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El proceso de transformación del sector agropecuario argentino




Enviado por jorge_zappino



    1. Las claves de los años
      anteriores al periodo estudiado
    2. El desarrollo capitalista y su
      influencia en el sector agropecuario
      argentino
    3. El papel del Estado en el proceso
      de transformación
    4. A modo de
      conclusión
    5. Bibliografía

    INTRODUCCION

    El presente trabajo
    pretende analizar las distintas dimensiones en el proceso de
    transformación del sector agropecuario argentino durante
    el periodo 1850-1890. Se toma este periodo porque es durante esos
    años que se suceden cambios relevantes, transformaciones
    profundas en la configuración, ocupación y
    valorización del territorio de la pampa; sucesos que
    significarían un antes y un después en la historia de la región
    pampeana.

    Durante esos años comienza a darse un proceso de
    aceleración económica en los países
    centrales europeos. De esta manera, la economía industrial
    pudo extender globalmente la economía capitalista, a
    medida que aumentaban los intercambios comerciales.

    Por otra parte, a nivel local, se producen importantes
    cambios. La conformación definitiva del Estado surge
    sobre la base de luchas y enfrentamientos políticos. El
    mismo va a ir adaptándose, progresivamente, al contexto
    mundial. Sin embargo, este proceso se hacía difícil
    debido a varios factores: la enorme extensión del
    territorio, su escasa población, el poder
    económico acumulado en un sector muy reducido, etc. Las
    tierras pampeanas comenzarían a adquirir mayor
    valorización, y se comenzaba a planificar la "conquista"
    del territorio eliminando a los indígenas.

    Mediante este trabajo, se intenta establecer una
    relación entre la transformación del sector
    agropecuario pampeano, y los cambios globales y locales. Se busca
    explicar cómo la región se vio influenciada tanto
    por la expansión capitalista, como por los profundos
    cambios políticos que ocurrieron a nivel nacional, y que
    llevaron al establecimiento y afianzamiento del Estado y de la
    clase
    económica y políticamente dominante.

    El trabajo, entonces, quedará estructurado de la
    siguiente manera:

    1. Las claves de los años anteriores al
    período estudiado.

    2. El desarrollo
    capitalista y su influencia en el sector agropecuario
    argentino.

    2.1. Los cambios y exigencias del mercado
    mundial.

    2.2. Los ferrocarriles y la expansión capitalista en
    la pampa argentina.

    2.3. Las migraciones y su impacto.

    2.4. El comercio
    exterior.

    3. El papel del Estado en el proceso de
    transformación

    3.1. Las políticas inmigratorias.

    3.2. Colonización y expansión del
    territorio.

    3.3. Las crisis de
    1866 y 1873 y sus consecuencias para este proceso.

    4. A modo de conclusión

    1. LAS CLAVES DE LOS AÑOS ANTERIORES AL
    PERIODO ESTUDIADO

    En el periodo que transcurre entre la Revolución
    de Mayo de 1810 y la década de 1850, se pueden rastrear,
    al menos, tres claves que definen la situación del momento
    y configuran el marco para comprender el periodo en estudio. Las
    tres claves, a saber, son:

    1. La expansión de la frontera:
      apropiación de la tierra y
      de la renta.
    2. Empréstitos, Bancos y
      Emisión. La deuda
      pública y las crisis.
    3. Comercio Exterior

    Estos puntos serán analizados por separado, realizando
    un corte horizontal entre los años 1810 y, aproximadamente
    el año 1850.

    A. La expansión de la frontera: apropiación
    de la tierra y de la
    renta

    La Revolución
    de Mayo de 1810 pierde el Alto Perú y con esto las
    minas de oro y plata
    del Potosí. Por lo tanto, se pierde el sustento de la
    economía y las finanzas de la
    colonia. Quedaba claro, desde el principio, que este no iba a ser
    el sustento de la economía y las finanzas de Buenos Aires.

    Por esos tiempos, había, en Buenos Aires, ganado
    vacuno. Luego de los cambios introducidos por la
    Revolución, se podía, sin las trabas del monopolio
    español,
    exportar a otros países los cueros de esos animales. En la
    medida que avanza el comercio, se
    reproduce el ganado y se comienza a conseguir mercados, los
    terratenientes comienzan a hacerse ricos y poderosos.

    A partir de la Revolución, entonces, el problema de la
    tierra adquiere una gran importancia, lo cual se verifica en las
    numerosas leyes que
    reglamentan su dominio,
    apropiación y uso a partir de ese momento. La primera
    expedición contra el indio se realiza en 1810 con el
    reconocimiento de las tierras cercanas al río Salado.
    Sucesivamente, a partir de ese momento, varias expediciones van
    extendiendo la frontera hacia el sur, llegando a duplicar, en
    solo 25 años, el territorio controlado.

    Muy pronto la Junta, con el decreto del 1 de septiembre de
    1811, extingue la mita, el yanaconazgo, la encomienda y el
    servicio
    personal.
    Tales medidas formaban parte del programa de la
    burguesía, y fueron apoyadas por los ganaderos. De esta
    manera, los terratenientes comienzan a expandirse velozmente;
    rota la traba colonial, sus negocios
    prosperan en la medida en que acumulan tierras, ganado y hombres.
    En este contexto, comienzan a dictarse las leyes citadas
    anteriormente. La primera de ellas, la Ley de 1821,
    garantiza la deuda pública con tierras fiscales.

    "Después de diez años de conflictos, el
    agotamiento del tesoro público argentino solo
    admitía una salida: el empréstito externo. La nueva
    Nación,
    como la provincia de Buenos Aires, no podían ofrecer sino
    un bien como garantía hipotecaria: las tierras
    fiscales".

    Posteriormente, bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia,
    se dicta la denominada Ley de Enfiteusis, vinculada al
    empréstito Baring Brothers que veremos más
    adelante. "Enfiteusis" es la "cesión perpetua, o por largo
    tiempo del
    dominio útil de una finca mediante el pago anual de un
    canon al que hace la cesión, el cual conserva el dominio
    directo". El ingeniero agrónomo Emilio A. Coni
    publicó en 1927, en la imprenta de la
    Universidad de
    Buenos Aires, La verdad sobre la enfiteusis de Rivadavia.
    Allí asegura que "no se había hecho hasta hoy un
    estudio serio, cronológico y documentado de la enfiteusis
    y su aplicación. Dos hombres solamente la habían
    estudiado, y superficialmente, Andrés Lamas, panegirista
    de Rivadavia, y Nicolás Avellaneda. Los demás
    autores no hicieron sino repetirlos. Confieso
    —continúa Coni— que antes de iniciar el
    estudio tenía ya mis dudas sobre la excelencia del
    sistema
    enfitéutico. Algunos datos aislados
    que había conseguido me lo hacían sospechar. Pero
    lo que más pesaba en mi espíritu para mantener esa
    duda era la opinión francamente contraria a la enfiteusis
    de todos los hombres de valer que actuaron después de
    Caseros y que habían sido testigos del sistema. (…)
    Descubrí en la enfiteusis de 1826 tres gravísimos
    defectos, fundamentales para una ley de tierras públicas.
    Faltábale el máximo de extensión, lo que
    permitía otorgar 40 leguas cuadradas a un solo
    solicitante. No obligaba a poblar, de lo cual resultaba que la
    tierra se mantenía inculta y baldía esperando la
    valorización. Y la libre transmisión de la
    enfiteusis sólo servía, sea para acaparamientos,
    algunos superiores a 100 leguas cuadradas, o para el
    subarrendamiento expoliatorio de los infelices de la
    campaña por los poderosos de la ciudad".

    En 1825 se desató la "fiebre de la
    tierra": en Tandil, Pergamino, Lobería, Dolores se
    denunciaron lotes que iban desde las cuatro a las cuarenta leguas
    cuadradas. Quienes los reclamaron no parecían pobres
    campesinos: figuran los nombres de Sebastián Lezica,
    Ambrosio Cramer, Patricio Lynch, Pedro Trápani, Facundo
    Quiroga (quien denunció 12 leguas al oeste de Bragado por
    medio de su apoderado, Braulio Costa), Tomás Manuel de
    Anchorena, con unas veinte leguas en Fuerte Independencia,
    hoy Tandil. Otros localizaron baldíos en zonas ya pobladas
    y presentaron solicitudes de enfiteusis en Lujan,
    Cañuelas, Chascomús, Chacarita y San Isidro. Dice
    Gaignard: "Rivadavia creaba las condiciones ideales para la
    "acumulación primitiva" en beneficio de una capa muy
    reducida de negociantes del puerto y de estancieros del campo. De
    ello surge la consolidación de una clase dominante de
    grandes ganaderos, dueños de la tierra, de los animales y
    de los hombres".

    Con el gobierno de
    Rosas, comienza
    la etapa de la cesión en propiedad de
    las tierras cedidas en enfiteusis. El máximo desarrollo se
    alcanza luego de 1834. La ley provincial de 1836 ponía en
    venta 1.500
    leguas de tierras de la enfiteusis a precios
    diferentes según la ubicación de las mismas. En
    1838, otra ley pone en venta lo que quedaba de las concesiones de
    Rivadavia, con las mismas condiciones de 1836. También se
    realizan entregas de tierras a los oficiales de las
    campañas contra el indio y las guerras
    civiles (mayormente militares y funcionarios leales a Rosas). La
    más espectacular de todas las donaciones es la que se
    realiza en 1839, en la que se ceden 700 leguas cuadradas. Lo que
    ocurre es que a esos militares se les debían salarios y pagas
    desde hacia tiempo, lo que llevó a que los mismos
    revendieran las acciones a
    especuladores avisados que lograron, mediante este método,
    adquirir numerosas tierras.

    En el período de 1830-1852, la tierra ocupada
    ascendió hasta 6.100 leguas cuadradas (16.470.000
    hectáreas) con 782 propietarios. De éstos, 382
    concentraban el 82% de las propiedades de más de una legua
    cuadrada, mientras que 200 propietarios, o sea el 28%,
    concentraban el 60% de las estancias con más de 10 leguas
    cuadradas. Existían 74 propiedades con más de 15
    leguas cuadradas (40.404 hectáreas) y 42 propiedades con
    más de 20 leguas cuadradas (53.872 hectáreas).
    Mientras tanto, las pequeñas propiedades sólo
    representaban el 1% de la tierra explotada.

    Luego de la caída de Rosas, se desató una larga
    polémica acerca del destino de las extensiones otorgadas
    por las distintas leyes de premios, y finalmente, por ley de 1858
    se dispuso anular las donaciones efectuadas entre el 8 de
    diciembre de 1829 y el 3 de febrero de 1852, salvo aquellas que
    resultaran de premios por las expediciones contra los
    indígenas. En este último caso se reconocía
    también los derechos de quienes
    aún no habían efectuado la correspondiente
    escrituración y se les daba un plazo para hacerlo. Por
    esta ley el Estado
    recuperó unas 200 mil hectáreas de tierras pero
    confirmó el derecho de particulares sobre una superficie
    que duplicaba esa cifra. Concentración de la tierra y
    expansión del latifundio fueron el corolario de todas
    estas medidas.

    B. Empréstitos, bancos y emisión. La deuda
    pública y las crisis.

    Los comienzos.

    Cuando, en 1776 se dan las reformas borbónicas, se
    produce un vuelco total de la situación en la América
    Hispana. En el caso de la creación del Virreinato del
    Río de la Plata, estas reformas otorgaban al puerto de
    Buenos Aires el derecho a comerciar con España.
    Hasta ese momento, la plata del Potosí, el oro de Puno,
    salían por Lima, cruzaban el Caribe y de allí
    salían hacia España. Los borbones cambiaron eso,
    además de abrir otros puertos en España. De esta
    manera, Buenos Aires se convertía en el único
    puerto de salida del Virreinato. En todo el periodo anterior a
    1810, la plata del Potosí salía camino a Buenos
    Aires, y de allí a España. El mercado potosino,
    donde todo funcionaba en torno a las
    minas, era el mercado más grande del cono sur, y ese
    metálico era el sustento de toda la economía
    colonial.

    Al producirse la Revolución del 25 de mayo de 1810, las
    guerras de independencia hacen que Buenos Aires pierda el Alto
    Perú – perdido completamente en 1815 – y con esto
    las minas del Potosí. De esta manera, se pierde el
    sustento de la economía y las finanzas de la colonia. A
    partir de ese momento, ese metálico tampoco iba a servir
    de sustento a la economía y las finanzas de Buenos
    Aires.

    El problema que se presentaba ahora era el de solventar el
    erario público. Uno de los temas más acuciantes del
    momento era cómo pagar la enorme deuda comercial, producto del
    gran crecimiento de Buenos Aires y su consumo de
    estilo europeo. Las importaciones
    eran enormes y no solo por causa de la guerra de
    independencia. Analizando la composición de esas
    importaciones, puede ver que el 60% son artículos de
    consumo y entre un 16 y un 20% es equipamiento de guerra. El
    problema es que no había como pagarlo. En este punto, las
    casas comerciales inglesas, que empiezan a instalarse en 1811,
    juegan un rol fundamental; muchas de ellas contaban con socios
    porteños que eran los que realizaban las importaciones,
    los que proveían al Estado, y los que iban al interior a
    vender los artículos importados. Eran estos grandes
    comerciantes los que financiaban las compras del
    país. Por lo tanto, en este punto puede señalarse
    el comienzo de una deuda comercial que irá creciendo; el
    problema seguía siendo, aún, el metálico
    para financiar ese comercio.

    El Estado va a encontrar en los empréstitos forzosos,
    una solución momentánea a ese problema. Estos
    empréstitos obligaban a aquel que tenia capital a
    suscribir esos títulos públicos, a cambio de los
    cuales el Estado les daba vales de tesorería con valor
    metálico, dependiendo de lo que se le retiraba al
    productor: si lo que el Estado tomaba eran especies, por ejemplo
    vacunos, éstos no tenían valor metálico;
    pero si se trataba de comerciantes o de la iglesia, el
    Estado aseguraba una tasa de
    interés de hasta un 8%. La política de los
    empréstitos forzosos se va a repetir,
    sistemáticamente, entre 1810 y 1840. Además, se
    recurrió también al capital externo.

    Estas empréstitos produjeron serias disidencias entre
    los sectores de poder: si ellos tenían que pagar aranceles
    aduaneros y tasas de puerto con metálico, y éste
    metálico debían entregárselo al Estado,
    comenzaron a presionar para que el estado les permitiera pagar
    esos aranceles y tasas con dichos bonos. El
    perjuicio para el Estado era evidente: esos aranceles eran el
    único recurso del erario público, con lo cual, al
    poco tiempo, nos encontramos con un festival de bonos, que se
    usaban como moneda cotidiana.

    Hasta 1812, 16 patacones o pesos fuertes equivalían a
    una onza de oro o doblón; después de 1812, la
    relación era de 17 patacones o pesos fuertes por cada onza
    de oro o doblón. Antes de la Revolución, 4 millones
    de patacones o pesos fuertes salían por el puerto de
    Buenos Aires; a partir de la misma, esa cantidad baja a 500.000
    pesos fuertes.

    Los empréstitos

    En 1825, La Junta de Representantes de Buenos Aires, creada
    por el gobierno de Rivadavia, al ver que las cuentas no le
    cierran, decide tomar un empréstito de entre 2 y 4
    millones de pesos fuertes. Se decide tomarlo en el exterior y
    colocarlo con un mínimo del 70 %. Se crea, para esto, una
    comisión que va a negociar el empréstito a Londres.
    En la comisión se encontraban algunos de los que figuraban
    como directores del Banco de
    Descuento, entre ellos Riglos, Castro, Sáenz Valiente y
    John Robertson.

    Durante las negociaciones, la Casa Baring propone aceptar los
    bonos al 85 %, debido a su fácil colocación en el
    mercado. En este punto, la comisión negociadora decide
    aceptar el 85 %, pero, visto que la Junta de Representantes
    había declarado que un 70 % era conveniente, negociaron la
    diferencia, que fue repartida entre la Casa Baring y la
    comisión negociadora. Además, el gobierno argentino
    había adelantado ya 250.000 pesos fuertes por la
    comisión en concepto de
    gastos. A esto
    hay que sumarle 250.000 pesos fuertes más por
    millón. Finalmente, el empréstito es colocado por 5
    millones de pesos fuertes (1 millón de libras esterlinas),
    con lo cual, lo que debía llegar a la Argentina eran
    alrededor de 3.500.000 (70%).

    Ahora bien, como no se había especificado como llegaba
    ese oro a la Argentina, la comisión informa a la Casa
    Baring que la mejor manera era enviando letras giradas contra
    casas comerciales de prestigio que dieran garantías en
    Buenos Aires. No por casualidad, una de esas casas comerciales
    era la de Robertson y Costas, dos miembros de la comisión.
    Como si no alcanzara con esto, las letras que debían
    servir para pagar a un tercero que era el Estado, nunca llegaron,
    porque se descontaron, se redescontaron, y cuando se cancelaron,
    se hizo con otras letras. Algo del empréstito finalmente
    llegó a la Argentina: unos 200.000 pesos fuertes, que
    fueron utilizados para cubrir los gastos de la guerra con el
    Brasil; y
    después, presumiblemente, debieron haberse recibido
    1.000.000 en letras que también parecen haber sido
    utilizados en gastos de guerra.

    Y no para acá la cosa, porque en 1826, el ministro
    García convence a la Junta de Representantes de dos cosas
    fundamentales: como se debían pagar los intereses,
    había que entretener los fondos del empréstito y
    crear una comisión para ese fin: dar créditos para sacar algún interés y
    poder pagar esos intereses. Nuevamente, en esta comisión
    estaba la misma gente que negoció el empréstito.
    Además, García convence al propio gobernador Las
    Heras, de no malgastar el dinero del
    empréstito en hacer el puerto, en proveer de agua corriente
    a Buenos Aires, argumentando que existían capitales
    privados que lo podían realizar.

    La política de empréstitos continuó: en
    1857 encontramos el empréstito de la Confederación;
    y, en 1858 el empréstito de intereses no pagados y
    diferidos del empréstito Baring. Esta política
    continúa hasta 1880.

    Los bancos

    El Banco de Descuentos, antecedente del Banco de la Provincia
    de Buenos Aires, fue creado en 1822. La denominación de
    Descuento
    proviene de que su función
    era descontar letras dando créditos, además de
    emitir moneda. El directorio, formado por argentinos e ingleses,
    reflejaba el poder del momento: Félix Castro, Miguel
    Riglos, Juan Fernández Marina, Albarellos, Juan y Manuel
    Aguirre, Juan Pablo Sánchez, etc. Entre los ingleses
    aparece John Robertson.

    En cuanto al capital estatutario del Banco, Prebisch dice:
    "…aquel seria de un millón de pesos fuertes, dividido en
    acciones de cien pesos cada una que se entregarían a la
    suscripción pública; pero en la práctica,
    las acciones se llenaron parte en metálico y parte en
    billetes tomados del mismo banco, lo que le privó desde el
    principio, de la base metálica que debía tener. Es
    así que el capital metálico de este banco de
    emisión, no pasó nunca de la tercera parte del que
    nominalmente se había fijado…Al principiar las operaciones, las
    reservas apenas alcanzaban a 291 mil pesos fuertes, y aun este
    pequeño capital real, no era propio del país, ya
    que casi todas las acciones del banco se localizaron en
    Londres".

    El mecanismo de capitalización era el siguiente: se
    pedían créditos al banco, se pagaba 9 % de
    interés y se recibían dividendos por el 12 %. Y en
    definitiva en el banco no había nada o había muy
    poco, porque el capital se había constituido con los
    propios dineros del banco. El banco cae en 1826, traspasando sus
    pasivos y la emisión al Banco Nacional, que comienza sus
    operaciones en peores condiciones que su antecesor. En realidad,
    el Banco de Descuentos funcionó mientras nadie
    reclamó el cambio de sus papeles por su equivalente en
    oro. El día en que el Banco debió hacer frente a
    estas obligaciones,
    comenzaron sus problemas.

    A pesar de todos sus inconvenientes, estas instituciones
    bancarias resultaron beneficiosas a los sectores que antes se
    veían afectados por los empréstitos forzosos,
    aunque el Estado va a continuar colocando numerosos
    títulos en el mercado. Ahora eran los bancos los que le
    darían crédito
    al Estado. Además, los sectores mencionados van a
    conseguir créditos de corto plazo, mayoritariamente en
    letras descontadas. A estos créditos tiene acceso,
    fundamentalmente, el sector comercial, aunque la mayoría
    de los terratenientes también eran comerciantes. Con
    respecto a la precariedad del Banco de Descuentos, Rapoport
    aclara que "en 1826, luego de una crisis, este banco se convierte
    en el Banco Nacional, que comienza sus operaciones en peores
    condiciones que su antecesor. En 1836, pasa a denominarse Casa de
    Moneda, hasta que, finalmente, en 1854, se crea el Banco de la
    Provincia de Buenos Aires. La precariedad de estos bancos se
    debió, fundamentalmente, a la emisión descontrolada
    de moneda sin respaldo, que expandió el gasto publico y
    sirvió a los intereses de los sectores que se beneficiaban
    con la inflación".

    A partir de 1854, el Banco de la Pcia. de Buenos Aires
    multiplicó los prestamos, lo cual contribuyó a la
    financiación de las actividades comerciales y productivas.
    Además del Banco de la Pcia. de Buenos Aires,
    también fueron creados el Banco Hipotecario de la Pcia. de
    Buenos Aires (1872), que otorgaba créditos con
    garantía de tierras, y el Banco Nacional, conformado con
    capitales estatales y privados. Finalmente, en 1885, fue creado
    el Banco Hipotecario Nacional, con los mismos fines que su
    homónimo de la Pcia. de Buenos Aires.

    Con respecto a la banca privada,
    las primeras instituciones datan de la década de 1860,
    como el Banco de Londres y Río de la Plata (1864), y el
    Banco de Italia y el
    Río de la Plata. Además, muchas casas mercantiles
    fueron transformadas en bancos para contribuir a la
    financiación de las actividades comerciales. El más
    importante de ellos fue el Banco Cabarasa, que caerá con
    la crisis de 1890.

    La emisión y el circulante

    En cuanto al circulante, en los primeros años
    prevalecía, en el interior, la moneda de plata. Existen
    bancos provinciales que funden y acuñan monedas propias,
    como el Banco de Santa Fe y el de Cuyo. Mientras que en Bs.As. no
    hay metálico, en el interior sí lo hay, lo cual
    hacía que fueran reacios a aceptar los billetes del Banco
    Nacional porque, para ellos, significaban papeles sin
    ningún respaldo. Las compras en el litoral se
    hacían en metálico, pero con muchos problemas:
    circulaban distintas monedas como las mexicanas de oro, las
    chilenas, las de EE.UU., de plata, de cobre, etc. La
    moneda de oro boliviana era la que más abundaba. Todos
    esos metales no
    tenían el mismo tipo de cambio
    en cada provincia. A esto se sumaban todas las aduanas
    interiores que complicaban aun más las cosas y aumentaban
    fuertemente los costos de
    traslado.

    C. Comercio exterior

    Una vez producida la Revolución de 1810, y el
    consecuente final del sistema monopolista español, las
    ideas librecambistas se convertirán en el eje de la
    política exterior de la Argentina. Los cueros, el tasajo
    y, poco tiempo después, la lana, se convierten en los
    principales rubros de exportación hasta bien entrada la
    década de 1890.

    El tasajo se exportaba a Brasil y a Cuba, donde
    era usado como alimento para los esclavos de las plantaciones. En
    cambio, la lana era exportada a los grandes centros textiles
    europeos y a los Estados
    Unidos.

    En 1822 las lanas representan el 0,94 % de las exportaciones,
    mientras que los cueros vacunos alcanzan al 64,86 %; en 1836, el
    7,6 y el 68,4 % respectivamente; en 1851, el 10,3 y el 64,9 %.
    Pero en 1861 dichos porcentajes son el 35,9 y el 33,5 %
    respectivamente.

    Cuando en 1830 se debatía sobre la forma de constituir
    política y fiscalmente a la Confederación
    Argentina, el representante de Buenos Aires argumentaba en favor
    de mantener la política comercial libre vigente, y el
    monopolio aduanero de la provincia porteña, defendiendo
    los beneficios que ellos habían traído a la
    industria del
    país’: la ganadería.
    Decía Roxas y Patrón, futuro Ministro de Hacienda
    del gobierno de Rosas: ‘Es cosa averiguada que la
    generación de los ganados se duplica cada tres
    años, y este hecho y su utilidad lo
    explica todo. Si es preciso confirmarlo todavía,
    obsérvese cómo todos los individuos de todas las
    profesiones abandonan su antiguo modo de vivir, y se dedican a
    éste que les produce más, sin otra
    protección que la del cielo. Con argumentos
    similares, los historiadores han justificado el éxito
    de la ganadería de exportación de cueros en la
    rentabilidad
    de la empresa
    ganadera y los auspicios que le dio a esta actividad la apertura
    del comercio mundial en Buenos Aires.

    Desde los primeros años de la década de 1830 el
    precio
    internacional de los cueros empezó a bajar, y la tendencia
    se acentuó para llegar a 1850 cuando el cuero
    había perdido más del 50% de su precio en el
    mercado de Londres. Según un contemporáneo que
    debía conocer bien las cifras del comercio, entre 1825 y
    1850 el valor de las exportaciones desde el Río de la
    Plata se incrementó a pesar de la caída
    dramática de los precios internacionales de sus productos. El
    Cónsul inglés
    Parish destacaba que el valor de las exportaciones de Buenos
    Aires se había duplicado mientras que el precio de los
    cueros había perdido más de las dos terceras partes
    de su valor en ese mismo período. En otras palabras, solo
    un aumento en la cantidad de los cueros despachados podía
    compensar la declinación de precios para mantener el valor
    de las exportaciones. De modo que las alternativas de precios de
    estos bienes en el
    comercio atlántico no resultaron en el estímulo que
    explique suficientemente la expansión en el periodo de las
    exportaciones pecuarias de la región.

    Las actividades pastorales disfrutaron de fuertes incentivos o
    subsidios indirectos como resultado de la combinación de
    las políticas fiscales y monetarias de todo el
    período. Esto es visible en la fuerte correlación
    entre el aumento del número de cueros exportados con la
    ocurrencia de episodios inflacionarios. El promedio anual de
    cueros exportados desde Buenos Aires pasó de 500.000
    unidades a comienzos de los veinte a 820.000 luego de la guerra
    con Brasil, y el episodio inflacionario que siguió a la
    inconvertibilidad en 1826 y la crisis financiera de 1829. Durante
    la década del treinta las cantidades oscilaron pero el
    promedio bajó a medio millón y, notablemente
    subió la exportación de otros bienes rurales,
    así como se reanudaron algunos embarques de trigo. En la
    década de 1840 el volumen promedio
    volvió a subir, siguiendo el ritmo de depreciación de la moneda luego de las
    grandes emisiones de la década. Se llegó a 1,5
    millones de piezas de promedio, con picos extraordinarios en los
    años siguientes a la finalización de los bloqueos
    de más de 2,5 millones promedio para el periodo 1849-52.
    Notablemente, en la década de 1850 cuando la moneda tiende
    a estabilizarse, el numero de cueros no continuó
    aumentando y se estabilizó en el millón y medio de
    piezas.

    Mas aún, cuando se considera la participación
    relativa de los cueros en el valor total de las exportaciones en
    la década de 1850, esta decrece en gran medida debido al
    sustantivo aumento de las exportaciones de lana.

    En la década de 1820 los cueros formaron casi el 80%
    del valor de las exportaciones y hasta principios de
    1850, constituyeron más del 60 por ciento del valor total.
    Las exportaciones de lana que promediaban 24.000 arrobas en los
    veinte llegaron a 60.000 a comienzos de los treinta. Estas se
    triplicaron hacia finales de la década y superaron el
    medio millón de arrobas promedio a comienzos de los
    cuarenta. Durante la década del cincuenta se duplicaron
    llegando al millón de arrobas y aun más se
    multiplicaron por 3 y 4 en algunos años de la
    década del sesenta. A diferencia de los cueros, el volumen
    de las exportaciones de lana siguió subiendo cuando la
    moneda tendió a estabilizarse. Le tocó al tasajo y
    al sebo, completar ese 20-25 % del valor de las exportaciones
    restante en la década de 1840.

    2. EL DESARROLLO
    CAPITALISTA Y SU INFLUENCIA EN EL SECTOR AGROPECUARIO
    ARGENTINO

    2.1. Los cambios y exigencias del mercado mundial.

    Desde la segunda mitad del siglo XIX, el mundo
    experimentó el proceso de desarrollo de una nueva
    división internacional del trabajo. Así, ciertos
    países periféricos comenzaron a abastecer de
    productos primarios a los países centrales, que
    hacían fluir sus capitales, su tecnología, y sus
    productos manufacturados.

    En esta nueva estructuración de la economía
    mundial, Argentina se incorporó específicamente
    como proveedora de productos primarios y alimentos. De
    esta forma, los intercambios comerciales entre Argentina y los
    países industrializados se acrecentaron velozmente durante
    el periodo en estudio.

    Este aumento del comercio exterior no fue homogéneo a
    lo largo del territorio, sino que favoreció especialmente
    al territorio pampeano; la pampa se constituyó en el
    territorio privilegiado, tanto por las condiciones
    climáticas, como por la flexibilidad del sistema de
    explotación organizado en ella, que combinaba el dominio
    de la tierra en amplias propiedades con su explotación en
    escala familiar.
    El aumento de la demanda
    exterior de cereales y carne, debido a una mejora en los niveles
    de vida en los países centrales, generaba grandes
    perspectivas para la economía de la región.

    El aumento del intercambio no sólo significó un
    incremento de las actividades productivas. Fundamentalmente,
    consistió en un reajuste de la estructura
    interna de producción, para satisfacer los cambios de
    la demanda externa. Los nuevos rubros exportables, y las
    importantes modificaciones y avances con respecto a los rubros
    tradicionales (tasajo, cueros, etc.), son un índice no
    sólo de las modificaciones en la demanda, sino
    también de la mayor modernización de las estructuras de
    producción, que anteriormente se basaban en
    economías regionales desarticuladas que no generaban
    excedentes suficientes como para exportar a otras regiones.

    El ciclo del lanar, con sus múltiples altibajos,
    dominó toda la primera parte del proceso de
    adecuación de la economía pampeana a las nuevas
    pautas internacionales. Entre 1850 y 1855 comenzó a
    notarse un avance en la cría de ganado ovino en la
    provincia de Buenos Aires. Los estancieros advirtieron las
    condiciones ventajosas que ofrecía el negocio del ovino,
    con sus bajos costos y el rápido ciclo de reintegro de
    capital. Así, se produjo un movimiento a
    favor del ovino que provocó que parte de la
    población porteña emigrara al campo, y que los
    estancieros sin lanares vendieran su ganado vacuno o sus campos
    para conseguirlos.

    Ya hacia 1840 abundaban las graserías en las zonas
    ovinas de la provincia de Buenos Aires, valorizando las reses de
    carneros, pues el cebo de carnero tenía un alto valor
    comercial. La creciente demanda de lana había producido la
    incorporación progresiva de animales de raza, y el
    paulatino reemplazo de las ovejas criollas por ovinos mestizados.
    Los merinos franceses, por su mayor cuerpo y largura de mecha,
    desplazaron a los merinos sajones que abundaban en la
    región.

    Desde ese momento los ovinos fueron ocupando un lugar cada vez
    más preponderante en las exportaciones de la
    región. En 1850 habían salido del país 7.681
    toneladas de lana. Para 1875, los embarques alcanzaron a 90.000
    toneladas. Es decir, que en 25 años las exportaciones se
    habían multiplicado más de 10 veces.

    La gran expansión del ovino produjo profundos cambios
    técnicos y sociales. Las nuevas exigencias del mercado
    internacional aceleraron una serie de cambios productivos que
    modificaron el sector agropecuario pampeano.

    El mestizaje no sólo exigía un cuidado
    más intenso de los rebaños mediante expertos
    reproductores para la cruza, sino que también
    requería una serie de innovaciones técnicas y
    cambios en las formas de producción. Es así como
    los estancieros comenzaron a impulsar la mejora de los pastos y
    el cercado de las tierras. El alambrado de los campos
    revolucionó profundamente las costumbres. Antes, un
    propietario no era dueño de hacer plantaciones, sembrados
    y potreros donde más le convenía, dado que los
    vecinos y los transeúntes solían realizar senderos
    y caminos por doquier para atravesar el establecimiento. Con el
    alambrado se invierten los factores. Los transeúntes
    pasaron a depender de los propietarios. Pero aun más
    importante, cambiaron las tareas habituales, suprimiéndose
    las pesadas rondas diurnas y nocturnas para vigilar al ganado. De
    día los ovinos pastaban libremente dentro de la propiedad,
    y por la noche se los encerraba en el corral. Se modifica
    así toda la infraestructura en las estancias.
    Además, se avanza en la construcción de galpones para la esquila,
    corrales, puestos para los pastores, y depósitos para la
    lana, la limpieza de aguadas y la apertura de pozos.

    Los cambios no sólo repercuten en los aspectos
    técnicos de la vida rural, sino que contribuyeron a
    modificar las tradicionales pautas de la vida social en la
    región. De esta manera, el gaucho y el arriero comenzaron
    a ser reemplazados por pastores, puesteros y peones.
    Además, un número cada vez más significativo
    de inmigrantes llegaba a la región, donde la necesidad de
    mano de obra atraía a nuevos brazos.

    Las serias dificultades que debían enfrentar los
    propietarios de la tierra para ponerla en explotación con
    personal capacitado, privilegiaron durante un tiempo la
    experiencia y la capacidad de trabajo de inmigrantes europeos,
    esencialmente irlandeses y vascos, en la cría de
    ovejas.

    Hacia fines de la década de 1880 –y luego de
    haber superado dos crisis sucesivas en 1866-1868 y en 1872-1874,
    que veremos más adelante – los ovejeros iniciaron
    una nueva etapa, reemplazando el tipo de ovino en
    producción debido a los cambios en la demanda de la
    industria textil europea, que exigía lana más
    larga. Así, iniciaron el reemplazo de 40 millones de
    merinos por ovejas de la raza Lincoln, en un ultimo intento de
    salvar la cría de ganado ovino y la producción de
    lana. Esto evidencia la notable versatilidad de los estancieros
    para acomodarse a las señales
    del mercado internacional.

    Hacia finales de siglo, el auge del ovino llegaría a su
    fin, a causa de diversos factores, entre ellos, la baja en los
    precios del textil crudo, la aparición de la aftosa, y,
    principalmente, los mayores beneficios que producían el
    ganado vacuno y la agricultura,
    lo que empujaba a los productores a cambiar sus pautas
    productivas

    Hacia la década de 1870, mientras tanto, se iniciaba un
    nuevo auge de la ganadería bovina. Comienzan a organizarse
    campos de engorde y descanso de ganado en las proximidades de los
    mataderos. Gracias a la extensión del alambrado se
    multiplicaron los corrales en los campos cercanos a Buenos Aires,
    naciendo una especialización dentro de los ganaderos: los
    invernadores. Las invernadas para frigorífico se asentaban
    en zonas donde existían mejores condiciones para el
    desarrollo de la alfalfa. Con la llegada del ferrocarril, como se
    verá más adelante, la posición
    geográfica deja de ser una preocupación
    privilegiando así, exclusivamente, la calidad del
    suelo.

    Durante la década de 1880, debido a la preferencia de
    los frigoríficos por la carne ovina, se produjo un fuerte
    aumento de la exportación de ganado vacuno en pie,
    así como el envío de carne congelada a los mercados
    europeos. Las necesidades frigoríficas, ya sea para
    enfriado o congelado de la carne, obligaron a los ganaderos a
    mejorar la calidad de sus rodeos. Si bien a partir de 1880 los
    frigoríficos ocuparon el lugar preponderante en la
    actividad ganadera, este proceso comenzaría a acentuarse a
    partir del siglo XX. El gran avance en las exportaciones de carne
    se daría recién hacia 1903, cuando los
    frigoríficos comienzan a utilizar vacunos en sus
    faenas.

    Con la nueva demanda, se generó una rápida
    mestización del vacuno por parte de los productores,
    quienes anteriormente se habían resistido al ganado fino,
    o lo miraban con rechazo. Esta transformación no
    podía realizarse sin la formación de praderas
    artificiales, pues los pastos naturales no permitían
    aprovechar la capacidad de asimilación del los animales
    mejorados. Comenzó así a darse un notable
    interés por los alfalfares, para asegurar una mejor
    alimentación de los animales que
    debía producir mejor y más abundante carne. Se
    buscaba transformar rápidamente el ganado criollo en
    animales mestizados de alta calidad.

    De esta forma, comienza a darse un ciclo de combinación
    tanto de la actividad ganadera como de la agrícola dentro
    de las estancias. Los cultivos combinados se impusieron, y
    así como estuvieron vinculados con una etapa ascendente
    para la ganadería, también lo estuvieron con un
    cambio de suma importancia en la actividad agrícola. La
    producción agropecuaria pasa a conformar el sector
    más importante de la economía, y del desarrollo en
    la región.

    La demanda de productos alimenticios dio relevancia
    económica a territorios que estaban más allá
    del territorio explotado hasta entonces. La necesidad e adaptarse
    a las nuevas demandas exigía además de la
    exportación de carne, el cultivo del cereal. La modalidad
    más conocida fue el desarrollo de cultivos trienales,
    entregando tierras (bajo la forma de aparcería o de
    arriendo) a pequeños productores, que debían
    ponerlas en producción intercalando, a lo largo de tres o
    cuatro años, trigo, maíz y
    alfalfa. Esta combinación productiva fue la que
    permitió y aseguró el gran crecimiento agrario de
    fines de siglo.

    Los niveles elevados que alcanzó el intercambio, es
    decir, el desarrollo de lo que se dio en llamar el modelo
    agro-exportador, estuvieron estrechamente vinculados con un
    poderoso movimiento de mano de obra y de capitales desde los
    países del viejo mundo. Los flujos internacionales de
    capital, en particular los de Gran Bretaña, tendieron a
    concretarse en fondos públicos, transportes
    (ferrocarriles), y cédulas hipotecarias. Entre 1885 y
    1890, una de las épocas de mayor inversión de capital extranjero en la
    región, el 35% de las inversiones
    británicas correspondieron a préstamos al gobierno,
    el 32% a ferrocarriles, y el 24% a cédulas hipotecarias.
    Luego de la crisis de 1890 se notaba ya una disminución
    del flujo de capitales extranjeros.

    Es importante destacar, en este momento, las inversiones
    ferroviarias, por la influencia que su expansión tuvo en
    el crecimiento de la economía pampeana.

    2.2. Los ferrocarriles y la expansión capitalista en
    la pampa argentina

    Ya durante el periodo en estudio la temprana economía
    industrial europea había descubierto el ferrocarril.
    Así, la extensión geográfica de la
    economía capitalista se pudo multiplicar a medida que
    aumentaban sus transacciones comerciales. Todo el mundo se
    convirtió en parte de esa economía. En
    términos cuantitativos, el tercer cuarto del siglo XIX fue
    la primera época real del ferrocarril.

    Los ferrocarriles, además de abaratar los costos de
    transportes, acortaron las distancias entre el productor
    argentino y el puerto exportador. De esta manera, el auge del
    comercio de exportación estuvo fuertemente vinculado a la
    extensión de las vías. El primer tren que
    rodó sobre suelo argentino, en 1857, fue el Ferrocarril al
    Oeste, una línea que hacia 1860 contaba con apenas 39
    kilómetros. Su construcción había sido
    financiada en gran parte por el gobierno, que en 1863
    asumió su propiedad. Sin embargo, la gran extensión
    ferroviaria a partir de esos años fue solventada y
    administrada por ingleses.

    El primer gran proyecto fue el
    Ferrocarril Central Argentino, que comenzó a construirse
    en 1855 y unió a partir de 1870 las ciudades de Rosario y
    Córdoba. Para su tendido se inició una
    práctica que se haría costumbre en las primeras
    inversiones ferroviarias: el gobierno argentino otorgaba amplias
    ventajas, incluyendo la cesión a la compañía
    inversora de una legua de tierra a cada lado de las vías,
    la exención de varios impuestos, la
    importación libre de aranceles del material
    necesario para el tendido de las líneas y, lo más
    importante, una garantía de ganancias de 7% anual sobre la
    inversión original. Con el tiempo, fueron creciendo las
    voces de protesta y surgieron algunas regulaciones que generaron
    conflictos entre el gobierno y las compañías. En
    1907 se aprobó la "Ley Mitre", que zanjó varias de
    las cuestiones en disputa, pero manteniendo condiciones
    favorables para las empresas
    británicas.

    Sería largo detallar la evolución ferroviaria de la Argentina. Es
    suficiente, para dar una idea de la magnitud del proceso,
    comparar los 249 kilómetros de vías de 1865 con los
    casi 35.000 de 1914. La expansión de los ferrocarriles
    permitió no sólo incorporar zonas de la llanura
    pampeana relativamente alejadas -como el sur de Córdoba- a
    la producción para exportación, sino también
    integrar a los cultivos de Tucumán y Cuyo al circuito
    económico nacional. El avance del FF.CC., además,
    valorizaba las tierras por las que pasaba.

    La caída en el costo de los
    fletes que siguió a la instalación de las
    líneas férreas fue muy marcada: hacia mediados de
    la década del 80, transportar una tonelada de carga 100
    kilómetros costaba 7,5 pesos oro por carreta y 1,50 pesos
    oro por ferrocarril. Sin los trenes, habría sido
    sencillamente imposible la expansión de las
    exportaciones.

    Así como una de las consecuencias clave de la
    instalación del ferrocarril fue la ampliación de la
    superficie con provechosas posibilidades de producción
    para la exportación, también lo fue el surgimiento
    de la Argentina como consumidor cada
    vez más importante de productos de origen
    británico. Las manufacturas inglesas que llegaban a los
    puertos podían, con el ferrocarril, transportarse a bajo
    costo hacia otros centros de consumo fuera de Buenos Aires. Esta
    era la otra cara de la integración de la Argentina al esquema
    vigente de división internacional del trabajo.

    Para 1870, de los 772 km. de vías que se
    extendían en la región, 177 km.
    correspondían al Ferrocarril del Oeste, que luego de su
    tramo inaugural llegaba ya a Bragado. Luego se extendería
    hasta 9 de Julio, y en 1890 se detiene en Trenque Lauquen, donde
    se construye un taller y depósito de locomotoras que
    generaría empleo en esa
    ciudad fundada pocos años atrás. El Ferrocarril del
    Oeste se extendía por las áreas productivas tanto
    ganaderas como agrícolas, con un destino fijo: llegar a
    Chile. El Ferrocarril del Sud, de capitales británicos,
    tenia para 1870 una extensión de 114 km. hasta
    Chascomús, una de las ciudades nacidas en la vieja
    línea de fortines, al sur del Salado. El Ferrocarril del
    Sud se extendió, de hecho, rápidamente como efecto
    de la campaña del desierto. La línea principal se
    prolongó de Chascomús a Dolores, y de allí a
    Ayacucho, en 1880, y a Tandil en 1883. Tras una disputa con el
    Ferrocarril del Oeste se extendió la línea a San
    Miguel del Monte, Azul, Ovalaría y a Bahía Blanca.
    Aparece así la línea a Bahía Blanca por
    Lamadrid y por Juárez sorteando el sistema serrano de
    Ventania. En 1886 se inaugura el tramo Maipú-Mar del
    Plata, luego de ser sometida esta línea a difíciles
    pruebas,
    debido a que debía cruzar terrenos bajos y anegadizos de
    la pampa deprimida.

    El Ferrocarril Central Argentino se extendía entre
    Rosario y Córdoba. Para llevar adelante la
    construcción de este ferrocarril de capitales
    británicos, se creo la "Central Argentine Land Company
    LTD" y se trajeron de Europa familias
    que formaron luego la colonia agrícola de Roldán,
    en la provincia de Santa Fe. Este ferrocarril, que unía
    dos ciudades significativas, fue considerado pionero en ese
    entonces. Tenia una excelente situación, por su
    emplazamiento portuario en Rosario, en el extremo norte de la
    pampa ondulada, donde el frente fluvial mostraba condiciones
    favorables para el establecimiento de una estación
    marítima.

    Es importante destacar que el trazado de vías no
    partía radialmente desde el puerto de Buenos Aires, sino
    desde dos centros: Buenos Aires y Rosario, dos ciudades que
    contaban por entonces con las mejores probabilidades de ser
    federalizadas. Recién en 1883, cuando las vías del
    Ferrocarril del Sud llegan a Bahía Blanca,
    comenzaría a perfilarse el tercer punto importante de
    convergencia, junto a Buenos Aires y Rosario, sobre los cuales se
    estructuraría la red ferroviaria.

    El ferrocarril ocupó el espacio, integró el
    territorio, facilitó el poblamiento y el desarrollo de las
    actividades. Todo se movió a su ritmo. Fue un factor vital
    de humanización y valorización de los espacios
    agrarios. El ferrocarril contribuyó a radicar familias en
    el espacio rural, fertilizar tierras, modernizar métodos de
    cultivo, introducir nuevas espacies vegetales, buscar nuevas
    salidas portuarias y nuevas perspectivas de explotación.
    Casi todas las líneas tenían chacras
    experimentales, algunas destinadas a carnes, otras a cereales,
    etc.

    A mediados de 1869, el Ferrocarril Central Argentino
    comenzó la tarea de colonizar campos que anteriormente se
    les habían cedido a ambos lados de las vías
    tendidas hasta entonces entre Rosario y Córdoba. El
    impacto del ferrocarril sobre el espacio fue muy importante. Su
    presencia modificó profundamente el paisaje pampeano.
    Desde luego, además de las vías férreas, se
    agrega al paisaje la presencia de las estaciones ferroviarias,
    tanto en el campo como en los pueblos y las ciudades.

    Las estaciones de campo se construyeron al estilo "ingles". En
    general, poseían características similares: el
    techo a dos aguas, la sala de espera, la oficina del jefe
    y el auxiliar, la boletería, y una galería que daba
    a la vía principal. La estación estaba rodeada de
    una o varias viviendas y el tanque de agua. Con el creciente
    manejo de grandes cantidades de carga y de personas sería
    luego necesaria la construcción de playas de maniobras y
    clasificación. Otro elemento incorporado al paisaje fueron
    los inmensos talleres ferroviarios, que se extendían en
    decenas de hectáreas, ocupando a miles de operarios. Los
    ferrocarriles construidos fueron el resultado de iniciativa
    privada y las acciones del Estado. Los inversores privados
    tendieron sus líneas sobre las áreas de mayor
    potencialidad económica, y se vieron verdaderamente
    beneficiados por el sistema de rentabilidad asegurada que el
    gobierno les ofrecía. Por su parte, el Estado, con sus
    trazados trató de llevar fomento y población a las
    regiones marginales y áreas de escaso valor
    económico. Se buscaba así una rápida
    adaptación de la región a las necesidades de la
    economía mundial, tratando de extender el progreso y la
    riqueza que el aumento del intercambio traía consigo. Por
    ultimo, cabe destacar que al aumento del intercambio comercial, y
    de las inversiones de capitales extranjeros en la región
    –especialmente en la construcción de ferrocarriles-
    también le correspondió un considerable incremento
    en la llegada de inmigrantes europeos.

    2.3. Las migraciones y su impacto

    Las condiciones naturales de la pampa eran ideales para poner
    en marcha el nuevo sistema económico que quería
    implantarse en el país. Uno de los problemas que
    obstaculizaba la conquista de las tierras era la presencia de
    grupos
    indígenas que impedía la ocupación de
    tierras necesarias para la nueva producción. Las tierras
    de la región pampeana comenzaron a adquirir mayor
    valorización. Es en ese momento que se toma conciencia de la
    necesidad de poblar el territorio eliminando a los
    indígenas. La Conquista del Desierto cumplió con
    ese objetivo y
    solo quedaba ocupar el espacio.

    La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por la
    llegada de grandes masas de inmigrantes que fueron poblando el
    territorio y modificando las actividades que en él se
    realizaban. Por ejemplo, grupos de inmigrantes irlandeses
    compraron sus tierras entre 1860 y 1875. La mayoría de
    ellos se incorporaron al campo, revolucionando las condiciones
    productivas. La cría del ovino, como ya vimos, fue una de
    las más importantes. En su mayoría, los inmigrantes
    provenían de Europa, dado que las condiciones que
    allí se vivían eran poco favorables. Esta
    difícil situación provocó la
    expulsión de grandes oleadas migratorias hacia nuestro
    país.

    Esa expulsión tenía que ver con causas
    económicas, sociales y demográficas. Por un lado,
    los procesos de
    transformación económica provocaron la ruina de
    actividades tradicionales llevando a muchos productores y
    agricultores a la miseria. Por otro lado, el excedente de
    población en el viejo continente producía una
    tensión entre los habitantes y los recursos
    disponibles.

    Al mismo tiempo, las grandes posibilidades laborales, tanto
    urbanas como rurales, favorecía a los migrantes europeos
    convirtiéndose en el principal factor de atracción.
    También les resultaba atractiva la idea de realizar las
    tareas que ya no podían desempeñar en sus
    países de origen. En su mayoría, al llegar al
    puerto de Buenos Aires declaraban ser agricultores aunque
    posteriormente desempeñaran otras tareas.

    El monopolio de la tierra por parte de los sectores
    terratenientes nativos evitó la radicación de
    inmigrantes en el campo y provocó su instalación en
    las ciudades. Dentro de los que se instalaron en el campo se pudo
    comprobar que muchos preferían ser arrendatarios de una
    amplia fracción de tierra antes que ser propietario de
    otras más pequeñas.

    2.4. El comercio exterior

    A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el "ciclo lanar"
    va a dominar por sobre los demás rubros. Sin embargo, los
    saladeros seguirán siendo importantes hasta bien entrada
    la década de 1880. Este predominio de la producción
    de lana va a verse favorecido, además, por algunos sucesos
    internacionales tales como la Guerra de Crimea y la Guerra Civil
    Norteamericana, que sacan a Rusia y a los
    Estados Unidos, respectivamente, del mercado mundial de
    provisión de ese producto. En 1861, las toneladas de lana
    exportadas suman casi 25.000. Se puede decir que el proceso de
    mestización llevado a cabo entre los años 1855 y
    1860 es fundamental para lograr estas cifras. Durante todo el
    ciclo, la lana representará casi el 50 % de las
    exportaciones totales, mientras que los cueros vacunos
    contribuirán con un promedio del 25 %. Para el año
    1865 se produce una gran baja en el precio lo cual trae aparejado
    una suba en las exportaciones de sebo y grasa vinculada a la
    matanza de ovejas debido a su desvalorización como
    producto de exportación. La intensa demanda originada por
    el constante incremento de la industria textil europea, alentaron
    a partir de la mitad del siglo XIX la cría de merinos,
    cuyo valor por la producción anual de lana y final de
    carne (aprovechada en las graserías), superaba los
    ingresos del
    vacuno.

    Ya desde finales del siglo XVIII, los cueros producidos en las
    provincias del Litoral y la Banda Oriental habían
    completado los embarques de metálico que empezaban a
    escasear. Durante las ultimas décadas del período
    colonial, los bienes rurales llegaron a representar una cuarta
    parte del valor de las exportaciones salidas por el Río de
    la Plata. más tarde el sebo o la carne salada ayudaron
    progresivamente a contrarrestar el desequilibrio inicial en el
    comercio exterior. El resultante aumento de las exportaciones
    rurales ha sido tomado por la historiografía como el
    indicador de la expansión de la economía ganadera a
    lo largo de la primera mitad del siglo XIX en la región.
    Para la década de 1820, eran unos 624.000 cueros al
    año que llegaron hasta un máximo de 2.662.000 a
    comienzos de la década de 1850.

    Sucesivamente los cueros aumentaron su proporción y
    para la década de 1840 formaban entre el 60 y 70 por
    ciento del valor total de las exportaciones. La proporción
    de productos pastorales sube a más del 90 por ciento
    cuando se incluyen los otros bienes procesados. Recién en
    la década de 1850, los embarques de lana pasaron de un 10%
    a un cuarto del valor de las exportaciones totales. No sorprende
    entonces que el incremento espectacular en las cantidades de
    cueros embarcados hacia países del Atlántico Norte
    se haya utilizado repetidamente como la evidencia del crecimiento
    de esta economía.

    3. EL PAPEL DEL ESTADO EN EL
    PROCESO DE TRANSFORMACION

    Como mencionamos anteriormente, para activar la
    producción en la región de la pampa, y establecer
    vínculos con el exterior era necesario conquistar y
    distribuir la tierra, atraer y poblar con fuerza de
    trabajo inmigrante y obtener los capitales extranjeros necesarios
    para la producción. El estado argentino, a través
    de la implementación de nuevas políticas,
    abrió esas posibilidades económicas mediante la
    conquista de nuevas tierras, la promoción de la inmigración y el establecimiento de
    colonias en la región.

    La inmigración fue promovida por el estado argentino a
    través de la Ley 817 de Inmigración y
    Colonización sancionada en 1876, que veremos más
    adelante. Es importante aclarar que esta ley contribuyó de
    manera limitada a promover la inmigración europea. En
    cuanto a la colonización, también tuvo escasa
    implementación práctica, salvo entre 1887 y 1889,
    durante el gobierno de Juárez Celman.

    3.1. Colonización y expansión del
    territorio.

    Aunque hombres como Avellaneda, Sarmiento, Rufino
    Várela y Carlos Casares se inspiraban en el modelo
    estadounidense de colonización de la frontera, el
    resultado efectivo de las políticas oficiales en materia de
    tierra pública estaría muy lejos de aquel modelo, y
    la especulación y la gran propiedad fueron la consecuencia
    de estos cuarenta años en la historia de la provincia de
    Buenos Aires. La propiedad de la tierra comenzó a jugar un
    papel clave en el patrón de acumulación que fueron
    diseñando los estancieros en la segunda mitad del siglo
    XIX. Por lo tanto, había buenas razones para presionar al
    gobierno a vender a bajo precio y para comprar enormes
    extensiones de tierra pública cuando se abría esa
    posibilidad. Tal vez por ello, proyectos como
    los de Sarmiento y Casares para promover el desarrollo de la
    agricultura y la división de la tierra estuvieron
    condenados de antemano al fracaso.

    De esta manera, se realizaron dos campañas al
    "desierto", la de Adolfo Alsina primero, en una estrategia
    defensiva y luego Julio A. Roca, quien avanzó en forma
    definitiva sobre los dominios de los indios. En 1864 el gobierno
    ponía en venta todas las tierras disponibles dentro de la
    línea de frontera definida en 1858, y que sumaban
    más de dos millones de hectáreas. Se daba prioridad
    para la compra a arrendatarios y subarrendatarios, pero los
    precios estipulados fueron considerados muy altos en su momento:
    $ 400.000 por legua cuadrada al norte del Salado y $ 200.000 al
    sur. (5,44 $ oro y 2,72 $ oro la ha respectivamente). Se
    vendieron muy pocas tierras bajo esta ley, que fracasó en
    su propósito. Sólo 46 arrendatarios efectuaron
    operaciones por 105.776 hectáreas, dado que los altos
    precios fijados para la venta de las tierras contrastaban con el
    arriendo que tenía estipulados muy bajos valores.

    El 14 de agosto de 1871 se sancionó la tercera ley de
    venta de las tierras públicas arrendadas, en este caso las
    existentes fuera de la línea de frontera. En la
    discusión legislativa hubo acuerdo en que los precios
    debían ser moderados, indicando precios diferenciales para
    tres regiones diferentes. La Sociedad Rural
    Argentina, corporación fundada en 1866 que representaba a
    los hacendados de Buenos Aires, insistió mediante la
    presión
    de aquellos de sus miembros que eran legisladores, en que los
    precios debían ser bajos y los plazos para los pagos
    amplios y generosos. El total de la tierra vendida a partir de la
    sanción de la ley de 1871 fue de 3.807.852 has. entre 438
    personas. Se decidió que la forma de pago se integrara por
    la décima parte al contado y ocho anualidades.
    Aún con estas facilidades, decretos posteriores pusieron
    en evidencia que los compradores no pagaban con puntualidad ni
    siquiera la parte correspondiente al contado y menos aún
    las anualidades.

    Por último, la mal llamada "Conquista del Desierto"
    completó el proceso de apropiación. En realidad,
    dos adelantos técnicos determinaron el éxito de
    esta nueva estrategia ofensiva: el telégrafo, que hacia
    posible la
    comunicación entre los fortines y los fusiles
    Rémington, que ponían en evidente desventaja a los
    indios que se defendían con lanzas y boleadoras en lucha
    cuerpo a cuerpo. Las estimaciones admiten la existencia en ese
    "desierto" de unos 20.000 habitantes. Como señalan
    Brailovsky y Foguelman, el discurso
    oficial trataba de eludir la contradicción de los
    términos: "era necesario conquistarlo, precisamente porque
    no era un desierto".

    En 1878, el gobierno había autorizado un
    empréstito internacional para solventar los gastos de esa
    campaña, con garantía de las tierras a conquistar.
    Dicho empréstito consistió en la suscripción
    de 4.000 obligaciones de 400 pesos con derecho a 2.500
    hectáreas de tierra. En realidad, no se podían
    realizar adjudicaciones por menos de 4 obligaciones, de tal
    manera que cada suscriptor se aseguró 10.000
    hectáreas. Con las leyes sancionadas entre 1878 y 1885, el
    proceso de apropiación de la tierra se realizó muy
    rápidamente. Esta distribución aseguró el carácter latifundista que la propiedad que
    caracterizará a la Argentina en el período
    siguiente.

    Las políticas para atraer inmigrantes y la necesidad de
    ocupar el territorio provocaron que se produjeran diversos tipos
    de colonización en el espacio pampeano. Uno de los tipos
    de colonización es el que tuvo lugar en la provincia de
    Santa Fe. Hacia 1870 una porción de las tierras privadas
    de la provincia se hallaba en manos de unos pocos individuos.

    En 1883 se podía apreciar la existencia de varias
    zonas:

    • La región norte, donde predominaban las grandes
      propiedades
    • La región centro
    • El extremo norte de la región sur, donde
      había un gran avance de las colonias
      agrícolas
    • El sur de Santa Fe, donde predominaban las estancias;
    • La franja este de todas las regiones mencionadas, donde era
      posible observar el predominio de estancias pequeñas y
      medianas.

    Entre 1872 y 1883, muchas propiedades comenzaron a dividirse y
    a ser ocupadas por estancias lanares y por las colonias
    agrícolas. Las colonias agrícolas en Santa Fe
    tuvieron distintas formas de organización. Pueden distinguirse 4
    sistemas de
    organización:

    • Colonias fundadas por el gobierno nacional o provincial. El
      número de estas colonias fue insignificante. Algunas de
      estas tierras demostraban ser poco aptas para los cultivos
      cerealeros. Este sistema resultó ser costoso e
      ineficiente y, hacia 1880 fue casi totalmente abandonado. Se
      puede mencionar como ejemplo a Avellaneda y Reconquista.
    • Colonización oficial. En las primeras etapas de
      colonización la mayoría de las colonias se
      fundaron bajo este sistema. El gobierno provincial
      vendía o daba en concesión grandes superficies a
      particulares y exigía el cumplimiento de algunas
      obligaciones, por ejemplo, una parte de la superficie.
      Esperanza y san Carlos son ejemplos de este tipo de
      colonización.
    • Colonización privadas. Hacia 1895, la mayoría
      de las colonias había sido fundada bajo este sistema. En
      este tipo de colonización, el empresario
      compraba la tierra al precio de mercado y la vendía al
      mejor postor. Adquiriendo las tierras de esta manera se
      eximía del pago del impuesto de
      contribución directo por 3 o 5 años.
    • Colonización particular. La diferencia que tiene
      este sistema era que no había facilidades impositivas ni
      obligaciones para el empresario. Es sistema consistía en
      que el comprador rentaba la tierra a un intermediario que luego
      la subdividía en lotes que entregaba en arriendo a los
      colonos.

    Con el estallido de la guerra de Paraguay se
    amplió el mercado para la producción de colonias.
    Cuando el conflicto
    finalizó, éstas enfrentaron algunos de los viejos
    problemas, por ejemplo, el alto costo del transporte. A
    pesar de estas dificultades, el proceso de colonización en
    Santa Fe seguía progresando. Los años 80 son
    considerados como la Edad de oro de la colonización
    agrícola. En esa época los campos de trigo de Santa
    Fe, fueron vistas como las tierras de promisión para
    muchos inmigrantes europeos.

    En cambio, en Buenos Aires no existían tierras
    públicas para que se instalaran los inmigrantes, por lo
    tanto, la política de colonización fue diferente a
    la de Santa Fe. A partir de 1888 se pone en práctica la
    Ley de Centros Agrícolas que aprueba como plano modelo
    para la traza de un centro agrícola el confeccionado por
    el Departamento de Ingenieros, estableciendo que todas las
    concesiones se debían ajustar a él.

    Así es como entre febrero y abril de 1888 se solicitan
    10 concesiones para fundar centros agrícolas. Los lugares
    con mayor cantidad de centros concedidos fueron: La Plata,
    Lincoln, Bahía Blanca, Chivilcoy y Alsina.

    Las peticiones de tierra pública al gobierno para
    formar dichos centros fueron numerosas y sin medida ni
    restricción. Esto explica el hecho de que la Ley de
    Centros Agrícolas de 1887 solo resultó adecuada en
    teoría,
    porque en la práctica no fue capaz de asegurar el
    cumplimiento de las obligaciones contraídas por los
    empresarios. Por ejemplo, no todas las concesiones fueron
    dedicadas al fomento agrícola. La Sociedad Rural Argentina
    destacó y elogió las operaciones realizadas durante
    1888 en relación con esa ley y, al mismo tiempo,
    observó con satisfacción las iniciativas que
    desarrollaron la creación de estas colonias.

    El 29 de noviembre se presenta un proyecto de ley para el
    establecimiento de 4 colonias agrícola-pastoriles en
    tierras bonaerense. El propósito era desarrollar la
    agricultura. Finalmente, el proyecto no prosperó. Otro
    intento por concretar los objetivos
    formulados en la Ley del 25 de noviembre de 1887, es el
    establecimiento de almacenes
    generales en los centros agrícolas. El gobierno bonaerense
    actuó con mano débil ante los abusos cometidos por
    los empresarios de centros agrícolas, provocando lesiones
    graves en la economía provincial.

    La ley de Inmigración y Colonización de
    1876

    En el primer año de su gobierno, Avellaneda
    presentó varios proyectos de tierra pública. El que
    fuera presentado el 18 de septiembre de 1875 aseguraba la colonia
    galesa ubicada en Chubut, que se había iniciado 1865. La
    ley repartía a los colonos, además de las 25
    hectáreas que ya se poseían, 100 hectáreas
    más con derecho a adquirir por compra otras 300, al precio
    de 2 pesos la hectárea a pagar en 10 años.

    Pero la ley más fuerte fue la del 19 de octubre de
    1876, que dio base y articulación a la política
    agraria durante más de 30 años. Se creó el
    departamento de inmigración, con atribuciones para una
    acción
    coordinada que asegurara el ingreso y la estadía de los
    inmigrantes en el país, la comunicación constante con los agentes de
    inmigración en el exterior y con las demás
    autoridades y entidades competentes. Facilitaría la
    llegada de inmigrantes, contrataría el pasaje con empresas
    de navegación, proveería a la colocación de
    los recién llegados por intermedio de las oficinas de
    trabajo, cooperaría en el traslado de los inmigrantes al
    interior del país, etc.

    Los agentes del exterior harían propaganda
    positiva dando a conocer las condiciones de su suelo, y la
    remuneración que podría obtener en él todo
    un trabajador honrado. Las comisiones de inmigración y las
    oficinas de trabajo dependerían del departamento de
    inmigración; recibirían, alojarían y
    trasladarían hasta su destino a los inmigrantes. La ley
    también definía a los inmigrantes y lo hacía
    de la siguiente manera: "todo extranjero jornalero, artesano,
    industrial, agricultor o profesor, que
    siendo menor de sesenta años, y acreditando su moralidad y
    sus aptitudes, llegase a la República para establecerse en
    ella." Reuniendo estas características, el extranjero se
    hacia acreedor a la asistencia del departamento general de
    inmigración, que consistía en alojamiento y
    alimentación durante cinco días después del
    desembarco en hoteles
    habilitados a esos fines; ser colocados en la industria o
    actividad de su preferencia; ser trasladado gratuitamente al
    lugar que quisiera dentro del territorio nacional y eximirse del
    pago de derechos por la introducción de su equipaje y de los
    instrumentos del arte u oficio que
    ejerciera.

    Todo esto era un plan
    orgánico de inmigración y colonización en
    una escala que nunca antes se había hecho hasta entonces y
    establecía toda una serie de estímulos y
    privilegios para los pobladores de las colonias.

    Las crisis de 1866 y 1873 y sus consecuencias para este
    proceso de transformación

    La crisis de 1866, menos aguda en Europa que la anterior, tuvo
    efectos dispares en la Argentina: por un lado, se distinguen dos
    factores: los desordenes monetarios y la Guerra del Paraguay.
    Para esa época, el comercio y la exportación del
    ciclo lanar sufrió un duro golpe cuando los Estados Unidos
    cerraron ese mercado a las lanas argentinas.

    Las perturbaciones monetarias comenzaron a producirse a partir
    de 1864, año en que comienza a escasear el circulante
    necesario para las transacciones. Como dijimos antes, durante los
    años anteriores, la moneda había sido
    permanentemente devaluada. Junto a esto, las continuas y cada vez
    mayores emisiones de moneda sin respaldo, causa de esa
    depreciación, hizo que hacia 1862 el circulante fuera de
    185 millones de pesos.

    Dentro de este complicado panorama, el intento de crear una
    Caja de Conversión en 1864 fracasó por la falta de
    oro. Sin embargo, a partir de ese año, el papel moneda
    comienza un proceso inverso al que llevaba hasta ese momento.
    Además, a partir de 1861, la emisión
    disminuyó, al tiempo que la producción iba en
    ascenso. Esta valorización de la moneda provocaba las
    reacciones de los exportadores, quienes veían reducidas
    sus posibilidades de exportar. Mientras tanto, la Guerra del
    Paraguay se llevaba brazos hacia el frente y agravaba aun
    más la situación en el campo.

    En 1867, la citada restricción del mercado
    norteamericano de lanas, sumada a la posibilidad de una guerra
    entre Francia y
    Prusia, sumió al sector lanero en la crisis. La
    superproducción en Argentina y Australia saturó los
    mercados mundiales de la lana e hizo bajar los precios,
    desvalorizando tierras y ganado.

    Pese a todo, la Guerra del Paraguay produjo ciertos efectos de
    reactivación económica que ponen un velo a la
    crisis, aunque no en el sector lanero. El oro brasilero, que
    comienza a entrar por las compras de los proveedores de
    los ejércitos en campaña, provoca un fuerte
    clima
    especulativo, especialmente en tierras. Este oro servirá,
    también, para realizar finalmente la conversión 25
    a 1 que había sido planteada en 1864.

    Hacia 1873 se advierten los primeros síntomas de
    otra crisis provocada
    por el exceso de circulante que produjo una euforia exagerada en
    los negocios y las especulaciones y un alza de los precios. En
    1874 el exceso de la importación condujo a la necesidad de
    exportar dinero en
    metálico. El gobierno nacional retiró fuertes sumas
    del Banco de la Provincia de Buenos Aires para pagar sus
    obligaciones, el Banco restringió el crédito y
    esto, unido a las fuertes inversiones especulativas, creó
    una escasez de
    circulante, que trajo aparejada la paralización de los
    negocios, las quiebras, la reducción de la
    importación y la consiguiente disminución de las
    rentas del Estado. Como una buena proporción de
    éstas era destinada al pago del servicio de la deuda
    contraída en el exterior, la posibilidad de una
    suspensión de pagos amenazó el crédito
    internacional de la Argentina.

    La situación se fue agravando hacia el año
    1876, complicada por la inestabilidad política que se
    prolongó hasta la política de conciliación
    del año siguiente. Pero las bases económicas del
    país no habían sido afectadas por la crisis. El
    campo continuó aumentado su producción y eso
    permitió mantener un ritmo de exportación sostenido
    -aunque inferior a los años anteriores- hasta que pudo ser
    superada la crisis financiera. En esta ocasión el campo
    salvó al país. Salvó también a los
    ferrocarriles, cuyo nivel de ingresos se mantuvo al margen de la
    crisis.

    La acción del gobierno no fue en modo alguno
    pasiva en esta emergencia. En al momento crítico
    suspendió la convertibilidad del papel moneda en
    metálico para evitar la desaparición de éste
    último. El gobierno realizó una fuerte
    reducción del gasto: el gasto
    público descendió de más de 31 millones
    de pesos en 1873 a algo menos de veinte millones en 1877.
    Avellaneda se propuso salvar el crédito del país,
    tan indispensable para el futuro desarrollo, que
    constituía el programa económico básico de
    los gobiernos de la época: "La república -dijo-
    puede estar dividida hondamente en partidos internos; pero tiene
    sólo un honor y un crédito, como sólo tiene
    un nombre y una bandera ante los pueblos extraños. Hay dos
    millones de argentinos que economizarán sobre su hambre y
    sobre su sed, para responder en una situación suprema a
    los compromisos de nuestra fe pública en los mercados
    extranjeros".

    La Oficina de Cambios de 1867 realmente se llena de oro,
    y lo que hace es emitir billetes contra el metal. En definitiva,
    los bancos estaban creando dinero. El problema era para
    qué se usaba el crédito. La creencia de que el
    único limite del crédito es la demanda está
    bien si el crédito sirve para la producción. Los
    créditos baratos, por el contrario, facilitarán la
    compra y especulación de tierras.

    Esta situación arrastra, también, a los
    bancos hipotecarios. Estos emiten cédulas hipotecarias a
    montones que agarran todo el periodo de aumento del valor de la
    tierra. Se hipotecaba el campo cuando la tierra valía
    1.000. Si el banco quería ejecutar, después del
    desplome, la tierra ya no valía nada. El problema es que
    todo el oro era prestado y no se estaba dedicando a la
    inversión. Esta situación va preparando la crisis
    de 1875.

    Como toda esta situación era ficticia, cuando se
    cortan los flujos de capital, sobreviene la crisis. Incluso, las
    inversiones extranjeras indirectas, que son las que más
    abundan, se van, porque vinieron a buscar ganancias. De esta
    manera, se desploma todo. Avellaneda, que es el presidente del
    desplome, se encuentra ante una disyuntiva: dejar que las cosas
    sigan funcionando así, con lo cual no se podían
    pagar los servicios de
    la deuda, o hacer una reforma arancelaria, contener el gasto
    publico y pagar la deuda.

    Avellaneda está haciendo exactamente lo contrario
    a lo que quieren los ingleses. Hasta el Times de Londres
    pedía que no se pagara la deuda. Era lo peor que le
    podía pasar a los ingleses: que la Argentina pusiera
    trabas a las importaciones. A los ingleses no les afectaba que el
    no pago de los intereses de la deuda; lo que les afectaba era la
    reforma arancelaria. Y, a pesar de todo, Avellaneda la lleva
    adelante.

    La crisis de 1873 no afectó demasiado a Inglaterra, por
    lo cual en 1876 los capitales comienzan a venir nuevamente a la
    Argentina. Es a partir de esta crisis cuando se abre la
    discusión entre proteccionismo y librecambio. Pero cuando
    las cosas comienzan a mejorar, los ganaderos se retiran de la
    discusión, dejando solos al alsinismo y al Club
    Industrial.

    Con respecto a la comparación entre la crisis de
    1866 y la de 1873, Chiaramonte dice que "la crisis de 1873
    difiere de la del 66 por los sectores de la economía
    afectados con más fuerza; mientras que en la anterior, la
    producción lanera sufrió las peores dificultades,
    en el ciclo posterior, el comercio y las finanzas estatales
    fueron los más maltrechos".

    4. A modo de
    conclusión

    Finalmente, a lo largo de este trabajo hemos tratado de
    describir cómo la actividad económica de la
    región pampeana se vio modificada al ritmo de la
    economía capitalista mundial.

    En la segunda mitad del siglo XIX se consolida el
    esquema de la "estructura agroportuaria". Las sucesivas
    campañas militares fueron alejando a los indios y
    permitieron extender la frontera ganadera, más por
    exigencia de los mercados externos que por presión de la
    población o de la agricultura por nuevas tierras. Las
    necesidades de la industria textil inglesa favorecieron la
    expansión del ovino, hasta que el frigorífico
    valorizó nuevamente la producción de
    carnes.

    El hecho más importante para la conquista del
    territorio fue el ferrocarril, que actuó como nexo entre
    las unidades de producción y el puerto, llevó mano
    de obra a los campos y permitió la expansión de la
    agricultura en territorios más alejados. La mayor parte de
    la red ferroviaria se construyó, como vimos, en estos
    años.

    La agricultura, que no tuvo una gran expansión en
    la primera mitad del siglo XIX, se había mantenido como
    una actividad destinada a satisfacer los mercados locales,
    desarrollada en el área de influencia de los centros
    urbanos, comenzó su expansión. La
    colonización agrícola en la pampa norte se
    inició con pequeñas propiedades en Santa Fe y luego
    adquirió gran desarrollo en esa provincia y en Buenos
    Aires, Entre Ríos y Córdoba, colocando al
    país entre los principales exportadores mundiales de
    granos en el comienzo del siglo XX.

    El factor fundamental del poblamiento fue la gran
    inmigración de europeos, como consecuencia del exceso de
    habitantes en el viejo mundo, que alcanzó gran intensidad
    a fines del siglo XIX y principios del XX. Los extranjeros
    representaron la mano de obra idónea para la agricultura,
    aunque la gran mayoría se quedó en las ciudades,
    dada la escasa posibilidad de acceso a la tierra.

    De esta manera, los hechos brevemente descriptos
    muestran que esta transformación del sector agropecuario
    argentino no solo fue consecuencia de la nueva visión
    capitalista del mundo y de la división internacional del
    trabajo, sino, también, de las políticas adoptadas
    por el Estado argentino y la clase oligárquica que
    detentó el poder en el período estudiado y que fue
    la gran beneficiaria de la transformación
    descripta.

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    Jorge S. Zappino

    Licenciado en Ciencia Política (Universidad de Buenos
    Aires)

    Magister en Historia Económica y de las
    Políticas Económicas (Universidad de Buenos
    Aires)

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