal para una sociedad que conjuga una agricultura
incipiente con la recolección de mariscos y otros productos
marinos, los cuales aseguran el aporte fundamental a la
alimentación cotidiana. Los cunco, culturamente
"mapuchizados" pero étnicamente canoeros, deben haberse
fácilmente mezclado con los chono presentes en el
archipiélago y bien pudieran haber sido un "puente
cultural" entre éstos y los sucesivos migrantes huilliches
pastores y agricultores, los cuales a mayor razón
prefirieron instalarse en las áreas más
idóneas a la agricultura.
El primer europeo en divisar el archipiélago de
Chiloé, fue Alonso Camargo en 1541, aunque no sea claro si
pudo individuar la identidad
isleña del mismo, o bien le haya parecido un elemento
más de la costa continental. A noviembre de 1553,
Francisco de Ulloa entraba en el canal de Chacao, al cual llamaba
Canal de los Coronados, sin cumplir el periplo de la Isla Grande,
la cual todavía parecía ser parte del continente.
Tres años más tarde, en 1556, el galeón de
Juan Alvarado fue trajinado por una tempestad hasta el Coronados,
refugiándose en fin en la bahía de Ancud,
consiguiendo socorro de la población indígena del
lugar.
La insularidad de la Isla Grande viene afirmada
sólamente en 1558, durante la expedición marinara
de Francisco Cortés Ojea y Juan Fernández
Ladrillero y a Cortés Ojea se deben también los
primeros trazados de las márgenes occidentales de la Isla
Grande y del Golfo de Ancud. El escribano, de la misma
expedición, Miguel de Goizueta, escribe noticias
detalladas acerca del archipélago chilote y de su
población, afirmando que las costumbres, las abitaciones y
la lengua eran parecidas a la de la Araucanía, y
así mismo las vestimientas, particularmente coloradas.
"Los indios andan gordos è bien vestidos [… y
hay] mucha comida de maiz crecido
è gran masorca, papas è por otros quinoa è
una de tierra baja
sin monte e de casas son grandes, de 4 y 6 puertas [y] de
la obediencia que tienen á los casiques que no siembran
sin su licencia los indios de sus cabies; […] e las
papas las guardan en unos cercados de caña de un estadio
en alto é de seis é siete pies de hueco, è
destos dicen hinche cuatro è tres cercados de papas
è tienen á seis è á cuatro è
á ocho obejas cada indio, é á los caciques d
12 è á 15 è á 20 é solo una
obeja atan é todas las otras obejas van sueltas tras
ellas, no meten en casa más de las que son lanudas [y]
las demas quedan en el prado con la que atan en un palo que
tiene incado [;] cuales tienen cada uno señaladas i
el que las hurta lo mata el casique quejándose a él
el que la pierde. [… ] Las baras con que hacen sus casas
las traen de dos jornadas de su sitio é cubrenla con paja
que llaman coirón é dura cada casa diez o doce
años [;] queman por leña las canoas del maiz
è las cañas de la quinoa è cuando les falta
lo dicho traen leña dos jornadas de allí; […]
en un cabí que llaman Quilen dicen que son oro è
sacalo el casique que se llama Queteolan y en los cabies que
estan en la costa del mar que se toma mucho pescado lo cual comen
y da debalde á los de la tierra
adentro [y en] especial [modo] en el cabí
que llaman Huylazt y en esta provincia tienen que beber los
más del año [en] especial en el cabí
que llaman Quinchao".
"Han de hacer ventajas a las que hasta agora
están vistas en todas las indias, por ser muy poblada
gente, vestida de manta y camiseta comno la del Cuzco, y haber
mucha comida y grandes insignias de oro y plata, buen temple y
buenas aguas, tierra de riego y otras cosas que dan evidentes
señales
a que se crea de ella sea rica y
próspera" añade
Francisco de Villagra en una carta que en 1561
envía al virrey Diego de Acevedo.
Y no faltan otros testimonios acerca de la elevada
intensidad poblacional de Chiloé: "aunque era montuoso,
con todo eso estaba muy poblado de indios que tenían
mantenimientos suficientes dentro de sus
tierras". Diego de Rosales en su
Historia General del Reyno de Chile precisa que en: "el
año 1566, numerando los indios destas islas del
Archipélago de Chiloé halló de
matrícula cincuenta mil
indios".
Al mismo tiempo en que
Cortés y Ladrillero alcanzaban Chiloé por mar,
Hurtado de Mendoza lo hacía por tierra: lo
acompañaba Alonso de Ercilla y Zúñiga.
Salido desde Valdivia, "llegó a la vista de la costa
por donde desagua un caudaloso río llamado Puraylla
[… y allá] donde desemboca el río en el
mar, asentó el jeneral su campo en una loma, mandando se
buscasen barcas. Llamanlas los naturales piraguas, son hechas de
tablas largas: trábanlas y cósenlas con cortezas de
árboles, y van en cada una diez o doce
remeros […]. En suma llegaron Domingo de la Cananea
a la playa de un
archipiélago". Se trataba
del canal de Chacao, que alcanzaron el 28 de febrero de 1558: el
poeta quedó admirado frente a la belleza del golfo
ancuditano y de las islas que él llama
"deleitosas" y que Hurtado de
Mendoza bautizó Cananeas, un nombre destinado a olvidarse
(como él de Coronados). "Hallábanse sus islas
pobladas de indios de buena disposición, donde
frecuentaban grandes pesquerias, acompañadas con crias de
diferentes ganados. Estaban todos vestidos de unas como mucetas
de lana por estremo fina y peluda, debajo de quien traian
camisetas. Cubrian las cabezas con caperuzas de lo mismo, y usaba
calzones, todo a fin de ser tierra muy fria. […]
Descubiertas las islas, no se hallaba manera de pasar a ellas,
mas atropelló dificultades el ánimo del
capitán Julian Gutiérrez, que […]
buscó con toda dilijencia tres piraguas grandes con los
remos que convinieron" y así
lograron cruzar el canal y alcanzaron las playas de la Isla
Grande.
Transcurridos cuatro años desde la
expedición de Cortés y Ladrillero, el 20 de noviembre
de 1562 Francisco de Villagra desembarcó en la isla de
Quinchao con unos 35 hombres, enfrentando la resistencia de la
población mapuche de la isla: con este desembarque,
comienza la conquista de Chiloé y de su
archipiélago.
Sin embargo la ocupación efectiva y permanente
del archipiélago tardará todavía cinco
años. En 1567 Martín Ruiz de Gamboa, yerno de
Rodrigo de Quiroga, gobernador Chile, con el apoyo de 120
castellanos y numerosos "indios
amigos" alcanza Chiloé por
tierra y el 12 de febrero del mismo año fonda una ciudad
en la "mitad de la isla, y viendo era bien poblada [… en
un lugar situado] junto a la mar, ribera de un río,
rodeada de hermosas fuentes
criadas de naturaleza de
muy buena agua, y
hermosa campaña abundantemente regalada de muchas
pesquerías de toda suerte de pescados; púsole
nombre la ciudad de Castro, y a la provincia, Nueva Galicia.
[…] Después […] se embarcó en un
navio del rey y anduvo navegando hasta el archipélago, que
es de muchas islas […]. Pues habiendo navegado por estas
islas y tomado plática de todas ellas, echó en
tierra al capitán Antonio de Lastur que llamase de paz los
principales de una isla grande llamada Quinchao, de muchos
naturales, el cual lo hizo tan bien, que trajo la mayor parte
dellos consigo a dar la obediencia al general en nombre del
rey,". Lo cual hace
pensar que al momento de la conquista española, Quinchao
aparentaba ser la isla más poblada del archipiélago
de Chiloé, como lo atestan también algunos entre
los primeros testimonios de la época.
No sabemos donde desembarcó Antonio de Lastur;
sin embargo, podemos razonablemente individuar cuales fueran los
lugares principales de la isla de Quinchao, es decir donde mejor
coincidian buenos campos, aptos a la agricultura, y playas
arenosas ricas de mariscos, que bien se ofrecían a la
faena pesquera realizada desde las dalcas y, sobre todo, por
medio de corrales. Se trata de las playas de Huyar, Palqui,
Curaco, Chullec, Achao, Quinchao, Matao y Chequián, cuya
etimologia chono (con la sola excepción de Curaco) sugiere
que ya precedentemente allí mismo estuvieran los
principales insediamentos humanos de la isla.
Antes de regresar a Santiago, conciente de lo aislado
que era el emplazamiento de Castro, Martín Ruiz de Gamboa
quiso fundar otra villa a orilla del canal de Chacao, la cual fue
denominada San Antonio,
la odierna Chacao, y crear un presidio permanente a mitad camino
entre San Antonio y Castro, tal vez la odierna Tenaún o la
cercana San Juan, no solamente para crear un apoyo durante el
recorrido de la ribera oriental de la Isla Grande, sino
tanbién para asegurar un punto de salida hacia Quinchao y
favorecer el control de esta
isla. Finalmente, era nel marzo de 1567 y habia transcurrido
solamente un mes desde la fundación de Castro,
Martín Ruiz de Gamboa retornó a Valdivia,
después de haber dejado "en la ciudad de Castro un
capitán [Alonso Benítez] que la tuviese a su
cargo y mandase visitar aquella provincia, con orden que si lo
que él habia repartido saliese alguna parte incierta lo
remediase con la mejor orden posible, no permitiendo se hiciese
agravio alguno".
2. De la villa
castreña a la ruralización de la sociedad
chilota
La fondación de Castro se realizó de forma
planificada, conformemente a las disposiciones emanadas por las
autoridades reales en la Leyes de Indias y
que fueron aplicadas en todas las Américas, casí
sin excepciones. Individuado el asentamiento de la futura ciudad
– un lugar que tuviera buenas defensas naturales, que fuera
fácilmente accesible desde el mar y estuviera cercano a
los recursos
naturales indispensables – se procedía a trazar la
Plaza de Armas
(también dicha Plaza Mayor), alrededor de la cual se
iría desarrollando la villa, con sus calles que se
cruzarían perpendicularmente, según un modelo similar
al empleado por las legiones romanas al colonizar nuevas
provincias. De hecho, la única villa fondada en
Chiloé conformemente a la Leyes de Indias fue Castro, en
cuanto los demás poblados no tenían
características urbanas.
En efectos, el nacimiento de poblados podía darse
también de otras formas menos planificadas. Podían
formarse alrededor de la empalizada de algún fuerte en
consecuencia de una precisa voluntad, y en este caso se daba un
trazado y se asignaban manzanas, como ocurrió en el caso
de San Antonio de Chacao; o bien espontáneamente, como
ocurrió en San Miguel de Calbuco, cuando allí
buscaron refugio en 1602 muchos osorninos escampados de la grande
rebelión de Pelantraru, gracias a la cual los mapuches
recuperarán su independencia.
En fin, un caserío podía nacer de forma totalmente
espontánea alrededor de una capilla y con el tiempo
convertirse en villa: y éste es el caso de Achao y de
todos los demás "pueblos de indios". No ocurrió
nunca, en Chiloé, que surgieran caseríos alrededor
de las haciendas agrícolas establecidas por los
encomenderos.
No obstante el trazado y la asignación de
solares, San Antonio de Chacao no alcanzó a tener
algún desarrollo y
al final del siglo XVIII viene refundado, escogiéndose en
un lugar diferente. San Juan de Tenaún, por su parte, se
constituyó para asegurar un lugar de refugio a los
castellanos que viajaban entre Castro y el canal de Chacao, o de
los Coronados como todavía se le llamaba, sin el
propósito de asegurar su desarrollo urbano y, por esto
mismo, sin proceder a ningún trazado de calles, ni a la
repartición de solares. Por lo tanto, hasta bien entrado
el siglo XVIII en Chiloé existió una sola villa,
Castro, y unos cuantos caserios que surgieron en correspondencia
de algunos "pueblos de indios" y a la sombra de las capillas,
embriones de las futuras villas.
Fig. 4. El más antiguo mapa del Reino de Chile
(pertenece a los últimos años del siglo XVI):
Chiloé es claramente identificado como un
archipiélago (mapa muy raro, probablemente inédito:
pertenece a la colección del Autor).
El primer gobernador de Chiloé, Alonso
Benítez, quien tenía el titulo de corregidor de
Castro, procedió a realizar una minuta de los indios y una
exploración del archipiélago, para determinar la
consistencia de sus riquezas humanas y materiales y
proceder a repartirlas entre los principales hidalgos presentes
en la naciente ciudad. Los indios censados resultaron ser diez
mil: cifra probablemente relativa únicamente a los adultos
aptos al trabajo y
comprensiva de las solas regiones suflcientemente exploradas.
Territorios e indios vienen repartidos en una cincuentena de
encomiendas, las cuales se ofrecen a quienes, entre los
conquistadores, podían demonstrar de tener los necesarios
méritos, así como requeridos por las Leyes de
Indias.
A través de las leyes promulgadas en tema de
encomiendas, la Corona española se proponía de
convertirse "en el gran protector de los indígenas
[y] fueron constantes las cedulas reales que daban cuenta
acerca de un buen trato para con los indígenas. [Si
bien se le] otorga a los caballeros conquistadores y a los
«hidalgos» tierras y pueblos con jurisdicción
sobre sus habitantes, los cuales, una vez convertidos en
vasallos, deben pagar tributos y dar
prestaciones
personales a sus señores, [sin embargo] se les
prohibía a los encomenderos ocupar a todos los indios de
un pueblo de indios debian ocupar solo la cuarta parte. […]
Además tenía que pagarles un salario y
tenía que acumular una cantidad de dinero en una
caja para crear una caja de comunidades para protección
del pueblo de indios. […] Llama la atención el espiritu religioso y
humanitario que mueve toda legislación de Indias.
Cualesquiera que fuesen las dificultades con que ciertas normas tropezaron
en algunos sitios de América, la voluntad de la corona
española de proteger a los indígenas y de
incorporarlos a la civilización cristiana fueron una
constante". No obstante
proposiciones tan loables, la realidad del sistema de las
encomiendas fue totalmente contrario a cuanto se proponía
la Corona, pues el lema de los encomenderos fue constantemente:
"¡Las ordenes se acatan pero no se cumplen!".
El establecimiento de una encomienda conllevaba que la
población indígena de la misma se concentrara en un
lugar al fin de facilitar su evangelización y la
recaudación del tributo, que desde el comienzo fue pagado
con el trabajo
personal, y
así la comunidad indígena recibia el nombre de
"pueblos de indios". En la idea del conquistador, el pueblo de
indio representaba un primer paso propedéutico a la
formación de un núcleo urbano en cuanto en la
cultura europea de la época, ciudad (lat. civitas) y
civilización eran sinónimos. Al pueblo de indios se
asignaban "tierras de resguardo", que, en cuanto comunitarias, no
se convierten nunca en propiedad
privada. Además de comunidad y lugar, el pueblo de indios
es también instrumento jurídico que confiere a las
comunidades indígenas un estatuto legal, lo cual les
permite emprender pleitos contra invasores de tierras y mantener
usos y costumbres tradicionales y, por lo tanto, recibe una
estructura institucional castellana encabezada por el cacique o
lonko.
En Chiloé todo ésto se cumplió
solamente en parte. La cultura mapuche, por un lado, era
profundamente ajena a la idea misma de urbanismo en cuanto
fuertemente vinculada a la tierra y a la individualidad del clan
familiar. La productividad del
campo chilote y la misma geografía del
entorno, además, no eran compatible con formas de cultivo
intensivo. Todo ésto le restó interés a
la urbanización de la sociedad indígena, más
aun cuando la evangelización jesuitica, fondada en la
misión
circular y en la atribución de especificos roles a los
fiscales, consintió la catequización sin necesidad
de reunir permanentemente a la comunidad
indígena.
Los pueblos de indios se convirtieron en los crisoles
donde se producia aquella fusión
entre elementos nativos y castellanos: una fusión que en
más de una ocasión dará origen a una cultura
mestiza original y muy peculiar, caracterizada por el sincretismo
de los valores y
de las visiones de los elementos que participan en su
generación y por garantizar, de alguna forma, la parcial
supervivencia del mundo indígena. Esto es cuanto
ocurrió en Chiloé en forma muy remarcada,
facilitada por la escasa aplicación la ley que prohibia
a los blancos y mestizos residir en los pueblos de indios y por
la evidente prevalencia étnica del mapuche sobre el
castellano,. Un sincretismo, aquello chilote, que se
extiende a todos los aspectos de la sociedad y de la vida
cotidiana; que colorea de "cristiano" el espíritu
religioso mapuche y así permite su conservación,
aunque transformado en mito; que
origina un arte y una
arquitectura
originales, tal vez lo más original que se ha producido en
Chile; que da vida a aquella cultura chilota, muy diferente de la
chilena, la cual se mantuvo muy viva hasta hace una o dos
generaciones.
Lo que sí se cumplió en Chiloé, y
tal vez en medida más pronunciada que en el resto de
Chile, fue que la encomienda se convirtiera en la
"célula primitiva" de la
sociedad criolla, fundamento de la sociedad actual, reemplazando
violentamente y sin alguna gradualidad a la
organización social indígena: una sociedad, la
castellana, enraigada en una visión feudal, clasista,
razista y autoritaria de los individuos, que se contrapone
dramáticamente a la visión profundamente
igualitaria de los indígenas. Por otra parte, la
encomienda fue el instrumento fundamental de arraigo de los
castellanos en la tierra chilota y el lugar donde "desde los
primeros días empezó a mezclarse la sangre castellana
con la sangre mapuche, i empezó a vivir la vigorosa raza
de mestizos, que hoi forma la inmensa mayoria de los habitantes
de esta
república".
Cuando Martín Ruiz de Gamboa propuso la
realización de una expedición a Chiloé para
incorporarlo a la Capitanía, el Cabildo de Santiago se
opuso, alegando que todavía la Araucanía no estaba
plenamente pacificada y que ampliando el territorio de la Colonia
se iban a desperdiciar los modestos recursos
militares disponibles. Para superar la opisición,
Martín Ruiz no exitó a decantar las supuestas
riquezas del archipiélago, seguramente ponendo en
evidencia la relación de Goizueta, donde se hablaba de la
abundancia de "insignias de oro y
plata" con que se adornaban las
mujeres indígenas de aquella islas. Es una
anotación que suscita dudas acerca de su exactitud: por un
lado, en cuanto no hay seguridad que los
mapuches emplearan alhajas de plata anteriormente a la
época colonial (aunque no pueda excluirse), y por el otro
porque de haber metales nobles,
no cabe duda que su uso hubiera sido muy escaso y
excepcional.
El oro era el miraje de la grande mayoria de quienes se
embarcaban en la aventura de la conquista de nuevas tierras. Es
indudable que entre los conquistadores hubiesen quienes lo eran
por espiritu de aventura, o de evangelización, o de
amor a la
hispanidad: y es probable que Martín Ruiz de Gamboa fuera
uno de éstos. Pero aquellos eran unos pocos, pues los
demás eran solamente unos ávidos y despiadados
aventureros, llegados a las Indias para arrancar de una vida de
graves penurias, cuando no lo era para arrancar de la
cárcel o del verdugo. Entre los compañeros del
fundador de Castro no faltaron semejantes aventureros, así
como habia otros de hidalga origen que habiendo quedado excluido
hasta entonces de toda repartición de tierras y riquezas,
esperaban finalmente de tener ellos también su oportunidad
para enriquecerse. Adueñarse de las supuestas riquezas del
archipiélago, donde imaginábase abundaran las minas
de oro, fue la única motivación
de casi todos los expedicionarios al séquito de
Martín Ruiz de Gamboa. Sin embargo, cuando el
archipiélago fue conquistado y se repartieron las
mercedes, muy pronto todos los ensueños de fáciles
riquezas se desmoronaron y dejaron el paso a una realidad hecha
de una tierra fría y lluviosa, muy aislada de la capital
chilena, donde apenas si era posible una agricultura de mera
subsistencia.
Además, esta situación ya miserable de los
hispánicos en Chiloé, se agravó aun
más por el terremoto que el 16 de diciembre de 1575
sacudió la región, arrasando gran parte de Castro,
que entonces tenía unas 60 casas. La pobreza era
tanta, que sus moradores hubieran querido abandonar Chiloé
para establecerse en el continente, pero las autoridades de la
Capitanía no lo consentieron e impusieron que se
reconstruyera la ciudad. Así se hizo, si bien al final del
siglo Castro todavia no habia alcanzado a recuperar la antigua
dimensión.
También la "docilidad" de los mapuches chilotes
bien pronto se convirtió en una escondida resistencia,
puestos en frente a la evidencia de los engaños de los
hispánicos, al demonstrarse rápidamente que la
"protección" que la encomienda debiera haberles asegurados
se había convertido en una terrible esclavitud. Las
condiciones geográficas y demográficas del
archipiélago, con la población indígena
desparramada en una multitud de islas, sin posibilidad de aunar
fuerzas para enfrentar a las tropas hispánicas y habiendo
los españoles el control de los mares y pues de cualquier
movimiento,
hacían extremadamente difícil intentar una abierta
rebelión. Sin embargo, la convivencia entre mapuches y
conquistadores era una convivencia armada y muy recelosa, pronta
a originar enfrentamientos cada vez que se daba la ocasión
para los mismos. Es así que en las islas Chauques el
capitán Oyarzún encuentre la muerte en
un enfrentamiento con los mapuches isleños. Y en 1583
"los naturales de los términos de Ancud se alzaron y
rebelaron" y Francisco
Hernández Ortiz, el futuro fundador de Calbuco, quien al
momento se halaba en Valdivia, tuvo que alcanzar la provincia de
Puraylla para sofocar la rebelión.
Contrariamente a cuanto auspicado por Martín Ruiz
de Gamboa, Alonso Benítez "al efectuar el reparto de
indígenas en calidad de
encomendados […] fueron empleados en la forma que
más convenia a los intereses de los
encomenderos" sin ninguna
atención a los principios
morales indicados en la Leyes de Indias: desde el comienzo el
indio fue esclavizado en la forma más dura. Mientras en el
territorio chileno el sistema de la encomienda evolucionaba hacia
modelos
más humanos y tolerantes, en Chiloé se aplicaba de
la forma más primitiva e indigna. La causa fondamental de
esta involución juridica, moral y
cultural se encuentra en la pobreza del
territorio chilote, que muy prontamente hizo que el servicio
personal y la venta del indio a
los encomenderos chilenos de la Capitanía o del mismo
Perú (ilegal pero ampliamente practicada) fuera el
único aliciente para los castellanos que postulaban al
conseguimiento de una encomienda.
La Corona era inevitablemente ciega, mientras el
gobierno de
Santiago se hacia el ciego y consentia toda clase de
abusos con tale de evitar el abandono del archipiélago por
parte de la comunidad castellana, justo en el momento en que los
corsarios holandeses intentaban apoderarse del mismo. Los
gobernadores que se sucedían en Castro en muchas ocasiones
se mostraron fáciles a la corrupción
y la asignación de las encomiendas de mayor importancia
muy a menudo iba a favor de quien estaba dispuesto a
"comprarlas", en lugar de asignarse a los más
dignos, y así favoreceron "a sus amigos en
desmedros de otros vecinos con más méritos […
y] no eran raros los casos en que moradores con cierta fortuna
desplazaron a los nobles en el goce de
encomiendas", porque para conseguir
una encomienda, en el Chiloé del siglo XVII, había
que gastar una importante fortuna. Lo cual ocurria no sólo
para entrar en las gracias del gobernador y de los componentes
del cabildo de Castro quienes tenían que comprobar los
méritos del postulante, sino también para adelantar
el impuesto
asociado al goce de la encomienda y determinado en función
del número de indios de la misma. "En muchas
oportunidades los vecinos nobles de Chiloé, celosos de un
derecho que juzgan ser prerrogativa de su grupo, resisten las
oposiciones de extraños o de plebeyos de la Provincia. Sin
embargo […] deben resignarse a disputar con ellos
las encomiendas y aun a perderlas".
Los ciudadanos hidalgos, sin embargo, recibían indios
encomendados para que les sirivieran en calidad de
domínicos.
Asignada que estuviera la encomienda, el gobernador y el
cabildo no cumplían con sus deberes de control del operado
del encomendero y, aun sabiéndolo, consentian cualquier
abuso. El encomendero, por su parte, sabía que el
aislamiento del archipiélago rendía muy improbable
que la Corona pudiera confirmar la asignación otorgada por
el gobernador dentro del plazo de ley, fijado en seis
años, transcurrido el cual la asignación
decaía: de allí que el encomendero tenía que
sacarle, dentro de aquellos cortos años, el máximo
provecho posible a la encomienda, sin alguna preocupación
por la situación que iba a dejar al término de su
gestión. Y el máximo provecho venia
únicamente de una extremada explotación de los
indios encomendados, y de su venta final, y ésto era lo
que ocurria: "[la gente indígena] de un tiempo a esta
parte ha ido en gran disminución porque consta por la
minuta que se hizo hace diez o doce años que habia
más de quince mil varones de lanza, sin contar a las
mujeres e hijos chiquitos, y agora no hay más de tres mil
almas grandes y chicas en toda la isla, a causa de que las han
ido sacando cada año los navíos que por allá
van". La falta de continuidad en
la
administración de la encomienda en Chiloé fue
la causa principal que en el archipiélago la
explotación del indio alcanzara niveles de dureza y
crueldad desconocidos en el resto del Reino.
Desde luego, no todos los encomenderos fueron tan
ávidos y crueles; también los hubo que
interpretaron su rol de forma algo más conforme a las
disposiciones reales. En general, los encomenderos de
extracción más hidalga y de más educación,
demonstraron mejor comportamiento
y mayor respeto hacia el
indio, al cual miraban como ser humano y no sólo como
objeto con el cual enriquecerse; al contrario, aquellos de
extracción más humilde, aunque adinerada, a menudo
fueron los más inhumanos.
"En el momento de hacer el balance de la
institución [… hay que destacar] que la
encomienda permitió la introducción en el medio indígena de
nuevos métodos y
formas de trabajo, como la explotación maderera y sus
industrias
derivadas,
incluida la construcción de barcos, las de la lana y
carnes, los sultivos de lino y trigo, o el desarrollo de la
ganadería;
los naturales experimentaron un notable proceso de
civilización, dentro del cual uno de sus vehículos,
junto con la misión, fue la disciplina
impuesta por el régimen de la encomienda; el P. Felipe
Gómez de Vidaurre afirmará a fines del siglo XVIII
que «presentemente todo indio del archipélago se
pone camisa de lino y tiene en su casa para servicio de su mesa
manteles y servlletas de lino, todo trabajado en casa».
[…] En efectos, las familias de los vecinos feudatarios
fueron muy ejemplares en la observancia de su fe […y]
colaboraban con los misioneros jesuitas […aunque]
las más de las veces estuvieron en pugna con los
mismos, en cuanto eran los defensores de los indios frente a los
abusos; […] además de sus filas
salían los «protectores de
indios»".
Fig. 5. La villa de Castro en un
dibujo del
año 1643.
Frente a una Corona tan alejada y a unas autoridades
castreñas que, si bien cercanas, quisieron cegarse frente
a la situación de desmedro del indio chilote, el
único defensor de sus derechos fue el misionero
jesuita, verdadero punto de apoyo y reparador de las injusticias
subidas, por lo menos por cuanto estuviera dentro de sus
posibilidades. Sin embargo, cuando los hijos de Ignacio iniciaron
su obra tan merecedora, la relación entre el indio y el
castellano estaba
ya irrimediablemente comprometida. La inicial aceptación
favorable del forastero, ahora habia dejado lugar al odio hacia
el español:
un odio destinado a manifestarse abiertamente apenas se dieran
las condiciones minimas para éso. Lo cual ocurrió
puntualmente con la aparición de los corsarios holandeses
en el archipiélago chilote.
Cerrándose el siglo XVI, los holandeses
intentaron participar al juego colonial
español en el continente americano. En 1599 cruzó
el estrecho de Magallanes una pequefla flota corsara al mando de
Simón de Cordes, acaudalado comerciante que luego
murió intentando abocarse con los mapuches que se
habían alzado contra los españoles. El mando de la
flota fue tomado por su hijo, también de nombre
Simón, mientras a su sobrino, Baltasar de Cordes,
venía encomendado un navio: la Fidelidad. Los
acontecimientos que se produjeron dispersaron la flota, y en
diciembre de 1599 Baltasar se encontraba al frente de la
peninsula de Lacuy, a la entrada del canal de los Coronados
(Chacao), donde se encontró con el lonko huilliche. Este,
viendo en los holandeses unos aliados contra el opresor
castellano, exaltó imaginarias riquezas custodiadas en
Castro y empujó a Baltasar para que arrasara la villa. Se
convino que los holandeses atacarían por mar y los
huilliches por tierra, lo cual ocurrió el 19 de abril de
1600: la pequeña ciudad cayó en poder de la
alianza huilliche-holandesa y todos los españoles
presentes fueron muertos, salvándose solamente las mujeres
y los niños.
Sólo al cabo de cuatro meses los castellanos pudieron
recuperar la villa. Entre los aliados huilliches, Baltasar
también podía contar con el apoyo de los indios de
Quinchao, donde fondeó el 31 de mayo porque "les
faltaban viveres frescos [y] allí seguramente se
los procurarían, ya que los indígenas eran sus
amigos", pero la presencia
española le impidió desembarcar.
Habiendo Chile perdido totalmente la Araucanía,
no podía absolutamente renunciar a Chiloé:
así se impuso a los españoles de mantener la
posesión de Castro, la cual en 1613 contaba con una 30
casas, una iglesia y el
convento.
En 1643, cuando contaba con 180 habitantes, fue saqueada
e incendiada totalmente por el corsario Hendrick Brouwer, y el
gobernador de Chiloé Andrés Muñoz Herrera
había perecido algunos días antes, en un combate a
Carelmapu.
Para la única villa que había en
Chiloé, la cual ya encontraba tanta dificultad para
surgir, fue el golpe final y, en cuantyo centro urbano y civil,
de hecho fue abandonada. En Castro quedaron los edificios
religiosos, conventos e iglesias, y civiles, la casa del
gobernador y del cabildo: sus pobladores, sin embargo, se
retiraron a vivir en el campo y mantuvieron sus casas en la villa
para las ocasiones de fiestas o para ser presentes a la llegada
de algún navío español desde
Valparaíso o el Callao, únicos medios para
abastecerse de lo más esencial. Es decir, se creó
una situación similar a la colonización realizada
por los antiguos romanos, cuando creaban villae (haciendas) que
daban en premio a los oficiales de sus legiones, los cuales
concurrán a las ciudades súlamente en ocasiones de
importancia.
Las condiciones de vida de los castellanos en
Chiloé en el siglo XVII, ya muy malas, se volvieron
pésimas con el abandono de cualquier intento de desarrollo
urbano. Si los encomenderos tenían posibilidad de
asegurarse alguna ganancia sobre-explotando al indio y
vendiéndolo, para los demás no había ninguna
forma de sustentarse en cuanto sin villas no surgieron
actividades comerciales, ni artesanales. Fue así que los
plebeyos se convirtieron en clientes de los
encomenderos, es decir, en servidores
ocupados en mansiones de cualquiera clase y especialmente, para
hacer de trámite entre el encomendero y los indios
encomendados. La rabia por sus malas condiciones de vida, y la
decepción, pues tenían bien otras ilusiones cuando
aceptaron de venir a Chiloé, los clientes de los
encomenderos la volcaron en contra del indio, hacia el cual
arremetieron con grandísima maldad: los encomenderos, por
su canto, nada hacían para impedirlo, pues la
rebelión en tierra de Arauco y la alianza con los
corsarios holandeses en tierra chilota habían sumado a la
desconfianza, también el temor y, por lo tanto,
consideraban indispensable actuar con el puño de
fierro.
En el campo, los encomenderos vivían
también en modo miserable en sus haciendas,
aísladas las unas de las otras ya que no habían
caminos, y las condiciones del mar y la modestia de las
embarcaciones consentían desplazarse solamente durante la
buena temporada, así que entre las familias
españolas habían relaciones sociales casi nulas.
"Viven desconocidos unos de otros, no se casan, ni tienen
sentimientos de gente civil, desconocen al Rey y a la
patria", afirmaba el intendente
Francisco Hurtado que en 1784 tomó a su cargo la
intendencia de Chiloé. Mientras que en lo espiritual el
obispo Pedro de Azúa en 1742 escribía que los
españoles se muestran "más rústicos que
los indios", siendo por lo general
analfabetos tanto de religión cuanto de
letras.
En sus haciendas desparramadas a lo largo de la costa,
tanto de la Isla Grande como de las menores, quedando aislados
gran parte del año, los encomenderos dan vida a verdaderos
harén, teniendo a su lado numerosas concubinas y los hijos
que con ellas tenían iban a engrosar la bandada de los
clientes, siendo censados entre los "castellanos"; es así
que gradualmente la población hispánica se vuelve
cada vez más mestiza, y el concepto de
"indio" deja de tener un sentido racial para adquirir una
conotación que es, sobre todo, social y económica.
Los jesuitas que misionaban entre los indios se hallaban en
enorme dificuldad para arraigar la poligamía entre los
caciques: ¿cómo comprender la condena de los
religiosos, cuando aquella costumbre se veía tan
cumplidamente aplicada entre los más hidalgos y los
encomenderos?
La ruralización de la sociedad castellana y el
mantenimiento
de la encomienda cristalizada en su forma inicial, hacen que se
pueda bien decir como en Chiloé haya venido a menos la
"etapa colonial" y por muchos aspectos la "etapa de conquista" se
haya mantenido hasta finalizar el siglo XVIII.
GOBERNADORES DE CHILOÉ | GOBERNADORES DE CHILE | ||
1600-01 1601-04 1604-08 1608-10 | Francisco del Campo Francisco Fernández de Ortiz Gerónino de Peraza y Polanco Tomás de Olavarría | 1565-1567 1568-1575 1575-1580 1580-1581 1581-1591 1592-1598 1599-1600 1600-1601 1601-1605 1605-1610 | Rodrigo de Quiroga Melchor Bravo de Saravia y Sotomayor Rodrigo de Quiroga Martín Ruiz de Gamboa Alonso de Sotomayor Martín García Oñez de Francisco de Quiñones Alonso García Ramón (interino) Alonso de Ribera Alonso García Ramón |
3. El
empoblamiento de la Isla de Quinchao (1567-1609)
La repartición de la isla de Quinchao en
encomiendas probablemente asumió su forma más o
ménos definitiva durante las últimas dos
décadas del siglo XVI, si bien en muchas ocasiones las
misma fueran vacas, ni es claro cuando y como las mismas fueran
asignadas. En aquel período, en la isla de Quinchao
existen seis pueblos de indios: Huyar, Palqui, Curaco, Achao,
Vuta-Quinchao y Matao. Los más importantes son los tres
del sector meridional de la isla, mientras Huyar y Palqui parecen
haber siempre constituido una única encomienda, a la cual
a veces se unía también Curaco, entonces muy poco
poblado. La presencia española, al comienzo modesta, es
constituida por algunos colonos y unos pocos encomenderos,
quienes se establecieron, probablemente, en la costa occidental
de la isla, en cuanto más cercana a Castro.
Seguramente, como era costumbre, los terrenos en las
cercanías de Castro fueron repartidos entre los colonos
españoles paralelamente al levantamiento de la ciudad. Las
encomiendas eran asignaciones temporáncas de tierras e
indios endomendados y, por lo tanto, no representaban una forma
de propiedad. "…Además de que los indios
repartibles no alcanzaban para satisfacer a todos, era necesario
pensar en otras industrias para procurarse el alimento de cada
día […] La repartición de las tierras
vecinas a la cuidad [se daba] en lotes relativamente
pequeños. Recibieron éstos el nombre de
chácaras o chacras, palabra de origen quechua, que los
conquistadores trajeron del Perú". A estas
reparticiones, al contrario de la encomienda, correspondía
un título de dominio.
Es probable que también en la isla de Quinchao se
procediera con la entrega de tierras a los colonos: en la etapa
más inicial de la conquista seguramente buscando de alguna
manera el consentimiento de los indios, necesario en cuanto la
presencia española todavía no estaba afirmada. Sin
embargo, el propósito de la gran mayoría de los
españoles "de la primera hora", es decir los
compañeros de Martín Ruiz de Gamboa, tanto "bien
nacidos" cuanto "plebeyos", tenía la ambición de
enriquecerse para después volverse a Santiago, donde las
condiciones de vida y el clima eran mucho
más satisfactorias y habían medios para gozar de
las riquezas conseguidas "con tantas fatigas y con tantos
peligros […] pero la posesión de esta tierra
servía de poco a los que no tenían indios con que
explotarla": estas chacras alcanzaban apenas para abastecer
el consumo
cotidiano, ya que "…el terreno de la isla es tan
fértil para las malezas como estéril para los
sembrados. Una sementera cuesta diez veces más trabajo que
en Chile. Existe poco ganado por la poca cantidad de llanos y
tierras limpias, el único refugio para los animales es el
pequeño rastrojo, aún los mariscos
escasean…".
La de los colonos, por lo tanto, era una vida de
penurias y privaciones, no muy diferente de la de los indios, y
aquella de los encomenderos tampoco ofrecía mayores
comodidades y éstos a menudo trataban de dejar su
encomienda al cargo de personas de confianza, mientras ellos
mismos se quedaban en Concepción o en Santiago,
contraveniendo a la disposición de las Leyes de Indias que
imponía al encomendero de vivir en la misma tierra
encomendada.
La historia colonial de Chiloé, en su comienzo es
muy vinculada a la de Osorno, fundada en un lugar llamado
Characahuín en 1558. Desde Osorno llegó Francisco
del Campo para rechazar a Baltasar de Cordes y liberar la ciudad
de Castro. Osornina era la heroína de aquella
liberación, Inés de Bazán, esposa de Joanes
de Oyarzún, uno de los fundadores de Castro, cuyo nieto
Andrés dió origen a la extensa familia de los
Oyarzún de Chiloé.
En 1598, los mapuches derrotan a los castellanos en
Curalaba, donde fue muerto el mismo gobernador de la
capitanía, don Martín García Oñez de
Loyola: este episodio da comienzo a la grande sublevación
araucana en el sur de Chile, el füchamalón, la cual
llevará en pocos años a la destrucción y
abandono de las siete ciudades españolas entre el
Biobío y el canal de Chacao, territorio que no
volverá a colonizarse hasta 250 años
después. La ciudad de Osorno fue la que resistió
por más tiempo a las tropas del genial ñidol toki
Pelantraro, general de todos los ejércitos mapuches
reunidos bajo su hábil mando. Así que en marzo de
1604, siendo imposible cualquier intento de resistencia, el
cabildo de Osorno resolvió abandonar la ciudad, ya
totalmente incendiada, y buscar refugio en Chiloé. Unas
trescientas personas, entre hombres, mujeres y niños,
llegaron a la costa del golfo de Ancud, y un parte de ellos
resolvió asentarse en la isla de Calbuco "y hallando
allí comodidades para establecerse, construyeron un fuerte
y las habitaciones convenientes". Los restantes alcanzaron la
ciudad de Castro, donde fueron recibidos con grandes muestras de
cariño y donde fueron redistribuidos entre la Isla Grande
y Quinchao, unos pocos en calidad de encomenderos, los más
como colonos, contribuyendo en misura muy notable al incremento
de la población castellana del archipiélago. Entre
las familias osorninas que, acompañadas por numerosos
indios osorninos, se asentaron entre Castro y Quinchao, citamos a
los Oyarzunes (en Huenao), los Ruiz, los Carrascos, los Loayzas,
los Trujillos y los Alvarado.
¿Cuántos españoles habían en
Chiloé al comienzo del siglo XVII? En la literatura disponible, no
encontramos cifras precisas, sin embargo podemos estimar que la
comunidad castellana alcanzara unas 300 o 400 personas,
incluyendo mujeres y niños. Cuando Francisco del Campo
sale de Osorno para liberar Castro del dominio holandés lo
hace con éxito
llevando consigo "cien soldados", más otros
cincuenta recogidos por el camino, lo cual consente imaginar que
comunidad española entonces presente en el
archipiélago no estuviera en condiciones de reunir ciento
cincuenta hombres aptos a las armas. Los osorninos que en 1604 se
repartieron entre Castro, la isla Quinchao y la de Quenac,
podemos estimarlo en un centenar, incluyendo las mujeres y los
niños. Por lo tanto, en todo el archipiélago
había ménos de un millar de castellanos rodeados
por unos 20.000 indios, incluyendo mujeres y niños. No nos
extraña que los colonos vivieran aterrizados y con las
armas en la mano.
Fig. 6. La isla de Quinchao.
Inmediatamente después de la reconquista de la
ciudad de Castro y del alejamiento de los holandeses, los
españoles ejerceron "una atroz venganza" hacia los
indios que colaboraron con los corsarios, ahorcando o quemando
vivos alrededor de cincuenta caciques y poniendo "tanto temor
este castigo que todo Chiloé está llano como
jamás se hubiera alzado". Es fácil imaginar que
en los años que siguieron los encomenderos esclavizaran
una gran cantidad de indios vendiéndolos en la
capitanía o en el mismo Perú, con la precisa
voluntad de reducir la población indígena del
archipiélago; a lo cual contribuyó también
una terrible epidemía de viruela. Además la
encomienda fue aplicada "en Chiloé con tal rigor que
encomienda y esclavitud llegaron casi a
identificarse".
Acerca de los lugares en la isla de Quinchao donde se
instalaron inicialmente los españoles, hay dudas.
Según Humberto Sandoval, los primeros colonos se
instalaron "en una caleta profunda resguardada de los vientos
– al sur de la isla – [donde la población
española] debió soportar las continuas
depredaciones de los piratas". Estos colonos – afirma el
Sandoval – en 1601 se trasladaron a la playa de Achao, donde
habían amplias zonas idóneas a la agricultura y
para "aprovechar las desventajas que Achao tiene como puerto
para protegerse de las incursiones de los corsarios".
Interpretando estas informaciones, Ramón Yañez
concluye que los colonos inicialmente se instalaron "en lo que
es actualmente ensenada o Villa Quinchao, donde existe la iglesia
Nuestra Señora de Gracia". Héctor Gallardo en
su ponencia acerca de la Iglesia Santa María de Achao
interpreta aquella información relacionándola con
alguna playa entre Coñab y Conchas Blancas. En efectos, la
accesibilidad de la playa achaína no es ni mayor ni menor
de aquella de cualquiera otra playa de la isla.
Es razonable imaginar que al comienzo los
españoles se instalaran en alguna ensenada reparada del
mal tiempo, y, sobre todo, más accesible desde Castro, es
decir, al frente del canal de Lemuy: desde Chullec hasta Matao
hay muchos lugares idóneos. La cercanía a la
única ciudad de Chiloé era fundamental tanto para
aprovisionarse, cuanto, sobre todo, para defenderse de eventuales
rebeliones
indígenas. Para los españoles, ya concientes
que en Chiloé nadie se haría rico con los metales
preciosos, era también importante la presencia de lugares
planos, más adecuados para cultivar cereales, para ellos
irrenunciables, teniendo en cuenta que hasta el comienzo del
siglo XVII el clima era algo más asoleado, lo que explica
el hecho que los huilliches cultivaran maíz. Es a
partir de la segunda mitad del siglo XVII que se vuelve
más frioso y húmedo, tal como lo conocemos hoy en
día.
4. La entrada de
los jesuitas en Chiloé y en Quinchao
(1609-1624)
En enero de 1609, a los pocos años de la llegada
de los prófugos osominos, tienen sus comienzos la
evangelización jesuítica del archipiélago:
"A esta dilatada provincia i a esta inmensidad de islas,
entró la Compañía de Jesús el
año de 1609, […] cuando el padre rector de
Santiago Francisco Vasquez fué en persona a hacer
misión en las tierras de Arauco. Dejó
entónces dos padres en Arauco i dos remitió por mar
a Chiloé; éstos fueron el uno el venerable padre
Melchor Venegas de grande espíritu i fervoroso celo en la
conversión de las almas, i el otro de no menores alientos
para las empresas de
caridad i servicio de Dios, el padre Juan Bautista Ferrufino.
Estos dos apostólicos misioneros fueron los primeros
jesuitas a quienes vieron aquellas islas, i […] fueron
recibidos como ánjeles i oian como oráculos sus
consejos i sermones".
Venegas y Ferrufino se instalan en la unica ciudad del
archipiélago, que así aparece a sus ojos: "El
pueblo de los españoles llamado la ciudad de Castro
está en la mitad de dicha Isla grande, en un muy lindo y
hermoso sitio: tenía al pie de setenta casas antiguamente,
pero ahora no hay más de treinta; que el mucho descuido,
flojedad y pereza de aquellos españoles han dejado perder
las que había de tapia y teja, las cuales quedaron
despobladas con la venida del inglés, ahora
[hace] diez años que robó todo aquel pueblo,
degolló y quemó a los principales moradores de
él. Hay en él Iglesia mayor y el convento de
Nuestra Señora de la Merced, y ahora la de Nuestra
Señora de Loreto, que es nuestra y [es] la
mejor casa del pueblo, por ser de tapia y toda téjada,
aunque no es más de cuarto de cuadra…".
La llegada de los jesuitas es fundamental en la historia
del archipiélago en cuanto dieron un enorme impulso a la
evangelización indígena y al progreso material y
moral de ambas naciones presentes. Su importancia es aún
mayor en Quinchao, donde no habían otros
religiosos.
Desde luego, el mismo Martín Ruiz de Gamboa fue
acompañado por clérigos, quienes se asentaron en
Castro atendiendo a las necesitades religiosas de los castellanos
y, en la medida que tenían la posibilidad de hacerlo,
también dedicándose a la evangelización de
los indígenas. Sin embargo, en muchas ocasiones los
sacerdotes que se establecieron en Castro en las primeras
décadas subsiguientes a la conquista no eran a la altura
de las necesidades, tanto por su modesta cultura y
preparación teológica, cuanto por su cualidades
humanas y morales. Cuando los jesuitas comienzan su labor
apostólica, las prácticas religiosas y la cultura
aparecen modestísimas, tanto entre los castellanos cuanto
los huilliches, y entre los primeros la ética y
la moral
alcanzan un nivel de grande degrado. Esto no solamente en
Chiloé, sino en todo Chile, como denuncia repetidamente el
padre Luis de Valdivia. Esta diferencia de postura tiene su
reflejo en la apreciación indígena: al jesuita le
dicen "chaw", o sea "padre natural", mientras que a los
demás sacerdotes le dicen "patiru" (lat. pater), palabra
que para ellos no tiene alguna valencia emotiva.
Los jesuitas atienden sólo marginalmente las
necesidades religiosas de los castellanos, es decir, cuando los
sacerdotes seculares no pueden hacerlo. Su misión es
"evangelizar": esta es la razón prima de existencia de la
orden de San Ignacio y es para ésto que han venido a
Chiloé. Hay más: para hacerlo, se han preparado
culturalmente y tienen un proyecto de
grande envergadura. No es un proyecto único: posee
alternativas para enfrentar correctamente las diferentes
condiciones que se dan. De allí soluciones tan
diferentes, como lo son el estado
guaraní en Paraguay y las
misiones circulares en Chiloé.
En todos los lugares donde se establecieron, "los
jesuitas se mostraron partidarios de un declarado sincretismo
religioso, esto es, no tuvieron ningún tipo de
escrúpulos a la hora de aceptar o adaptar ritos paganos
con tal de llevar a los pobladores de dichas tierras la palabra
de Cristo. La Compañía decidió respetar los
particularismos religiosos con la intención de utilizarlos
para el adoctrinamiento cristiano. Por ello, sus miembros
recibieron múltiples críticas y acusaciones por
parte de las otras órdenes religiosas, recelosas de los
éxitos jesuitas".
La conversión no puede producirse sin un profundo
cambiamento del modo de vivir indígena y sin la
disgregación de sus estructuras
sociales, en primer lugar aquella ligada a la figura del machi y
del ngenpín. Por cuanto los huilliches sean muy bien
dispuestos al cambiamento, la evangelización
jesuítica implica una laceración dolorosa de su
modo de ser y, en primer lugar, el transformarse en hombres
"civiles", es decir componentes de la "civitas" y "hombres
políticos y de razón", como se decía
entonces; sólo después se volverían
cristianos. De allí la énfasis puesta por los
jesuitas al desarrollo cultural de los huilliches, un desarrollo
que los encomenderos no querían y obstaculizaban
constantemente.
Venegas y Ferrufino, así como todos los
demás que siguieron, tenían una grande
preparación cultural, y no es casual que la gran
mayoría de los históricos de las Indias fueran
jesuitas. Eran expresión de una pedagogía muy avanzada, aquella de la
"Ratio studiorum" de la Compañía, y precedentemente
a su llegada al archipiélago se habían sujetado a
una muy rigurosa selección
aptitudinal que averiguaba su idoneidad caracterial,
sicológica, fisica y moral. De allí vino su
conducta
siempre exemplar y el respeto absoluto de las prácticas
religiosas en cualquiera situación. No eran solamente
expertos en la lengua general de Chile, el mapudungún;
también lo eran en cuanto a conocimientos
científicos: técnicas
agrícolas, artesanales, medicina y
farmacopea. Y estos conocimientos prácticos lo
ponían a disposición de los indígenas
tratando, al mismo tiempo, de no contraponerse inutilmente a sus
fundamentos culturales tradicionales, sino demonstrando cuanto
había en ellos aptos a "cristianizarlos". En lugar de
estigmatizar la celebración del ngillatún, los
jesuitas trataron de asimilarlo a la celebración de la
misa, facilitados en ésto por el carácter tan sincrético de la
idiosincrasia mapuche. Así haciendo, pusieron los
cimientos de la cultura chilota, mestiza y sincrética como
no hay otra.
Al poco cabo de haberse instalado en Castro, los padres
Venegas y Ferrufino, aprovechan la buena temporada – estamos al
final del verano – para dar comienzos a la obra de
evangelización, y realizan su primera visitación a
las principales islas de Chiloé para programar su obra.
Aúnque no la citen expresamente, no cabe duda que los
pueblos de indios de la isla de Quinchao estuvieran entre sus
primeras destinaciones. "Están los pueblos a dos y seis
leguas el uno del otro,y lo más muy poco apartados de la
playa del mar. Llamo pueblo el que tiene diez o doce casas,
porque el que es mayor no pasa de cien almas, y habrá de
estos en la Isla como treinta. Y aunque los indios pueden andar a
pie por tierra, no lo hacen por el mucho trabajo de los malos
caminos de montes, bosques y arroyos grandes que se han de pasar,
i así de lo ordinario lo andan en piraguas, playa a playa,
por mar".
Fig. 7a. "El corregidor cuelga al cacique a | Fig. 7b. "Los padres de la |
La llegada de los dos misioneros era señalada con
buena anticipación, de tal foma que la población
del pueblo pudiera acurrir al lugar donde se iba a desarrollar el
encuentro: "Luego que llegábamos a sus pueblos, lo
primero era en cada lugar venirnos ellos a recibir, que para esto
estaban apercibidos tres o cuatro días antes, y
venían todos en procesión de dos en dos. Los
niños [venían] con guirlandas de flores en
la cabeza siguiendo al que llevaba la cruz, que era toda de
flores del campo lindamente aderezada, que ponía
devoción, y el mismo que llevaba la cruz venía
cantando las oraciones en su lengua, y los demás
respondiendo, y llegaban de esta suerte hasta el bajadero de la
piragua, a do[nde] todos juntos nos daban la
bienvenida".
Luego, si ya no la había, los misioneros
procedían a levantar una cruz y luego "hecha
oración los mandamos a sentarse y uno de los dos les
hacíamos una platiquilla de un cuarto de hora, en que les
dábamos noticias del intento a que veníamos, y como
no pretendíamos otra cosa más que el bien de sus
almas, y no pedirles nada, antes que les traíamos alguna
pobreza que darles; y los convidábamos para el
día siguiente a que viniesen todos y trajesen sus mujeres
e hijos. Madrugaban todos el día siguiente a la iglesia, y
los que vivían más lejos traían consigo su
matalotaje de papas para sustentarse el tiempo que
allí estuviésemos, ya que no querían volver
a sus casas hasta que los despedíamos, quedando primero
confesados y casados los que se habían de casar. Luego
preguntábamos por los enfermos, si había alguno,
cuantos y adonde estaban: y el uno de los dos acudía luego
como a lo más necesario llevando siempre consigo
algún compañero fiel, y de cam ¡no un poco de
carne o pan, cuando la había, para dar al enfermo. El otro
se quedaba aquel día catequizándolos todos y
enseñándoles el modo de confesarse bien. El segundo
y tercer día acudíamos entrambos a las confesiones,
y al tiempo de la misa todos aquellos tres días se
hacían las amonestaciones de los que se habían de
casar, y el cuarto de ordinario los casábamos. Y
volvían ellos a sus casas y nosotros nos partíamos
para otro pueblo. Y de esta manera anduvimos toda aquella Isla
catequizando, bautizando los que no lo estaban, confesando y
finalmente casándolos [aquellos] que no lo estaban;
y dejamos en ellas treinta y seis iglesias levantadas y
renovadas, y en cada una de ellas su catecista o
fiscal".
La iglesia, en realidad, era entonces una
construcción muy sencilla, donde cabía
sólamente el altar y apenas el espacio para el oficiante:
una obra que podía edificarse en unos pocos días,
tal vez durante la misma estadía de los misioneros, o,
más probablemente, encargando el fiscal de
proceder a su construcción, para que estuviera dispuesta
para la visita sucesiva. "Lo primero dispusieron que en todas
las islas pobladas de indios, se hiciesen capillas o iglesias
para que hubiese parte fija donde todos acudiesen a rezar i los
padres misioneros supiesen donde habían de ir a
parar". El material utilizado en las capillas es sencillo y
de escasa duración, así como modesta es la
técnica de construcción, tratándose
más bien de un techo para el altar, más que de una
verdadera construcción. De allí la necesidad de
renovarlas muy a menudo.
A esta primera visita evangelizadora de Venegas y
Ferrufino puede atribuirse el levantamiento o la
renovación de una capilla en Achao, como señala
Héctor Pacheco: "en una revisión que hice del
Libro Trunco
de Bautismo de la Iglesia de Castro (1708-1720), que se encuentra
en los archivos del
Obispado de Ancud, constaté que se nombra una capilla en
el pueblo de Achao, en partidas del año
1608".
Ya que antes de comenzar su misión los jesuitas
habían recogido todas las informaciones disponibles acerca
del archipiélago, de su gente y del modo de vivir,
llegaron a las islas con un proyecto evangelizador
específico para ese mundo fronterizo. Diferentemente de lo
que ocurrió en otros contextos, en Chiloé los
jesuitas no insistieron para reunir a los indígenas en
centros urbanos, sino desde el comienzo se adaptaron ellos mismos
a una población desparramada a lo largo de toda la costa
marítima. De allí la idea de las "misiones
circulares", las cuales constituían un lugar tanto de
apoyo logístico para los sacerdotes durante su breve
estadía, cuanto de convenio para los isleños.
Lugares que recibieron denominaciones diversas: pueblo de indios,
capillas, oratorios, misiones.
Los criterios para individuarlos eran los siguientes: su
accesibilidad desde el mar y por lo tanto una playa apta a las
dalcas utilizadas por los misioneros en sus viajes; una
población indígena en el entorno constituida por un
centenar de familias, mejor si coincidía (como
eféctivamente ocurría) con alguna estructura
unitaria indígena. La estructura era el caví o
aillarewe, que al mismo tiempo es una unidad territorial,
familiar (todos los componentes pertenecen al mismo clan) y
religiosa, en cuanto poseen una cancha común para celebrar
el ngillatún: el rewe. De allí que la isla de
Quinchao, que tal vez tenía unas 1000 familias
indígenas, o más, diera lugar desde los comienzos a
la fondación de una decena de capillas, relativamente a
poca distancia la una de la otra.
"Están los pueblos o rancherías a 2 o 3
leguas y a esta distancia tienen hechas unas iglesias o ramadas
para decir misa y levantada su cruz; a esta iglesia como a su
parroquia se juntan todos aquellos indios de aquella comarca en
dándoles la voz de que vienen los padres, a los cuales
reciben todos con grande alegría, sabiendo que no vienen
como los españoles para oprimirles y agraviarles, sino
como verdaderos padres y pastores de sus almas, para consolarles
y doctrinarles y administrarles los sacramentos e instruirles en
buenas costumbres y darles lo que pueden de su pobreza.
Quédanse allí los padres en cada iglesia por 6 u 8
días, bautizando a los niños (que los adultos todos
son cristianos), confesándolos a todos, y casando a los
que tienen necesidad y acudiendo con gran solicitud y celo a todo
lo que conviene para el bien de toda aquella nueva cristiandad.
De esta manera dan vuelta a toda aquella isla, y luego otra y
otra incansable-mente".
Algunas consideraciones permiten estimar que durante la
primera estadía de los jesuitas en Chiloé surgieron
las primeras tres capillas en la isla de Quinchao: Vuta-Quinchao,
Achao y Chequián. Las dos primeras en cuanto permiten la
evangelización de los dos costados principales de la isla,
y en el contiempo, corresponden a las áreas de mayor
densidad poblacional; la última en cuanto lugar proyectado
a las islas menores a sur de Quinchao: Chelín, Quehui,
Alao, Chaulinec y Apiao.
La documentación de la época no ofrece
referencias específicas relativas a la isla de Quinchao, y
por lo tanto es necesario referir hechos y circunstancias de
carácter más general, teniendo en cuenta que en la
sociedad quinchaína anticipa de algunas décadas la
evolución social del resto del
archipiélago, en cuanto allí el elemento castellano
se encuentra mayormente enclavado en el indígena, y el
mestizaje se impone desde los comienzos: no sólo en su
aspecto racial, sin sobre todo en aquello cultural,
económico y social.
La atención de los estudiosos vee en la "capilla"
la componente central que anticipa la fondación del pueblo
de indios. Este, sin embargo, es un punto de vista propio de una
visión moderna y occidental. La realidad era diferente, en
cuanto tenía mucho en cuenta la tradición
indígena a la cual los jesuitas no se opusieron nunca, con
tal que no anduviera en contra le los principios fundamentales
del cristianésimo, mas, al contrario, trataban de volver a
ventaja de la labor evangelizadora.
El padre Venegas era chileno, hablaba perfectamente el
mapudungún y, sobre todo, conocía bien las
expresiones tradicionales de la religiosidad indígena y,
en primer lugar, el significado del ngillatún o
kamarikún, como acostumbraban decir los huilliches. Los
mapuches nunca tuvieron "templos" ni ninguna clase de
edificación de carácter religioso en cuanto sus
rituales siempre se realizan en canchas destinadas unicamente a
ese fin y que adquieren carácter de sacralidad permanente:
los rewe.
El primer paso de los jesuitas fue precisamente aquello
de no contrastar la celebración del kamarikún, sino
renovarlo presentando a la misa como una forma más
apreciada por Dios para rezarle: y no es casual que los mapuches
llamaran "ngillatún" a la "misa". Paralelamente aceptaron
la sacralidad del rewe, el lugar sagrado, y la exaltaron,
colocando a un extremo de la cancha el altar, en el lugar donde
hubiera debido estar el püraprawe, la escalera sagrada.
Así haciendo, crearon una continuidad devocional entre la
celebración del kamarikun y la de la misa, y las ofrendas de
los fieles se convirtieron en donaciones para los
padres.
El segundo paso fue aprovechar a toda ventaja de la
cristianización algunas figuras propias de la organización indígena: el lonko y el
ngenpín. El primero, para el cual en Chiloé se
generaliza el término impropio de "cacique", mantiene su
rol de responsabilidad logística y organizativa; el segundo viene
reemplazado por el fiscal, con un rol muy subordinado al
sacerdote, pero al cual se le atribuye sacralidad y mucha
evidencia. La aceptación del modelo evolutivo
kamarikún ® misa por la
sociedad indígena, conduce así mismo a la
aceptación de la substitución ngenpín
® fiscal. El nengpín era
asistido por los amorikamañ y el fisla era asistido por
algunos ayudantes, que mantuvieron esa misma denominación,
y por los patrones. En fin, las máximas autoridades del
caví poseían un símbulo de poder – la
tokikura y el bastón de mando – y los jesuitas dan al
fiscal un largo bastón terminado en cruz como
símbolo de su poder.
En esta evolución, rápida pero sin cisura,
de la expresión religiosa mapuche a la cristiana, quedaron
excluído los machis, como es inevitable, y no es casual
que son los únicos personajes de la extructura indena
precolonial que sobreviven intactos, o casi, durante la colonia y
durante buena parte de la república.
La introducción de la figura del fiscal fue
esencial y central dentro del proyecto evangelizador jesuita, en
cuanto respondía de manera optimal a numerosas exigencias.
Eliminaba "el delicado problema derivado del hecho de que la
nueva religión apareciese impuesta exclusivamente por
hombres de otra etnía"; multiplicaba desde el aspecto
logístico la labor de los padres y, siendo ellos tan
pocos, les permite igualmente de atender a un gran número
de feligreses; aseguraba la continuidad de la acción
evangelizadora, no obstante la presencia discontínua del
misionero; favorecía la integración de la sociedad indígena
en la sociedad castellana, y trataba de asegurar alguna
protección contra los abusos de los encomenderos. Este
último aspecto, desde luego, fue profundamente contrastado
por las autoridades administrativas que trataron, durante una
intera década, de inpedir la formalización
jurídica del rol del fiscal.
Los jesuitas pusieron una grande cura en escoger a las
figuras más adecuadas para cubrir el rol de fiscal y
dedicaron algunos años para capacitarlos a cumplir con la
misión que les encargaban. Los fiscales se seleccionaban
entre los más capaces de los indios encomendados y,
además, venían exentados "del sistema de
encomienda o tributo, y por lo tanto, investidos de aquella
dignidad y
respeto que les reconocían los naturales sometidos a su
tuición moral y espiritual, debiendo llevar como signo
patriarcal la Cruz Alta" . De esta forma, sin embargo,
alejaban del servicio a los indios más capaces, lo cual
suscitaba oposiciones entre los encomenderos. La fiscalía
fue un proyecto que nació en el mismo 1609; sin embargo,
solamente en 1621 el gobernador Pedro Osores Ulloa
autorizó formalmente su creación, con el
reconocimiento jurídico de aquel rol, y desde el 1624 la
estructura de la fiscalía encontró plena
aplicación.
La primera estadía de los padres Venegas y
Ferrufino tenía el fin de asumir un conocimiento
directo del archipiélago de Chiloé y de las
innumerables islas entre la punta de Quilán, el extremo
meridional de la Isla Grande, y el estrecho de
Magallanes.
Lo primero que constataron los dos misioneros fue el
elevado despoblamiento del archipiélago: "Está
toda poblada de gente, la cual, de un tiempo a esta parte, ha ido
en gran disminución porque consta, por la minuta
que se hizo hace diez o doce años, que había
más de quince mil varones de lanza, sin contar a las
mujeres e hoos chiquitos, y ahora no hay más de tres mil
almas grandes y chicas en toda la isla, a causa de que las han
ido sacando cada año los navíos que por allá
van, y sólo los últimos años, con estar
allí los de la Compañía que lo
estorbábamos cuanto podíamos, y aun asi sacaron
como cuatrocientos y los traen a vender acá abajo".
"Estorbaron" muy eficazmente, los jesuitas, y así
agregaron otra razón al conflicto con
las autoridades locales y con los encomenderos.
Fig. 8a. "El sacramento de bautizo", de | Fig. 8b. "El sacramento de matrimonio", de Guamán Poma |
Sin embargo, una disminución tan notable de la
población indígena tuvo también otras
causas: las pestilencias y las fugas. En efectos, una primera
pestilencia de viruela arrasó con la población
indígena alrededor de 1605, como relata al corsario
Brouwer una colona quinchaína, Luisa Pizarro, viuda de don
Jerónimo de Trujillo. Tampoco hay que subestimar la fuga
de indios desde Chiloé hacia el norte, donde se unieron a
los cuncos, y hacia el sur, donde se unieron a los chonos. Si
bien es cierto que chonos y huilliches maloquearon constantemente
entre ellos, sobre todos para robarse mujeres, sin embargo muchos
entre los indios chilotes eran de origen chona, aúnque
culturalmente mapuchizados, y para ellos buscar refugios en las
Guaitecas era lo más natural. Esto puede explicar el hecho
que todos los nombres de caciques chonos que la historia
recuerda, son siempre y sin excepción nombres mapuches, lo
cual hace suponer que los chilotes que arrancaron en los
archipiélagos al sur de Chiloé, consiguieron
imponerse socialmente a los indígenas del lugar, alcanzado
el cacicado.
Concluyéndose la fase preliminar de la
evangelización de Chiloé, en la isla de Quinchao
había una capilla para cada reducción
indígena y, probablemente, la de Vuta-Quinchao era la de
mayor dimensión, como lo sugiere su mismo nombre. La
capilla ya no era una simple ramada que cada año
necesitaba ser reconstruida, sino una construcción
sólida, aúnque rústica, realizada con
"unos postes de madera, con
otros palos que se les arriman, se forman las paredes, i el techo
cubierto de paja sobre algunas tijeras, sin que se gaste en toda
suformación un clavo, porque todo va amarrado con unas
raíces i yerba" .
El viajero que en el año de gracia de 1624
llegara a la isla de Quinchao, hubiera hallado a orilla del mar,
allí donde ahora está la villa de Quinchao, una
amplia cancha erbosa aproximadamente rectangular, con una grande
iglesia en uno de sus lados menores, una grande cruz en el centro
de la cancha, y a los dos costados mayores de la plaza algunas
modestas habitaciones: una para los misioneros, para que tuvieran
donde ir llegando a su misión, y las otras para el fiscal,
que tenía su ruka al lado de la iglesia, aúnque
viviera en otra parte, cerca de su campo. Tener una ruka al lado
de la iglesia era una manifestación de autoridad
moral y de prestigio. Y así la presencia de la iglesia se
convierte en la semilla para el surgimiento del futuro pueblo. Un
aspecto parecido lo tienen las explanadas en Achao, Chullec, o
Huyar, y en otros lugarejos de las demás islas del
archipiélago quinchaíno, donde, sin embargo, las
capillas tienen una dimensión menor.
Las ciudades coloniales nacen con un proyecto
urbanístico predeterminado, donde las calles vienen
trazadas perpendicularmente las unas a las otras a partir de una
plaza central, símbulo de poder político, y
sólo sucesivamente, en las manzanas determinadas por el
trazado empiezan a surgir las casas de los particulares. En los
pueblos de indios de Chiloé ocurre algo muy diferente. Al
comienzo ya está la explanada, es decir el rewe del
caví, la cual se encuentra siempre a orilla del mar, es
muy amplia y de forma rectangular y alargada; luego surge la
capilla y la habitación para los misioneros, y se levantan
dos o tres casitas para el fiscal, el lonko y el patrón,
usando para eso los costados mayores de la plaza; en fin, sin
alguna regla urbanística, empiezan a construirse modestas
cabañas para los feligreses, ocupadas únicamente en
ocasión de la celebración de alguna festividad o de
la llegada de los misioneros.
El pueblo se desarrolla posteriormente: es desordenado y
las casas no tienen alineamento alguno, teniendo como
única regla la de no edificar a los costados de la
iglesia. Esta, por su parte, desde los comienzos viene realizada
con unos enormes aleros que puedan ser de abrigo para los
feligreses. Y cuando llega el misionero, los costados de la plaza
se llenan de ramadas temporáneas, donde los feligreses
pueden alojarse, preparar su comida y, sobre todo, hacer trueques
y socializar, tal como ocurría durante la
celebración del kamarikún, y tal como ocurre
todavía hoy en día durante las grandes fiestas
patronales.
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