- Antecedentes Políticos y
Económicos Inmediatos - Qué se vayan…
quienes? - A modo de
conclusión - Apéndice
- Material
consultado
19 y 20 de diciembre de 2001, días bisagra en la
historia
argentina contemporánea. Días que se grabaron en
la memoria del
pueblo y que ayudan a configurar su identidad de
clase, su
grado de organización y de conciencia en un
determinado momento histórico. A lo largo (y ancho) de la
historia pueden observarse momentos de ruptura, momentos que se
intuyen importantes cuando están sucediendo, pero cuya
dimensión verdadera y sobre todo la dirección futura de acontecimientos que
abren, no siempre es posible vislumbrar rápidamente. A
diferencia del Cordobazo, que tuvo un grado mucho menor de
espontaneidad pero contó con un programa
político y un marco de organización más
importante, la "crisis" de
diciembre de 2001, la rebelión popular, constituyó
uno de esos momentos en los que gran parte de los sectores
populares ocupan el espacio público, se ponen como sujetos
y producen un corte en la historia, planteando los grandes
objetivos que
signarán de ahí en más el devenir
histórico de la sociedad por
todo un período.
Más allá de las vivencias personales en
los episodios, aunque rescatando algunas de esas experiencias,
que por personales no dejan de ser históricas, este
trabajo
analiza las causas inmediatas de la crisis tomando como punto de
partida el terrorismo de
estado y el
terrorismo económico implantado en 1976. Durante la
democracia de las últimas dos décadas este
modelo
económico se profundizó, aunque estuvo atravesado
de contradicciones y de expectativas populares en los distintos
gobiernos que despertando a veces algún interés en
la población, una y otra vez impusieron las
políticas neoliberales que llevaron al
empobrecimiento a la mayoría de la
población.
En el estallido social así como en el desarrollo del
proceso de
movilización popular se expresan los antagonismos de clase
en relación directa con, por un lado la violencia de
la represión estatal, y por otro lado por el nivel de
organización y resistencia del
pueblo en la calle. Así, se entiende este proceso como una
rebelión popular espontánea pero masiva, con un
limitado orden del día en cuanto a "programa
político" y un amplio apoyo popular, que iba desde los
indigentes a la clase de pequeños y medios
comerciantes, algunos de los cuales habían logrado una
posición bastante "acomodada" durante la década
anterior. A partir del análisis de las asambleas barriales se
intenta dar cuenta de algunas de las formas de resistencia
popular, que si bien ya venían siendo implementadas por
los movimientos de trabajadores desocupados, cobraron vigor y se
caracterizaron por la heterogeneidad política e
ideológica de sus integrantes. Aquí recojo los
testimonios de dos asambleístas, uno de ellos de la
Asamblea de Paternal y el otro de la Asamblea del MTD de Lugano,
que también participaron en los enfrentamientos con la
policía. Por último se analiza la contraofensiva
del régimen para recuperar su "legitimidad" a
través de un golpe institucional, apoyado por los mismos
partidos
políticos que el pueblo había salido a
repudiar, por un lado, y una política abiertamente
represiva como lo demuestran los hechos de la masacre del Puente
Pueyrredón, el 26 de junio de 2002.
Antecedentes Políticos y Económicos
Inmediatos
El terrorismo de estado como garante del terrorismo
económico
Con el golpe militar de 1976 se abre un proceso
despiadado de concentración monopólica y
acumulación financiera de los grandes grupos
económicos internacionales y sus vasallos locales. Para
imponer esta política
económica se llevó a cabo un plan de
exterminio de opositores políticos e ideológicos
con la mayor saña y barbarie del terrorismo de estado que
se dio en la historia del país. Tal es así que
cuantos más años transcurren desde aquel Proceso,
se percibe con más claridad el daño
que significó y que significa aún hoy para la
sociedad la implementación de la política del
terrorismo de estado y del terrorismo económico en el
país. "Estos hechos, -denunciaba Rodolfo Walsh en su
Carta abierta a la Junta Militar– que sacuden la
conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que
mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las
peores violaciones de los derechos humanos
en que ustedes [la Junta Militar] incurren. En la política
económica de ese gobierno debe
buscarse no sólo la explicación de sus
crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones
de seres humanos con la miseria planificada" (Carta abierta a
la Junta Militar, Rodolfo Walsh, C.I. 2845022, Buenos Aires, 24
de marzo de 1977) Puede afirmarse que este proceso de
(sub)desarrollo
económico vivió un salto en todo sentido bajo
el "menemato", y llegó a su techo y crisis política
y económica más profunda con el triste y decadente
gobierno de la Alianza.
La característica central de este proceso de
acumulación, además de los altísimos niveles
de corrupción
y ostentación, fue la extranjerización casi total
de la economía: privatizaciones y compra masiva de empresas por
parte del capital
internacional, el aumento de la desocupación estructural que llego a
niveles de más del 20 %, y el endeudamiento del estado. La
financiación externa tanto del estado como de los grupos
económicos, y la paridad cambiaría, alimentaron el
mecanismo de generación de deuda externa,
que constituyó el otro puntal del proceso de
acumulación del capital durante la era neoliberal.
Acumulación de los monopolios y el capital financiero,
junto a la fuga de capitales hacia el centro del imperio a costa
del vaciamiento de la economía nacional, la
destrucción de su industria, y
el desempleo de sus
trabajadores, es el proceso perverso que asume la reproducción ampliada del capital en las
condiciones de un país dependiente y en particular en la
Argentina.
A nivel mundial el capitalismo
atraviesa una etapa histórica que se caracteriza por la
concentración más despiadada y descomunal, al
punto, y para dar un ejemplo, que las 250 fortunas más
importantes acumulan un patrimonio
igual al del 40 % más pobre de la población del
planeta. A esto le sumamos en el orden local las
características propias de una burguesía que
siempre se desarrolló al amparo del
capital financiero y jamás tuvo capacidad ni peso propio
como para desplegar políticas independientes. Junto a una
dirigencia política corrupta que en sintonía con
esta situación fue siempre gerente y a lo
sumo coimera de los grandes monopolios. Se configura así
en nuestro país un cuadro de agotamiento y crisis
profunda, que cuestiona la propia identidad y perspectivas del
estado nación
Argentino.
Expectativas y decepciones de la democracia:
profundización del modelo y resistencia
Este régimen político basado en la farsa
democrática fue despertando lentamente la desconfianza
popular. Tanto Alfonsín primero, como Menem
después, supieron despertar, cada uno con sus
características, grandes expectativas populares, sin
embargo ese entusiasmo está en directa proporción
al grado de decepción, escepticismo y desconfianza que sus
gestiones generaron no solo con respecto a sus figuras, sino a
los partidos tradicionales e inclusive a las propias instituciones
del sistema. Si el
proyecto es el
del capital financiero, si la tendencia es a eliminar todas y
cada una de las conquistas logradas por la clase obrera en
más de un siglo de luchas, si la fase es la de la
imposición absoluta de los intereses del imperialismo y
del absoluto predominio de los monopolios y el capital
financiero, necesariamente su régimen de dominación
política, mas allá de discursos o
formas aparentemente "democráticas", es cada vez
más evidentemente la dictadura
abierta de ese "gran capital".
En 1989, el proceso económico que desató
la hiperinflación y los saqueos derivó
en la profundización del modelo neoliberal y sus
"políticas de ajuste". La hiperinflación que
provocó los saqueos de 1989 fue usada como herramienta de
disciplinamiento social, como advertencia de lo que podía
pasar si el Estado
intervenía para regular los mercados y
racionalizar las privatizaciones. La hiperinflación
había castigado a los más pobres y se la usó
para seguir castigándolos con el mismo modelo que
provocó los saqueos de diciembre de 2001. Cuando
comenzaron los saqueos en mayo de 1989, en supermercados del Gran
Rosario, la gente reaccionó con histeria y pánico.
Hacía apenas seis años que se había
recuperado la democracia. El recuerdo todavía fresco de la
dictadura militar
y los levantamientos "carapintada" recientes hacían pensar
que una protesta social de ese tipo solamente podía
realizarse con activistas y una organización "subversiva"
y que cualquier tipo de protesta sería castigada
cruelmente por las Fuerzas Armadas. En diciembre de 2001,
más que pánico o histeria, hubo bronca e
indignación contra el gobierno, los políticos y los
banqueros, hubo hastío frente a los televisores que
mostraban las escenas de los saqueos, las colas de los jubilados,
las marchas de protesta y la represión, hubo cansancio por
vivir en un país castigado y castigador.
Durante los años 90 se gestaron y desarrollaron
procesos
importante de luchas de resistencia a las políticas
denominadas neoliberales. Primero fueron las grandes huelgas y
movilizaciones contra las privatizaciones, que a pesar de
contener algunas huelgas importantes, como la ferroviaria del 91
y el 92, (con 45 días de paro la
última y métodos de
ofensiva como el boicot y el sabotaje para garantizar el paro),
no pudieron detener la envestida neoliberal que en ese momento
era prácticamente imparable.
Hacia mediados de la década comenzaron a
desarrollarse y cobrar entidad los movimientos de desocupados que
alcanzarían un grado de incidencia en las luchas de
resistencia en el ámbito nacional en los años 96-
97 con las sucesivas puebladas de Cutral-có, el
Jujeñazo y las puebladas de Mosconi y Tartagal. A partir
de aquí el sector de los trabajadores desocupados fue uno
de los más dinámicos en las luchas de resistencia,
e impuso una serie de métodos que se caracterizaron por su
nivel de combatividad y enfrentamiento con la represión
como forma de garantizar el logro de sus reivindicaciones. La
resistencia escaló objetivamente un peldaño, sino
en la política (las reivindicaciones seguían siendo
fundamentalmente económicas) al menos en la metodología, legitimándose ante
buena parte de la sociedad los métodos de la autodefensa.
Así se impuso el piquete, las gomas quemadas, los cortes
de rutas prolongados y las batallas contra la represión
policial y de gendarmería con todo el arsenal popular al
alcance de los luchadores, piedras, palos, gomeras,
cócteles molotov, etc.
Estos procesos de lucha quedaron como los "hitos
primarios" y fueron jalonando, junto con sectores nuevos
(recién perjudicados directamente como los pequeños
ahorristas), la nueva resistencia que derivó en la
rebelión popular de diciembre del 2001 y el proceso de
movilización social posterior.
La Rebelión Popular del 19 y 20 de
diciembre
Estado de sitio o Estado sitiado
La madrugada del 19 de diciembre empezó con
saqueos en supermercados medianos y pequeños en todo el
país, sobre todo en busca de comida. Primero, los blancos
elegidos fueron los grandes supermercados, pero en general la
vigilancia superior impidió que los saqueen. Luego grupos
de vecinos, muchas veces provenientes de las villas de
emergencia, se decidieron por los supermercados medianos, en
general más vulnerables, y sobre todo por los más
chicos, que normalmente están atendidos por la familia del
dueño. La imagen de un
propietario, quizás de origen coreano, llorando ante el
supermercado vacío y diciendo "policía, nada",
marcó el día. Algunos comerciantes dispararon.
Alguno de los muertos pudo haber sido producto de un
balazo de un comerciante irritado.
El Gobierno respondió con dos medidas. Por una,
dispuso entregar nuevas raciones de comida para todo el
país y por otra, dictó el estado de sitio con la
esperanza de amedrentar a los saqueadores: "Han acontecido en
el país actos de violencia colectiva que han provocado
daños y puesto en peligro personas y bienes, con
una magnitud que implica un estado de conmoción
interior", decía el decreto del Poder
Ejecutivo. Eso desató un cacerolazo
masivo y horas más tardes se difundía la renuncia
del "superministro" Domingo Cavallo.
Los primeros cacerolazos fueron desde los balcones, la
gente saliendo primero a la vereda de sus casas y después
a la calle, y después marchando a los puntos
neurálgicos de esa convocatoria espontánea: Plaza
de Mayo, Congreso, Libertador y Ocampo, la residencia de Olivos.
En minutos se pasó del estado de sitio al Estado sitiado
por la protesta generalizada. Miles de personas salieron a la
calle con cacerolas, sartenes, espumaderas y tapas, en un
fenómeno que se verificó en Belgrano, Caballito,
Palermo, Parque Chacabuco, Villa Crespo y Almagro. El tono era
hasta festivo, ganador, mucha gente salió de sus casas a
la calle, y en Independencia
y Entre Ríos, por ejemplo, una fogata en la calle
acompañó el ruido de los
metales. Del
pánico se había pasado al repudio, incluso cuando
muchos habían interpretado absurdamente el estado de
sitio, que restringe las libertades, como un toque de queda, que
impide caminar de noche.
El estado de sitio, y el discurso
anunciándolo, habían pasado a la historia, cada vez
más patéticos a medida que avanzaba la noche.
"Qué boludos, / qué boludos, / el estado de sitio,
/ se lo meten en el culo", gritaban los miles que rodeaban el
Congreso. En Ocampo y Libertador cientos se juntaron frente a la
entrada del edificio donde vive Cavallo y cortaron parte de la
calle.
Poco antes de la medianoche, una verdadera muchedumbre
ingresaba interminablemente a la Plaza por las diagonales y
Avenida de Mayo. No había políticos, ni
legisladores, ni carteles, solamente esas banderas argentinas que
se guardan en la casa para los días de fiesta o cuando
juega la selección.
Era raro estar en una manifestación tan imponente en la
Plaza sin el acostumbrado sonar de los bombos. Era una
muchedumbre sin carteles y con un ridículo ruidito a lata
de fondo.
La plaza ya estaba llena, incluyendo las calles
laterales, y había mucha gente dispersa por Avenida de
Mayo. En ese momento, cerca de la una y sin que realmente mediara
ninguna provocación, la Guardia de Infantería
comenzó a tirar gases. Se
produjo una desbandada, la mayoría era gente que no
había participado en manifestaciones y había muchos
chicos. Los que habían quedado del lado de adentro del
vallado se apretujaron en el humo, llorando y vomitando, sin
poder salir. Era una desbandada. Varias granadas de gas estallaron en
lo alto de una palmera y la incendiaron. Finalmente la Plaza se
fue despoblando y toda la superficie quedó cubierta por
ojotas, sandalias y zapatos, cacerolas, asaderas y cacharros
abandonados en la desesperada huida.
La medianoche pasaba y la bronca había copado
Buenos Aires. En las avenidas la gente había encendido
llantas, barriles, lo que encontraba a mano, y las columnas de
humo blanco crecían al compás de la música de cacerolas,
latas y cucharas. La música de la bronca.
La visión de los saqueos durante todo el
día, la amenaza de las tristes batallas de pobres contra
pobres, el caldo de cultivo para que nazcan serpientes de estos
huevos, la certeza de que allá, intramuros, en algunos
despachos, otra vez -¡otra vez!- había quienes
intentaban pactar alguna innoble repartija sobre los cuerpos
calientes de los muertos y sobre los cuerpos todavía
más calientes de los vivos, todo eso y mucho más
afloró en la conciencia colectiva.
La batalla de Plaza de Mayo
A las tres y media de la tarde del 20 de diciembre las
Madres iniciaron la ronda, como todos los jueves. Pero ese jueves
no fue como siempre. Los miembros de los organismos de derechos humanos que
habían logrado traspasar las vallas se empeñaban en
continuar con la simbólica protesta, pero después
de una corrida sobre Avenida de Mayo, la Policía Federal
apuntó las pistolas lanza gases hacia la plaza. Las pocas
Madres que había en la Plaza trataban de continuar la
ronda que empezaron en 1977, cuando la policía les
ordenó marchar porque, debido al estado de sitio, no
podían permanecer reunidas en la Plaza.
Ese jueves, como hacía 24 años, las
mujeres caminaban cercadas por la policía. Pero esta vez,
también estaban acompañadas por los manifestantes
que les cantaban el tradicional "Madres de la Plaza, el pueblo
las abraza". Luego de media hora, los policías apuntaron
al lugar que, parecía, habían dejado para que los
organismos de derechos humanos pudieran expresarse y dispararon.
El paisaje de la Plaza y luego el del centro de la Ciudad se
tiñó de humo negro, sirenas y disparos.
Jóvenes que combatieron con la policía hasta el
cansancio, una multitud que resistió en medio del gas y
otra, que marchó en silencio en busca de un medio de
transporte
para volver a su casa. Autos que
circulaban a contramano o cruzaban con luces rojas para huir del
caos.
Pasado el mediodía del 20, todavía los
multikioscos estaban abiertos y los oficinistas espiaban el
televisor mientras compraban sus almuerzos. Aún cantaban
organizadamente miles hacia la Casa de Gobierno ese himno: "Que
se vayan todos / que no quede uno solo", retumbando en los
oídos del poder tambaleante. Pero las corridas volvieron a
las 14.05. Uno, dos, tres estampidos de escopeta: la
visión de un movimiento en
el fondo, y el escape masivo, los empujones, los pedidos de "no
corran, tranquilos", aunque el ardor terminara por volverse
insoportable y encegueciera como un ácido. Para las tres
de la tarde los combates ya tenían su ritmo. Primero se
disputó la Plaza misma. Las columnas dispersas por la
lluvia de gases dejaron que se pasara el vaho, tomaron aire a unas
cuadras, y regresaron por las diagonales, la calle San
Martín y la Avenida de Mayo. Aunque la Rosada quedó
fuera de la vista de la gente después de las cinco.
Digamos que a esa hora la montada lucía enhiesta frente a
la Catedral., y que por Avenida de Mayo la columna informe de
resistentes llegaba solo a acercarse al edificio del gobierno
porteño.
La ciudad encendida, hecha un fuego por las columnas que
habían sido expulsadas de la Plaza, como de tantas partes.
Muchos del trabajo, otros de sus casas, o de hoteles familiares, o del club, del almuerzo
y la cena, de la educación, del
disfrute, de la vida digna. Pues ellos se rebelaron. Lo hicieron
sin conducciones, por el fervor de ocupar la calle y dar combate
con rudeza. Entonces, de a miles, por todo el centro de la
ciudad, estallaron con una bravura olvidada. Fueron mujeres,
muchas mujeres, con sus chicos; jóvenes incansables;
parejas que escapaban de la mano para no perderse en la multitud,
huyendo de los gases; hombres de traje que habían perdido
el saco y llevaban la camisa mojada como un pañuelo en la
cara; músicos de bandas de rock, de cumbia,
del Colón; motoqueros; una maestra jardinera herida en una
pierna, gritando que los odia, que los odia. Y parándose,
volviendo a correr, para intentar recuperar la plaza. Sabiendo,
tal vez, que en esos combates habían asesinado a cinco
jóvenes, entre ellos ese muchacho al que ella vio
desangrarse sobre el cemento, con
una bala 9 milímetros en la cabeza que salió del
interior del Banco HSBC de
Avenida de Mayo y Chacabuco.
En los combates del 19 y 20 confluyeron
básicamente 3 grupos
sociales, con sus métodos y contenidos de lucha y con
un nivel de organización y conciencia desiguales y
combinados. Por un lado el sector piquetero, que expresa al
movimiento de trabajadores desocupados y a una parte de los
ocupados que toman esta experiencia para el desarrollo de su
propia pelea, más que nada por su proceso de
acumulación previa y el rol del ejemplo, y en esos
días en concreto su
participación por grupos o inclusive individual más
que organizadamente como movimiento.
Por otro lado un sector del proletariado, el más
golpeado y hambreado pero inorgánico y que
basándose en la experiencia histórica salió
a expropiar alimentos en
forma más o menos masiva. Y finalmente un componente que
también se incorporaba a la lucha en forma reciente, que
tiene que ver con los sectores más altos del proletariado,
los asalariados de la ciudad, del comercio y los
servicios en
general, y un sector de la pequeña burguesía que se
vio violentamente expropiada con el "corralito".
Así piquetes, saqueos y cacerolazos confluyeron y
se unificaron el 20 en el asedio de horas a la Plaza de Mayo y la
resistencia y el enfrentamiento a la represión que
terminó con la huída en helicóptero de De La
Rua , la caída del gobierno de la Alianza.
Pero la situación no fue la misma en todas
partes, queda una última evidencia que refuerza la
sospecha de muchos acerca de las diferencias abismales entre Gran
Buenos Aires y Capital Federal: en la planta de Coto en
Panamericana, los empleados formaron un cordón protector
armados de palos y caños, y anunciaron que estaban
dispuestos a lo que sea para proteger su fuente de trabajo de la
multitud que los rodeaba, ante la inmovilidad de policía y
gendarmería. Mientras la capital festejaba la caída
de Cavallo, la provincia seguía buscando qué comer.
Allí, la gente quería ya no vivir mejor, sino
apenas vivir. En el Gran Buenos Aires durante esa madrugada se
vivieron horas de pánico ante los rumores de los saqueos
de viviendas particulares y muchos vecinos se "acuartelaron" en
sus casas y hasta se formaron brigadas con gente armada para
protegerse de los posibles saqueos. Estos rumores muchas veces
fueron originados por la policía misma o por patotas
municipales para asustar a la gente y evitar que salieran a la
calle.
En la provincia de Buenos Aires, las 48 horas de saqueos
dejaron nueve muertos, 97 heridos y 2444 detenidos. Todos los
muertos fueron civiles, dos de ellos adolescentes
de 14 y 15 años. Son víctimas caídas bajo la
furia o la desesperación de pequeños comerciantes
de barrio. Los negocios
más asaltados, de acuerdo con la información suministrada por la
policía, fueron los supermercados y autoservicios de
barrio, es decir los más chicos. Como
característica general se trató de los negocios que
tuvieron menos custodia policial. Casi todas las muertes se
produjeron en ellos.
De la
utopía a la organización
Asambleas Populares
Como se mencionara en la introducción, Diciembre de 2001
constituyó uno de esos momentos en los que gran parte de
los sectores populares ocupan el espacio público, se ponen
como sujetos y producen un corte en la historia, planteando los
grandes objetivos que signarán de ahí en más
el devenir histórico de la sociedad por todo un
período. Es el momento carismático que caracteriza
a todo cambio
histórico profundo. Es en momentos como éstos que
los objetivos se expresan en forma "utópica". El momento
de la gran utopía que expresa lo máximo a lograr,
sin matices, sin concesiones. Ese es el significado profundo del
"¡que se vayan todos, que no quede ni uno solo!". Esa
consigna conserva hoy en día toda la validez que tuvo
desde el primer momento. Quienes interpretan que fracasó
completamente porque volvieron todos, o mejor, se quedaron todos,
en realidad confunden el momento utópico con el de los
proyectos.
La utopía abre el ámbito, desbroza el
terreno en el que se pueden realizar los proyectos. Sin
éstos, la utopía queda vacía. Ninguna
utopía se puede realizar inmediatamente. El "¡que se
vayan todos!" es la utopía de una nueva sociedad de
relaciones fraternales, horizontales, en la que todos sean
reconocidos como sujetos y tengan la posibilidad de realizarse
plenamente, si quieren pude llamarle comunismo. Pero
es esa utopía expresada en negativo, porque los "todos"
que se tienen que ir son los que expresan el proyecto neoliberal
privatizador, flexibilizador, que ha producido la
devastación del país.
En la pueblada que levantó la citada
utopía convergieron amplios sectores populares formados
por profesionales, amas de casa, estudiantes, trabajadores
ocupados y desocupados, militantes, vecinos, hombres y mujeres de
los barrios y del centro. Entre ellos es necesario resaltar la
amplia participación de sectores pertenecientes a la
denominada "clase media" golpeada, humillada y engañada.
Es especialmente, aunque no exclusivamente, este sector el que
comienza a organizarse en Asambleas, tomando el ejemplo de los
movimientos de desocupados, donde la asamblea es el piquete
que no se ve, lugares en los que se discute todo". El
movimiento asambleario se desarrolló en el momento de
máximo fervor, entusiasmo y expectativas que tuvieron
lugar en los primeros meses después de la rebelión.
Desde ese momento, el movimiento popular fue atravesado por un
intenso y acalorado debate sobre
el significado de la pueblada y, en consecuencia, sobre lo que
era necesario hacer. Fue común la interpretación literal del ¡que se
vayan todos!, confundiendo completamente el momento
utópico con el del proyecto. Como los que debían
irse no se fueron, esta interpretación sólo produjo
desilusión y frustración. Las organizaciones de
la izquierda tradicional, en general, interpretaron el
fenómeno de las asambleas como un nuevo espacio para
captar militantes y bajar las consignas "justas" de las que ellos
son sus legítimos creadores. Muchas veces la asamblea fue
el espacio en la cual diversas organizaciones disputaban sus
espacios de poder, contribuyendo, de esa manera, a su
disolución.
Desde el sistema, expresado en los medios de
comunicación (a los que las Asambleas Populares
escarcharon en varias oportunidades), y desde las intervenciones
discursivas del gobierno, se baja actualmente el mensaje de que
las asambleas ya no existen, están muertas, lo cual no
deja de ser una mentira dirigida a difundir el desaliento. Es
cierto que muchas asambleas desaparecieron, otras se dividieron,
otras se encuentran reducidas a una pequeña
expresión. Pero también es cierto que hay asambleas
que no sólo no murieron, sino que se consolidaron y
crecieron, sobre todo cualitativamente. Muchas tienen local en el
que realizan talleres de música, de folklore, de
tango, de
teatro;
seminarios de filosofía, economía, deuda externa,
ALCA;
emprendimientos productivos; ollas populares, merenderos. Se
crean espacios de reflexión y discusión
política en los que suelen confluir diversas
asambleas.
Pero mucha de la gente que salió a las calles y
plazas no sabía lo que quería, sino más bien
lo que no quería. Sus actos fueron transformándose
en conciencia. Era como si un nuevo rostro le apareciera frente
al espejo, después de cada cacerolazo, represión
policial o asamblea. Esa mutación se expresó en un
derroche de consignas cantadas cuya unidad se establecía a
partir de lo que se denunciaba, se negaba, se odiaba, repudiaba y
cuestionaba. Como síntomas de crecimiento, las consignas
fueron señalando tanto la buena salud como las fallas
genéticas del proceso y sus protagonistas. Desde el
comienzo se mezclaron consignas de distinto carácter y objetivos.
Con ese grado de espontaneidad, "materia prima
de lo consciente", comenzó a constituirse este movimiento
social organizado en asambleas barriales. Las asambleas proyectan
la búsqueda de un espacio libertario, democrático,
igualitario, de identidad, donde poder darle muerte a la
anomia y la impunidad. En
ese remolino de irreverencia democrática, también
son rechazados el dirigismo sofocante y el centralismo
irreflexivo de la izquierda. El sector más activista de
las asambleas lo componen los nuevos militantes surgidos de los
cacerolazos, donde las mujeres imprimieron un sello particular.
Por la cantidad que participa en las marchas y tareas, pero sobre
todo por el despliegue de iniciativas en las asambleas y
comisiones. Como parte constitucional de esa camada de nuevos
activistas también está la militancia de izquierda,
la organizada en partidos y la otra. De hecho, se
estableció una nueva relación que le impone el
desafío de ejercitar un nuevo aprendizaje.
Inédito en muchos sentidos, la obliga a modificar
hábitos estructurados por años en sus
rígidos locales, programas y
modelos
históricos. Y en esta dinámica se evidencia un choque cultural
entre viejas y nuevas prácticas. La izquierda estuvo
enfrentada al dolor de tener que resignar no sólo formas,
sino programas, conductas y relaciones humanas. Aunque tuvo la
ventaja de ser testamentaria de un cuerpo teórico
sólido formado en la tradición del movimiento
comunista internacional y en el movimiento obrero.
Los efectos aumentados de la crisis económico
social afectaron el desarrollo y las actividades de las asambleas
barriales orientándose en una segunda etapa hacia la
resolución de problemas
sociales y urbanos sin abandonar la deliberación
encarada inicialmente, y en muchas veces profundizando
debates.
Surge entonces en ellas una combinación
inédita para el tratamiento político de las
cuestiones sociales en la ciudad que se distingue del encarado
por otras formas organizativas que actúan sobre el
territorio como las ONGs, partidos políticos y
dependencias estatales. De esta manera comienzan a poner en
funcionamiento para los vecinos del barrio merenderos, ollas
populares, emprendimientos de economía solidaria, ferias
artesanales, talleres de oficios, bibliotecas,
etc., muchas veces en lugares públicos de la ciudad que
habían sido previamente abandonados. En todos estos casos
los problemas
sociales no aparecen escindidos de los políticos en la
medida que las intervenciones en el espacio urbano,
particularmente el local y más inmediato del barrio,
permite relaciones más horizontales entre los vecinos
basadas en sus vínculos cotidianos, el
conocimiento más inmediato de los problemas existentes
en el barrio, y a la ausencia en las asambleas de liderazgos
formalmente reconocidos. Sin embargo aparecieron dificultades
para la implementación de estas actividades -sin contar
las diversas formas represivas que padecieron- siendo una de
ellas la heterogénea conformación de las asambleas,
que si bien aporta riqueza por la diversidad de expresiones e
iniciativas que fomenta, incluyó también distintos
conflictos por
hegemonizarlas.
La caída del gobierno de De la Rúa fue el
episodio final de una espiral de deterioro político y
económico que se desarrolló durante todo el 2001.
El año había comenzado con expectativas favorables
luego del llamado "blindaje" financiero que la Argentina
había acordado con el FMI. Sin embargo,
la reactivación económica no llegaba. El 2 de marzo
renunció el ministro de economía, José Luis
Machinea, cuya gestión
había perdido el apoyo de las principales figuras de la
Alianza gobernante que lo habían respaldado originalmente.
En su lugar fue designado Ricardo López Murphy, cuya
gestión terminaría en apenas dos semanas: su plan
para recortar gastos y reducir
así el déficit fiscal
provocó la renuncia de varios ministros y la
reacción desfavorable de la mayor parte del arco
político y sindical.
El 20 de marzo, quien había sido el superministro
de la primera gestión de Carlos Menem y objeto de las
críticas de la Alianza, Domingo Cavallo, asumió
como la última tabla de salvación del gobierno de
De la Rúa. Las elecciones legislativas realizadas el 14 de
octubre se caracterizaron por un nivel sin precedentes de votos
en blanco y nulos, que ascendieron en total a casi 4 millones, el
21,1%. La oposición justicialista se impuso ampliamente en
todo el país. La desconfianza general aceleró la
fuga de depósitos que ya venía sufriendo el sistema
bancario.
El 1 de diciembre, ante la posibilidad cierta de un
crack financiero, Cavallo impuso un límite a la
extracción de dinero por
parte de los depositantes. Fue el nacimiento del "corralito". A
través de la confiscación de los ahorros, el
gobierno apostó a dejar esperando a los pequeños
ahorristas, mientras su dinero era utilizado para licuar las
deudas empresarias convertidas en pesos. Esta estafa contra la
clase media se podría haber evitado obligando simplemente
a los bancos a devolver
el dinero, que
sus grandes socios y clientes fugaron
desde el mes de julio. Desde esa fecha se esfumaron de los bancos
unos 26.000 millones de dólares pertenecientes a 87
grandes tomadores de crédito, lo que dejo cautivos en el
corralito sólo a los pequeños ahorristas, que
representan el 78 % del total de 1,6 millones de depositantes con
cuentas
inferiores a 25.000 dólares. Esta masa de afectados tan
extendida explica por qué los cacerolazos son tan
populares.
La salida de capitales se convirtió en fuga, el
endeudamiento de las empresas desembocó en quiebras, la
pérdida del poder adquisitivo paralizó el comercio
y la caída de la recaudación dejó al Tesoro
sin un peso. Los datos de este
derrumbe son escalofriantes y retratan un cuadro propio de
guerras o
desastres
naturales que la Argentina no ha padecido. El país
venía soportando la virulencia de las crisis
periódicas del capitalismo, las desventuras de la
inserción periférica y las consecuencias de la
política económica de la última
década. La combinación de estos tres procesos
explica la magnitud de la depresión
en curso, que es semejante a la padecida en los 90 por otros
países dependientes.
Entre el 20 de diciembre de 2001 y el 12 de febrero de
2002 se cuentan treinta y siete "agresiones" a importantes
personajes o símbolos de la política nacional y
provincial. Dos ex presidentes, cuatro senadores, nueve
diputados, tres ex ministros, dos gobernadores. Uno a uno
abucheados en la calle, el restaurante, avión o manejando
su auto. Una irreverencia donde lo nuevo intenta tomar venganza
de la impunidad. Gritos ofensivos, empujones, incluso trompadas.
Hasta el sagrado placer porteño de tomar café
con leche y
medialunas les fue vetado. La explosiva inestabilidad obedece al
descreimiento popular generalizado en todas las instancias del
régimen político y su estado. La población
movilizada percibió a estas instituciones como
instrumentos del empobrecimiento y la depredación que
sufrió el país. La investidura presidencial fue
profundamente erosionada por el vertiginoso cambio de figuras y
por el ejercicio del gobierno por decreto en favor de la clase
dominante.
El abismo de la población con el poder
legislativo fue aún mayor, porque los diputados y
senadores del régimen acumulaban escandalosos prontuarios
de coimas, obtenidas a cambio de leyes favorables
a las grandes empresas. El poder judicial
fue visto como la encarnación de la corrupción organizada, ya que sus
máximas autoridades consagraron los turbulentos contratos con las
empresas privatizadas y garantizaron impunidad de sus
artífices.
Si los políticos del régimen concentraron
el mayor desprestigio, es porque representan la cara visible de
este sistema al ejercer la profesión de engañar al
pueblo para proteger los intereses de los representantes del
imperialismo por un lado, como el FMI, el Banco Mundial,
y de la gran burguesía nacional y transnacional por otro.
Un ejemplo de esto es el colapso del radicalismo, luego de
coronar su último fracaso gubernamental con una
expropiación de ahorristas que nunca olvidará la
clase media. La centroizquierda se recicló
despegándose a último momento de los gobiernos que
promovió y luego abandonó, cuestionando una
supuesta "traición". Pero estas maniobras
camaleónicas ya fastidian a un gran sector de sus
seguidores.
Finalmente Duhalde, vicepresidente de Menem durante su
primera gestión, fue nominado como quinto presidente
argentino en el transcurso de dos semanas, merced a un pacto de
la Alianza con el Peronismo avalado
por toda la "clase política" que el pueblo venía
repudiando activamente en las calles. En estas condiciones el
Peronismo fue convocado nuevamente por la clase dominante para
reconstituir el estado. La misma asamblea que siete días
antes había convocado a elecciones -diseñadas a
medida de los caciques justicialistas a través de la
ley de lemas-
decidió cambiar el libreto luego del interinato de
Rodríguez Saa. Este "caudillo" de la provincia de San Luis
provocó a la población movilizada con la
designación de viejos funcionarios ladrones y fue tumbado
después de un cacerolazo, cuando el mismo Parlamento que
lo había elegido le quitó su apoyo.
Frente a la reactivación de la sublevación
popular todos los voceros de la clase dominante exigieron
"contener el caos y frenar la disolución del estado",
mediante la designación de un hombre fuerte
del justicialismo sostenido explícitamente por la UCR y el
Frepaso. Duhalde, representante acabado de la "mafia
política", inmediatamente integró un gabinete de
coalición y buscó reintroducir un mínimo de
estabilidad, combinando la demagogia con la represión,
como lo demostró la preocupación de ese gobierno
por lograr el accionar conjunto de las fuerzas de
represión interior. Atemorizado por el desenlace del
gobierno anterior buscó evitar en los primeros meses una
represión salvaje. A partir de mayo del 2002, molesto con
la imagen de "gobierno débil" que el FMI esgrimía
para esquivar la firma de un nuevo acuerdo y acosado internamente
por las presiones para adelantar las elecciones, ese gobierno de
Duhalde decidió asumir la represión
aleccionadora que el poder económico y su propia
estructura le
demandaban. En este sentido, la masacre de Avellaneda el 26 de
junio de 2002, como reconoció el propio secretario de
Seguridad de
entonces, Juan José Álvarez, fue una
decisión política avalada por los partidos
tradicionales.
Pero la misma crisis que corroe al régimen se
trasladó al interior del justicialismo y los mismos
choques que enfrentan a los capitalistas se canalizan en la lucha
entre caudillos de ese partido. Menen demolió la
tradicional expectativa de los trabajadores en el peronismo,
debilitó el sostén estructural de ese movimiento al
diezmar a la burguesía nacional y deterioró con su
prédica neoliberal la cohesión ideológica de
esa organización. Duhalde fue el último cartucho
para recomponer el agónico régimen vigente y
asumió para preservar a los legisladores, jueces y
funcionarios actuales de la clase capitalista. Su receta fue
apuntalar con "más de lo mismo" a un régimen que
perdió legitimidad en la mayoría de la
población.
A veces los procesos de lucha de clases son
difíciles de dimensionar mientras están en curso,
en los momentos donde a una gran pelea le sigue un periodo de
relativa calma o inclusive retroceso, o cuando luego de una
batalla importante todo parece volver a su cauce anterior y
entonces el balance es que no alcanzó, que la
situación no pudo modificarse sustancialmente y que el
enemigo retomó el control, a veces
con la sensación de que están aún más
fuertes que antes. Los procesos de acumulación tienen
hilos que aparecen como invisibles en lo inmediato, pero en
determinados momentos la cantidad se transforma en calidad y ya nada
vuelve a ser lo mismo.
Los hechos de diciembre de 2001 pueden caracterizarse
como una rebelión popular donde años de
reivindicaciones económicas insatisfechas y frustraciones
electorales saltaron al terreno político de una vez, como
lo expresó la consigna "que se vayan todos". Este es un
elemento central de la situación: el eje de la lucha se
trasladó al terreno político y es
básicamente un cuestionamiento a los partidos, a los
políticos de siempre, y en gran medida a las propias
instituciones de la democracia burguesa.
La experiencia no solo de la lucha económica sino
la experiencia siempre contradictoria de la lucha de clases
más general, donde a la larga van quedando en evidencia
las actitudes de
los distintos actores, fueron traduciéndose en una
acumulación inorgánica tal vez pero
acumulación política al fin, que se
manifestó fundamentalmente como un repudio al
régimen democrático burgués, a sus partidos
políticos y principales Personeros. A partir del 20 de
diciembre esto se transformó abiertamente en una crisis
que hizo tambalear al régimen de dominación
política, esto es la democracia burguesa tal como la
conocíamos desde el 83 hasta hoy. Todo su sistema de
partidos, sus principales figuras, que son escrachadas y corridas
a golpes por la calle, y buena parte inclusive de las propias
instituciones del estado burgués, están casi
fatalmente deslegitimados frente a la población
movilizada. Esto pone en crisis a las formas de
gobierno y obliga a la burguesía a una intensa
búsqueda de fórmulas que le permitan estabilizar la
situación.
En el Apéndice que sigue se ofrecen tres
artículos que hacen referencia directamente a los hechos
de diciembre, aunque desde diferentes perspectivas. En primer
lugar, se trata de una entrevista a
Luis Zamora, uno de los pocos políticos que no cayó
en tela de juicio, sino que por el contrario tuvo una
actuación destacada, aunque insuficiente quizás, en
el proceso de movilización. En segundo término se
ofrece una crónica periodística de Marta Dillon
acerca de los saqueos. Y por último un texto de James
Petras, que desde una perspectiva más "literaria" analiza
la crisis de diciembre de 2001.
Testimonios:
Luis Zamora (*)
En diciembre se abrió un proceso riquísimo
porque, a través de una pueblada, salió a la
superficie un descontento que se venía acumulando desde
hacía décadas contra el modelo económico y
contra el régimen político. Un aspecto destacable
es que este descontento no salió como una expresión
electoral, sino a partir de una movilización
espontánea tan fuerte que tiró abajo a un gobierno
al que le faltaban más de dos años de mandato y
que, encima, había sido votado por los sectores que
hicieron punta en la protesta.
Los acontecimientos del 19 y 20 han sido
inéditos, cuesta encontrar ejemplos similares porque no
fueron convocados ni dirigidos por ninguna organización ni
dirigente. No fue sólo una movilización de
descontento sino que hubo que poner el cuerpo, fue de combate
callejero y costó la vida de 30 personas cuando De la
Rúa decidió recurrir a las fuerzas de
represión y asesinar, con tal de mantenerse unas horas
más y poder negociar.
Otro de los aspectos ricos fue que dio lugar al
surgimiento de procesos asamblearios, de autogestión, de
ocupación por parte de los trabajadores de las
fábricas abandonadas por sus patrones. Se abrió
todo un proceso de construcción de poder desde abajo. Se
combinaron algunos procesos que venían de antes, como el
de los trabajadores desocupados, con otros nuevos como las
asambleas, las ocupaciones, los comedores comunitarios,
etcétera. Algunos más significativos que otros,
como la
administración de los trabajadores de algunas
empresas, cuestionando directamente la propiedad
privada. Hay otros procesos, también importantes, pero con
rasgos menos profundos en el cuestionamiento al régimen
político y al sistema capitalista, como son los comedores
comunitarios.
A mi modo de ver, hoy sigue habiendo un proceso muy rico
en la cabeza de muchísima gente. Un proceso que
continúa más allá de los lógicos
avances o retrocesos que puedan haber en las acciones.
Sigue abierto un proceso revolucionario en la cabeza de millones,
algo hermoso, que es lo más apasionante que se está
dando en la Argentina de hoy. Opino que hay una búsqueda,
que hay un pueblo que está reflexionando sobre todo, que
está repensando todo. El rechazo a todas las instituciones
(al Parlamento, al Poder Judicial, a la Policía, a la
Iglesia, a los
sindicatos…) ha generado una
búsqueda de alternativas, aunque esto sea por ahora muy
embrionariamente.
El proceso de búsqueda y de construcción
alternativa es, como suele ocurrir, mucho más lento de lo
que uno quisiera.
La tarea es estimular y extender estos procesos y
también hay que escuchar. Un revolucionario, alguien que
se plantea derrotar al capitalismo y toda su barbarie, para poder
aportar, debe escuchar y aprender de lo que los pueblos hacen.
Más que nunca hay que huir de dogmatismos y del pensamiento
único, no sólo del de la clase
dominante.
La consigna que aprendimos de la voz del pueblo, el "Que
se vayan todos, que no quede ni uno solo", para mí
sintetiza el fundamental objetivo de
hoy. Vendría a ser algo así como "Abajo la
dictadura", es decir, "Abajo este régimen político,
esta democracia capitalista".
"Que se vayan todos" es entendido de muchas formas pero
tiene, en el fondo, esta riqueza de decir: "¡Basta!
Váyanse y no vengan otros a hacer lo mismo. No queremos
más este régimen político, estas
instituciones".
Yo sigo viendo combatividad. Por ejemplo, cuando
vacían una fábrica los trabajadores reaccionan, no
se resignan, no dicen "no se puede". Aunque haya miedo,
confusión, inseguridades, yo veo que sigue habiendo
combatividad. El gran desafío es articular todos los
procesos que se están dando con otros que, por ahí,
no se están dando, pero que existen potencialmente y
pueden estallar en cualquier momento.
* Entrevista publicada en la revista
Bandera Roja, en noviembre de 2002.
"¡Vengan que la cana no viene
y hay aceite y pan
dulce y sidra y todo!"
por Marta Dillon*
Sobre la avenida Gaona, entre Ciudadela y Ramos
Mejía, se extendió una alfombra de
mercadería desparramada. Arroz, fideos, latas de tomate que
explotaron sobre el asfalto; un dibujo de
vidrios y litros de vino y cerveza
fermentados al sol. Frente a algunos locales, perros guardianes
tensan la cadena que los ata a sus amos, hombres armados que se
reivindican dispuestos a todo. Ellos no van a llorar como "los
chinos" viendo sus negocios arrasados por los saqueos, les van a
hacer frente. "Si vienen, los cago a tiros." En las esquinas hay
corrillos de vecinas que se preguntan por qué no quemar
ellas mismas la Casa de Gobierno, "eso es lo que hay que hacer,
no robarle a la buena gente". Son clientas de un supermercado
saqueado, conocen al dueño desde hace treinta años,
un hombre que se agita al borde del infarto viendo
las ruinas de su negocio. Sus empleados tienen los ojos rojos
-"¡pobres, van a perder su trabajo!", dice una vecina- y
buscan entre los restos algo que devolver al local.
Ahí se encuentran con dos mujeres que hacen lo
mismo, rescatar mercadería entre todo lo que ha sido roto
o aplastado, pero para sí. Y las corren, les sacan lo que
tienen; las vecinas les gritan "negras chorras", las mujeres se
aferran a lo que tienen, zafan, se van. Entonces, sí, dos
horas después de producidos los saqueos llega la
policía, cinco comandos patrulla
y un patrullero. Los efectivos se bajan con las armas cargadas,
alguien les reprocha haber llegado tarde pero igual les
señala a una pareja que lleva unas bolsas. Los atrapan,
los tiran al piso, esposan al muchacho. Alguien más ve a
otros que también podrían ser saqueadores, no
llevan nada, no tienen más de 14, la policía los
lleva detenidos. Entonces las vecinas aplauden y el dueño
del local Superuno, José Vieytes, vuelve a agitarse:
"¿Me querés decir qué carajo aplauden?".
Fue una de las últimas postales de un
día que en lugar de pasar fue desintegrándose. En
Ciudadela empezó temprano, a la madrugada, igual que en
buena parte del oeste del Gran Buenos Aires, cuando grupos de
vecinos levantaron las persianas de algunos minimercados y se
llevaron lo que pudieron. "Lo que pasa es que si saqueás
la policía te corre y yo no estoy para eso, tengo cinco
hijos y el menor enfermo, todos vivimos de lo que hacemos una
amiga y yo trabajando por horas. Por eso me vine para acá,
para ver si me dan algo, un pan dulce, un aceite, una sidra,
algo. Pero me dieron tres bolsas y me las arrancaron de las
manos." Al mediodía Rosa tiene aún las manos
vacías. Está parada detrás de un
camión de Coto que salió desde el hipermercado, del
otro lado de la Autopista del Oeste, para descomprimir esa
multitud que se había reunido en los playones del nuevo
Centro Comercial de Ciudadela, presionando contra una cantidad
similar de empleados atrincherados detrás de carritos de
compra. Rosa se enteró de los saqueos viendo llegar a su
barrio, el Ejército de los Andes, a las vecinas con
comida. Pero hasta que no vio por la tele que la iban a repartir
no fue a buscarla. Una vez allí levantó las manos
como todos intentando atrapar lo que se tiraba del camión,
luchó por retener lo conseguido y golpeó la
persiana del camión cuando éste la bajó con
la promesa de ir a buscar más mercadería. Pero el
camión tarda demasiado en volver y cada vez son más
en la esquina de la colectora donde esperan. Ahí
está Verónica, por ejemplo, la mayor de doce
hermanos, la que para la olla con 28 años y 120 pesos
ganados por quincena. "Hoy ni fui a la fábrica de
almohadones, me conviene venir a buscar algo acá, veo la
gente y la sigo, no soy yo sola, somos todos."
Y todos se empujan por una calle lateral, por seguir al primero,
nada más. Cualquier persiana es tentadora, pero la masa
que se va formando no es estúpida. "¡No, los
chiquitos no, loco, vamos al Maxiconsumo, está acá
a la vuelta!". Unos a otros se ponen límites en
el camino para desbordarse en Gaona 4441, en el hipermercado
mayorista. En un minuto la reja de la playa de estacionamiento
cae. Unos ladrillos huecos sirven para romper los vidrios
más altos y desde allí se bajan paquetes de
gaseosas que no conforman a nadie. Al principio la gente cree que
tiene que trabajarrápido, puede llegar la policía,
y se desesperan por levantar una persiana. Se abre una rendija
sobre el piso. Varios cuerpos se echan de costado, unos sobre
otros como mamones buscando una teta, estirando los brazos
más allá de la cortina metálica. Ahí
hay algo, hay harina, fideos, aceite, lo que buscan lo dejaron
allí los empleados encerrados en las oficinas creyendo
ingenuamente que con un cebo en las puertas sería
suficiente. Pero la presión es
mucha y la persiana cede, se pliega como una sábana y como
si fuera la cueva de Alí Babá se abren las puertas
del paraíso. El hipermercado está lleno, la noticia
corre de boca en boca, hay pañales, toallitas
íntimas, shampoo, las mujeres lo dicen a los gritos:
"¡Vengan que la cana no viene, hay aceite, sidra, todo!". Y
era cierto, durante una hora y media la policía no
apareció. A pesar del miedo, el exceso de un galpón
con siete pisos de estanterías que sólo
había que tomar puso el "Felices fiestas" en boca de
todos.
"El tema es que la gente tiene hambre, ¿qué vas a
hacer frente a eso, cómo los conformas?" El hombre no
quiere dar su nombre, es uno de los gerentes de Maxiconsumo y
trata de calmar a una de las dueñas de la cadena de 22
sucursales. "¿Por qué no vienen, por qué?",
gritaba la mujer mientras
veía la sangría de sus depósitos, sus
carritos, sus bandejas. Una parejita se toma de la mano en la
explanada de un estacionamiento en el que estallan las gaseosas
como fuegos artificiales. Ella está llorando, ¿por
qué? "No sé, estoy hecha pelota." Dos efectivos
policiales de la comisaría segunda de Tres de Febrero
llegan no se sabe a qué. "¿Qué pasa con los
refuerzos, Gómez?", dice uno por el handy con su escopeta
de balas de goma, "vacía", dice. Los refuerzos son dos
efectivos más, dicen sin identificarse que las
órdenes son "no reprimir ni disuadir frente a las
cámaras. Y nos siguen como abejorros, así que
nada". Después de dos horas de saqueo sin pausa tiran
gases dentro del galpón ya casi sin gente y la salida deja
a más de uno con cortes de vidrio, golpes
por las patinadas en un piso bañado en aceite,
algún bastonazo de los agentes de seguridad privada que
descargan su impotencia.
Pero no fue suficiente. Algunos llegaron tarde y ya buscan un
nuevo negocio, a dos cuadras hay otro supermercado. El
dueño Wan Cahu So llegó hace un año y su
desesperación bañada en lágrimas se
repetirá hasta el hartazgo por televisión. En su local no quedó
nada y nadie detuvo el saqueo. Se llevaron hasta las
góndolas, las heladeras y los ventiladores. La
mercadería se cargaba en remises, autos, bicicletas,
carritos. Seguiría el Super uno, un local "premium"
según un diploma que otorgó American Express,
allí donde la policía llegó cuando ya no
había nada. Y después el Coto de Rivadavia en Ramos
Mejía y el EKI descuento, del otro lado de la vía.
La vida cotidiana empezó a detenerse al paso de la
muchedumbre que buscaba nuevos objetivos. En Casa de Gobierno se
firmaba el estado de sitio. En Ciudadela, a la misma hora, los
vecinos se armaban para defender sus locales y ya nadie
podía decir claramente quién era el
enemigo.
Extraído de la edición de Página/12 del 20 de
diciembre de 2001
Argentina, una navidad con
comida, juguetes y
muertos
por James Petras
24 de diciembre del 2001 / Traducido por
Rebelión
Pablo y Diego corrían por la avenida, pasando
mucha gente que entraba y salía corriendo de supermercados
y negocios de electrónica. Una columna de jóvenes
iba por la calle cantando:
Ya se acerca nochebuena
Ya se acerca navidad
Pero el pueblo esta en la calle
Y el gobierno ya se va…
Pablo agarró el brazo de Diego y apuntó
hacia una calle estrecha:
-Por ahí, -gritó.
Se dieron vuelta abruptamente y comenzaron a correr lo
más rápido que les permitía la brevedad de
sus piernitas.
Pablo había pasado durante meses por delante de
una tienda de juguetes al volver de la escuela,
deteniéndose a mirar un inmenso volquete rojo con su
cabezal basculante. Incluso trató de arrastrar a su madre
al negocio al acompañarla a hacer sus compras del
sábado por la mañana. No sirvió para nada.
Siempre la misma respuesta:
-Hoy no, no hay plata. Otro día, cuando tenga
trabajo.
Pero hoy, el 20 de diciembre, todo iba a cambiar. Su
padre, su mamá y sus hermanos mayores habían salido
con bolsas.
-Papá Noel vino temprano este año, -le
dijo su hermana.
-¡Dile que me traiga el camión rojo! -le
gritó Pablo, pero ella ya había partido.
Pablo se juntó con Diego y caminaron, pasando los
neumáticos en llamas y las esquirlas de vidrio. Diego
apuntó hacia su amigo Gustavo que iba en una bicicleta
nueva.
-¿De dónde la sacaste?
-Mi papá me la dio ayer por la noche..
Se fue zigzagueando entre los despojos desparramados por
la calle.
Pablo asió el brazo de Diego.
-¡Vamos a buscarnos nuestros regalos de Navidad!
-¿Dónde? -Diego lo miró
incrédulo.
-A la tienda de juguetes, -gritó
Pablo.
Al acercarse al negocio vieron a un grupo de
jóvenes rompiendo vidrieras y corriendo.
-Ahí es.
Pablo metió la mano por la vidriera destrozada.
Agarró el volquete rojo mientras Diego atrapaba un tren
eléctrico.
Oyeron gritos desde el interior de la tienda y
comenzaron a correr. Sonó un tiro. Pablo abrazó su
volquete y se agachó. Diego estaba en el suelo, sangrando.
Pablo corrió hasta la esquina y pidió ayuda. Cuando
llegó la ambulancia Diego estaba muerto. Seguía
aferrado firmemente a la locomotora.
Cuando Pablo llegó a su casa, había sacos
con comestibles y una tira de asado, pero todos estaban
agitados.
-Tu papá está en el hospital y arrestaron
a tu hermano, -sollozó su madre.
-¡Mataron a Diego! -exclamó
Pablo.
El día de Navidad hubo más carne y regalos
que en cualquiera Navidad anterior, pero también
más tristeza: Claudio, su padre, estaba en el hospital, su
hermano Mario en la cárcel, y Diego muerto.
Por toda la villa circulaba un olor poco usual a asado y
se veía el extraño espectáculo de niños
con bicicletas, y corriendo con zapatillas Nike nuevas. Pero el
silencio dominaba en las casas y entre los niños en la
calle.
Pablo jugaba solo.
"Argentina: valoración general tras 18 meses
de lucha popular". James Petras. Traducido para
Rebelión por Manuel Talens. Publicado en www.rebelion.rg
<http://www.rebelion.rg> el 11 de junio de
2003.
"Argentina, una navidad con comida, juguetes y
muertos". James Petras. Publicado en www.rebelion.org
<http://www.rebelion.org> el 24 de diciembre del 2001.
Traducido por Rebelión
"El Argentinazo: Lecciones positivas de la acción
directa de masas". James Petras. Publicado en www.rebelion.org
<http://www.rebelion.org> el 29 de diciembre del 2001.
Traducido para Rebelión por Germán
Leyens.
"La Argentina después del 19 y 20 de diciembre.
Las tareas de los revolucionarios hoy" Jorge Guidobono. Publicado
en la revista Bandera Roja (órgano de la Liga Socialista
Revolucionaria) en Noviembre de 2002.
"Argentina: Cómo domina la clase dominante".
Claudio Katz. Publicado en www.rebelion.org
<http://www.rebelion.org> el 21 de octubre del
2003.
"Asambleas barriales e imaginarios sociales. Sobre las
formas de resistencia en la Argentina contemporánea".
Amilcar Salas Oroño.
"Asambleas barriales: un balance provisorio".
Tomás Calello. Instituto del Conurbano-Universidad
Nacional de Gral. Sarmiento.
"Crisis por arriba, insubordinación por abajo".
Claudio Katz. 4 de enero de 2001. Extraído de "Pimienta
negra", 6 de enero de 2002.
"El Corralito Financiero de Argentina". Villar,
Sofía Soledad, 2002. Publicado en www.econlink.com.ar
<http://www.econlink.com.ar>
"El paisaje de la gran rebelión". Claudio Katz.
Buenos Aires, 5 de marzo de 2002. Publicado en
www.pensamientocritico.org
<http://www.pensamientocritico.org>
"Argentina: Emergencia y desafíos de las
asambleas barriales". Modesto Emilio Guerrero. Revista
Herramienta Nº 19. www.herramienta.com.ar
<http://www.herramienta.com.ar>
"Las asambleas, de la utopía a los proyectos".
Rubén Dri. Buenos Aires, 19 de diciembre de 2003.
Publicado en www.lafogata.org
<http://www.lafogata.org>
"Sobre el significado de las jornadas del 19 y 20 de
diciembre". Cuadernos para la militancia. Elementos de debate
sobre la situación actual. Marzo 2002 / Refundación
Comunista.
Carta abierta a la Junta Militar, Rodolfo Walsh,
C.I. 2845022, Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.
Darío y Maxi. Dignidad
Piquetera. El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la masacre del 26
de junio en Avellaneda. Movimiento de Trabajadores Desocupados
Anibal Verón. Ediciones 26 de Junio.
"El Estado sitiado". Juan Forn. Página/12, 20 de
diciembre de 2001.
"La chispa que encendió la mecha". Luis
Bruschtein. Página/12, 20 de diciembre de 2001.
"La música de la bronca". Andrea Ferrari.
Página/12, 20 de diciembre de 2001.
"Nosotros". Sandra Russo. Página/12, 20 de
diciembre de 2001.
"El conurbano, armado hasta los dientes después
de los saqueos. Un paseo por la tierra
arrasada". Marta Dillon. Página/12, 20 de diciembre de
2001.
"Los pobres contra pobres". Laura Vales.
Página/12, 20 de diciembre de 2001.
"El día (y la noche) del no va más".
Martín Granovsky. Página/12, 20 de diciembre de
2001.
"Saqueos y saqueadores". Horacio Verbitsky.
Página/12, 20 de diciembre de 2001.
"Fernando de la Rúa se fue como quien se
desangra". Martín Granovsky. Página/12, 21 de
diciembre de 2001.
"Parieron al modelo en 1989 y lo entierran en 2001".
Luis Bruschtein. Página/12, 21 de diciembre de
2001.
"Padres saqueadores". Mempo Giardinelli.
Página/12, 21 de diciembre de 2001.
"Buenos Aires sin control, desde la furia al
saqueo". Eduardo Videla. Página/12, 21 de diciembre de
2001.
"La batalla de Plaza de Mayo". Cristian Alarcón.
Página/12, 21 de diciembre de 2001.
"Es un jueves muy triste". Victoria Ginzberg.
Página/12, 21 de diciembre de 2001.
"Todo al grito de políticos de mierda". Laura
Vales. Página/12, 21 de diciembre de 2001.
"Es una hoguera". Susana Viau. Página/12, 21 de
diciembre de 2001.
Federico Iglesias
Investigación sobre la crisis de diciembre de
2001
Materia: Problemas Socioeconómicos
Contemporáneos I
Universidad Nacional de General Sarmiento