- Marco
Teórico - Desde el origen de la
civilización occidental hasta la víspera de la
revolución industrial - Teoría autogestionaria:
de la ideología a la ciencia - Conclusiones
- Bibliografía
Quiero partir aclarando que este estudio no pretende
situarse en una postura "objetiva" o neutra; sólo intenta
ser honesto. Este trabajo se
basa en una crítica
radical a los sistemas de
dominación, y su autor se cuenta entre aquellos que aman
el cooperativismo, la mutualidad, la
autogestión y otras expresiones de la economía solidaria y
democrática. De todos modos, se intentó una
investigación coherente, fundada en
fuentes
verificables y que evitara cualquier tipo de
tergiversación.
No debe asustarse el lector con el barroquismo de este
documento; es un reflejo de la
personalidad de su autor y del momento histórico en
que vivimos. Los analistas del desarrollo de
las artes dicen que los estilos fluctúan u oscilan entre
lo clásico y lo barroco,
siendo estos últimos períodos los que presagian
importantes transformaciones. Es lo que sucedió en la
primera mitad del siglo XVIII con el Rococó, época
en que se estaban fraguando trascendentales cambios que se
concretarían en la segunda mitad de esa
centuria.
Los temas vinculados a la autogestión en Chile
han ocupado a unas cuantas personas desde fines de la
década del sesenta. Nuestro país no fue una
excepción a la moda que se
originó en torno a este
concepto, a
nivel mundial, a comienzos de los años setenta. Por aquel
tiempo, muchos
actores sociales vieron en la autogestión casi una panacea
para terminar con los males e injusticias de la sociedad
capitalista, y, prácticamente, se "enamoraron" de una idea
colmada de valores y
principios
humanistas y libertarios. Es así como hoy, después
de alrededor de tres décadas, podemos encontrar a una
buena cantidad de hombres y mujeres que participaron de ese
sueño de construir, a través de los intentos
autogestionarios, un sistema social
donde cada persona pudiera
desarrollar sus capacidades, colaborando, al mismo tiempo, a la
realización de los demás. Sus emociones, al
evocar ese período, están mezcladas con
frustración, desesperanza, decepción y tristeza,
porque la experiencia demostró que la tarea era mucho
más difícil de lo que se pensaba, y que el camino
estaba lleno de obstáculos, problemas y
reveses, tanto en la dinámica interna de los ensayos, como
en el entorno (basta con recordar que la dictadura militar
comenzó en 1973, en pleno auge del movimiento
autogestionario mundial). No obstante, no es antojadizo afirmar
que casi toda esa generación de chilenos (as) que fueron
protagonistas de esos experimentos
sociales, quedaron marcados por lo que ha constituido uno de los
episodios más significativos de sus vidas. No quedan
indiferentes cuando se les trae a colación el tema, y
muchos (as) de ellos (as) han aplicado algún aspecto de la
autogestión en sus actividades habituales. Tal es el caso,
por ejemplo, del ingeniero Andrés Navarro, que
implementó un innovador modelo de
administración en la exitosa empresa
computacional Sonda, o del sociólogo Darío
Rodríguez, que ha desarrollado un vasto trabajo de
asesoría empresarial en el tema de la gestión
organizacional.
A diferencia de una Tesis, que
intenta demostrar la validez -o el error- de una hipótesis, la Monografía es una descripción de un fenómeno que
sólo deja planteadas algunos asuntos que pueden servir de
hipótesis para futuras investigaciones.
El objetivo de la
presente monografía
es describir el proceso de
desarrollo histórico del concepto que hoy se conoce como
autogestión. La génesis del concepto, la
aparición y universalización del término, el
devenir de su conceptualización y amplitud.
También, este estudio pretende mostrar el contexto o
ambiente de
ese devenir, el estado de
ánimo o clima social que
se vivía.
Cuando tenía 13 años, en 1980, en momentos
en que Chile llevaba siete años sin democracia,
comenzó mi cuestionamiento acerca del tema social. No me
parecía que hubiese justificaciones válidas para
que un sector de la población viviera con todas las comodidades
-grupo en el
cual se encontraba mi familia (clase media
"acomodada", pequeña y mediana burguesía)- mientras
otra porción, mayoritaria, tuviera que sobrevivir a duras
penas. ¿Por qué no podíamos todos tener las
mismas posibilidades para desarrollarnos
íntegramente?
"El adolescente moderno –comenta el
biólogo Humberto Maturana– aprende valores,
virtudes que debe respetar, pero vive en un mundo adulto que se
las niega. […] Se les enseña a desear la justicia
pero los adultos vivimos en el engaño. La tragedia de
los adolescentes
es que comienzan a vivir un mundo que niega los valores
que se les enseñó".
El tema organizacional comenzó a interesarme
desde que estaba en el Colegio San Pedro Nolasco, en Las Condes.
Ya en esa época intuía que la pobreza, las
injusticias sociales y muchos conflictos
humanos tenían relación con la forma en que se
organizaba la sociedad. Recuerdo haber sido todavía un
niño cuando rechacé una invitación para
ingresar a los Boys Scouts, pues no me parecía correcto
que los jefes fueran designados por los superiores y no elegidos
por los miembros. Cuando, en enseñanza media, fui elegido durante dos
años como presidente de curso, tomé conciencia de las
"tentaciones" del poder. En
primero medio (1981) me entretuve durante largas horas estudiando
textos nazis y fascistas, con la idea que quizás el
problema estaba en que los sujetos que dominaban a la
mayoría no eran los adecuados. Al año siguiente me
convencí de que la cuestión de fondo se encontraba
en el fenómeno mismo de la dominación; ¿por
qué ésta debía tomarse como un asunto
"natural" si era la causa de tantos problemas y conflictos? En
consecuencia, decidí que las doctrinas nacionalistas no
eran mi camino.
En 1983, primer año de las protestas nacionales
contra la dictadura
militar, el consejo de presidentes de curso me escogió
para ocupar el cargo de presidente del Centro de Alumnos del
colegio. La Dirección del establecimiento se
mostró muy reacia a nuestras demandas de mayor
participación en los asuntos que tenían que ver con
los alumnos. Logramos difundir el tema de los derechos humanos,
y organizamos las primeras votaciones universales para elegir a
la directiva del año siguiente, luego de diez años
en que habían estado
suspendidas. Las clases de religión y
filosofía eran el único espacio académico
para debatir acerca de la democracia, los derechos humanos, etc.
Recuerdo cuando, con el apoyo del profesor
Fernando Longás -licenciado en filosofía de
la UC- expusimos con un grupo de mi curso acerca de la
ilegitimidad de la Constitución del 80, nada menos que frente
al consejo de profesores en pleno. A esas alturas me identificaba
en mayor medida con las doctrinas del humanismo
cristiano.
El primer año y medio en la Universidad
Católica participé en la formación de la
Asamblea de Estudiantes Democráticos de Ingeniería
Civil-que integrábamos sólo 60 de los 360
estudiantes de primer año-, en las movilizaciones
estudiantiles convocadas por la recién redemocratizada
federación de estudiantes (Feuc), y en trabajos
voluntarios en la zona mapuche y en poblaciones populares de
Santiago. Para alguien que había pasado toda su vida en el
"barrio alto" de la capital, el
contacto directo con el mundo de la gente "sencilla" me hizo
confirmar mi intuición de la insanidad que significa la
división clasista de la sociedad, y verificar el abismo
entre la opulencia de la minoría y la vida precaria y
esforzada de un gran porcentaje de la población.
Todavía me "patea" el recuerdo de la opinión de
algunos estudiantes de ingeniería que consideraban que el poseer
una inteligencia
privilegiada implicaba que su voto no podía valer lo mismo
que el de los seres "normales".
Mi "flechazo" con la idea autogestionaria se produjo en
1986, cuando, ya decepcionado y "traumado" con mi carrera de
Ingeniería, entré a participar en una
agrupación estudiantil de tendencia autónoma y
libertaria llamada RIA. Una de las ideas fuerza de ese
conglomerado era la crítica al manejo cupular que las
juventudes políticas
hacían de la Feuc. A partir de esa instancia tuve la
oportunidad de conocer a alumnos de distintas carreras que se
identificaban con lo que, en esos momentos, comenzaba a llamarse
"movimiento alternativo". Esa fue la primera vez que
escuché hablar acerca de las investigaciones de personajes
como Luis Razeto, Manfred Max Neef y Humberto
Maturana. Desde esos días, empecé a vincularme
con ecologistas, promotores de tecnologías apropiadas,
activistas de derechos humanos, feministas, humanistas,
marxistas, socialistas autogestionarios, anarquistas, cristianos
próximos a la Teología de la Liberación,
indigenistas y estudiosos de las filosofías orientales y
de las distintas escuelas sicoterapéuticas. Todos estos,
componentes del citado movimiento. Un contacto que me
marcaría profundamente fue el que establecí con los
miembros de la Coordinadora de Estudios Hombre y
Sociedad, un grupo de "jubilados" de gremios del cuero y
calzado, estucadores, tipógrafos, etc.,
anarcosindicalistas y anarquistas "específicos", y con
Clotario Blest.
Por esa misma época, a través de un
cursillo de socialismo, me di
cuenta que el principio del "centralismo
democrático" que propugnaba el leninismo era una burla y
una estafa. Aunque nunca milité en un partido
político, aproveché todas las invitaciones que me
hacían las juventudes de izquierda para participar en
charlas y exposiciones.
Totalmente empapado por estas ideas, cada vez que
podía, aprovechaba algún ramo de mi nueva carrera
(Periodismo)
para compenetrarme más con el tema. En el transcurso de
los cinco años que estuve en esa Escuela, pude
realizar los siguientes trabajos:
-Biografía y perfil
humano de Clotario Blest.
-Entrevista a
Mario Radrigán, cientista social de la
Confederación de Cooperativas
de Chile (Confecoop), acerca de la comparación entre el
Capitalismo
Popular y el Cooperativismo.
– "Autogestionar los medios de
comunicación". Este trabajo fue inspirado por las
clases de José María Desantes sobre las
Sociedades de
Redactores en Europa.
-Exposición: "Sector de Economía
Social y Desarrollo a Escala Humana",
en el ramo de Pensamiento
Económico Contemporáneo.
-Invitación a Ignacio Larraechea,
investigador del Programa de
Economía del Trabajo (PET), para exponer los conceptos de
Organizaciones
Económicas Populares (OEP) y Economía Popular de
Solidaridad.
-"Desarrollo de la autogestión en Yugoslavia".
Ramo: Sistemas Políticos Comparados. (También de
esta época fue una discusión con el profesor
Gustavo Martínez, ya que cuestioné el
principio jerárquico en ciencias
políticas. Puse como ejemplo el funcionamiento de una
tribu africana que no tenía jefes y que ni siquiera
poseía el concepto de autoridad.
Lamentablemente la fuente era un documental que ví en la
TV, por lo que no puede retener el nombre ni la ubicación
geográfica de dicho pueblo).
-Proyecto de
revista y
video para la
Federación de Empresas,
Cooperativas y Talleres Asociados (Fecot). Ramo: Periodismo
Institucional.
-Análisis del libro
Caminos de la libertad, de Bertrand Russell, con el
profesor Matías Tagle.
-"Esbozo para una historia de la
autogestión en Chile" (1967-1982). Ramo: Procesamiento de
la Información.
En 1988 participé en la Campaña del NO, y
fui apoderado de mesa por el PPD. Celebré la victoria,
pero con un dejo amargo; de alguna forma presentía que los
cambios serían muy lentos y difíciles.
Además, se vivía la caída de los
"socialismos reales", el "fin de las ideologías y de la
historia", etc.
También durante mi época de estudiante de
Periodismo, participé en un comité de la
Federación Nacional de Cooperativas de Vivienda
(Fenacovi), con el objeto de crear un boletín informativo,
proyecto que no llegó a concretarse. Como miembro del
Movimiento de Integración Latinoamericana, asistí
a una charla del profesor Gastón Soublette respecto
a la necesidad de un cambio de
Paradigma, en
donde comentaba las experiencias de las redes de granjas
agro-ecológicas que existen en algunas zonas del mundo.
Por esos años, llegaban a mis manos, de vez en cuando,
ejemplares de la revista Comunidad, elaborada por la
Comunidad del
Sur (Montevideo-Uruguay), en
donde aparecieron interesantes artículos sobre la
autogestión.
Consciente del derroche de recursos que
implicaba que todos los años las nuevas promociones de
estudiantes pagaran las mismas fotocopias que los de la
generación anterior ya habían sacado,
elaboré una propuesta para la creación de una
Central de Apuntes administrada por los mismos alumnos. La idea
era formar una cooperativa o
mutual de estudiantes de Periodismo que otorgara ese servicio. Para
asesorarme en la materia fui al
PET, ocasión en que conversé por primera vez con
Luis Razeto. Ante la crisis de
participación y la apatía que afectaba al Centro de
Alumnos de Periodismo (Caper) me ofrecí a elaborar un
proyecto de nuevos Estatutos, que contenía principios
autogestionarios. Paradojalmente, ambas iniciativas, aunque no
llegaron a concretarse en mi Escuela, sí fueron puestas en
práctica en otras.
Desde 1989 hasta 1992 integré un Colectivo
Libertario de Comunicación, al cual llegaron dos
"retornados" de Francia. Con
ellos elaboramos algunos programas para
la radio
Libertaria de París, confeccionamos material de
difusión y editamos un par de números de un
periódico llamado Acción
Directa. Durante esos cuatro años, el tema de la
autogestión siempre estuvo presente, y tuve oportunidad de
leer clásicos de Proudhon, Bakunin,
Kropotkin y Malatesta.
En 1991, cuando tuve que escoger un tema para mi
Memoria,
tenía interés en
investigar los motivos por los cuales, hasta ese momento, no se
había podido constituir un sector de economía
social, solidaria y de trabajadores, con identidad
propia, en Chile. El profesor guía, Oscar Saavedra,
me hizo ver que era una cuestión demasiado amplia para ser
tratada en esa instancia. Por lo tanto, decidí que iba a
estudiar los procesos de
comunicación organizacional en una empresa
de trabajadores. Para tal efecto, seleccioné a Metalgas
S.A., una fábrica de cocinas y calefactores a gas ubicada en la
comuna de Quinta Normal. Junto con averiguar su historia y modo
de funcionamiento, entrevisté a 15 trabajadores (as), para
conocer las formas y problemas de comunicación que
tenían en la
empresa.
La práctica
profesional la realicé a comienzos de 1992 en El
Diario, periódico dedicado a temas financieros,
económicos y comerciales. Allí escogí
dedicarme a cubrir el sector de la micro y pequeña
empresa, artesanos, cooperativas y campesinos.
Mi primer trabajo como periodista fue en la revista
El Canelo, publicación destinada a fomentar el
desarrollo de una sociedad ecológica (su editor era
Marcelo Mendoza, también ex alumno de periodismo de
la UC). En ese espacio, pude hacer reportajes relacionados con el
cooperativismo y la autogestión, y conocer más
sobre el tema, como, por ejemplo, a través de la charla
que Antonio Colomer, director de la Revista
Iberoamericana de Autogestión y Acción
Comunal, dio en la Universidad Bolivariana. También
supe de Félix Guattari, Julius Nyerere y
Fernando Savater. Al integrar un grupo que tenía
por objetivo crear una Fundación Clotario Blest, tuve la
oportunidad de conocer a varias personas que vivieron de cerca el
proceso de los Cordones Industriales, en Santiago, entre 1972 y
1973.
Al fundar con otras personas el Comité por el fin
del Servicio Militar Obligatorio (Cosmo), establecí
contactos con el movimiento ecologista, feminista y
lésbico-homosexual, y me enteré de los fundamentos
de la filosofía gandhiana de la no-violencia
activa.
A continuación, fui nombrado editor del
boletín La Hoja de las Organizaciones Económicas
Populares. El comité editorial estaba compuesto por
representantes de varias ONGs dedicadas al tema (PET, Trabajo
para un Hermano, Contigo, Red Integrando). Junto con
efectuar reportajes, artículos y entrevistas
relacionados con la autogestión, intentamos crear un
consejo editorial amplio, para lo cual llevamos a cabo algunos
encuentros con delegados de organizaciones de artesanos,
microempresarios, campesinos, cooperativas, mutuales, sindicatos,
etc. Tanto El Canelo como La Hoja, finalmente,
dejaron de producirse, afectadas por la reducción del
aporte financiero que hacían las agencias internacionales
de cooperación.
En función de
retomar mi Memoria, le llevé mis informes de
avance al profesor Gustavo Martínez, a quien le
interesa bastante el tema de la autogestión. El me hizo
algunas indicaciones, siendo una de ellas que me preocupara de
realizar un más completo marco teórico. De
ahí, tomé la decisión de replantear la
investigación y hacerla específicamente acerca del
vínculo entre comunicación y autogestión.
Para ello contaba con una primera aproximación gracias a
un documento que en 1979 elaboró la periodista Myriam
Sáa, y con la experiencia de haber sido colaborador de
Integrando. Esta fue una Red de
Información de la Economía de Solidaridad, creada
por el PET y Luis Razeto, y formada por un núcleo
impulsor de jóvenes profesionales del área informática y de ciencias
sociales. Mi aporte fue en la diagramación del
boletín de la Red. El supuesto que orientaba esa
iniciativa era que para constituir un sector solidario de
economía era fundamental la
comunicación entre los potenciales sujetos o actores
de dicho sector.
En 1993 participé en las primeras acciones de la
campaña presidencial de Max-Neef, cuando era el
anti-candidato; me retiré cuando oficializó su
candidatura.
A través de estas iniciativas he conocido a
algunos (as) retornados (as), a los cuales les tocó pasar
su exilio en Europa, en donde, desde 1968, la autogestión
es un concepto que está presente en los debates
económicos, políticos y sociales.
A partir de 1994, y por cuatro años,
participé en un proyecto que pretendía crear una
imprenta
autogestionada que apoyara el accionar de otras organizaciones
sociales. Las maquinarias las trajo un retornado de Holanda, y el
taller funcionó los tres primeros años en Santiago
y el último en el puerto de San Antonio.
El fracaso de la iniciativa se debió, en parte, al
crónico déficit del recurso financiero y en la
escasa "visión comercial" de sus integrantes (yo
incluido). En forma paralela, con otros dos periodistas, nos
propusimos organizarnos de tal manera de apuntar hacia la
creación de una cooperativa de trabajo, intención
que también quedó en el camino.
Depresión
desde 1995. Crisis de proyecto… Período de
desencanto, frustración, desesperanza, desasosiego,
impotencia; vuelco hacia el interior. Sincronía con el
estado de ánimo de la llamada "crisis de utopías",
descrito claramente por Martín Hopenhayn en su
libro Ni apocalipticos ni integrados (1993).
Por último, desde 1998 integro un proyecto de
pesca
artesanal en calidad de
asistente administrativo. El propietario de la embarcación
tiene el deseo de llegar a formar una empresa en
donde los trabajadores tengan participación. Como era de
esperar, también esta iniciativa se ha topado con una
cantidad enorme de problemas. A comienzos de este año,
entrevisté a Hopenhayn acerca del concepto del
trabajo hoy en Chile.
Haber trabajado durante un año y medio dentro de
una clínica siquiátrica de escasos recursos en La
Pintana, por un año en un taller de jóvenes con
discapacidad
mental en San Antonio, y durante seis meses con la gente
vinculada a la pesca artesanal, ha reforzado mis convicciones.
¿Por qué uno de los trabajos más
útiles para la sociedad, como es la extracción de
recursos
naturales, tiene que significar la degradación
física, la
restricción intelectual de aquellos que lo realizan? Cada
sujeto (individual o colectico) necesita de contingencias de
refuerzo, de sentirse capaz, con fuerza, elevar su autoestima,
generar confianza en sí mismos, de amor propio;
todos y cada una de las personas merece condiciones de trabajo
dignas e igualdad de
oportunidades para autorrealizarse, y compartir proyectos con
sentido comunitario, que los haga trascender y enfrentar la
angustia de la separatidad. Lo contrario produce el embotamiento
de las facultades, el embrutecimiento, la muerte en
vida. Un sistema basado en el abuso, en el aprovechamiento, en el
dominio y la
explotación de unos por otros, no puede llevar al pleno
desarrollo de las capacidades humanas. Solamente las relaciones
cooperativas, solidarias, de ayuda mutua y democráticas
son capaces de generar una verdadera evolución de la humanidad.
Con la aparición, a fines de 1997, del libro
Los cordones industriales y el socialismo desde abajo, de
Miguel Silva, opté nuevamente por reformular el
tema de mi Memoria. Ahora quería hacer la historia de los
intentos de índole autogestionario que se habían
hecho en Chile entre 1967 y 1989. A poco andar, me percaté
de que era un trabajo demasiado extenso para los efectos de una
Memoria, por lo que reduje el período a la etapa
comprendida entre 1967 y 1973, pues en aquel momento se
vivió un proceso general de democratización en la
sociedad chilena. Cuando ya tenía escrito la "obra gruesa"
de ese desarrollo, llegué a la conclusión de que si
a ese escrito le sumaba el marco teórico -que
también ya tenía avanzado- el resultado
sería un texto
tremendamente largo. Por lo tanto, finalmente, decidí
convertir dicho marco
teórico en el cuerpo principal de la
monografía, y transformar el desarrollo del período
1967-1973 en un pequeño resumen para incluirlo dentro del
devenir de la autogestión.
El proceso de esta memoria ha sido como un embarazo de
casi nueve años. Al decidirme a retomar definitivamente su
elaboración a comienzos de este año,
coincidió con una crisis de angustia, de ansiedad y
pánico,
pues la sumatoria de fracasos me hizo dudar de mi capacidad para
terminarla (parece que el síndrome de fin de siglo no es
un invento de los sicólogos).
Esta investigación está inserta en la
corriente del denominado Movimiento Alternativo, que, como ya se
dijo, integra variadas tendencias del desarrollo histórico
de la humanidad. Aunque la autogestión se considera como
un método de
transformación radical de la sociedad, no se desecha ni se
impugnan las tentativas pequeñas, parciales o aisladas que
se dan en el marco del capitalismo, ni las experiencias
impulsadas desde los Estados (ya sea democráticos o de
partido único). De todas estas experimentaciones es
posible obtener conocimientos que aumenten el caudal
teórico de la autogestión. De cada fracaso se puede
generar aprendizaje. Otra
característica de esta línea de análisis, es
que, sin ignorar los aportes doctrinarios de los pioneros en el
tema -desde fines del siglo XVIII hasta mediados de este siglo-
se pretende despojar a la teoría
autogestionaria de todo dogmatismo, y confrontarla y nutrirla con
la práctica y con los avances del conocimiento
científico mundial.
A toda monografía se le pide una
justificación, en términos del interés
social que pudiera tener. Cuando en estos ocho años que he
demorado en hacer este trabajo las personas me preguntan acerca
del tema de mi Memoria, la mayoría no sabe lo que
significa "autogestión" o, si conocen el concepto, sus
comentarios son como si se tratara de una investigación
arqueológica. Lo cierto es que prácticamente los
únicos que entienden el alcance que pudiera tener un
estudio sobre el fenómeno en cuestión, es la gente
que está vinculada a la labor social, en ONGs u organismos
públicos dedicados al desarrollo
comunitario. Creo que esta situación se podría
explicar por varios motivos:
a) Antes del golpe de Estado
de 1973, el término autogestión fue usado como
bandera de lucha por el partido Demócrata Cristiano, lo
que dado el ambiente de sectarismo de esos momentos,
derivó en que fuera un concepto mirado con recelo por los
otros actores políticos. Junto con el hecho de que el
modelo autogestionario propugnado por la DC era muy
rígido, por su parte la izquierda chilena todavía
no vivía la ola renovadora que impulsó el Mayo 68
francés. Por esto, su estatismo y la gran influencia de la
doctrina marxista-leninista, les hacía tomar distancia con
respecto a la idea de autogestión. Esto se verá
claramente en el desarrollo de esta monografía.
b) Después de la intervención militar de
1973, un sector de la DC con el apoyo del cardenal Raúl
Silva Henríquez ayudó a configurar un sector de
empresas de trabajadores, con el cual se pretendía, entre
otras cosas, dar trabajo a muchos dirigentes sindicales que
quedaron cesantes después del Golpe. Estas empresas
sobrevivieron con el apoyo de un Instituto de la
Autogestión que canalizó recursos provenientes del
extranjero. Pero, con las crisis económicas de 1975-77 y
1982, más las adversas condiciones del contexto
político, social y económico, esa experiencia
terminó con la desaparición de la mayoría de
las empresas. Paralelamente, la izquierda en el exilio
conoció las nuevas tendencias que comenzaron a
desarrollarse luego del Mayo Francés del 68. Un importante
número de sus militantes empezó a trabajar en ONGs
y organismos internacionales, en donde las ideas autogestionarias
tuvieron amplia difusión. Como veremos más
adelante, el apogeo de la "moda" autogestionaria se dio en Europa
aproximadamente en 1977.
c) En Chile y en otros países del mundo, a partir
de 1978 se impusieron políticas económicas de tipo
neoliberal y adquirió mucha fuerza el movimiento
neoconservador, cuyas figuras emblemáticas fueron
Ronald Reagan y Margaret Tatcher. Dado el gran
costo social que
implicaron dichas medidas, se produjo un proceso en que
confluyeron las iniciativas espontáneamente solidarias de
los sectores populares, con el apoyo de organizaciones de
técnicos y profesionales inspirados con ideas
autogestionarias. En nuestro país ese fenómeno fue
definido como Economía Popular de Solidaridad, cuyos
protagonistas eran las Organizaciones Económicas Populares
(OEP). En Europa, la retirada del Estado benefactor, abrió
la puerta a la aparición de muchas experiencias
autónomas de solidaridad democrática, que
levantaron el discurso de la
emergencia de la sociedad
civil.
d) A nivel mundial, con la moda autogestionaria, muchos
gobiernos habían impulsado reformas inspiradas en ideas de
autogestión, las cuales, después de algunos
años, se vio que se topaban con grandes obstáculos,
por lo que no satisfacían las altas expectativas que se
habían creado. Simultáneamente, la ola neoliberal,
respaldada por organismos como el FMI y el Banco Mundial,
hizo que los Estados abandonaran las experimentaciones en busca
de democratizar la economía y se concentraran en procesos
privatizadores y de reducción de los gastos
públicos. Con esta tendencia hegemónica, las
experiencias autogestionarias quedaron relegadas a iniciativas
particulares y autónomas de la sociedad civil. En Chile, a
raíz de la reactivación económica de 1984,
que significó 15 años de crecimiento sostenido, una
baja ostensible de la inflación y la sanidad en las
cuentas
macroeconómicas, el discurso neoliberal alcanzó
legitimidad. El triunfo del NO en el plebiscito de 1988 y el
comienzo de la transición a la democracia en 1989
coincidió con el desmoronamiento de los "socialismos
reales" de Europa oriental. Se habló del fin de las
ideologías y de la historia; parecía que la gente
ya no quería saber más de experimentos
sociales.
e) La Concertación de partidos por la Democracia,
en el gobierno desde
1989, legitimó aún más el modelo neoliberal,
al desligarlo de su pasado dictatorial y envolverlo en un
Estado de
Derecho y de instituciones
democrático-liberales. No obstante, se mantuvieron varios
"enclaves autoritarios" que hicieron muy difícil intentar
reformas estructurales. Estos diez años de democracia
"protegida" sirvieron para consolidar un modelo y una "manera de
ver las cosas" que, indudablemente, ha generado numerosas
contradicciones. No por nada prácticamente todos los (as)
candidatos (as) para las elecciones de 1999 se publicitan
representando un ansia de cambios. Ahora bien, esto no significa
necesariamente una posibilidad importante para el movimiento
alternativo o autogestionario. Veamos por
qué…
f) Si bien el socialismo autogestionario encuentra
adhesiones entre las filas de tendencias como la ecologista,
humanista, personalista comunitaria, demócrata-cristiana,
socialista libertaria, etc., son corrientes claramente
minoritarias. Las líneas políticas más
fuertes en este momento en Chile podría decirse que
son:
– La izquierda se halla dividida mayoritariamente entre
quienes se mantienen anclados en la doctrina marxista-leninista,
y los que optaron por lo que se ha llamado "tercera vía",
es decir, una social-democracia con tintes más
liberales.
– El centro podría diferenciarse entre aquellos
que mezclan el social-cristianismo
con lo que anotamos como "tercera-vía", y los que se
identifican más con postulados
neoliberales-neoconservadores.
– La derecha está mutando hacia una compleja
combinación de tendencias: mantiene su eje
neoliberal-neoconservador, pero adosándole cada vez
más ingredientes populistas y, en menor medida,
componentes de liberalismo
clásico.
En el plano social, aunque existe una central sindical
que propugna la autogestión de vertiente humanista
cristiana (Central Autónoma de Trabajadores – CAT) es una
organización pequeña. Por su parte,
el movimiento mutualista sobrevive en la misma situación
de estancamiento que le provocaran las leyes de 1924-25,
y el cooperativismo se encuentra lentamente recuperándose
de sus problemas derivados de su larga dependencia respecto a las
políticas del Estado (falta de autonomía). En
tanto, las ONGs tuvieron que reconvertirse, pues pasaron de
depender del financiamiento
internacional al del Estado chileno, con lo cual debieron reducir
al mínimo su ideología "alternativa".
Por lo visto, no son muy alentadoras las cosas para la
difusión de las ideas autogestionarias. A esto se suma
que, a nivel mundial, el desconcierto es mayúsculo y
pareciera que la humanidad se halla impotente ante el rumbo que
toman los acontecimientos. Ahora es oportuno volver a la
interrogante de por qué puede ser "útil" gastar
tanto tiempo en investigar sobre el devenir de la
autogestión; qué es lo que inspira a una persona
joven a pasar más de ocho años dándole
vueltas a un asunto que pareciera ya superado. Basta con dar una
ojeada a los informes de los organismos vinculados a las Naciones Unidas
para darse cuenta de que el panorama es desolador. Aquí
van algunos datos como
botón de muestra:
– El Dr. Otto Dorr, en mayo de 1991 daba el
siguiente resumen:
"Cada minuto, los países del mundo gastan dos
mil millones de dólares en armamentos. Cada hora, en el
mundo mueren 1.500 niños
de hambre. Cada día, desaparece del planeta una especie
animal o vegetal. Cada mes, aumenta la deuda externa
de los países subdesarrollados en siete mil millones de
dólares. Cada mes, aumenta el desierto en el equivalente
a tres cuartos de la superficie de Corea".
– En 1999, el médico Phillip M. Harter, de
la Universidad de Stanford, dio a conocer estas estadísticas mundiales:
El 80% de los habitantes de la Tierra
vivirían en niveles por debajo del estándar de
una vivienda normal. El 70% serían incapaces de leer.
50% sufrirían desnutrición. Sólo 1%
tendría educación universitaria, y también
1% poseería un computador.
Esta misma investigación nos indica, en cambio,
que el 6% de las personas poseerían el 59% de la riqueza
mundial y todas ellas serían de EUA.
– De acuerdo con el economista Ravi
Batra,
"el 1% de la población mundial posee el 34% de
la riqueza mundial. Cada año los norteamericanos
consumen el equivalente a más de seis Brasil. Hacia
1979, en el grupo de los países pobres había unos
tres mil millones de personas, con 400 dólares de
promedio de ingreso por habitante; y, por el otro, unos mil
millones de personas ricas con más de seis mil
dólares por persona. Y, hacia 1999, cada una de las 100
mayores empresas transnacionales vende más que
cualquiera de los 120 países más pobres; 23
empresas controlan el 70% del comercio
mundial".
Dada esta apabullante realidad, no deja de tener sentido
cuando alguien como Alejandro Rojas, ex presidente de la
Fech durante la Unidad Popular y ahora investigador
medioambiental en Canadá afirma:
"El mundo industrializado se ha convertido en una
inmensa aspiradora que succiona los recursos energéticos
y arrasa con la vida, en un proceso acelerado de
cementificación y plastificación del mundo, que
incidentalmente provoca la explosión demográfica
del Tercer Mundo. Este proceso está en el origen del
hambre y la pobreza de la
gente, y cuenta con la activa colaboración de las
élites transnacionales del Tercer Mundo".
Pero el problema es tan grave, que incluso en los
países "desarrollados", la calidad de
vida deja mucho que desear. En palabras del prestigioso
sicólogo Viktor Frankl,
"en la sociedad de la abundancia, el estado de
bienestar social prácticamente satisface todas las
necesidades del hombre; hasta algunas necesidades en realidad
son creadas por la misma sociedad de consumo.
Sólo hay una necesidad que no encuentra
satisfacción y ésa es la necesidad de sentido en
el hombre,
ésta es su ‘voluntad de sentido’, como yo la
llamo".
Este autor desenmascara también la cultura
hedonista, cuyo mapa de referencias son el placer, el dinero, el
éxito y
el tener, engañoso camino que no hace más que
reforzar finalmente el "vacío existencial". Para
Frankl, el ser humano, en último término,
puede realizarse sólo en la medida en que logra la
plenitud de un sentido fuera, en el mundo y no dentro de
sí mismo.
"El hombre apunta por encima de sí mismo, hacia
algo que no es él mismo, hacia algo o alguien, hacia un
sentido cuya plenitud hay que lograr o hacia un semejante con
quien uno se encuentre".
Por lo tanto, no es una solución aspirar a que
todos los países del planeta lleguen a ser "desarrollados"
a la manera de las naciones industrializadas. Es más, tal
como lo ha explicado en varios artículos el actual rector
de la Universidad de Valdivia, Manfred Max-Neef, si todas
las regiones de la Tierra
pudieran alcanzar el nivel de consumo y producción de las zonas del "Primer Mundo",
simplemente el planeta colapsaría, porque se
arrasaría con los recursos naturales y porque el aumento
de la energía artificial generada por el hombre
provocaría imprevisibles catástrofes.
Este mundo es tan paradojal, absurdo. Theodor
Adorno, uno de los intelectuales
más destacados de la Escuela de Frankfurt, lo
planteó de la siguiente forma:
"Podemos percibir la demencia consistente en
que una humanidad, cuyos medios
técnicos bastarían para transformar hoy
día este mundo en un paraíso (me
conformaría con que fuera un mundo digno) en el cual
ningún niño y ningún anciano debieran
padecer y morir de hambre, que una tal humanidad invierta la
mayor parte de su producto
social en la fabricación de instrumentos de
destrucción. Para percibir esta demencia no se necesita
ni de una idea abstracta ni de una imagen política de lo que
debiera ser la sociedad. De ninguna manera me intimida el
reproche de negativista. Lo positivo consiste hoy en día
en intentar, en la medida de nuestras fuerzas, poner fin a este
estado de deshumanización espiritual que ya hemos
alcanzado y que amenaza transformarse en una
deshumanización total del hombre".
Pese al desencanto, a la crisis de las utopías,
al desasosiego, a la apatía, a la desazón, a la
sensación de impotencia, a las crisis de pánico y
angustia, pienso que, a fines de este siglo XX podemos tener,
como cree el historiador Eric Hobsbawn, un modesto
optimismo. Esto, por los siguientes motivos:
– Merced a la revolución
de las comunicaciones
electrónicas, la Tierra se está convirtiendo
progresivamente en lo que Mc Luhan denominó la
"aldea global". En virtud de una "lógica
cognitiva", como dice Carlos Cousiño, la
unificación mundial se estaría logrando a
través de las instancias de la ciencia, la
tecnología
y el mercado. La
posibilidad de un desastre nuclear primero, y el peligro de una
catástrofe ecológica, después, han provocado
que se tome conciencia de la unificación del planeta, de
la interdependencia de todos sus integrantes y que se cuestionara
la idolatría del progreso ilimitado. Tanto la
globalización como la unificación del mundo
ponen en entredicho las dicotomías
civilización-barbarie, amigo-enemigo, así como las
divisiones nacionales, las fronteras artificiales, los
antagonismos religiosos. Al mismo tiempo, revitaliza las
identidades locales, la diversidad cultural y pone en evidencia
los contrastes. En la medida que la humanidad, el planeta, puede
mirarse a sí misma como una unidad, se abren insospechadas
posibilidades de reflexión y cambio.
– La búsqueda de nuevos paradigmas a
través del acercamiento entre la ciencia
occidental y la mística de oriente. El cuestionamiento y
revisión de la racionalidad cartesiana, de la
Ilustración, del positivismo,
etc. en busca de un "reencantamiento del mundo". La
investigación acerca del cristianismo primitivo
(pre-Constantino), del budismo, del
islamismo sufi, del taoismo y el replanteamiento de las ciencias
(Paracelso, Maturana, etc.), están en la
base de lo que se ha llamado Nueva Era. Un destacado exponente de
esta tendencia es el científico chileno Francisco
Varela.
-Desde la última postguerra mundial se
venían conociendo los horrores del terror
bolchevique-stalinista, con crímenes que sumaban millones
de seres, y que tendría su figura más
terrorífera-caricaturesca en la persona de Pol Pot,
el dictador camboyano responsable de la muerte de
millones de sus compatriotas en 1975. Este proceso de
desenmascaramiento del "jacobinismo rojo" tuvo su momento
culminante con la caída de la cortina de hierro y con
la matanza de la plaza Tiananmen en 1989. Esta verdad ha
provocado una grave crisis en el seno de las corrientes
políticas de emancipación, en especial en el
socialismo, un movimiento que, como dijo Von Misses
(economista neoliberal) en 1947, ha sido el mayor agrupamiento
humano en torno a ideas y principios, que ha unido a personas por
encima de religiones, razas o nacionalidad.
Cornelius Castoriadis señaló en 1996, que la
actual situación
"es como alguien que ha recibido un gran golpe en la
cabeza, y esto se agrava por el hecho de toda una propaganda
neoliberal que dice que no podemos hacer nada más que
aquello que se hace, y que si usted quiere hacer otra cosa
usted culminará en el ‘gulag’, lo que es un
sofisma infame".
Es cierto que, al parecer, la gente no desea más
experimentos sociales, pero no es menos verídico el
panorama "escalofriante" que, como vimos, presenta el mundo
hoy.
Las crisis o quiebres -tal como dice el ingeniero
Fernando Flores– son buenas oportunidades para innovar. En
este sentido, comparto la idea de que este período sirve
para re-examinar todo el horizonte del pensamiento en el que se
ha situado, desde hace dos siglos, el movimiento socialista.
Allí encontraremos, como podrá verse en el
desarrollo de esta monografía, una vertiente profundamente
humanista, antiautoritaria, no patriarcal, libertaria y
"holística", que fue permanentemente reprimida y
"ocultada" por la vertiente jacobino-bolchevique. Tal como
señaló Castoriadis al visitar nuestro
país en 1996, poco tiempo antes de morir, para que la
humanidad pueda habitar una casa digna, "humana", el único
sistema
político que es capaz de hacerlo es
"un régimen de autonomía, es decir, de
autogobierno colectivo, que trata de educar a los individuos
también para que sean individuos
autónomos".
Y de esto se trata la autogestión, que se
convierte en un concepto fundamental para un nuevo y reformulado
movimiento político, social, cultural y económico
de emancipación, basado en la libertad, los
derechos humanos, la responsabilidad ecológica y la igualdad en
la diversidad.
Vivimos en un mundo, en una sociedad sustentada en
organizaciones. El problema, siguiendo a Humberto
Maturana, es que en el sistema capitalista-estatal, las
organizaciones están constituidas de tal manera que "ser
persona es una impertinencia", y las relaciones de trabajo no son
sociales sino productivas, donde hay explotación de unos
sobre otros para satisfacer los fines de los primeros. La gran
apuesta de la autogestión apunta a que es posible crear
organizaciones y sistemas organizaciones realmente sociales, en
donde las personas puedan relacionarse "humanamente".
Esta Memoria retoma lo que Antonio Colomer
declarara en 1983:
"Un clamor universal se escucha en el mundo. La
exigencia de una sociedad diferente que reemplace la avidez, la
agresión, la competitividad, la obsesión consumista;
un mundo en el que podamos autoorganizarnos y decidir por
nosotros mismos; en donde la visión del otro como
competidor y objeto de lucro, se sustituya por la del
compañero con el que establecemos relaciones solidarias
en un esfuerzo común. […] Queremos, al mismo tiempo,
rastrear en nosotros y en nuestra memoria colectiva los
gérmenes ya enraizados de ese futuro liberador,
coincidimos en una búsqueda universal en donde tantos
hombres y pueblos del planeta, por diversos campos, convergen.
De ahí el incluir -pese a su peligro mítico- la
palabra AUTOGESTION en nuestro título ya que se ha
convertido en lugar de encuentro e identidad, de experiencias y
teorías muy variadas".
Otro elemento que suele pedírsele a una tesina
como esta es el de la originalidad. Después de haber
estudiado varios textos sobre autogestión, me da la
impresión que lo "nuevo" de esta investigación
podría ser, por un lado, el intento de contextualizar, de
entregar la atmósfera en que se
ha desarrollado el desenvolvimiento teórico y
práctico de la autogestión. De esta manera, se ha
buscado un análisis no aislado de los procesos sociales,
lo que en términos modernos se conoce como
"historiografía social". El
conocimiento del ambiente cultural, económico,
científico, político, y artístico, da
mayores elementos para entender el devenir de fenómenos
sociales. En segundo lugar, me parece que otra
característica peculiar de este trabajo es su
visión ecléctica, barroca o sincrética, en
cuanto a destacar la confluencia de varias corrientes que han
alimentado o adherido a las ideas autogestionarias. Existen
muchos libros que
hacen aparecer a la autogestión como patrimonio
exclusivo de tal o cual doctrina o ideología. Por el
contrario, esta Memoria se inscribe en el ejemplo situacionista
de fines de los sesentas y del movimiento alternativo de los
ochentas. Por lo tanto, este proyecto se ubica en la línea
seguida por pensadores que han hecho grandes esfuerzos por
"liberar" a la autogestión de sus ataduras
ideológicas, para vincularla más a los
descubrimientos y avances de las ciencias. Por nombrar a los
más recientes, estarían: Pierre Rosanvallon,
Rene Lourau, Georges Lapassade, Fernando
Savater, Murray Bookchin, Iván Ilich,
Pierre Clastres, Félix Guattari,
Cornelius Castoriadis, Amadeo Bertolo, Roberto
Guiducci, Tomás Ibañez, Antonio
Colomer, Cristian Ferrer, Franz Mintz, Luis
Razeto, Manfred Max-Neef, Juan Espinosa,
Martín Hopenhayn, Luis Weinstein, entre
otros.
Por último, lo que corresponde ahora es presentar
la estructura de
esta monografía. A continuación tenemos el marco
teórico, que es muy simple, ya que gran parte del
desarrollo se refiere a la dimensión teórica de la
autogestión. Sólo tomé un texto de Luis
Razeto en que explica muy claramente la importancia de la
relación teoría-práctica en el devenir de la
autogestión. Después, en el desarrollo, nos
encontraremos con una cronología de sucesos, casi un
"pegoteo" de hechos y discursos que
van configurando un proceso social. Los últimos 200
años fueron dividos en siete períodos de
aproximadamente 30 años cada uno, separados por hitos de
inspiración autogestionaria. Evidentemente, aparecen como
datos muy en bruto, faltándoles procesamiento de la
información y trabajo de edición; el resultado es una
narración bastante caótica y, a veces,
aparentemente inconexa. Más parece un video clip que un
relato lineal, pero siempre hay ideas-eje que hacen las veces de
columna vertebral del conjunto. La idea era realizar una
crónica periodística, pero esa labor quedará
para otra oportunidad, pues mi objetivo es que este sea el
primero de una serie de estudios sobre este tema. Finalmente, en
la conclusión se entregan algunas hipótesis que
servirían, eventualmente, para futuras
investigaciones.
En cuanto a la metodología utilizada, sólo puedo
decir que este trabajo es fruto de mucha lectura, de
algunos apuntes y de una "pasión".
La muerte –como dijo von Bertalanffy– es el
acontecimiento que nos hace tomar conciencia de que cada uno de
nosotros es parte de un "organismo" llamado humanidad. Este
organismo social es -metafóricamente hablando- como una
esfera cuyo centro se halla en todas partes. En el desarrollo
histórico de la humanidad, ésta adquiere
paulatinamente conciencia de sí misma, a través de
la invención y difusión de los medios de comunicación
social. El lenguaje,
la escritura, el
alfabeto fonético, la imprenta, posibilitaron la
formación del Periodismo a fines del siglo XVI. El
Periodismo se convirtió en el espejo en que la humanidad
se ve reflejada. Esta "crónica" de la humanidad
influyó en la aparición del Enciclopedismo,
compendio de los conocimientos acumulados por la humanidad. Con
este fenómeno -ubicado en la segunda mitad del siglo
XVIII- se propició la reflexión en torno a las
relaciones sociales y al sentido del sistema social. A fines de
ese siglo y principios del s. XIX apareció el Socialismo,
conjunto doctrinal que consagra la concepción
"organiscista" de la humanidad (paralelamente apareció la
Sociología). La aparición de los
medios
electrónicos de comunicación social, las
imágenes visuales de la Tierra captadas
desde las naves espaciales, hicieron que la humanidad tomara
conciencia de que no sólo es un organismo, sino que es
parte de otro mayor que se llama Naturaleza.
Esta nueva reflexión se expresa en la teoría general
de sistemas y en el ecologismo, que confirman lo que Carl
Gustav Jung llamaba sincronía.
"Lo que ocurre y explica este fenómeno de
sincronía, es lo siguiente: todos los seres vivos somos
parte de un proceso integrado de transformaciones de la corteza
terrestre, de modo que todos los seres vivos están
históricamente interconectados en una red de relaciones
que se va transformando en un presente cambiante. Si miramos
ese presente cambiante en cada instante, los distintos
elementos de ese presente aparecen desconectados, pero si los
miramos en su historia, vemos que se encuentran conectados en
su origen". (Maturana, 1991).
En este proceso de reflexión, la
autogestión cumple un papel importante en el desarrollo
histórico de la humanidad, pues, como dijo Martin
Buber, une destino e imagen, condiciones objetivas y
voluntad subjetiva de superación.
A continuación dejo a Luis Razeto, con una
excelente exposición al respecto:
«Se dice a menudo que la cooperación (y
la autogestión) tiene orígenes prácticos,
en el sentido de que es una respuesta de los trabajadores y
marginados frente a la necesidad económica y social;
pero ha sido también subrayado el rol esencial que han
cumplido desde los inicios mismos del fenómeno las
elaboraciones intelectuales de teóricos políticos
y pensadores como Owen, Fourier, Campbell,
King y otros, los cuales han postulado el cooperativismo
como un proyecto de reforma y transición social. Pues
bien, no se trata de ver en estas afirmaciones dos
explicaciones alternativas del surgimiento del fenómeno,
ni es tampoco suficiente sostener una doble simultánea
fundación -teórica y práctica- del
cooperativismo. (…) Una primera observación que debe hacerse se refiere
al hecho que la cooperación como proceso organizativo
específico estuvo acompañada desde sus comienzos
por un fuerte componente ideal y doctrinario, esto es, por
teorizaciones globales realizadas por intelectuales y
pensadores políticos que se planteaban frente al
problema social y proyectaron el cooperativismo (o formas de
empresa económica alternativas respecto a las
capitalistas) como una respuesta organizativa y como una
vía de reforma social, económica y
política. Pero se ha de subrayar, al mismo tiempo, que
las tentativas de aplicación sistemática de tales
elaboraciones teóricas en la práctica
organizativa, no lograron nunca un resultado satisfactorio y
estable, y a poco andar se disolvieron o mutaron de
significado, incorporándose a veces a movimientos que
tenían características diferentes.
Al lado –y por así decir- por debajo de
estos intentos "teorizados", surgieron y se desarrollaron
inicialmente asociaciones cooperativas
‘espontáneas’ como respuesta de los
interesados directos –aquellos que sufrían los
problemas
sociales y la marginación- a las necesidades
económicas y prácticas.
Tales procesos emergentes desde la base, a menudo
encontraron un punto de referencia intelectual y moral en las
elaboraciones intelectuales de los teóricos
reformadores, llegando a adoptar sus contenidos como
ideología propia del movimiento. De este modo las
teorizaciones cumplieron la función específica de
toda ideología, a saber, cohesionar internamente
la
organización y hacerla coherente mediante la
definición de una perspectiva ética y
política.
Así, el movimiento práctico emergente
desde la base, resultó potenciado intelectualmente, al
mismo tiempo que el movimiento teórico
‘descendente’ se agotaba. La relación entre
la teoría y la práctica se estabilizó
cuando el movimiento cooperativo definió una propia
fisonomía específica y unitaria en torno a los
conocidos ‘principios rochdalianos’.
Así constituido, el movimiento cooperativo
resulta compuesto de lo que podríamos denominar
‘dos almas’, la de ser un movimiento mutualista y
solidario que se forma en el terreno específicamente
económico para enfrentar necesidades y problemas
sociales inmediatos, y la de ser un movimiento reformador y
ético-social orientado a enfrentar las injusticias
generales del sistema económico-político y a
fundar un nuevo tipo de sociedad.
Este ‘dualismo’ estructurante –y
persistente hasta nuestros días- no significa que el
movimiento cooperativo esté escindido internamente, sino
que denota la complejidad y riqueza de un fenómeno
complejo, en el cual, sin embargo, la unidad entre
teoría y práctica no ha sido jamás
perfeccionada.
Podemos representarnos esta conformación
particular del fenómeno cooperativo como la de un
movimiento colectivo que se constituye sustancialmente en la
dirección de la relación práctica –
teoría, mientras un movimiento convergente del tipo
teoría – práctica que en lo inmediato
fracasa, se incorpora a él constituyéndose como
su momento ideológico particular.
Este singular modo de ser de la cooperación ha
marcado no sólo el desarrollo concreto del
fenómeno, con sus potencialidades y limitaciones, sino
que ha condicionado también el despliegue de las mismas
teorizaciones que se le refieren. Éstas, en efecto, han
tenido un carácter prevalentemente
ideológico: tanto las conceptualizaciones tendientes a
demostrar las fuerzas de transformación
económico-social contenidas por ella, como las que se
han orientado en el sentido opuesto de criticar su validez
revolucionaria. Desde Marx, que ha considerado el
cooperativismo como una demostración práctica de
la posibilidad de una economía sin patrones, a
Lenin, que en un momento vio en él un modo
conveniente de distribución de las mercancías, a
los marxistas leninistas ‘ortodoxos’ que han, por
el contrario, criticado el cooperativismo en cuanto
sería una forma económica que no elimina la
explotación de los trabajadores y no supera la
dominación política burguesa. Desde los
católicos, que desde las primeras preocupaciones por la
‘cuestión social’ vieron en la
cooperación un método adecuado y concreto para
enfrentar los más agudos problemas sociales, y de vivir
los principios y valores del cristianismo en el terreno
económico, hasta los conservadores y liberales que han
subrayado de ella el ser una forma de socialismo y que por
tanto la rechazan.
(…)
El revelamiento del carácter predominantemente
ideológico de las teorizaciones sobre la
cooperación, no implica negar que exista un cuerpo de
conocimientos válidos sobre el fenómeno. Por un
lado, porque las mismas elaboraciones ideológicas no
están desprovistas de todo valor
cognoscitivo, contribuyendo de hecho con la proposición
de conceptos y de modelos que
pueden asumir el carácter de iluminantes
hipótesis de investigación. Por otro lado, porque
junto a las teorizaciones existentes, se han venido acumulando
masas inmensas de información empírica que
proporcionan una imagen y un perfil concreto de la experiencia
cooperativa. En fin, porque existen trabajos
sistemáticos de investigación de los problemas
del movimiento cooperativo tanto en la perspectiva de la
ciencia del derecho como de la ciencia económica. La
primera ha contribuido especialmente a la producción de
un ordenamiento normativo de la constitución y actividad
de las cooperativas, consorcios y asociaciones de
integración, mientras el aporte principal de los
estudios económicos ha consistido en definir
conceptualmente los modelos de organización y el
funcionamiento de las unidades cooperativas en el
mercado.
Todo ello constituye un vasto conjunto de materiales
empíricos y conceptuales sobre los cuales toda nueva
elaboración científica debe apoyarse, si bien
distinguiendo críticamente los contenidos cognoscitivos
de lo que es sólo ideología desviante, recogiendo
selectivamente los materiales de información acumulados,
y elaborando creativamente una estructura cognoscitiva
superior.
La elaboración de una teoría
científica del fenómeno cooperativo (y
autogestionario), a la cual este trabajo pretende contribuir,
puede tener importantes consecuencias para el desarrollo futuro
del cooperativismo. Si a través de ella el
fenómeno cooperativo instaura nuevas y más
unitarias relaciones entre la teoría y la
práctica, podría esperarse un nuevo impulso
dinamizador y renovador del proceso organizativo y una
más eficaz capacidad transformadora del
movimiento.
Ahora bien, la elaboración científica
persigue sus propios objetivos a
través de procedimientos
que le son específicos, y no pretende proponerse a
priori como guía de los procesos prácticos; en
ello precisamente reside su autonomía y su
distinción respecto de las ideologías. La
teoría científica no es una elaboración
ideológica que inaugura desde sí misma una
relación conforme a la dirección teoría
– práctica, porque la ciencia no puede sino partir
de la experiencia histórica concreta para acceder por
abstracción al nivel teórico, y sólo
después de este recorrido puede iniciar un
‘movimiento descendente’ hacia la práctica,
la que resultará ser una práctica y una
experiencia nueva porque nueva será la teoría que
la guíe y estructure. La ciencia manifiesta así
su esencia propia como modo específico, diferente y
superior de recomposición de las relaciones entre la
conciencia y la experiencia."
(Empresa de Trabajadores y Economía de
Mercado. 1991. pp. 320 a 328)
3. Desarrollo
3.1. Desde
el origen de la civilización occidental hasta la
víspera de la revolución
industrial.
La explicación tradicional acerca del desarrollo
histórico de la humanidad, nos dice que luego de una etapa
muy extensa de vida en sociedades tribales –que eran
igualitarias-, se pasó a estadios "superiores" de
sociedades jerárquicas, primero, que luego se
transformaron en sociedades-Estados, para, finalmente, llegar al
modelo europeo de las naciones-Estado. Este proceso se presenta a
menudo como algo "natural", y podríamos agregar "fatal" o
incluso "teleológico". La transformación de
sociedades igualitarias en jerárquicas se asocia,
comúnmente, con la llamada revolución
neolítica, es decir, con la aparición de la
agricultura
(entre el 9.000 y 8.000 a.C.), con el aumento de la complejidad
social y con la generación de excedentes alimentarios. Al
final de esta monografía veremos una crítica a esta
explicación, y un replanteamiento de estos procesos,
haciéndolos más acordes con la teoría
"autogestionaria".
La actividad del hombre de pintar sonidos y representar
ideas en forma gráfica comenzó hace seis o cuatro
mil años atrás. Con la invención de la
escritura (jeroglíficos-ideogramas) partió lo que
conocemos como Historia. Ésta nos ha mostrado
civilizaciones que comparten ciertas
características:
Los textos de las civilizaciones antiguas se centran en
las actividades de reyes y emperadores, sacerdotes y filósofos, artesanos y habitantes de las
ciudades. Sin embargo, la mayor parte del pueblo eran campesinos,
cuyas vidas sólo ligeramente podrían ser afectadas
por los desarrollos políticos a largo plazo, pero cuyos
excedentes de producción constituían la base del
trabajo de los especialistas no agrícolas. A cambio de
beneficios tales como el regadío organizado por el Estado
y sistemas de
control de las inundaciones, defensa militar y,
quizás, ayuda del gobierno en épocas de penuria, el
campesino
entregaba gran parte de su tierra y de su trabajo para el
sostenimiento de los demás. Además, tanto él
como sus hijos podían ser reclutados por el
ejército . En las sociedades antiguas el poder era una
fuente de riqueza. Poder y clase social estaban determinados por
la afiliación política. La sociedad estaba dividida
en clase gobernante (soberano, familia real, oficiales del
Estado, aristócratas terratenientes, sacerdotes,
comerciantes y militares) y sus subordinados, que eran en su
mayor parte campesinos. Tampoco deben olvidarse los esclavos,
generalmente obtenidos de la población sometida en la
guerra y, por
lo tanto, también en su mayoría de origen
campesino. En suma, tanto de la actividad como de la
condición de campesinos y esclavos es de donde surge, en
parte, el concepto del trabajo , como labor económica de
aquel sometido por la fuerza.
La introducción del alfabeto fonético
en el mundo clásico del Mediterráneo (600 a.C.) es
considerada, por algunos autores, como un elemento directamente
responsable del surgimiento de la ciencia occidental. Los
fenicios
habrían sido sus inventores, por requerimientos para
facilitar las transacciones, graficarlas y comunicarse en forma
expedita. Según Mc Luhan, hubo un principio de
economía, en el sentido de que se pudo expresar cualquier
cosa con sólo 22 signos. Con
este invento, fue posible transmitir ideas en forma lineal, como
una sucesión secuencial. Se habría producido la
primera gran división entre occidente y oriente; en esta
última, continuaría el ideograma, con su
expresividad elíptica, circular y metafórica. En
contraste, el alfabeto fonético es despersonalizado,
descomprometido, permitiendo la generación de un
pensamiento lógico y abstracto. Esta característica
es utilizada por los griegos para originar la filosofía,
las matemáticas y la física (cumbre del
pensamiento lineal). Es entre este pueblo que surgió la
Democracia (Atenas, s. V a.C.); un espacio de respeto mutuo y
debate
racional entre los hombres que, aunque significaba una isla
rodeada de monarquías despóticas y guerreras,
excluía a la mayor parte de la población: mujeres y
esclavos (mundo del trabajo). Pero no se crea que la esclavitud era
siempre aceptada pasivamente; basta recordar la rebelión
de Espartaco contra el poder romano, para darse cuenta de
la resistencia a ese
sistema, así como de la violencia con que éste
reprimía tales sublevaciones.
Fuera de las ciudades, el campesinado proseguía
su existencia "marginal", muchas veces subyugado por grandes
imperios. El modo de vida del campesino, en cuanto a
niveles materiales y rutina diaria, no se diferenciaba mucho del
de los agricultores tribales que le precedieron. No obstante, el
campesino sería una creación del Estado antiguo.
Con campos permanentes, regadío y arados tirados por
animales,
laboraba en un sistema agrícola más avanzado que
requería un trabajo más disciplinado. A diferencia
del miembro de una tribu, producía alimento y
géneros para vender en mercados locales
y a su vez adquiría productos
exóticos y servicios
especializados. A través de los funcionarios estatales y
de los sacerdotes, y mediante sus contribuciones de trabajo y de
una parte de sus cosechas al erario del Estado, estaba ligado a
un sistema económico mayor que la comunidad de su poblado.
En cierto grado, compartía la "alta" cultura que
surgía de los centros urbanos, debida a los sacerdotes,
filósofos y escritores.
Con la caída del imperio romano de
occidente, Europa conoció un largo período que es
denominado por algunos autores como La Cristiandad. Durante
alrededor de mil años, la Iglesia
Católica fue el referente aglutinador de los restos del
romanismo y la cultura de los pueblos "bárbaros". En este
contexto se originó el Feudalismo,
sistema de dominación que sucedió al anterior, que
había estado basado en gran parte en la esclavitud. Este
cambio de estructura significó la aparición del
vasallaje: vínculo que obligaba a una persona a guardar
fidelidad a otra y a estar bajo su dependencia. No obstante, el
campesinado continuó su posición de servidumbre,
debiendo traspasar una parte de sus productos así como un
segmento de su tiempo de labor a su señor feudal. No se
crea que esto era privativo de occidente; en las civilizaciones
asiáticas también hubo períodos feudales y
burocracias despóticas. En ambos casos, el poder estatal,
ya estuviese encarnado en rey o emperador, tuvo que ceder
atribuciones a los Señores locales. Al amparo de
éstos, se desarrollaron las ciudades conocidas como
burgos, desde las cuales se generó una nueva clase social:
la burguesía, íntimamente relacionada con el
comercio interurbano, la manufactura
artesanal y, posteriormente, la banca.
Progresivamente independizados de la autoridad feudal, este
segmento fue protegido por los reyes, quienes vieron en ese apoyo
una manera de subyugar a la aristocracia feudal terrateniente.
Este fenómeno se vio impulsado, según varios
autores, con la invención de la imprenta de tipos
móviles (J. Gutenberg 1440-1450). Esta
máquina permitió una producción
rápida, homogénea y masiva de textos impresos,
mediante una tecnología de bajo costo. La difusión
de estos escritos transformó la cultura: de oral, verbal,
que involucra los cinco sentidos, integral, a una escrita en la
cual se utiliza un solo sentido, y que fragmenta al ser humano
(el sujeto completa el mensaje con imágenes mentales, con
lo que se produce una mezcla de realidad y fantasía). Con
la masificación de textos en lenguas vernáculas -y
ya no sólo en latín- se favoreció el renacer
de los nacionalismos. Innis y McLuhan son
sólo dos de los numerosos autores que han señalado
que la imprenta contribuyó también a la
estabilización de los hábitos
lingüísticos y ayudó de ese modo a sentar las
bases del estado-nación.
A partir de esa época, el mundo se estratificó en
alfabetos y analfabetos. La educación y la
transmisión cultural ya no necesitaron de la
relación cara a cara del diálogo,
con lo cual se propició el individualismo. El medio
escrito representó una vivencia personal-individualista, requisito esencial para
el surgimiento del capitalismo (el hombre solo frente a su
destino) y de la revolución industrial. Según
Elizabeth Eisenstein, la imprenta es responsable de la
difusión de la investigación científica
organizada. Se ha explorado la relación entre la imprenta
y la Reforma Protestante, que, como nos dio a conocer Max
Weber, tuvo gran importancia en la consolidación del
capitalismo en occidente. De igual manera, aquel cisma de la
cristiandad estuvo vinculado a una etapa de grandes revueltas
campesinas, en las que Lutero, finalmente, optó por
apoyar a los príncipes estatales.
El espíritu de conquista de esta cultura
cristiano-occidental se manifestó a, partir de esta
época, en los viajes que
buscaban nuevos mundos: África, América, Asia;
"descubrimientos" que fueron posibles gracias a los avances
efectuados en las técnicas
de navegación, y que fomentaron el progreso de los medios
de transporte en
general.
Paralelo a estos inventos y
ampliación de los conocimientos, se vivió un
reencuentro con la cultura clásica de Grecia y
Roma. El
Humanismo renacentista (s. XV y XVI) recuperó la
inspiración democrática e impulsó, con su
enfoque antropocéntrico, las corrientes que
exaltarían el ansia humana por la libertad (anticipo del
liberalismo).
También el siglo XVI fue el período del
surgimiento, relativamente simultáneo, de la ciencia
moderna y de la filosofía idealista. Sus figuras fueron
Galileo Galilei y Renato Descartes (1596-1650).
Ambos fueron bastante decisivos para el replanteo de los
conceptos de verdad, certaza, razón. El primero tuvo su
impacto en el espacio de las ciencias, y fue el primero en
articular dos esferas del hacer que se encontraban desvinculadas
y que son integradas para dar origen a la ciencia moderna: el
área de la ingeniería (técnica) y el
área de la reflexión (relegada a los espacios
universitarios). Se deja ver esta integración en el libro
de Galileo La caída de los cuerpos, cuyo
objetivo fue resolver la eficiencia de la
artillería. En la segunda parte del texto, escrita en
latín, se expone el problema teórico de la
caída de los cuerpos. La ciencia moderna es teórica
y experimental, es ciencia empírica, de la experiencia. En
ese análisis, la ciencia se deja llevar por un
método determinado; la búsqueda de la verdad se
hace de acuerdo con un método. Descartes abre su
propuesta con un discurso sobre el método. Lo que estaba
enunciado por Galileo se asume en la filosofía
idealista cartesiana. Basado en la búsqueda de ideas
claras y definidas, Descartes busca aquella certeza
original y única, a partir de la cual se pueda iniciar el
recorrido. Esa certeza la encuentra en el sujeto que conoce:
"pienso, luego, existo". La razón ontológica
objetiva se fracciona con el concepto de la razón
subjetiva. El sujeto sólo tiene certeza de sí
mismo, no tiene certeza absoluta ni del mundo ni de los
otros.
Sin duda, todos estos cambios hicieron del siglo XVI uno
de los más conflictivos. En sus postrimerías
nació el Periodismo, que, de ser un medio circunscrito a
las ferias comerciales, pasó a dar cuenta de la gran
discusión de ideas que se vivía en ese
tiempo.
Consecuencia de estos procesos, y fomentado por las
exploraciones de los nuevos territorios, Europa
experimentó el auge de los movimientos científicos
y racionalistas del s. XVII.
La centralización del poder político en
las monarquías absolutas, y la penetración de
enormes cantidades de metales preciosos
procedentes de América, benefició sobre todo a la
burguesía, cuyo enriquecimiento entre los siglos XVI y
XVIII constituyó de hecho el nacimiento del capitalismo
moderno.
La primera participación revolucionaria de la
burguesía (primera revolución moderna) se vio en la
Revolución inglesa de 1640-1660, y de 1688, en las cuales
se reafirmaron los principios del sistema parlamentario y se
estableció la ideología liberal: el triunfo de las
libertades políticas frente al absolutismo
real. El broche de este período lo puso en 1701 la
invensión de la sembradora Jethro Tull. Con ella se
inició la mecanización de la agricultura, primera
manifestación de lo que más tarde sería
conocido con el nombre de maquinismo.
Entre la segunda revolución inglesa (1688) y la
francesa de 1789, se desarrolló en Europa un movimiento
intelectual, caracterizado por su racionalismo y
enfoque utilitarista. Las raíces de la Ilustración podemos encontrarlas en los
esfuerzos cada vez más amplios de las capas burguesas por
acceder al poder y por imponer la hegemonía estructural
del modo de producción capitalista dentro del sistema
económico general. Surgida en principio en Inglaterra, la
Ilustración encontró un gran eco en Francia, donde
las circunstancias socioeconómicas eran muy similares,
originando el Enciclopedismo (1751-1772). Tras extenderse por
toda Europa, se convirtió en base de nuevas corrientes de
pensamiento que afectaron a numerosos campos (filosofía,
psicología, religión,
política, economía, etc.), conformando de hecho una
nueva ideología dominante. Entre los exponentes de este
movimiento, encontramos a John Locke (1632-1704),
Montesquieu (1689-1755), Voltaire (1694-1778), y
Jean-Jacques Rousseau (1712-78).
En forma paralela, en Europa se asistió al
fenómeno conocido como Revolución industrial, que
implicó un conjunto de transformaciones económicas
y sociales, que caracterizaron los inicios del proceso de
industrialización mundial, y que tuvieron lugar entre 1760
y 1820 en Gran Bretaña. A pesar de que tanto Francia como
Alemania se
encontraban en situación privilegiada en cuanto a
conocimientos técnicos y científicos, la
revolución industrial surgió en Gran Bretaña
debido a que allí se conjugaban una serie de factores
posibilitantes del cambio: la burguesía comenzaba a
dominar el aparato estatal; su producción por habitante
era la más elevada de Europa, el imperio británico
monopolizaba el mercado mundial, poseía un industria con
la capacidad de producir gran cantidad de bienes con
mejoras sencillas, y existía abundante mano de obra y una
agricultura excedentaria. La industria textil algodonera fue el
punto de partida del despegue industrial. Recibió su
impulso del comercio colonial a la vez que lo favorecía;
el mercado exterior británico se afirmó en
África, América y Asia a raíz de una
política imperialista implacable. La materia prima era
cultivada en el exterior a través de mano de obra esclava,
en tanto que el campesino británico se transformaba en
obrero industrial bajo un régimen de miseria y hambre. La
gran acumulación de capital, fue lo que permitió el
paso a la segunda fase de la revolución industrial: el
ferrocarril y con él la creación de una industria
de base.
Como ya hemos visto, cada cierto tiempo, los sectores
sociales oprimidos se sublevaban; es así como en 1773-74,
aconteció una gran revuelta de campesinos rusos. Ellos,
como era lógico, protestaban contra los impuestos que
iban destinados a la burocracia
estatal, al clero y a los terratenientes.
Por su parte, en América se conjugarían
los intereses de la burguesía criolla con las ideas
liberales de democracia y con el ímpetu nacionalista. La
Independencia
de EUA (1776-1783) fue sin duda un símbolo de esta
conjunción; este país llegaría a ser el
centro del capitalismo mundial. Coincidentemente, en 1776 se
publicó el libro La Riqueza de las naciones, de
Adam Smith, en el cual ya se expresaba el carácter
enajenante del trabajo fabril:
"Un hombre que gasta la mayor parte de su vida en la
ejecución de unas pocas operaciones muy
sencillas […] no tiene ocasión de ejercitar su
entendimiento o adiestrar su capacidad inventiva en la
búsqueda de varios expedientes que sirvan para remover
dificultades […] y se hace todo lo estúpido e
ignorante que puede ser una criatura humana (y cuando el trabajo
fabril se generaliza) […] A pesar de las grandes aptitudes de
un reducido número de personas, pueden extinguirse y
embotarse los aspectos más nobles del carácter
humano en la gran masa del pueblo" .
En 1781 apareció el libro Crítica de la
razón pura, de Emanuel Kant. Este
filósofo separa el ser de la cosa ("ser en cuanto tal"), y
el ser conoce la cosa sin dominación de ésta sobre
aquel. El ser humano le da sentido y significado a la realidad de
acuerdo a parámetros o categorías subjetivas:
tiempo y espacio. No existiría la posibilidad de la
objetividad del conocimiento;
el seleccionar las variables
implica una acción subjetiva. Las obras valen tanto como
el valor que le otorgan las personas. Al año siguiente
hizo su aparición la máquina a vapor, que dio
nuevos bríos a la revolución industrial.
A estas alturas, nos encontramos con que el grueso del
trabajo era realizado por esclavos, campesinos, artesanos y
obreros, siendo estos últimos los que aumentaban con mayor
rapidez, en detrimento de los otros tres. Esta supremacía
del trabajo asalariado se fue consolidando en la medida que se
expandió la industrialización a nivel mundial. Este
proceso hizo que a las antiguas formas de defensa y resistencia
de los trabajadores (rebeliones, sublevaciones, revueltas), se
agregara la huelga y la
organización en el lugar de trabajo. Junto con esto,
derivado del ancestral modo de vida campesino y artesano
(comunidades aldeanas, gildas, arteles y gremios), los sectores
sencillos de la sociedad, en vistas a satisfacer sus necesidades
económico-sociales, formaron agrupaciones en que
practicaron el apoyo mutuo y la solidaridad, enmarcados en
principios igualitarios y democráticos. Esta
situación de facto, unida a la proliferación de las
ideas emancipatorias y de cambio social, desembocó en lo
que se conocería como movimiento obrero-campesino, y su
dimensión ideológica: el movimiento socialista o
comunista. En este componente, este movimiento tendría
diversos enfoques: anarquista, cristiano, marxista, radical
(social demócrata); y, en su componente
práctico-organizativo, se manifestaría en el
sindicalismo,
mutualismo, cooperativismo, consejismo, autogestión, etc.
Entre ambos, encontramos a las agrupaciones o partidos
político-doctrinarios. El presente estudio trata acerca de
las formas organizativas que se ha dado este pluralista
movimiento emancipador, como método de cambio de la
sociedad mediante la transformación de su "tejido
celular". En otras palabras, frente a la tendencia mayoritaria de
afirmar la "primacía de la política", entendida
como lucha por la conquista del Estado, este trabajo pretende
mostrar el camino de la transformación y
reorganización social, de la democratización de la
economía y de la política, en vistas a la
recuperación, por parte de todos y cada uno de los seres
humanos, del control sobre las
condiciones de su propia existencia.
3.2 Teoría
autogestionaria: de la ideología a la
ciencia
A continuación, los últimos 200
años de la historia de la humanidad se han dividido en
siete partes, cada una de las cuales de aproximadamente 30
años. Esta separación está referida a hitos
importantes dentro del movimiento que ya anunciamos.
3.2.1. La revolución
francesa (1789-1799)
Hasta el siglo XVIII la burguesía se había
presentado como portavoz del pueblo llano (tercer estado), aunque
había respetado los privilegios de los otros dos (nobles y
clero). Pero las exigencias mercantiles (libre cambio) y
económicas (maquinismo, industrialización) apoyadas
por las ideas reformistas e igualitarias del Enciclopedismo y la
Ilustración, llevaron forzosamente a la burguesía a
enfrentarse con la sociedad estamental del Antiguo
Régimen. Así surgieron las llamadas revoluciones
burguesas, que provocaron en toda Europa la caída de las
monarquías absolutas y dieron origen a Estados de
régimen constitucional parlamentario, inspirados en los
principios de "igualdad, libertad y fraternidad".
Como ya se explicó, las ideas emancipatorias
también se asociaron al resto del pueblo llano, que
pasaría a identificarse como "cuarto estado", lo que
provocaría las primeras disputas con la burguesía
emergente. Ya, en 1792, los republicanos burgueses denunciaban a
los «anarquistas» de París que querían
que los diputados y obreros tuviesen el mismo sueldo; que
decían que había dos clases «la de los que
tienen y la de los que no tienen, los sansculottes y los
propietarios».
Comenzaba así una crítica permanente a los
sistemas de dominación. Ese mismo año, en
Inglaterra, Mary Wollstonecraft (1759-1797), publicaba su
libro Reivindicación de los derechos de la mujer,
en donde exigía igualdad de oportunidades para que
la mujer
pudiera desarrollar su talento . Esa obra fue una de las
precursoras del movimiento feminista internacional. Su marido,
William Godwin (1756-1836), sostuvo en su Estudio sobre
la justicia política (1793), obra próxima al
anarquismo, que el poder del gobierno sobre los ciudadanos genera
inevitablemente la corrupción.
En ese año, Jacques Roux
afirmaba:
«la libertad sólo es un fantasma
baladí cuando una clase de hombres puede impunemente
dejar hambrienta a otra».
Y en el Manifiesto de los Iguales, de la conjura de
Graco Babeuf se leía:
«Desaparezcan, por fin, odiosas distinciones
entre ricos y pobres, grandes y pequeños, amos y
criados, gobernantes y gobernados».
Éste y su compañero Darthe fueron
acusados de "conspiración" y guillotinados por la naciente
burguesía. Ambos, al ser condenados a muerte por el
tribunal, se apuñalaron recíprocamente ante sus
jueces-verdugos.
Al percatarse que el Estado jacobino había
establecido una nueva estructura de dominación encabezada
por la burguesía, y que, mediante el Terror, sojuzgaba a
la mayoría del pueblo, en 1794, Varlet
escribió:
«para cualquiera con capacidad de razonamiento,
Gobierno y revolución son
incompatibles».
Con el golpe de Estado de Napoleón en
1799, se puso fin al proceso revolucionario, y comenzó la
consolidación del capitalismo en Francia. Sin embargo, la
situación de las clases trabajadoras seguía siendo
penosa, por lo que algunos intelectuales idearon formas para
cambiar la organización social.
3.2.2. Los primeros socialistas (1814)
La revolución industrial que se desarrolló
en Europa occidental en la primera mitad del siglo XIX
llevó a la burguesía a la cúspide del poder
económico y político. Los burgueses se convirtieron
en banqueros o capitalistas. En cambio, se preocuparon muy poco
de que los derechos políticos, tan liberalmente
proclamados en sus retóricas Constituciones, se aplicaran
de hecho a todos los ciudadanos, prescindiendo de la
cuantía de su fortuna.
A principios del siglo XIX, apareció la primera
obra de Henri de Saint-Simon (1760-1825), donde se
anunció ya la crisis inminente de la humanidad. Se
publicó, también, un artículo de Charles
Fourier (1772-1837) sobre la armonía universal, que
puede considerarse como primer esbozo de su doctrina.
Al propio tiempo, encontramos a Robert Owen
(1771-1858) en actividades de carácter puramente
práctico, como director de la hilandería de New
Lanark, en la que creó instituciones sociales ejemplares.
Su doctrina, a diferencia de las de Saint-Simon y
Fourier, es resultado de esos ensayos y experiencias
prácticas.
Hacia 1808 apareció la obra La théorie
des quatre mouvements et des destinées
générales, de Charles Fourier, la cual
contenía ya su sistema en embrión. Un par de
año más tarde, al otro lado del océano, las
Independencias Latinoamericanas (desde 1810) darían nuevos
bríos al ideal democrático-reformista.
Entre 1813 y 1814 se publicó la
fundamentación teórica de los planes de
Owen, en A New View of Society; y, en este
último año, entró en circulación el
libro De la réorganisation de la société
européenne de Saint-Simon.
Es preciso tener presente que desde esta época
tendría gran influencia en el mundo de las ideas el
hegelianismo. Este sistema filosófico fue fundado por el
alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), y
es considerado como el último gran sistema del saber de la
filosofía occidental. En su obra Enciclopedia de las
ciencias filosóficas (1817) está contenido todo
su sistema. Completa el idealismo
poskantiano, así que, para Hegel, lo absoluto no es
trascendente a la realidad, sino inmanente. Su filosofía
es la ciencia de lo absoluto que se desarrolla por el simple
proceso de tesis, antítesis y síntesis.
Está basado en una concepción dialéctica del
mundo, opuesta a la causalidad, y llega a la conclusión
que lo Absoluto (Idea) se manifiesta y desarrolla bajo el impulso
de dos formas contrarias de la existencia: la naturaleza y el
espíritu. Revela el carácter ilusorio de los
juicios trascendentales que van más allá de la
experiencia y pone de manifiesto sus contradicciones internas
mediante la categorización de los opuestos
(afirmación-negación). Así, toda
afirmación contiene en su seno la propia negación.
Por el camino de este reconocimiento, la conciencia llega al
saber absoluto. Trasladado el supuesto metafísico al campo
de la historia, sirvió a Hegel para deducir el
carácter absoluto (ideal) del Estado prusiano.
En el terreno político, la obra de Hegel
ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones, desde aquellas que
señalan que propugna un Estado totalitario hasta las
más liberales. También existe un comunitarismo
hegeliano, que se apoya básicamente en dos argumentos del
filósofo. El primero se relaciona con la afirmación
de que la sociedad es natural al hombre, que Hegel
utilizó para refutar la idea del pacto social y el estado
de naturaleza planteado por Hobbes y Locke.
Además, toman el planteamiento hegeliano de que la
sociedad es un repositorio de instituciones que han sido
inventadas por los hombres para humanizar el mundo. Así
fundamentan la idea de que toda sociedad ya tiene un concepto
previo de lo que es bueno o malo.
A fines del siglo XVIII había surgido en Alemania
un movimiento cultural que propugnaba la libre subjetividad del
espíritu, con la fantasía como motor
fundamental, la sencillez y la simplicidad formales: el Romanticismo.
Desde entonces, se convertiría en una implacable
crítica del orden capitalista y burgués. Una de sus
obras más trascendentales fue escrita por la hija de
Mary Wollstonecraft y William Godwin, llamada igual
que su madre, y que, además de ser amiga de Lord
Byron fue el gran amor de Percy Bysshe Shelley, dos
destacados exponentes de esa corriente artística . En
Frankenstein, que se publicó por primera vez en
1818 -cuando su autora tenía sólo 21 años-,
se cuestiona la obsesión de la cultura hegemónica
occidental por dominar a la Naturaleza; actitud que,
al no basarse en el respeto y la convivencia armónica,
llevaría al ser humano a originar su propio desastre. Otro
elemento del romanticismo fue su nostalgia por la vida en la
Edad Media y
su exaltación de las aldeas rurales.
Es en esta atmósfera de crítica al sistema
imperante en Europa, que fue publicado en 1821 el Informe al
condado de Lanark, en donde Robert Owen realizó
la exposición definitiva de su «Plan».
Entre 1821 y 1822, Saint-Simon entregó su libro
Le systeme industriel; y Fourier presentó su
principal obra: Tratado de la asociación
agrícola doméstica.
El aporte histórico de estos pensadores, queda
muy bien resumido por Martin Buber, cuando afirma
que:
"La trayectoria evolutiva que va de Saint-Simon
a Fourier y hasta Owen no es un proceso
cronológico; esos tres personajes, a quienes
Engels denominó los fundadores del socialismo,
actuaron más o menos al mismo tiempo; podría
decirse que constituyen en ese desarrollo fases de
superación simultáneas. Saint-Simon
empezó: la sociedad debe pasar de un orden dual a otro
unitario, la dirección del conjunto debe hacerse a base
de las funciones
sociales mismas, sin que se le sobreponga el orden
político (Estado) como estrato aparte y diferente en
esencia. A esto contestaron tanto Fourier como
Owen diciendo que eso sólo es posible y
permisible partiendo de una sociedad que coordine la
producción y el consumo, es decir, que esté
compuesta de unidades en las que ambos se relacionen
directamente y de comunidades menores que en vastas
proporciones trabajen para el propio consumo. La respuesta de
Fourier dice que cada una de esas unidades debe ser
constituída como la sociedad actual en lo que toca a
bienes y necesidades de los individuos, pero pasando del
antagonismo a la armonía por el acordamiento de los
instintos y de las actividades. La respuesta de Owen
dice, por el contrario, que la transformación de la
sociedad tiene que operarse tanto en su estructura total como
en cada una de sus células:
sólo un orden justo en cada unidad puede servir de
fundamento a un orden justo total. En esto consiste la
fundación del socialismo" .
A partir de 1825 y hasta 1830, Owen y sus
partidarios emprendieron experimentos de colonización (New
Harmony) en el estado de Indiana, en los EUA. Aunque no
resultaron como estaban planeadas, por lo menos no fueron un
fiasco tan grande como las "Icarias" instauradas por
Cabet, en que el despotismo de su fundador terminó
por generar una serie de rebeliones y escisiones.
Simultáneamente al trabajo práctico de
Owen -para el cual la lucha contra la religión era
una de las misiones principales de su vida- los socialistas
cristianos también intentaban dar forma a sus ideales
liberadores. Hacia 1827 se fundó la primera cooperativa de
consumo inglesa en el sentido moderno, bajo la influencia de las
ideas del Dr. William King. Éste era un socialista
cristiano-protestante, considerado uno de los fundadores del
cooperativismo. Entre 1828 y 1830 King editó 24
pequeños cuadernos de su revista The Cooperator,
desde donde difundía sus propuestas. Cuando
suspendió su publicación, habían nacido bajo
la influencia de sus doctrinas 300 sociedades, pero en su
mayoría no tuvieron larga vida. De ahí que se diga
que fue en 1830 que se inició la primera gran ola del
movimiento cooperativista.
"El cooperativismo -comenta Luis Razeto– fue
una primera respuesta organizativa de quienes iban siendo
desplazados por el avance de la avasalladora racionalidad del
capital. Muchos trabajadores, artesanos, desocupados,
pequeños propietarios de tierras (campesinos) y de
negocios, y
pequeñas empresas familiares, se asociaron entre
sí y encontraron en el mutualismo y en la ayuda
recíproca un modo concreto de acceder al mercado y de
alcanzar en éste una fuerza de contratación y de
participación mayor. Pero esta respuesta era muy
débil, y carecía del dinamismo y coherencia de la
racionalidad capitalista, que continuó su obra
asimiladora y simultáneamente marginadora, con respecto
a esta misma respuesta organizativa".
Otro socialista cristiano -católico esta vez- fue
un hombre de apellido Buchez, el cual también es
indicado como fundador del cooperativismo. Poco después de
King planeó y estimuló en Francia la
fundación de cooperativas de producción. «La
reforma comunista que se impone -escribió en 1831 en su
revista L’Européen– ha de efectuarse mediante
la asociación de los obreros».
De acuerdo con los planes de Buchez, entre 1832 y
1834 cuatro obreros fundaron en París la primera
cooperativa de producción, con el nombre de Association
chrétienne des Bijoutiers en doré. Mientras tanto,
en Inglaterra se llevaba a cabo un Congreso de cooperativas de
ese país. Allí se concluyó que éstas
no tuvieron larga vida «por falta de unidad y
cooperación activa entre los miembros», y por el
«espíritu de egoísmo» imperante en
ellas.
A todo esto, en 1831 se había producido una
verdadera "comuna" en Lyon, en donde, durante más de dos
semanas, los jefes de secciones de las fábricas rigieron
la ciudad.
De regreso en Inglaterra, Owen se integró
de lleno al trabajo con el movimiento obrero, inspirando a los
sindicatos, mutuales y cooperativas. La grande y única
"sociedad Cooperativa", que Owen y sus discípulos
habían creído factible en 1833, cuando la National
Regeneration Society proponía las ocho horas laborales y
la huelga general para obtenerlo, fracasó, por el
contrario -como otros muchos sueños de Owen-, en el
curso de los acontecimientos sucesivos a la crisis de la Grand
National Consolidated Trades Union. Inspirado también por
Owen se creó en 1835 la Asociación de todas
las clases de todas las naciones, que más tarde
sería conocida como "Los socialistas".
Por el lado del liberalismo, encontramos un aporte a
estas ideas de parte de Alexis de Tocqueville (1805-59),
quien en su obra La democracia en América,
aparecida en 1835 instó a prestar la máxima
atención a la autonomía personal y a
los peligros que le acechan en forma de dictadura de las
mayorías, así como a la contradicción entre
la igualdad política y la desigualdad económica. Al
visitar los Estados Unidos en
1831, Alexis de Tocqueville escribió lo
siguiente:
"Cuando un artesano se entrega de un modo exclusivo y
constante a la fabricación de un solo objeto […]
pierde al mismo tiempo la facultad general de aplicar su
espíritu a la dirección del trabajo […] el
hombre se degrada en él a medida que el obrero se
perfecciona […] al mismo tiempo que la ciencia industrial
rebaja incesantemente a la clase obrera, eleva la de los
maestros y directores […] La aristocracia industrial que
vemos surgir ante nuestros ojos es una de las más duras
que haya podido aparecer sobre la Tierra" .
En una carta a John
Stuart Mill, en junio de 1835, le confiesa que juzga mejor a
los demócratas ingleses al haber comprendido que su
objetivo final es, en realidad, poner a la mayoría de los
ciudadanos en estado de gobernar y de capacitarla para
gobernar.
"Fieles a sus principios, no pretenden forzar al
pueblo a ser dichoso de la forma que juzgan más
conveniente, sino que quieren hacer que él mismo sea
capaz de discernirla: y discerniéndola, de identificarse
con ella. Yo mismo soy demócrata en ese sentido.
Conducir gradualmente las sociedades modernas a este punto me
parece el único medio de salvarlas de la barbarie o la
esclavitud".
Tocqueville contrasta esta actitud con la
negativa de los demócratas franceses, hombres que quieren
colocar la dirección exclusiva de la sociedad no en todo
el pueblo, sino en una cierta porción del pueblo, y que,
para alcanzar este resultado, no comprenden claramente más
que el empleo de la
fuerza material.
El sistema de autogestión cooperativa que
está descrito en el evangelio del owenismo (The book of
the New Moral Word), publicado en Londres entre 1836 y 1844,
corresponde a un ideal de sociedad directa de los trabajadores,
respecto a la cual el "plan" debe constituir solamente la fase
"preparatoria". En el sistema oweniano -que asume ahora el mundo
de la máxima racionalidad- ya no existe la diferencia de
clases, y la colaboración económica, fundada sobre
el respecto recíproco de las diversas autonomías,
será extendida al conjunto de la organización
productiva. En lugar del Estado, deberá existir la
asociación de la comunidad compuesta por los delegados del
sector externo de las unidades comunitarias.
La importancia de Robert Owen en relación
al tema de este estudio, queda bien expresada en las palabras de
Roberto Massari:
"No tener presente el alcance y la influencia ejercida
por Owen en el desarrollo de las concepciones
libertarias y autogestionarias en el interior del movimiento
socialista europeo significa no comprender la historia vivida
en la primera mitad del siglo XIX por la clase obrera inglesa y
francesa; significa también no comprender plenamente el
proceso a través del cual el proletariado de Inglaterra
pasaba de la autoconmiseración y de la utopía
preindustrial a la formación de una conciencia de clase,
inspirada en los principios de la autoemancipación
conflictiva y de la gestión alternativa, en primera
persona, del proceso de producción".
En opinión de Henri Arvon,
"La innovación aportada por la
cooperación reside sobre todo en la
experimentación de diferentes medios capaces de sacar a
los trabajadores del salariado y reunirlos en una
asociación de productores ‘libres e
iguales’. En este sentido, la cooperación
representa la primera tentativa de traducir la
autogestión a los hechos. La participación obrera
en la gestión, el interés colectivo en la
productividad, la elección directa de los
órganos de gestión sobre la base cooperacional,
la perfecta igualdad entre todos los votantes en virtud del
principio según el cual ‘un hombre, un
voto’, la definición de objetivos colectivos para
el conjunto de la empresa común, la rotación de
las responsabilidades, son algunos de los instrumentos
inventados por la cooperación y continuados por los
autogestionarios de nuestro tiempo".
Durante la década del 1840 se produjo un debate
que reviste especial trascendencia para el tema. Se trata de la
polémica entre los socialistas Louis Blanc
(1811-1882) y Pierre-Joseph Proudhon; el primero
sería reconocido como uno de los pioneros de la tendencia
radical-socialdemócrata, y el segundo como uno de los
fundadores del anarquismo. El primero, en su libro
Organización del trabajo (1839), propuso la
creación de "talleres sociales" que tanto en la industria
como en la agricultura serían fundados, financiados y
fiscalizados por el Estado. Además, pretendía que
toda gran industria se constituyera en asociación
única agrupada en torno a un taller central, es decir, la
creación de un organismo centralizado con miras
monopolizadoras, pues quería atacar en sus raíces
la competencia
ilimitada, "ese principio cobarde y brutal" como lo
calificó en una ocasión en la Asamblea
Nacional.
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), que es
señalado por algunos como el «padre» de la
autogestión, escribió en su libro
¿Qué es la propiedad?
(1840):
«La propiedad y la autoridad están
amenazadas de ruina desde el principio del mundo, y así
como el hombre busca la justicia en la igualdad, la sociedad
aspira al orden en la anarquía».
A pesar de que Proudhon afirma que "la propiedad
es un robo", su verdadera intención no es negar el derecho
de uso que implica la propiedad, sino que restaurarlo sobre
nuevas bases. Condena a la propiedad privada, que "recibe
diferentes nombres según las cosas que la producen:
arriendo, alquiler, renta, interés, beneficio, ganancia,
provecho", en la medida en que ésta es contraria a la
justicia. La propiedad es la medida en que ésta es, como
lo precisa en su Carta a Blanqui (1841), "la suma de los
abusos" de la propiedad. Pero Proudhon no pretende
reemplazar la propiedad privada por una colectiva, ya que, desde
su punto de vista, esta última contradice otro tanto la
justicia. "La comunidad -afirma- es opresión y
servidumbre". Por lo tanto, en su opinión, el
régimen social que deberá suceder a la propiedad
será el de la posesión, término medio
entre estos dos absolutos igualmente opresores que son la
propiedad y la comunidad. Contra el derecho de usar y abusar que
caracteriza a la propiedad, Proudhon subraya las ventajas
que resultan de una propiedad relativa que, sumisa al control
juicioso de la sociedad, quedaría al amparo de todo abuso.
Si la propiedad es un robo, la posesión, por el contrario,
es indispensable para el mantenimiento
y el desarrollo de un trabajo libre y creador.
"Es necesario -precisa Proudhon-, que quede en
el corazón
del hombre como el estimulante perpetuo del trabajo, como el
antagonista cuya ausencia haría caer al trabajo en la
inercia y la muerte".
Por estas mismas razones, Proudhon cree
conveniente mantener una economía de mercado competitivo;
el dinamismo de su sociedad pluralista tiene ese precio. La
competencia desempeña aquí un papel incitativo; es
"la expresión de la espontaneidad social", el precio de la
"libertad" de las asociaciones. Contra Louis Blanc, quien
declaraba como socialista de Estado convencido que "injertar la
asociación sobre la competencia es una pobre idea: es
reemplazar los eunucos por los hermafroditas", Proudhon
exaltó la función de elemento motor que la
competencia detenta en el mecanismo social:
"Suprimid la competencia […], y la sociedad, privada
de fuerza motriz, se detendrá como un péndulo en
el que el resorte está flojo".
Paralelo a esta discusión, aparecían
pensadores socialistas de diversas posiciones que reflexionaron
sobre la capacidad del emergente movimiento obrero.
El principal inspirador de la Liga de los Justos fue
Wilhelm Weitling, artesano y teórico autodidacta
que publicó en 1842 su obra Garanzie dell’armonia
e della liberta. Si bien había expresado
explícitamente la necesidad de superar los límites
angustiosos de la reivindicación política, para
encaminarse a un proceso de "revolución social", no
había comprendido todavía la posibilidad de un
desarrollo autónomo del movimiento de clase. Aún
dejaba la dirección de éste a los intelectuales
"iluminados" o directamente a la capacidad de una personalidad
superior.
Es poco después, en el mismo período (mayo
de 1843), cuando aparece en Francia L’Union
Ouvriére de Flora Tristán, donde, bajo
la influencia del cartismo y del movimiento owenista inglés,
se formula la necesidad se superar el viejo asociacionismo
artesanal, muy amenazado por peligros corporativos, con el
propósito de abocar a la creación de una gran
Unión obrera, en la cual la "clase" de los trabajadores
pueda elevarse por encima de los propios contrastes internos y
unificarse ("constituirse") como auténtica fuerza social
organizada. Fue la primera vez que se expresó de manera
orgánica el tema de la unificación del
proletariado, y, en forma implícita, su asunto
central:
"el de la autoorganización obrera entendida
como momento positivo de la iniciativa de los trabajadores en
el interior de un proceso histórico que parecía,
por el contrario, limitado al momento del rechazo y de la pura
negatividad en las oposiciones al sistema
burgués"
En 1842 terminó la publicación de Cours
de philosophie positive, la obra más destacada de
Auguste Comte (1798-1857). Este filósofo y
sociólogo francés fue el fundador de la Escuela
positivista moderna. Con el avance del liberalismo más
conservador ("orden y progreso"), apareció el positivismo,
exaltador de la ciencia verificable y utilitaria, que "positiva"
esta ideología y le da su expresión
filosófica. Comte, en su sistema de las ciencias,
influye en la difusión de la ideología positivista
con la doctrina de la historia llamada "ley de los tres
estadios". Se positivizan así la astronomía, la mecánica, la física y, finalmente,
la sociología como estudio positivo de los hechos
sociales. En Francia la sociología fue desarrollada por
E. Durkheim y Levy-Bruhl, en Italia
encabezó la corriente R. Ardigó, en Gran
Bretaña J. Stuart Mill y H. Spencer y en
Alemania R. Avenarius.
También en aquella época floreció
la investigación acerca del carácter del trabajo
humano. A la anterior denuncia sobre las condiciones inhumanas
del trabajo industrial, se sumó ahora una
definición más "ontológica" de esa
actividad, y un proyecto de rehumanización de la misma. A
los ojos de Proudhon, no bastaba con arrancar el trabajo
al despotismo de una voluntad extraña, sino que
había que dotarlo de significación propia. Ambas
condiciones serían las únicas que podrían
devolverle su esencial papel creador. Reconstruir la sociedad
desde la actividad productiva equivale a hacer del trabajo la
fuente misma de la autonomía personal. Para esto, es
necesario que el trabajador, reconvertido en soberano de sus
actos y de sus decisiones, pueda reconocerse en un trabajo que, a
su vez, habrá encontrado su plena significación.
También el valor humano del trabajo fue
enérgicamente puesto de relieve por
Proudhon. La definición que da de él en la
Creación del orden en la humanidad (1843) se ha
vuelto clásica:
"El trabajo es la acción inteligente del hombre
sobre la materia. El trabajo es lo que distingue, a los ojos
del economista, al hombre de los animales: aprender a trabajar,
tal es nuestro fin sobre la tierra".
Contra la atomización de las tareas, inherente a
la sociedad industrial, Proudhon recomienda hacer recorrer
al obrero toda la serie de operaciones de la industria a la cual
está ligado:
"De este modo -escribe en la Idea general de la
revolución en el siglo XIX (1851)-, la
división del trabajo ya no podrá ser para el
obrero causa de degradación; por el contrario,
será el instrumento de su educación y el precio
de su seguridad".
Saliendo de su tarea inmediata, el obrero adquiere una
vista sintética del proceso laboral, tomando
conciencia del carácter creador del trabajo. El
enriquecimiento de las tareas pondrá fin al sentimiento de
frustración que oprime al trabajador, condenado a lo largo
de toda una jornada de trabajo a cumplir un gesto desprovisto de
toda significación. Una vez que el trabajo rehabilitado se
haya convertido nuevamente en el garante más seguro del valor
personal, la desalienación del trabajador se
obtendrá en el trabajo mismo.
"El más modesto de los oficios -asegura
Proudhon-, siempre y cuando haya en él
especialidad y serie, encierra en sustancia toda la metafísica".
El tema de la angustia existencial del ser humano hizo
su aparición en esos años: O lo uno, o lo
otro (1843), y El concepto de la angustia (1844), de
Soren Kierkegaard. Este filósofo danés fue
iniciador de la filosofía existencial del siglo XX.
Sostuvo que la razón no es el elemento sustancial en el
hombre, sino la angustia de su propia existencia; la verdad
esencial es la subjetiva, la sentida por el hombre. Según
Kierkegaard, la existencia atraviesa tres
estadios:
a) el estético, en que se goza del
presente,
b) el ético, en que el hombre vive en el tiempo y
resuelve su desesperación en la responsabilidad de sus
actos y en la angustia religiosa,
c) el religioso, en que se relaciona con lo absoluto y
acepta el dolor.
3.2.3. Los Pioneros de Rochdale (1844)
La primera cooperativa de consumo que tuvo éxito
salió a la luz en Rochdale,
arrabal de Manchester, en 1844, cuando 28 obreros tejedores
fundaron la Sociedad de Pioneros Igualitarios de Rochdale. He
aquí las cuatro célebres reglas de Rochdale
establecidas para defender la autenticidad
cooperativa:
1) Puerta abierta, es decir, toda persona que lo desee
es libre de unirse a la cooperativa;
2) Poder democrático, es decir, un hombre
equivale a un voto;
3) Repartición de los beneficios entre los
miembros a prorrata de sus operaciones;
4) Limitación de la tasa de
interés.
Por aquel año, la reflexión en torno al
trabajo humano subiría un nuevo peldaño. En los
Manuscritos económico-filosóficos (1844) de
Karl Marx, éste distingue tres formas principales
de alienación, derivadas, en su
opinión, de la propiedad privada:
a) La alienación o enajenación frente al producto, porque el
trabajador no es el dueño del bien producido ni se
identifica con él ni decide sobre su uso final;
b) La alienación frente al proceso, porque el
trabajador no controla el proceso de producción;
y
c) La enajenación frente a la "especie", frente a
sí mismo y frente a los compañeros de trabajo, que
veía como consecuencia de la propiedad privada y de la
aliención frente al producto y al proceso, lo cual impide
a la especie la realización de su potencialidad
humana.
Marx escribió en los manuscritos de 1844
que estas formas de alienación se volverían
más intensas a medida que avanzara la acumulación
capitalista:
"La miseria del trabajador se encuentra en
proporción inversa al poder y la magnitud de su
producción".
Esto ocurre porque
"El trabajo no produce sólo bienes; se produce
a sí mismo y al trabajador como un bien; y lo hace en la
misma proporción general en que produce
bienes".
En sus escritos de juventud,
Carlos Marx fue profundamente antiestatal; aplicaba al
poder político el esquema feuerbachiano de la
alienación religiosa. El Estado, según el joven
Marx, es para la sociedad lo que Dios, según
Feuerbach, es para el hombre, es decir, una
proyección alienante; es necesaria una toma de conciencia
para desembarazarse de ella.
Aunque abandonado más tarde, el antiestatismo
afloró intermitentemente en Marx en los juicios que
expresa sobre ciertos sucesos históricos de que fue
testigo.
La primera línea telegráfica puesta en uso
(1844) estaba equipada con aparatos Morse,
constituídos por un transmisor mecánico manual y un
receptor registrador. Con este invento comenzaba la
comunicación "instantánea" a través de
grandes distancias.
Dos años después de este avance
tecnológico, Proudhon publicó su obra
Systeme des contradictions économiques ou Philosophie
de la misere (1846). En ésta, el autor intenta
demostrar que las leyes del "orden social" no son las de la
inmanencia o las de la continuidad omnipresente (fieles a la
tradición metafísica a la que Proudhon
había declarado la guerra desde los primeros años
de su propia actividad teórica), sino las del conflicto y de
la oposición de los principios, considerados en el
interior de un sistema global. La crítica del
régimen de la propiedad, por ejemplo, debe asumir la serie
de dicotomías sobre las cuales se articula la estructura
despótica del capitalismo concurrencial si quiere llegar a
comprender cuáles son las contradicciones de fondo que ha
permitido la instauración de semejante régimen.
Maquinismo y división del trabajo, monopolio y
concurrencia, riqueza y pobreza son sólo algunas de las
antinomias que están en la base de un sistema de
producción caracterizado por la injusticia, el beneficio,
el "robo", la alienación y, sobre todo, la
separación entre razón y práctica social.
Veremos, en fin, cómo la concepción autogestionaria
de Proudhon tiende, en efecto, a eliminar en el conjunto
la última de tales dicotomías, desde el momento en
que ella se individualiza la fuente principal de la
alienación.
Ese mismo año, se dio una de las primeras
definiciones -y la más famosa- de lo que sería una
eventual sociedad comunista. La ideología alemana
(1846) de Karl Marx y Federico Engels, aborda
nuevamente el tema de la alienación y propone la
gestión de la sociedad por parte de sí misma.
Aquí, sobre la organización de la sociedad
comunista, ésta se configura como mundo de la
emancipación real, como superación de la
alienación deshumanizante y, después, como
abolición de la división social del
trabajo:
"En la sociedad comunista, en la que cada uno tiene
una esfera de actividad exclusiva, pero puede perfeccionarse en
cualquier sector a voluntad, la sociedad regula la
producción general y, por consiguiente, me ofrece la
posibilidad de hacer hoy esta cosa, mañana la otra, por
la mañana ir de caza, a mediodía ir a pescar, por
la tarde abrevar a los animales, después ejercer la
crítica, como me parezca, sin por ello convertirme en
cazador, ni pescador, ni pastor, ni crítico".
En la descripción de la sociedad que "regula",
que dirige, controla y ordena la producción ya se contiene
la primera afirmación moderna clara (deducida a partir de
una reflexión sobre las características principales
del sistema moderno) de la concepción autogestionaria de
Marx. Éste entiende por "sociedad" (sin atributos)
la futura reunificación entre sociedad civil y Estado
político, es decir, el momento en que llega la
emancipación general de las clases subalternas; rechaza,
por otra parte, la idea de que haya de ser la superestructura
política quien "regule" lo que aparece a nivel social como
el producto de esta reunificación, emancipación;
postula, en fin, la destrucción de "la represión
del interés general ilusorio bajo forma de Estado",
sosteniendo que son los "individuos, reales, concretos", los que,
gracias a un pleno desarrollo de las capacidades físicas,
intelectuales y psicológicas propias, adquieren de este
modo la capacidad de regular múltiples aspectos de la vida
social y de "perfeccionarse" en algunos de aquellos, sin que esto
llegue aún a ser una especialización o una
participación impuesta desde fuera. De hecho se propone,
en este bellísimo pasaje de La ideología
alemana, la gestión de la sociedad por parte de
sí misma.
Como se verá durante toda su actividad
teórica, Marx y Engels fueron "tironeados"
entre la espontaneidad del proletariado, que tiende a tomar las
riendas de su propio destino y la conciencia de clase, que le es
aportada del exterior. El Manifiesto comunista (1848)
proclama una total confianza en el movimiento revolucionario
espontáneo de la clase obrera, precisando que los
designios del comunismo "no son
sino la expresión general de las condiciones efectivas de
una lucha de clases que existe, de un movimiento que opera ante
nuestros ojos". Sin embargo, en el mismo texto, la conciencia de
clase parece prevalecer sobre la espontaneidad, por el hecho de
que los comunistas son los encargados de guiar a todo el
proletariado.
"Prácticamente -escribe Marx-, los
comunistas son […] la fracción más decidida de
los partidos obreros […], la que empuja siempre hacia
adelante; teóricamente, tiene sobre el resto de la masa
proletaria la ventaja de comprender las condiciones, la marcha
y los resultados generales del movimiento
proletario".
También en 1848 el Gobierno provisional en
Francia, de mayoría antisocialista, sustituyó el
plan de "talleres sociales" de Blanc por una caricatura,
con lo que esas cooperativas fueron un fracaso. En todo caso, se
asistió a una segunda gran oleada del movimiento
cooperativista. La revolución de 1848 provocó una
explosión de asociaciones obreras de producción. La
voluntad de los obreros de organizarse por sus propios medios
constituyó para Proudhon el "hecho revolucionario"
por excelencia. Pero como estas asociaciones se inspiraron en
La organización del trabajo (1839) de Louis
Blanc, la gestión fue asegurada por el Estado. Hubo
allí, para Proudhon, un vicio que anuló el
fenómeno: el autoritarismo estatal le parecía
incompatible con una gestión libre; en nombre de la
autonomía de las personas, se opuso a cualquier
organización social impuesta y venida de lo
alto.
"Nosotros, productores asociados o en vías de
asociación -escribió en su Manifiesto electoral
(noviembre de 1848)-, no necesitamos al Estado […]. La
explotación por el Estado sigue siendo la monarquía, el salariado […]. Ya no
queremos el gobierno del hombre por el hombre, ni la
explotación del hombre por el hombre. El socialismo es
lo contrario del gubernamentalismo […]. Queremos que las
asociaciones sean […] el primer núcleo de esta vasta
federación de compañías y sociedades,
reunidas en el espacio común que será la
República democrática y social".
La oposición entre un socialismo de Estado y un
socialismo que sería llamado más adelante
"autogestionario", se encuentra netamente prefigurada en la
manera en que Proudhon se esforzó por diferenciarse
de su émulo y adversario político Louis
Blanc, a quien tildaba de "sombra canija de
Robespierre" a causa de su jacobinismo, que
Proudhon detestaba:
"Louis Blanc -expresó en las
Confesiones de un revolucionario (1849)- representa al
socialismo gubernamental, la revolución desde el poder,
como yo represento al socialismo democrático, la
revolución por el pueblo".
Según Proudhon, el fracaso del
asociacionismo de 1848 se debió al mantenimiento de las
realciones de dominación y sumisión entre el Estado
y la sociedad. Reflexionando sobre este asunto, Proudhon
elaboró las líneas maestras de una futura
organización federalista, cuya ventaja esencial
residiría en equilibrar autoridad y libertad.
Proudhon no aceptaba la autoridad de derecho divino ni la
ficción del contrato social
roussoniano, por lo que recomendaba un sistema contractual y
mutualista, simultáneamente aplicable al campo
político y a la vida económica. La
edificación simultánea de estas dos construcciones,
implica sus respectivas autonomías como condición
del dinamismo de un conjunto pluralista. La sociedad de
producción es distinta de la sociedad de relaciones
políticas, pero no es menos complementaria una de la otra.
Esta adaptación recíproca se deriva necesariamente
del hecho de que ambas estarían organizadas no a partir de
la cima, sino de la base, y ya no de arriba hacia abajo, sino de
abajo hacia arriba. Para Proudhon, la sociedad de
producción descansaría en "compañías
obreras". A partir de esta noción general, él
previó la organización, a un tiempo separada y
conexa, de la agricultura y la industria, elementos constitutivos
de una "federación agrícola-industrial". Ampliada,
por una parte, gracias a la adjunción al conjunto de los
productores de los agrupamientos de unión de consumidores
y, por otra, a la extensión del principio federativo a
otros países, ella desembocaría, en el plano
internacional, en la creación de una "confederación
mutualista". La gestión general de la sociedad
económica que, por los acuerdos de reciprocidad,
podría regular ora las relaciones entre productores, ora
las relaciones entre productores y consumidores, no solamente en
el marco nacional sino también en el internacional, se
realizaría independientemente del Estado.
En el pensamiento de Proudhon, la democracia
política federativa es el complemento indispensable de la
democracia económica mutualista. Enfrentándose a
los gobiernos centralizados, a las exigencias desmesuradas cuyo
poder absoluto genera guerras hacia
el exterior y opresión hacia los propios ciudadanos,
él recomendó llevarlos a dimensiones más
restringidas: regiones que se autoadministren, se conjuguen en
repúblicas federales, las que, en su momento,
constituirían confederaciones.
En sus Principios de economía
política (1848), John Stuart Mill (1806-1873),
teórico del liberalismo, pensaba que las cooperativas de
trabajadores podían llegar a ser un modo económico
alternativo del modo capitalista corriente, dirigido éste
por y para el beneficio de una minoría codiciosa. Stuar
Mill fue uno de los pensadores que dieron vida a una
corriente que denominaremos liberalismo humanista, para
los cuales el tema de la propiedad privada de los medios de
producción es un asunto contingente más que
doctrinalmente esencial, y que se aproximan a principios
igualitarios.
La decepción de la clase obrera cristalizó
en la revolución de 1848 y en la formación de
movimientos obreristas de ideología socialista, que fueron
duramente reprimidos por las fuerzas burguesas desde sus
plataformas firmemente establecidas en el poder
político.
Luego del fracaso de su iniciativa de "talleres
sociales", Blanc cambió de opinión y
pasó del plan de iniciativa estatal al de las cooperativas
libres. Para llegar a ellas no ve otro camino que el de la
federación, comenzando con las cooperativas ya existentes;
éstas tendrían que ponerse de acuerdo y nombrar un
comité central que organizara en todo el país "la
más importante de todas las suscripciones: la
suscripción para abolir el proletariado". Y, a fines de
1849, Blanc aprobó la Union des associations
fraternelles, la federación formada por más de 100
cooperativas con el propósito de realizar la
"mutualité du travail" de su adversario
Proudhon.
Las impresiones que Marx recibió de la
problemática revolución de 1848 acentuaron su
actitud crítica frente a los ensayos de
reestructuración. Si ya en el Manifiesto se
censuraban los "pequeños experimentos, naturalmente
destinados al fracaso", luego (en la reseña Las luchas
de clases en Francia, de 1850) se decía del
"socialismo doctrinario" que "escamotea por medio de
pequeños trucos o grandes sentimentalismos la lucha de
clases con todas sus necesidades", y luego (en El 18 de
Brumario de Luis Bonaparte, de 1852) reprochaba al
proletariado francés que se haya lanzado en parte
a
"experimentos doctrinarios, bancos de
trueque y asociaciones obreras", "o sea, a un movimiento que
renuncia a subvertir el antiguo mundo con sus propios y
poderosos medios totales, antes bien, que trata de lograr su
redención a espaldas de la sociedad, de modo privado,
dentro de sus limitadas condiciones de existencia, y que
tendrá que fracasar necesariamente".
En 1850 se vivió un apogeo del capitalismo en
Europa, y fue enunciada la segunda Ley de termodinámica (pérdida de
energía útil o entropía). Ese
año, "socialistas cristianos" ingleses se esforzaron para
crear una gran red de cooperativas de producción, con el
objeto de que
"poco a poco toda la producción de bienes se
efectuara en formas cooperativas y para que, eliminando la
mutua competencia, se fijaran los precios por
acuerdo común".
Al cabo de 20 años, en las cooperativas fundadas
bajo la influencia de Buchez, el principio del capital
indivisible era tan discutido que sus adeptos tuvieron que
sostener una lucha difícil y en lo esencial infructuosa en
defensa del principio que debía "transformar la propiedad"
y colocar "al capital bajo el dominio del trabajo", y para que se
conservara ese principio con el objeto de que la
institución de cooperativa beneficiara a toda la clase
obrera "y no solamente a algunos miembros afortunados que gracias
a ella se convirtieron de asalariados en rentistas". Y
precisamente hacia la misma época, en 1852, en un informe de la
Society for Promoting Working Men Associations (Sociedad para el
fomento de las asociaciones de obreros), leemos que en Inglaterra
ocurría más o menos lo mismo.
Para demostrar la irradiación del movimiento
mutualista, se puede mencionar la creación de la primera
Sociedad de Socorros Mutuos en Chile (1853): Unión de los
Tipógrafos, fundada en Santiago por el peruano
Victorino Laínez, y que todavía
existe.
Algunos movimientos artísticos de esa
época nos dejan ver una crítica al sistema y un
ansia por un modo de vida distinto:
En Walden, o la vida en los bosques (1854),
Henry Thoreau (1817-62) describió su tentativa de
llevar a la práctica la filosofía
trascendentalista, es decir, una vida simple en contacto con la
naturaleza. Su obra está caracterizada por el contenido
simbólico, el naturalismo y los temas filosóficos y
morales sobre los que trata. Al año siguiente
apareció Hojas de hierba (1855), de Walt
Whitman (1819-1892). Propugna en él el ideal de una
nueva literatura, un
canto a la democracia y la exaltación de las fuerzas
naturales. No menos conocido es Charles Baudelaire
(1821-1867), quien hacia 1855 empezó a publicar sus
poemas en
prosa, reunidos póstumamente bajo el título Le
spleen de Paris (1869). Baudelaire fue el primer poeta
moderno de Occidente. Su obra, a caballo entre el romanticismo,
al que la atan la violencia e intensidad de los sentimientos, y
el parnasianismo, con el que la relaciona su perfección
formal, es la fuente de la que emanó el movimiento
simbolista. Sus valores fundamentales quizá radiquen
en la reivindicación de una completa autonomía para
el mundo poético, concebido éste como un acto
supremo de embriaguez y arrebato. El pintor francés
Gustave Courbet (1819-1877) -amigo de Proudhon y
Baudelaire– provocó el escándolo de los
medios académicos del siglo XIX con sus obras, crudamente
inspiradas en la realidad. Entre sus pinturas más famosas
se encuentran El entierro de Ornans (1850) y
L’Atelier, que no fue admitida en la
Exposición Universal de 1855. Courbet
organizó entonces una muestra particular de sus cuadros
que tituló Le Réalisme y en cuyo
catálogo publicó el Manifiesto Realista (1855).
Otras obras suyas de gran valor fueron: La mujer del
papagayo (1866), La remise des chevreulis (1866),
El Halalí (1867), etc.
Aleksandr Herzen (1812-70), en El pueblo ruso
y el socialismo (1855), escribió que la comunidad
campesina podía ser la base de una organización
económica socialista, con lo cual entusiasmó a
muchos jóvenes revolucionarios y provocó un amplio
debate.
Mijail Bakunin (1814-1876) también
creía en su juventud poder contar con el mir,
comunidad agraria eslava; adepto del paneslavismo revolucionario,
soñaba con una democracia campesina modelada a imagen del
mir. Pero, instruido por la experiencia de la
Revolución de 1848, en la cual las masas campesinas
eslavas no titubearon en ponerse al servicio de la
reacción, sostuvo más tarde que, antes de confiar
el destino de la revolución al mir, cuya
descomposición moral advirtió, convenía
purgarlo del autoritarismo que corroía tanto su interior,
donde reinaba un paternalismo absoluto, como el exterior, ya que
la ciega sumisión al jefe de familia encontraba su
extensión natural en el culto al zar, considerado como el
padre del pueblo. Ya debilitado por el paternalismo, el
mir acababa siendo irremediablemente corrompido por el
Estado; era, según gráfica expresión de
Bakunin, "un sepulcro blanqueado".
En las Confesiones de un revolucionario (1849),
Proudhon había ya hablado de la
"participación de todos los asociados en la
dirección de la empresa y en los beneficios". Pero
después de haber visitado las sociedades obreras
existentes en 1856 que habían tenido suficiente fuerza y
decisión para resistir el reflujo revolucionario
consecutivo a la derrota de 1848, quiso estudiar a fondo su
"orgánica", es decir, su disciplina
interior y los principios que las animaban. Ahora bien, se vio
obligado a verificar que a pesar de su supervivencia, en
numerosas sociedades eran "atormentadas por las
habladurías, la discordia, las rivalidades, las
deserciones, las traiciones". Sin embargo, creyó discernir
allí el germen de la transformación social que
podría englobar a toda Francia.
Con la obra Origen de las especies (1859) de
Charles Darwin, se desencadenó un gran debate al
extrapolar sus conclusiones al ámbito social. Uno de sus
discípulos, Herbert Spencer (1820-1903),
declaró que la base del proceso de desarrollo de la
sociedad era la lucha por la existencia, y estableció el
principio de la "supervivencia de los más áptos".
Aplicando los principios del evolucionismo escribió, entre
otros, Los primeros principios (1862) y Principios de
sociología (1876-96). Muchos socialistas intentaron
posteriormente discutir las ideas de Spencer, entre ellos
Kropotkin.
Inspirado en las ideas de Proudhon, se
redactó el Manifiesto de los Sesenta (1861), que
constituyó el cuarto manifiesto socialista y el primero
que salió de las filas del propio proletariado. En esa
declaración, en la que Proudhon saludaba un
"despertar del socialismo" en Francia y una "revelación de
la conciencia corporativa" en la clase obrera, se pide, entre
otras cosas, la institución de una Cámara sindical;
pero no compuesta de patronos y obreros (concepción de
Saint-Simon), sino que
"lo que pedimos es una cámara compuesta
exclusivamente por obreros elegidos mediante el sufragio
universal, una Cámara del Trabajo".
Esa exigencia acredita claramente la evolución
operada en el pensamiento social desde Saint-Simon a
Proudhon. En El principio federativo (1863), la
adopción
del ideal federativo entra perfectamente en la concepción
del pluralismo social que Proudhon había elaborado
sobre la base de una crítica del Estado, de las
instituciones burguesas y de la subordinación de la
sociedad económica a la política. Tal idea
representa de hecho la salida lógica de una dilatada
investigación acerca de la naturaleza del Estado liberal,
en torno a la posibilidad de reunificar a nivel social lo que
aparece irremediablemente dividido en el plano político y
en torno a la relación instituciones-desarrollo
productivo. El federalismo,
según Proudhon, garantiza la autonomía de
los centros de producción y sobre todo la posibilidad de
una gestión directa por parte de los trabajadores, al
mismo tiempo que crea el cuadro institucional de una posible
recomposición y en la cobertura que ésta ofrece a
una descentralización autoritaria -existente de
hecho si no de derecho- Proudhon opone la libre
expresión de la unidad federativa; ésta, más
bien, es la única respuesta eficaz a la "tendencia fatal a
la absorción burocrática y a la omnipotencia del
centro" que se verifica en todas partes donde "desaparezca el
equilibrio de
los intereses".
Bakunin -"discípulo" de Proudhon–
en su Catecismo revolucionario (1863) valora de manera
optimista el alcance del movimiento cooperativo, viendo en
éste las formas de la nueva sociedad y no más
modestamente una "escuela del comunismo", como se vio
después en las filas de la Asociación Internacional
de los Trabajadores (AIT) o Primera Internacional. En el
preámbulo de sus estatutos elaborados en 1864 se
lee:
"La emancipación de los trabajadores debe ser
obra de los trabajadores mismos; los esfuerzos de los
trabajadores por conquistar su emancipación no deben
tender a constituir nuevos privilegios, sino establecer para
todos los mismos derechos y los mismos deberes".
En 1864 en Heddendorf (Renania), el burgomaestre
Raiffeisen creó la primera cooperativa de crédito, para liberar a los campesinos de
la usura. Ese año, Proudhon, a quien debe
reconocerse su cualidad de visionario, profetizó lo que
sería el comunismo centralista:
"Una democracia compacta, en apariencia fundada en la
dictadura de las masas, pero en que éstas no tienen
más poder que el necesario para asegurar el
avasallamiento general, de acuerdo con las siguientes
fórmulas y principios tomados del antiguo absolutismo:
indivisibilidad del poder público, centralización
absorbente, destrucción sistemática de todo
pensamiento individual, ya sea corporativo o local,
considerándolo agente destructivo, policía
inquisitorial".
Al año siguiente, en De la capacidad
política de las clases obreras (1865), Proudhon
-quien murió poco tiempo después- hizo de la
mutualidad y la reciprocidad la base de la nueva "democracia". En
cuanto al Estado, él no rechazó su injerencia, pero
únicamente para "velar por la educación
económica y social de la clase obrera".
El favorable juicio que Proudhon concedió
a las cooperativas obreras impregnó parcialmente el texto
presentado a propósito de la cooperación al
Congreso de la I Internacional en Ginebra, en 1866. Sin embargo,
conviene recordar que los autores de este texto consideraban que
la cooperación era capaz de provocar una
transformación social en profundidad, pero que ésta
debía ir acompañada de una toma del poder
político.
He aquí el juicio de la Primera Internacional
sobre el movimiento cooperativo:
a) Nosotros reconocemos el movimiento cooperativo como
una de las fuerzas transformadoras de la sociedad presente,
basada en el antagonismo de clases. Su gran mérito
está en mostrar prácticamente que el sistema
actual de subordinación del trabajo al capital,
despótico y depauperante, puede ser sustituido por el
sistema republicano de la asociación de productores
libres e iguales.
b) Pero el movimiento cooperativo limitado a las
formas microscópicas de desarrollo, que pueden producir
por sus combinaciones esclavos asalariados individuales, es
impotente para transformar él mismo la sociedad
capitalista. Para convertir la producción social en un
vasto y armonioso sistema de trabajo cooperativo, no
serán jamás realizados cambios de las condiciones
generales de la sociedad sin el empleo de las fuerzas
organizadas de ésta.
Entonces el poder gubernamental, arrancado de manos de
los capitalistas y terratenientes, debe ser manejado por las
clases obreras mismas.
c) Recomendamos a los obreros alentar la cooperativa
de producción antes que la de consumo. Ésta toca
solamente la superficie del sistema económico actual;
aquélla ataca su base.
d) Recomendamos a todas las sociedades
cooperativas consagrar una parte de sus fondos a la
propaganda de sus principios, tomar la iniciativa de crear
nuevas sociedades cooperativas de producción y hacer
esta propaganda tanto por la palabra como por la prensa.
e) Con el fin de impedir que las sociedades
cooperativas degeneren en sociedades ordinarias burguesas
(sociedades en comandita), todo obrero empleado debe recibir el
mismo salario,
asociado o no. Como compromiso, puramente temporal, nosotros
consentimos en admitir un beneficio mínimo a los
socios.
Aquel año fue publicado Crimen y Castigo
(1866), de Fedor Dostoievski. Éste, por sus ideas
socialistas, estuvo desterrado en Siberia desde 1849, en donde
pasó cuatro años en trabajos forzados. Testigo de
un momento histórico convulsionado, dejó una
radiografía psicosocial de ese tiempo en varias de sus
obras, entre las que destaca Los hermanos Karamazov
(1880).
En El Capital (1867) de Karl Marx, puede
encontrarse otra fuente particularmente buena de las concepciones
de este autor sobre el efecto de la división
técnica del trabajo en las fábricas capitalistas.
En la sección que trata acerca del carácter
capitalista de la manufactura, distingue Marx entre la
división social del trabajo, existente en cualquier
sociedad en que ocurra el intercambio, y la división
técnica del trabajo o la división del trabajo en
detalle, como la llama Marx, que es peculiar del
capitalismo. La división del trabajo en detalle, o la
división del trabajo entre empleos dentro de un taller,
sólo ocurre después de que:
a) El capitalista ha monopolizado los instrumentos del
trabajo, y
b) Existe un mercado de mano de obra.
Mediante este proceso, el trabajador se convierte en un
jornalero al detalle, y como tal depende de la función
organizadora del capitalista en el proceso de
producción.
Un año después (1868), apareció la
obra de Gierke, quien resaltó la forma de vida
medieval, en contraposición a la capitalista. Lo que
Gierke dice del movimiento de unión gremial de la
Edad Media, puede decirse de toda sociedad de estructura
rica:
"se caracteriza por una inclinación a ampliar y
extender las asociaciones, a formar otras que comprendan a los
gremios más estrechos, a formar federaciones de
asociaciones aisladas, y vastas federaciones de conjunto que
comprenden las federaciones particulares". "Sólo la
asociación libre -dice Gierke– crea comunidades
en las cuales subsiste la libertad económica, puesto que
los organismos que surgen de la iniciativa y
estructuración de sus propios miembros elevan a la vez
que la vida comunal reconstituída la vida individual de
los miembros".
Por la misma época en que Hernst Haeckel
acuñaba (1869) el término Ecología,
se produjo una revuelta de los campesinos rusos. Paralelamente,
Mijael Bakunin escribió en
L’egalité, de Ginebra, en 1869:
"También nosotros queremos la
cooperación; también nosotros estamos convencidos
de que la cooperación en todas las ramas del trabajo y
de la ciencia será la forma predominante de la
organización social en el porvenir. Pero, al mismo
tiempo, sabemos que solamente podrá prosperar,
desarrollarse plenamente, libremente y abrazar toda la
industria humana, cuando esté fundada sobre la equidad,
cuando todos los capitales, todos los instrumentos de trabajo,
comprendido el suelo, sean
restituidos a los trabajadores a título de propiedad
colectiva. Nosotros consideramos esta reivindicación
como el presupuesto, y
la organización de la potencia
internacional de los trabajadores de todos los países
como la misión
principal de nuestra gran asociación. Una vez admitido
esto, lejos de ser adversarios de las iniciativas actuales de
cooperación, las encontramos más bien necesarias
bajo muchos aspectos. Ante todo, y es esto a nuestros ojos por
el momento su principal ventaja, habitúan a los obreros
a organizar, a hacer, a dirigir por ellos mismos sus asuntos,
sin ninguna intervención ni del capital ni de la
dirección burguesa".
3.2.4. La Comuna de París (1871)
(*)
3.2.5. Los primeros soviets o consejos obreros
(1905) (*)
3.2.6. La revolución española
(1936-1939) (*)
3.2.7. Mayo Francés y Primavera de Praga
(1968) (*)
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Cristian Andrés Sotomayor
Demuth
Monografía para optar a la Licenciatura en
Información Social
Pontificia Universidad Católica de
Chile
Facultad de Comunicación
Escuela de Periodismo
Noviembre de 1999