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La construcción oficial de la idea de patria y patriotismo en la escuela argentina




Enviado por cschulmaister



    1. Abstract
    2. Ese algo llamado
      patria
    3. Patria popular vs. Patria
      oligárquica
    4. La construcción
      oficial del pasado
    5. La historia oficial en la
      escuela
    6. La versión oficial de la
      patria y del patriotismo
    7. La educación
      patriótica escolar
    8. La canonización de los
      actos patrios
    9. Patria y
      paternalismo
    10. Bibliografía

    ABSTRACT

    El artículo revela la existencia de una
    versión oficial de la idea de patria, y en consecuencia,
    de la de patriotismo, construida por los sectores dominantes
    desde el mismo instante de la ruptura con España
    como medio de control y
    disciplinamiento político e ideológico.

    Esa construcción, realizada por momentos con
    entusiasmo y rigor propios de una ingeniería social, tuvo en la escuela su
    mejor vehículo y servidores,
    valiéndose de la creación de una historia nacional
    falsificada, que junto con la enseñanza del civismo tendían a la
    introyección en las mentes de los niños y
    adolescentes
    argentinos de una idea metafísica
    de la patria, proceso que
    llegaba a niveles imponderables con la realización de las
    ceremonias de culto a la patria, representadas por los actos
    patrios oficiales y escolares.

    El artículo señala, finalmente,
    cómo esa concepción de la idea o experiencia de
    patria tiene resultados previsibles en la constitución de sujetos políticos
    pasivos, atados al pasado, con miedo al presente y al
    futuro.

    Palabras clave: Patria- patriotismo-
    oligarquía- pueblo- mistificación- historia
    oficial- actos patrios- próceres.

    ESE
    ALGO LLAMADO PATRIA

    Puesto que toda creación cultural, tangible e
    intangible, se halla sujeta a modificaciones en el curso de la
    historia, las palabras corren la misma suerte que el resto de lo
    creado. Sin embargo, ellas experimentan mudanzas más
    complejas ya que lo hacen como vocablos, significantes o
    continentes y también como significados o contenidos.
    Significantes y significados se corresponden con las sociedades en
    las que se desarrollan y consiguientemente con sus marcos
    culturales, aun cuando puedan no ser originarios de
    ellas.

    De esos dos elementos, el más inestable es
    siempre el segundo, es decir, la idea, a tenor del carácter más o menos pedestre o
    abstracto que posea. En el último caso, la idea nunca es
    igual a sí misma en el transcurso del tiempo, puesto
    que es constituida por hombres históricos en
    circunstancias y contextos históricos diferentes,
    así como su aprehensión es también subjetiva
    y personal en
    hombres situados en un mismo tiempo físico pero en
    diferentes culturas. Y aun dentro de una común coordenada
    temporal, espacial y cultural, la apropiación de ciertas
    ideas abstractas es una experiencia individual e
    intransferible.

    Una de esas ideas abstractas es la de patria, una
    construcción humana tardía en el decurso de la
    evolución experimentada a partir de la
    hominización de nuestros antepasados. A las relaciones
    cosmogónicas, es decir, totalizantes, de los hombres con
    la naturaleza y
    con los dioses, les sucedieron en la etapa de la
    sedentarización nuevas relaciones al interior de los
    procesos de
    construcción de particulares culturales en los que se
    fueron profundizando y consolidando los caracteres distintivos de
    sus identidades con la construcción del nosotros y
    los otros.

    La primigenia relación con la tierra y la
    naturaleza, consideradas como préstamo de la divinidad,
    fue continuada por una relación de propiedad no
    sólo material sino también espiritual por parte de
    las comunidades asentadas en un determinado lugar, y las
    sociedades dejaron de ser ocupantes del mundo para serlo de un
    lugar en particular que pasó a ser lo nuestro. Esos
    nuevos lazos se fueron integrando con nuevos ingredientes
    afectivos, espirituales, emocionales y religiosos,
    construyéndose un patrimonio
    colectivo intangible que fue transmitido en el tiempo.

    Esa manera especial de ser y estar, es decir, esa
    particular y distinta forma de constituirse como ser con
    relación a los extraños, a partir del suelo compartido
    con los propios, representaba su dimensión
    patriótica. Esa vinculación sincrética de
    los hombres, entendidos como un nosotros, con la tierra
    nuestra. Una nueva dimensión de la condición humana
    aun cuando todavía no existiera el término patria
    ni la idea correspondiente.

    En la antigua Grecia el
    término se refería al acotado marco de la
    polis, al espacio natal; en Roma
    aludía a la nación;
    en la Edad Media se
    redujo a la comarca; en la Edad moderna
    renació como naciones particulares al interior de los
    imperios europeos hasta llegar a su momento de mayor vitalidad en
    el siglo XIX, en la etapa de los estados nacionales, como el
    territorio habitado por una comunidad
    nacional, con lo cual se fusionó la idea de espacio con la
    de cultura
    nacional, concebida con rasgos homogéneos, uniformes,
    monolíticos.

    Y así ha llegado hasta el presente, como idea,
    con momentos de alza y de baja en su fuerza
    convocante y cohesionante, con impugnaciones que van desde el
    cuestionamiento a su racionalidad (o irracionalidad), a su
    carácter ideológico y a su
    funcionalidad.

    Desde ya, no es un concepto
    sencillo, sino complejo; ni tampoco prístino, pues tuvo
    diversas concepciones, modalidades y vías de
    apropiación, ya como objeto de conocimiento,
    ya como experiencia de sujetos individuales e históricos,
    es decir, en el marco de contextos sociohistóricos
    cambiantes. Por lo tanto, más allá de la
    subjetividad inherente a toda captación de la realidad, es
    posible reconocer modalidades o cartabones concretos de interpretación de sus significados que
    relativizan la idea de autonomía del sujeto en su
    construcción personal.

    Al igual que la idea de Dios, la de patria es una de las
    de mayor dimensión abstracta de todas las ideas
    construidas por la humanidad; y como aquella tampoco se desliza
    plácidamente en el mundo etéreo de las ideas sino
    en el fárrago concreto de la
    vida material, relacionándose con otra idea tanto o
    más abstrusa que ella: la idea del Poder, otra
    construcción humana que se vuelve contra su creador
    condicionando su psiquis y su ethos en relación
    consigo mismo, con su sociedad y
    entre ésta y las demás.

    Así, además de sus múltiples
    significados según sus respectivos intérpretes:
    el territorio nacional, la nación,
    el ser nacional, la identidad
    nacional, una comunidad de destino; un ser ideal, una
    jerarquía espiritual que "vive" por encima de la comunidad
    nacional; o todas esas cosas juntas
    , etc, la idea de patria
    se recarga de sentidos diversos para los humanos, yendo desde su
    no registro o su
    impugnación, pasando por la idea de que es un mito, hasta
    llegar a su encarnación existencial en los sujetos como
    fuente de dolor y gozos; como contraseña de
    inclusión y exclusión; de aceptación,
    diferenciación y rechazo de los otros; como experiencia
    del hálito divino a través de sentimientos y
    emociones;
    como encarnación de la divinidad; como otra cara de la
    divinidad, etc; por no hablar de los nuevos sentidos y
    resignificaciones recientes que ella viene experimentando por
    obra de individuos y sociedades de todas las latitudes, en
    relación a los cambios y los desafíos impulsados
    por las actuales condiciones de vida en el sistema
    mundial.

    En todo caso, la importancia de esta idea no radica
    tanto en su significado como en el carácter instrumental
    de su sentido para la constitución del ser individual,
    social y político, en relación con otra idea
    compleja que se ha dado en llamar patriotismo.

    PATRIA POPULAR vs. PATRIA
    OLIGÁRQUICA

    A partir de la Revolución
    Continental de Mayo, los nuevos pueblos independientes iniciaron
    la construcción popular de una nueva representación
    de la patria y del patriotismo de los sudamericanos, entendiendo
    por esto último no el gentilicio correspondiente al marco
    geográfico de la América
    del Sur sino las fuentes
    culturales y políticas
    comunes a esa extensa nación que se extendía al sur
    de los Estados Unidos de la América del Norte,
    independientes desde 1776.

    Por consiguiente, la representación popular de la
    patria configuró una representación de patria
    popular, con rasgos propios de la cultura religiosa de la
    época, es decir, con notas de elevación y
    trascendencia hacia la divinidad, y al mismo tiempo con
    caracteres de igualitarismo social, abarcativo de las etnias
    blancas, indígenas y africanas que con su sangre
    profusamente derramada sellaron en los campos de batalla su
    adhesión, su compromiso, sus aspiraciones y sus proyectos
    políticos y sociales. Aquella etapa quedó marcada
    para siempre en la heráldica de la mayoría de las
    banderas latinoamericanas, con sus colores azul y
    blanco y el sol
    incaico.

    Esa patria latinoamericana, o hispanoamericana, o
    amerindia, duró lo que dura un suspiro. Bien pronto, a
    influjos de la creciente presencia británica en las
    balcanizadas repúblicas emergentes, la mayoría de
    los gobiernos centrales dejaron de investir la
    representación de lo popular para servir exclusivamente a
    los intereses de una relación miserable y traidora de los
    pueblos y de un incipiente sueño de nación aun
    reducido a los nuevos confines de las patrias chicas.

    Las élites centrales, como las de Buenos Aires,
    coparon el poder político, económico y social y
    reprimieron ferozmente la participación popular en la
    construcción de las nuevas naciones. Lo nacional, en
    sentido político, permaneció desde entonces
    más o menos soterrado, aflorando de tanto en tanto con
    matices dramáticos en las recurrentes insurrecciones
    populares de un largo período de guerras
    civiles.

    La patria fue apropiada y oficializada por las
    minorías y aquel inicial simbolismo colectivo nacional y
    popular fue distorsionado por las élites. Los gobiernos se
    presentaron como los fieles servidores e instrumentos de una
    patria que ahora aparecía desconociendo a sus innumerables
    hijos campesinos, peones, sirvientes de las casas de los
    doctores, carne de cañón en las batallas de la
    guerra de
    liberación ya concluidas y luego en las guerras civiles de
    represión al pueblo llano y pobre, sin distinción
    de etnias. Esa patria había devenido en madre de hijos
    europeos y en madrastra de sus propios hijos.

    La situación cambió cuando apareció
    en el escenario bonaerense un caudillo popular, Juan Manuel de
    Rosas, quien
    salvó a la nación de la anomia, de la
    fragmentación política y la
    recolonización a las que la conducían los
    unitarios. Desde 1829 hasta 1852, Argentina fue soberana mientras
    se regeneraba la gobernabilidad de las provincias, se recuperaban
    las economías regionales destruidas por el librecambio
    precedente y comenzaba la etapa de acumulación primitiva
    de capital,
    necesaria para pasar a una etapa de producción económica industrial en
    base a recursos
    financieros propios.

    Había vuelto la patria popular, la de los de
    abajo, que metafóricamente hablando avalaba la
    conducción política de Rosas en la
    gobernación de Buenos Aires e indirectamente de todo el
    país, aun a despecho de algunas rebeliones
    provinciales.

    Pero Gran Bretaña no podía permitir que
    este proyecto nacional
    y popular se consolidara y desarrollara todas sus
    potencialidades, ni que su ejemplo fuera seguido por las
    semicolonias latinoamericanas. Bastante venía soportando
    para entonces la rebeldía del Paraguay a
    someterse a los dictados del comercio
    internacional y el librecambio, gracias a lo cual
    había llegado a convertirse en una potencia
    económica, la primera de las naciones de América
    latina que había desarrollado una revolución
    industrial.

    Por eso, la guerra contra el gobernador Rosas fue una
    guerra contra Argentina con el mismo sentido que la que en 1865
    desatara la Guerra de la Triple Infamia contra el Paraguay, un
    genocidio racista cometido en nombre de la Libertad por
    el colonialismo británico y sus satélites
    locales, que redujo la nación guaraní de cerca de
    un millón de personas bajo el gobierno de
    Solano López, a no más de trescientas mil, de las
    cuales más de las tres cuartas partes eran
    mujeres.

    Simbólicamente, la batalla de Caseros y la Guerra
    del Paraguay representan el ocaso por largas décadas de
    los sueños de integración latinoamericana. El simbolismo
    de la patria había vuelto a ser el de la patria chica, con
    centro en la pampa húmeda, fuente de la producción
    exportable al Imperio Británico.

    En la segunda mitad del siglo XIX, con la
    conformación de los estados-nación en Europa y la
    expansión del modelo de
    sociedad "occidental y cristiano" -eurocentrismo,
    imperialismo y
    neocolonialismo mediante- y su consiguiente "adopción"
    por América latina, las ideas de patria y de patriotismo
    se convirtieron en un eficaz instrumento para la
    organización de los dispositivos de disciplinamiento y
    control de los habitantes de las nuevas naciones independientes,
    de creación de lazos de pertenencia a la nueva geografía
    política, y de cohesión social, a los fines de
    asegurar la reproducción continuada del ejercicio del
    Poder político, económico, social y cultural por
    sus detentadores.

    Ese proceso se desarrolló con gran intensidad,
    simultánea y complementariamente con el proceso de
    construcción del aparato burocrático del Estado. En
    Argentina tomó como pretexto la necesidad de tornar
    homogéneos los comportamientos y las representaciones
    ideológicas de los hijos de nativos y extranjeros (sobre
    todo a partir del alud inmigratorio europeo, que desde el
    último cuarto del siglo continuó in
    crescendo
    hasta la Primera Guerra
    Mundial y luego de ésta hasta la crisis mundial
    de 1929). En realidad su verdadero propósito era estrujar
    plusvalía que fluyera hacia Gran Bretaña dejando
    una relativamente pequeña porción para la
    oligarquía en concepto de peaje (medida desde la
    relación externa), y al mismo tiempo demasiado grande en
    relación a la exigua cuantía que de ella iba a
    parar al resto de la sociedad argentina.

    Desde entonces, desde el Estado se
    llevó a cabo una tremenda obra de ingeniería
    político-ideológica y cultural que desembocó
    en lo que llamaremos la construcción oficial de la idea de
    patria y de patriotismo. La misma fue impuesta valiéndose
    del recurso a la violencia
    simbólica, así como la construcción del
    Estado había recurrido un par de décadas
    atrás a la violencia física a partir del
    "triunfo" porteño en Pavón, en 1861,
    destruyendo su inicial y aparente legitimación por vía del consenso
    interprovincial luego de la batalla de Caseros, en 1852, que dio
    nacimiento a la Constitución Nacional de 1853, a la libre
    navegación de los ríos interiores, y a las
    políticas librecambistas que signarían la
    construcción del modelo agropecuario exportador
    dependiente de Gran Bretaña.

    La violencia simbólica se ejerció desde
    los cenáculos oficiales de la oligarquía, donde sus
    oráculos y sus vates escarnecieron a los muertos ilustres
    y patriotas de la épica inicial de la liberación y
    simultáneamente a las masas populares del interior del
    país, constituidas por gauchos pobres,
    mestizos, indígenas y negros africanos que habían
    sobrevivido a las masacres oficiales dirigidas por Mitre y
    Sarmiento. Y mientras la cultura oficial denigraba a muertos y
    vivientes del campo popular se continuaba ejerciendo violencia
    física contra los indios del sur durante la
    eufemísticamente llamada Conquista del Desierto,
    pero también en los quebrachales, en los algodonales y en
    los ingenios del norte, en las estancias de Santa Cruz y de
    Tierra del Fuego, y en las fábricas que poblaban el
    paisaje urbano de Buenos Aires.

    Desde entonces, la patria fue un concepto difuso en
    todas partes pues ese carácter convenía al poder
    institucional. Se la nimbó de una aureola mística
    que gravitaba sobre los argentinos como un factor de
    distanciamiento jerárquico, de misterio incomprensible, de
    necesaria reverencia para los humildes, y se le dio una
    corporeidad además de un espíritu. Es decir,
    pasó a ser augusta como en la Roma antigua: sobreelevada
    sobre los hombres y también sacrosanta, por debajo -aunque
    muy cerca- de la divinitas.

    La patria se elevó por encima de los pueblos,
    fruto de la sistemática manipulación cultural
    educativa y de su consiguiente asimilación por
    éstos. Así, servir a la patria pasó a
    ser funcional al modelo de país que la patria pasó
    a representar bajo la orientación de los respectivos
    gobiernos.

    Las aspiraciones de las mayorías fueron
    conculcadas y no fueron reflejadas por la patria.

    Mientras que para los sectores populares la patria
    había sido un sentimiento solidario de unidad, entre
    sí y con la tierra por la cual habían luchado y
    lucharían, y de lo cual conservaban fresca la memoria,
    los gobiernos diseñaron una Patria cuyos designios
    sólo podían conocer e interpretar los
    oráculos oficiales. Esos oráculos dictaminaron que
    era más patriota una vaca que un indio, un negro o un
    criollo. Las vacas eran inmoladas a Mercurio contribuyendo a que
    Argentina pudiera codearse con las naciones civilizadas del
    planeta recibiendo a cambio las
    luces que escaseaban entre nosotros. Los indios, los gauchos y
    los negros eran inmolados a Marte por ser culpables de
    ser.

    Los oráculos pertenecían al orden
    sagrado
    que la oligarquía instituyó como
    mediadora entre la Patria, cada vez más etérea y
    más distante de los simples mortales sin rostro. Para
    entonces la Argentina ya tenía su propio Parnaso, y poetas
    e historiadores le cantaban a la Patria desde lo alto y sus voces
    se difundían por todo el país llevando la buena
    nueva: ¡la Patria estaba dichosa de que el país
    estuviera dirigido por la oligarquía terrateniente que
    sabía conducirnos al Progreso, evidenciado en los
    formidables cambios que se estaban dando en nuestro país y
    que nos permitían asemejarnos a las naciones
    líderes de la Tierra!

    De modo que la oligarquía había alcanzado
    su autolegitimación. En consecuencia, agradar a la Patria
    y servirla bien era cumplir con el mandato implícito
    derivado de su cooptación simbólica por la
    oligarquía. Toda idea alternativa al modelo "liberal" era
    una herejía que sus buenos hijos, los
    justos, sabrían cortar de raíz
    -policía ideológica mediante- para no volver a los
    tiempos de las tinieblas.

    Esos oráculos escribieron sus libros
    sagrados plagados de mentiras a designio, muchas veces
    confesadas con total desparpajo, que fueron difundidas por medio
    de las usinas de domesticación del pueblo. Desde entonces
    hubo una política de Estado que ha sobrevivido hasta el
    presente: la "educación"
    histórica y cívica bajo los presupuestos
    ideológicos de la "teología"
    liberal.

    Esa Patria que algunos llaman burguesa y que
    estrictamente es una Patria oligárquica, no era la patria
    popular de la etapa revolucionaria. Sólo incluía a
    la minoría dirigente y excluía al resto del pueblo,
    a sus sentimientos, a su cultura, a sus anhelos.

    Esa Patria más de una vez se volvió en
    contra del pueblo, metafóricamente hablando, por obra de
    sus manipuladores oficiales que de democráticos no
    tuvieron un ápice. Y sin embargo, por esa Patria
    transmutada murieron y siguen muriendo en Argentina sus hijos
    "bárbaros" y "salvajes", unidos como ayer en
    su condición de víctimas sociales de la
    explotación de los sectores dominantes.

    No ha sido, pues, la comunidad nacional, la que ha
    construido a su manera la idea ni el simbolismo actual de la
    Patria, no ha sido ella la que le ha dado los caracteres que
    necesitaba atribuirle -como hubiera sido lógico- sino una
    minoría dominante.

    Discutimos, pues, la concepción falsa e
    irracional y la funcionalidad de la Patria que nos legó la
    oligarquía.

    Así y todo, escuela y procerato oficial mediante,
    la Patria se convirtió década tras década en
    un mito, en una síntesis
    de determinados valores,
    sentimientos y aspiraciones colectivas que casi todos depositamos
    en ella, a pesar que ella no los reflejaba.

    Con el tiempo todos fuimos creyendo que esa Patria era
    nuestra madre nacional simbólica, que sabía
    interpretar nuestros dolores y nuestras alegrías. Pero a
    fuerza de tanta celestialidad y deslumbramiento, los que ya no
    pudimos interpretar a la patria real fuimos nosotros, el pueblo.
    Y fuimos dejando que los oráculos de turno lo siguieran
    haciendo por nosotros y nos hablaran de esa Patria ficticia que
    se escribe con mayúscula.

    LA CONSTRUCCIÓN OFICIAL DEL
    PASADO

    La oligarquía argentina, en el apogeo de su
    poder, estableció los mecanismos que perpetuaran su propio
    control de la política y la economía, las dos
    caras de la misma moneda. Para ello creó una
    política de la historia destinada a perpetuar y reproducir
    una concepción determinada de la política
    económica más
    conveniente para el
    país
    , cuando en realidad se trataba de la más
    conveniente para ese minúsculo sector.

    Ello significó la construcción del pasado
    colectivo por parte de los honorables y espectables integrantes
    de pluma de la oligarquía. Ese pasado debía
    reflejar una línea de continuidad de la política
    económica concreta de la oligarquía que pudiera
    remontarse a 1810. Para asegurar su reproducción la
    escuela debía dar ciudadanos modernos, capaces de
    convalidar y legitimar continuadamente la presencia de aquellos
    hombres que, por entonces en el gobierno, algún día
    pasarían también ellos a las páginas de la
    historia.

    La tarea primera y principal que encararon fue la
    construcción de una historia oficial asociada a una
    versión oficial de la idea de patria y de patriotismo,
    como vía para la producción de habitantes
    crédulos, creyentes a pie juntillas en el mito oficial de
    nuestros orígenes, aquel famoso dogma Mayo-Caseros
    , de modo de disciplinar el pensamiento y
    la acción
    de las futuras generaciones de argentinos por la vía de la
    creación del consenso domesticado.

    El inspirador y realizador principal fue el presidente
    historiador, Bartolomé Mitre, seguido en el tiempo por una
    pléyade de plumas serviles, amanuenses de la
    oligarquía terrateniente que controlaba el poder
    político y económico.

    La historia oficial se derramó por todo el
    país por medio de múltiples usinas de
    difusión, entre las que se cuentan los diversos soportes
    de la industria del
    libro de
    historia, la novela
    histórica, la poesía,
    la pintura, la
    escultura, la industria gráfica de diarios y revistas, la
    iconografía, la declamación, el teatro y la
    oratoria, por
    donde se canalizaron el discurso
    apologético o la diatriba cruel según quien fuera
    su destinatario, las verdades a medias, las "mentiras a
    designio"
    y las omisiones convenientes, los mitos
    fundadores de la argentinidad, los falsos retratos morales, las
    imágenes visuales y las anécdotas
    moralizantes, el ditirambo servil, la exaltación
    apoteósica de los aniversarios, las estatuas y los bustos
    desafiantes y hasta la magnificencia del arte
    fúnebre de los monstruos sagrados de la
    oligarquía.

    A ello se agregó el recurso de fijar para la
    posteridad los apellidos de los hijos de la oligarquía en
    la designación de ciudades, calles, avenidas, plazas,
    plazoletas, edificios, regimientos, naves, escuelas, colegios,
    peñas, logias, cofradías, etc.

    Así como aquel insignificante Rivera Indarte que
    cobró de los franceses de Montevideo a razón de un
    peso por cada muerto inventado que adjudicó a Rosas,
    cientos de intelectuales
    de primera, segunda y tercera línea consagraron sus
    talentos y prestigios al nuevo oficio de propagandistas rentados
    al servicio de la
    oligarquía, inaugurando una veta laboral que con
    gran profesionalismo han sabido cumplimentar desde entonces hasta
    hoy para satisfacción y beneficio de sus mandantes locales
    y extranjeros.

    Pero la difusión sistemática más
    formidable de la historia oficial la ejercieron a través
    del aparato educativo del Estado, por medio de la
    enseñanza de historia
    argentina y educación cívica, volcada en
    manuales y
    libros de lectura con la
    colaboración servil de escritores, maestros y profesores,
    desde la escuela primaria a la universidad.

    A más de eso, que no es poco sino algo colosal,
    la oligarquía diseñó y ejecutó
    instancias de participación colectiva de carácter
    ritual, litúrgico e iniciático, basadas en la
    declaración de fastos de la patria -las efemérides-
    en las que se llevarían a cabo los actos patrios oficiales
    y escolares y en una de ellas la ceremonia de promesa a la
    bandera, además de la creación del servicio militar
    obligatorio de los varones para "aprender a servir a la
    patria".

    LA HISTORIA OFICIAL EN LA ESCUELA

    La Historia Oficial es una construcción
    sistemática, fruto de una política de la
    historia
    como dijera Arturo Jauretche, uno de los grandes
    pensadores argentinos del campo nacional y popular.
    Comenzó a construirse poco después de la batalla de
    Caseros, y como ya dijéramos fue Mitre su formidable
    impulsor, prosiguiendo la tarea cientos de historiadores que
    publicaron libros y ocuparon cátedras universitarias, y
    que fueron nimbados de prestigio por los diarios fundamentales de
    la oligarquía: La Nación y La Prensa.

    A fines del siglo XIX aparecieron los libros de texto de
    historia conteniendo el juicio definitivo del Tribunal de la
    Historia
    acerca de los "buenos" y los "malos",
    los integrantes y los excluidos del Olimpo oficial.
    Después entraron en escena los manuales escolares de
    primaria con sus correspondientes secciones de historia. En los
    colegios secundarios, más tarde, comenzarían a
    hacerse famosos durante largas décadas ciertos
    divulgadores que escribirían los libros de texto de
    historia argentina y de civismo (con sucesivas designaciones para
    esta asignatura) de primero a quinto año, donde
    trasvasarían las líneas directrices de los mentores
    de la historiografía oficial.

    A comienzos del siglo XX, el mercado editorial
    fue concentrándose y especializándose en tres o
    cuatro grandes empresas que
    compitieron permanentemente por abastecer el inmenso mercado de
    escolares argentinos. Una de ellas fue famosa por sus
    láminas de gran tamaño y a todo color con
    imágenes inolvidables de los próceres, utilizadas
    año tras año por los maestros de la escuela
    primaria para sus clases de historia.

    En todos las materias, pero especialmente en historia y
    civismo, las autoridades educativas nacionales debían
    otorgar previamente el nihil obstat de rigor para que el
    libro pudiera ver la luz y penetrar en
    los sagrados recintos de la escuela. Para ello debía
    corresponderse con los programas
    oficiales de cada asignatura, lo cual era verificado con tintes
    inquisitoriales.

    A mediados del siglo aparecieron en el mercado las
    revistas infantiles para escolares, de publicación
    semanal, conteniendo entretenimientos, historietas y secciones
    afines a las asignaturas escolares, entre ellas historia
    argentina. Durante varias décadas muchos escolares
    argentinos las compraron y las guardaron para sus hermanos
    menores. En ellas, los próceres, los héroes, los
    gobernantes, las batallas, los organismos de gobierno y las
    diversas normas legales
    prolijamente inventariadas constituyeron la materia prima
    de la historia argentina. Pero esas revistas no necesitaban
    autorización oficial previa. Tampoco era necesario
    condicionarlas. Tan fructífero negocio se autocontrolaba
    solo, gracias a que empresarios, redactores y colaboradores
    literarios se hallaban plenamente consustanciados con los dogmas
    de la Historia Oficial.

    El núcleo ideológico de esa historia fue
    –y es aun hoy- el erróneamente llamado
    liberalismo, ya que se trata de un seudo liberalismo,
    heterodoxo en sus planteos y prácticas políticas y
    rigurosamente ortodoxo en las económicas. El mismo
    corrió asociado a la defensa a ultranza de un modelo
    productivo determinado, el agropecuario exportador, cuyo
    resultado fue la dependencia económica de las potencias
    imperialistas de turno.

    La historiografía oficial canonizó el
    falso dogma Mayo – Caseros – Revolución Libertadora
    junto con aquel modelo productivo, y todo lo que estuviera al
    margen de esa línea era pasible de castigo por el pecado
    de sacrilegio contra la Patria. Así, junto con la
    construcción de la memoria oficial
    se construyó el olvido oficial, falsa desmemoria
    pues el Supremo Tribunal de la Santa Academia Nacional de la
    Historia
    siempre vigilaba para que no se produjera ninguna
    infiltración subversiva.

    Había protagonistas de la historia prohibidos por
    el Index de la inefable Academia que jamás
    debían figurar en los libros escolares –ni en
    ningún otro soporte- como no fuera para llenarlos de
    oprobio y vincularlos al "atraso", la "incultura" y la
    "barbarie". Y quien osara violar la regla de oro era
    inmediatamente expulsado de la docencia para
    siempre, más aun si semejante osadía tenía
    lugar en los prestigiosos recintos universitarios, allí
    donde se decía que se hacía investigación histórica. Hoy sabemos
    que la famosa investigación no pasaba de inventariar
    documentos
    –desechándolos cuando no convenía a los fines
    de la Causa- y llevar una rigurosa crónica de los
    acontecimientos oficiales vinculados a los personajes
    históricos de la línea oligárquica. A eso se
    llamaba ciencia
    histórica.

    Hoy las cosas han cambiado algo, no demasiado. Se han
    introducido afeites democratizantes, se han
    aggiornado los discursos, hoy
    se mencionan a los gauchos, a los indios y a los negros. Los
    liberales (en Argentina este adjetivo alude a los hijos de la
    oligarquía y a sus entenados) se visten de
    progresistas cuestionando a Rosas por haber enriquecido a su
    clase
    -lo cual es parcialmente cierto e imputable a su favor
    a la luz de una línea revisionista de la historia- pero
    omiten cuestionar la entrega del patrimonio nacional a Gran
    Bretaña primero y a Estados Unidos
    después por los gobiernos de la oligarquía. Ya no
    se escribe ni se habla de Perón como
    el tirano prófugo ni se lo califica de
    nazi-fascista ni los profesores fruncen la boca con asco
    como en otros tiempos, pero se endiosa la tesis del
    populismo con el mismo sentido degradante de siempre
    respecto al verdadero significado de la primera época
    peronista. Hoy se habla del sainete y del tango, se
    presenta una visión dinámica de la historia, y hasta crítica
    por momentos, se incluyen los temas económicos, las
    coyunturas y los procesos superadores de una historia
    acontecimental, pero el sentido de la historia, su
    interpretación es siempre el de la línea
    oligárquica. El pueblo real no aparece, sólo hay
    remedos groseros de lo popular, la historia se ha vuelto
    sociologizante, el pasado es una rémora, y de paso
    cada vez hay menos horas de carga horaria para la
    enseñanza de historia en los niveles primario y
    secundario.

    Los libros de historia ya no traen aquellos famosos
    clichés patrióticos de otras épocas
    ni los programas de enseñanza persiguen fines
    patriótico-moralizantes. La verdad no importa, el
    relativismo está a la orden del día. Pero
    constantemente se habla de recuperar la memoria.
    Gatopardismo puro: cambiar algo para que nada cambie.

    En esta historia de la enseñanza de historia en
    el sistema
    educativo, los personajes históricos caros a la
    oligarquía pasaban por haber sabido interpretar los
    sagrados designios de la patria. Entonces la Patria, por arte de
    birlibirloque, resultaba avalando las acciones
    más viles contra el pueblo y contra la nación, como
    las modernas ideas económicas de Rivadavia que trajeron la
    ruina del interior del país, la persecución de
    Artigas, la pérdida de la Banda Oriental, la guerra contra
    los caudillos populares de provincias, la connivencia rentada con
    Gran Bretaña y Francia para
    derrocar a Rosas -el gran defensor de la soberanía argentina-, las masacres de Mitre
    y Sarmiento contra los provincianos, el genocidio del Paraguay,
    la masacre de los indígenas, la dependencia
    económica de Gran Bretaña, el fraude electoral,
    los golpes militares y la pobreza de
    millones de seres humanos que en Argentina siempre han sido menos
    valiosos que una vaca sagrada de la oligarquía.

    Cuestionar estos actos de traición a la
    nación y al pueblo era un sacrilegio contra el orden
    establecido y por elevación contra la Patria. Pero a esa
    patria de ellos –de la minoría oligárquica de
    doscientas familias y miles de hombres de espada, de pluma y
    sotana- ellos la escribían con mayúscula:
    ¡Patria!, y no era por casualidad ni por ingenuidad, como
    ya veremos.

    LA
    VERSIÓN OFICIAL DE LA PATRIA Y DEL
    PATRIOTISMO

    Nos introduciremos más profundamente ahora en esa
    concepción oficial de Patria.

    Siendo, como ya dijimos al comienzo, una creación
    humana, la patria debió haberse investigado y estudiado
    como un concepto de alta formalización. Pero eso nunca
    ocurrió. Al igual que si se tratara de Dios, la Patria era
    un algo invisible para los ojos que se daba por existente fuera
    de cada uno, aun cuando uno no creyera en ella o en su
    existencia. Pero mientras que la idea de Dios ha generado a lo
    largo de la historia más cantidad de páginas de
    enjundiosa profundidad que cualquier otro asunto -intentando dar
    cuenta de su complejidad-, con la idea de Patria no
    ocurrió lo mismo.

    A la Patria se la menciona, se alude a ella
    indirectamente por medio de los héroes y próceres
    oficiales, de las imágenes, los símbolos y las emociones
    patrióticas, pero no se sabe con precisión
    qué es. La Patria sólo exige aceptación por
    la fe, como si el conocer equivaliera a pretender comer del
    Árbol de la Ciencia del
    Bien y del Mal y nos arrastrara a la condenación por la
    Patria. Y en el fondo eso es cierto.

    La Patria existe, se nos ha dicho desde nuestra
    más tierna edad. Se le ha atribuido rasgos
    antropomórficos, sentimientos, emociones vitales, voluntad
    y poder. ¿Quiénes lo han dicho? Los maestros, los
    profesores y los libros escolares, pero quienes la configuraron
    con tales caracteres inefables fueron sus vates, sus prosistas y
    sus poetas. Ellos merecen la autoría
    intelectual.

    La escuela y la difusión extraescolar
    convirtió esos ejercicios literarios en axiomas. Como dice
    el diccionario:
    "verdades y principios cuya
    justicia es
    tan evidente que no necesitan
    demostración".

    Así como a los héroes y
    próceres de la oligarquía sus historiadores les
    fabricaron una imagen impactante
    de valentía, abnegación, sacrificio, clarividencia
    política, etc, etc, para su mejor penetración
    masiva en el mercado de las ideas, para legarnos tal
    representación de la Patria aquellos finos artistas
    envolvieron sus ideas en ropajes que permitirían crear
    asociaciones e ilusiones que permanecerían indelebles en
    nuestras mentes.

    Sus lenguajes fueron retóricos,
    ditirámbicos, cultivaron la oda y el panegírico
    hasta niveles sublimes, tanto que además de configurar un
    lenguaje
    sagrado, elevadísimo y exclusivo para iniciados, nos
    imprimieron la sensación de que el asunto referido era en
    sí mismo trascendente, grave, solemne,
    misterioso.

    De modo, pues, que el lenguaje
    arcano de la Patria sólo podía ser entendido por
    los que la amaban, por los espíritus sensibles,
    idealistas, desprendidos de "la vestidura burda de la
    materia"
    , capaces de elevarse "como un Ícaro
    legendario, hacia las alturas, hacia el sol"
    y de reconocerla
    "cuando se hace presente en nuestros espíritus en las
    opulentas armonías del órgano del templo"
    ,
    "en las notas majestuosas de la tradicional canción de
    nuestras glorias nacionales"
    , "en la marcialidad de
    nuestros soldados"
    y "en la paz del sepulcro donde reposan
    nuestros antepasados "
    .

    Quienes permanecieran inmunes o reacios a esas
    sugestiones no podrían ser considerados menos que brutos o
    prosaicos. De ellos no cabía esperar amor a la
    Patria: "apegados a la materia y sumergidos en sus vahos
    espesos, sólo saben apreciar los valores
    materiales,
    sólo entienden de aquello que se mide con el metro y se
    cotiza en oro".
    En
    definitiva, un verdadero "sacrilegio" .

    Hacía ya muchas décadas que la patria se
    había convertido en Patria: en un ser animado y
    único, metafísico, ideal, viviente, e inmutable al
    paso del tiempo. Es decir, la Patria como congelamiento del ideal
    en la historia, al cual deben sometérsele por siempre los
    hombres pues esa Patria tiene imperium. ¡Manda!
    ¡Y demanda!

    En consecuencia los humildes mortales le debemos la fe y
    las obras, es decir, amor incondicional, servicio constante,
    conciencia, y
    culto. Con lo cual quedaban configurados los carriles por donde
    debía discurrir el patriotismo.

    Amor a la Patria significaba el más grande
    amor humano y el primero de todos los amores, como dirán a
    comienzos del siglo XX los instructivos del Consejo Nacional de
    Educación destinados a la educación
    patriótica de los escolares.

    Servicio constante era trabajo y
    orden, esfuerzo y disciplina,
    cada uno en lo suyo, en el lugar que le ha tocado naturalmente,
    sin distinción de categorías ni clases
    sociales, es decir, sin reclamos de ningún tipo en ese
    sentido. Como millones de hormiguitas laboriosas que construyen
    la grandeza del hormiguero colectivo, reuniendo en un mismo haz
    de alusiones y connotaciones la bandera copiada del Cielo,
    la Cruz del sacerdote, la Familia y
    la Madre, la Espada y el cañón, la guadaña
    del labriego y las herramientas
    del obrero, el paisaje y el suelo lleno de riquezas que Dios nos
    ha dado para el Progreso, sin olvidarnos del sepulcro y de la
    cuna.

    Y si es llegado el momento, estar dispuestos a abandonar
    el arado y empuñar el arma redentora para defenderla del
    avieso enemigo que atenta contra nosotros, que es lo mismo que
    atentar contra Ella, ya que la llevaríamos en nuestros
    corazones así como Ella nos lleva en su regazo
    brindándonos amparo, gozo y
    consuelo. Y si Dios lo quiere y así lo dispone, ser
    capaz de dar hasta la última gota de sangre por su Causa,
    pues esa muerte nos
    cubriría de orgullo, honor y gloria imperecedera . Esa
    grandiosa muerte es inefable, pues convierte al finado en una
    clase especial
    de ente angélico. ¡Los argentinos, anhelando
    vivir esa muerte, nos juramentamos a ella -sin saberlo- cada vez
    que cantamos el estribillo del Himno Nacional
    Argentino!

    Previsoramente, la oligarquía instituyó
    una instancia de capacitación práctica y acelerada
    por si se producía tal contingencia bélica: el
    servicio militar obligatorio, hoy ya inexistente desde que por
    causa del descrédito acumulado durante casi cien
    años de existencia estalló en pedazos
    después de varios asesinatos de conscriptos, el
    único de los cuales que no pudo ser ocultado fue
    justamente el último, allá por 1994.

    El servicio militar, o la conscripción, era un
    rito de pasaje, a "ser hombre", y
    a ser soldado de reserva de la Patria, atentos a la
    contingencia de la guerra, antesala del otro pasaje, el
    definitivo, hacia la Celestialidad.

    Conciencia de Patria implicaba tener siempre
    encarnado en nuestros corazones, en nuestros cerebros y en
    nuestras manos el ideal patriótico como rector de la vida
    real.

    Y por último el culto a la Patria,
    manifestado de dos maneras: una, en la intimidad del templo de
    nuestros corazones; la otra en la grandiosidad de la
    dimensión colectiva representada por las ceremonias
    patrióticas.

    Y como garantía de que esos cuatro deberes
    patrióticos se cumplirían, los alumnos de cuarto
    grado de la escuela primaria tenían y tienen su ceremonia
    de bautismo patriótico conocida como "el juramento de la
    bandera", símbolo principal de la Patria, actualmente
    convertido eufemísticamente en promesa de
    lealtad.

    "Alumnos: la Bandera blanca y celeste –Dios
    sea loado- no ha sido jamás atada al carro triunfal de
    ningún vencedor de la tierra."

    "Alumnos: esa bandera gloriosa representa la Patria
    de los argentinos. ¿Prometéis rendirle vuestro
    más sincero y respetuoso homenaje; quererla con amor
    intenso y formarle desde la aurora de la vida un culto
    fervoroso e imborrable en vuestros corazones; prepararos desde
    la escuela para practicar a su tiempo con toda pureza y
    honestidad
    las nobles virtudes inherentes a la ciudadanía; estudiar con empeño la
    historia de nuestro país y la de sus grandes
    benefactores a fin de seguir sus huellas luminosas y a fin
    también de honrar la Bandera y de que no se
    amortigüe jamás en vuestras almas el delicado y
    generoso sentimiento de amor a la Patria? En una palabra,
    ¿prometéis hacer todo lo que esté en la
    medida de vuestras fuerzas para que la bandera argentina flamee
    por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, a lo alto de
    los mástiles de nuestras naves y a la cabeza de nuestras
    legiones y para que el honor sea su aliento, la gloria su
    aureola, la justicia su empresa?"

    En cuanto a los recursos utilizados para la
    instalación de esa versión oficial de la Patria en
    las mentes de los niños y adolescentes de las escuelas y
    colegios, durante un siglo aproximadamente se utilizaron las
    asignaturas historia argentina y civismo con finalidades
    patriótico-moralizantes.

    Las técnicas
    pedagógico-didácticas fueron, por una parte, la
    impregnación de la idea, la inculcación, la
    didáctica de catecismo, el machaque
    permanente de los discursos lingüístico (narrativo y
    poético) y visual, referidos a los elementos que aluden a
    la Patria: los grandes personajes de la historia oficial y sus
    aventuras (para lo cual había que conocer sus biografías depuradas)
    y los símbolos patrios. Ambos elementos se daban cita en
    las asambleas de culto de los actos patrios, tanto en los
    escolares como en los oficiales.

    LA
    EDUCACIÓN PATRIÓTICA ESCOLAR

    Para la introyección de esa versión
    irracional de Patria, los actos patrios constituyeron –en
    tiempo pasado, ya que actualmente no logran sus fines
    originarios- el recurso pedagógico y la vía
    más sofisticados de todo el repertorio disponible,
    en el sentido griego del término, como adulteración
    o mistificación.

    En las ceremonias entran en juego la
    bandera, el himno y el escudo nacionales, "emblemas sagrados
    de la soberanía de la Nación y de la majestad de su
    historia"
    , que "irradian no sólo la
    sugestión religiosa del culto patriótico, cuya
    llama debe mantenerse viva, sino que también evocan los
    memorables acontecimientos de nuestra historia y las glorias que
    la tradición recuerda a través de los tiempos, para
    hacer eternos los laureles que supimos conseguir".

    Siendo tan importantes, se entiende que la ley procurara
    "resguardarlos de hechos y alteraciones que pudieran
    profanarlos o desnaturalizarlos"
    y nos recuerde "el
    tratamiento reverente condigno que se les debe y que cumple con
    antiguos anhelos patrióticos e íntimas convicciones
    satisfaciendo así una verdadera aspiración
    nacional…"

    Discurso y símbolos patrios, fe, amor y culto,
    debían unirse de especial manera en el espacio y tiempo
    acotado de los actos en conmemoración de las
    efemérides nacionales. Allí tenía lugar una
    representación dramática con un guión de
    decorados, palabras y acciones, prefijado dentro de ciertos
    límites, a cargo de sus protagonistas
    –maestros y alumnos actores-, quienes junto al resto de
    ellos más la presencia de los espectadores allí
    presentes procederían por medios
    mágicos a evocar, invocar y convocar a las
    almas de los próceres correspondientes a cada
    efemérides; de modo que, todos juntos, los vivos y los
    muertos allí congregados, pudieran asistir a la
    epifanía de la Patria, que no veríamos con
    los ojos sino que sentiríamos con la fuerza de una
    tremenda conmoción espiritual y emocional, como si se
    tratara del impacto del Espíritu
    Santo penetrando nuestros cuerpos y almas.

    Ya antes de la organización del sistema educativo
    argentino los actos patrios representaban un espacio
    público destinado a producir una puesta en escena, en la
    que lo denotado se refería a la argentinidad como
    forma de identificación colectiva y lo connotado
    inducía la aceptación de una determinada
    visión de los momentos fundacionales -y posteriores- de la
    sociedad argentina, para consumo de
    escolares y estudiantes que, imitando esos nobles Modelos,
    llegarían a ser el día de mañana
    ciudadanos educados y buenos patriotas.

    Será a fines del siglo XIX, desde el Consejo
    Nacional de Educación, cuando se producirá la
    asociación entre esos objetivos estratégicos
    y la construcción de mecanismos de carácter
    instrumental que discurran por la cuerda espiritual, hondamente
    subjetiva, como la creación del misterio de la
    encarnación de la Patria, su construcción como ente
    metafísico, especialmente en las instancias de los actos
    patrios, espacio simbólico de la Patria, con ritos
    iniciáticos
    , sobre la base de dogmas y
    teologías
    y una liturgia oficial, de
    sacrificios, ofrendas y
    salmos
    para renovar la adhesión ciudadana y de los
    escolares al dogma cívico de la
    Patria, convertido así en concepción
    paradigmática.

    Había comenzado el diseño
    y la ejecución de la "educación patriótica"
    en la escuela argentina, simultáneamente con el
    surgimiento del protonacionalismo de derechas. Era el momento
    indicado para hacerlo: la inmigración masiva con la que
    después de Pavón se había querido sustituir
    a las "masas bárbaras y salvajes" autóctonas
    había resultado un fiasco para la oligarquía.
    Europa no había enviado anglosajones cultos, rubios y de
    ojos celestes con los que blanquear la cepa criolla, sino
    campesinos pobres, analfabetos, "viciosos", indóciles, con
    ideas políticas subversivas (socialismo y
    anarquismo), disolventes de "los núcleos morales"
    de la argentinidad, que tenían la osadía de
    discutir con los patrones, de hacer huelgas y manifestaciones
    callejeras y hasta de poner bombas…
    Aquellos que "sin ley ni patria pretenden realizar a sangre y
    fuego bastardas aspiraciones y teorías
    descabelladas."
    , como diría Ramos Mejía en
    1909, desde el Monitor de la
    Educación Común, publicación del Consejo
    Nacional de Educación.

    La urgencia de la hora no indicaba otros caminos que
    reprimirlos sin contemplaciones, expulsarlos por medio de la Ley
    de Residencia de 1902, o reeducar a sus hijos ya que con los
    padres se consideraba inútil todo esfuerzo. Mejor dicho,
    había que domesticarlos. Con la educación, por
    supuesto.

    Esa domesticación, ya iniciada en 1884 con la ley
    1420, de enseñanza laica, gratuita y obligatoria, y aun
    antes, sería profundizada rigurosa y meticulosamente, y
    con ardor militante, por el presidente del Consejo Nacional de
    Educación, José María Ramos Mejía. A
    él le debe la escuela argentina y la "argentinidad" una
    política educativa basada en "una liturgia de
    irracionalidad (o por lo menos no-racionalidad)
    sistemáticamente organizada"
    , según la feliz
    caracterización de Mariano Ben Plotkin, destinada a la
    conversión de los hijos de aquellos inmigrantes,
    considerados de baja ralea, en argentinos funcionales al proyecto
    oligárquico, para no usar como se hace tan frecuentemente
    el término nacionalizar por ser un despropósito
    proviniendo de la oligarquía.

    La educación patriótica escolar abarcaba
    las lecciones de historia oficial, las de moral y
    civismo, y las ceremonias de los actos patrios. La
    oligarquía se vería beneficiada con el logro de
    aquellos fines estratégicos ya mencionados, en tanto que
    Ramos Mejía, una especie de Rosemberg y Goebels argentino,
    buscaba ideales propios de las segundas o terceras líneas
    de la oligarquía, aquellas que ya no integraban la
    aristocracia de las tierras, las vacas y el dinero sino
    la incipiente "aristocracia del
    espíritu".

    Ramos Mejía se proponía fundar la nacionalidad
    en la raza, ¡qué otra que la blanca o
    caucásica!, "la más perfecta, la más
    inteligente, la más bella y la más progresiva de
    las que pueblan la tierra",
    según el dictamen de
    Sarmiento, el Padre del Aula, vertido para la posteridad en
    Conflicto y armonía de las razas en América,
    varias décadas antes. Obviamente, Ramos Mejía no
    era para nada original en ese aspecto. Pero sí lo era
    respecto a las tareas de ingeniería racial que él
    había diseñado para su
    implementación:

    "La raza sobre la que se asentaría la
    nacionalidad
    debería ser mejor en lo físico y en lo
    espiritual, pero sobre todo debería ser
    homogénea. […] Probablemente hasta se podría
    determinar en una generación cierta unidad de
    carácter y por consiguiente una uniformidad de ideales.
    Se podría crear un tipo nacional".

    Desde ya, eso equivalía a afirmar que lo que
    habíamos llegado a ser los argentinos por culpa de la mala
    hierba europea era motivo de vergüenza para la gente de
    pro.

    El plan de Ramos
    Mejía consistió, entre otras medidas
    escatológicas que exceden la extensión de este
    trabajo, en

    "alusiones patrióticas que deberían
    realizarse en todas las materias (aún en aquellas que,
    como matemáticas o ciencias
    naturales, poco tenían que ver con la
    cuestión), en la veneración sistemática de
    los símbolos patrios, festejos solemnes, etc.
    Posteriormente, se incorporaría a las ceremonias que
    debían realizarse, la de la jura de la bandera,
    institución típicamente castrense y que perdura
    hasta nuestros días. La idea parecía ser la
    introducción en las mentes de los
    pequeños de un sentimiento patriótico
    irreflexivo, basado en el símbolo sobre
    todo."

    Los fines de la educación quedaban claramente
    establecidos: educación "nacional", "patriótica".
    La pedagogía y la didáctica serían puestas al servicio
    de esos ideales. El resultado final debía ser la
    introyección en los alumnos de los llamados valores
    patrióticos
    . Un proceso vertical, dirigista, ejercido
    desde el poder del adulto, la escuela y el Estado, sobre
    niños, y sobre todo, sobre niños mayoritariamente
    pobres, indiecitos, paisanitos o gringuitos que además
    tenían dificultades para expresarse en español.

    Años después, otro nacionalista pero de
    buena inspiración, Ricardo Rojas, desde las páginas
    de su libro La restauración nacionalista,
    transparentaba la función
    política de la educación en un proyecto
    nacional.

    "La ciencia y el arte son internacionales, pero
    hemos visto que la escuela primaria (…) es un instrumento
    político (…) y lo es por la enseñanza del
    idioma y de la tradición nacional".

    Con lo cual no faltaba a la verdad, esa verdad conocida
    e implementada pero jamás confesada por la franja seudo
    liberal de la oligarquía.

    Con Ramos Mejía se diseña e implementa la
    liturgia escolar de la Patria, con su doctrina sagrada y
    sus ritos: Plotkin da cuenta de la organización, a
    partir de 1908, de una puesta en escena de carácter
    fúnebre, consistente en peregrinaciones a las tumbas de
    los próceres, refiriéndose a ellas los documentos
    del Consejo con expresiones campanudas como "con religioso
    recogimiento".
    Luego cita un fragmento de la circular del
    19/5/1909, dirigida por Ernesto Bavio en su carácter de
    Inspector Técnico a los directores de escuelas:

    "Pido a los directores y maestros que, así
    como han enseñado a los niños que deben ponerse
    de pie y descubrirse cuando se toca el Himno Nacional, les
    enseñen también a descubrirse con igual respeto
    cuando pasa la Bandera en un desfile de nuestras
    tropas".

    En 1908, el gobierno dictó un decreto llamando a
    concurso para seleccionar un "catecismo de la doctrina
    cívica", es decir, un catecismo patriótico de
    carácter obligatorio en las escuelas primarias de la
    capital. El ganador fue el presentado por Enrique de Vedia. En
    él se señalaba el primer deber de un buen ciudadano
    haciendo un símil con los deberes del cristiano: amar a la
    patria por sobre todas las cosas, aun antes que a los padres -que
    estaban en segundo lugar-, y luego la obediencia a las leyes, seguida de
    otros deberes para la vida de relación.

    Dado el carácter laico de la educación
    pública, este catecismo era laico, civil, ciudadano:
    apenas mencionaba a Dios. Pero por debajo de Dios, para las cosas
    de este mundo, la jerarquía de los entes ideales la
    encabezaba la Patria y enseguida la Familia. Dios,
    Patria y Hogar
    , expresión emblemática de la
    derecha nacionalista más reaccionaria, era una suerte de
    excelsa trinidad revestida de atributos de valor absoluto
    e inmutable que debería ser defendida de allí en
    más de toda clase de ideas que erosionaran las esencias
    inmutables de la argentinidad, esa orgullosa y
    "aristocrática" manera de estar en el mundo que se estaba
    construyendo como dogma del Estado y que varias décadas
    después se convertiría en el intangible, difuso y
    mítico "ser nacional", invocado acríticamente a
    diestra y siniestra.

    Bavio, se había adelantado a su superior dos
    décadas atrás, al proponer la creación de un
    catecismo patriótico escolar referido a los festejos de la
    Semana de Mayo, en el cual indicaba la escenografía para
    los actos, la ubicación de los retratos de los
    próceres, etc. El maestro debía dirigirse con
    palabras y gestos graves a sus alumnos para enseñarles que
    el himno nacional era una "oración sublime de la
    Patria"
    que debía ser cantada con respeto y
    unción
    ; que así como los niños
    debían elevar una fervorosa oración a Dios
    diciendo: "Padre nuestro que estáis en los cielos,
    santificado sea tu nombre"
    , así también la
    patria necesitaba de sus invocaciones. Y a
    continuación debía decírseles:

    "¡Poneos de pie todos! Voy a deciros la
    oración de mayo: San Martín, Moreno, Belgrano,
    Rivadavia, padres ilustres de la República Argentina,
    que moráis en las regiones excelsas de la inmortalidad
    en la Historia (…) glorificada sea vuestra memoria por las
    presentes y futuras generaciones".

    El párrafo
    precedente no deja lugar a dudas acerca de la construcción
    ideológica que se hacía de la Patria como ente
    suprahumano y que, por lo mismo, debía ser invocada y
    objeto de nuestro culto.

    Pero los próceres allí mencionados no se
    confundían con la Patria, ellos vendrían a ser
    parte de la cohorte celestial de aquella. Al situarlos en su
    cercanía, a niveles de inmortalidad excelsa y tan por
    encima de los humildes mortales se desprendía que su
    pensamiento y su obra mientras vivieron había quedado
    justificado. A los escolares y a las generaciones
    siguientes les restaba seguir su ejemplo y el mismo camino. Una
    lógica
    elemental hacía suponer que si en los tiempos modernos no
    había ya peligros para la Patria que hicieran necesario
    demostrar el patriotismo con los arrestos de otras épocas,
    siempre existía la posibilidad de adherir a los Principios
    que aquellos grandes hombres habían sostenido y,
    eventualmente, suscribirse a los mismos "clubes". Pero nadie le
    explicaba a los alumnos que esos clubes eran de carácter
    exclusivo, excluyente, rigurosamente selectivos y
    restrictivos.

    Veneración, peregrinaciones, religioso
    recogimiento, respeto, unción, fervorosas oraciones,
    invocaciones, ponerse de pie, descubrirse,
    términos
    efectivamente utilizados en los documentos del Consejo Nacional
    de Educación, intentarán expresar en esta gran
    invención irracional la sustancia y las formas de la
    ritualidad implementada oficialmente como síntesis de la
    interioridad y la exterioridad de ese patriotismo, que al
    igual que el culto cristiano exigía la fe y el
    testimonio.

    Como complemento vendrían los disciplinamientos,
    inducidos y ejemplificados en las páginas de los libros de
    lectura, sobre la corporalidad y la gestualidad de los alumnos,
    pulcramente uniformados con el "democrático" guardapolvo
    blanco, luciendo sus miradas francas oteando el porvenir con sus
    rostros caucásicos y sus correctos peinados mirando hacia
    las alturas, y las formaciones en filas perfectamente alineadas
    cual falanges laicas que conocían a la perfección
    los pasos de marcha para los desfiles.

    Hemos visto, pues, el término catecismo.
    Una forma de uniformizar el
    conocimiento, vertical, llena de axiomas y sofismas,
    enseñados precisamente con didáctica de catecismo:
    es decir, mediante la memorización de preguntas y
    respuestas o diálogos breves y rimbombantes, repetidos
    hasta el hartazgo por millones de escolares, es decir, de
    catecúmenos, como paso previo al bautismo
    laico
    representado por el juramento de la bandera. Esta
    asociación entre el culto patriótico y el religioso
    era deliberadamente denotada y connotada en el discurso y en el
    "culto" o ceremonial escolar de las escuelas
    argentinas.

    Hacia 1910 el Consejo Nacional de Educación se
    propuso asociar en el imaginario colectivo el amor a la
    patria con el amor a la madre. En realidad, no se trataba de algo
    novedoso. La idea del amor a la patria en lo colectivo como
    correlato del amor a la madre en lo individual, es de larga data.
    Es la visión de la patria (cuyo nombre es de origen
    masculino pero feminizado con la a propia de los nombres
    femeninos) consistente en una gran madre colectiva ideal.
    Para cumplir esos objetivos se
    sugería que en las familias sea la madre quien fomente el
    culto de los símbolos patrios:

    "Si así se enseñase a querer y
    respetar a la bandera, el culto de la Patria se
    confundiría con el de Dios y el de los padres, en el
    templo augusto de la familia".

    Hemos dicho que se creó una liturgia
    irracional. Pero ello no significa que debamos creer ni en el
    patriotismo ni en la buena fe de esos señores y sus
    mandantes. Todo lo que se implementó es un diseño
    político, obra de ingenieros políticos tan
    inteligentes como los que tuvo el nazismo poco
    después.

    Con Ramos Mejía en el Consejo se consolidó
    el proceso de concentración del poder político del
    Estado en materia de políticas educativas,
    valiéndose de una creciente capacidad de recursos
    financieros (subvenciones) para aplicar en provincias. El
    objetivo de
    Ramos Mejía era:

    "Uniformar los distintos métodos
    y sistemas de la
    enseñanza primaria en vigor en la República y de
    dar a ésta la caracterización eminentemente
    nacional que el subscripto le ha dado ya, con los mejores
    resultados en las escuelas de su dependencia, propendiendo a la
    formación de la raza y nacionalidad
    argentinas".

    Por lo tanto, la escuela debía cumplir una
    función política, regimentando el pensamiento y la
    conducta,
    disciplinando al pueblo y haciendo previsible su respuesta ante
    el poder del Estado.

    La educación "patriótica" abrevará
    entonces en el pasado histórico para instalar por encima
    de la historia y el tiempo mitos que no admitirán
    discusión so pena de cometer sacrilegio, dado su
    carácter absoluto e inmutable como la misma palabra de
    Cristo. Y se la nimbará de un aura de espiritualidad,
    artificialmente creada, que hará que en las mentes
    infantiles se confundan los límites entre Estado y
    religión,
    más allá del dogma laicista, mezclando en un
    amasijo abstruso dos cosas tan contradictoriamente opuestas -por
    lo menos teóricamente- como son la cruz y la espada,
    sustentando cada símbolo patrio con una actitud y una
    finalidad de conservadurismo.

    Lo que vino después lo conocemos. Frente a la
    entelequia de nación fabricada en el gabinete, y a pesar
    de ella, en 1916 comenzó el ciclo de la nación real
    sustentada en la participación ciudadana popular.

    Pero la concepción metafísica oficial de
    la Patria continuó aun en los gobiernos populares de
    Irigoyen y de Perón. Sobre todo en este último,
    cuando la apoteosis oficial del Hombre del Destino
    sublimó la representación de la figura del Líder a
    niveles etéreos y en el Consejo Nacional de
    Educación anidaron aires ultramontanos.

    A niveles gubernamentales la visión oscurantista
    de la Patria de Ramos Mejía y Cía. continuó
    existiendo, ora larvada o maquillada en los documentos oficiales,
    ora campeando por sus fueros en cada restauración y en
    cada gobierno de facto.

    Desde 1983 ha desaparecido de la escuela dejando un
    vacío que no ha sido llenado nunca por una
    reflexión crítica, ni por un debate
    sistemático dentro ni fuera de la escuela, que diera lugar
    a una resignificación de su concepto, de su rol y de su
    verdadero valor en la vida social, como sería deseable que
    ocurriera pues de lo contrario el fantasma de aquella
    concepción seguirá rondando como hasta
    ahora.

    Sin embargo, casi todos aquellos que tienen más
    de cincuenta años de edad comparten esa percepción
    intuitiva e irracional de la Patria y suelen tener de ella una
    representación figurativa a semejanza humana, constituida
    por un rostro y un cuerpo de mujer, que en el
    imaginario popular se ha entendido como símbolo de la
    Patria, o de la Libertad (con un gorro frigio en su cabeza),
    imagen reproducida también en las monedas argentinas y en
    la iconografía escolar.

    Una imagen femenina virtual y un simbolismo protector
    emblemático de la condición maternal de la mujer. Sus
    hijos son nacidos en el suelo correspondiente a la
    jurisdicción estatal de la respectiva nacionalidad de que
    se trate. La Patria vela por sus hijos, sufre por ellos y los
    guía como una madre y sus hijos aman a su madre y sufren
    por los desgarros de su corazón
    causados por nuestros desencuentros y nuestras
    peripecias.

    Sus hijos la ven Reina. Ella es la más hermosa de
    todas y nadie la cambiaría por otra. El amor a la
    Madre-Patria es tan grande e importante (teóricamente)
    para sus hijos, que se sitúa, en orden de
    jerarquía, por debajo del amor debido a Dios, lo cual es
    evidente en la fórmula de juramento cuando se toma
    posesión de un cargo político: "… si
    así no lo hiciéreis, Dios y la Patria os lo
    demanden"
    .

    Los estratos más profundos e íntimos de la
    conciencia personal en esta materia, compartidos por la comunidad
    nacional, perciben la Patria como una espiritualidad ambigua y
    abstrusa en la que ella simboliza y opera como la
    representación sincrética de la asociación
    política, con un carácter de misterio y de fuerza
    sublime que la encarna y referencia la adscripción o el
    vínculo con ella de todos y cada uno de los connacionales.
    Y aún más, como una voluntad superior que exige a
    sus hijos determinados comportamientos.

    LA
    CANONIZACIÓN DE LOS ACTOS PATRIOS

    Por todo lo que llevamos visto, es posible identificar
    dos vertientes distintas en la dogmática de la Patria.
    Una, que llamaremos la "teología" tradicionalista,
    en la que se unen la cruz y la espada, que en Argentina no han
    sido jamás dos opuestos ideológicos ya que siempre
    marcharon juntas en la historia; la otra, la dogmática
    liberal y laica. Pero ambas discurren juntas, fusionadas, en los
    actos patrios.

    Una tiene por centro y fin a Dios, la otra a la pampa
    húmeda. Una se explica por un descendimiento de
    Dios hacia los hombres, la otra por una elevación
    de los patriotas "esclarecidos", con estatura de semidioses,
    hacia los ámbitos celestiales. Una fue católica, la
    otra laica y hasta atea. Pero ambas se juntaron en la escuela
    para adoctrinar generaciones de argentinos pues sus fines, bien
    concretos, bien terrenales y prácticos, se hallan
    unificados por el Estado oligárquico. Y fundamentalmente
    lo hicieron en los actos patrios oficiales y escolares, es decir,
    con alcances masivos.

    El Estado oligárquico canonizó y
    ritualizó los actos patrios estableciendo rigurosamente
    las formalidades del ceremonial, con ceremonias y procedimientos
    formales castro-cortesano-religiosos, establecidos en nombre del
    Estado como instrumento al servicio de los grupos
    oligárquicos para el mantenimiento
    y reproducción ampliada de su Poder, valiéndose de
    una operación de mistificación seudo religiosa. Es
    decir, creando falsas liturgias.

    El ceremonial de los actos patrios se halla constituido
    por una materialidad de objetos, imágenes, espacios,
    acciones, movimientos, corporeidad y gestualidad, palabras y
    sonidos, en un orden secuenciado; y por una intangibilidad
    reflejada en conceptos, mensajes, sentimientos, sensaciones y
    emociones; con unos fines explícitos e implícitos,
    a los que ya nos hemos referido.

    También el Estado normatizó las
    características, tratamiento y uso de los símbolos
    nacionales, especialmente de la bandera nacional, en los actos
    patrios (incluidos los actos patrios escolares). En torno a
    éstas disposiciones se ha configurado la estructura
    básica de los mismos, al punto que prefiguran el orden o
    secuencia que tendrá la ceremonia, las acciones jugadas en
    el espacio, el tiempo de su efectiva ejecución y los
    diferentes roles de todos los protagonistas presentes, en orden a
    lograr una clase de interacción que va más allá
    de la complementariedad de acciones entre los distintos
    participantes. Se trata de una interacción de tipo
    intelectual, psicológico, afectivo y emocional que produce
    un involucramiento colectivo en torno al sentido del acto o de
    sus partes o con relación a los términos y el
    simbolismo del homenaje llevado a cabo.

    Con el tiempo se ha formado una suerte de
    tradición en materia de actos que ha transmitido hasta el
    presente muchos de aquellos elementos de carácter formal y
    obligatorio como ritos, prácticas y signos, si bien
    en algunos casos con variable fidelidad a sus propósitos y
    modalidades originarias, en tanto que otras han ido
    desapareciendo, y otras nuevas se han instalado.

    Esas mismas formalidades y prescripciones ceremoniales,
    que por un lado inducen sensaciones de gravedad y solemnidad,
    pueden ser consideradas, en orden a otros fines perseguidos con
    ellas, como una forma de culto a esa etérea y abstrusa
    entidad que llamamos Patria, para brindar carácter de
    sacralidad y por ende de inmutabilidad a la dogmática y a
    los mitos de la historiografía liberal. Y como vía
    de adoctrinamiento y de disciplinamiento del pensamiento a
    escala masiva.
    Pero en lugar de llevar ese adoctrinamiento sólo por la
    vía de la instrucción libresca se le
    confirió una materialidad ceremonial, asemejándola
    a la asamblea cristiana reunida en la misa.

    En ese sentido, la nación le rinde culto a la
    patria. Y la nación misma, a través de sus
    órganos de gobierno especializados, ha establecido el
    orden y formalidades aprobados, amén de los ritos, para la
    celebración de los diversos oficios terrenos del culto y
    en especial para el profano sacrificio del acto patrio.
    Ese conjunto de reglas constituye su liturgia.

    Esos elementos visibles e invisibles antes mencionados,
    jugados en secuencias de acciones ritualizadas con palabras,
    locuciones y oraciones representadas por las glosas, los
    discursos, las arengas, los panegíricos, las alabanzas,
    los ditirambos, pueden ser consideradas como la liturgia de esas
    misas profanas que son los actos patrios. Sin olvidar, a
    semejanza de la misa católica, la similitud en materia de
    prescripciones, tradiciones y usos y costumbres referidos a las
    formalidades de las marchas, de la expresión gestual y
    corporal, el ornato del salón de actos, el ornato y
    disposición del escenario y los cánticos
    obligatorios.

    Asimismo, los actos patrios, al igual que la misa,
    cuentan con una suerte de teología, referida a sus
    misterios, dogmas y profesiones de fe acerca de ciertas
    cuestiones profanas. El meollo de esta "teología" es la
    exaltación de la ideología liberal y la actuación
    pública de sus representantes históricos más
    renombrados .

    El propósito perseguido con esos medios ha sido
    que los símbolos de la Patria, y ésta misma, sean
    percibidos como esencias espirituales y jerárquicas a las
    que se deba rendir culto y que este culto sea una vía para
    la unión inefable entre el alma de los
    hombres y la Patria, teniendo en cuenta lo que ella significa
    para sus creadores intelectuales, y para los herederos de
    éstos.

    Durante mucho tiempo eso ha sido logrado. Muchas
    personas de mediana edad refieren haber experimentado -sobre todo
    en circunstancias especiales de su vida, o "cuando la patria
    está en peligro"
    , o por efecto de la magnitud de la
    escala (miles y miles de personas en silencio, mirando la bandera
    cuando es izada, frente a las fuerzas militares
    simétricamente alineadas, etc, etc)- ciertas sensaciones
    inexplicables de unión espiritual entre sus almas y un
    algo desconocido y superior que parece arrebatar su
    ánimo.

    Hay quienes afirman que en esas circunstancias hasta es
    posible sentir físicamente la presencia de una entidad
    sobrehumana o sobrenatural que sobrevuela por encima de nuestras
    cabezas y que reclama de nuestra parte una respuesta conductual
    imperiosa y urgente a sus tácitas demandas.

    La literatura ha recogido e
    inventado descripciones de esos estados de entrega de uno
    mismo, sobre todo en situaciones de masificación.
    Alienación mística sería la expresión
    correcta. Pensemos sino en el poder inductor de esta clase de
    experiencias que tenían las grandiosas concentraciones
    cívico-militares de la Alemania nazi
    y que tanta envidia provocaban en los ejércitos
    latinoamericanos contemporáneos.

    Esas experiencias son seudo religiosas. Esas emociones,
    y el imaginario colectivo consiguiente son idealizaciones no
    cristianas, y más bien paganas. Distorsiones del
    simbolismo de una verdadera representación colectiva que
    diéramos en llamar patria. Allí no hay ninguna
    presencia divina. Ni desde la religión judeocristiana ni
    en ninguna otra religión.

    Por último, si el acto patrio es una misa
    profana, dentro de un culto civil seudo religioso, sus
    "liturgias" son también falsas, como son falsas liturgias
    y alegorías seudo religiosas las que han sido creadas para
    la bendición de la bandera y de las armas de las FF.
    AA., las ofrendas a la Virgen
    María de las banderas tomadas al enemigo, los honores
    oficiales, los funerales y el duelo oficial, las tomas de
    juramento en nombre de Dios y de la Patria, etc, etc.

    PATRIA Y PATERNALISMO

    Tanto la concepción tradicionalista
    católica de la Patria, como la liberal oligárquica
    son paternalistas.

    Para ambas, los ciudadanos lo son solo formalmente. Su
    rol como sujetos políticos y como soberanos es meramente
    formal. Como expresiones del Poder, ambas los subrogan en la
    toma de
    decisiones sobre las cuestiones importantes de la vida
    pública y la vida social. Ambas conciben el rol de los
    ciudadanos y los producen como meros receptores pasivos de los
    paradigmas
    cívico-patrióticos, reducidos a la función
    delegada por los sectores dominantes de ser fieles ejecutores,
    nunca hombres pensantes con actitudes y
    decisiones críticas.

    La función de pensar y decidir no se democratiza
    en estas concepciones, por más liberalismo político
    formal que exista y que reconozca el derecho universal a hacerlo.
    Pensamiento y toma de decisiones corren por cuenta de las
    personas habilitadas para ello, lo cual depende exclusivamente de
    su distancia y funcionalidad con el Poder. Así, el pensar
    sobre las cosas de la Patria ha tenido oráculos sagrados
    descomunales, hombres iluminados, especiales, unos con
    contactos directos con la Casa Celestial, otros con las altas
    cumbres del poder terrenal, incluso con habilidades de
    nigromantes que, a fuerza de puro estro, logran hacer hablar a
    los muertos y hacerles decir cosas que jamás dijeron o
    callar las que dijeron. Esto implica asumir que hay hombres
    superiores
    , los menos, para el tratamiento de las cosas
    superiores, especialmente las de la Patria. Aunque también
    sepamos que hay hombres mediocres cuyas voces se mimetizan con
    las de los grandes y así logran una cuota de
    difusión por los canales del Poder, y una migajas acordes
    con su estatura y sus servicios.

    Y los que no entran en ninguna de esas categorías
    serán hombres inferiores, cuya conducta debe estar
    signada por la paciencia, la prudencia, la confianza en las
    instituciones
    y en las capacidades de los especialistas, ya que éstos
    enseñan que la comprensión de las cosas, de todas
    las cosas, es siempre muy difícil. En consecuencia, que
    decidan los que saben.

    Paternalismo es, pues, verticalismo, por lo tanto,
    jerarquías sociales, ausencia de igualdad entre
    los hombres puesto que unos están para mandar y otros para
    obedecer sin chistar ni poner en duda cuestiones de dogma de
    cualquier clase.

    Cuando el paternalismo es la nota saliente del Poder
    existente en una sociedad, se trata de un poder dominante…
    sobre sus correspondientes subordinados, cuestión
    elemental pero que a menudo se olvida. En ese caso, el rol de los
    dominados es equivalente al de los niños, subrogados por
    sus padres en las cuestiones fundamentales.

    Si hay verticalismo, jerarquías y desigualdad,
    quiere decir que hay injusticia. Iguales son los que mandan, como
    los cerdos de Rebelión en la granja, y siempre son
    minorías. Cuando las decisiones acerca de lo que deba
    entenderse y decidirse, sobre cuestiones fundamentales
    relacionadas con las mayorías, son definidas por las
    minorías que mandan, o por aquellos que son elegidos en un
    régimen representativo del poder pero no responden a los
    intereses y aspiraciones de sus representados sino a los de
    corporaciones o grupos de poder o de intereses que los cooptan,
    es evidente que no hay democracia.

    Y si no hay democracia y no se puede hacer nada para que
    la haya porque el mero intento de hacerlo atenta contra la
    Patria, según han dicho y escrito los oráculos
    sagrados que dicen representarla, ¡para qué sirve la
    Patria! ¡Para qué sirve esa Patria!
    Obviamente, no queda otro camino que tener que admitir que no es
    la patria nuestra sino la de ellos. Pero para llegar a esta
    conclusión es preciso previamente acabar con el
    paternalismo.

    También ambas concepciones comparten el mismo
    tufillo litúrgico del culto a la Patria, devenido en
    fundamentalismo entre los nacionalistas católicos,
    especialmente preconciliares, y adoptado con astucia pero sin fe
    por la ingeniería oligárquica liberal. De ambas
    vertientes, pero especialmente de la primera, se desprende la
    idea de patriotismo como mandato, que implica la existencia de un
    hombre y una sociedad infantiles, dirigidos siempre desde el
    pasado por los presuntos designios de Dios o de los fundadores de
    la nacionalidad. En este caso, la tan llevada y traída
    apelación a la memoria de los pueblos se convierte en un
    lastre muy pesado, que hace muy difícil caminar hacia
    delante.

    CONCLUSIÓN

    Se nos enseñó que la Patria es algo
    superior, misterioso, puro, grande y celestial; que nace en 1810
    y no antes y que todo lo español significaba atraso; que
    se encarna en las situaciones más dramáticas por
    las que pueda atravesar un colectivo nacional, fundamentalmente
    en la guerra; que ella ha intervenido en la historia, en tiempos
    pasados, valiéndose de hombres elegidos, providenciales,
    seguidos por multitudes fascinadas; que la guerra es la
    ocasión para demostrar el compromiso fundamental con la
    Patria; que "después de la del sacerdote no hay
    dignidad
    más grande sobre la tierra que la del soldado"
    ; que
    "la Patria es Dios en la Tierra y Dios es la Patria en el
    Cielo"
    ; que por lo tanto debemos honrar y rendir culto a
    ambos en esta vida para poder morar junto a ellos por toda la
    eternidad; que para aprender las cosas de la Patria
    debíamos mirar siempre hacia el pasado; que
    debíamos rogar a la Patria en el presente; que
    debíamos invocarla…

    Gigantesca mistificación. La patria no es esa
    mujer virtual de pechos desnudos y ubérrimos que nos
    legó la iconografía romántica de la Revolución
    Francesa; ni es un ser metafísico que nos guía,
    que sufre por nosotros y se regocija con nuestros regocijos; ni
    es una voluntad superior a la voluntad de los seres humanos
    reales.

    No es algo natural ni tampoco divino. Es una
    creación imaginaria de los hombres, mezcla de
    ideología, de ética, de
    estética y de espiritualidad surgida dentro
    del tiempo y no preexistente a él.

    Por tanto, esa Patria no sufre por nuestros presuntos
    desdenes, o por nuestros extravíos como comunidad
    nacional, ni por nuestras defecciones ni nuestras traiciones, ni
    porque algunos de sus "hijos" no crean en ella, o no tengan fe, o
    se hayan olvidado de ella, o no festejen su aniversario, o no
    visiten las tumbas gloriosas de sus "hijos
    ilustres".

    La Patria no necesita actos. Me corrijo, esa
    clase de patria no los necesita porque es una falacia.

    En realidad, cuando tiene lugar un acto patrio escolar u
    oficial, a quien el pueblo debe homenajear es a sí mismo,
    a la propia comunidad nacional a la cual pertenece y en la que se
    mira valiéndose del recurso de identificarse por
    vía de asociación con el recuerdo de algún
    preclaro ex integrante de ella, o con alguna situación o
    proceso ocurrido en el pasado y cuyo simbolismo considera
    necesario mantener vigente resignificándolo para
    guía de las generaciones presentes y futuras.

    Pero también hay actos patrios -no hay que
    olvidarlo- cuando sin tratarse de efemérides el pueblo
    vive circunstancias muy intensas en tiempo presente que lo llevan
    a juntarse en grupos para reasumir la soberanía que le
    corresponde y apela a las ideas de patria y patriotismo como
    símbolo de la comunidad. Como sería una
    manifestación de obreros o desocupados portando una
    bandera argentina y cantando el himno nacional frente a las
    fuerzas de represión policial.

    La patria está en la historia, no fuera de ella,
    aunque algunos, consciente o inconscientemente, la desplacen de
    allí.

    Para los hombres, la patria es una experiencia personal,
    vital, intransferible. Y es hoy. Y es mañana.

    La patria, con minúscula, es una metáfora
    de la comunidad, del prójimo. Es afecto, solidaridad,
    sueños y proyectos con valores éticos que, a medida
    que crezcamos en humanidad, borrarán las fronteras, las
    separaciones y las discriminaciones para ser una patria
    única de todos los seres humanos del planeta.

    Y como no es algo sagrado sino profano, no hay
    advenimientos ni epifanías de la Patria en ningún
    tipo de acto ni de liturgias, por más que muchas personas
    puedan sentirse profundamente conmovidas y emocionadas, pero esas
    son experiencias plenamente humanas. Y no nos parece mal que se
    experimenten emociones y arrebatos del espíritu, pero no a
    riesgo de caer
    en el paganismo de adorar un falso semidios instrumentado entre
    nosotros por la ingeniería oligárquica hace
    más de cien años.*

    Sobre todo, no a riesgo de adorar la
    bandera-símbolo en su materialidad y caer en estados de
    arrobamiento, embeleso y éxtasis mientras es izada al tope
    del mástil o transportada por el abanderado.

    Los actos patrios, considerados en una versión
    metafísica, la tradicional, son una falsa misa en la que
    no existe trascendencia alguna. La patria no es un misterio. No
    hay un ser suprahumano presente en el acto patrio a pesar de que
    tantas personas lo sientan así. Pero en tal caso, no es su
    culpa. Han sido seducidos por falsos pastores que en otras
    épocas produjeron el canon de los actos patrios con la
    intención de provocarnos sensaciones
    místicas.

    Si la sacralidad de los actos patrios es falaz porque
    ellos no actúan ninguna religiosidad verdadera, a pesar de
    su manipulación originaria en tal sentido, es correcto
    cuestionar sus ritos y liturgias y proponer cambios en la misma
    ya que el simbolismo atribuido desde el Poder a sus signos, lo ha
    consagrado la facción que ganó la guerra interna de
    Argentina.

    Es correcto y loable que no olvidemos y les rindamos
    homenajes a nuestros grandes antepasados. Pero de allí a
    generar una religión civil hay una gran
    diferencia.

    En verdad, los actos patrios son actos políticos.
    Por lo tanto, no entrañan misterios religiosos, accesibles
    por la fe ni por la eficacia "divina"
    de las formalidades o de los signos externos.

    Por fortuna, actualmente la mayoría de los mitos
    de ese pasado construido por la oligarquía argentina ya
    están muertos y vacíos, por más que aun no
    se les hayan efectuado dignos funerales. Y si alguna vez
    sirvieron para darnos cohesión social y una determinada
    forma de conciencia, por más que fuera falaz y
    distorsionada, hoy ya ni siquiera tenemos eso.

    Con todo, la verdadera patria existe de otra manera, no
    en los espacios públicos oficiales ni en los
    cenáculos del poder económico. Aflora de vez en
    cuando, generalmente en las calles y en las barriadas populares,
    pero cuando lo hace tiene una vitalidad descomunal, como
    sucedió durante la Resistencia Peronista, cuando
    las masas de trabajadores recuperaron su conciencia
    histórica, su conciencia social y su conciencia
    política y lucharon por construir un poder popular desde
    las bases, hasta que comenzaron a ser aniquiladas desde el Estado
    mismo en la década de 1973-1983.

    Últimamente ha vuelto a renacer, y lo mismo viene
    sucediendo en el resto de América latina. Sólo hace
    falta que se quede para siempre entre nosotros. Pero eso depende
    de nosotros.

    Carlos R. Schulmaister

    BIBLIOGRAFÍA

    BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LA NACIÓN.
    "Símbolos Nacionales de la República Argentina".
    Bs. As., Imp. del Congreso, 1992.

    ENTRAIGAS, Raúl, SDB. , La Patria. El Hogar de
    los Argentinos.
    Bs. As., (s. d. ), circa 1942.

    PLOTKIN, Mariano Ben, "Política, Educación
    y Nacionalismo
    en el Centenario". Todo es Historia. 1985, Nº 221,
    pp. 64-79. Buenos Aires.

    RESOL MINISTERIAL Nº 1635/78, S/
    características, tratamiento y uso de los símbolos
    nacionales. Buenos Aires, mimeo.

    SCHULMAISTER, Carlos y Rodolfo TONINI, De la patria y
    los actos patrios escolares
    . (Inédito).

    SCHULMAISTER, Carlos, "¿Es el patriotismo un
    mandato?" Diario Río Negro, 31/12/2003, Nº
    19.867, pp. 10-11, General Roca , Argentina.

    SCHULMAISTER, Carlos, "Las concepciones paternalistas de
    la patria". Diario Río Negro, 5/1/2004, Nº
    19.871, pp. 10-11, General Roca, Argentina.

    SCHULMAISTER, Carlos, La patria. Mistificación
    y liturgia
    . (Inédito).

    Prof. Carlos R. Schulmaister

    Inst. de Form. Doc. Continua de Villa Regina (Río
    Negro), Argentina.

    Fecha de realización: año 2004. Fecha de
    envío a monografías.com: 3 de feb. de
    2005.

    El autor es Prof. en Historia, Mr. en gestión
    y políticas culturales en el Mercosur,
    historiador oral, ensayista y educador.

    El autor autoriza expresamente la cita de fragmentos de
    este trabajo con fines de investigación –no
    comerciales- a condición de que se cite la fuente. Y desea
    entablar comunicaciones
    por este medio con otros interesados en esta
    temática.

    Categoría: HISTORIA, POLÍTICA, ESTUDIO
    SOCIAL, EDUCACIÓN

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