Profesor Franz Griese ex
teólogo
- Notas bibliográficas del
autor - Carta dirigida al
Papa - ¿Origen divino o humano
de Cristo? - Dios y la
Biblia - Las diferencias entre la
doctrina de Cristo y las iglesias
Cristianas - La moral de Cristo y de la
Iglesia
NOTAS
BIBLIOGRÁFICAS DEL
AUTOR
Nacido el 26 de diciembre de 1889 en Straelen, provincia
renana, Alemania, de
padres sumamente cristianos, entré –niño
todavía- en 1903, en el convento de los Padres del Verbo
Divino en Steyl, Holanda, para hacerme misionero Después
de los estudios humanísticos pasé al seminario de la
misma orden en Viena, donde curse Filosofía y
Teología.
Como mi materia
favorita era la Lingüística, me dedique especialmente
al estudio de la Biblia, para lo cual el
conocimiento de una docena de idiomas me habilitaba de un
modo particular.
En 1911 hice una traducción del "Cantar de los Cantares" que
se atribuye a Salomón. Los versos del texto original
hebreo, cuya lectura
está prohibida a los judíos
menores de 23 años, habían sido cambiados entre
sí, para que sólo los iniciados pudieran comprender
su verdadero sentido. La reconstrucción de la forma
original me hizo ver que se trataba de una poesía
extremadamente obscena, sin la menor relación con Dios.
Naturalmente, desistí por este motivo de la
traducción, pues de, publicarse, me habría costado
el sacerdocio que con tanta ansia anhelaba.
Igual suerte tuve con la traducción de los 150
salmos de David. Conseguí esclarecer el verdadero sentido
de muchísimos versos, que hasta hoy siguen incomprendidos,
y hacer una traducción verdaderamente exacta. Pero el
hecho que en los salmos, entre otras cosas, se niega en forma
categórica la existencia del alma
después de la muerte(1), cosa contraria al
dogma católico, me hizo imposible la publicación, y
en mi desesperación destruí el trabajo de
varios años. Sólo publiqué algunos detalles
inofensivos en un libro titulado
"Melodías de Salmos".
Desde entonces dejé el Viejo Testamento,
dedicándome con la mayor aplicación al Nuevo
Testamento, en el cual las cartas de San
Pablo habían llamado mi especial atención.
La guerra mundial me
llevó a tomar las armas, y
sólo por temporadas que tenía libre, como simple
soldado que era, podía seguir mi estudio favorito. En ocho
años de trabajo se
formó aquella traducción de las cartas de San
Pablo, que había de ser el origen, primero de mis dudas, y
después de mi convicción de los errores
teológicos de la Iglesia
Católica.
Al final de la guerra, en
1918, fui ordenado sacerdote, y lo era con alma y corazón.
Cumpliendo a conciencia con
mis deberes de cura, nunca dejé de perfeccionarme en mis
estudios, pues quería saber la verdad con toda mi alma y
la puse por encima de todo. Fue entonces que nacieron en mi
aquellas luchas de conciencia por las diferencias entre las
doctrinas teológicas y las enseñanzas de la Sagrada
Escritura,
luchas que difícilmente pueden describirse. Poco a poco,
el estudio de la Sagrada Escritura me alejó del terreno de
la teología católica, cristalizándose en
mí una nueva convicción basada en la doctrina de la
misma Biblia, que en aquel entonces era para mí la palabra
de Dios.
En 1920 y 1921 publiqué bajo el seudónimo
"Pacífico" dos escritos: "Cristianos de todas las
confesiones, uníos". En estas publicaciones
aconsejé dejar de lado las diferencias dogmáticas y
formar una sola Iglesia Cristiana. Estos dos escritos marcan
claramente la evolución que estaba realizándose en
mí.
En 1922 los obispos de Alemania me confiaron un alto
cargo en la América
del Sur. Durante el viaje resumí mis dudas acerca de la
teología católica en un manuscrito que, terminada
mi misión,
entregué personalmente a mi obispo, presentándole a
la vez mi indeclinable alejamiento de mi cargo sacerdotal y de la
Iglesia.
Esto era en abril de 1924. Desde entonces he tenido
suficiente oportunidad de examinar mi paso y contemplar la
cuestión religiosa desde afuera. No sólo no me he
arrepentido en ningún momento de mi decisión, a
pesar de sufrir miserias y penurias bastante grandes, sino que
más y más en estudios posteriores, me di cuenta del
inmenso engaño que bajo la máscara de la religión cristiana
está haciéndose en todo el mundo.
Observo que si no hubiera sido por mis estudios
particulares, jamás habría encontrado la verdad, ya
que el sacerdote católico, y más aún el
aspirante al sacerdocio, se le hace imposible y le esta
prohibido, bajo pecado mortal, leer cualquier libro que en forma
alguna ataque a la religión cristiana. Yo mismo, hasta mi
alejamiento, y muchos años después todavía,
jamás he leído libro alguno prohibido por la
Iglesia Católica. El lector podrá darse cuenta cuan
difícil es para un hombre en
estas condiciones librarse de los enormes prejuicios y llegar al
conocimiento
de la verdad. Toda la educación, el
ambiente
mismo, la cotidiana práctica de ejercicios religiosos, el
desconocimiento absoluto de argumentos serios en contra de la
religión, todo esto contribuye a crear un espíritu
que termina por creer firmemente en la religión y sus
enseñanzas, por más absurdas que sean.
No será necesario agregar que desde mi
alejamiento voluntario de la Iglesia Católica, estoy
completamente separado de todos mis hermanos y demás
parientes y amigos. Solamente una hermana, monja en un convento
en la Argentina, con un inmenso cariño me ha escrito mes a
mes desde hace diez años, rogándome que vuelva a
tomar los hábitos. Nunca le he contestado, pues lo
único que ella quiere saber, y por qué se sacrifica
enteramente, es justamente aquello que jamás podré
cumplir: mi retorno a los hábitos.
En cambio, tengo
ahora, por la publicación de mi libro en Alemania, una
gran cantidad de nuevos y sinceros amigos, como me demuestra el
gran número de cartas que he recibido de todas las partes
de Alemania y Austria y de todos los círculos sociales, lo
que es, por cierto, un gran consuelo en las pérdidas
espirituales y materiales que
he soportado en todo este tiempo.
Ojalá pudiera conseguir con este libro que ningún
joven, en su impericia e ilusión; se deje llevar al
sacerdocio. Sería para él el error de los errores,
y los padres que lean este libro, deberían procurar
ilustra a sus hijos, especialmente si observan que uno de ellos
–ignorando la verdad- quiere dedicarse a tan funesta
tarea.
La verdad camina, y cada día más
rápidamente. No pasarán muchos años sin que
el mundo entero conozca la verdad sobre la religión
cristiana que hoy es todavía desconocida para la gran
mayoría del pueblo. El día en que esta
mayoría la conozca, habrá sonado la última
hora de la iglesia cristiana.
CARTA
ABIERTA DIRIGIDA AL
PAPA
A quien mandé, al mismo tiempo, un ejemplar de la
edición
alemana de mi libro, pues él mismo y su Secretariado de
Estado, el
Cardenal Pacelli, saben perfectamente el idioma alemán.
También se ha enviado a Roma esta
edición castellana.
Mendozae in Argentina, Idibus Januariis MCMXXXIII
Franciscus Griese
Pío XI. Papae
Salutem
Sanctitati Vestare, opusculum meum nuperrime editum hac via
mittere mihi liceat, quod utile atque necessarium judicavi quia
hoc libello causas rationesque adduxi, quae mihi, Ecclesiae
Catholicae quondam sacerdoti persuaserunt, ut habitum
sacerdotalem deponerem fidemque deficerem.
Ne ignoscat Sanctitas Vestra, libellum meum non solum
Ecclesiae doctrinam, praesertim sacramentorum vehementissime
aggredi, sed etiam ipsius Christi personam, cuius proximi
adventus sui vaticionationem falsam atque fallacem arguit quin
immo ad oculos demostrat.
Quapropter Sanctitas Vestra, defensor fidei per excellentiam
videat, si qua refutari possint argumenta libri istius, ne quid
detrimenti capiat neque fundamentum Ecclesiae neque grex
fidelium.
Quae scripserim, coram quibuslibet Sanctae Sedis theologis
palam defendere paratus sum, cuando ubique Sanctitas Vestra
jubeat.
De hac epistola, proximae opusculi mei editioni adjuncta,
aphemeridibus mundum certiorem faciam.
Vale.
Franz Griese.
Poste restante: Mendoza Argentina.
TRADUCCIÓN
Mendoza, Argentina, 15 de enero de 1933.
Franz Griese
Saluda
Al Papa Pío XI.
Séame permitido enviarle por la presente mi obra
recientemente editada. Así lo he juzgado útil y
necesario porque indico en este libro las causas y razones que me
indujeron a mí, el anterior sacerdote de la Iglesia
Católica, a dejar los hábitos sacerdotales y
renegarla fe.
No quiero que Vuestra Santidad desconozca que mi libro no
solamente ataca con vehemencia la doctrina de la Iglesia, en
particular los sacramentos, sino hasta a la misma persona de
Jesucristo, cuyo vaticinio de su propia y próxima vuelta
al mundo conceptúa de falso y falaz, demostrándolo
hasta la evidencia.
Por esta razón vea Vuestra Santidad, como defensor de
la fe por excelencia, si de algún modo pueden refutarse
los argumentos de este libro, para que no sufra ningún
perjuicio el fundamento de la Iglesia ni la grey de los
fieles.
Estoy listo para defender públicamente cuanto he
escrito, delante de cualquier teólogo de la Santa Sede,
donde y cuando lo mande Vuestra Santidad.
Esta carta que
será agregada a la próxima edición de mi
libro, la comunicaré al mundo mediante la prensa.
Dios guarde a Vuestra Santidad.
Francisco Griese.
Poste restante: Mendoza, Argentina.
Está de más decir que no he recibido ninguna
contestación a esta misiva, como tampoco a la
edición alemana por parte de los teólogos de mi
país. La razón es harto sencilla: No es posible
oponer argumento alguno de valora las razones y hechos expresados
en este libro, razones y hechos que destruyen de manera
concluyente la doctrina de la Iglesia y por ende a la Iglesia
misma.
PRIMERA PARTE
¿ORIGEN DIVINO O HUMANO DE CRISTO?
INTRODUCCIÓN
Para la Iglesia Católica la cuestión de la
divinidad de Cristo es de capital
importancia, ya que constituye un dogma, considerado como el
fundamento de la misma.
Depende entonces la existencia de la Iglesia de este dogma;
poner en claro su falsedad equivale a la propia
destrucción de la Iglesia Católica.
No así la Iglesia Protestante. Para ella la divinidad
de Cristo es de segunda importancia, y la gran mayoría de
los teólogos protestantes, por más que le atribuyen
a Cristo una misión divina, niegan rotundamente la
divinidad de su persona. Con eso los protestantes no dejan de ser
–en la opinión de ellos- buenos cristianos, si no
que, muy por el contrario, profesan a Cristo un profundo amor y sincera
veneración.
Cuando yo dejé los hábitos –hace 10
años- creía todavía firmemente en el dogma
de la divinidad de Cristo y estaba convencido que Cristo era
Dios. Recién años más tarde, a raíz
de un estudio detenido de la persona de Cristo, tal como se
presenta en el Nuevo Testamento, me vi obligado –muy a
pesar mío- a cambiar de idea.
A continuación, voy a exponer las razones que me dieron
la absoluta convicción de que Cristo no era ni es
Dios.
Son argumentos tan sólidos, tan claros e irrefutables,
que vale la pena alterar el orden lógico y
cronológico de este libro y estampar en primer
término la cuestión de la divinidad de Cristo.
CAPÍTULO PRIMERO
LA
DIVINIDAD DE CRISTO A LA LUZ DE LA
BIBLIA
Dice el dogma de la Iglesia Católica que Cristo es la
segunda persona en Dios, siendo el Padre la primera, y el
Espíritu
Santo la tercera.
Pero estas tres personas no forman tres dioses, sino uno solo;
no habiendo entre ellas ninguna prioridad de una persona sobre la
otra, existe la más perfecta igualdad entre
las mismas.
Esto, que constituye el llamado misterio de la
Santísima Trinidad, ha debido ser explicado en alguna
forma a la mente humana, y a esta tarea se han dado los
teólogos. Ellos afirman que Dios, el Padre, en un acto
eterno e inmenso de su inteligencia,
conoce como en un espejo a su propia persona, y esta imagen del Padre,
hecha realidad, o más bien siendo suprema realidad, es el
Hijo. Pero al mismo tiempo, al conocerse Padre Hijo, el uno al
otro en su sublime perfección, surge n amor infinito entre
ellos, y de este amor entre Padre e Hijo, una nueva realidad, el
Espíritu Santo. De suerte que una sola naturaleza
divina, una sola divinidad, es poseída por tres personas:
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Genial concepción, compartida también por la
Iglesia Ortodoxa (griega y rusa) con la sola diferencia que
ésta asevera que el Espíritu Santo sale del Padre
"por" el Hijo, como una flor sale de la raíz "por" el
tallo; mientras que la Iglesia Romana asegura que el
Espíritu Santo sale del Padre "y" el Hijo en la manera
arriba indicada.
Esta diferencia en la doctrina, aparentemente sutil y abstrusa
para un profano ha sido, sin embargo, motivo de discusiones
acerbas entre los más destacados y eruditos
teólogos, que se prolongaron durante siglos y,
extendiéndose a la grey ignara, se tradujeron en
persecuciones y matanzas terribles. Para ella, inaccesible a
estas complicaciones doctrinarias, la cuestión se redujo,
y todavía se reduce, a saber si el signo de la cruz se
hace de izquierda a derecha (del Padre "y" el Hijo) o la inversa
(del Padre "por" el Hijo).
Naturalmente, pretende la Iglesia Católica que su
doctrina de la Trinidad, y por consiguiente la divinidad de
Cristo, está contenida en la Biblia, en particular en el
Nuevo Testamento.
Como la existencia de la Trinidad en Dios depende de la
divinidad de Cristo, es esta última la cuestión
fundamental. Por eso vamos ahora a examinar lo que dicen los
libros del
Nuevo Testamento al respecto, ya que estos, según la
opinión de los cristianos, están más que
nadie autorizados para opinar sobre esta cuestión; aunque
tal opinión no sería la última palabra, si
se demostrara por otro conducto que Cristo no era Dios.
Ahora bien, en el Nuevo Testamento se distinguen bien
claramente dos diferentes grupos de
manifestaciones sobre la divinidad o no divinidad de Cristo.
Al primer grupo
pertenecen todas aquellas palabras que a primera vista parecen
afirmar una perfecta igualdad de Cristo con Dios. El segundo
grupo comprende aquellas frases que expresan claramente una
subordinación de Cristo a Dios.
Del primer grupo citamos las siguientes expresiones del mismo
Cristo: "Antes de que Abraham era, soy yo" (Juan 8, 58). "Ahora
también tú, Padre, glorifícame con la gloria
que tenía contigo antes de que el mundo era" (Juan 17, 5).
Estas dos frases recalcan claramente la existencia premundial de
Cristo.
Otras expresiones dan a conocer la íntima unidad de
Cristo con Dios: "Yo y el Padre somos uno" (Juan 10, 30). "Todo
lo que hace el Padre, hace igualmente también el Hijo".
(Juan 5, 19). "Porque (Padre), todo lo que es mío, es
tuyo; y lo que es tuyo, es mío". (Juan 17, 10).
No cabe la menor duda que estas palabras de Cristo, a prima
facie, hacen pensar que él estaba en íntima
relación con Dios, y hasta podría creerse que, como
según nuestros conceptos no hay otra cosa sino Dios y
criatura, Cristo según estas palabras debería ser
Dios mismo. Sin embargo, veremos pronto que no es así.
Pero antes contemplemos las palabras que pertenecen al segundo
grupo y en las cuales se encuentra una abierta inferioridad y
subordinación de Cristo con respecto a Dios. Esta
subordinación de Cristo se refiere tanto a su saber, como
a su poder y a todo
su ser.
Primero: inferioridad en el saber. Al hablar Cristo de la
fecha exacta de su próxima vuelta al mundo dijo a los
Apóstoles: "De aquel día y aquella hora no sabe
nadie, ni siquiera los ángeles del Cielo, tampoco el Hijo,
sino sólo el Padre". (Mat. 24, 36. Marc. 13, 32).
Segundo: inferioridad en el poder, a los hijos de Zebedeo dijo
"El poder sentaros a mi derecha izquierda no es cosa mía,
sino de él a quien es dado, de mi Padre". (Mat. 20, 23).
En otra oportunidad dijo: "Yo no puedo hacer nada por mí
mismo". (Juan 5, 30). "Descendí del Cielo, no para hacer
mi propia voluntad, sino la voluntad del que me mandó".
(Juan 6, 38). Y en el monte Olivo rogó a Dios: Padre, si
es posible, deja pasar este cáliz; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya". (Mat. 26, 39). En estas palabras Cristo
se califica de simple ejecutor de la voluntad divina de su Padre,
con poderes estrictamente limitados.
Tercero: inferioridad de la misma persona de Cristo. A este
respecto tenemos una palabra muy clara del apóstol Pablo
(1) quien dice, refiriéndose al próximo
fin del mundo: "Después de que todo estará sujeto
(a Dios), también él mismo, el Hijo, se
subordinará a aquél, quien le ha subordinado todo
–para que sea sólo Dios todo- en todo"". (1. Cor.
15, 28). Quiere decir que, cuando Cristo haya sujetado todo el
mundo a Dios, terminando así su tarea, entonces el mismo
Cristo también entregará su propia
dominación a quien se la dio, a Dios, y entonces no
habrá más otra dominación sino la de Dios.
Cristo ya no será más que cualquiera otra criatura
subordinada.
Hay también otras palabras, en este caso del mismo
Cristo, que implican una franca inferioridad de su persona con
respecto a su Padre. Así cuando dice: "El Padre es
más grande que yo". (Juan 14, 28). "Ascenderé a mi
Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios". (Juan 20,
17). "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?". (Mat. 27, 16). Todas estas frases nos hacen ver
que Cristo reconoció a un Dios que le era superior y
más grande, y del cual se sentía supeditado con
toda su alma.
Ahora bien: sabemos que Dios, el Ser Supremo, es suprema
perfección. Nada, absolutamente nada de imperfecto en
poder, saber y ser, puede existir en él. Menos
todavía hay subordinación alguna o inferioridad en
Dios.
¿Cómo se explica entonces el dualismo entre
aquellos dos grupos de manifestaciones que acabamos de tratar y
de las cuales unas indican igualdad de Cristo con Dios y otras
inferioridad?.
La teología católica, haciéndose la tarea
muy sencilla, declara que Cristo tenía dos naturalezas:
una divina y otra humana. De suerte que si expresó su
inferioridad y subordinación a Dios, lo hizo con respecto
a la naturaleza
humana, y si expresaba su igualdad con Dios lo hacía
refiriéndose a su naturaleza divina.
Tal explicación no deja de ser cómoda. Es como si
un rey, habiendo aprendido de sastre, dijera una vez: "Yo
gobierno (como
rey), y otra vez "Soy gobernado" (como sastre).
Pero, ¿no le parece al lector que tal juego de
palabras en un asunto de tan trascendental importancia es
simplemente inadmisible?. Más aún, lo que Cristo
dijo, lo dijo en todo momento de su persona, de su propio yo, y
esta persona, este yo de Cristo, según la misma doctrina
católica era divino; pues según el dogma
había en Cristo una sola persona, la persona divina, y
ninguna persona humana: ¿Cómo se explica entonces
que a ésta, su persona divina le atribuyese inferioridad y
subordinación, cuando el dogma declara que la persona de
Cristo era en todo sentido igual a la del Padre?.
¿A qué sofismas, a que razonamientos rebuscados
debió acudir Jesús, según esta doctrina
teológica, para justificar la contradicción
flagrante entre sus propias manifestaciones de divinidad e
inferioridad a Dios?. ¿Cómo podían haberlo
comprendido los apóstoles, a quienes no dio ninguna
explicación en el sentido teológico?.
Finalmente, ¿no es un arbitrario anacronismo el
atribuir a las palabras de la Sagrada Escritura conceptos
filosóficos que recién varios siglos más
tarde fueron desarrollados?. ¿No es un deber entender la
Biblia por el significado que tenía en su tiempo?.
¿No debemos interpretar aquellos escritos con el
espíritu con que fueron redactados, con la mentalidad con
que habían sido pensados, con las ideas del ambiente del
cual habían nacido?.
Por cierto, es ésta la única manera de llegar a
la verdad de las cosas y encontrar una solución que es
natural, porque es propia del texto; y es verdadera, porque
resuelve todas las dificultades fácilmente y sin esfuerzo
alguno.
¿Cuál será entonces la verdadera
solución del aparente dualismo de aquellos dos grupos de
palabras sobre la divinidad de Cristo?.
Para encontrar esta solución hay que recordar las ideas
filosófico-religiosas de aquel tiempo. Según estas
ideas, muy vulgarizadas también en la teología
judaica, existían tres clases de seres razonables: Dios,
espíritus puros y hombres. Los espíritus puros eran
seres dotados de poderes divinos. Así por ejemplo, eran
ellos quienes habían creado el mundo; porque Dios como ser
Supremo, no podía mancharse con la creación del
mundo material. Para esta tarea creó Dios a los
mencionados espíritus puros.
La teología judaica, en tiempos de Cristo, se
había compenetrado de estas ideas y hasta enseño
que, no Dios mismo, sino los ángeles habían dado la
ley a
Moisés en el Monte Sinaí, una doctrina que el mismo
San Pablo reproduce en su carta a los Gálatos. (Gal. 3,
20).
Con la base de esta filosofía teológica, que
tuvo un desarrollo muy
grande en el Gnosticismo, tan a la moda en el mundo entero
entonces, se soluciona fácilmente el dualismo entre las
dos clases de expresiones sobre la divinidad de Cristo.
En efecto, si se supone que Cristo haya sido considerado como
uno y el más grande de aquellos espíritus
superiores, se comprende enseguida por qué por un lado se
le atribuían cualidades divinas, y por el otro, una
subordinación completa a Dios.
La prueba más rotunda de que hay que buscar la
solución aquel antagonismo por este camino, la dan las
mismas palabras de San Pablo, quien en su carta a los Efesios se
refiere directamente a tales ideas, diciendo: "También
recuerdo de vosotros en mis plegarias, para que el Dios de
Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os
dé un espíritu sabio e inteligente, a fin de que lo
conozcáis… mediante aquel signo de su gran poder que
mostró en Cristo al resucitarlo de los muertos y al
ponerlo en el Cielo a su derecha, muy por encima de los
Príncipes, Poderes, Potestades y cualquier otro ser que
existe no sólo en éste, sino también en el
otro mundo".
(Ef. 1. 17). Se ve por estas palabras que San Pablo
consideraba a Cristo como un ser que ha sido puesto por Dios, por
encima de todos aquellos espíritus, de los cuales
nombró nueve diferentes clases.
La misma idea expresa San Pablo en su carta a los Colosos
diciendo: "Él (Cristo) es el visible lugarteniente del
invisible Padre, el primogénito ante toda la
creación, Pues en él fueron creadas todas las cosas
visibles e invisibles en el Cielo y en la Tierra:
Tronos, Dominaciones, Príncipes, Potestades –todo es
creado por él y para él -. También es
él anterior a todos los demás y todo tiene
sólo en él su consistencia". (Col. 1, 15).
Expresa aquí San Pablo que la superioridad que,
según el texto anterior, Cristo tiene sobre estos
espíritus, la tenía ya antes de su existencia
terrena, porque Cristo era el Primogénito o sea la primera
creación del Padre y, recién entonces, por
él y para él fueron creados los demás
espíritus.
Era necesario inculcar a los Efesios y Colosos esa creencia en
la superioridad de Cristo sobre los demás espíritus
o ángeles; porque en Efeso y Colosas ciertos cristianos se
dedicaban al culto de aquellos espíritus,
considerándolos iguales y tal vez superiores a Cristo. Por
eso les escribió el apóstol: "Que no os arrebate
nadie la palma de la victoria, quien se complace en un
despreciable culto de ángeles, se jacta de visiones y, no
teniendo por qué, está hinchado de vanidad, sin
quedar unido con la cabeza (Cristo), por la cual todo el cuerpo,
engendrado y mantenido por articulaciones y
músculos, posee un crecimiento efectuado por Dios". (Col.
2, 18).
En forma análoga, dice la carta a los
Hebreos: "Mediante él (Cristo), creó (Dios) el
mundo. Él es el resplandor de su gloria y la imagen de su
ser, y él mantiene con su poder el Universo.
Él también, después de haber consumado el
sacrificio expiador para los pecados, ha tomado asiento a la
derecha de la majestad divina, en la altura, y sobrepasa tanto en
poder a los ángeles cuanto los supera el nombre que
heredó. Porque, ¿a quién de los
ángeles ha dicho Dios alguna vez: "Tú eres mi hijo,
hoy te he generado?". (Hebr. 1, 2). Estas palabras: "Tú
eres mi hijo, hoy te he generado" son de los salmos (Salmo 2, 7),
donde Dios las dice a David, por lo que se ve que ni el nombre
"Hijo", ni la expresión "Generar" han de ser tomadas en un
sentido real, sino espiritual y figurado. Es una gran falta
desconocer esta idiosincrasia de los judíos.
Según estas palabras, Cristo es la imagen del Padre
como también Adán lo fue, a quien Dios creó
"según su imagen y semejanza". (Génesis 1),
Además heredó el título "Hijo", un
título que David también tenía. Por cierto,
posee Cristo el título "Hijo" por razones muy superiores
que David; pero Cristo heredó el título, lo que
quiere decir que hubo un tiempo en que no lo tenía.
Efectivamente, que hay una gran diferencia entre el
título "Hijo de Dios" (1), y Dios mismo, lo
confirma también Cristo en el Evangelio de San Juan,
Cristo había dicho a los judíos: "Yo y el Padre
somos uno. Entonces los judíos levantaron piedras para
apedrearlo. Pero Jesús les previno y dijo: os he mostrado
muchas obras buenas que son de mi Padre. ¿Por cual de
estas obras queréis matarme?. Los judíos le
contestaron: No por una obra buena queremos apedrearte, sino por
la blasfemia; porque tú, aunque eres solamente un hombre,
te das por Dios. Jesús les replicó: ¿No
está escrito en vuestra Sagrada Escritura: He dicho:
Dioses sois?. Por lo tanto si Dios ha llamado "Dioses a los que
fue dirigida la palabra de Dios, y si debe cumplirse la Sagrada
Escritura ¿cómo podéis decir entonces a
quien el Padre consagró y mando a este mundo: tú
blasfemas de Dios; porque yo dije: soy Hijo de Dios?". (Juan 10,
30).
De esta conversación se desprende lo siguiente:
Primero: Jesús niega rotundamente haber cometido una
blasfemia en el sentido de los judíos. Con otras palabras:
él no ha querido en ningún momento igualarse a Dios
con ninguna de sus manifestaciones.
Segundo: según Jesús, la misma Sagrada Escritura
da a los hombres hasta el título de dioses, sin que esto
implique una divinidad verdadera en ellos.
Tercero: Jesús afirma aquí, que él se da
el título de "Hijo de Dios" tan sólo por su
consagración y misión divina.
Esta explicación del título "Hijo de Dios" dada
por el mismo Cristo, debería echar por tierra de una
vez por todas la idea de una divinidad real en Jesús.
Coincide con esta explicación lo que nos dice la
historia de la
Iglesia. Sabemos que en lo primeros tres siglos los escritores
eclesiásticos desconocían de un modo absoluto una
verdadera divinidad de Cristo. Especialmente los autores de
Oriente, entre ellos el más importante, Orígenes,
que era tan cristiano como sabio, niega en absoluto tal
divinidad.
La divinización de Cristo empezó en Roma y
así se explica que en el año 318, o sea apenas
después del cierre de las catacumbas, Arrio, sacerdote de
Alejandría, se opusiera enérgicamente a esa
divinización, secundado no sólo por el ilustrado
obispo Eusebio, sino también por la gran mayoría de
obispos de su tiempo, de manera que San Jerónimo, al
escribir los sucesos de aquella época, exclamó: "Et
miratus est orbis, esse se arianum", lo que significa: Y el orbe
terrestre se asombró, al ver que era arriano.
Empezó entonces una lucha encarnizada de Roma contra el
arrianismo: tuvieron lugar persecuciones tan sangrientas, que
recordaban los tiempos de Nerón, sólo que esta vez
los mismos cristianos se mataban entre ellos. Concilio tras
concilio fueron celebrados y la tierra resonaba de anatemas hasta
que después de un siglo Roma salió victoriosa y la
tierra a la fuerza
"convencida" de la verdadera divinidad de Cristo.
CAPÍTULO SEGUNDO
LA
DIVINIDAD DE CRISTO A LA LUZ DE SU GRAN PROFECIA
Hemos visto que es imposible interpretar las palabras de la
Sagrada Escritura en el sentido de que Cristo haya sido y sea
verdaderamente el mismo Dios. Muy al contrario, entendiendo las
palabras de la Biblia en el sentido en que habían sido
redactadas, se ve en seguida que en aquel entonces ni se pensaba
todavía en una divinidad de Cristo.
Pero aunque el Nuevo Testamento hubiese aseverado que Cristo
era Dios y aunque todos los cristianos lo hubiesen confesado,
existe una prueba irrefutable en contra de tal divinidad; una
prueba que por si sola basta para destruir definitivamente toda
posibilidad de que Cristo haya sido Dios. Y esta prueba nos la ha
dado el mismo Cristo por su gran profecía de su
próximo retorno al mundo para el juicio final,
profecía que falló del modo más
absoluto.
Era esta profecía el Ceterum censeo, el alfa y omega no
solamente de la prédica de Cristo, sino también de
la de los apóstoles, quienes, imbuidos de esta creencia,
cifraban en ella todas sus esperanzas, y llevaron al
espíritu de todos los cristianos la misma ilusión
que alentaba a ellos. Y si el cristianismo
consiguió tantos prosélitos y se propago con tanta
rapidez ha sido, en primer término, porque la
anunciación de la próxima vuelta de Cristo hizo una
profunda impresión, ya que todos los convertidos
vivían en la firme persuasión de la inminencia del
gran acontecimiento. En esta esperanza vivieron los primeros
cristianos y con esta esperanza murieron.
Pero esa profecía de Cristo no solamente tiene su gran
importancia, por haber sido el punto central de la doctrina y
creencia cristiana, sino también, porque era y es la
piedra de toque para la cuestión del origen divino o
humano de la persona de Cristo y de su religión.
En efecto: si Cristo hubiese cumplido aquella profecía,
el origen divino de su persona y doctrina habría sido
ampliamente comprobado.
Pero nos vemos frente a un hecho que es trascendental en su
significado, el hecho que Cristo no cumplió esta gran
profecía de volver al mundo, mientras que sus
apóstoles estaban todavía con vida. El
fenómeno sobrenatural, único en la historia de la
humanidad, de que un ser volviese al mundo después de
muerto, este fenómeno no se ha producido y no se
producirá jamás; porque una profecía que no
se cumplió en el tiempo fijado por ella misma, tal
profecía ha comprobado, por sí sola, que era una
profecía falsa. Y, en vez de comprobar la divinidad de
Cristo y de su doctrina religiosa, resulta ser todo lo contrario:
el veredicto definitivo de su autor.
No escapará al criterio del lector que es absolutamente
necesario descubrir debidamente este hecho, que con singular
maestría se ha ocultado hasta ahora al mundo entero y en
particular al mundo cristiano.
En efecto: si los cristianos hubiesen sabido el fracaso de
aquella profecía de Cristo, que con letras imborrables,
está escrita casi en cada página del Nuevo
Testamento; silos teólogos cristianos no hubiesen
disimulado el verdadero significado de las palabras que predican
aquella profecía, si hubiesen confesado la verdad
íntegra –la divinidad de Cristo habría pasado
hace mucho a la historia-.
Por eso mismo nos incumbe el deber de tratar esta
cuestión, esta gran profecía de Cristo, con toda
minuciosidad, para que de una vez por todas quede sentado que
Cristo aquí erró, erró como jamás ha
errado un hombre, y que, por esta misma razón, él
no podía ni puede ser Dios.
Al empezar ahora nuestro estudio sobre la profecía de
Cristo, dividiremos el plan en dos
partes: la primera tratará de las palabras mismas de
Cristo y la segunda de las de sus apóstoles.
I
LA PROFECÍA DE CRISTO SEGÚN
SUS MISMAS PALABRAS
Desde el día en que Cristo inició su
prédica pública, empezó también a
hablar del día del Juicio Final, para sancionar así
su palabra con la promesa de un premio eterno para los que la
aceptaran y de un castigo, igualmente eterno, para los que la
acogieran con indiferencia o incredulidad. Al principio,
indeterminada y sin fijación de fecha más o menos
precisa, la profecía del Juicio Final hízose cada
vez más clara y definida.
He aquí la primera amenaza hecha a las ciudades de
Israel, Cafarnaum
y Betsaida que, a pesar de sus milagros no se habían
convertido: "A Tiro y Sidón les será más
soportable el día del juicio que a vosotros". (Mat. 11,
21). Y a todos los judíos previene: "Los habitantes de
Nínive saldrán de acusadores contra este pueblo
porque ellos aceptaron la prédica de Jonás –y
aquí hay más que Jonás". (Mat. 12, 41).
Más tarde pinta Cristo el cuadro del Juicio Final: "El
Hijo del Hombre mandará a sus ángeles y
éstos juntarán de su reino a todos los seductores y
malhechores y los lanzarán al fuego, donde habrá
clamor y estridor de dientes". (Mat. 13, 41). Y a sus
apóstoles promete: "Amén os digo, vosotros que me
habéis seguido; en la resurrección, cuando el Hijo
del Hombre se siente en su espléndido trono, vosotros os
sentaréis en doce tronos y juzgaréis las doce
tribus de Israel". (Mat. 19, 28). Culmina este cuadro en la
más grandiosa y detallada profecía que Cristo hizo
del Juicio Final según el evangelio de Mateo (25, 31- 46)
y que todos nosotros conocemos por el insuperable cuadro de
Miguel Angel en la capilla Sixtina, donde Cristo, separando los
buenos de los malos, pronuncia la sentencia final.
En todas estas profecías que hemos citado hasta ahora,
no hay ninguna indicación o insinuación de la fecha
del Juicio Final.
En cambio veremos a continuación seis profecías
del mismo Cristo, que expresan esa fecha, no con precisión
numérica, señalando hasta el día del
terrible acontecimiento, pero sí con una exactitud
completamente determinada y al alcance del control de todo
el mundo.
Pues Cristo promete en cada una de estas seis profecías
que iba a volver en la generación contemporánea y
cuando aún alguno de sus apóstoles estuviera con
vida.
PRIMERA PROFECIA DE CRISTO
Habiendo Jesús hablado de su próxima vuelta, San
Pedro le reprochó porque no quería saber de una
muerte de su
querido Maestro pero Jesús retó a Pedro
recordándole que su muerte sería necesaria para
volver en gloria: "Porque pronto volverá el Hijo del
Hombre en la gloria de su Padre y entonces retribuirá a
cada uno según sus actos. Amén os digo, hay algunos
entre los que están aquí, que no gustarán
la muerte
hasta que no vean al Hijo del Hombre venir en la gloria de su
reino". (Mat. 16, 27: Marc. 9, 1; Luc. 9, 27). ¿Acaso
podía Cristo haber hablado con más claridad de la
que hay en estas palabras?. ¡Estoy seguro que
no!.
SEGUNDA PROFECÍA DE CRISTO
Jesús la pronunció cuando había hablado a
sus apóstoles de los sufrimientos que durante la
prédica del Evangelio tendrían que soportar por
parte de los judíos en Palestina. Con el objeto de
consolarlos, agregó que estas persecuciones felizmente no
durarían mucho tiempo, porque antes de los
apóstoles hubiesen terminado su misión
serían sorprendidos por la llegada de Cristo al Juicio
Final: "Amén, os digo, vosotros no terminaréis con
(la prédica en) las ciudades de Israel, hasta que no
vuelva el Hijo del Hombre". (Mat. 10, 23).
Como se ve, dirige Jesús su palabra a los mismos
apóstoles, diciéndoles que ellos mismos no
podrían terminar su prédica en la Palestina antes
de su vuelta quiere decir, que Cristo ni piensa siquiera en
sucesores de los apóstoles, o en una conversión de
todo el mundo cuando apenas queda tiempo para la
conversión de la Palestina.
Según esta profecía y la anterior, la vuelta de
Cristo en ningún caso podría demorar más
allá del primer siglo. Al contrario, como Cristo hizo
estas profecías más o menos en el año
treinta y tres, su vuelta al mundo debía haber tenido
lugar, a más tardar, a fines del primer siglo.
TERCERA PROFECÍA DE CRISTO
Esta profecía es la más importante de todas, se
destaca muy especialmente por el hecho que Cristo repite
constantemente a sus apóstoles, que son ellos mismos
quienes tendrán que sufrir todas las angustias que
precedan su vuelta al Juicio. Además, la fecha de su
regreso está aquí determinada por otro
acontecimiento: la destrucción de Jerusalem, que
según esta profecía deberá ocurrir poco
antes de la vuelta de Cristo. Este culmina sus palabras con la
solemne promesa de que no pasará la actual
generación sin que no se produzca todo cuanto haya
dicho.
Por la gran importancia de esta profecía, he
creído necesario reproducirla íntegra, por
más extensa que sea. He elegido el texto del evangelista
Mateo, con el cual coinciden más o menos, los textos de
Marcos y Lucas. He aquí el relato:
"Cuando Jesús abandonó el templo y se alejaba,
se le acercaron sus discípulos para llamar su
atención sobre el edificio del templo. Pero él les
explicó: no hagáis caso de esto; amén os
digo, que no quedará ninguna piedra sobre la otra.
Cuando más tarde estaba sentado en el Monte Olivo, se
le aproximaron sus discípulos y le preguntaron:
¿Cuándo será todo esto y cuál es la
señal de tu vuelta y del fin del mundo?.
Jesús les contestó: cuidado que nadie os
engañe porque muchos van a abusar de mi dignidad y os
dirán: yo soy el Cristo –y seducirán a
muchos. Vosotros sentiréis de guerras y
rumores de guerra. Cuidaos, sin embargo. Que no perdáis el
ánimo; porque así debe venir- pero todavía
no es el fin.
Pues se levantará un pueblo contra el otro y un imperio
contra el otro. También habrá aquí y
allá peste, hambre y temblores; pero todo esto es
sólo el principio de las angustias.
Entonces os entregarán al suplicio y os matarán
(1): porque seréis odiados por todos los
paganos de Palestina por mi nombre.
Muchos van a sucumbir entonces, a traicionar y odiarse los
unos a los otros. También surgirán muchos profetas
falsos que engañarán a muchos. Y como el
ateísmo abunda, se enfría en muchos el amor. Pero
quien soporte hasta el fin, será salvado.
Y este Evangelio del reino de Dios será predicado en
todo el país (Palestina), para que sea confesado delante
de todos los paganos y entonces vendrá el fin.
Tan pronto como vosotros veáis la "horrorosa
abominación", de la cual habla el profeta Daniel
(2) –el que lea esto que lo entienda bien- huyan
los que de vosotros vivan en Judea a las montañas, y el
que esté en la terraza no baje para sacar sus cosas de la
casa, y quien esté en el campo no vuelva para sacar su
vestido.
Mas ¡ay de las preñadas y de las que críen
aquellos días –Orad, pues, que vuestra huida no sea
en invierno ni en sábado porque habrá una
tribulación tan grande como no fue nunca desde el
principio del mundo hasta ahora, ni será. Y si aquellos
días no fueran acortados, no se salvaría nadie;
mas, por causa de los escogidos, aquellos días
serán acortados.
Si entonces alguien os dice: he aquí está Cristo
o allí, no creáis. Porque se levantarán
falsos Cristos y falsos Profetas (3) y darán
señales
y prodigios grandes para seducir si fuera posible hasta a los
escogidos. He aquí, os lo he dicho de antemano.
Así que si alguien os dice: ¡Mirad, él
está en el desierto –no salgáis!
¡Mirad, él está en las cámaras
–no creáis!. Porque como un relámpago (que
sale en el Oriente y brilla hasta el Occidente) así
será la vuelta del Hijo del Hombre; los buitres se juntan
allí donde hay un cadáver. (El cadáver son
los pecadores; y donde hay pecadores tendrá lugar el
juicio).
Pronto después de la tribulación de aquellos
días, el sol se
obscurecerá, la luna no dará ya su lumbre, las
estrellas caerán del Cielo (1) y las fuerzas
del Cielo serán conmovidas. Y entonces aparecerá el
signo del Hijo del Hombre en el Cielo y se lamentarán
todas las tribus del país y verán al Hijo del
Hombre venir en las nubes del Cielo con gran poder y majestad. Y
él mandará a sus ángeles con fuertes voces
de trompeta y juntarán sus escogidos de los cuatro vientos
y desde un horizonte a otro.
De la higuera aprended esta similitud: cuando brota su rama y
salen sus hojas, sabéis que el verano esta cerca.
Así también vosotros, cuando veáis todo
esto, sabréis que mi vuelta está cerca, a las
puertas.
Amén os digo: esta generación no pasará,
hasta que no acontezcan todas estas cosas. Cielo y tierra
pasarán pero mis palabras no pasarán". (Mat. 24, 1
– 35; Marc. 13, 1 – 32; Luc. 21, 5 – 33).
En esta profecía podemos hacer constar tres hechos:
Primero, Cristo, contestando a la pregunta de los
apóstoles sobre el fin del mundo, dice que tendrá
lugar poco después de la destrucción de Jerusalem,
que se produjo en el año 70, de acuerdo con una supuesta
profecía de Daniel.
Segundo, Cristo dice a los apóstoles que son ellos
mismos quienes tendrán que sufrir todas las angustias que
precedan tanto la destrucción de Jerusalem, como el fin
del mundo.
Tercero, Cristo declara finalmente, en la forma más
solemne que ambos hechos acaecerán antes de desaparecer la
actual generación.
Con esta última declaración, Cristo repite lo
que había dicho en las primeras dos profecías,
sólo que la solemnidad de su promesa esta vez es muy
superior a la de los vaticinios anteriores.
CUARTA PROFECÍA DE CRISTO
Pronunció Jesús esta profecía el
día de su muerte y se puede agregar que murió por
ella. En efecto, ya preso, fue llevado a la presencia del Sumo
Pontífice Caifás quien a raíz de esta
profecía lo declaró reo de muerte. He aquí
el relato bíblico:
"El Pontífice le dijo: te conjuro por el Dios viviente
que nos digas si eres tú el Cristo, Hijo de Dios.
Jesús contestó: tú lo has dicho;
además os digo: dentro de poco (1)
veréis al Hijo del Hombre a la derecha de Dios y venir en
las nubes del Cielo".
Entonces el Pontífice rasgó sus vestidos,
diciendo: Blasfemo: ¿Qué más necesidad
tenemos de testigos? ¡He aquí, ahora habéis
oído su
blasfemia! ¿Qué os parece?.
Y respondiendo ellos dijeron: "es reo de muerte". (Mat. 26,
63; Marc. 14, 62; Luc. 22, 69).
El lector habrá advertido que también en esta
profecía, Cristo se dirige a su auditorio: el
Pontífice y la gente que lo rodea, y les asegura
solemnemente que ellos mismos lo verán dentro de poco
venir en la gloria de su Padre.
QUINTA PROFECÍA DE CRISTO
Encontramos esta profecía en el evangelio de San Juan.
Jesús la hizo después de su resurrección,
cuando sorprendió a sus apóstoles, ocupados en la
pesca en el
mar de Tiberíades. Dice el texto:
"Cuando Pedro se dio vuelta y vio seguir a aquel
discípulo, al cual amaba Jesús (el que
también se había recostado en su pecho durante la
Cena y le había dicho: Señor, ¿quién
es el que te ha de entregar?), entonces Pedro, viéndolo a
este, dice a Jesús: "Señor ¿y éste,
qué?.
– Jesús le contesta: "Si yo quisiera que él
quede, hasta que yo venga, ¿qué te importa a ti?-
¡Sígueme tú!".
Salió entonces este dicho que entre los hermanos que
aquel discípulo no había de morir. Mas Jesús
no dijo: no morirá –sino: si yo quisiera que
él quede, hasta que yo venga, ¿qué te
importa a ti?". (Juan 21, 20).
También en esta profecía dice Cristo
indirectamente, que él volverá estando la actual
generación con vida. De lo contrario, su
contestación a Pedro sería ridícula; porque
Juan solamente habría podido quedarse hasta la vuelta de
Cristo, si ésta hubiese tenido lugar dentro de un tiempo
razonable. Los mismos discípulos entendieron de esta
profecía, que la vuelta de Cristo estaba muy cerca y hasta
creían que Juan no moriría antes de ese
acontecimiento. El apóstol corrige esta última
creencia en forma condicional, no la primera, y afirma en su
carta, como veremos más adelante, que Cristo pronto
volverá.
Así confirma esta profecía las anteriores en
todo sentido.
SEXTA PROFECÍA DE CRISTO
Esta última profecía la hizo Cristo en el
momento de su ascensión al Cielo. Son las últimas
palabras de él, según el evangelio de Mateo. Dice
el texto:
"Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el
fin del mundo". (Mat. 28, 20).
Cristo promete aquí a sus apóstoles que
él estará con ellos, o sea que no los
abandonará, ¿Hasta cuando? ¿Hasta su
muerte?. No, porque antes de esta muerte se cumplirá la
gran promesa, la gran profecía de Cristo; pues el
volverá mientras que, por lo menos, algunos de sus
apóstoles estuvieren con vida. Y por eso les promete
aquí estar con ellos hasta el fin del mundo. Promete estar
"con ellos". No habla de sus sucesores. En efecto. ¿Para
qué? Si él volverá tan pronto, si ellos
viven todavía, si no acaban de predicar el evangelio en la
Palestina, si tienen que vigilar y estar alertas, porque el
día menos pensado viene Cristo. como un ladrón en
la noche, como un rayo del Cielo- ¿Para qué
entonces sucesores de los apóstoles?. Efectivamente:
¿para qué?.
En resumen de todo esto, es posible establecer que Cristo en
cada una de las seis profecías prometió, en forma
inequívoca, que él volvería al Juicio Final,
mientras que la entonces generación contemporánea y
hasta algunos de sus discípulos estuvieran todavía
con vida.
Que este era el sentido de las profecías de Cristo
está ampliamente confirmado por una serie de palabras y
parábolas, que son la consecuencia natural de su
convicción de que próximamente volvería al
mundo.
Pues si era cierto que Cristo, dentro de poco e inopinadamente
(ni él mismo sabía indicar la fecha exacta),
volvería al Juicio Final para llevar los buenos al Cielo y
los malos al infierno, entonces era necesario que sus fieles, los
cristianos, estuvieran listos para aquel día.
Y así Cristo pronunció una serie de
amonestaciones y parábolas, inculcando con ellas a los
suyos que vigilaran y estuvieran preparados para el día de
su vuelta al mundo. Recuerdo tan sólo la parábola
de las cinco vírgenes prudentes que estaban listas con las
lámparas preparadas y provistas de aceite, y las
cinco fatuas que durmieron no teniendo aceite en sus lamparas. De
repente viene el novio celeste y lleva a las prudentes consigo,
mientras que las fatuas van en busca de aceite, perdiendo de esta
manera la entrada al Cielo. Termina esta parábola con las
palabras. "Velad pues, porque no sabéis el día ni
la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir". (Mat. 25. 1
– 13). Recuerdo además la parábola del
ladrón en la noche, quien viene sin avisarse, y con quien
compara Cristo su llegada, concluye esta similitud con la frase:
"Luego también vosotros estad listos, porque el Hijo del
Hombre ha de venir a la hora que no pensáis". (Mat. 24,
44). Y la parábola del siervo que dormía, cuando su
amo lo sorprendió con su llegada, imparte la moraleja:
"Vendrá el Señor de aquel siervo el día que
no espera, y la hora que no sabe; y lo separará, y le
dará su parte con los hipócritas, donde
habrá clamor y crujir de dientes". (Mat. 24, 50).
También en Mateo 24, 42 dice Cristo: "Velad, pues, porque
no sabéis a que hora ha de venir vuestro
Señor".
Como se ve, dirige Cristo en todas estas manifestaciones su
palabra directamente a sus oyentes, apercibiéndolos a fin
de que estén listos y preparados para el día de su
llegada. Nos preguntamos: ¿Para qué estas continuas
y constantes amonestaciones para prepararse para el Juicio Final,
si Cristo no hubiese tenido la firme convicción que
él retornaría dentro de muy poco tiempo?
¿podía haber hablado así, sabiendo que iban
a pasar miles de años antes de su vuelta?. Sólo un
hombre ciego y lleno de prejuicios podría afirmar tal
cosa. Quien toma y lee los textos en el sentido natural y real
que tienen, llega sin ninguna duda a la absoluta seguridad de que
Cristo efectivamente tenía el propósito y la
convicción de volver pronto al Juicio Universal.
Finalmente deducimos igual resultado de otra clase de
palabras de Cristo, las que se refieren a la predicación
del evangelio.
En efecto, si Cristo iba a volver tan pronto al Juicio Final,
si, según sus propias palabras, los apóstoles hasta
aquel momento no podrían terminar ni siquiera la
conversión de la Palestina, ¿qué objeto
tenía entonces una conversión del mundo que en
ningún caso hasta su vuelta podía realizarse?.
Y así vemos que Cristo considera que tanto su propia
tarea, como la de los apóstoles, consiste tan sólo
en convertir a los judíos y hasta prohibe a sus
apóstoles predicar el evangelio a los paganos. He
aquí sus palabras.
"No vayáis a los paganos, sino a las ovejas perdidas de
Israel". (Mat. 10, 5). "He sido mandado solamente a las ovejas
perdidas de la casa de Israel. (Mat, 15, 24). "Vosotros
seréis mis testigos en Jerusalem y en toda la Judea y
Samaria y hasta los límites
del país". (Actos de los Ap. 1, 8). "Id y predicad a todas
las tribus (las doce tribus de Israel) y bautizadlas en nombre
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". (Mat. 28,
19).
En consecuencia los apóstoles se limitaron a predicar
tan sólo a los judíos de Palestina, salvo muy raras
excepciones, como lo es la conversión del capitán
pagano Cornelio (Actos 10) que, por otra parte, dio motivo a
violentas recriminaciones por parte de los judíos
convertidos a la fe cristiana, pues éstos consideraban a
las gentes extrañas a su raza, y en especial a los
romanos, como gente inferior, a los cuales calificaban de
perros
inmundos.
Como condición previa para admitirlos en las nuevas
creencias, exigían de ellos el cumplimiento de los actos y
reglas de Moisés. Sólo la autoridad de
San Pablo pudo imponer –después de muchas luchas- el
reconocimiento de la propagación del Evangelio entre los
paganos. La resolución definitiva fue tomada recién
en el concilio de los apóstoles en el año 50 (Actos
15).
Esta resolución fue facilitada por los grandes milagros
que San Pablo había efectuado entre los paganos,
considerándoselos como una aprobación de la obra
del apóstol por parte de Dios. Sólo así se
explica esta medida que contrariaba al espíritu y a la
práctica de Cristo y su expreso mandato.
En efecto, si Cristo hubiese alguna vez encargado a los
apóstoles predicar el Evangelio también a los
paganos, esas dificultades jamás habrían surgido.
Pero Cristo no encomendó tal prédica, porque estaba
seguro de su próxima vuelta al mundo para el Juicio
Final.
En resumen, podemos ahora constatar que Cristo, en mil
diferentes oportunidades y en mil variaciones, anunció su
próximo retorno al mundo, que este era el "amén" de
toda su prédica, y la sanción de su Evangelio,
debiendo su vuelta realizarse en vida de la generación que
le era contemporánea.
Y ahora estos mismos hechos, aunque ya estén
comprobados, recibirán su confirmación definitiva
en los escritos de los apóstoles, los continuadores
inmediatos del Mesías.
II
LA PROFECÍA DE CRISTO EN LOS ESCRITOS
DE LOS APÓSTOLES
Nadie mejor que los mismos apóstoles debían
conocer la doctrina de Cristo y su verdadero significado. Ellos
habían seguido a Jesús desde sus primeros pasos, y
de él habían recibido prácticamente su
doctrina, le habían escuchado sus predicciones, y
adquirido la convicción de su próximo regreso.
Imbuidos de estas ideas y francamente convencidos de ola
verdad de su vaticinio, no omitieron nunca en su campaña
de difusión del nuevo espíritu creado por el
Maestro, la mención de su próxima vuelta,
insistiendo en este hecho, y transformándolo en uno de los
más sólidos pilares de la doctrina, y en uno de los
alicientes e incentivos
más seductores para atraer a la masa de los oyentes.
Si estos apóstoles, los discípulos más
selectos, los continuadores de la cruzada elegidos por el mismo
Mesías para llevar su verbo a todos los rincones de
Palestina, expresan clara y precisamente en sus escritos la
seguridad del regreso del Redentor, nosotros logramos presentar
un nuevo argumento tan fidedigno, tan contundente, tan
indestructible como el primero, del error que el transcurso del
tiempo ha permitido ver que existía en ese anunció,
y en esa doctrina.
Ahora bien, quien ha dejado más escritos, en los
cuales, con una sinceridad, claridad e insistencia que a veces
confunden, preanuncia la próxima vuelta de Cristo al
mundo, es el apóstol Pablo el que por su incansable
actividad ha contribuido más que nadie a la
divulgación de la doctrina cristiana. Como el estudio de
sus cartas me ha ocupado durante ocho años, y la
versión que hice de ellas mereció señalados
elogios por ser la primera y única traducción fiel
(1), hablo aquí más que nunca con
absoluto conocimiento de causa. He aquí los
testimonios:
PRIMER TESTIMONIO
(Carta a los Corintios – 1. Cor. 15,
51)
"Mirad, os anuncio una profecía: no todos nosotros
moriremos; pero todos seremos transformados en un momento, en un
abrir y cerrar de ojos, en el último toque de la trompeta.
Pues sonará la trompeta y entonces tanto los muertos
resucitarán en incorruptibilidad, como nosotros seremos
transformados, porque es necesario que esto corruptible sea
vestido de incorrupción y esto mortal de
inmortalidad".
Esta palabra de San Pablo no puede ser más clara. El
apóstol está absolutamente convencido que el Juicio
Final lo encontrará a él y a los corintios en
general, con vida todavía. Cree que al último toque
se levantarán los muertos vestidos de un cuerpo
incorruptible, y que él y los corintios entonces, se
transformarán en un momento, cambiando su cuerpo mortal
por un cuerpo inmortal.
SEGUNDO TESTIMONIO
(Carta a los Tesalónicos – 1.
Tes. 4, 13)
"Sobre la suerte de los dormidos (muertos) no
quisiéramos dejaros en ignorancia, hermanos, para que no
os aflijáis como los demás que no tienen ninguna
esperanza. Porque, como creemos que Jesús después
de haber muerto resurgió, así Dios llevará a
los dormidos por Jesús y con él, arriba hacia
sí".
"Pues os aseguramos con una palabra del Señor, que
nosotros, que estamos todavía en el mundo y quedaremos
vivos hasta la vuelta del Señor, no llegaremos por eso
antes que los dormidos a la meta. Porque
cuando el toque de alarma retumbe y el Arcángel su voz
levante, la trompeta de Dios suene, y el Señor mismo
descienda del Cielo, entonces primero surgirán los muertos
en Cristo;: recién después también nosotros,
que quedamos en vida, seremos llevados juntos con ellos hacia el
Señor".
Para comprender el motivo que determinó esas
manifestaciones de San Pablo, es necesario recordar que los
tesalónicos estaban inquietos por la demora de la vuelta
de Cristo, tantas veces prometida, y esta inquietud
creció, cuando algunos miembros de la colectividad
cristiana murieron; pues se temía que ellos no
podrían participar en la vuelta de Cristo. Con esta
preocupación se dirigieron a San Pablo, quien entonces les
escribió el párrafo
citado. El efecto fue sorprendente. Los tesalónicos,
seguros ahora
de la inminencia de la vuelta de Cristo, hasta dejaron de
trabajar (2 Tes. 3, 11), no pensando en otra cosa, sino en la
llegada de Cristo. En esta seguridad fueron excitados por
exaltados, que en las reuniones religiosas (1) se
daban por posesos del Espíritu Santo, vaticinando la
inminente llegada de Cristo, como si ésta fuera ya un
hecho.
El apóstol, enterado de este estado anormal, se vio
obligado a dirigirse nuevamente a los tesalónicos, y en un
pasaje un tanto confuso de esta segunda carta, niega haber dicho
que el día del Señor hubiese llegado ya,
desautorizando a la vez a los exaltados. Recuerda a los
tesalónicos haberles dicho, que antes de la vuelta del
Señor debería aparecer el Anticristo, cuyos
primeros indicios ya se notan, el que pronto vendrá
seguido por Cristo, quien lo matará.
En otras palabras: San Pablo no retira sus anteriores
manifes-taciones, sino que las suaviza para confirmarlas
nuevamente. He aquí el texto:
TERCER TESTIMONIO
(SEGUNDA CARTA A LOS TESALÓNICOS
– 2. TES. 2, 1)
"Os rogamos hermanos no exaltaros tan pronto por la vuelta del
Señor Jesucristo y nuestra unión con él, y
no dejaros confundir ni por un exaltado, ni por una supuesta
palabra o una carta de nosotros, como si nosotros
hubiésemos dicho: el día del Señor ya
está. ¡Que nadie os engañe de ninguna
manera!".
"Porque primero debe venir el apóstata, el gran
malhechor, el hijo de la perdición, aquel opositor que se
levanta por encima de todo lo que se llama Dios y divino, de tal
suerte, que se siente en el templo de Dios (en Jerusalem),
haciéndose pasar por Dios. ¿No os recordáis
que os decía esto, cuando estaba todavía con
vosotros?".
"Y ahora aprended también el obstáculo que
recién lo deja aparecer en su tiempo. Porque aquella
profecía ya se engendra. Sólo falta que
aquél que retiene la iniquidad, se quite de en medio, y
entonces se manifestará el inicuo a quien el Señor
en su magnífica aparición matará y
aniquilará con un soplo de su boca, y cuya
presentación, como obra de Satán, se produce con
toda clase de milagros y signos
falaces, y con toda clase de seducciones en castigo de los
condenados, porque han rechazado la doctrina de la verdad, por la
cual debían salvarse".
CUARTO TESTIMONIO
(PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS – 1.
COR. 7, 25)
Este testimonio tiene su origen en una pregunta que por carta
hicieron los corintios al apóstol, porque también
ellos creían la próxima llegada de Cristo y
sabían las angustias que a este acontecimiento
precedían. Seguramente conocían también la
palabra de Cristo: "¡Ay de las preñadas y de las que
críen en aquellos días!". (Mat. 24, 19). Por esta
razón le preguntaron a San Pablo si en vista de todo esto
no sería mejor que los padres de hijas núbiles
impidieran que éstas se casaran ; pues en aquel tiempo
decidía el padre sobre el casamiento de las hijas. San
Pablo, fiel a su convicción del próximo fin del
mundo contesta a la pregunta con las siguientes palabras:
"Respecto a las vírgenes no he recibido ningún
mandamiento por el Señor; pero puedo dar un consejo en
esta causa, por cuanto el Señor me dio la gracia de ser
buen consejero". "Creo, pues, que por la inminente angustia es lo
mejor que ellas queden así (es decir: vírgenes), ya
que para cada uno de nosotros sería lo mejor estar
así". "Si ya estás ligado a una mujer, no busques
la separación. En cambio si estás libre de mujer,
no la busques". "Pero si a pesar de esto te casaras, no
cometerás ningún pecado. Tampoco pecaría la
virgen si se casa, pero sufrirá angustias terrestres, de
las cuales yo os quisiera preservar". "Porque os digo, hermanos
míos, que nuestro tiempo está muy escasamente
medido". "Por eso también aquellos que tienen mujer, vivan
así, como si no la tuvieran; y los que lloran, vivan
así como los que no lloran; los que se alegran así
como quienes no se alegran; los que comercian con el mundo,
así como quienes no comercian con él". "Porque la
gloria de este mundo pasa". A estas palabras de San Pablo agrego
tan solo, que si los cristianos hubiesen seguido el consejo del
apóstol, no tendría yo necesidad de escribir este
libro. Los siguientes testimonios serán reproducidos sin
comentario alguno, ya que no lo necesitan.
QUINTO TESTIMONIO
(1. Cor. 1, 4)
"Siempre agradezco a Dios por vosotros, debido a la gracia que
Dios os ha dado en Jesucristo". "Porque en él
habéis conseguido superabundancia en todo sentido: en toda
clase de lenguas y de inteligencia (por lo cual la doctrina de
Cristo fue confirmada entre vosotros) de suerte, que no os falta
ningún don del Espíritu y sólo
esperáis la aparición de Nuestro Señor
Jesucristo".
SEXTO TESTIMONIO
(Carta a los Filipos – Fil. 1,
9)
"Y por eso ruego que vosotros, amados míos,
aumentéis cada vez más en sabiduría y
verdadera inteligencia, para distinguir lo bueno de lo malo, de
suerte que estéis íntegros y sin manchas en el
día de Cristo, cargados con los frutos de la justicia".
SEPTIMO TESTIMONIO
(Fil. 3, 20)
"Nuestra patria en cambio es el Cielo. De allí
también esperamos nosotros al Señor Jesucristo como
nuestro redentor. Él transformará nuestro cuerpo
miserable para ser semejante a su cuerpo transfigurado, mediante
la facultad que tiene de poder sujetar a sí todas las
cosas". "Luego de esta esperanza, mis muy queridos hermanos, mi
alegría y mi corona, estad firmes en el Señor".
OCTAVO TESTIMONIO
(1. Tes. 5, 23)
"Pero él mismo, el Dios de la paz, os santifique
enteramente, y vuestro espíritu, alma y cuerpo, queden
conservados inmaculados hasta la vuelta de Nuestro Señor
Jesucristo. Él que os llamó, responde, que
también lo hará".
NOVENO TETSTIMONIO
(2. Tes. 1, 6)
"Es pues, justo, que Dios (1):
1) retribuya con angustia a vuestros opresores.
2) pero de alivió a vosotros, los oprimidos en
unión con nosotros";
Ad 1) "cuando el Señor Jesús con los
ángeles, como ejecutores de su poder, aparece desde el
Cielo para castigar con llamas de fuego a aquellos (paganos) que
no quieren saber nada de Dios, y a aquellos (judíos), que
no prestan obediencia al Evangelio de Nuestro Señor
Jesús. Y éstos sufrirán, como castigo, la
eterna perdición, separados de la faz del Señor y
de su gloria y potencia";
Ad 2) "cuando vendrá en aquel día, para ser
glorificado en sus santificados y (rodeados de todos vosotros,
que habéis aceptado la fe) para ser admirado".
DÉCIMO TESTIMONIO
(1. Tim. 6, 13)
"Te amonesto delante de Dios, quien llena todo con vida, y
delante de Jesucristo, quien ratificó nuestra hermosa
confesión con la muerte, que te conserves sin mancha y sin
reproche en la doctrina, hasta la aparición de Nuestro
Señor Jesucristo".
UNDÉCIMO TESTIMONIO
(Tit. 2, 11)
"Porque la gracia de Dios evidenció su poder redentor
en todos los hombres, pues nos induce a deponer la iniquidad y
los deseos mundiales, a vivir sobrios, justos y piadosos en este
mundo, y a esperar nuestra beata esperanza; la aparición
de la majestad de Nuestro Gran Dios y Redentor Jesucristo".
DUODÉCIMO TESTIMONIO
Terminamos las citas de las cartas de San Pablo con algunas
frases aparecidas en sus escritos y dichas de paso: "Esto fue
escrito para prevenirnos a nosotros, sobre los que ha venido el
fin de los tiempos". (1. Cor. 10, 11).
"El Señor está cerca". (Fil. 4, 5).
"Porque la salvación no está ahora más
cerca que cuando hemos aceptado la fe". (Rom. 13, 11)
"Pero sepa que para estos últimos tiempos cosas
terribles están por llegar". (2. Tim. 3, 11).
En lo sucesivo citaré también algunos otros
apóstoles, para que el lector vea que también ellos
creían en la próxima vuelta de Cristo.
DÉCIMO TERCER TESTIMONIO
(Carta de San Juan – 1. Juan 2,
18)
"Hijos, ya está la última hora, y como
habéis oído que viene un Anticristo, así
existen ahora muchos Anticristos. En esto se conoce la
última hora".
DÉCIMO CUARTO TESTIMONIO
(Carta de San Pedro – 1. Pedro 4,
7)
"Ha llegado el fin del mundo".
Esta manifestación le salió a San Pedro
–como parece- al revés de lo que había
él mismo pensado. Pues la gente, cansada de oír
tanto de la vuelta de Cristo y del fin del mundo, sin ver ni lo
uno ni lo otro, empezó a murmurar y burlarse de la
profecía.
San Pedro, quien siempre se había destacado por su
temperamento bastante colérico, escribió enseguida
toda una carta en la cual, con el fin de poner coto a estas
opiniones irrespetuosas y subversivas, ataca a esos cristianos
con un lenguaje
bastante inusitado en este género de
correspondencia (1).
El argumento de esta carta de San Pedro es el siguiente:
"Dios os ha dado las más grandes y más preciosas
promesas, mediante las cuales os haréis partícipes
de la naturaleza divina en el día del Juicio Final (2.
Pedro 1, 4). Pero hay que cultivar las virtudes y evitar los
vicios; entonces, la entrada al reino eterno os quedará
abierta (2. Pedro 1, 11); "Porque no os hemos dado a conocer la
poderosa vuelta de Nuestro Señor Jesucristo siguiendo
fábulas
inventadas, sino por haber visto su majestad con nuestros propios
ojos". (2. Pedro 1, 16).
"Pero hay falsos profetas, aún entre vosotros (2, 1),
que seducen a muchos; pero a todos ellos castigará Dios en
el Día del Juicio (2, 9). Habría sido mejor para
ellos no haber conocido nunca el camino de la salvación
(2, 21). Escribí esta carta para que recordéis
siempre la doctrina de los apóstoles".
"Pues sabed antes de nada que en los últimos
días vendrán burladores que andan tras sus propios
deseos y dirán: "¿Dónde está su
prometido retorno?". (3, 2).
"Pero no olvidéis que delante del Señor un
día es como mil años, y mil años como un
día. El Señor no difiere el cumplimiento de su
promesa (aunque algunos la tengan por tardanza), sino es paciente
para con nosotros, porque no quiere que perezca nadie, sino que
todos se dejen conmover a la penitencia". (3, 8).
"Pero vendrá el día del Señor como un
ladrón. En él, el Cielo estrellado pasará
con gran estruendo y la Tierra con todo lo que está en
ella será quemada". (3, 10).
"Si por lo tanto, este Universo se
disolverá, cuanto más estáis entonces
obligados a una vida en santas y piadosas conversaciones –
vosotros que con ansia esperáis la llegada del día
de Dios…". (3, 12).
"Por eso, amados, ya que vosotros esperáis tal cosa,
procurad que seáis hallados de él sin
mácula, sin reprensión y en paz". (3, 14).
"¡Aprovechad, pues, la paciencia del Señor para
vuestra salvación!".
"Así también ha escrito nuestro querido hermano
Pablo (con la sabiduría que le ha sido dada) en todas sus
cartas, en las cuales habla de esto; entre lo cual hay algunas
cosas difíciles de entender, y las que los indoctos e
inconstantes tuercen en su perdición, como lo hacen
también con otros textos de la escritura". (3, 16).
Des esta carta del apóstol Pedro deducimos lo
siguiente:
Primero: ya en tiempos de los apóstoles muchos
cristianos se dieron cuenta que la vuelta de Cristo era una
fábula.
Segundo: San Pedro trata de explicar la aparente demora,
diciendo que se debe a la paciencia del Señor delante del
cual mil años son como un día, y un día mil
años, produciendo con esta comparación una
confusión, pues este criterio no es del caso por cuanto
Cristo no se había referido a años o días,
sino sólo prometido volver en la generación
contemporánea, estando los apóstoles todavía
con vida. Luego no hay aquí cuestión alguna de mil
años.
Tercero: San Pedro busca otra salida, diciendo que las
manifestaciones de San Pablo sobre la vuelta de Cristo son en
parte obscuras y difíciles para entender. Esto no es
cierto, como hemos visto. Lo único que hay es que San
Pedro, en el gran apuro en que le han colocado, trata de ocultar
el verdadero sentido de la profecía en
cuestión.
Cuarto: a pesar de todo repite el apóstol Pedro varias
veces, que pronto ha de llegar el día del Señor y
que todos estén listos, pues Cristo no tardará en
volver.
Y con esta promesa de la vuelta de Cristo se ha ido desde los
tiempos de los apóstoles de siglo en siglo.
La historia eclesiástica relata que antes del
año 1,000 innumerables personas se volvieron locas o se
mataron por miedo de la próxima llegada de Cristo. Ahora
dicen que es el año 2,000. Cuando estaba en el primer
tiempo en el convento, teníamos un padre (W. W.) quien de
libros proféticos, especialmente de "mujeres santas",
sabía calcular que la abuela del Anticristo ya
debía estar en el mundo, y que el fin de éste
sería infaliblemente antes del año 2,000!.
No necesito repetir que no hay ya posibilidad de una vuelta de
Cristo, y que el mundo después del año 2,000,
seguirá existiendo como antes. Lo que hay es que los
teólogos, desde los tiempos de los apóstoles, han
querido dar a esta profecía de Cristo un tiempo indefinido
para crear una eterna ilusión en el creyente y justificar
la subsistencia de la Iglesia y la sucesión de los
apóstoles.
La profecía de la vuelta de Cristo se ha convertido en
la famosa espiga de trigo del carro del labriego, que éste
utilizaba para hacer avanzar a su asno.
Lo que a nosotros interesa en este asunto es el hecho que
Cristo ha emitido una profecía que no se ha cumplido.
Este hecho –sea cual fuere la interpretación que se le dé- nos
demuestra, más que ningún otro, que Cristo no era
Dios. Cualquier tentativa de salvar la divinidad de Cristo
fracasa ante este hecho. El lector, quien sin prejuicio
alguno ha leído este capítulo, no puede menos que
reconocer esta gran verdad.
CAPÍTULO TERCERO
LA
DIVINIDAD DE CRISTO A LA LUZ DE SUS MILAGROS Y
DOCTRINAS (*)
I LOS MILAGROS DE CRISTO
II LA DOCTRINA DE CRISTO
CONCLUSIÓN
SEGUNDA PARTE
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO – EL DIOS DEL
VIEJO Y NUEVO TESTAMENTO (*)
I DIOS EN EL VIEJO TESTAMENTO
II EL DIOS DEL NUEVO TESTAMENTO
CAPÍTULO SEGUNDO – LA
BIBLIA (*)
I LAS TRES CULTURAS DE LA INDIA, CALDEA
Y PALESTINA
II EL ORIGEN VERDADERO DEL VIEJO
TESTAMENTO
III EL ORIGEN VERDADERO DEL NUEVO
TESTAMENTO
IV ALGUNAS PRUEBAS DE LA
IDENTIDAD DE
LOS TEXTOS
V LAS DEMAS FUENTES DE LA
RELIGIÓN CRISTIANA
CONCLUSIÓN
TERCERA PARTE
LAS DIFERENCIAS ENTRE LA DOCTRINA DE CRISTO
Y LA DE LAS IGLESIAS CRISTIANAS (*)
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO – EL PECADO
ORIGINAL Y EL BAUTISMO DE LOS NIÑOS (*)
I LA NATURALEZA DEL PECADO ORIGINAL, SU
ADQUISICIÓN, EFECTOS Y EXTINCIÓN
II LA BIBLIA SOBRE EL BAUTISMO
III LA INTRODUCCIÓN DEL PECADO ORIGINAL EN LA
RELIGIÓN DE CRISTO
IV EL VERDADERO SENTIDO DEL TEXTO DE LA CARTA DE SAN
PABLO
V CONSIDERACIONES FINALES
CAPÍTULO SEGUNDO – LA
CONFESIÓN Y EL PECADO
MORTAL(1) (*)
I EL PERDÓN DE LOS PECADOS SEGÚN
CRISTO
II EL PERDÓN DE LOS PECADOS SEGÚN LOS
TEOLÓGOS Y EN LA IGLESIA DE HOY
III LO QUE ALEGAN LOS TEOLOGOS PARA JUSTIFICAR LA
CONFESIÓN DE HOY
IV EL ERROR DE ESTA LÓGICA
V CÓMO Y CÚANDO SE EFECTUO LA
TRANSFORMACIÓN DE LA CONFESIÓN APOSTÓLICA EN
LA DE HOY
VI LOS GRANDES INCONVENIENTES Y LA INCOMPATIBILIDAD
DE LA DOCTRINA TEOLÓGICA CON LA DOCTRINA DE CRISTO
RESPECTO DE LA CONFESIÓN
CAPÍTULO TERCERO – MATRIMONIO Y
EXTREMAUNCIÓN (*)
I EL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO
II EL SACRAMENTO DE LA
EXTREMAUNCIÓN
CAPÍTULO CUARTO – LA MISA Y LA
COMUNIÓN (*)
I EL CARÁTER RELIGIOSO DE LA MISA Y DE LA
COMUNIÓN
II LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA EN
LOS TIEMPOS DE LOS APÓSTOLES Y HOY
III LAS PALABRAS DE LA TRANSUBSTANCIACIÓN, O
SEA DE LA TRANSFORMACIÓN DEL PAN Y VINO EN EL CUERPO Y LA
SANGRE DEL
SEÑOR
CAPÍTULO QUINTO – LA
INFALIBILIDAD DEL PAPA (*)
CONCLUSIÓN
CUARTA PARTE
LA
MORAL DE
CRISTO Y DE LA IGLESIA (*)
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO – LA FALTA DE CARIDAD EN LA
IGLESIA
CAPÍTULO SEGUNDO – LA TRANSFORMACIÓN DE
LA RELIGIÓN EN SIMBOLISMO
CAPÍTULO TERCERO – LA AVARICIA DE LA
IGLESIA
CAPÍTULO CUARTO – LA SOBERBIA FARISAICA EN LA
IGLESIA
CAPÍTULO QUINTO – EL AFAN DE LA IGLESIA PARA
EL PODER MUNDIAL
CAPÍTULO SEXTO – LA EDUCACIÓN DEL CLERO
PARA EL CELIBATO
CONCLUSIÓN
(*)Para ver el texto seleccione la
opción "Descargar" del menú superior
FIN
He de concluir mi obra. En la primera parte vimos que
Cristo no era ni es Dios. En la segunda parte se ha demostrado
que el Dios del Viejo y Nuevo Testamento, lejos de ser el Ser
Supremo, no es más que un ídolo nacional judaico, y
que la Biblia carece de toda autenticidad y veracidad, siendo en
gran parte una simple copia de "Libros Sagrados" de otros
pueblos. En la tercera parte se expuso la transformación
de la religión cristiana en un sistema
teológico completamente ajeno a la doctrina de Cristo.
Finalmente, en la cuarta parte, se puso de relieve la
inmensa diferencia entre la conducta de
Cristo y de los apóstoles por un lado, y la
práctica de sus representantes y sucesores por el
otro.
He aquí un cristianismo sin Cristo, sin Dios, sin
libros sagrados, sin representación doctrinal, y sin
representantes legítimos. Esto es: un cristianismo no
sólo decapitado, sino científicamente
descuartizado.
Creo haber tratado cada uno de aquellos tópicos
con criterio sereno y sin dejarme arrastrar por la
pasión.
Creo, además, que mis razones desde todo punto de
vista, son convincentes para quien sabe juzgar sin prejuicio
alguno.
Creo, finalmente, haber cumplido con un deber ineludible
al haber escrito este libro, para que el mundo entero se
dé cuenta de cómo se le oculta la verdad religiosa
y cuál es esta verdad.
No es posible que los pueblos hoy cristianos sigan
viviendo de ilusiones religiosas y de leyendas
anticuadas, cuya falsedad está tan a la vista. No es
posible que ellos sigan sacrificando las vidas de jóvenes
entusiastas e inexpertos a un terrible engaño y entreguen
su dinero y sus
bienes a una
iglesia que devoraría a todo el mundo si le fuera
posible.
Es por lo tanto una verdadera obligación sagrada
para cuantos conocen la verdad, difundirla todo cuanto sea
posible. Siendo el culto de la verdad la mejor religión,
será su propagación un verdadero acto religioso. Y
la Humanidad que tanto ha sufrido por persecuciones religiosas,
recién podrá llegar a la verdadera fraternidad
cuando estén abolidos todos los ídolos, y cuando no
se conozca más que un solo Ser Supremo y una sola familia
humana.
****************
Y ahora, mis queridos ex – cofrades, toca a
vosotros o seguir con la farsa o adherirse a la
verdad.
Es, naturalmente, más cómodo quedarse con
la farsa y desoír la voz de la verdad. Así no
sufriréis la pérdida del bienestar en que os
encontráis, ni tendréis necesidad de buscar otra
clase de ocupación, para empezar una nueva vida, como tuve
que hacerlo yo. Seguiréis siendo curas, pero sabedlo bien:
contra vuestra conciencia y perpetuando un engaño, por
cuya razón, tarde o temprano, seréis el desprecio
de cuantos conocen la verdad de las cosas y la falsedad de
vuestra pretendida religión.
En cambio, qué ejemplo daríais al mundo
entero si, convencidos del engaño que se ha hecho con la
religión, y del cual sois víctimas al igual que yo,
tuvierais el coraje, no sólo de acatar la verdad, sino de
convertiros en sus más ardientes defensores. Cada uno de
vosotros que lo hiciera, hallaría –no os quepa la
menor duda- el aplauso del mundo íntegro, por tal acto
verdaderamente heroico. Y lo que más vale;
tendríais la conciencia tranquila por haber cumplido con
vuestro más grande deber: el de seguir y de predicar la
verdad. Como hasta ahora habéis sido ciegos y guías
de ciegos, así, en lo sucesivo, seáis sus
guías hacia la verdad, y la verdad os librará (Juan
8, 32).
FIN DE
"LA DESILUSIÓN DE UN
SACERDOTE
Rolando Javier Juárez Pérez