- Las claves de los años
anteriores al periodo estudiado - El desarrollo capitalista y su
influencia en el sector agropecuario
argentino - El papel del Estado en el proceso
de transformación - A modo de
conclusión - Bibliografía
INTRODUCCION
El presente trabajo
pretende analizar las distintas dimensiones en el proceso de
transformación del sector agropecuario argentino durante
el periodo 1850-1890. Se toma este periodo porque es durante esos
años que se suceden cambios relevantes, transformaciones
profundas en la configuración, ocupación y
valorización del territorio de la pampa; sucesos que
significarían un antes y un después en la historia de la región
pampeana.
Durante esos años comienza a darse un proceso de
aceleración económica en los países
centrales europeos. De esta manera, la economía industrial
pudo extender globalmente la economía capitalista, a
medida que aumentaban los intercambios comerciales.
Por otra parte, a nivel local, se producen importantes
cambios. La conformación definitiva del Estado surge
sobre la base de luchas y enfrentamientos políticos. El
mismo va a ir adaptándose, progresivamente, al contexto
mundial. Sin embargo, este proceso se hacía difícil
debido a varios factores: la enorme extensión del
territorio, su escasa población, el poder
económico acumulado en un sector muy reducido, etc. Las
tierras pampeanas comenzarían a adquirir mayor
valorización, y se comenzaba a planificar la "conquista"
del territorio eliminando a los indígenas.
Mediante este trabajo, se intenta establecer una
relación entre la transformación del sector
agropecuario pampeano, y los cambios globales y locales. Se busca
explicar cómo la región se vio influenciada tanto
por la expansión capitalista, como por los profundos
cambios políticos que ocurrieron a nivel nacional, y que
llevaron al establecimiento y afianzamiento del Estado y de la
clase
económica y políticamente dominante.
El trabajo, entonces, quedará estructurado de la
siguiente manera:
1. Las claves de los años anteriores al
período estudiado.
2. El desarrollo
capitalista y su influencia en el sector agropecuario
argentino.
2.1. Los cambios y exigencias del mercado
mundial.
2.2. Los ferrocarriles y la expansión capitalista en
la pampa argentina.
2.3. Las migraciones y su impacto.
2.4. El comercio
exterior.
3. El papel del Estado en el proceso de
transformación
3.1. Las políticas inmigratorias.
3.2. Colonización y expansión del
territorio.
3.3. Las crisis de
1866 y 1873 y sus consecuencias para este proceso.
4. A modo de conclusión
1. LAS CLAVES DE LOS AÑOS ANTERIORES AL
PERIODO ESTUDIADO
En el periodo que transcurre entre la Revolución
de Mayo de 1810 y la década de 1850, se pueden rastrear,
al menos, tres claves que definen la situación del momento
y configuran el marco para comprender el periodo en estudio. Las
tres claves, a saber, son:
- La expansión de la frontera:
apropiación de la tierra y
de la renta. - Empréstitos, Bancos y
Emisión. La deuda
pública y las crisis. - Comercio Exterior
Estos puntos serán analizados por separado, realizando
un corte horizontal entre los años 1810 y, aproximadamente
el año 1850.
A. La expansión de la frontera: apropiación
de la tierra y de la
renta
La Revolución
de Mayo de 1810 pierde el Alto Perú y con esto las
minas de oro y plata
del Potosí. Por lo tanto, se pierde el sustento de la
economía y las finanzas de la
colonia. Quedaba claro, desde el principio, que este no iba a ser
el sustento de la economía y las finanzas de Buenos Aires.
Por esos tiempos, había, en Buenos Aires, ganado
vacuno. Luego de los cambios introducidos por la
Revolución, se podía, sin las trabas del monopolio
español,
exportar a otros países los cueros de esos animales. En la
medida que avanza el comercio, se
reproduce el ganado y se comienza a conseguir mercados, los
terratenientes comienzan a hacerse ricos y poderosos.
A partir de la Revolución, entonces, el problema de la
tierra adquiere una gran importancia, lo cual se verifica en las
numerosas leyes que
reglamentan su dominio,
apropiación y uso a partir de ese momento. La primera
expedición contra el indio se realiza en 1810 con el
reconocimiento de las tierras cercanas al río Salado.
Sucesivamente, a partir de ese momento, varias expediciones van
extendiendo la frontera hacia el sur, llegando a duplicar, en
solo 25 años, el territorio controlado.
Muy pronto la Junta, con el decreto del 1 de septiembre de
1811, extingue la mita, el yanaconazgo, la encomienda y el
servicio
personal.
Tales medidas formaban parte del programa de la
burguesía, y fueron apoyadas por los ganaderos. De esta
manera, los terratenientes comienzan a expandirse velozmente;
rota la traba colonial, sus negocios
prosperan en la medida en que acumulan tierras, ganado y hombres.
En este contexto, comienzan a dictarse las leyes citadas
anteriormente. La primera de ellas, la Ley de 1821,
garantiza la deuda pública con tierras fiscales.
"Después de diez años de conflictos, el
agotamiento del tesoro público argentino solo
admitía una salida: el empréstito externo. La nueva
Nación,
como la provincia de Buenos Aires, no podían ofrecer sino
un bien como garantía hipotecaria: las tierras
fiscales".
Posteriormente, bajo la presidencia de Bernardino Rivadavia,
se dicta la denominada Ley de Enfiteusis, vinculada al
empréstito Baring Brothers que veremos más
adelante. "Enfiteusis" es la "cesión perpetua, o por largo
tiempo del
dominio útil de una finca mediante el pago anual de un
canon al que hace la cesión, el cual conserva el dominio
directo". El ingeniero agrónomo Emilio A. Coni
publicó en 1927, en la imprenta de la
Universidad de
Buenos Aires, La verdad sobre la enfiteusis de Rivadavia.
Allí asegura que "no se había hecho hasta hoy un
estudio serio, cronológico y documentado de la enfiteusis
y su aplicación. Dos hombres solamente la habían
estudiado, y superficialmente, Andrés Lamas, panegirista
de Rivadavia, y Nicolás Avellaneda. Los demás
autores no hicieron sino repetirlos. Confieso
—continúa Coni— que antes de iniciar el
estudio tenía ya mis dudas sobre la excelencia del
sistema
enfitéutico. Algunos datos aislados
que había conseguido me lo hacían sospechar. Pero
lo que más pesaba en mi espíritu para mantener esa
duda era la opinión francamente contraria a la enfiteusis
de todos los hombres de valer que actuaron después de
Caseros y que habían sido testigos del sistema. (…)
Descubrí en la enfiteusis de 1826 tres gravísimos
defectos, fundamentales para una ley de tierras públicas.
Faltábale el máximo de extensión, lo que
permitía otorgar 40 leguas cuadradas a un solo
solicitante. No obligaba a poblar, de lo cual resultaba que la
tierra se mantenía inculta y baldía esperando la
valorización. Y la libre transmisión de la
enfiteusis sólo servía, sea para acaparamientos,
algunos superiores a 100 leguas cuadradas, o para el
subarrendamiento expoliatorio de los infelices de la
campaña por los poderosos de la ciudad".
En 1825 se desató la "fiebre de la
tierra": en Tandil, Pergamino, Lobería, Dolores se
denunciaron lotes que iban desde las cuatro a las cuarenta leguas
cuadradas. Quienes los reclamaron no parecían pobres
campesinos: figuran los nombres de Sebastián Lezica,
Ambrosio Cramer, Patricio Lynch, Pedro Trápani, Facundo
Quiroga (quien denunció 12 leguas al oeste de Bragado por
medio de su apoderado, Braulio Costa), Tomás Manuel de
Anchorena, con unas veinte leguas en Fuerte Independencia,
hoy Tandil. Otros localizaron baldíos en zonas ya pobladas
y presentaron solicitudes de enfiteusis en Lujan,
Cañuelas, Chascomús, Chacarita y San Isidro. Dice
Gaignard: "Rivadavia creaba las condiciones ideales para la
"acumulación primitiva" en beneficio de una capa muy
reducida de negociantes del puerto y de estancieros del campo. De
ello surge la consolidación de una clase dominante de
grandes ganaderos, dueños de la tierra, de los animales y
de los hombres".
Con el gobierno de
Rosas, comienza
la etapa de la cesión en propiedad de
las tierras cedidas en enfiteusis. El máximo desarrollo se
alcanza luego de 1834. La ley provincial de 1836 ponía en
venta 1.500
leguas de tierras de la enfiteusis a precios
diferentes según la ubicación de las mismas. En
1838, otra ley pone en venta lo que quedaba de las concesiones de
Rivadavia, con las mismas condiciones de 1836. También se
realizan entregas de tierras a los oficiales de las
campañas contra el indio y las guerras
civiles (mayormente militares y funcionarios leales a Rosas). La
más espectacular de todas las donaciones es la que se
realiza en 1839, en la que se ceden 700 leguas cuadradas. Lo que
ocurre es que a esos militares se les debían salarios y pagas
desde hacia tiempo, lo que llevó a que los mismos
revendieran las acciones a
especuladores avisados que lograron, mediante este método,
adquirir numerosas tierras.
En el período de 1830-1852, la tierra ocupada
ascendió hasta 6.100 leguas cuadradas (16.470.000
hectáreas) con 782 propietarios. De éstos, 382
concentraban el 82% de las propiedades de más de una legua
cuadrada, mientras que 200 propietarios, o sea el 28%,
concentraban el 60% de las estancias con más de 10 leguas
cuadradas. Existían 74 propiedades con más de 15
leguas cuadradas (40.404 hectáreas) y 42 propiedades con
más de 20 leguas cuadradas (53.872 hectáreas).
Mientras tanto, las pequeñas propiedades sólo
representaban el 1% de la tierra explotada.
Luego de la caída de Rosas, se desató una larga
polémica acerca del destino de las extensiones otorgadas
por las distintas leyes de premios, y finalmente, por ley de 1858
se dispuso anular las donaciones efectuadas entre el 8 de
diciembre de 1829 y el 3 de febrero de 1852, salvo aquellas que
resultaran de premios por las expediciones contra los
indígenas. En este último caso se reconocía
también los derechos de quienes
aún no habían efectuado la correspondiente
escrituración y se les daba un plazo para hacerlo. Por
esta ley el Estado
recuperó unas 200 mil hectáreas de tierras pero
confirmó el derecho de particulares sobre una superficie
que duplicaba esa cifra. Concentración de la tierra y
expansión del latifundio fueron el corolario de todas
estas medidas.
B. Empréstitos, bancos y emisión. La deuda
pública y las crisis.
Los comienzos.
Cuando, en 1776 se dan las reformas borbónicas, se
produce un vuelco total de la situación en la América
Hispana. En el caso de la creación del Virreinato del
Río de la Plata, estas reformas otorgaban al puerto de
Buenos Aires el derecho a comerciar con España.
Hasta ese momento, la plata del Potosí, el oro de Puno,
salían por Lima, cruzaban el Caribe y de allí
salían hacia España. Los borbones cambiaron eso,
además de abrir otros puertos en España. De esta
manera, Buenos Aires se convertía en el único
puerto de salida del Virreinato. En todo el periodo anterior a
1810, la plata del Potosí salía camino a Buenos
Aires, y de allí a España. El mercado potosino,
donde todo funcionaba en torno a las
minas, era el mercado más grande del cono sur, y ese
metálico era el sustento de toda la economía
colonial.
Al producirse la Revolución del 25 de mayo de 1810, las
guerras de independencia hacen que Buenos Aires pierda el Alto
Perú – perdido completamente en 1815 – y con esto
las minas del Potosí. De esta manera, se pierde el
sustento de la economía y las finanzas de la colonia. A
partir de ese momento, ese metálico tampoco iba a servir
de sustento a la economía y las finanzas de Buenos
Aires.
El problema que se presentaba ahora era el de solventar el
erario público. Uno de los temas más acuciantes del
momento era cómo pagar la enorme deuda comercial, producto del
gran crecimiento de Buenos Aires y su consumo de
estilo europeo. Las importaciones
eran enormes y no solo por causa de la guerra de
independencia. Analizando la composición de esas
importaciones, puede ver que el 60% son artículos de
consumo y entre un 16 y un 20% es equipamiento de guerra. El
problema es que no había como pagarlo. En este punto, las
casas comerciales inglesas, que empiezan a instalarse en 1811,
juegan un rol fundamental; muchas de ellas contaban con socios
porteños que eran los que realizaban las importaciones,
los que proveían al Estado, y los que iban al interior a
vender los artículos importados. Eran estos grandes
comerciantes los que financiaban las compras del
país. Por lo tanto, en este punto puede señalarse
el comienzo de una deuda comercial que irá creciendo; el
problema seguía siendo, aún, el metálico
para financiar ese comercio.
El Estado va a encontrar en los empréstitos forzosos,
una solución momentánea a ese problema. Estos
empréstitos obligaban a aquel que tenia capital a
suscribir esos títulos públicos, a cambio de los
cuales el Estado les daba vales de tesorería con valor
metálico, dependiendo de lo que se le retiraba al
productor: si lo que el Estado tomaba eran especies, por ejemplo
vacunos, éstos no tenían valor metálico;
pero si se trataba de comerciantes o de la iglesia, el
Estado aseguraba una tasa de
interés de hasta un 8%. La política de los
empréstitos forzosos se va a repetir,
sistemáticamente, entre 1810 y 1840. Además, se
recurrió también al capital externo.
Estas empréstitos produjeron serias disidencias entre
los sectores de poder: si ellos tenían que pagar aranceles
aduaneros y tasas de puerto con metálico, y éste
metálico debían entregárselo al Estado,
comenzaron a presionar para que el estado les permitiera pagar
esos aranceles y tasas con dichos bonos. El
perjuicio para el Estado era evidente: esos aranceles eran el
único recurso del erario público, con lo cual, al
poco tiempo, nos encontramos con un festival de bonos, que se
usaban como moneda cotidiana.
Hasta 1812, 16 patacones o pesos fuertes equivalían a
una onza de oro o doblón; después de 1812, la
relación era de 17 patacones o pesos fuertes por cada onza
de oro o doblón. Antes de la Revolución, 4 millones
de patacones o pesos fuertes salían por el puerto de
Buenos Aires; a partir de la misma, esa cantidad baja a 500.000
pesos fuertes.
Los empréstitos
En 1825, La Junta de Representantes de Buenos Aires, creada
por el gobierno de Rivadavia, al ver que las cuentas no le
cierran, decide tomar un empréstito de entre 2 y 4
millones de pesos fuertes. Se decide tomarlo en el exterior y
colocarlo con un mínimo del 70 %. Se crea, para esto, una
comisión que va a negociar el empréstito a Londres.
En la comisión se encontraban algunos de los que figuraban
como directores del Banco de
Descuento, entre ellos Riglos, Castro, Sáenz Valiente y
John Robertson.
Durante las negociaciones, la Casa Baring propone aceptar los
bonos al 85 %, debido a su fácil colocación en el
mercado. En este punto, la comisión negociadora decide
aceptar el 85 %, pero, visto que la Junta de Representantes
había declarado que un 70 % era conveniente, negociaron la
diferencia, que fue repartida entre la Casa Baring y la
comisión negociadora. Además, el gobierno argentino
había adelantado ya 250.000 pesos fuertes por la
comisión en concepto de
gastos. A esto
hay que sumarle 250.000 pesos fuertes más por
millón. Finalmente, el empréstito es colocado por 5
millones de pesos fuertes (1 millón de libras esterlinas),
con lo cual, lo que debía llegar a la Argentina eran
alrededor de 3.500.000 (70%).
Ahora bien, como no se había especificado como llegaba
ese oro a la Argentina, la comisión informa a la Casa
Baring que la mejor manera era enviando letras giradas contra
casas comerciales de prestigio que dieran garantías en
Buenos Aires. No por casualidad, una de esas casas comerciales
era la de Robertson y Costas, dos miembros de la comisión.
Como si no alcanzara con esto, las letras que debían
servir para pagar a un tercero que era el Estado, nunca llegaron,
porque se descontaron, se redescontaron, y cuando se cancelaron,
se hizo con otras letras. Algo del empréstito finalmente
llegó a la Argentina: unos 200.000 pesos fuertes, que
fueron utilizados para cubrir los gastos de la guerra con el
Brasil; y
después, presumiblemente, debieron haberse recibido
1.000.000 en letras que también parecen haber sido
utilizados en gastos de guerra.
Y no para acá la cosa, porque en 1826, el ministro
García convence a la Junta de Representantes de dos cosas
fundamentales: como se debían pagar los intereses,
había que entretener los fondos del empréstito y
crear una comisión para ese fin: dar créditos para sacar algún interés y
poder pagar esos intereses. Nuevamente, en esta comisión
estaba la misma gente que negoció el empréstito.
Además, García convence al propio gobernador Las
Heras, de no malgastar el dinero del
empréstito en hacer el puerto, en proveer de agua corriente
a Buenos Aires, argumentando que existían capitales
privados que lo podían realizar.
La política de empréstitos continuó: en
1857 encontramos el empréstito de la Confederación;
y, en 1858 el empréstito de intereses no pagados y
diferidos del empréstito Baring. Esta política
continúa hasta 1880.
Los bancos
El Banco de Descuentos, antecedente del Banco de la Provincia
de Buenos Aires, fue creado en 1822. La denominación de
Descuento proviene de que su función
era descontar letras dando créditos, además de
emitir moneda. El directorio, formado por argentinos e ingleses,
reflejaba el poder del momento: Félix Castro, Miguel
Riglos, Juan Fernández Marina, Albarellos, Juan y Manuel
Aguirre, Juan Pablo Sánchez, etc. Entre los ingleses
aparece John Robertson.
En cuanto al capital estatutario del Banco, Prebisch dice:
"…aquel seria de un millón de pesos fuertes, dividido en
acciones de cien pesos cada una que se entregarían a la
suscripción pública; pero en la práctica,
las acciones se llenaron parte en metálico y parte en
billetes tomados del mismo banco, lo que le privó desde el
principio, de la base metálica que debía tener. Es
así que el capital metálico de este banco de
emisión, no pasó nunca de la tercera parte del que
nominalmente se había fijado…Al principiar las operaciones, las
reservas apenas alcanzaban a 291 mil pesos fuertes, y aun este
pequeño capital real, no era propio del país, ya
que casi todas las acciones del banco se localizaron en
Londres".
El mecanismo de capitalización era el siguiente: se
pedían créditos al banco, se pagaba 9 % de
interés y se recibían dividendos por el 12 %. Y en
definitiva en el banco no había nada o había muy
poco, porque el capital se había constituido con los
propios dineros del banco. El banco cae en 1826, traspasando sus
pasivos y la emisión al Banco Nacional, que comienza sus
operaciones en peores condiciones que su antecesor. En realidad,
el Banco de Descuentos funcionó mientras nadie
reclamó el cambio de sus papeles por su equivalente en
oro. El día en que el Banco debió hacer frente a
estas obligaciones,
comenzaron sus problemas.
A pesar de todos sus inconvenientes, estas instituciones
bancarias resultaron beneficiosas a los sectores que antes se
veían afectados por los empréstitos forzosos,
aunque el Estado va a continuar colocando numerosos
títulos en el mercado. Ahora eran los bancos los que le
darían crédito
al Estado. Además, los sectores mencionados van a
conseguir créditos de corto plazo, mayoritariamente en
letras descontadas. A estos créditos tiene acceso,
fundamentalmente, el sector comercial, aunque la mayoría
de los terratenientes también eran comerciantes. Con
respecto a la precariedad del Banco de Descuentos, Rapoport
aclara que "en 1826, luego de una crisis, este banco se convierte
en el Banco Nacional, que comienza sus operaciones en peores
condiciones que su antecesor. En 1836, pasa a denominarse Casa de
Moneda, hasta que, finalmente, en 1854, se crea el Banco de la
Provincia de Buenos Aires. La precariedad de estos bancos se
debió, fundamentalmente, a la emisión descontrolada
de moneda sin respaldo, que expandió el gasto publico y
sirvió a los intereses de los sectores que se beneficiaban
con la inflación".
A partir de 1854, el Banco de la Pcia. de Buenos Aires
multiplicó los prestamos, lo cual contribuyó a la
financiación de las actividades comerciales y productivas.
Además del Banco de la Pcia. de Buenos Aires,
también fueron creados el Banco Hipotecario de la Pcia. de
Buenos Aires (1872), que otorgaba créditos con
garantía de tierras, y el Banco Nacional, conformado con
capitales estatales y privados. Finalmente, en 1885, fue creado
el Banco Hipotecario Nacional, con los mismos fines que su
homónimo de la Pcia. de Buenos Aires.
Con respecto a la banca privada,
las primeras instituciones datan de la década de 1860,
como el Banco de Londres y Río de la Plata (1864), y el
Banco de Italia y el
Río de la Plata. Además, muchas casas mercantiles
fueron transformadas en bancos para contribuir a la
financiación de las actividades comerciales. El más
importante de ellos fue el Banco Cabarasa, que caerá con
la crisis de 1890.
La emisión y el circulante
En cuanto al circulante, en los primeros años
prevalecía, en el interior, la moneda de plata. Existen
bancos provinciales que funden y acuñan monedas propias,
como el Banco de Santa Fe y el de Cuyo. Mientras que en Bs.As. no
hay metálico, en el interior sí lo hay, lo cual
hacía que fueran reacios a aceptar los billetes del Banco
Nacional porque, para ellos, significaban papeles sin
ningún respaldo. Las compras en el litoral se
hacían en metálico, pero con muchos problemas:
circulaban distintas monedas como las mexicanas de oro, las
chilenas, las de EE.UU., de plata, de cobre, etc. La
moneda de oro boliviana era la que más abundaba. Todos
esos metales no
tenían el mismo tipo de cambio
en cada provincia. A esto se sumaban todas las aduanas
interiores que complicaban aun más las cosas y aumentaban
fuertemente los costos de
traslado.
C. Comercio exterior
Una vez producida la Revolución de 1810, y el
consecuente final del sistema monopolista español, las
ideas librecambistas se convertirán en el eje de la
política exterior de la Argentina. Los cueros, el tasajo
y, poco tiempo después, la lana, se convierten en los
principales rubros de exportación hasta bien entrada la
década de 1890.
El tasajo se exportaba a Brasil y a Cuba, donde
era usado como alimento para los esclavos de las plantaciones. En
cambio, la lana era exportada a los grandes centros textiles
europeos y a los Estados
Unidos.
En 1822 las lanas representan el 0,94 % de las exportaciones,
mientras que los cueros vacunos alcanzan al 64,86 %; en 1836, el
7,6 y el 68,4 % respectivamente; en 1851, el 10,3 y el 64,9 %.
Pero en 1861 dichos porcentajes son el 35,9 y el 33,5 %
respectivamente.
Cuando en 1830 se debatía sobre la forma de constituir
política y fiscalmente a la Confederación
Argentina, el representante de Buenos Aires argumentaba en favor
de mantener la política comercial libre vigente, y el
monopolio aduanero de la provincia porteña, defendiendo
los beneficios que ellos habían traído a la
‘industria del
país’: la ganadería.
Decía Roxas y Patrón, futuro Ministro de Hacienda
del gobierno de Rosas: ‘Es cosa averiguada que la
generación de los ganados se duplica cada tres
años, y este hecho y su utilidad lo
explica todo. Si es preciso confirmarlo todavía,
obsérvese cómo todos los individuos de todas las
profesiones abandonan su antiguo modo de vivir, y se dedican a
éste que les produce más, sin otra
protección que la del cielo’. Con argumentos
similares, los historiadores han justificado el éxito
de la ganadería de exportación de cueros en la
rentabilidad
de la empresa
ganadera y los auspicios que le dio a esta actividad la apertura
del comercio mundial en Buenos Aires.
Desde los primeros años de la década de 1830 el
precio
internacional de los cueros empezó a bajar, y la tendencia
se acentuó para llegar a 1850 cuando el cuero
había perdido más del 50% de su precio en el
mercado de Londres. Según un contemporáneo que
debía conocer bien las cifras del comercio, entre 1825 y
1850 el valor de las exportaciones desde el Río de la
Plata se incrementó a pesar de la caída
dramática de los precios internacionales de sus productos. El
Cónsul inglés
Parish destacaba que el valor de las exportaciones de Buenos
Aires se había duplicado mientras que el precio de los
cueros había perdido más de las dos terceras partes
de su valor en ese mismo período. En otras palabras, solo
un aumento en la cantidad de los cueros despachados podía
compensar la declinación de precios para mantener el valor
de las exportaciones. De modo que las alternativas de precios de
estos bienes en el
comercio atlántico no resultaron en el estímulo que
explique suficientemente la expansión en el periodo de las
exportaciones pecuarias de la región.
Las actividades pastorales disfrutaron de fuertes incentivos o
subsidios indirectos como resultado de la combinación de
las políticas fiscales y monetarias de todo el
período. Esto es visible en la fuerte correlación
entre el aumento del número de cueros exportados con la
ocurrencia de episodios inflacionarios. El promedio anual de
cueros exportados desde Buenos Aires pasó de 500.000
unidades a comienzos de los veinte a 820.000 luego de la guerra
con Brasil, y el episodio inflacionario que siguió a la
inconvertibilidad en 1826 y la crisis financiera de 1829. Durante
la década del treinta las cantidades oscilaron pero el
promedio bajó a medio millón y, notablemente
subió la exportación de otros bienes rurales,
así como se reanudaron algunos embarques de trigo. En la
década de 1840 el volumen promedio
volvió a subir, siguiendo el ritmo de depreciación de la moneda luego de las
grandes emisiones de la década. Se llegó a 1,5
millones de piezas de promedio, con picos extraordinarios en los
años siguientes a la finalización de los bloqueos
de más de 2,5 millones promedio para el periodo 1849-52.
Notablemente, en la década de 1850 cuando la moneda tiende
a estabilizarse, el numero de cueros no continuó
aumentando y se estabilizó en el millón y medio de
piezas.
Mas aún, cuando se considera la participación
relativa de los cueros en el valor total de las exportaciones en
la década de 1850, esta decrece en gran medida debido al
sustantivo aumento de las exportaciones de lana.
En la década de 1820 los cueros formaron casi el 80%
del valor de las exportaciones y hasta principios de
1850, constituyeron más del 60 por ciento del valor total.
Las exportaciones de lana que promediaban 24.000 arrobas en los
veinte llegaron a 60.000 a comienzos de los treinta. Estas se
triplicaron hacia finales de la década y superaron el
medio millón de arrobas promedio a comienzos de los
cuarenta. Durante la década del cincuenta se duplicaron
llegando al millón de arrobas y aun más se
multiplicaron por 3 y 4 en algunos años de la
década del sesenta. A diferencia de los cueros, el volumen
de las exportaciones de lana siguió subiendo cuando la
moneda tendió a estabilizarse. Le tocó al tasajo y
al sebo, completar ese 20-25 % del valor de las exportaciones
restante en la década de 1840.
2. EL DESARROLLO
CAPITALISTA Y SU INFLUENCIA EN EL SECTOR AGROPECUARIO
ARGENTINO
2.1. Los cambios y exigencias del mercado mundial.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, el mundo
experimentó el proceso de desarrollo de una nueva
división internacional del trabajo. Así, ciertos
países periféricos comenzaron a abastecer de
productos primarios a los países centrales, que
hacían fluir sus capitales, su tecnología, y sus
productos manufacturados.
En esta nueva estructuración de la economía
mundial, Argentina se incorporó específicamente
como proveedora de productos primarios y alimentos. De
esta forma, los intercambios comerciales entre Argentina y los
países industrializados se acrecentaron velozmente durante
el periodo en estudio.
Este aumento del comercio exterior no fue homogéneo a
lo largo del territorio, sino que favoreció especialmente
al territorio pampeano; la pampa se constituyó en el
territorio privilegiado, tanto por las condiciones
climáticas, como por la flexibilidad del sistema de
explotación organizado en ella, que combinaba el dominio
de la tierra en amplias propiedades con su explotación en
escala familiar.
El aumento de la demanda
exterior de cereales y carne, debido a una mejora en los niveles
de vida en los países centrales, generaba grandes
perspectivas para la economía de la región.
El aumento del intercambio no sólo significó un
incremento de las actividades productivas. Fundamentalmente,
consistió en un reajuste de la estructura
interna de producción, para satisfacer los cambios de
la demanda externa. Los nuevos rubros exportables, y las
importantes modificaciones y avances con respecto a los rubros
tradicionales (tasajo, cueros, etc.), son un índice no
sólo de las modificaciones en la demanda, sino
también de la mayor modernización de las estructuras de
producción, que anteriormente se basaban en
economías regionales desarticuladas que no generaban
excedentes suficientes como para exportar a otras regiones.
El ciclo del lanar, con sus múltiples altibajos,
dominó toda la primera parte del proceso de
adecuación de la economía pampeana a las nuevas
pautas internacionales. Entre 1850 y 1855 comenzó a
notarse un avance en la cría de ganado ovino en la
provincia de Buenos Aires. Los estancieros advirtieron las
condiciones ventajosas que ofrecía el negocio del ovino,
con sus bajos costos y el rápido ciclo de reintegro de
capital. Así, se produjo un movimiento a
favor del ovino que provocó que parte de la
población porteña emigrara al campo, y que los
estancieros sin lanares vendieran su ganado vacuno o sus campos
para conseguirlos.
Ya hacia 1840 abundaban las graserías en las zonas
ovinas de la provincia de Buenos Aires, valorizando las reses de
carneros, pues el cebo de carnero tenía un alto valor
comercial. La creciente demanda de lana había producido la
incorporación progresiva de animales de raza, y el
paulatino reemplazo de las ovejas criollas por ovinos mestizados.
Los merinos franceses, por su mayor cuerpo y largura de mecha,
desplazaron a los merinos sajones que abundaban en la
región.
Desde ese momento los ovinos fueron ocupando un lugar cada vez
más preponderante en las exportaciones de la
región. En 1850 habían salido del país 7.681
toneladas de lana. Para 1875, los embarques alcanzaron a 90.000
toneladas. Es decir, que en 25 años las exportaciones se
habían multiplicado más de 10 veces.
La gran expansión del ovino produjo profundos cambios
técnicos y sociales. Las nuevas exigencias del mercado
internacional aceleraron una serie de cambios productivos que
modificaron el sector agropecuario pampeano.
El mestizaje no sólo exigía un cuidado
más intenso de los rebaños mediante expertos
reproductores para la cruza, sino que también
requería una serie de innovaciones técnicas y
cambios en las formas de producción. Es así como
los estancieros comenzaron a impulsar la mejora de los pastos y
el cercado de las tierras. El alambrado de los campos
revolucionó profundamente las costumbres. Antes, un
propietario no era dueño de hacer plantaciones, sembrados
y potreros donde más le convenía, dado que los
vecinos y los transeúntes solían realizar senderos
y caminos por doquier para atravesar el establecimiento. Con el
alambrado se invierten los factores. Los transeúntes
pasaron a depender de los propietarios. Pero aun más
importante, cambiaron las tareas habituales, suprimiéndose
las pesadas rondas diurnas y nocturnas para vigilar al ganado. De
día los ovinos pastaban libremente dentro de la propiedad,
y por la noche se los encerraba en el corral. Se modifica
así toda la infraestructura en las estancias.
Además, se avanza en la construcción de galpones para la esquila,
corrales, puestos para los pastores, y depósitos para la
lana, la limpieza de aguadas y la apertura de pozos.
Los cambios no sólo repercuten en los aspectos
técnicos de la vida rural, sino que contribuyeron a
modificar las tradicionales pautas de la vida social en la
región. De esta manera, el gaucho y el arriero comenzaron
a ser reemplazados por pastores, puesteros y peones.
Además, un número cada vez más significativo
de inmigrantes llegaba a la región, donde la necesidad de
mano de obra atraía a nuevos brazos.
Las serias dificultades que debían enfrentar los
propietarios de la tierra para ponerla en explotación con
personal capacitado, privilegiaron durante un tiempo la
experiencia y la capacidad de trabajo de inmigrantes europeos,
esencialmente irlandeses y vascos, en la cría de
ovejas.
Hacia fines de la década de 1880 –y luego de
haber superado dos crisis sucesivas en 1866-1868 y en 1872-1874,
que veremos más adelante – los ovejeros iniciaron
una nueva etapa, reemplazando el tipo de ovino en
producción debido a los cambios en la demanda de la
industria textil europea, que exigía lana más
larga. Así, iniciaron el reemplazo de 40 millones de
merinos por ovejas de la raza Lincoln, en un ultimo intento de
salvar la cría de ganado ovino y la producción de
lana. Esto evidencia la notable versatilidad de los estancieros
para acomodarse a las señales
del mercado internacional.
Hacia finales de siglo, el auge del ovino llegaría a su
fin, a causa de diversos factores, entre ellos, la baja en los
precios del textil crudo, la aparición de la aftosa, y,
principalmente, los mayores beneficios que producían el
ganado vacuno y la agricultura,
lo que empujaba a los productores a cambiar sus pautas
productivas
Hacia la década de 1870, mientras tanto, se iniciaba un
nuevo auge de la ganadería bovina. Comienzan a organizarse
campos de engorde y descanso de ganado en las proximidades de los
mataderos. Gracias a la extensión del alambrado se
multiplicaron los corrales en los campos cercanos a Buenos Aires,
naciendo una especialización dentro de los ganaderos: los
invernadores. Las invernadas para frigorífico se asentaban
en zonas donde existían mejores condiciones para el
desarrollo de la alfalfa. Con la llegada del ferrocarril, como se
verá más adelante, la posición
geográfica deja de ser una preocupación
privilegiando así, exclusivamente, la calidad del
suelo.
Durante la década de 1880, debido a la preferencia de
los frigoríficos por la carne ovina, se produjo un fuerte
aumento de la exportación de ganado vacuno en pie,
así como el envío de carne congelada a los mercados
europeos. Las necesidades frigoríficas, ya sea para
enfriado o congelado de la carne, obligaron a los ganaderos a
mejorar la calidad de sus rodeos. Si bien a partir de 1880 los
frigoríficos ocuparon el lugar preponderante en la
actividad ganadera, este proceso comenzaría a acentuarse a
partir del siglo XX. El gran avance en las exportaciones de carne
se daría recién hacia 1903, cuando los
frigoríficos comienzan a utilizar vacunos en sus
faenas.
Con la nueva demanda, se generó una rápida
mestización del vacuno por parte de los productores,
quienes anteriormente se habían resistido al ganado fino,
o lo miraban con rechazo. Esta transformación no
podía realizarse sin la formación de praderas
artificiales, pues los pastos naturales no permitían
aprovechar la capacidad de asimilación del los animales
mejorados. Comenzó así a darse un notable
interés por los alfalfares, para asegurar una mejor
alimentación de los animales que
debía producir mejor y más abundante carne. Se
buscaba transformar rápidamente el ganado criollo en
animales mestizados de alta calidad.
De esta forma, comienza a darse un ciclo de combinación
tanto de la actividad ganadera como de la agrícola dentro
de las estancias. Los cultivos combinados se impusieron, y
así como estuvieron vinculados con una etapa ascendente
para la ganadería, también lo estuvieron con un
cambio de suma importancia en la actividad agrícola. La
producción agropecuaria pasa a conformar el sector
más importante de la economía, y del desarrollo en
la región.
La demanda de productos alimenticios dio relevancia
económica a territorios que estaban más allá
del territorio explotado hasta entonces. La necesidad e adaptarse
a las nuevas demandas exigía además de la
exportación de carne, el cultivo del cereal. La modalidad
más conocida fue el desarrollo de cultivos trienales,
entregando tierras (bajo la forma de aparcería o de
arriendo) a pequeños productores, que debían
ponerlas en producción intercalando, a lo largo de tres o
cuatro años, trigo, maíz y
alfalfa. Esta combinación productiva fue la que
permitió y aseguró el gran crecimiento agrario de
fines de siglo.
Los niveles elevados que alcanzó el intercambio, es
decir, el desarrollo de lo que se dio en llamar el modelo
agro-exportador, estuvieron estrechamente vinculados con un
poderoso movimiento de mano de obra y de capitales desde los
países del viejo mundo. Los flujos internacionales de
capital, en particular los de Gran Bretaña, tendieron a
concretarse en fondos públicos, transportes
(ferrocarriles), y cédulas hipotecarias. Entre 1885 y
1890, una de las épocas de mayor inversión de capital extranjero en la
región, el 35% de las inversiones
británicas correspondieron a préstamos al gobierno,
el 32% a ferrocarriles, y el 24% a cédulas hipotecarias.
Luego de la crisis de 1890 se notaba ya una disminución
del flujo de capitales extranjeros.
Es importante destacar, en este momento, las inversiones
ferroviarias, por la influencia que su expansión tuvo en
el crecimiento de la economía pampeana.
2.2. Los ferrocarriles y la expansión capitalista en
la pampa argentina
Ya durante el periodo en estudio la temprana economía
industrial europea había descubierto el ferrocarril.
Así, la extensión geográfica de la
economía capitalista se pudo multiplicar a medida que
aumentaban sus transacciones comerciales. Todo el mundo se
convirtió en parte de esa economía. En
términos cuantitativos, el tercer cuarto del siglo XIX fue
la primera época real del ferrocarril.
Los ferrocarriles, además de abaratar los costos de
transportes, acortaron las distancias entre el productor
argentino y el puerto exportador. De esta manera, el auge del
comercio de exportación estuvo fuertemente vinculado a la
extensión de las vías. El primer tren que
rodó sobre suelo argentino, en 1857, fue el Ferrocarril al
Oeste, una línea que hacia 1860 contaba con apenas 39
kilómetros. Su construcción había sido
financiada en gran parte por el gobierno, que en 1863
asumió su propiedad. Sin embargo, la gran extensión
ferroviaria a partir de esos años fue solventada y
administrada por ingleses.
El primer gran proyecto fue el
Ferrocarril Central Argentino, que comenzó a construirse
en 1855 y unió a partir de 1870 las ciudades de Rosario y
Córdoba. Para su tendido se inició una
práctica que se haría costumbre en las primeras
inversiones ferroviarias: el gobierno argentino otorgaba amplias
ventajas, incluyendo la cesión a la compañía
inversora de una legua de tierra a cada lado de las vías,
la exención de varios impuestos, la
importación libre de aranceles del material
necesario para el tendido de las líneas y, lo más
importante, una garantía de ganancias de 7% anual sobre la
inversión original. Con el tiempo, fueron creciendo las
voces de protesta y surgieron algunas regulaciones que generaron
conflictos entre el gobierno y las compañías. En
1907 se aprobó la "Ley Mitre", que zanjó varias de
las cuestiones en disputa, pero manteniendo condiciones
favorables para las empresas
británicas.
Sería largo detallar la evolución ferroviaria de la Argentina. Es
suficiente, para dar una idea de la magnitud del proceso,
comparar los 249 kilómetros de vías de 1865 con los
casi 35.000 de 1914. La expansión de los ferrocarriles
permitió no sólo incorporar zonas de la llanura
pampeana relativamente alejadas -como el sur de Córdoba- a
la producción para exportación, sino también
integrar a los cultivos de Tucumán y Cuyo al circuito
económico nacional. El avance del FF.CC., además,
valorizaba las tierras por las que pasaba.
La caída en el costo de los
fletes que siguió a la instalación de las
líneas férreas fue muy marcada: hacia mediados de
la década del 80, transportar una tonelada de carga 100
kilómetros costaba 7,5 pesos oro por carreta y 1,50 pesos
oro por ferrocarril. Sin los trenes, habría sido
sencillamente imposible la expansión de las
exportaciones.
Así como una de las consecuencias clave de la
instalación del ferrocarril fue la ampliación de la
superficie con provechosas posibilidades de producción
para la exportación, también lo fue el surgimiento
de la Argentina como consumidor cada
vez más importante de productos de origen
británico. Las manufacturas inglesas que llegaban a los
puertos podían, con el ferrocarril, transportarse a bajo
costo hacia otros centros de consumo fuera de Buenos Aires. Esta
era la otra cara de la integración de la Argentina al esquema
vigente de división internacional del trabajo.
Para 1870, de los 772 km. de vías que se
extendían en la región, 177 km.
correspondían al Ferrocarril del Oeste, que luego de su
tramo inaugural llegaba ya a Bragado. Luego se extendería
hasta 9 de Julio, y en 1890 se detiene en Trenque Lauquen, donde
se construye un taller y depósito de locomotoras que
generaría empleo en esa
ciudad fundada pocos años atrás. El Ferrocarril del
Oeste se extendía por las áreas productivas tanto
ganaderas como agrícolas, con un destino fijo: llegar a
Chile. El Ferrocarril del Sud, de capitales británicos,
tenia para 1870 una extensión de 114 km. hasta
Chascomús, una de las ciudades nacidas en la vieja
línea de fortines, al sur del Salado. El Ferrocarril del
Sud se extendió, de hecho, rápidamente como efecto
de la campaña del desierto. La línea principal se
prolongó de Chascomús a Dolores, y de allí a
Ayacucho, en 1880, y a Tandil en 1883. Tras una disputa con el
Ferrocarril del Oeste se extendió la línea a San
Miguel del Monte, Azul, Ovalaría y a Bahía Blanca.
Aparece así la línea a Bahía Blanca por
Lamadrid y por Juárez sorteando el sistema serrano de
Ventania. En 1886 se inaugura el tramo Maipú-Mar del
Plata, luego de ser sometida esta línea a difíciles
pruebas,
debido a que debía cruzar terrenos bajos y anegadizos de
la pampa deprimida.
El Ferrocarril Central Argentino se extendía entre
Rosario y Córdoba. Para llevar adelante la
construcción de este ferrocarril de capitales
británicos, se creo la "Central Argentine Land Company
LTD" y se trajeron de Europa familias
que formaron luego la colonia agrícola de Roldán,
en la provincia de Santa Fe. Este ferrocarril, que unía
dos ciudades significativas, fue considerado pionero en ese
entonces. Tenia una excelente situación, por su
emplazamiento portuario en Rosario, en el extremo norte de la
pampa ondulada, donde el frente fluvial mostraba condiciones
favorables para el establecimiento de una estación
marítima.
Es importante destacar que el trazado de vías no
partía radialmente desde el puerto de Buenos Aires, sino
desde dos centros: Buenos Aires y Rosario, dos ciudades que
contaban por entonces con las mejores probabilidades de ser
federalizadas. Recién en 1883, cuando las vías del
Ferrocarril del Sud llegan a Bahía Blanca,
comenzaría a perfilarse el tercer punto importante de
convergencia, junto a Buenos Aires y Rosario, sobre los cuales se
estructuraría la red ferroviaria.
El ferrocarril ocupó el espacio, integró el
territorio, facilitó el poblamiento y el desarrollo de las
actividades. Todo se movió a su ritmo. Fue un factor vital
de humanización y valorización de los espacios
agrarios. El ferrocarril contribuyó a radicar familias en
el espacio rural, fertilizar tierras, modernizar métodos de
cultivo, introducir nuevas espacies vegetales, buscar nuevas
salidas portuarias y nuevas perspectivas de explotación.
Casi todas las líneas tenían chacras
experimentales, algunas destinadas a carnes, otras a cereales,
etc.
A mediados de 1869, el Ferrocarril Central Argentino
comenzó la tarea de colonizar campos que anteriormente se
les habían cedido a ambos lados de las vías
tendidas hasta entonces entre Rosario y Córdoba. El
impacto del ferrocarril sobre el espacio fue muy importante. Su
presencia modificó profundamente el paisaje pampeano.
Desde luego, además de las vías férreas, se
agrega al paisaje la presencia de las estaciones ferroviarias,
tanto en el campo como en los pueblos y las ciudades.
Las estaciones de campo se construyeron al estilo "ingles". En
general, poseían características similares: el
techo a dos aguas, la sala de espera, la oficina del jefe
y el auxiliar, la boletería, y una galería que daba
a la vía principal. La estación estaba rodeada de
una o varias viviendas y el tanque de agua. Con el creciente
manejo de grandes cantidades de carga y de personas sería
luego necesaria la construcción de playas de maniobras y
clasificación. Otro elemento incorporado al paisaje fueron
los inmensos talleres ferroviarios, que se extendían en
decenas de hectáreas, ocupando a miles de operarios. Los
ferrocarriles construidos fueron el resultado de iniciativa
privada y las acciones del Estado. Los inversores privados
tendieron sus líneas sobre las áreas de mayor
potencialidad económica, y se vieron verdaderamente
beneficiados por el sistema de rentabilidad asegurada que el
gobierno les ofrecía. Por su parte, el Estado, con sus
trazados trató de llevar fomento y población a las
regiones marginales y áreas de escaso valor
económico. Se buscaba así una rápida
adaptación de la región a las necesidades de la
economía mundial, tratando de extender el progreso y la
riqueza que el aumento del intercambio traía consigo. Por
ultimo, cabe destacar que al aumento del intercambio comercial, y
de las inversiones de capitales extranjeros en la región
–especialmente en la construcción de ferrocarriles-
también le correspondió un considerable incremento
en la llegada de inmigrantes europeos.
2.3. Las migraciones y su impacto
Las condiciones naturales de la pampa eran ideales para poner
en marcha el nuevo sistema económico que quería
implantarse en el país. Uno de los problemas que
obstaculizaba la conquista de las tierras era la presencia de
grupos
indígenas que impedía la ocupación de
tierras necesarias para la nueva producción. Las tierras
de la región pampeana comenzaron a adquirir mayor
valorización. Es en ese momento que se toma conciencia de la
necesidad de poblar el territorio eliminando a los
indígenas. La Conquista del Desierto cumplió con
ese objetivo y
solo quedaba ocupar el espacio.
La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por la
llegada de grandes masas de inmigrantes que fueron poblando el
territorio y modificando las actividades que en él se
realizaban. Por ejemplo, grupos de inmigrantes irlandeses
compraron sus tierras entre 1860 y 1875. La mayoría de
ellos se incorporaron al campo, revolucionando las condiciones
productivas. La cría del ovino, como ya vimos, fue una de
las más importantes. En su mayoría, los inmigrantes
provenían de Europa, dado que las condiciones que
allí se vivían eran poco favorables. Esta
difícil situación provocó la
expulsión de grandes oleadas migratorias hacia nuestro
país.
Esa expulsión tenía que ver con causas
económicas, sociales y demográficas. Por un lado,
los procesos de
transformación económica provocaron la ruina de
actividades tradicionales llevando a muchos productores y
agricultores a la miseria. Por otro lado, el excedente de
población en el viejo continente producía una
tensión entre los habitantes y los recursos
disponibles.
Al mismo tiempo, las grandes posibilidades laborales, tanto
urbanas como rurales, favorecía a los migrantes europeos
convirtiéndose en el principal factor de atracción.
También les resultaba atractiva la idea de realizar las
tareas que ya no podían desempeñar en sus
países de origen. En su mayoría, al llegar al
puerto de Buenos Aires declaraban ser agricultores aunque
posteriormente desempeñaran otras tareas.
El monopolio de la tierra por parte de los sectores
terratenientes nativos evitó la radicación de
inmigrantes en el campo y provocó su instalación en
las ciudades. Dentro de los que se instalaron en el campo se pudo
comprobar que muchos preferían ser arrendatarios de una
amplia fracción de tierra antes que ser propietario de
otras más pequeñas.
2.4. El comercio exterior
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el "ciclo lanar"
va a dominar por sobre los demás rubros. Sin embargo, los
saladeros seguirán siendo importantes hasta bien entrada
la década de 1880. Este predominio de la producción
de lana va a verse favorecido, además, por algunos sucesos
internacionales tales como la Guerra de Crimea y la Guerra Civil
Norteamericana, que sacan a Rusia y a los
Estados Unidos, respectivamente, del mercado mundial de
provisión de ese producto. En 1861, las toneladas de lana
exportadas suman casi 25.000. Se puede decir que el proceso de
mestización llevado a cabo entre los años 1855 y
1860 es fundamental para lograr estas cifras. Durante todo el
ciclo, la lana representará casi el 50 % de las
exportaciones totales, mientras que los cueros vacunos
contribuirán con un promedio del 25 %. Para el año
1865 se produce una gran baja en el precio lo cual trae aparejado
una suba en las exportaciones de sebo y grasa vinculada a la
matanza de ovejas debido a su desvalorización como
producto de exportación. La intensa demanda originada por
el constante incremento de la industria textil europea, alentaron
a partir de la mitad del siglo XIX la cría de merinos,
cuyo valor por la producción anual de lana y final de
carne (aprovechada en las graserías), superaba los
ingresos del
vacuno.
Ya desde finales del siglo XVIII, los cueros producidos en las
provincias del Litoral y la Banda Oriental habían
completado los embarques de metálico que empezaban a
escasear. Durante las ultimas décadas del período
colonial, los bienes rurales llegaron a representar una cuarta
parte del valor de las exportaciones salidas por el Río de
la Plata. más tarde el sebo o la carne salada ayudaron
progresivamente a contrarrestar el desequilibrio inicial en el
comercio exterior. El resultante aumento de las exportaciones
rurales ha sido tomado por la historiografía como el
indicador de la expansión de la economía ganadera a
lo largo de la primera mitad del siglo XIX en la región.
Para la década de 1820, eran unos 624.000 cueros al
año que llegaron hasta un máximo de 2.662.000 a
comienzos de la década de 1850.
Sucesivamente los cueros aumentaron su proporción y
para la década de 1840 formaban entre el 60 y 70 por
ciento del valor total de las exportaciones. La proporción
de productos pastorales sube a más del 90 por ciento
cuando se incluyen los otros bienes procesados. Recién en
la década de 1850, los embarques de lana pasaron de un 10%
a un cuarto del valor de las exportaciones totales. No sorprende
entonces que el incremento espectacular en las cantidades de
cueros embarcados hacia países del Atlántico Norte
se haya utilizado repetidamente como la evidencia del crecimiento
de esta economía.
3. EL PAPEL DEL ESTADO EN EL
PROCESO DE TRANSFORMACION
Como mencionamos anteriormente, para activar la
producción en la región de la pampa, y establecer
vínculos con el exterior era necesario conquistar y
distribuir la tierra, atraer y poblar con fuerza de
trabajo inmigrante y obtener los capitales extranjeros necesarios
para la producción. El estado argentino, a través
de la implementación de nuevas políticas,
abrió esas posibilidades económicas mediante la
conquista de nuevas tierras, la promoción de la inmigración y el establecimiento de
colonias en la región.
La inmigración fue promovida por el estado argentino a
través de la Ley 817 de Inmigración y
Colonización sancionada en 1876, que veremos más
adelante. Es importante aclarar que esta ley contribuyó de
manera limitada a promover la inmigración europea. En
cuanto a la colonización, también tuvo escasa
implementación práctica, salvo entre 1887 y 1889,
durante el gobierno de Juárez Celman.
3.1. Colonización y expansión del
territorio.
Aunque hombres como Avellaneda, Sarmiento, Rufino
Várela y Carlos Casares se inspiraban en el modelo
estadounidense de colonización de la frontera, el
resultado efectivo de las políticas oficiales en materia de
tierra pública estaría muy lejos de aquel modelo, y
la especulación y la gran propiedad fueron la consecuencia
de estos cuarenta años en la historia de la provincia de
Buenos Aires. La propiedad de la tierra comenzó a jugar un
papel clave en el patrón de acumulación que fueron
diseñando los estancieros en la segunda mitad del siglo
XIX. Por lo tanto, había buenas razones para presionar al
gobierno a vender a bajo precio y para comprar enormes
extensiones de tierra pública cuando se abría esa
posibilidad. Tal vez por ello, proyectos como
los de Sarmiento y Casares para promover el desarrollo de la
agricultura y la división de la tierra estuvieron
condenados de antemano al fracaso.
De esta manera, se realizaron dos campañas al
"desierto", la de Adolfo Alsina primero, en una estrategia
defensiva y luego Julio A. Roca, quien avanzó en forma
definitiva sobre los dominios de los indios. En 1864 el gobierno
ponía en venta todas las tierras disponibles dentro de la
línea de frontera definida en 1858, y que sumaban
más de dos millones de hectáreas. Se daba prioridad
para la compra a arrendatarios y subarrendatarios, pero los
precios estipulados fueron considerados muy altos en su momento:
$ 400.000 por legua cuadrada al norte del Salado y $ 200.000 al
sur. (5,44 $ oro y 2,72 $ oro la ha respectivamente). Se
vendieron muy pocas tierras bajo esta ley, que fracasó en
su propósito. Sólo 46 arrendatarios efectuaron
operaciones por 105.776 hectáreas, dado que los altos
precios fijados para la venta de las tierras contrastaban con el
arriendo que tenía estipulados muy bajos valores.
El 14 de agosto de 1871 se sancionó la tercera ley de
venta de las tierras públicas arrendadas, en este caso las
existentes fuera de la línea de frontera. En la
discusión legislativa hubo acuerdo en que los precios
debían ser moderados, indicando precios diferenciales para
tres regiones diferentes. La Sociedad Rural
Argentina, corporación fundada en 1866 que representaba a
los hacendados de Buenos Aires, insistió mediante la
presión
de aquellos de sus miembros que eran legisladores, en que los
precios debían ser bajos y los plazos para los pagos
amplios y generosos. El total de la tierra vendida a partir de la
sanción de la ley de 1871 fue de 3.807.852 has. entre 438
personas. Se decidió que la forma de pago se integrara por
la décima parte al contado y ocho anualidades.
Aún con estas facilidades, decretos posteriores pusieron
en evidencia que los compradores no pagaban con puntualidad ni
siquiera la parte correspondiente al contado y menos aún
las anualidades.
Por último, la mal llamada "Conquista del Desierto"
completó el proceso de apropiación. En realidad,
dos adelantos técnicos determinaron el éxito de
esta nueva estrategia ofensiva: el telégrafo, que hacia
posible la
comunicación entre los fortines y los fusiles
Rémington, que ponían en evidente desventaja a los
indios que se defendían con lanzas y boleadoras en lucha
cuerpo a cuerpo. Las estimaciones admiten la existencia en ese
"desierto" de unos 20.000 habitantes. Como señalan
Brailovsky y Foguelman, el discurso
oficial trataba de eludir la contradicción de los
términos: "era necesario conquistarlo, precisamente porque
no era un desierto".
En 1878, el gobierno había autorizado un
empréstito internacional para solventar los gastos de esa
campaña, con garantía de las tierras a conquistar.
Dicho empréstito consistió en la suscripción
de 4.000 obligaciones de 400 pesos con derecho a 2.500
hectáreas de tierra. En realidad, no se podían
realizar adjudicaciones por menos de 4 obligaciones, de tal
manera que cada suscriptor se aseguró 10.000
hectáreas. Con las leyes sancionadas entre 1878 y 1885, el
proceso de apropiación de la tierra se realizó muy
rápidamente. Esta distribución aseguró el carácter latifundista que la propiedad que
caracterizará a la Argentina en el período
siguiente.
Las políticas para atraer inmigrantes y la necesidad de
ocupar el territorio provocaron que se produjeran diversos tipos
de colonización en el espacio pampeano. Uno de los tipos
de colonización es el que tuvo lugar en la provincia de
Santa Fe. Hacia 1870 una porción de las tierras privadas
de la provincia se hallaba en manos de unos pocos individuos.
En 1883 se podía apreciar la existencia de varias
zonas:
- La región norte, donde predominaban las grandes
propiedades - La región centro
- El extremo norte de la región sur, donde
había un gran avance de las colonias
agrícolas - El sur de Santa Fe, donde predominaban las estancias;
- La franja este de todas las regiones mencionadas, donde era
posible observar el predominio de estancias pequeñas y
medianas.
Entre 1872 y 1883, muchas propiedades comenzaron a dividirse y
a ser ocupadas por estancias lanares y por las colonias
agrícolas. Las colonias agrícolas en Santa Fe
tuvieron distintas formas de organización. Pueden distinguirse 4
sistemas de
organización:
- Colonias fundadas por el gobierno nacional o provincial. El
número de estas colonias fue insignificante. Algunas de
estas tierras demostraban ser poco aptas para los cultivos
cerealeros. Este sistema resultó ser costoso e
ineficiente y, hacia 1880 fue casi totalmente abandonado. Se
puede mencionar como ejemplo a Avellaneda y Reconquista. - Colonización oficial. En las primeras etapas de
colonización la mayoría de las colonias se
fundaron bajo este sistema. El gobierno provincial
vendía o daba en concesión grandes superficies a
particulares y exigía el cumplimiento de algunas
obligaciones, por ejemplo, una parte de la superficie.
Esperanza y san Carlos son ejemplos de este tipo de
colonización. - Colonización privadas. Hacia 1895, la mayoría
de las colonias había sido fundada bajo este sistema. En
este tipo de colonización, el empresario
compraba la tierra al precio de mercado y la vendía al
mejor postor. Adquiriendo las tierras de esta manera se
eximía del pago del impuesto de
contribución directo por 3 o 5 años. - Colonización particular. La diferencia que tiene
este sistema era que no había facilidades impositivas ni
obligaciones para el empresario. Es sistema consistía en
que el comprador rentaba la tierra a un intermediario que luego
la subdividía en lotes que entregaba en arriendo a los
colonos.
Con el estallido de la guerra de Paraguay se
amplió el mercado para la producción de colonias.
Cuando el conflicto
finalizó, éstas enfrentaron algunos de los viejos
problemas, por ejemplo, el alto costo del transporte. A
pesar de estas dificultades, el proceso de colonización en
Santa Fe seguía progresando. Los años 80 son
considerados como la Edad de oro de la colonización
agrícola. En esa época los campos de trigo de Santa
Fe, fueron vistas como las tierras de promisión para
muchos inmigrantes europeos.
En cambio, en Buenos Aires no existían tierras
públicas para que se instalaran los inmigrantes, por lo
tanto, la política de colonización fue diferente a
la de Santa Fe. A partir de 1888 se pone en práctica la
Ley de Centros Agrícolas que aprueba como plano modelo
para la traza de un centro agrícola el confeccionado por
el Departamento de Ingenieros, estableciendo que todas las
concesiones se debían ajustar a él.
Así es como entre febrero y abril de 1888 se solicitan
10 concesiones para fundar centros agrícolas. Los lugares
con mayor cantidad de centros concedidos fueron: La Plata,
Lincoln, Bahía Blanca, Chivilcoy y Alsina.
Las peticiones de tierra pública al gobierno para
formar dichos centros fueron numerosas y sin medida ni
restricción. Esto explica el hecho de que la Ley de
Centros Agrícolas de 1887 solo resultó adecuada en
teoría,
porque en la práctica no fue capaz de asegurar el
cumplimiento de las obligaciones contraídas por los
empresarios. Por ejemplo, no todas las concesiones fueron
dedicadas al fomento agrícola. La Sociedad Rural Argentina
destacó y elogió las operaciones realizadas durante
1888 en relación con esa ley y, al mismo tiempo,
observó con satisfacción las iniciativas que
desarrollaron la creación de estas colonias.
El 29 de noviembre se presenta un proyecto de ley para el
establecimiento de 4 colonias agrícola-pastoriles en
tierras bonaerense. El propósito era desarrollar la
agricultura. Finalmente, el proyecto no prosperó. Otro
intento por concretar los objetivos
formulados en la Ley del 25 de noviembre de 1887, es el
establecimiento de almacenes
generales en los centros agrícolas. El gobierno bonaerense
actuó con mano débil ante los abusos cometidos por
los empresarios de centros agrícolas, provocando lesiones
graves en la economía provincial.
La ley de Inmigración y Colonización de
1876
En el primer año de su gobierno, Avellaneda
presentó varios proyectos de tierra pública. El que
fuera presentado el 18 de septiembre de 1875 aseguraba la colonia
galesa ubicada en Chubut, que se había iniciado 1865. La
ley repartía a los colonos, además de las 25
hectáreas que ya se poseían, 100 hectáreas
más con derecho a adquirir por compra otras 300, al precio
de 2 pesos la hectárea a pagar en 10 años.
Pero la ley más fuerte fue la del 19 de octubre de
1876, que dio base y articulación a la política
agraria durante más de 30 años. Se creó el
departamento de inmigración, con atribuciones para una
acción
coordinada que asegurara el ingreso y la estadía de los
inmigrantes en el país, la comunicación constante con los agentes de
inmigración en el exterior y con las demás
autoridades y entidades competentes. Facilitaría la
llegada de inmigrantes, contrataría el pasaje con empresas
de navegación, proveería a la colocación de
los recién llegados por intermedio de las oficinas de
trabajo, cooperaría en el traslado de los inmigrantes al
interior del país, etc.
Los agentes del exterior harían propaganda
positiva dando a conocer las condiciones de su suelo, y la
remuneración que podría obtener en él todo
un trabajador honrado. Las comisiones de inmigración y las
oficinas de trabajo dependerían del departamento de
inmigración; recibirían, alojarían y
trasladarían hasta su destino a los inmigrantes. La ley
también definía a los inmigrantes y lo hacía
de la siguiente manera: "todo extranjero jornalero, artesano,
industrial, agricultor o profesor, que
siendo menor de sesenta años, y acreditando su moralidad y
sus aptitudes, llegase a la República para establecerse en
ella." Reuniendo estas características, el extranjero se
hacia acreedor a la asistencia del departamento general de
inmigración, que consistía en alojamiento y
alimentación durante cinco días después del
desembarco en hoteles
habilitados a esos fines; ser colocados en la industria o
actividad de su preferencia; ser trasladado gratuitamente al
lugar que quisiera dentro del territorio nacional y eximirse del
pago de derechos por la introducción de su equipaje y de los
instrumentos del arte u oficio que
ejerciera.
Todo esto era un plan
orgánico de inmigración y colonización en
una escala que nunca antes se había hecho hasta entonces y
establecía toda una serie de estímulos y
privilegios para los pobladores de las colonias.
Las crisis de 1866 y 1873 y sus consecuencias para este
proceso de transformación
La crisis de 1866, menos aguda en Europa que la anterior, tuvo
efectos dispares en la Argentina: por un lado, se distinguen dos
factores: los desordenes monetarios y la Guerra del Paraguay.
Para esa época, el comercio y la exportación del
ciclo lanar sufrió un duro golpe cuando los Estados Unidos
cerraron ese mercado a las lanas argentinas.
Las perturbaciones monetarias comenzaron a producirse a partir
de 1864, año en que comienza a escasear el circulante
necesario para las transacciones. Como dijimos antes, durante los
años anteriores, la moneda había sido
permanentemente devaluada. Junto a esto, las continuas y cada vez
mayores emisiones de moneda sin respaldo, causa de esa
depreciación, hizo que hacia 1862 el circulante fuera de
185 millones de pesos.
Dentro de este complicado panorama, el intento de crear una
Caja de Conversión en 1864 fracasó por la falta de
oro. Sin embargo, a partir de ese año, el papel moneda
comienza un proceso inverso al que llevaba hasta ese momento.
Además, a partir de 1861, la emisión
disminuyó, al tiempo que la producción iba en
ascenso. Esta valorización de la moneda provocaba las
reacciones de los exportadores, quienes veían reducidas
sus posibilidades de exportar. Mientras tanto, la Guerra del
Paraguay se llevaba brazos hacia el frente y agravaba aun
más la situación en el campo.
En 1867, la citada restricción del mercado
norteamericano de lanas, sumada a la posibilidad de una guerra
entre Francia y
Prusia, sumió al sector lanero en la crisis. La
superproducción en Argentina y Australia saturó los
mercados mundiales de la lana e hizo bajar los precios,
desvalorizando tierras y ganado.
Pese a todo, la Guerra del Paraguay produjo ciertos efectos de
reactivación económica que ponen un velo a la
crisis, aunque no en el sector lanero. El oro brasilero, que
comienza a entrar por las compras de los proveedores de
los ejércitos en campaña, provoca un fuerte
clima
especulativo, especialmente en tierras. Este oro servirá,
también, para realizar finalmente la conversión 25
a 1 que había sido planteada en 1864.
Hacia 1873 se advierten los primeros síntomas de
otra crisis provocada
por el exceso de circulante que produjo una euforia exagerada en
los negocios y las especulaciones y un alza de los precios. En
1874 el exceso de la importación condujo a la necesidad de
exportar dinero en
metálico. El gobierno nacional retiró fuertes sumas
del Banco de la Provincia de Buenos Aires para pagar sus
obligaciones, el Banco restringió el crédito y
esto, unido a las fuertes inversiones especulativas, creó
una escasez de
circulante, que trajo aparejada la paralización de los
negocios, las quiebras, la reducción de la
importación y la consiguiente disminución de las
rentas del Estado. Como una buena proporción de
éstas era destinada al pago del servicio de la deuda
contraída en el exterior, la posibilidad de una
suspensión de pagos amenazó el crédito
internacional de la Argentina.
La situación se fue agravando hacia el año
1876, complicada por la inestabilidad política que se
prolongó hasta la política de conciliación
del año siguiente. Pero las bases económicas del
país no habían sido afectadas por la crisis. El
campo continuó aumentado su producción y eso
permitió mantener un ritmo de exportación sostenido
-aunque inferior a los años anteriores- hasta que pudo ser
superada la crisis financiera. En esta ocasión el campo
salvó al país. Salvó también a los
ferrocarriles, cuyo nivel de ingresos se mantuvo al margen de la
crisis.
La acción del gobierno no fue en modo alguno
pasiva en esta emergencia. En al momento crítico
suspendió la convertibilidad del papel moneda en
metálico para evitar la desaparición de éste
último. El gobierno realizó una fuerte
reducción del gasto: el gasto
público descendió de más de 31 millones
de pesos en 1873 a algo menos de veinte millones en 1877.
Avellaneda se propuso salvar el crédito del país,
tan indispensable para el futuro desarrollo, que
constituía el programa económico básico de
los gobiernos de la época: "La república -dijo-
puede estar dividida hondamente en partidos internos; pero tiene
sólo un honor y un crédito, como sólo tiene
un nombre y una bandera ante los pueblos extraños. Hay dos
millones de argentinos que economizarán sobre su hambre y
sobre su sed, para responder en una situación suprema a
los compromisos de nuestra fe pública en los mercados
extranjeros".
La Oficina de Cambios de 1867 realmente se llena de oro,
y lo que hace es emitir billetes contra el metal. En definitiva,
los bancos estaban creando dinero. El problema era para
qué se usaba el crédito. La creencia de que el
único limite del crédito es la demanda está
bien si el crédito sirve para la producción. Los
créditos baratos, por el contrario, facilitarán la
compra y especulación de tierras.
Esta situación arrastra, también, a los
bancos hipotecarios. Estos emiten cédulas hipotecarias a
montones que agarran todo el periodo de aumento del valor de la
tierra. Se hipotecaba el campo cuando la tierra valía
1.000. Si el banco quería ejecutar, después del
desplome, la tierra ya no valía nada. El problema es que
todo el oro era prestado y no se estaba dedicando a la
inversión. Esta situación va preparando la crisis
de 1875.
Como toda esta situación era ficticia, cuando se
cortan los flujos de capital, sobreviene la crisis. Incluso, las
inversiones extranjeras indirectas, que son las que más
abundan, se van, porque vinieron a buscar ganancias. De esta
manera, se desploma todo. Avellaneda, que es el presidente del
desplome, se encuentra ante una disyuntiva: dejar que las cosas
sigan funcionando así, con lo cual no se podían
pagar los servicios de
la deuda, o hacer una reforma arancelaria, contener el gasto
publico y pagar la deuda.
Avellaneda está haciendo exactamente lo contrario
a lo que quieren los ingleses. Hasta el Times de Londres
pedía que no se pagara la deuda. Era lo peor que le
podía pasar a los ingleses: que la Argentina pusiera
trabas a las importaciones. A los ingleses no les afectaba que el
no pago de los intereses de la deuda; lo que les afectaba era la
reforma arancelaria. Y, a pesar de todo, Avellaneda la lleva
adelante.
La crisis de 1873 no afectó demasiado a Inglaterra, por
lo cual en 1876 los capitales comienzan a venir nuevamente a la
Argentina. Es a partir de esta crisis cuando se abre la
discusión entre proteccionismo y librecambio. Pero cuando
las cosas comienzan a mejorar, los ganaderos se retiran de la
discusión, dejando solos al alsinismo y al Club
Industrial.
Con respecto a la comparación entre la crisis de
1866 y la de 1873, Chiaramonte dice que "la crisis de 1873
difiere de la del 66 por los sectores de la economía
afectados con más fuerza; mientras que en la anterior, la
producción lanera sufrió las peores dificultades,
en el ciclo posterior, el comercio y las finanzas estatales
fueron los más maltrechos".
Finalmente, a lo largo de este trabajo hemos tratado de
describir cómo la actividad económica de la
región pampeana se vio modificada al ritmo de la
economía capitalista mundial.
En la segunda mitad del siglo XIX se consolida el
esquema de la "estructura agroportuaria". Las sucesivas
campañas militares fueron alejando a los indios y
permitieron extender la frontera ganadera, más por
exigencia de los mercados externos que por presión de la
población o de la agricultura por nuevas tierras. Las
necesidades de la industria textil inglesa favorecieron la
expansión del ovino, hasta que el frigorífico
valorizó nuevamente la producción de
carnes.
El hecho más importante para la conquista del
territorio fue el ferrocarril, que actuó como nexo entre
las unidades de producción y el puerto, llevó mano
de obra a los campos y permitió la expansión de la
agricultura en territorios más alejados. La mayor parte de
la red ferroviaria se construyó, como vimos, en estos
años.
La agricultura, que no tuvo una gran expansión en
la primera mitad del siglo XIX, se había mantenido como
una actividad destinada a satisfacer los mercados locales,
desarrollada en el área de influencia de los centros
urbanos, comenzó su expansión. La
colonización agrícola en la pampa norte se
inició con pequeñas propiedades en Santa Fe y luego
adquirió gran desarrollo en esa provincia y en Buenos
Aires, Entre Ríos y Córdoba, colocando al
país entre los principales exportadores mundiales de
granos en el comienzo del siglo XX.
El factor fundamental del poblamiento fue la gran
inmigración de europeos, como consecuencia del exceso de
habitantes en el viejo mundo, que alcanzó gran intensidad
a fines del siglo XIX y principios del XX. Los extranjeros
representaron la mano de obra idónea para la agricultura,
aunque la gran mayoría se quedó en las ciudades,
dada la escasa posibilidad de acceso a la tierra.
De esta manera, los hechos brevemente descriptos
muestran que esta transformación del sector agropecuario
argentino no solo fue consecuencia de la nueva visión
capitalista del mundo y de la división internacional del
trabajo, sino, también, de las políticas adoptadas
por el Estado argentino y la clase oligárquica que
detentó el poder en el período estudiado y que fue
la gran beneficiaria de la transformación
descripta.
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Jorge S. Zappino
Licenciado en Ciencia Política (Universidad de Buenos
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