- Introducción a su vida y
obra - De 1810 a 1812
- Desde 1812 hasta
1815 - Desde 1815 hasta
1817 - Desde 1817 hasta
1820 - Desde 1820 hasta
1850
Desde 1764 hasta 1810
Figura prócer, por excelencia, de la Historia Nacional, Primer
Jefe de los Orientales y primer estadista de la Revolución
del Río de la Plata, según acertadamente se le ha
llamado.
Nacido el 19 de junio de 1764, hijo de Martín
José Artigas y Francisca Antonia Arnal, según la
partida que luce al folio 209 del Libro Primero
de Bautismos de la Catedral de Montevideo, su abuelo, Juan
Antonio Artigas, había sido uno de los primeros pobladores
de la Ciudad.
Concurrente cuando niño al Colegio Franciscano,
recibió la mediocre enseñanza de la época, y hecho
jovencito, pasó durante su juventud a
ocuparse en faenas rurales en la campaña despoblada, donde
las autoridades, poco más de nominales, eran incapaces de
tener a raya al gauchaje levantisco, y de contener los avances y
tropelías de los grupos de indios
charrúas y minuanos, más numerosos, pero no peores,
que los contrabandistas portugueses que infectaban la zona.
La que podría llamarse carrera de armas de
José Artigas, principia el día 10 de marzo de 1797,
cuando ingresó en el Cuerpo de Blandengues, unidad militar
cuyas funciones eran,
en lo principal, funciones de policía y vigilancia.
De entrada tuvo a su cargo una partida recorredora de los
campos, y ascendió sucesivamente a ayudante mayor de
milicias de caballería y luego a capitán, hasta que
el 3 de setiembre de 1810 recibió el mando de una
compañía veterana de Blandengues de la Frontera.
Su actividad continua en el servicio era
prenda de orden para los estancieros y pobladores de la campana,
y garantía cierta de vidas y haciendas.
En esa carrera, donde comprendió la esencia de la
realidad popular que debía imponer las directivas a su
obra de hombre
público, tuvo ocasión de convivir, casi un
año, en íntimo contacto con Félix de Azara,
sabio naturalista español y
hombre de profundos y variados conocimientos, cuyas ideas en
materia
económico – social Artigas asimiló indudablemente,
pues aparecen más tarde en varias de sus concepciones de
hombre de gobierno.
Azara, en los años 1801 – 1802, desempeñaba
funciones oficiales como encargado de límites en
la frontera con Portugal.
Las autoridades superiores de la colonia, por su lado,
compartían el buen concepto general
sobre Artigas y existen múltiples e inequívocas
pruebas de la
confianza y consideración que, de Gobernador abajo,
mereció de los funcionarios españoles.
Querido y respetado por la gente de campo, su valor y sus
condiciones de soldado se hacían presentes, de modo
natural, sobre el elemento criollo, que penetraba bien el sentido
de justicia
equitativa y tolerante, característica, del Capitán
de Blandengues.A la hora de las invasiones inglesas marchó
a combatir contra los extranjeros "herejes", y el día en
que Montevideo fue tomada por ellos (3 de febrero de 1807)
dirigiose al campo con el propósito de organizar fuerzas
que resistieran en el interior.
Sobre un primer plantel de trescientos hombres, reclutado con
la cooperación del saladerista Secco, agrupando los peones
de las estancias y los paisanos que acudían a ponerse a
sus órdenes, prestamente tuvo Artigas elementos de
fuerza y,
sobre todo, posibilidad de movilizarlos y ponerlos en acción
por la buena calidad y
abundancia de los montados.
Pero no fue preciso llegar a la lucha, pues los ingleses
evacuaron el Río de la Plata, en derrota, y el
señorío colonial de España
pudo reanudar su marcha con la misma lamentable torpeza y cortas
miras de un régimen anquilosado, en disolución
espontánea.
Cuando se trata de salvar los intereses públicos, se
sacrifican los particulares
De este modo, la Revolución del 25 de Mayo de 1810 en
Buenos Aires
halló a Artigas reintegrado a sus funciones de
policía en la campaña, pero no ajeno a las ideas
nuevas que fermentaban.
Sirviendo hasta ese entonces a las órdenes del
Brigadier José Muesas en la Colonia del Sacramento, el
Capitán Artigas abandonó las filas españolas
en febrero de 1811, cruzando el Río Uruguay rumbo
a Buenos Aires, en compañía de Rafael Ortiguera,
Teniente de su misma Compañía, para ofrecer su
espada a la patria.
Su concurso, que Mariano Moreno ya había
señalado como valioso, se aceptó por la Junta
Revolucionaria el día 15 de febrero cuando acudió a
presentarse, y Artigas tuvo el encargo de preparar, desde la
fronteriza provincia de Entre Ríos, el levantamiento de la
Banda Oriental, utilizando al efecto sus relaciones y su
prestigio en la tierra
nativa y los hilos que virtualmente estaban tendidos.
Los primeros pronunciamientos tuvieron por teatro el pueblo
de Belén, en el Alto Uruguay, y la costa del arroyo
Asencio, Soriano, y a su preparación no era ajeno
Artigas.
La hora esperada parecía haber sonado y con los
auxilios que proporcionó la Junta, la cual lo había
promovido a Teniente Coronel efectivo por decreto de 9 de marzo
de 1811, arribó a su provincia al mes justamente de tener
el mando -9 de abril de 1811- a fin de tomar intervención
personal en la
guerra,
trayendo a sus inmediatas órdenes ciento cincuenta plazas
del Batallón de Patricios.
Aceptado generalmente como verdad que el desembarco se haya
producido por el actual departamento de Colonia, en la Calera de
las Huérfanas, hay pareceres muy respetables que
consideran que la ruta de Artigas debió ser, saliendo de
Entre Ríos, camino que lo llevó al campamento de la
capilla de Mercedes de Soriano, lugar donde asentaban las fuerzas
patriotas, cuya jefatura le habían confiado las
autoridades de Mayo al General Manuel Belgrano, a su regreso,
vencido, del Paraguay.
Llamado éste a Buenos Aires a responder del fracaso de
dicha expedición, el General José Rondeau fue el
jefe que vendría a sustituirlo.
Artigas asumió la jefatura de la vanguardia
patriota iniciando marchas hacía el Sur. Su presencia
determinó una rápida agudización del
sentimiento insurreccional, puesto de manifiesto por las
innumerables incorporaciones de gente en armas por la patria,
según se aprecia en toda la extensión de la
provincia que, llamada entonces Banda Oriental, pronto se
halló bajo el control de los
patriotas.
Solamente los pueblos de cierta importancia, con Montevideo
como baluarte principal, quedaron bajo la obediencia de las
autoridades españolas. Las primeras hostilidades no
tardaron en producirse, registrándose triunfos para la
patria en El Colla, Porongos, Paso del Rey sobre el río
San José -21 de abril- y en el ataque y toma de la Villa
de San José el 25, mientras oficiales suyos vencían
a los españoles en Maldonado y en San Carlos.
Artigas iniciaba entonces, a la vez una carrera de
político y de soldado que sólo debía durar
nueve años, que no son nada, si bien se mira, en una vida
que totalizó ochenta y seis, pero que fueron bastantes
para que, por su obra y su gravitación futura, pueda
considerársele como una de las personalidades más
vigorosas y completas de la historia continental.
Trasladado su Cuartel General a San José, Artigas
reunió sus fuerzan con las de su pariente Manuel Antonio
Artigas, y avanzando con unos mil hombres sobre los realistas que
operaban en Canelones, obtuvo sobre ellos, al mando del
Capitán de Marina José Posadas, el 18 de mayo de
1811, la victoria de Las Piedras, batalla campal en que el jefe
español rindió su espada al soldado montevideano y
donde éste -al decir del Deán Funes-
"manifestó un gran valor y un reposo en la misma
acción, con que supo encender y mitigar a un mismo
tiempo, las
pasiones fuertes y vehementes de su tropa".
Las dianas de la Provincia Oriental resonaron, así,
como los primeros acentos triunfales de la Revolución
de Mayo. Otras, que las estrofas del himno nacional argentino
recuerdan: San Lorenzo, en las altas barrancas del Paraná,
y Suipacha, en los lejanos confines del Virreinato, harían
eco a las dianas de San José y de Las Piedras.
Continuando su marcha rumbo al Sur, el 21 del propio mes de
mayo el ahora Coronel Artigas apareció con sus huestes en
el Cerríto, altura de donde se divisa de cerca Montevideo,
e intimó rendición al gobernador Francisco Xavier
Elío, que mandaba la más poderosa plaza fuerte de
España en las costas del Atlántico.
El español, como es natural, rechazó de plano al
emisario artiguista y fue preciso pensar en la
formalización del Primer Sitio de Montevideo.
El nuevo jefe enviado por la Junta Revolucionaria, General
José Rondeau, llegó recién el 1° de
junio al campo del Cerrito, tomando enseguida la dirección de las fuerzas patriotas.
La invasión de un ejército portugués a
las órdenes del General Diego de Souza, que en julio del
año 11 penetró hasta Melo y Maldonado, y cuyo
auxilio había conseguido el jefe español encerrado
en Montevideo para favorecer comunes intereses dinásticos
de los Borbones de la Península, uniéndose a los
reveses militares experimentados por la causa independiente,
cuyos soldados al mando de Balcarce habían sido deshechos
en Huaquí (en el Alto Perú) llevaron a que la Junta
de Buenos Aires iniciara negociaciones con Javier de
Elío.
De los tratos, resultó el armisticio del 20 de octubre
de 1811, por el que se estipulaba el levantamiento del sitio de
Montevideo, mantenido desde hacía casi un semestre por las
armas patriotas, debiendo retirarse de la Banda Oriental los
ejércitos de Buenos Aires y los del portugués,
reconociéndose así en ella la autoridad
española. A consecuencia de ese convenio la Provincia
Oriental venía a hallarse subyugada y sin defensa,
segregada de hecho de las que se denominaban unidas.
La Junta designó a Artigas Gobernador de Yapeyú,
pareciendo que no le quedaba a nuestro destemido Capitán
otra solución que convertirse en un jefe subalterno
más dentro de las filas del ejército independiente.
Pero Artigas, aceptando el cargo que se le confiaba,
resolvió con la firmeza serena de los que llevan misión,
sustraer a las gentes coterráneas que bien podía
llamar suyas, al yugo de los españoles, y convertido en
jefe de todo un pueblo, superando lo tremendo del momento,
emprendió marcha a su jurisdicción.
Rumbo al Norte, costeando casi el Río Uruguay,
llevó tras de sí los tres mil hombres escasos del
ejército a sus inmediatas órdenes, pero le
seguía una caravana de quince mil personas, de toda edad y
de toda clase social,
que configuró el histórico cuanto extraordinario
episodio denominado El Exodo del Pueblo Oriental.
Tres meses duró la nunca vista marcha, de octubre a
diciembre de 1811 y al llegar al Salto del Uruguay, y puesto por
medio el obstáculo del gran río como defensa
natural de los portugueses. Artigas acampó con su gente en
el Ayuí, en la margen derecha, en tierras de la
jurisdicción misionera sobre las cuales era
gobernador.
El convenio de 20 de octubre entre españoles y
porteños, no podía, razonablemente, tener
andamiento, pues en la mala fe de las partes contratantes estaba
el secreto de su debilidad, y los portugueses invasores de la
Provincia Oriental tomaron a poco de andar tal empuje, que la
autoridad de Buenos Aires vio el peligro real que ello
significaba en el mapa político. Entonces se propuso
reforzar a Artigas acampado en el Ayuí, y hacer frente, en
la provincia, a los invasores.
Gaspar Vigodet, sustituto de Elío en el gobierno de
Montevideo alegó el convenio de octubre y amenazó
con oponerse a aquél propósito con las armas en la
mano. Un gobierno triunviral, que había sustituido en
Buenos Aires a la Junta, procediendo con más
energías que ésta, denunció el armisticio el
6 de enero de 1812.
La presencia de los portugueses significaba en esos momentos
una grave complicación y el gobierno del Triunvirato,
contando con los buenos oficios del representante de Inglaterra en la
corte de Río Janeiro, pudo negociar el tratado que
ajustaron los respectivos plenipotenciarios, Juan Rademaker y
Nicolás Herrera, firmándolo en Buenos Aires el 4 de
mayo de 1812. La evacuación de la provincia por las tropas
del General Souza, aunque demorada por éste cuanto le fue
posible, era un hecho al finalizar agosto.
El campo quedaba libre para dilucidarse la cuestión de
vida o muerte entre
españoles y patriotas, y en esas circunstancias, el
General Sarratea con un cuerpo de ejército pasó al
Ayuí a entrevistarse con Artigas, para convenir la manera
de traer la guerra inmediatamente a la Banda Oriental,
reanudándose la lucha.
Las intrigas en el Ayuí, iniciadas con la
designación de Sarratea, en cuanto significaba posponer al
jefe natural y reconocido de la Banda, agravaron la
situación provocando la defección de algunos jefes
que habían seguido a Artigas en el Ayuí, como
Ventura Vázquez, Valdenegro, su jefe de Estado Mayor,
a la par que fomentaban las deserciones entre la tropa.
No obstante esa inconducta y las desinteligencias que
fatalmente provocó, Artigas se puso a órdenes de
Sarratea y repasando el Uruguay vino de nuevo a su tierra, con
sus soldados y su pueblo, Rondeau, jefe de la vanguardia del
ejército de las Provincias, fue el primero en llegar
frente a Montevideo, fijando reales en el Cerrito el 20 de
octubre, y dando vigor al Segundo Sitio que las partidas
patriotas de José E. Culta tenían principiado en
cierto modo y las cuales se le unieron de inmediato para remontar
el ejército independiente hasta el número de dos
mil hombres.
El 31 de diciembre del año 12, rechazando una salida de
Vigodet, José Rondeau logró la victoria del
Cerrito.
El 20 de enero del año 1813, Artigas llegó al
Paso de la Arena del Santa Lucía, con sus tropas
calculadas en unas cinco mil plazas.
Sarratea arribó al campo sitiador con poca diferencia,
acentuando con ello la prevención con que se le miraba en
el ejército. Artigas, por su lado, declaró que se
mantendría al margen de las operaciones si
aquel continuaba en su cargo, y como uno de sus jefes, el
comandante Fructuoso Rivera, materializando la hostilidad, se
apoderó de las caballadas del ejército. Rondeau,
con plena visión de lo que acontecía, se dispuso a
cortar por lo sano, y provocando en el mes de febrero una
reunión de los jefes subalternos -extra ordenanza y
sediciosa si se quiere- significó a Sarratea la necesidad
de resignar el mando y alejarse del sitio.
Rondeau asumió entonces funciones de General en Jefe y
Artigas, de inmediato, el 26 de febrero de 1813, vino al
campamento del Cerrito a ponerse a sus órdenes para el
sitio.
En este instante el español Vigodet, encerrado en
Montevideo, considerando posible sustraer a Artigas de la causa
de la patria, efectuó en tal sentido un hábil
sondeo con promesas de confiarle un alto puesto de mando, pero el
caudillo lo rechazó según correspondía.
La posesión de la Provincia Oriental por sus nativos
era un hecho, y estando, a la fecha, en funciones la Asamblea
General Constituyente reunida en Buenos Aires, consideró
Artigas que había llegado el momento de hacerse
representar en el cónclave que legislaba para todos. En
esa inteligencia,
los pueblos de la Banda, previamente invitados a hacerlo,
enviaron sus diputados al Congreso de Peñarol, cuyas
sesiones Artigas abrió personalmente, el 4 de abril de
1813.
Entonces dirigió a los diputados el célebre
discurso en
que abdicaba de los poderes omnímodos que había
investido hasta ese día, principiando con estos
párrafos: "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante
vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno
goce de vuestros derechos: ved ahí el
fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también
todo el premio de mi afán".
Después de exigir a Buenos Aires satisfacciones por
agravios anteriores y garantías de futuro, el Congrego
resolvió la designación de cinco diputados a la
Asamblea Constituyente de Buenos Aires, correspondiendo uno a
cada uno de los cinco cabildos existentes en la Provincia, de los
cuales cuatro eran sacerdotes, y el quinto un antiguo oficial de
Blandengues. Los diputados orientales marcharon a su destino
provistos de un programa concreto, al
que debían ajustar su conducta, el cual
ha pasado a la historia con la denominación de
Instrucciones del Año XIII.
Se trataba de una pieza político-jurídica de
alcance y significación incomparables, por los fundamentos
democrático – republicanos que contenía, verdadero
canon de una "Carta Magna" para
las Provincias Unidas. Las cláusulas fundamentales de las
Instrucciones de Artigas eran las siguientes:
- independencia absoluta de las colonias;
- sistema de confederación de las provincias
conforme a un pacto de reciprocidad; - libertad civil y religiosa en toda su
extensión; - la libertad,
la igualdad y
la seguridad
de los individuos de cada provincia, que debían
constituir la base de los gobiernos locales y del gobierno
central; - independencia de los tres
poderes del Estado; - autonomía provincial en su manejo interno;
soberanía, libertad e independencia de la Provincia Oriental:
aniquilación del despotismo militar merced a trabas
constitucionales; - exclusión de Buenos Aires como capital
federal; - garantías de comercio
para ciertos puertos orientales.
Los congresales de Buenos Aires, de tendencias manifiestamente
centralistas y oligárquicas, se espantaron ante la
posibilidad de que se pudieran traer al debate
postulados de semejante audacia, llenos de inmensa importancia
histórica y doctrinal, y que planteaban problemas que
a ellos no les interesaba resolver.
Ante una perspectiva semejante y pretextando defectos de forma
en la elección, el Congreso no aceptó los diputados
de la provincia Oriental: rechazando los hombres esperaba
rechazar las ideas.
"En el ambiente
agreste, donde el sentir común de los hombres de la ciudad
sólo veía barbarie, disolución social,
energía rebelde a cualquier propósito constructivo,
-dice Rodó- vio el gran caudillo, y sólo él,
la virtualidad de una democracia en
formación, cuyos instintos y propensiones nativas,
podían encauzarse como fuerzas orgánicas, dentro de
la obra de fundación social y política que
había de cumplirse para el porvenir de estos pueblos".
Frustradas todas las tentativas de avenimiento en lo relativo
a la no admisión de los diputados. Artigas
contemporizó todavía, manteniéndose en
posición razonable, pronto a entrar en el terreno
conciliatorio, el que se le llamara.
De aquí nació la idea de convocar a un nuevo
congreso provincial. Este se reunió en la Capilla de la
chacra de Maciel, en la margen del Arroyo Miguelete, el 8 de
octubre de 1813.
La obra de estos asambleístas, dirigidos por
políticos hábiles que actuaban detrás del
General Rondeau, vino a dar por tierra con todo lo resuelto en el
Congreso de Abril, llegando hasta deponer a Artigas del gobierno.
Pero tan lejos fueron en la maniobra, que la Asamblea
Constituyente de Buenos Aires no se atrevía a admitir en
su seno a los diputados de Capilla de Maciel.
Ante semejante actitud de los
políticos de Buenos Aires, Artigas, por segunda vez -el 20
de enero de 1814, se retiró del Sitio de Montevideo
llevando consigo más de tres mil hombres. Iba a extender
el radio de su
influencia cada día mayor sobre las provincias litorales,
donde lo reconocían como jefe, y sus pasos se encaminaron
al Norte, deteniéndose en el pueblo de Belén.
Gervasio Antonio Posadas, Director de Buenos Aires,
respondió con el decreto de 11 de febrero,
declarándolo traidor y enemigo de la patria ofreciendo un
premio de 6.000 pesos al que lo entregara vivo o muerto. Artigas,
por su parte, declaró la guerra al Directorio,
aprestándose a combatirlo.
En esos días, el Virrey de Lima, General Pezuela, le
enviaba por un propio una carta sugiriéndole la
posibilidad de un convenio que lo favoreciera, impuesto de que
Artigas -fiel a su monarca-, sostenía sus derechos. Pero
Artigas lo respondió: "Han engañado a V.S. y
ofendido mi carácter, cuando le han informado que yo
defiendo a su ley… Esta
cuestión la decidirán las armas… Yo no soy
vendible, ni quiero más premio por mí empeño
que ver libre mi nación
del poderío
español…"
La caída de Montevideo en manos de los porteños
el 20 de junio de 1814 pareció en un momento que iba a
solucionar el conflicto.
Torgués, al frente de sus milicias, reclamaba la plaza en
nombre de Artigas, y la respuesta de Alvear fue el envío
de fuerzas que lo sorprendieron en las proximidades de Las
Piedras.
Organizaron los vencedores nuevas autoridades en la ciudad, y
el 16 de junio vino de Buenos Aires Nicolás
Rodríguez Peña, nombrado delegado del Directorio
Supremo y Gobernador Intendente.
Posadas y sus amigos políticos, si bien no estaban
dispuestos a entregar Montevideo al Jefe de los Orientales,
tampoco excluían la posibilidad de hallar cuando menos un
modus-vivendi. En ese orden de ideas, tras la "Misión
Amaro – Candiotti", el decreto que ponía a Artigas fuera
de la ley quedó revocado el 17 de agosto.
Pero la situación de guerra existía de hecho, y
el regreso a Montevideo del General Alvear,
momentáneamente alejado de la plaza, exacerbó los
ánimos del elemento provincial.
Artigas tenía su Cuartel General en los potreros de
Arerunguá, en el actual departamento del Salto, mientras
Torgués y Rivera operaban en el sur con excelentes
medios de
movilidad, y al cabo de varios encuentros parciales donde la
suerte no favoreció del todo a los directoriales, Alvear
se avino a entrar en arreglos, dispuesto a tratar con los
emisarios que mandara Artigas a Canelones.
Pero no se procedía de buena fé, y el
propósito era ganar tiempo, simulando que se retiraban las
tropas. Estas fuerzas, mandadas por Soler, se hicieron sentir
prestamente en la zona de Colonia y luego en San José.
El Coronel Manuel Dorrego, al frente de una fuerte columna,
recibió orden de marchar hacia el interior y en el curso
de sus operaciones logró sorprender a Torgués en
Marmarajá el 6 de octubre, obteniendo un triunfo
fácil pero engañoso. Sacó de él una
idea plenamente falsa respecto al poderío y la fuerza de
resistencia de
las huestes artiguístas.
En esa convicción decidióse a batir a Fructuoso
Rivera y después de varias alternativas, reforzados ambos
ejércitos, aquel joven Capitán de Artigas le
infligió tan tremenda derrota en Guayabos -el 10 de enero
de 1815-, que Dorrego apenas pudo escapar con una cincuentena de
hombres, vadeando enseguida el Río Uruguay.
El Directorio, comprendiendo que la partida estaba perdida, se
propuso transar sobre la base del reconocimiento de los derechos
de la Provincia Oriental a gobernarse a sí misma. El
delegado Nicolás Herrera abarcó pronto la realidad
de las cosas, y se convino que la plaza sería evacuada por
las tropas porteñas, conforme se efectuó el 25 de
febrero de 1815. Al día siguiente Torgués entraba
en Montevideo con título de Gobernador Militar.
En este primer gobierno patrio, el poder fue ejercido
sucesivamente por Torgués y por Miguel Barreiro, conforme
a delegación de Artigas, y en su periodo se instituyeron
la primera bandera y el primer escudo de armas de la Provincia
Oriental.
Al mismo corto período corresponden también
varias generosas iniciativas de progreso y de orden, como la
creación de la Biblioteca
Nacional y los servicios de
rentas y policía reorganizados.
El caudillo, entretanto, permanecía en su campamento
del Hervidero, como activo factor de los sucesos que iban a
desarrollarse en el vasto escenario de las provincias. Estos
culminaron en la sublevación del ejército
directorial en Fontezuelas, lo que aparejó la caída
de Alvear y la disolución de la Asamblea Constituyente que
sesionaba en Buenos Aires, el 16 de abril de 1815.
El Coronel Alvarez Thomas, erigido como nuevo Director,
trató de acordar su política con la de Artigas a
quien la Provincia Oriental reconocía como su jefe
natural, mientras que las de Entre Ríos, Corrientes, Santa
Fe y Córdoba eran gobernadas por elementos que
respondían a sus propósitos.
Una Liga Federal estaba virtualmente constituida, y Artigas
trazaba sus rumbos con el título de Protector de los
Pueblos Libres, buscando la
organización bajo el gobierno federativo
democrático, derivado de la voluntad popular, base de toda
soberanía.
Es en tal ocasión que Alvarez Thomas envió al
gran caudillo, a varios jefes de la fracción vencida,
prisioneros y rehenes, para que dispusiera su castigo. Este no
los quiso admitir, diciendo con altiva nobleza que él no
era "el verdugo de Buenos Aires".
Como debe notarse muy bien, en este trascendental momento
histórico Artigas adquiere perfiles de estadista que
supera el título de simple jefe de una provincia. Sus
firmes rumbos democráticos, sus ideas de gobierno con
fórmulas o concepciones adivinadas apenas en otras partes
del mundo, uniéndose a la enorme vastedad del escenario,
lo convierten en una figura continental.
Los dos principios
antagónicos que se disputaban la primacía en el
antiguo virreinato platense se hallan frente a frente y de modo
claro. El federalismo con
el Protector, que sienta sus bases en el Congreso de
Concepción del Uruguay -julio del año 15-, y el
unitarismo de Buenos Aires con su Directorio, que proclama la
independencia de las Provincias Unidas por boca del Congreso de
Tucumán, el 9 de Julio de 1816, elaborando una constitución inaplicable y buscando como
fórmula de solución el implantamiento de una
monarquía absurda.
No era fácil prever hasta qué extremos
podría llegarse en la lucha, y poco seguros de su
fuerza, los hombres de Buenos Aires maniobraron en el sentido de
traer al terreno a los portugueses, que eran dueños del
Brasil,
enderezándolos contra Artigas bajo la acusación de
que su existencia e influencia significaban un poderoso foco de
anarquía, cuyo fuego podía comunicarse a las
provincias meridionales del Reino.
La ocasión tan esperada de posesionarse de la margen
izquierda del Río Uruguay, redondeando
geográficamente por el sur la inmensa colonia americana,
sueño dorado de la monarquía portuguesa, se iba a
convertir en una realidad, y la Provincia Oriental fue invadida
por cuatro cuerpos de ejército. Eran más de diez
mil hombres al mando del General Carlos Federico Lecor, militar
experimentado y político de dudosa moral. En
agosto de 1816, los primeros soldados portugueses hollaron
nuestro territorio.
El unitarismo monárquico vio venir la invasión
que lo libraría del caudillo federalista, con la
tranquilidad y satisfacción de un cómplice.
Artigas se aprestó a la resistencia, solo y ajustado al
plan que sus
mismos enemigos iban a reconocer excelente y el único
posible. Pero la victoria dio la espalda a los patriotas: Artigas
personalmente fue derrotado en Carumbé el 27 de octubre;
Rivera, su mejor lugarteniente, tuvo igual destino en India Muerta
el 19 de noviembre.
Mientras tanto, los invasores progresaban por el sur
internándose cautelosamente hacia Montevideo, cuyo
Cabildo, sin espíritu suficiente, desorientado por
promesas de Buenos Aires, negoció el 8 de diciembre del
1816 la anexión de la Banda a las Provincias Unidas a
cambio del
auxilio armado de éstas, acuerdo que Artigas
rechazó, y que Buenos Aires no iba a cumplir tampoco.
El año 1817 se inició más pródigo
en reveses todavía, escalonando en enero las jornadas
infaustas de Catalán, el 4; Aguapey, el 19; y la
pérdida de Montevideo, donde Lecor entró vencedor
el 20, enarbolando en la Ciudadela las banderas de Portugal. Los
cabildantes, escasos de dignidad, se
mostraron obsecuentes y sumisos al extranjero.
Mientras tanto, Artigas, que exigía al Directorio se
definiera ante la lucha contra el enemigo portugués, no
obtuvo respuesta, y entonces, responsabilizándolo ante las
aras de la patria de su inacción y de su traición a
los intereses comunes, le declaró la guerra el 13 de
noviembre de 1817.
A esa hora, la Provincia Oriental estaba perdida militarmente:
jefes de prestigio como Bauza y los hermanos Oribe habían
defeccionado las filas artiguistas en octubre, y Lavalleja y
Torgués fueron tomados prisioneros en febrero del
año siguiente.
En 1819, la situación ante los progresos de los
portugueses sólo alcanzó a empeorarse al cabo de
dos años de guerra tan despareja como enconada y
sangrienta, y aunque el 4 de diciembre el sol de una
promisora victoria brilló para los nuestros en el combate
de Santa María el 22 de enero de 1820, Andrés
Latorre perdió la batalla de Tacuarembó,
revés que configuró un verdadero desastre.
Recuperar la patria en el litoral ganando la guerra a Buenos
Aires, era la única concepción genial que
podía imaginarse, y Artigas iba a tentarla empleando en
ella su último empuje y su postrer esfuerzo.
Con un corto número de hombres a caballo -tal vez no
sumarían 300- vadeó el Uruguay por última
vez, a solicitar el auxilio de los caudillos federales de Entre
Ríos, Corrientes y Misiones, que se habían formado
a su lado, y a los cuales él había enseñado
a vencer. Pero sus antiguos tenientes habían crecido
sobremanera y entonces tenían ya no sólo intereses
propios, sino alarmantes ambiciones de mando, y no podían
acudir con ánimo entero al llamado del antiguo Protector.
Las intrigas, las promesas y el dinero de
Buenos Aires trabajaban y obtenían resultados
maravillosos. De este modo Artigas sólo encontraría
indiferentes o enemigos declarados como Francisco Ramírez,
el Gobernador de Entre Ríos, que lo desacató en
forma abierta e insolente.
Artigas, que no era hombre capaz de soportar actitudes
semejantes sin primero jugarse íntegro. Llevó sus
armas contra el Gobernador y lo batió completamente en Las
Guachas el 13 de junio de 1820, pero Ramírez, cuya
inconducta le había ganado el apodo de "El Traidor" -que
debía acompañarlo para siempre en la historia-
logró rehacerse gracias a las tropas y las armas que el
gobierno de Sarratea le proporcionó desde Buenos Aires y
Artigas fue derrotado sucesivamente en Bajada del Paraná,
las Tunas y Abalos en el término del invierno.
Toda esperanza estaba perdida; "el plan genial" no pudo ser
realidad, y de este lado del río, el Coronel Fructuoso
Rivera -último jefe de la resistencia nacional- se
había visto en la precisión de rendirse al
extranjero odiado.
Entonces, Artigas, atravesando la Provincia de Corrientes hizo
rumbo al Paraguay, donde gobernaba el Dr. Rodríguez
Francia.
Embarcándose en el puerto de Candelaria, antigua capital
de las Misiones, cruzó el anchuroso Paraná el 5 de
setiembre de 1820, después de separarse de la casi
totalidad de sus compañeros, que restaron en la margen
izquierda, y fue a presentarse a las autoridades paraguayas.
Noticiado el Dictador Supremo Gaspar de Francia de su arribo,
lo consideró desde el primer momento como prisionero suyo,
y en ese concepto lo retuvo siempre, primeramente en
Asunción donde se le alojó por un corto tiempo y
después en Curuguaty, remoto pueblo de negros que le fue
señalado como término de destierro,
asignándole por varios años -gobierno curioso el
del tirano- el pago de un sueldo equivalente al de Capitán
que Artigas había alcanzado en los ejércitos de
España. Sin embargo, cuando supo que invertía en
limosnas el dinero que
podía sobrarle, el Supremo le suspendió el
estipendio.
Vivió en aquel rincón miserable casi diecinueve
años, hasta que Francia desapareció del mundo en
1840, siempre acompañado de sus fieles morenos Ansina y
Lencina. Entonces, más libre pero siempre
teniéndolo en vigilancia, el gobierno sustituto del tirano
le permitió trasladarse a residir en Ibiray, distrito
próximo a la Asunción, el que poco después,
cuando Carlos Antonio López vino a ejercer las funciones
de Presidente de una república más o menos nominal,
fue incluido entre los límites de la jurisdicción
de la Santísima Trinidad.
En aquella morada que le había cedido el Presidente
dentro de los límites de un latifundio suyo fueron
transcurriendo los días del Protector, iguales y
monótonos, absorbido por el ambiente, en una vida de
hombre del pueblo modestísima. Allí, el viajero
francés Alfredo De-mersay le hizo del natural, a fines de
1846 o principios del 47, el retrato único del
Prócer que haya llegado hasta nosotros.
La familia de
López -parece probado- dispensaba al Protector ciertas
atenciones, y las gentes sencillas y pobres de los contornos,
habituadas al trato diario lo estimaban de veras,
llamándolo "Carai Marangatú", predicado
consagratorio que se ha traducido en imperfecta versión
como "Padre de los Pobres", cuando, según lo dijo el
delegado paraguayo Dr. Boggino en una reunión rotariana en
el Salto, en 1939, la traducción exacta de las palabras guaraníes, con sentido más hondo y
no menos consagratorio, quieren decir "Bondadoso
Señor".
Las noticias que
concreta y fielmente poseemos de los años del Paraguay son
pocas, y en cambio las leyendas y las
amables mentiras abundan y proliferan, pero este no es el sitio
donde haya que examinarlas a la luz de la sana
crítica.
Lo más importante de todo, o sea lo que toca a las
gestiones que se tentaron para que Artigas se reintegrase al
país, es asunto poco claro, pues las administraciones
paraguayas de la época pudieron haber realizado y
realizaron acaso, recónditas maniobras tortuosas que
configuraran una exterioridad no ajustada a la realidad de los
hechos. Tal vez Artigas, en el fondo de su cautiverio,
ignoró la llegada de los delegados uruguayos y sus mismas
gestiones. Harían falta papeles directos, que no han
aparecido hasta hoy, para disipar estas dudas, en vez de las
referencias de segunda mano emanadas de las mismas autoridades
que lo tenían bajo custodia y con arreglo a las cuales hay
que conjeturar y deducir.
Dejó de existir Artigas en la misma propiedad que
el presidente López le había cedido, el 23 de
setiembre de 1850, probablemente de senilidad y sin dolencia
definida, pues no hay ninguna versión cierta y concreta de
las circunstancias que rodearon el deceso.
Sus restos, seguidos de tres o cuatro vecinos, recibieron
silenciosa sepultura en el Cementerio de la Recoleta, situado a
corta distancia de la quinta, y allí quedaron en la fosa
26 del sector denominado "Campo Santo de los Insolventes", pues
nadie obló los dos pesos del derecho que cobraban los
curas.
En aquellas tierras coloradas reposaron hasta el día en
que el Dr. Estanislao Vega, nuestro agente diplomático
enviado por el gobierno del Presidente Flores, los reclamó
y se recibió de ellos cinco años después, el
20 de agosto de 1855, para volverlos a la patria, y ser
depositados en el Panteón Nacional, donde los esplendores
de la gloria y de la justicia histórica vendrían a
restablecer sobre la urna que los encierra.
Aquellas mentiras a gritos, aquellas insolentes calumnias de
gaucho, ignorante, malevo y traidor, estampadas hasta en los
libros de
escuela,
avergonzarían hoy a los mismos que las
escribieron.
Para su rehabilitación no se necesitaba sino una cosa:
estudiarlo con espíritu imparcial y juzgar de acuerdo con
lo que surgía de los documentos.
Focalizado y estudiado así, podemos comprender sin
violencia que
Artigas -conforme a lo dicho por un escritor argentino- tuvo que
ser acreedor a la gracia de un alto favor especial que pudo
permitirle "haber sido tan impetuoso en sus ideas, tan prudente
en sus juicios, tan humilde en su conducta, tan austero en su
vida, tan fuerte en la adversidad, tan pobre en la muerte y
tan grande en todo momento".
Gran calumniado de nuestra historia, la era polémica
primitiva en lo que se refiere a la
personalidad del Protector de los Pueblos Libres -ha escrito
el Dr. Gustavo Gallinal- puede considerarse clausurada para
nosotros y su figura se yergue sobre las fronteras,
señoreando cada día un escenario histórico
más vasto.
Pero ni han terminado ni tendrán término la
agitación, el choque, la remoción de ideas en
torno a su
figura, como no se cierran en torno a ninguna personalidad
creadora, cuyos actos y cuyos pensamientos se proyectan hacia el
porvenir.
Mientras tanto -para decir con palabras de Héctor
Miranda- "sus hechos están ahí, solemnes y
elocuentes, resonando para siempre en la Historia. Ellos
demuestran la superioridad intelectual del patricio, su potencia de
espíritu, su inmensidad de pensamiento".
Material de la biblioteca José Gervacio
Artigas
Jorge Pedoja