Alquimia política. Hacia una teoría moderna del Discurso
- Orígenes del
Discurso - La estructura y
composición del Discurso - Análisis del
Discurso - Ideas finales
- Referencias bibliográficas
generales
El Discurso, en su sentido más amplio,
es teoría y práctica de la elocuencia, sea hablada
o escrita. El Discurso hablado es la oratoria; las
reglas que rigen toda composición o discurso en prosa que
se propone influir en la opinión o en los sentimientos de
la gente y, en tal sentido, es una forma de la propaganda. Se
ocupa, pues, de todos los asuntos relacionados con la belleza o
vigor del estilo.
El Discurso se ocupa de los principios
fundamentales que tienen que ver con la composición y
enunciación de la oratorio, teniendo como partes
fundamentales: inventio (del verbo invenire,
encontrar o definir el tema del que se va a hablar);
dispositio (disposición de las partes);
elocutio (elección de las palabras, ligada con el
ornato y las figuras); memoria (memorización) y
actio (relacionada con el acto de emisión del
discurso, próxima a la representación teatral). Las
tres primeras son las fundamentales desde el punto de vista de la
obra escrita.
Las Técnicas
Discursivas, en su generalidad son: Narración, que
consiste en contar sucesos, es dinámica; Descripción, que consiste en presentar
hechos con una estrategia
definida; y la Argumentación, que consiste en exponer una
tesis y
aportar pruebas o
argumentos en beneficio de esa tesis. Esta claro que los datos expuestos
en la exposición
tienen un propósito que es ser estudiados y en ocasiones
comparados con otros sucesos parecidos, así se facilita el
entendimiento y se argumenta de la manera subjetiva que el orador
estime conveniente.
La descripción, es, tal como el nombre lo dice,
lo que describe la situación, los hechos reales. Y eso es
en gran parte en lo que se basa este discurso. Explicar cual era
la situación del momento y dar a conocer cuales eran los
sentimientos de quien pronunciaba el discurso.
El discurso, en su origen, estructura y
composición, lo estudiaremos en el presente ensayo,
buscando analizar su razón de ser tanto en la
expresión escrita como la hablada, en el denominado
proceso de
comunicación para lo cual nos valdremos de
una revisión de documentos
técnicos especializados, así como la consulta a
personalidades autoridades en el área
escritural.
El Diccionario de
la Lengua
Española de la Real Academia (versión 2001) nos
ayuda a entender que un discurso es la facultad de usar la mente
(el razonamiento) para reflexionar o analizar los antecedentes,
principios, indicios o señales
de cualquier asunto con el fin de entenderlo. Cuando reflexionas,
estás discursando, es decir, aplicando tu inteligencia,
para entender un asunto y hasta para ser capaz de explicarlo
inteligentemente a otras personas. Es una tarea que realizas en
el interior de tu mente.
Ahora bien, cuando se exponen los resultados de esas
reflexiones, ya sea ante una o varias personas, se dice que se
está presentando un discurso delante de estas personas, lo
que significa que los que escuchan usan su inteligencia para
entender lo que se dice. Cuando el discurso implica dialogar con
el auditorio, se convierte en una conferencia,
porque conferencia es una conversación entre dos o
más personas.
Pero el Discurso tiene una larga historia, llena de
relevancia y pasión, puesto que constituyó uno de
los instrumentos fundamentales para la transformación
social y política del mundo
contemporáneo.
El poder de elocuencia que demuestran
Néstor, Odiseo y Aquiles en la Iliada llevó
a muchos griegos a considerar a Homero como el
padre de la oratoria. El establecimiento de las instituciones
democráticas en Atenas en el 510 a.C. volvió
esencial para todos los ciudadanos el desarrollo de
la habilidad oratoria; así fue como surgió un
grupo de
maestros, conocidos como sofistas, que se propusieron hacer que
los hombres hablasen mejor según las reglas del arte.
Protágoras, el primero de los sofistas, realizó un
estudio de la lengua y enseñó a sus alumnos
cómo hacer que la causa más débil se tornase
más fuerte.
El verdadero fundador de la retórica como
ciencia fue
Corax de Siracusa, quien la definió como "artífice
de la persuasión" y escribió el primer manual sobre este
arte. Otros maestros fueron Tisias, alumno de Corax,
también de Siracusa; Gorgias de Leontium, que fue a Atenas
en el 427 a.C.; y Trasímaco de Calcedón, quien
también enseñó en Atenas. Antifón, el
primero de los llamados Diez Oradores Áticos, fue el
primero en combinar la teoría y la práctica de la
retórica. Con Isócrates, el gran maestro de la
oratoria en el siglo IV a.C., el arte de la retórica
llegó a ser un estudio cultural, una filosofía con
un propósito práctico.
Platón satirizó el tratamiento
más técnico de la retórica, con su
énfasis en la persuasión más que en la
verdad, en el diálogo
Gorgias, y en Fedro discutió los principios
que conformaban la esencia del arte retórico. Aristóteles, en su Retórica,
definió la función de
la retórica basándola, más que en la
persuasión, en el descubrimiento de "todos los medios
disponibles de persuasión".
En Roma fueron
griegos los encargados de enseñar retórica formal,
y los grandes maestros de la retórica teórica y
práctica, Cicerón y Quintiliano, estuvieron
influidos por los modelos
griegos. Cicerón escribió varios tratados sobre la
teoría y la práctica de la retórica, pero el
más importante fue De inventione. El famoso De
Institutione oratoria de Quintiliano todavía es
válido por el amplio tratamiento que hace de los
principios de la retórica y la naturaleza de
la elocuencia ideal. Las disertaciones escolares del temprano
imperio se encuentran en las suasoriae (disertaciones
persuasivas) y en las controversias del retórico
Séneca el Viejo, padre del filósofo, ambos nacidos
en Córdoba (España).
El Discurso constituyó, junto con la Gramática y la Dialéctica, el
Trivium, es decir, las tres disciplinas preliminares de
las siete artes liberales que se impartían en las
universidades. Las principales autoridades medievales en discursos
(entiéndase que algunos autores hablan de retórica)
fueron tres estudiosos romanos de los siglos V, VI y VII:
Marciano Capella, autor de las Bodas de Mercurio y
Filología, tratado basado en una alegoría de
las siete artes liberales (además del Trivium, el
Quadrivium: Aritmética, Astronomía, Geometría y Música); Flavio
Casiodoro, historiador y fundador de monasterios, célebre
por sus Institutiones diuinarum et saecularium litterarum,
cuyo segundo libro contiene
una relación de las siete artes liberales; e Isidoro de
Sevilla, arzobispo español
autor de las Etimologías, una obra
enciclopédica que reúne la erudición del
mundo antiguo.
Durante el renacimiento, el
estudio del Discurso continuó basándose en las
obras de escritores como Cicerón, Quintiliano y
Aristóteles, cuya Poética se
difundió, desde finales del siglo XV hasta el XVII,
gracias a traducciones italianas.
A pesar de su decadencia a partir de
finales del siglo XVIII, el discurso siguió brindando
recursos para su
ejercicio en el terreno de la oratoria política y del
debate de
ideas. Desde una perspectiva más libre de manuales, autores
como Víctor Hugo (a pesar de su grito de "muerte a la
retórica"), Baudelaire, Valéry, van ofreciendo las
normas
modernas de una nueva retórica. Que la retórica
haya sido reducida al ámbito del manual y del texto escolar,
no quiere decir que en ellos resida su significado original.
Gracias a Arnold Schering (1877-1941), es posible afirmar que el
sistema
didáctico musical era adaptación del
retórico: hay también en la música un "arte
de hallar" (la inventio), como lo demuestran las
Invenciones de Bach. En el ámbito literario ha
habido intentos de sustitución del término y de su
propia estructura: de la poética a la estilística,
de las artes poéticas a los manifiestos de las
vanguardias. Está claro que la nueva retórica, a
partir de investigadores como Roland Barthes, Roman Jakobson
(retórica y lingüística), Tzvetan Todorov, el
formalismo ruso, el new criticism angloamericano, Lacan y
el psicoanálisis, el grupo de Agustín
García Calvo, entre otros.
Según nos dice Alfredo Elejalde F. (Lima, 1998),
un discurso es un acto de habla, y por tanto consta de los
elementos de todo acto de habla: en primer lugar, un acto
locutivo o locucionario, es decir, el acto de decir un dicho con
sentido y referencia; en segundo lugar, un acto ilocutivo o
ilocucionario, o el conjunto de actos convencionalmente asociados
al acto ilocutivo; finalmente, un acto perlocutivo o
perlocucionario, o sea, los efectos en pensamientos, creencias,
sentimientos o acciones del
interlocutor (oyente).
El texto, en cambio, es lo
dicho, el enunciado y su organización, que sin embargo, al igual que
el hombre
mismo, vive en sociedad. Un
texto no puede existir aisladamente pues necesita ser insertado
en contextos culturales determinados y en circunstancias
específicas, de lo contrario carecería de sentido.
Es decir, un texto sólo puede ser parte de un
discurso que prevé las condiciones de
producción del texto y las condiciones de su
consumo: los discursos literarios y los no
literarios requieren no sólo de dos modos distintos de
ser escritos, sino que además están destinados a
ser leídos de maneras diferentes.
Estos modos, recalca Alfredo Elejalde F., previstos y
convencionales de producir y de consumir un tipo
específico de discurso constituyen los esquemas
discursivos. Estos son, pues, moldes para producir/consumir
discursos que, a su vez, se actualizan en textos. S. Reisz, al
explicar su propuesta de teoría de los géneros
literarios, cita la distinción de Stierle entre
"texto" (lo lingüísticamente observable) y "discurso"
(el acto de habla de un sujeto particular en una situación
particular) para explicar su propuesta del antigénero
lírico. Ella sostiene que el sentido y la identidad del
discurso emanan de su relación con un esquema discursivo
preexistente y de su vinculación con un sujeto que se
manifiesta en la identidad de un rol. Este esquema orienta la
producción y la recepción del
discurso, pero no las determina totalmente, por lo que todo
discurso tiene una identidad precaria y distinta de la identidad
del esquema. El tránsito problemático del esquema a
su realización particular produce innumerables puntos de
fuga a partir de los cuales el sentido del discurso se ramifica
abriendo nuevas e imprevisibles conexiones temáticas que
explican el carácter siempre inconcluso del proceso de
la recepción.
El concepto de
Discurso se define, a partir de Michael Focault, como " un
conjunto de enunciados que dependen de una misma formación
discursiva… está constituida por un número
limitado de enunciados para los cuales puede definirse un
conjunto de condiciones de existencia."
El Discurso, desde el punto de vista de la
comunicación, se ve como un espacio que posibilita la
coexistencia de diversos enunciados a partir de la
práctica comunicativa. Las Modalidades de
enunciación de estos enunciados obedecen a unas relaciones
descriptibles que obran en ellos y a partir de las cuales se
puede determinar que una cartelera, un periódico
barrial, una formulación de un estudio sobre el
fenómeno comunicativo o una encuesta a los
empleados de una institución publica, son enunciados del
discurso de la comunicación en tanto hacen parte de una
practica comunicativa.
Pero antes de continuar, es conveniente hacer un
paréntesis en el desarrollo que se viene siguiendo, y
adelantar aquí lo que entendemos por discurso en el marco
de las nuevas tendencias del pensamiento
racional, entiéndase discurso de la modernidad y de
la posmodernidad,
y lo que para algunas escuelas positivistas y filosóficas
significa el discurso antrópico:
- Discurso de la modernidad: mi
centro como universal.
La
modernidad se ordena a través de un centro
incuestionable, que se erige en paradigma
de todo acto de significar y que se proyecta en
imposición logocentrista: la verdad transciende su
contexto y se presenta como algo transferible. Se puede
así hablar de "proponer la verdad", como señala
Feijoo en su Teatro crítico universal, para
añadir: "Doy el nombre de errores a todas las
opiniones que contradigo". El error y la verdad en el
discurso de la modernidad son algo tangibles e independientes
del sujeto conocedor, o sea indiferente a su
contextualización: la modernidad impone
significado. - Discurso de la posmodernidad:
deconstrucción de todo centro —mientras se
busca el centro transcendente— con lo que se difiere su
definición. La posmodernidad es la duda de la
modernidad, es la perplejidad ante el descubrimiento de lo
fatuo y quimérico de suponer la existencia de un
centro cultural unívoco que se proyecte como referente
de toda significación, pero se hace sin problematizar
el concepto mismo de "centro". O sea, el blanco del proceso
es la estructura, la narratividad del discurso de la
modernidad, que ahora, sin el apoyo del centro transcendente
que en un principio la hizo posible, se convierte en
fácil blanco de una implacable crítica deconstruccionista proyectada
en una orgía destructiva: la posmodernidad difiere el
acto de significar, al anhelar y negar a la vez la
posibilidad de un significar transcendente. - Discurso antrópico:
definición en la transformación. La
antropocidad implica una abstracción del concepto de
"centro cultural" que aporta la modernidad (de todo centro
que se proyecte como transcendente), para colocar en primer
plano la "estructura" misma. El centro antrópico es un
centro dinámico, móvil, un centro sujeto a la
continua transformación propia de todo discurso
axiológico. Es un centro que sólo se concibe en
el proceso dinámico de su contextualización y
como núcleo de constante re-codificación de dicha
contextualización.
Del Discurso deviene la oratoria, la elocuencia y el
arte de la expresión humana; todo inmerso en la estética y lógica
del pensamiento;
es también el arte de persuadir con la verdad,
según la definición de Sócrates;
el arte de descubrir esa verdad de manera intuitiva, acercarnos a
ella, desnudarla y hacerla visible a los oyentes por media de una
tangencia inmediata y mística, como quiere José
María Pemán.
Fenelón, nos dice José Luis
Gómez-Martínez , señalaba que el
dominio del
tema objeto del discurso era indispensable, y con cierta
ironía fustigaba a los oradores de su tiempo
indicando que algunos no hablaban porque estuvieran rellenos de
verdades, sino que buscaban las verdades a medida que
hablaban.
Sentado el dominio del tema y la nitidez de los
conceptos, el orador requiere memoria feliz,
observando Pulido que casi todos los afamados oradores presentan
igual rasgo de semejanza en su biografía: que se
distinguieron en su niñez por una memoria
extraordinaria.
Imaginación y sensibilidad vivas, a fin de contagiar las
ideas, las pasiones y los afectos; expresión vigorosa de
unas y de otros y una dicción clara, rítmica,
musical a veces, dotada de aquella melodía compuesta de
inflexiones de voz y de timbres variados, necesaria para reflejar
y traducir los estados diversos del espíritu.
Pronunciación y ademán, hasta el punto de
que la declamación y el gesto del actor trágico
-con la notable diferencia que existe entre aquel que recita lo
ajeno y el que pronuncia lo propio -se apunta como ejemplo que el
orador ni debe ni puede despreciar.
Cualidades de orden natural las unas; logradas con el
ejercicio, la autocorrección y el estudio las otras; ni
éstas sirven si aquéllas no existen, ni
éstas pueden abandonarse para que crezcan y vivan en
salvaje y ruda espontaneidad. Si Demóstenes era orador por
naturaleza, tuvo que corregir y pulimentar defectos graves que se
oponían a la externa proyección de su elocuencia.
Con chinas en la boca y recitando trozos de autores notables a
orillas del Pireo, combatió su tartamudez, y
afeitándose la mitad de la cabeza y de la barba, para
verse forzado por la vergüenza a no salir de la cueva de su
casa, donde se ejercitó con voluntad muy firme en la
práctica de ejercicios oratorios, logró tal dominio
del arte que, durante quince años, pronunció los
más grandes y bellos discursos de la humanidad, y entre
los mismos las famosas «Filípicas» y la obra
maestra que llamamos «La oración de
Clesifonte».
Ahora bien, suponiendo reunidas las cualidades
indicadas: ¿dónde encontraremos al orador ideal?
¿En aquel que poniendo sus discursos por escrito procure
aprenderlos y fijarlos con detalle? ¿O en aquel otro que,
subido a la tribuna, improvisa sobre la marcha?
Don Antonio Maura, en el discurso leído con
ocasión de su ingreso en la Real Academia de la Lengua,
aconseja que el discurso no debe en ningún caso de fijarse
en la memoria;
que, aun habiéndolo escrito, deben romperse las
cuartillas; que nada hay semejante, a pesar de las incorrecciones
del estilo, de la eufonía y de la sintaxis, a la frescura
virginal de la elocuencia, al espectáculo de asistir al
brote original de las palabras, y que la fijación del
discurso en la memoria, aparte de exponer al orador a las
quiebras y desventuras de sus faltas,
lagunas y vacíos, le hace siervo en lugar de señor
de su obra.
De otro lado, Emilio Castelar, citado por José
Edmundo Clemente sugería a sus discípulos, y los
alentaba con su ejemplo, que el discurso mejor es el discurso que
se escribe, se aprende, se ensaya y luego se pronuncia. En esta
línea, sabido es que los grandes oradores griegos y
romanos sostenían que la improvisación era un
atrevimiento mercenario ajeno al noble arte de la oratoria, de
tal manera que Demóstenes se negó a hablar, no
obstante la excitación del pueblo, cuando no
conocía de memoria su discurso.
Una y otra tesis son conciliables. En efecto, cuando el orador
tenga tiempo, fuerza
retentiva, serenidad de ánimo y habilidad bastante para
cubrir, improvisando, las lagunas inevitables de la memoria y
enlazar con la hebra rota o perdida del discurso, es indiscutible
que éste alcanzará el máximo de la
perfección oratoria. Cuando esto no sea posible,
construido el plan del
discurso, que es preciso retener como un esqueleto o
armazón de doctrina, puede dejarse libre a la
improvisación seguro de que el
pensamiento desembarazado y sin ligaduras puede confiar en la
propia elocuencia y en los reflejos automáticos de la
palabra.
En todo caso, el plan o el discurso postulan antes que
nada un sondeo del auditorio, de las circunstancias que lo
convocan y de la oportunidad de aquello que en esa ocasión
concreta piensa exponerse. Sin variar el asunto ni variar los
espectadores, la oportunidad requiere planes y métodos
distintos.
El plan exige de su parte un encadenamiento
lógico y sucesivo de las ideas, un descanso en las
transiciones para afirmar el nervio del discurso y para aliviar
la atención, pasando de la gravedad a la
sonrisa, e iniciar suavemente el declive hacia el epílogo
o la conclusión, cerrando con un broche que lo mismo puede
ser síntesis
que apóstrofe, pero que en todo caso requiere la frase y
el gesto propicios para que el auditorio, al disolverse,
continúe meditando y resuelto.
Sabemos ya lo que es la oratoria; la hemos catalogado en
la esfera del arte y de la literatura. Hemos definido
al orador, hemos señalado sus cualidades e incluso
acabamos de discutir la conveniencia o inconveniencia de que,
trazado un plan o esquema de doctrina, se aprenda el discurso
fijándolo por escrito o se entregue al soplo de la
improvisación al pronunciarlo.
Hay un estilo propio del discurso, como hay un estilo
propio de la tragedia. De aquí que, a pesar de que sin
representación no hay obra dramática, la mayor
parte de las obras dramáticas son juzgadas por la simple
lectura. El
Discurso es, sin lugar a dudas, el instrumento fundamental para
entender el lugar que los hombres ocupan en el
universo.
La estructura y
composición del Discurso
Como se dijo en el capítulo anterior, el Discurso
es una vía de comunicación estructurada y definida
en razón de un mensaje, el cual es ordenado y orientado en
función a intereses propios del orador o expositor del
Discurso. Para hacer efectiva la acción
del Discurso se hace necesario cubrir ciertas etapas, todas ellas
encaminadas a plantear un modelo ideal
de lo que a través de palabras escritas y orales se desea
expresar en un momento determinado. Influye mucho en la
ejecutoria del Discurso las condiciones en que se dará y,
por supuesto, el cómo el orador enfrentara esa ejecutoria
discursiva. Para ello hay reglas básicas que bien las ha
expuesto Teun A. Van Dijk. Dice el autor: "Antes de exponer el
Discurso hay que Relajarse: para ello inspirar y expirar diez
veces, llevando aire al abdomen;
Concentrarse: pensar firmemente en las ideas; Articular y
vocalizar las palabras; y tener control sobre el
Silencio: tener en cuenta el inicial y el previo al cierre del
discurso.
El Discurso ha de estar estructurado en razón
de:
Partes del discurso
(A)Introducción o exordio
- De impacto: cuando el auditorio está en un
estado de
expectativa frente a un hecho conmocionante y una palabra o
frase del orador logra desencadenar un fenómeno de
shock que incidirá en el ánimo
colectivo. - Progresivo: se aplica cuando el orador se
insinúa al público que desconoce, lentamente
trata de establecer el "rapport" (de meterse en el alma de
quien escucha). - Directo: es cuando se anuncia el tema que se
tratará y se pasa rápidamente al
desarrollo. - Ampuloso: se lo usa cuando ocurre un hecho
excepcional (muerte de una gran figura) y se usan
excesivamente los adjetivos grandilocuentes.
(B)Desarrollo, cuerpo o medio
Las ideas se concatenan una con otras, esto
evitará que se pierda el hilo conductor. Si el desarrollo
es extenso se lo puede estructurar en dos o tres
partes.
(C)Conclusión o
peroración
La peroración debe ser meticulosamente armada,
estudiada, y su duración no debe ser mayor a dos minutos.
Si bien no se recomienda la memorización en la palabra
hablada, se la debería usar en el exordio y la
peroración. Se pueden apelar a citas, anécdotas,
parábolas
(D)Confección – redacción: palabras claves y
redacción completa.
- Palabras claves: consiste en escribir en un papel los
puntos principales y "vestirlos" mientras se expone.
Sólo con bajar la vista un instante se podrá
seguir el hilo del discurso.No sólo debe decirse la verdad, sino
también lo que se expresa debe parecer cierto.
Téngase en cuenta las siguientes sugerencias y
precauciones: - Redacción completa: es apropiado cuando se dan
a conocer datos muy precisos sobre un tema. Hay que marcar el
discurso, sobre todo los adjetivos calificativos, silencios,
verbos que destaquen hechos o situaciones que convengan al
orador. - Sonreír (para que el público tenga una
buena impresión). - Salvo que sea necesario, prescindir de
apuntes. - Tener un buen uso del lenguaje, lo
que permite más vocabulario. - No contener nunca la emoción, pero
evítese hablar durante la misma.Los discursos más frecuentes son:
- No ingerir alimentos
previamente al discurso. - Fúnebres: palabras de pesar frente al
féretro donde se enumeran los aportes del fallecido (si
los hubo) para la comunidad. La
elocución se hará de manera lenta y con varios
silencios. - Conmemorativos: en el recuerdo de personalidades o
acontecimientos históricos o hechos importantes, se
evocan las situaciones previas y consecuencias del suceso o se
recuerdan las acciones más importantes del individuo y
el beneficio que aportó a la comunidad. La
exposición debe atenderse al tipo de auditorio y la
ocasión. - Bienvenida y despedida: (sinceridad y cordialidad) en
el primer caso hablar del placer de recibir a la nueva persona y el
deseo de buenaventura en las nuevas actividades. En el segundo,
contar una anécdota. - Inaugural: Se elogia a quienes participaron en
la
organización (conferencia), planificación (curso) y construcción (edificio),
reconociéndose el esfuerzo de los
participantes. - Sobremesa: comer liviano para evitar la pesadez
postprandial. - Específico (técnico científico):
evítese el uso de matices, pero no de tonos. - Inductivo: si se tiene que influir sobre un auditorio
para que se lleve a cabo una acción, la
dramatización en estos casos es
imprescindible.
Si bien lo expresado por Teun A. Van Dijk, tiende a ser
extremadamente práctico, es ese pragmatismo lo
que hace que el Discurso pueda tener cuerpo y significado a la
hora de ser emitido. Hay que recordar en todo momento que la
razón de ser de un Discurso es transmitir un mensaje y ese
mensaje tiene que ser claro, sencillo y directo, para alcanzar el
máximo objetivo que
es comunicar.
Para otros autores (destaca María del Rosario
GARCÍA ARANCE: La imagen literaria.
Valladolid: Universidad de
Valladolid, 1983), la elaboración del discurso, aún
siendo determinante, constituye tan sólo una primera etapa
de la preparación del acto (y puede que no la más
complicada).
Cuando se prepara un discurso hay que tener muy claro
cuál es su objetivo, qué es lo que se pretende
conseguir (informar, motivar, divertir, advertir, etc.). En
primer lugar hay que definir el tema de la exposición.
Esto puede venir ya indicado por los organizadores del acto
(aunque uno siempre podrá darle su propia
orientación) o puede que uno tenga libertad para
elegirlo.
Definido el tema, hay que determinar la idea clave que
se quiere transmitir y sobre la que va a girar toda la
argumentación. Por ejemplo, se va a hablar sobre el sector
educativo en Venezuela y se
quiere transmitir la idea de la ausencia de formación en
historia y geografía
regional.
Una vez seleccionada la idea clave, hay que buscar
argumentos en los que apoyarla. Para ello lo mejor es dar rienda
suelta a la imaginación ("lluvia de ideas") e irlas
anotando a medida que vayan surgiendo. Este proceso puede durar
algunos días (hay que dar tiempo a la imaginación;
las ideas surgen inesperadamente). Una vez que se dispone de una
lista de posibles argumentos hay que seleccionar los 4 o 5
más relevantes (y no más). Hay que tener presente
que en un discurso la capacidad de retención que tiene el
público es limitada y que difícilmente va a ser
capaz de asimilar más de 4 o 5 conceptos.
Tratar de apoyar la idea clave con muchos argumentos a
lo único que lleva es a que el público termine sin
captar lo esencial. Una vez que se han seleccionado esos pocos
argumentos que se van a utilizar hay que desarrollarlos en
profundidad. Se utilizarán conceptos, datos, ejemplos,
citas, anécdotas, notas de humor. El discurso se
estructura en tres partes muy definidas:
- Introducción (plantea el tema que se va
a abordar y la idea que se quiere transmitir). - Desarrollo (se presentan los distintos
argumentos que sustentan la idea). - Conclusión (se resalta nuevamente la
idea y se enumeran someramente los argumentos
utilizados).
El discurso no tiene por qué ser una pieza
literaria, lo que sí debe primar es la claridad. Al ser
escuchado el receptor, es decir las personas a quien se le lee el
Discurso, no tiene tiempo de analizar detenidamente el lenguaje
utilizado, la estructura de las frases, etc. Además, en el
supuesto de no entender una frase no va a tener la posibilidad de
volver sobre ella.
Todo ello lleva, expresa María del Rosario
García Arance, y es un aspecto que ya tocamos
anteriormente, a que en el discurso deba emplearse un lenguaje
claro y directo, frases sencillas y cortas. Hay que facilitarle
al público su comprensión.
Ahora bien, independientemente del tema que se vaya a
tratar, hay que procurar que el discurso resulte atractivo,
novedoso, ágil, con gancho, bien fundamentado,
interesante. Debe primar siempre la idea de la brevedad; la
brevedad no implica que el discurso tenga que ser necesariamente
corto, sino que no debe extenderse más allá de lo
estrictamente necesario.
Alfredo Elejalde, expresa que siempre que se escribe se
escribe para algo. El autor, en el discurso práctico que
busca imponer opiniones o conductas, dispone la información y los argumentos de manera que
el lector sea persuadido pues aquél busca un fin ajeno al
texto mismo. La consecuencia es que este discurso utilitario y
manipulador se estructura sobre dos ejes: la lógica de
la demostración y la retórica de la
argumentación. Por otro lado, ahonda Elejalde, en una
novela tal vez
no haya estructura demostrativa, pero sí hay estructura de
relaciones entre eventos,
personajes y estrategias para
suspender la incredulidad del lector por el tiempo que dure
la lectura de
la ficción. Así, escribir, sea un relato factual o
uno ficcional, se convierte en un juego de
estrategias cuya finalidad está en el lector, en su
conducta, sus
emociones y
sus creencias. Si estrategia e inteligencia son entonces
copartícipes en la creación del discurso, lo son
también de su lectura. Leer se hace, pues, en el
reconocimiento de las estructuras
lógicas y retóricas de la argumentación, en
el goce de la ilógica razonada de la poesía,
en la comparación de nuestra noción de realidad con
la del mundo posible de tal novela o de tal teoría de la
física, o
en la auto evaluación
de la capacidad para leer ese discurso.
Una de las etapas básicas una vez creado y
expuesto un Discurso, es su Análisis e Interpretación por parte no sólo de
quienes lo oyeron o leyeron, sino de quien lo hizo. La auto
evaluación es prioritaria para modelare una pieza
discursiva que sea trascendente y metódica. Para ello, los
especialistas han remarcados ciertos aspectos que se tienen que
apreciar a la hora de encarar un Discurso; a continuación
expondremos un tanto acerca de ello, valiéndonos de la
exposición teórica que Teun A. Van Dijk ha hecho al
respecto.
Un primer elemento de consideración es el trabajo
sobre el "análisis textual" que trata con la estructura
más abstracta del discurso escrito como un objeto fijo en
la perspectiva de la "lingüística". El otro es el
relacionado con el "estudio del habla" (discurso oral) que se
centra en aquellos aspectos más dinámicos de la
interacción espontánea en la
perspectivas de las "ciencias
sociales".
A pesar de las diferencias de enfoques, ambos
están comprometidos con el descubrimiento de "ordenes",
"reglas", y "regularidades" en el trabajo de
análisis de "estrategias" y "estructuras"; tienen una
orientación descriptiva y su tendencia es a ignorar
contextos mayores como por ejemplo lo "cognitivo" y lo
"social".
De la misma forma también existe la
distinción entre estudios más "formales" o
abstractos como en la inteligencia
artificial y gramática, y estudios más
"concretos" de textos reales o formas de habla en contextos
específicos o socio-históricos, es decir, de la
formas reales en que los usuarios de una lengua se manejan como
"actores sociales", hablando, significando, y haciendo cosas con
palabras.
En la literatura consultada, resaltan las orientaciones
de tipo teórico y descriptivo y los aplicados y
críticos con un fuerte‚ énfasis en lo social,
el último. También se puede distinguir una
diferencia en los "estilos" o diseños de investigación; aquí se sitúan
los estudios "empíricos" que trabajan con
información concreta o corpus, y los de orientación
"filosófica" que son más bien especulativos y
utilizan formas impresionísticas para referirse al
discurso.
Otro criterio de diferenciación de enfoques se
basa en tipos de discurso en cuanto a "género".
Aquí las preferencias apuntan hacia las conversaciones,
las noticias, la
publicidad, la
narrativa, la argumentación, el discurso político,
entre otros. Ahora bien, cada uno de estos enfoques ha
desarrollado sus propios conceptos, métodos y
técnicas de análisis; una integración de los mismos pueden circular
en forma paralela a la variación y especialización
interdisciplinaria van Dijk distingue tres: a) los que se centran
en el discurso mismo o en la estructura, b) los que consideran el
discurso como comunicación en el ámbito de la
"cognición", y c) aquellos que se centran en la estructura
socio-cultural. Todos conforman una trilogía (discurso,
cognición, sociedad) la que se vislumbra como el
ámbito propicio para es establecimiento de una empresa
multidisciplinaria en el Análisis del Discurso.
Sea cual fuere el punto por donde podamos ingresar a
este triángulo descubriremos que no se necesitan de los
otros lados o aspectos; cualquier exclusión, entonces,
década de los años 60 el interés
emergió simultáneamente tanto en el campo de las
"humanidades" como en el de las "ciencias
sociales". Ya, como discurso escrito y oral, venía siendo
abordado o tratado en el análisis literario, la historia,
la comunicación de masas, y desde la Grecia Antigua
en la retórica o como las propiedades de "hablar en
público".
Un discurso es un campo de cultivo, cuyas ventajas
podemos resumir en la forma siguiente: le otorga al expositor la
primera opción para hacerlo bien, puesto que éste
puede escoger de la forma más libérrima imaginable
el tema (o por lo menos el tono y el enfoque) de su
exposición. Y esto es una lucrativa ventaja
psicológica.
En segundo lugar, le facilita la vida a quien pronuncia
el discurso toda vez que no son de suponer interrupciones
frecuentes en el desarrollo del discurso; antes bien, podemos
prever que el auditorio esté ansioso por escuchar nuestra
disertación y que dejará para el final cualquier
objeción, lo que no ocurre en el caso de una
conversación de venta, por
ejemplo, en la cual lo más fácilmente esperable es
la interrupción, el contra-argumento y aun la pregunta
recusativa, que aplicados con maña podrían echarnos
a perder el hilo conductor de nuestra
alocución.
La tercera cuestión de la que es obligatorio que
saquemos ventaja, es la preparación. El discurso nos da la
chance de prepararnos. Una vez definido el tema del discurso, hay
que explorar todos los afluentes de información del cual
se nutre el Discurso, por ello el espíritu crítico
y creativo, es fundamental para quienes producen un Discurso, es
en donde está la raíz de la excelencia de lo que se
quiere expresar y de lo es fundamentar para hacer efectiva
la meta u
objetivo de comunicar.
Expresar un Discurso, en todas sus partes, como hemos
visto a lo largo del presente trabajo, es hacer efectivo el
proceso emisor-receptor, en donde el mensaje fluya claramente y
se inserte, por palabras o frases, en la mente de quienes lo leen
o escuchan.
En este breve recorrido que hemos realizado por el
pensamiento teórico y metodológico del Discurso, se
ha querido ser fiel expresión del sentido práctico
del mismo, es decir, expresar con claridad y brevedad un marco de
ideas que definan el Discurso en la justa proporción de
instrumento comunicador y transmisor de cultura y
civilidad. El Discurso es una pieza literaria y académica
de primer orden, cuya razón de ser está inscrita en
el espacio y tiempo en que los hombres decidieron cambiar las
armas por el
bolígrafo y el papel, porque en ese espacio limitado del
escrito se dan las más inmensas y sangrientas batallas
para imponer ideas y pensamientos.
Referencias
bibliográficas generales
CLEMENTE, José Edmundo. Descubrimiento de
la metáfora. Caracas: Monte Ávila,
1977.
CORTÉS MORATÓ, Jordi y Antoni
Martínez Riu. Diccionario de
Filosofía (En CD-ROM).
Empresa
Editorial Herder S.A., Barcelona., 1998.
GARCÍA ARANCE, María del Rosario. La
imagen literaria. Valladolid: Universidad de Valladolid,
1983.
KRISTEVA, Julia y otros. El trabajo de la
metáfora.
Identificación/interpretación. Traducción de Margarita Mizraji. Barcelona:
Gedisa, 1985.
Van Dijk, Teun A. El discurso como estructura y
proceso. Barcelona, España, Editorial Gedisa,
2000.
Ramón E. Azócar A.