La construcción oficial de la idea de patria y patriotismo en la escuela argentina
- Abstract
- Ese algo llamado
patria - Patria popular vs. Patria
oligárquica - La construcción
oficial del pasado - La historia oficial en la
escuela - La versión oficial de la
patria y del patriotismo - La educación
patriótica escolar - La canonización de los
actos patrios - Patria y
paternalismo - Bibliografía
El artículo revela la existencia de una
versión oficial de la idea de patria, y en consecuencia,
de la de patriotismo, construida por los sectores dominantes
desde el mismo instante de la ruptura con España
como medio de control y
disciplinamiento político e ideológico.
Esa construcción, realizada por momentos con
entusiasmo y rigor propios de una ingeniería social, tuvo en la escuela su
mejor vehículo y servidores,
valiéndose de la creación de una historia nacional
falsificada, que junto con la enseñanza del civismo tendían a la
introyección en las mentes de los niños y
adolescentes
argentinos de una idea metafísica
de la patria, proceso que
llegaba a niveles imponderables con la realización de las
ceremonias de culto a la patria, representadas por los actos
patrios oficiales y escolares.
El artículo señala, finalmente,
cómo esa concepción de la idea o experiencia de
patria tiene resultados previsibles en la constitución de sujetos políticos
pasivos, atados al pasado, con miedo al presente y al
futuro.
Palabras clave: Patria- patriotismo-
oligarquía- pueblo- mistificación- historia
oficial- actos patrios- próceres.
Puesto que toda creación cultural, tangible e
intangible, se halla sujeta a modificaciones en el curso de la
historia, las palabras corren la misma suerte que el resto de lo
creado. Sin embargo, ellas experimentan mudanzas más
complejas ya que lo hacen como vocablos, significantes o
continentes y también como significados o contenidos.
Significantes y significados se corresponden con las sociedades en
las que se desarrollan y consiguientemente con sus marcos
culturales, aun cuando puedan no ser originarios de
ellas.
De esos dos elementos, el más inestable es
siempre el segundo, es decir, la idea, a tenor del carácter más o menos pedestre o
abstracto que posea. En el último caso, la idea nunca es
igual a sí misma en el transcurso del tiempo, puesto
que es constituida por hombres históricos en
circunstancias y contextos históricos diferentes,
así como su aprehensión es también subjetiva
y personal en
hombres situados en un mismo tiempo físico pero en
diferentes culturas. Y aun dentro de una común coordenada
temporal, espacial y cultural, la apropiación de ciertas
ideas abstractas es una experiencia individual e
intransferible.
Una de esas ideas abstractas es la de patria, una
construcción humana tardía en el decurso de la
evolución experimentada a partir de la
hominización de nuestros antepasados. A las relaciones
cosmogónicas, es decir, totalizantes, de los hombres con
la naturaleza y
con los dioses, les sucedieron en la etapa de la
sedentarización nuevas relaciones al interior de los
procesos de
construcción de particulares culturales en los que se
fueron profundizando y consolidando los caracteres distintivos de
sus identidades con la construcción del nosotros y
los otros.
La primigenia relación con la tierra y la
naturaleza, consideradas como préstamo de la divinidad,
fue continuada por una relación de propiedad no
sólo material sino también espiritual por parte de
las comunidades asentadas en un determinado lugar, y las
sociedades dejaron de ser ocupantes del mundo para serlo de un
lugar en particular que pasó a ser lo nuestro. Esos
nuevos lazos se fueron integrando con nuevos ingredientes
afectivos, espirituales, emocionales y religiosos,
construyéndose un patrimonio
colectivo intangible que fue transmitido en el tiempo.
Esa manera especial de ser y estar, es decir, esa
particular y distinta forma de constituirse como ser con
relación a los extraños, a partir del suelo compartido
con los propios, representaba su dimensión
patriótica. Esa vinculación sincrética de
los hombres, entendidos como un nosotros, con la tierra
nuestra. Una nueva dimensión de la condición humana
aun cuando todavía no existiera el término patria
ni la idea correspondiente.
En la antigua Grecia el
término se refería al acotado marco de la
polis, al espacio natal; en Roma
aludía a la nación;
en la Edad Media se
redujo a la comarca; en la Edad moderna
renació como naciones particulares al interior de los
imperios europeos hasta llegar a su momento de mayor vitalidad en
el siglo XIX, en la etapa de los estados nacionales, como el
territorio habitado por una comunidad
nacional, con lo cual se fusionó la idea de espacio con la
de cultura
nacional, concebida con rasgos homogéneos, uniformes,
monolíticos.
Y así ha llegado hasta el presente, como idea,
con momentos de alza y de baja en su fuerza
convocante y cohesionante, con impugnaciones que van desde el
cuestionamiento a su racionalidad (o irracionalidad), a su
carácter ideológico y a su
funcionalidad.
Desde ya, no es un concepto
sencillo, sino complejo; ni tampoco prístino, pues tuvo
diversas concepciones, modalidades y vías de
apropiación, ya como objeto de conocimiento,
ya como experiencia de sujetos individuales e históricos,
es decir, en el marco de contextos sociohistóricos
cambiantes. Por lo tanto, más allá de la
subjetividad inherente a toda captación de la realidad, es
posible reconocer modalidades o cartabones concretos de interpretación de sus significados que
relativizan la idea de autonomía del sujeto en su
construcción personal.
Al igual que la idea de Dios, la de patria es una de las
de mayor dimensión abstracta de todas las ideas
construidas por la humanidad; y como aquella tampoco se desliza
plácidamente en el mundo etéreo de las ideas sino
en el fárrago concreto de la
vida material, relacionándose con otra idea tanto o
más abstrusa que ella: la idea del Poder, otra
construcción humana que se vuelve contra su creador
condicionando su psiquis y su ethos en relación
consigo mismo, con su sociedad y
entre ésta y las demás.
Así, además de sus múltiples
significados según sus respectivos intérpretes:
el territorio nacional, la nación,
el ser nacional, la identidad
nacional, una comunidad de destino; un ser ideal, una
jerarquía espiritual que "vive" por encima de la comunidad
nacional; o todas esas cosas juntas, etc, la idea de patria
se recarga de sentidos diversos para los humanos, yendo desde su
no registro o su
impugnación, pasando por la idea de que es un mito, hasta
llegar a su encarnación existencial en los sujetos como
fuente de dolor y gozos; como contraseña de
inclusión y exclusión; de aceptación,
diferenciación y rechazo de los otros; como experiencia
del hálito divino a través de sentimientos y
emociones;
como encarnación de la divinidad; como otra cara de la
divinidad, etc; por no hablar de los nuevos sentidos y
resignificaciones recientes que ella viene experimentando por
obra de individuos y sociedades de todas las latitudes, en
relación a los cambios y los desafíos impulsados
por las actuales condiciones de vida en el sistema
mundial.
En todo caso, la importancia de esta idea no radica
tanto en su significado como en el carácter instrumental
de su sentido para la constitución del ser individual,
social y político, en relación con otra idea
compleja que se ha dado en llamar patriotismo.
PATRIA POPULAR vs. PATRIA
OLIGÁRQUICA
A partir de la Revolución
Continental de Mayo, los nuevos pueblos independientes iniciaron
la construcción popular de una nueva representación
de la patria y del patriotismo de los sudamericanos, entendiendo
por esto último no el gentilicio correspondiente al marco
geográfico de la América
del Sur sino las fuentes
culturales y políticas
comunes a esa extensa nación que se extendía al sur
de los Estados Unidos de la América del Norte,
independientes desde 1776.
Por consiguiente, la representación popular de la
patria configuró una representación de patria
popular, con rasgos propios de la cultura religiosa de la
época, es decir, con notas de elevación y
trascendencia hacia la divinidad, y al mismo tiempo con
caracteres de igualitarismo social, abarcativo de las etnias
blancas, indígenas y africanas que con su sangre
profusamente derramada sellaron en los campos de batalla su
adhesión, su compromiso, sus aspiraciones y sus proyectos
políticos y sociales. Aquella etapa quedó marcada
para siempre en la heráldica de la mayoría de las
banderas latinoamericanas, con sus colores azul y
blanco y el sol
incaico.
Esa patria latinoamericana, o hispanoamericana, o
amerindia, duró lo que dura un suspiro. Bien pronto, a
influjos de la creciente presencia británica en las
balcanizadas repúblicas emergentes, la mayoría de
los gobiernos centrales dejaron de investir la
representación de lo popular para servir exclusivamente a
los intereses de una relación miserable y traidora de los
pueblos y de un incipiente sueño de nación aun
reducido a los nuevos confines de las patrias chicas.
Las élites centrales, como las de Buenos Aires,
coparon el poder político, económico y social y
reprimieron ferozmente la participación popular en la
construcción de las nuevas naciones. Lo nacional, en
sentido político, permaneció desde entonces
más o menos soterrado, aflorando de tanto en tanto con
matices dramáticos en las recurrentes insurrecciones
populares de un largo período de guerras
civiles.
La patria fue apropiada y oficializada por las
minorías y aquel inicial simbolismo colectivo nacional y
popular fue distorsionado por las élites. Los gobiernos se
presentaron como los fieles servidores e instrumentos de una
patria que ahora aparecía desconociendo a sus innumerables
hijos campesinos, peones, sirvientes de las casas de los
doctores, carne de cañón en las batallas de la
guerra de
liberación ya concluidas y luego en las guerras civiles de
represión al pueblo llano y pobre, sin distinción
de etnias. Esa patria había devenido en madre de hijos
europeos y en madrastra de sus propios hijos.
La situación cambió cuando apareció
en el escenario bonaerense un caudillo popular, Juan Manuel de
Rosas, quien
salvó a la nación de la anomia, de la
fragmentación política y la
recolonización a las que la conducían los
unitarios. Desde 1829 hasta 1852, Argentina fue soberana mientras
se regeneraba la gobernabilidad de las provincias, se recuperaban
las economías regionales destruidas por el librecambio
precedente y comenzaba la etapa de acumulación primitiva
de capital,
necesaria para pasar a una etapa de producción económica industrial en
base a recursos
financieros propios.
Había vuelto la patria popular, la de los de
abajo, que metafóricamente hablando avalaba la
conducción política de Rosas en la
gobernación de Buenos Aires e indirectamente de todo el
país, aun a despecho de algunas rebeliones
provinciales.
Pero Gran Bretaña no podía permitir que
este proyecto nacional
y popular se consolidara y desarrollara todas sus
potencialidades, ni que su ejemplo fuera seguido por las
semicolonias latinoamericanas. Bastante venía soportando
para entonces la rebeldía del Paraguay a
someterse a los dictados del comercio
internacional y el librecambio, gracias a lo cual
había llegado a convertirse en una potencia
económica, la primera de las naciones de América
latina que había desarrollado una revolución
industrial.
Por eso, la guerra contra el gobernador Rosas fue una
guerra contra Argentina con el mismo sentido que la que en 1865
desatara la Guerra de la Triple Infamia contra el Paraguay, un
genocidio racista cometido en nombre de la Libertad por
el colonialismo británico y sus satélites
locales, que redujo la nación guaraní de cerca de
un millón de personas bajo el gobierno de
Solano López, a no más de trescientas mil, de las
cuales más de las tres cuartas partes eran
mujeres.
Simbólicamente, la batalla de Caseros y la Guerra
del Paraguay representan el ocaso por largas décadas de
los sueños de integración latinoamericana. El simbolismo
de la patria había vuelto a ser el de la patria chica, con
centro en la pampa húmeda, fuente de la producción
exportable al Imperio Británico.
En la segunda mitad del siglo XIX, con la
conformación de los estados-nación en Europa y la
expansión del modelo de
sociedad "occidental y cristiano" -eurocentrismo,
imperialismo y
neocolonialismo mediante- y su consiguiente "adopción"
por América latina, las ideas de patria y de patriotismo
se convirtieron en un eficaz instrumento para la
organización de los dispositivos de disciplinamiento y
control de los habitantes de las nuevas naciones independientes,
de creación de lazos de pertenencia a la nueva geografía
política, y de cohesión social, a los fines de
asegurar la reproducción continuada del ejercicio del
Poder político, económico, social y cultural por
sus detentadores.
Ese proceso se desarrolló con gran intensidad,
simultánea y complementariamente con el proceso de
construcción del aparato burocrático del Estado. En
Argentina tomó como pretexto la necesidad de tornar
homogéneos los comportamientos y las representaciones
ideológicas de los hijos de nativos y extranjeros (sobre
todo a partir del alud inmigratorio europeo, que desde el
último cuarto del siglo continuó in
crescendo hasta la Primera Guerra
Mundial y luego de ésta hasta la crisis mundial
de 1929). En realidad su verdadero propósito era estrujar
plusvalía que fluyera hacia Gran Bretaña dejando
una relativamente pequeña porción para la
oligarquía en concepto de peaje (medida desde la
relación externa), y al mismo tiempo demasiado grande en
relación a la exigua cuantía que de ella iba a
parar al resto de la sociedad argentina.
Desde entonces, desde el Estado se
llevó a cabo una tremenda obra de ingeniería
político-ideológica y cultural que desembocó
en lo que llamaremos la construcción oficial de la idea de
patria y de patriotismo. La misma fue impuesta valiéndose
del recurso a la violencia
simbólica, así como la construcción del
Estado había recurrido un par de décadas
atrás a la violencia física a partir del
"triunfo" porteño en Pavón, en 1861,
destruyendo su inicial y aparente legitimación por vía del consenso
interprovincial luego de la batalla de Caseros, en 1852, que dio
nacimiento a la Constitución Nacional de 1853, a la libre
navegación de los ríos interiores, y a las
políticas librecambistas que signarían la
construcción del modelo agropecuario exportador
dependiente de Gran Bretaña.
La violencia simbólica se ejerció desde
los cenáculos oficiales de la oligarquía, donde sus
oráculos y sus vates escarnecieron a los muertos ilustres
y patriotas de la épica inicial de la liberación y
simultáneamente a las masas populares del interior del
país, constituidas por gauchos pobres,
mestizos, indígenas y negros africanos que habían
sobrevivido a las masacres oficiales dirigidas por Mitre y
Sarmiento. Y mientras la cultura oficial denigraba a muertos y
vivientes del campo popular se continuaba ejerciendo violencia
física contra los indios del sur durante la
eufemísticamente llamada Conquista del Desierto,
pero también en los quebrachales, en los algodonales y en
los ingenios del norte, en las estancias de Santa Cruz y de
Tierra del Fuego, y en las fábricas que poblaban el
paisaje urbano de Buenos Aires.
Desde entonces, la patria fue un concepto difuso en
todas partes pues ese carácter convenía al poder
institucional. Se la nimbó de una aureola mística
que gravitaba sobre los argentinos como un factor de
distanciamiento jerárquico, de misterio incomprensible, de
necesaria reverencia para los humildes, y se le dio una
corporeidad además de un espíritu. Es decir,
pasó a ser augusta como en la Roma antigua: sobreelevada
sobre los hombres y también sacrosanta, por debajo -aunque
muy cerca- de la divinitas.
La patria se elevó por encima de los pueblos,
fruto de la sistemática manipulación cultural
educativa y de su consiguiente asimilación por
éstos. Así, servir a la patria pasó a
ser funcional al modelo de país que la patria pasó
a representar bajo la orientación de los respectivos
gobiernos.
Las aspiraciones de las mayorías fueron
conculcadas y no fueron reflejadas por la patria.
Mientras que para los sectores populares la patria
había sido un sentimiento solidario de unidad, entre
sí y con la tierra por la cual habían luchado y
lucharían, y de lo cual conservaban fresca la memoria,
los gobiernos diseñaron una Patria cuyos designios
sólo podían conocer e interpretar los
oráculos oficiales. Esos oráculos dictaminaron que
era más patriota una vaca que un indio, un negro o un
criollo. Las vacas eran inmoladas a Mercurio contribuyendo a que
Argentina pudiera codearse con las naciones civilizadas del
planeta recibiendo a cambio las
luces que escaseaban entre nosotros. Los indios, los gauchos y
los negros eran inmolados a Marte por ser culpables de
ser.
Los oráculos pertenecían al orden
sagrado que la oligarquía instituyó como
mediadora entre la Patria, cada vez más etérea y
más distante de los simples mortales sin rostro. Para
entonces la Argentina ya tenía su propio Parnaso, y poetas
e historiadores le cantaban a la Patria desde lo alto y sus voces
se difundían por todo el país llevando la buena
nueva: ¡la Patria estaba dichosa de que el país
estuviera dirigido por la oligarquía terrateniente que
sabía conducirnos al Progreso, evidenciado en los
formidables cambios que se estaban dando en nuestro país y
que nos permitían asemejarnos a las naciones
líderes de la Tierra!
De modo que la oligarquía había alcanzado
su autolegitimación. En consecuencia, agradar a la Patria
y servirla bien era cumplir con el mandato implícito
derivado de su cooptación simbólica por la
oligarquía. Toda idea alternativa al modelo "liberal" era
una herejía que sus buenos hijos, los
justos, sabrían cortar de raíz
-policía ideológica mediante- para no volver a los
tiempos de las tinieblas.
Esos oráculos escribieron sus libros
sagrados plagados de mentiras a designio, muchas veces
confesadas con total desparpajo, que fueron difundidas por medio
de las usinas de domesticación del pueblo. Desde entonces
hubo una política de Estado que ha sobrevivido hasta el
presente: la "educación"
histórica y cívica bajo los presupuestos
ideológicos de la "teología"
liberal.
Esa Patria que algunos llaman burguesa y que
estrictamente es una Patria oligárquica, no era la patria
popular de la etapa revolucionaria. Sólo incluía a
la minoría dirigente y excluía al resto del pueblo,
a sus sentimientos, a su cultura, a sus anhelos.
Esa Patria más de una vez se volvió en
contra del pueblo, metafóricamente hablando, por obra de
sus manipuladores oficiales que de democráticos no
tuvieron un ápice. Y sin embargo, por esa Patria
transmutada murieron y siguen muriendo en Argentina sus hijos
"bárbaros" y "salvajes", unidos como ayer en
su condición de víctimas sociales de la
explotación de los sectores dominantes.
No ha sido, pues, la comunidad nacional, la que ha
construido a su manera la idea ni el simbolismo actual de la
Patria, no ha sido ella la que le ha dado los caracteres que
necesitaba atribuirle -como hubiera sido lógico- sino una
minoría dominante.
Discutimos, pues, la concepción falsa e
irracional y la funcionalidad de la Patria que nos legó la
oligarquía.
Así y todo, escuela y procerato oficial mediante,
la Patria se convirtió década tras década en
un mito, en una síntesis
de determinados valores,
sentimientos y aspiraciones colectivas que casi todos depositamos
en ella, a pesar que ella no los reflejaba.
Con el tiempo todos fuimos creyendo que esa Patria era
nuestra madre nacional simbólica, que sabía
interpretar nuestros dolores y nuestras alegrías. Pero a
fuerza de tanta celestialidad y deslumbramiento, los que ya no
pudimos interpretar a la patria real fuimos nosotros, el pueblo.
Y fuimos dejando que los oráculos de turno lo siguieran
haciendo por nosotros y nos hablaran de esa Patria ficticia que
se escribe con mayúscula.
LA CONSTRUCCIÓN OFICIAL DEL
PASADO
La oligarquía argentina, en el apogeo de su
poder, estableció los mecanismos que perpetuaran su propio
control de la política y la economía, las dos
caras de la misma moneda. Para ello creó una
política de la historia destinada a perpetuar y reproducir
una concepción determinada de la política
económica más conveniente para el
país, cuando en realidad se trataba de la más
conveniente para ese minúsculo sector.
Ello significó la construcción del pasado
colectivo por parte de los honorables y espectables integrantes
de pluma de la oligarquía. Ese pasado debía
reflejar una línea de continuidad de la política
económica concreta de la oligarquía que pudiera
remontarse a 1810. Para asegurar su reproducción la
escuela debía dar ciudadanos modernos, capaces de
convalidar y legitimar continuadamente la presencia de aquellos
hombres que, por entonces en el gobierno, algún día
pasarían también ellos a las páginas de la
historia.
La tarea primera y principal que encararon fue la
construcción de una historia oficial asociada a una
versión oficial de la idea de patria y de patriotismo,
como vía para la producción de habitantes
crédulos, creyentes a pie juntillas en el mito oficial de
nuestros orígenes, aquel famoso dogma Mayo-Caseros
, de modo de disciplinar el pensamiento y
la acción
de las futuras generaciones de argentinos por la vía de la
creación del consenso domesticado.
El inspirador y realizador principal fue el presidente
historiador, Bartolomé Mitre, seguido en el tiempo por una
pléyade de plumas serviles, amanuenses de la
oligarquía terrateniente que controlaba el poder
político y económico.
La historia oficial se derramó por todo el
país por medio de múltiples usinas de
difusión, entre las que se cuentan los diversos soportes
de la industria del
libro de
historia, la novela
histórica, la poesía,
la pintura, la
escultura, la industria gráfica de diarios y revistas, la
iconografía, la declamación, el teatro y la
oratoria, por
donde se canalizaron el discurso
apologético o la diatriba cruel según quien fuera
su destinatario, las verdades a medias, las "mentiras a
designio" y las omisiones convenientes, los mitos
fundadores de la argentinidad, los falsos retratos morales, las
imágenes visuales y las anécdotas
moralizantes, el ditirambo servil, la exaltación
apoteósica de los aniversarios, las estatuas y los bustos
desafiantes y hasta la magnificencia del arte
fúnebre de los monstruos sagrados de la
oligarquía.
A ello se agregó el recurso de fijar para la
posteridad los apellidos de los hijos de la oligarquía en
la designación de ciudades, calles, avenidas, plazas,
plazoletas, edificios, regimientos, naves, escuelas, colegios,
peñas, logias, cofradías, etc.
Así como aquel insignificante Rivera Indarte que
cobró de los franceses de Montevideo a razón de un
peso por cada muerto inventado que adjudicó a Rosas,
cientos de intelectuales
de primera, segunda y tercera línea consagraron sus
talentos y prestigios al nuevo oficio de propagandistas rentados
al servicio de la
oligarquía, inaugurando una veta laboral que con
gran profesionalismo han sabido cumplimentar desde entonces hasta
hoy para satisfacción y beneficio de sus mandantes locales
y extranjeros.
Pero la difusión sistemática más
formidable de la historia oficial la ejercieron a través
del aparato educativo del Estado, por medio de la
enseñanza de historia
argentina y educación cívica, volcada en
manuales y
libros de lectura con la
colaboración servil de escritores, maestros y profesores,
desde la escuela primaria a la universidad.
A más de eso, que no es poco sino algo colosal,
la oligarquía diseñó y ejecutó
instancias de participación colectiva de carácter
ritual, litúrgico e iniciático, basadas en la
declaración de fastos de la patria -las efemérides-
en las que se llevarían a cabo los actos patrios oficiales
y escolares y en una de ellas la ceremonia de promesa a la
bandera, además de la creación del servicio militar
obligatorio de los varones para "aprender a servir a la
patria".
LA HISTORIA OFICIAL EN LA ESCUELA
La Historia Oficial es una construcción
sistemática, fruto de una política de la
historia como dijera Arturo Jauretche, uno de los grandes
pensadores argentinos del campo nacional y popular.
Comenzó a construirse poco después de la batalla de
Caseros, y como ya dijéramos fue Mitre su formidable
impulsor, prosiguiendo la tarea cientos de historiadores que
publicaron libros y ocuparon cátedras universitarias, y
que fueron nimbados de prestigio por los diarios fundamentales de
la oligarquía: La Nación y La Prensa.
A fines del siglo XIX aparecieron los libros de texto de
historia conteniendo el juicio definitivo del Tribunal de la
Historia acerca de los "buenos" y los "malos",
los integrantes y los excluidos del Olimpo oficial.
Después entraron en escena los manuales escolares de
primaria con sus correspondientes secciones de historia. En los
colegios secundarios, más tarde, comenzarían a
hacerse famosos durante largas décadas ciertos
divulgadores que escribirían los libros de texto de
historia argentina y de civismo (con sucesivas designaciones para
esta asignatura) de primero a quinto año, donde
trasvasarían las líneas directrices de los mentores
de la historiografía oficial.
A comienzos del siglo XX, el mercado editorial
fue concentrándose y especializándose en tres o
cuatro grandes empresas que
compitieron permanentemente por abastecer el inmenso mercado de
escolares argentinos. Una de ellas fue famosa por sus
láminas de gran tamaño y a todo color con
imágenes inolvidables de los próceres, utilizadas
año tras año por los maestros de la escuela
primaria para sus clases de historia.
En todos las materias, pero especialmente en historia y
civismo, las autoridades educativas nacionales debían
otorgar previamente el nihil obstat de rigor para que el
libro pudiera ver la luz y penetrar en
los sagrados recintos de la escuela. Para ello debía
corresponderse con los programas
oficiales de cada asignatura, lo cual era verificado con tintes
inquisitoriales.
A mediados del siglo aparecieron en el mercado las
revistas infantiles para escolares, de publicación
semanal, conteniendo entretenimientos, historietas y secciones
afines a las asignaturas escolares, entre ellas historia
argentina. Durante varias décadas muchos escolares
argentinos las compraron y las guardaron para sus hermanos
menores. En ellas, los próceres, los héroes, los
gobernantes, las batallas, los organismos de gobierno y las
diversas normas legales
prolijamente inventariadas constituyeron la materia prima
de la historia argentina. Pero esas revistas no necesitaban
autorización oficial previa. Tampoco era necesario
condicionarlas. Tan fructífero negocio se autocontrolaba
solo, gracias a que empresarios, redactores y colaboradores
literarios se hallaban plenamente consustanciados con los dogmas
de la Historia Oficial.
El núcleo ideológico de esa historia fue
–y es aun hoy- el erróneamente llamado
liberalismo, ya que se trata de un seudo liberalismo,
heterodoxo en sus planteos y prácticas políticas y
rigurosamente ortodoxo en las económicas. El mismo
corrió asociado a la defensa a ultranza de un modelo
productivo determinado, el agropecuario exportador, cuyo
resultado fue la dependencia económica de las potencias
imperialistas de turno.
La historiografía oficial canonizó el
falso dogma Mayo – Caseros – Revolución Libertadora
junto con aquel modelo productivo, y todo lo que estuviera al
margen de esa línea era pasible de castigo por el pecado
de sacrilegio contra la Patria. Así, junto con la
construcción de la memoria oficial
se construyó el olvido oficial, falsa desmemoria
pues el Supremo Tribunal de la Santa Academia Nacional de la
Historia siempre vigilaba para que no se produjera ninguna
infiltración subversiva.
Había protagonistas de la historia prohibidos por
el Index de la inefable Academia que jamás
debían figurar en los libros escolares –ni en
ningún otro soporte- como no fuera para llenarlos de
oprobio y vincularlos al "atraso", la "incultura" y la
"barbarie". Y quien osara violar la regla de oro era
inmediatamente expulsado de la docencia para
siempre, más aun si semejante osadía tenía
lugar en los prestigiosos recintos universitarios, allí
donde se decía que se hacía investigación histórica. Hoy sabemos
que la famosa investigación no pasaba de inventariar
documentos
–desechándolos cuando no convenía a los fines
de la Causa- y llevar una rigurosa crónica de los
acontecimientos oficiales vinculados a los personajes
históricos de la línea oligárquica. A eso se
llamaba ciencia
histórica.
Hoy las cosas han cambiado algo, no demasiado. Se han
introducido afeites democratizantes, se han
aggiornado los discursos, hoy
se mencionan a los gauchos, a los indios y a los negros. Los
liberales (en Argentina este adjetivo alude a los hijos de la
oligarquía y a sus entenados) se visten de
progresistas cuestionando a Rosas por haber enriquecido a su
clase -lo cual es parcialmente cierto e imputable a su favor
a la luz de una línea revisionista de la historia- pero
omiten cuestionar la entrega del patrimonio nacional a Gran
Bretaña primero y a Estados Unidos
después por los gobiernos de la oligarquía. Ya no
se escribe ni se habla de Perón como
el tirano prófugo ni se lo califica de
nazi-fascista ni los profesores fruncen la boca con asco
como en otros tiempos, pero se endiosa la tesis del
populismo con el mismo sentido degradante de siempre
respecto al verdadero significado de la primera época
peronista. Hoy se habla del sainete y del tango, se
presenta una visión dinámica de la historia, y hasta crítica
por momentos, se incluyen los temas económicos, las
coyunturas y los procesos superadores de una historia
acontecimental, pero el sentido de la historia, su
interpretación es siempre el de la línea
oligárquica. El pueblo real no aparece, sólo hay
remedos groseros de lo popular, la historia se ha vuelto
sociologizante, el pasado es una rémora, y de paso
cada vez hay menos horas de carga horaria para la
enseñanza de historia en los niveles primario y
secundario.
Los libros de historia ya no traen aquellos famosos
clichés patrióticos de otras épocas
ni los programas de enseñanza persiguen fines
patriótico-moralizantes. La verdad no importa, el
relativismo está a la orden del día. Pero
constantemente se habla de recuperar la memoria.
Gatopardismo puro: cambiar algo para que nada cambie.
En esta historia de la enseñanza de historia en
el sistema
educativo, los personajes históricos caros a la
oligarquía pasaban por haber sabido interpretar los
sagrados designios de la patria. Entonces la Patria, por arte de
birlibirloque, resultaba avalando las acciones
más viles contra el pueblo y contra la nación, como
las modernas ideas económicas de Rivadavia que trajeron la
ruina del interior del país, la persecución de
Artigas, la pérdida de la Banda Oriental, la guerra contra
los caudillos populares de provincias, la connivencia rentada con
Gran Bretaña y Francia para
derrocar a Rosas -el gran defensor de la soberanía argentina-, las masacres de Mitre
y Sarmiento contra los provincianos, el genocidio del Paraguay,
la masacre de los indígenas, la dependencia
económica de Gran Bretaña, el fraude electoral,
los golpes militares y la pobreza de
millones de seres humanos que en Argentina siempre han sido menos
valiosos que una vaca sagrada de la oligarquía.
Cuestionar estos actos de traición a la
nación y al pueblo era un sacrilegio contra el orden
establecido y por elevación contra la Patria. Pero a esa
patria de ellos –de la minoría oligárquica de
doscientas familias y miles de hombres de espada, de pluma y
sotana- ellos la escribían con mayúscula:
¡Patria!, y no era por casualidad ni por ingenuidad, como
ya veremos.
LA
VERSIÓN OFICIAL DE LA PATRIA Y DEL
PATRIOTISMO
Nos introduciremos más profundamente ahora en esa
concepción oficial de Patria.
Siendo, como ya dijimos al comienzo, una creación
humana, la patria debió haberse investigado y estudiado
como un concepto de alta formalización. Pero eso nunca
ocurrió. Al igual que si se tratara de Dios, la Patria era
un algo invisible para los ojos que se daba por existente fuera
de cada uno, aun cuando uno no creyera en ella o en su
existencia. Pero mientras que la idea de Dios ha generado a lo
largo de la historia más cantidad de páginas de
enjundiosa profundidad que cualquier otro asunto -intentando dar
cuenta de su complejidad-, con la idea de Patria no
ocurrió lo mismo.
A la Patria se la menciona, se alude a ella
indirectamente por medio de los héroes y próceres
oficiales, de las imágenes, los símbolos y las emociones
patrióticas, pero no se sabe con precisión
qué es. La Patria sólo exige aceptación por
la fe, como si el conocer equivaliera a pretender comer del
Árbol de la Ciencia del
Bien y del Mal y nos arrastrara a la condenación por la
Patria. Y en el fondo eso es cierto.
La Patria existe, se nos ha dicho desde nuestra
más tierna edad. Se le ha atribuido rasgos
antropomórficos, sentimientos, emociones vitales, voluntad
y poder. ¿Quiénes lo han dicho? Los maestros, los
profesores y los libros escolares, pero quienes la configuraron
con tales caracteres inefables fueron sus vates, sus prosistas y
sus poetas. Ellos merecen la autoría
intelectual.
La escuela y la difusión extraescolar
convirtió esos ejercicios literarios en axiomas. Como dice
el diccionario:
"verdades y principios cuya
justicia es
tan evidente que no necesitan
demostración".
Así como a los héroes y
próceres de la oligarquía sus historiadores les
fabricaron una imagen impactante
de valentía, abnegación, sacrificio, clarividencia
política, etc, etc, para su mejor penetración
masiva en el mercado de las ideas, para legarnos tal
representación de la Patria aquellos finos artistas
envolvieron sus ideas en ropajes que permitirían crear
asociaciones e ilusiones que permanecerían indelebles en
nuestras mentes.
Sus lenguajes fueron retóricos,
ditirámbicos, cultivaron la oda y el panegírico
hasta niveles sublimes, tanto que además de configurar un
lenguaje
sagrado, elevadísimo y exclusivo para iniciados, nos
imprimieron la sensación de que el asunto referido era en
sí mismo trascendente, grave, solemne,
misterioso.
De modo, pues, que el lenguaje
arcano de la Patria sólo podía ser entendido por
los que la amaban, por los espíritus sensibles,
idealistas, desprendidos de "la vestidura burda de la
materia", capaces de elevarse "como un Ícaro
legendario, hacia las alturas, hacia el sol" y de reconocerla
"cuando se hace presente en nuestros espíritus en las
opulentas armonías del órgano del templo",
"en las notas majestuosas de la tradicional canción de
nuestras glorias nacionales", "en la marcialidad de
nuestros soldados" y "en la paz del sepulcro donde reposan
nuestros antepasados ".
Quienes permanecieran inmunes o reacios a esas
sugestiones no podrían ser considerados menos que brutos o
prosaicos. De ellos no cabía esperar amor a la
Patria: "apegados a la materia y sumergidos en sus vahos
espesos, sólo saben apreciar los valores
materiales,
sólo entienden de aquello que se mide con el metro y se
cotiza en oro". En
definitiva, un verdadero "sacrilegio" .
Hacía ya muchas décadas que la patria se
había convertido en Patria: en un ser animado y
único, metafísico, ideal, viviente, e inmutable al
paso del tiempo. Es decir, la Patria como congelamiento del ideal
en la historia, al cual deben sometérsele por siempre los
hombres pues esa Patria tiene imperium. ¡Manda!
¡Y demanda!
En consecuencia los humildes mortales le debemos la fe y
las obras, es decir, amor incondicional, servicio constante,
conciencia, y
culto. Con lo cual quedaban configurados los carriles por donde
debía discurrir el patriotismo.
Amor a la Patria significaba el más grande
amor humano y el primero de todos los amores, como dirán a
comienzos del siglo XX los instructivos del Consejo Nacional de
Educación destinados a la educación
patriótica de los escolares.
Servicio constante era trabajo y
orden, esfuerzo y disciplina,
cada uno en lo suyo, en el lugar que le ha tocado naturalmente,
sin distinción de categorías ni clases
sociales, es decir, sin reclamos de ningún tipo en ese
sentido. Como millones de hormiguitas laboriosas que construyen
la grandeza del hormiguero colectivo, reuniendo en un mismo haz
de alusiones y connotaciones la bandera copiada del Cielo,
la Cruz del sacerdote, la Familia y
la Madre, la Espada y el cañón, la guadaña
del labriego y las herramientas
del obrero, el paisaje y el suelo lleno de riquezas que Dios nos
ha dado para el Progreso, sin olvidarnos del sepulcro y de la
cuna.
Y si es llegado el momento, estar dispuestos a abandonar
el arado y empuñar el arma redentora para defenderla del
avieso enemigo que atenta contra nosotros, que es lo mismo que
atentar contra Ella, ya que la llevaríamos en nuestros
corazones así como Ella nos lleva en su regazo
brindándonos amparo, gozo y
consuelo. Y si Dios lo quiere y así lo dispone, ser
capaz de dar hasta la última gota de sangre por su Causa,
pues esa muerte nos
cubriría de orgullo, honor y gloria imperecedera . Esa
grandiosa muerte es inefable, pues convierte al finado en una
clase especial
de ente angélico. ¡Los argentinos, anhelando
vivir esa muerte, nos juramentamos a ella -sin saberlo- cada vez
que cantamos el estribillo del Himno Nacional
Argentino!
Previsoramente, la oligarquía instituyó
una instancia de capacitación práctica y acelerada
por si se producía tal contingencia bélica: el
servicio militar obligatorio, hoy ya inexistente desde que por
causa del descrédito acumulado durante casi cien
años de existencia estalló en pedazos
después de varios asesinatos de conscriptos, el
único de los cuales que no pudo ser ocultado fue
justamente el último, allá por 1994.
El servicio militar, o la conscripción, era un
rito de pasaje, a "ser hombre", y
a ser soldado de reserva de la Patria, atentos a la
contingencia de la guerra, antesala del otro pasaje, el
definitivo, hacia la Celestialidad.
Conciencia de Patria implicaba tener siempre
encarnado en nuestros corazones, en nuestros cerebros y en
nuestras manos el ideal patriótico como rector de la vida
real.
Y por último el culto a la Patria,
manifestado de dos maneras: una, en la intimidad del templo de
nuestros corazones; la otra en la grandiosidad de la
dimensión colectiva representada por las ceremonias
patrióticas.
Y como garantía de que esos cuatro deberes
patrióticos se cumplirían, los alumnos de cuarto
grado de la escuela primaria tenían y tienen su ceremonia
de bautismo patriótico conocida como "el juramento de la
bandera", símbolo principal de la Patria, actualmente
convertido eufemísticamente en promesa de
lealtad.
"Alumnos: la Bandera blanca y celeste –Dios
sea loado- no ha sido jamás atada al carro triunfal de
ningún vencedor de la tierra."
"Alumnos: esa bandera gloriosa representa la Patria
de los argentinos. ¿Prometéis rendirle vuestro
más sincero y respetuoso homenaje; quererla con amor
intenso y formarle desde la aurora de la vida un culto
fervoroso e imborrable en vuestros corazones; prepararos desde
la escuela para practicar a su tiempo con toda pureza y
honestidad
las nobles virtudes inherentes a la ciudadanía; estudiar con empeño la
historia de nuestro país y la de sus grandes
benefactores a fin de seguir sus huellas luminosas y a fin
también de honrar la Bandera y de que no se
amortigüe jamás en vuestras almas el delicado y
generoso sentimiento de amor a la Patria? En una palabra,
¿prometéis hacer todo lo que esté en la
medida de vuestras fuerzas para que la bandera argentina flamee
por siempre sobre nuestras murallas y fortalezas, a lo alto de
los mástiles de nuestras naves y a la cabeza de nuestras
legiones y para que el honor sea su aliento, la gloria su
aureola, la justicia su empresa?"
En cuanto a los recursos utilizados para la
instalación de esa versión oficial de la Patria en
las mentes de los niños y adolescentes de las escuelas y
colegios, durante un siglo aproximadamente se utilizaron las
asignaturas historia argentina y civismo con finalidades
patriótico-moralizantes.
Las técnicas
pedagógico-didácticas fueron, por una parte, la
impregnación de la idea, la inculcación, la
didáctica de catecismo, el machaque
permanente de los discursos lingüístico (narrativo y
poético) y visual, referidos a los elementos que aluden a
la Patria: los grandes personajes de la historia oficial y sus
aventuras (para lo cual había que conocer sus biografías depuradas)
y los símbolos patrios. Ambos elementos se daban cita en
las asambleas de culto de los actos patrios, tanto en los
escolares como en los oficiales.
LA
EDUCACIÓN PATRIÓTICA ESCOLAR
Para la introyección de esa versión
irracional de Patria, los actos patrios constituyeron –en
tiempo pasado, ya que actualmente no logran sus fines
originarios- el recurso pedagógico y la vía
más sofisticados de todo el repertorio disponible,
en el sentido griego del término, como adulteración
o mistificación.
En las ceremonias entran en juego la
bandera, el himno y el escudo nacionales, "emblemas sagrados
de la soberanía de la Nación y de la majestad de su
historia", que "irradian no sólo la
sugestión religiosa del culto patriótico, cuya
llama debe mantenerse viva, sino que también evocan los
memorables acontecimientos de nuestra historia y las glorias que
la tradición recuerda a través de los tiempos, para
hacer eternos los laureles que supimos conseguir".
Siendo tan importantes, se entiende que la ley procurara
"resguardarlos de hechos y alteraciones que pudieran
profanarlos o desnaturalizarlos" y nos recuerde "el
tratamiento reverente condigno que se les debe y que cumple con
antiguos anhelos patrióticos e íntimas convicciones
satisfaciendo así una verdadera aspiración
nacional…"
Discurso y símbolos patrios, fe, amor y culto,
debían unirse de especial manera en el espacio y tiempo
acotado de los actos en conmemoración de las
efemérides nacionales. Allí tenía lugar una
representación dramática con un guión de
decorados, palabras y acciones, prefijado dentro de ciertos
límites, a cargo de sus protagonistas
–maestros y alumnos actores-, quienes junto al resto de
ellos más la presencia de los espectadores allí
presentes procederían por medios
mágicos a evocar, invocar y convocar a las
almas de los próceres correspondientes a cada
efemérides; de modo que, todos juntos, los vivos y los
muertos allí congregados, pudieran asistir a la
epifanía de la Patria, que no veríamos con
los ojos sino que sentiríamos con la fuerza de una
tremenda conmoción espiritual y emocional, como si se
tratara del impacto del Espíritu
Santo penetrando nuestros cuerpos y almas.
Ya antes de la organización del sistema educativo
argentino los actos patrios representaban un espacio
público destinado a producir una puesta en escena, en la
que lo denotado se refería a la argentinidad como
forma de identificación colectiva y lo connotado
inducía la aceptación de una determinada
visión de los momentos fundacionales -y posteriores- de la
sociedad argentina, para consumo de
escolares y estudiantes que, imitando esos nobles Modelos,
llegarían a ser el día de mañana
ciudadanos educados y buenos patriotas.
Será a fines del siglo XIX, desde el Consejo
Nacional de Educación, cuando se producirá la
asociación entre esos objetivos estratégicos
y la construcción de mecanismos de carácter
instrumental que discurran por la cuerda espiritual, hondamente
subjetiva, como la creación del misterio de la
encarnación de la Patria, su construcción como ente
metafísico, especialmente en las instancias de los actos
patrios, espacio simbólico de la Patria, con ritos
iniciáticos, sobre la base de dogmas y
teologías y una liturgia oficial, de
sacrificios, ofrendas y
salmos para renovar la adhesión ciudadana y de los
escolares al dogma cívico de la
Patria, convertido así en concepción
paradigmática.
Había comenzado el diseño
y la ejecución de la "educación patriótica"
en la escuela argentina, simultáneamente con el
surgimiento del protonacionalismo de derechas. Era el momento
indicado para hacerlo: la inmigración masiva con la que
después de Pavón se había querido sustituir
a las "masas bárbaras y salvajes" autóctonas
había resultado un fiasco para la oligarquía.
Europa no había enviado anglosajones cultos, rubios y de
ojos celestes con los que blanquear la cepa criolla, sino
campesinos pobres, analfabetos, "viciosos", indóciles, con
ideas políticas subversivas (socialismo y
anarquismo), disolventes de "los núcleos morales"
de la argentinidad, que tenían la osadía de
discutir con los patrones, de hacer huelgas y manifestaciones
callejeras y hasta de poner bombas…
Aquellos que "sin ley ni patria pretenden realizar a sangre y
fuego bastardas aspiraciones y teorías
descabelladas.", como diría Ramos Mejía en
1909, desde el Monitor de la
Educación Común, publicación del Consejo
Nacional de Educación.
La urgencia de la hora no indicaba otros caminos que
reprimirlos sin contemplaciones, expulsarlos por medio de la Ley
de Residencia de 1902, o reeducar a sus hijos ya que con los
padres se consideraba inútil todo esfuerzo. Mejor dicho,
había que domesticarlos. Con la educación, por
supuesto.
Esa domesticación, ya iniciada en 1884 con la ley
1420, de enseñanza laica, gratuita y obligatoria, y aun
antes, sería profundizada rigurosa y meticulosamente, y
con ardor militante, por el presidente del Consejo Nacional de
Educación, José María Ramos Mejía. A
él le debe la escuela argentina y la "argentinidad" una
política educativa basada en "una liturgia de
irracionalidad (o por lo menos no-racionalidad)
sistemáticamente organizada", según la feliz
caracterización de Mariano Ben Plotkin, destinada a la
conversión de los hijos de aquellos inmigrantes,
considerados de baja ralea, en argentinos funcionales al proyecto
oligárquico, para no usar como se hace tan frecuentemente
el término nacionalizar por ser un despropósito
proviniendo de la oligarquía.
La educación patriótica escolar abarcaba
las lecciones de historia oficial, las de moral y
civismo, y las ceremonias de los actos patrios. La
oligarquía se vería beneficiada con el logro de
aquellos fines estratégicos ya mencionados, en tanto que
Ramos Mejía, una especie de Rosemberg y Goebels argentino,
buscaba ideales propios de las segundas o terceras líneas
de la oligarquía, aquellas que ya no integraban la
aristocracia de las tierras, las vacas y el dinero sino
la incipiente "aristocracia del
espíritu".
Ramos Mejía se proponía fundar la nacionalidad
en la raza, ¡qué otra que la blanca o
caucásica!, "la más perfecta, la más
inteligente, la más bella y la más progresiva de
las que pueblan la tierra", según el dictamen de
Sarmiento, el Padre del Aula, vertido para la posteridad en
Conflicto y armonía de las razas en América,
varias décadas antes. Obviamente, Ramos Mejía no
era para nada original en ese aspecto. Pero sí lo era
respecto a las tareas de ingeniería racial que él
había diseñado para su
implementación:
"La raza sobre la que se asentaría la
nacionalidad
debería ser mejor en lo físico y en lo
espiritual, pero sobre todo debería ser
homogénea. […] Probablemente hasta se podría
determinar en una generación cierta unidad de
carácter y por consiguiente una uniformidad de ideales.
Se podría crear un tipo nacional".
Desde ya, eso equivalía a afirmar que lo que
habíamos llegado a ser los argentinos por culpa de la mala
hierba europea era motivo de vergüenza para la gente de
pro.
El plan de Ramos
Mejía consistió, entre otras medidas
escatológicas que exceden la extensión de este
trabajo, en
"alusiones patrióticas que deberían
realizarse en todas las materias (aún en aquellas que,
como matemáticas o ciencias
naturales, poco tenían que ver con la
cuestión), en la veneración sistemática de
los símbolos patrios, festejos solemnes, etc.
Posteriormente, se incorporaría a las ceremonias que
debían realizarse, la de la jura de la bandera,
institución típicamente castrense y que perdura
hasta nuestros días. La idea parecía ser la
introducción en las mentes de los
pequeños de un sentimiento patriótico
irreflexivo, basado en el símbolo sobre
todo."
Los fines de la educación quedaban claramente
establecidos: educación "nacional", "patriótica".
La pedagogía y la didáctica serían puestas al servicio
de esos ideales. El resultado final debía ser la
introyección en los alumnos de los llamados valores
patrióticos. Un proceso vertical, dirigista, ejercido
desde el poder del adulto, la escuela y el Estado, sobre
niños, y sobre todo, sobre niños mayoritariamente
pobres, indiecitos, paisanitos o gringuitos que además
tenían dificultades para expresarse en español.
Años después, otro nacionalista pero de
buena inspiración, Ricardo Rojas, desde las páginas
de su libro La restauración nacionalista,
transparentaba la función
política de la educación en un proyecto
nacional.
"La ciencia y el arte son internacionales, pero
hemos visto que la escuela primaria (…) es un instrumento
político (…) y lo es por la enseñanza del
idioma y de la tradición nacional".
Con lo cual no faltaba a la verdad, esa verdad conocida
e implementada pero jamás confesada por la franja seudo
liberal de la oligarquía.
Con Ramos Mejía se diseña e implementa la
liturgia escolar de la Patria, con su doctrina sagrada y
sus ritos: Plotkin da cuenta de la organización, a
partir de 1908, de una puesta en escena de carácter
fúnebre, consistente en peregrinaciones a las tumbas de
los próceres, refiriéndose a ellas los documentos
del Consejo con expresiones campanudas como "con religioso
recogimiento". Luego cita un fragmento de la circular del
19/5/1909, dirigida por Ernesto Bavio en su carácter de
Inspector Técnico a los directores de escuelas:
"Pido a los directores y maestros que, así
como han enseñado a los niños que deben ponerse
de pie y descubrirse cuando se toca el Himno Nacional, les
enseñen también a descubrirse con igual respeto
cuando pasa la Bandera en un desfile de nuestras
tropas".
En 1908, el gobierno dictó un decreto llamando a
concurso para seleccionar un "catecismo de la doctrina
cívica", es decir, un catecismo patriótico de
carácter obligatorio en las escuelas primarias de la
capital. El ganador fue el presentado por Enrique de Vedia. En
él se señalaba el primer deber de un buen ciudadano
haciendo un símil con los deberes del cristiano: amar a la
patria por sobre todas las cosas, aun antes que a los padres -que
estaban en segundo lugar-, y luego la obediencia a las leyes, seguida de
otros deberes para la vida de relación.
Dado el carácter laico de la educación
pública, este catecismo era laico, civil, ciudadano:
apenas mencionaba a Dios. Pero por debajo de Dios, para las cosas
de este mundo, la jerarquía de los entes ideales la
encabezaba la Patria y enseguida la Familia. Dios,
Patria y Hogar, expresión emblemática de la
derecha nacionalista más reaccionaria, era una suerte de
excelsa trinidad revestida de atributos de valor absoluto
e inmutable que debería ser defendida de allí en
más de toda clase de ideas que erosionaran las esencias
inmutables de la argentinidad, esa orgullosa y
"aristocrática" manera de estar en el mundo que se estaba
construyendo como dogma del Estado y que varias décadas
después se convertiría en el intangible, difuso y
mítico "ser nacional", invocado acríticamente a
diestra y siniestra.
Bavio, se había adelantado a su superior dos
décadas atrás, al proponer la creación de un
catecismo patriótico escolar referido a los festejos de la
Semana de Mayo, en el cual indicaba la escenografía para
los actos, la ubicación de los retratos de los
próceres, etc. El maestro debía dirigirse con
palabras y gestos graves a sus alumnos para enseñarles que
el himno nacional era una "oración sublime de la
Patria" que debía ser cantada con respeto y
unción; que así como los niños
debían elevar una fervorosa oración a Dios
diciendo: "Padre nuestro que estáis en los cielos,
santificado sea tu nombre", así también la
patria necesitaba de sus invocaciones. Y a
continuación debía decírseles:
"¡Poneos de pie todos! Voy a deciros la
oración de mayo: San Martín, Moreno, Belgrano,
Rivadavia, padres ilustres de la República Argentina,
que moráis en las regiones excelsas de la inmortalidad
en la Historia (…) glorificada sea vuestra memoria por las
presentes y futuras generaciones".
El párrafo
precedente no deja lugar a dudas acerca de la construcción
ideológica que se hacía de la Patria como ente
suprahumano y que, por lo mismo, debía ser invocada y
objeto de nuestro culto.
Pero los próceres allí mencionados no se
confundían con la Patria, ellos vendrían a ser
parte de la cohorte celestial de aquella. Al situarlos en su
cercanía, a niveles de inmortalidad excelsa y tan por
encima de los humildes mortales se desprendía que su
pensamiento y su obra mientras vivieron había quedado
justificado. A los escolares y a las generaciones
siguientes les restaba seguir su ejemplo y el mismo camino. Una
lógica
elemental hacía suponer que si en los tiempos modernos no
había ya peligros para la Patria que hicieran necesario
demostrar el patriotismo con los arrestos de otras épocas,
siempre existía la posibilidad de adherir a los Principios
que aquellos grandes hombres habían sostenido y,
eventualmente, suscribirse a los mismos "clubes". Pero nadie le
explicaba a los alumnos que esos clubes eran de carácter
exclusivo, excluyente, rigurosamente selectivos y
restrictivos.
Veneración, peregrinaciones, religioso
recogimiento, respeto, unción, fervorosas oraciones,
invocaciones, ponerse de pie, descubrirse, términos
efectivamente utilizados en los documentos del Consejo Nacional
de Educación, intentarán expresar en esta gran
invención irracional la sustancia y las formas de la
ritualidad implementada oficialmente como síntesis de la
interioridad y la exterioridad de ese patriotismo, que al
igual que el culto cristiano exigía la fe y el
testimonio.
Como complemento vendrían los disciplinamientos,
inducidos y ejemplificados en las páginas de los libros de
lectura, sobre la corporalidad y la gestualidad de los alumnos,
pulcramente uniformados con el "democrático" guardapolvo
blanco, luciendo sus miradas francas oteando el porvenir con sus
rostros caucásicos y sus correctos peinados mirando hacia
las alturas, y las formaciones en filas perfectamente alineadas
cual falanges laicas que conocían a la perfección
los pasos de marcha para los desfiles.
Hemos visto, pues, el término catecismo.
Una forma de uniformizar el
conocimiento, vertical, llena de axiomas y sofismas,
enseñados precisamente con didáctica de catecismo:
es decir, mediante la memorización de preguntas y
respuestas o diálogos breves y rimbombantes, repetidos
hasta el hartazgo por millones de escolares, es decir, de
catecúmenos, como paso previo al bautismo
laico representado por el juramento de la bandera. Esta
asociación entre el culto patriótico y el religioso
era deliberadamente denotada y connotada en el discurso y en el
"culto" o ceremonial escolar de las escuelas
argentinas.
Hacia 1910 el Consejo Nacional de Educación se
propuso asociar en el imaginario colectivo el amor a la
patria con el amor a la madre. En realidad, no se trataba de algo
novedoso. La idea del amor a la patria en lo colectivo como
correlato del amor a la madre en lo individual, es de larga data.
Es la visión de la patria (cuyo nombre es de origen
masculino pero feminizado con la a propia de los nombres
femeninos) consistente en una gran madre colectiva ideal.
Para cumplir esos objetivos se
sugería que en las familias sea la madre quien fomente el
culto de los símbolos patrios:
"Si así se enseñase a querer y
respetar a la bandera, el culto de la Patria se
confundiría con el de Dios y el de los padres, en el
templo augusto de la familia".
Hemos dicho que se creó una liturgia
irracional. Pero ello no significa que debamos creer ni en el
patriotismo ni en la buena fe de esos señores y sus
mandantes. Todo lo que se implementó es un diseño
político, obra de ingenieros políticos tan
inteligentes como los que tuvo el nazismo poco
después.
Con Ramos Mejía en el Consejo se consolidó
el proceso de concentración del poder político del
Estado en materia de políticas educativas,
valiéndose de una creciente capacidad de recursos
financieros (subvenciones) para aplicar en provincias. El
objetivo de
Ramos Mejía era:
"Uniformar los distintos métodos
y sistemas de la
enseñanza primaria en vigor en la República y de
dar a ésta la caracterización eminentemente
nacional que el subscripto le ha dado ya, con los mejores
resultados en las escuelas de su dependencia, propendiendo a la
formación de la raza y nacionalidad
argentinas".
Por lo tanto, la escuela debía cumplir una
función política, regimentando el pensamiento y la
conducta,
disciplinando al pueblo y haciendo previsible su respuesta ante
el poder del Estado.
La educación "patriótica" abrevará
entonces en el pasado histórico para instalar por encima
de la historia y el tiempo mitos que no admitirán
discusión so pena de cometer sacrilegio, dado su
carácter absoluto e inmutable como la misma palabra de
Cristo. Y se la nimbará de un aura de espiritualidad,
artificialmente creada, que hará que en las mentes
infantiles se confundan los límites entre Estado y
religión,
más allá del dogma laicista, mezclando en un
amasijo abstruso dos cosas tan contradictoriamente opuestas -por
lo menos teóricamente- como son la cruz y la espada,
sustentando cada símbolo patrio con una actitud y una
finalidad de conservadurismo.
Lo que vino después lo conocemos. Frente a la
entelequia de nación fabricada en el gabinete, y a pesar
de ella, en 1916 comenzó el ciclo de la nación real
sustentada en la participación ciudadana popular.
Pero la concepción metafísica oficial de
la Patria continuó aun en los gobiernos populares de
Irigoyen y de Perón. Sobre todo en este último,
cuando la apoteosis oficial del Hombre del Destino
sublimó la representación de la figura del Líder a
niveles etéreos y en el Consejo Nacional de
Educación anidaron aires ultramontanos.
A niveles gubernamentales la visión oscurantista
de la Patria de Ramos Mejía y Cía. continuó
existiendo, ora larvada o maquillada en los documentos oficiales,
ora campeando por sus fueros en cada restauración y en
cada gobierno de facto.
Desde 1983 ha desaparecido de la escuela dejando un
vacío que no ha sido llenado nunca por una
reflexión crítica, ni por un debate
sistemático dentro ni fuera de la escuela, que diera lugar
a una resignificación de su concepto, de su rol y de su
verdadero valor en la vida social, como sería deseable que
ocurriera pues de lo contrario el fantasma de aquella
concepción seguirá rondando como hasta
ahora.
Sin embargo, casi todos aquellos que tienen más
de cincuenta años de edad comparten esa percepción
intuitiva e irracional de la Patria y suelen tener de ella una
representación figurativa a semejanza humana, constituida
por un rostro y un cuerpo de mujer, que en el
imaginario popular se ha entendido como símbolo de la
Patria, o de la Libertad (con un gorro frigio en su cabeza),
imagen reproducida también en las monedas argentinas y en
la iconografía escolar.
Una imagen femenina virtual y un simbolismo protector
emblemático de la condición maternal de la mujer. Sus
hijos son nacidos en el suelo correspondiente a la
jurisdicción estatal de la respectiva nacionalidad de que
se trate. La Patria vela por sus hijos, sufre por ellos y los
guía como una madre y sus hijos aman a su madre y sufren
por los desgarros de su corazón
causados por nuestros desencuentros y nuestras
peripecias.
Sus hijos la ven Reina. Ella es la más hermosa de
todas y nadie la cambiaría por otra. El amor a la
Madre-Patria es tan grande e importante (teóricamente)
para sus hijos, que se sitúa, en orden de
jerarquía, por debajo del amor debido a Dios, lo cual es
evidente en la fórmula de juramento cuando se toma
posesión de un cargo político: "… si
así no lo hiciéreis, Dios y la Patria os lo
demanden".
Los estratos más profundos e íntimos de la
conciencia personal en esta materia, compartidos por la comunidad
nacional, perciben la Patria como una espiritualidad ambigua y
abstrusa en la que ella simboliza y opera como la
representación sincrética de la asociación
política, con un carácter de misterio y de fuerza
sublime que la encarna y referencia la adscripción o el
vínculo con ella de todos y cada uno de los connacionales.
Y aún más, como una voluntad superior que exige a
sus hijos determinados comportamientos.
LA
CANONIZACIÓN DE LOS ACTOS PATRIOS
Por todo lo que llevamos visto, es posible identificar
dos vertientes distintas en la dogmática de la Patria.
Una, que llamaremos la "teología" tradicionalista,
en la que se unen la cruz y la espada, que en Argentina no han
sido jamás dos opuestos ideológicos ya que siempre
marcharon juntas en la historia; la otra, la dogmática
liberal y laica. Pero ambas discurren juntas, fusionadas, en los
actos patrios.
Una tiene por centro y fin a Dios, la otra a la pampa
húmeda. Una se explica por un descendimiento de
Dios hacia los hombres, la otra por una elevación
de los patriotas "esclarecidos", con estatura de semidioses,
hacia los ámbitos celestiales. Una fue católica, la
otra laica y hasta atea. Pero ambas se juntaron en la escuela
para adoctrinar generaciones de argentinos pues sus fines, bien
concretos, bien terrenales y prácticos, se hallan
unificados por el Estado oligárquico. Y fundamentalmente
lo hicieron en los actos patrios oficiales y escolares, es decir,
con alcances masivos.
El Estado oligárquico canonizó y
ritualizó los actos patrios estableciendo rigurosamente
las formalidades del ceremonial, con ceremonias y procedimientos
formales castro-cortesano-religiosos, establecidos en nombre del
Estado como instrumento al servicio de los grupos
oligárquicos para el mantenimiento
y reproducción ampliada de su Poder, valiéndose de
una operación de mistificación seudo religiosa. Es
decir, creando falsas liturgias.
El ceremonial de los actos patrios se halla constituido
por una materialidad de objetos, imágenes, espacios,
acciones, movimientos, corporeidad y gestualidad, palabras y
sonidos, en un orden secuenciado; y por una intangibilidad
reflejada en conceptos, mensajes, sentimientos, sensaciones y
emociones; con unos fines explícitos e implícitos,
a los que ya nos hemos referido.
También el Estado normatizó las
características, tratamiento y uso de los símbolos
nacionales, especialmente de la bandera nacional, en los actos
patrios (incluidos los actos patrios escolares). En torno a
éstas disposiciones se ha configurado la estructura
básica de los mismos, al punto que prefiguran el orden o
secuencia que tendrá la ceremonia, las acciones jugadas en
el espacio, el tiempo de su efectiva ejecución y los
diferentes roles de todos los protagonistas presentes, en orden a
lograr una clase de interacción que va más allá
de la complementariedad de acciones entre los distintos
participantes. Se trata de una interacción de tipo
intelectual, psicológico, afectivo y emocional que produce
un involucramiento colectivo en torno al sentido del acto o de
sus partes o con relación a los términos y el
simbolismo del homenaje llevado a cabo.
Con el tiempo se ha formado una suerte de
tradición en materia de actos que ha transmitido hasta el
presente muchos de aquellos elementos de carácter formal y
obligatorio como ritos, prácticas y signos, si bien
en algunos casos con variable fidelidad a sus propósitos y
modalidades originarias, en tanto que otras han ido
desapareciendo, y otras nuevas se han instalado.
Esas mismas formalidades y prescripciones ceremoniales,
que por un lado inducen sensaciones de gravedad y solemnidad,
pueden ser consideradas, en orden a otros fines perseguidos con
ellas, como una forma de culto a esa etérea y abstrusa
entidad que llamamos Patria, para brindar carácter de
sacralidad y por ende de inmutabilidad a la dogmática y a
los mitos de la historiografía liberal. Y como vía
de adoctrinamiento y de disciplinamiento del pensamiento a
escala masiva.
Pero en lugar de llevar ese adoctrinamiento sólo por la
vía de la instrucción libresca se le
confirió una materialidad ceremonial, asemejándola
a la asamblea cristiana reunida en la misa.
En ese sentido, la nación le rinde culto a la
patria. Y la nación misma, a través de sus
órganos de gobierno especializados, ha establecido el
orden y formalidades aprobados, amén de los ritos, para la
celebración de los diversos oficios terrenos del culto y
en especial para el profano sacrificio del acto patrio.
Ese conjunto de reglas constituye su liturgia.
Esos elementos visibles e invisibles antes mencionados,
jugados en secuencias de acciones ritualizadas con palabras,
locuciones y oraciones representadas por las glosas, los
discursos, las arengas, los panegíricos, las alabanzas,
los ditirambos, pueden ser consideradas como la liturgia de esas
misas profanas que son los actos patrios. Sin olvidar, a
semejanza de la misa católica, la similitud en materia de
prescripciones, tradiciones y usos y costumbres referidos a las
formalidades de las marchas, de la expresión gestual y
corporal, el ornato del salón de actos, el ornato y
disposición del escenario y los cánticos
obligatorios.
Asimismo, los actos patrios, al igual que la misa,
cuentan con una suerte de teología, referida a sus
misterios, dogmas y profesiones de fe acerca de ciertas
cuestiones profanas. El meollo de esta "teología" es la
exaltación de la ideología liberal y la actuación
pública de sus representantes históricos más
renombrados .
El propósito perseguido con esos medios ha sido
que los símbolos de la Patria, y ésta misma, sean
percibidos como esencias espirituales y jerárquicas a las
que se deba rendir culto y que este culto sea una vía para
la unión inefable entre el alma de los
hombres y la Patria, teniendo en cuenta lo que ella significa
para sus creadores intelectuales, y para los herederos de
éstos.
Durante mucho tiempo eso ha sido logrado. Muchas
personas de mediana edad refieren haber experimentado -sobre todo
en circunstancias especiales de su vida, o "cuando la patria
está en peligro", o por efecto de la magnitud de la
escala (miles y miles de personas en silencio, mirando la bandera
cuando es izada, frente a las fuerzas militares
simétricamente alineadas, etc, etc)- ciertas sensaciones
inexplicables de unión espiritual entre sus almas y un
algo desconocido y superior que parece arrebatar su
ánimo.
Hay quienes afirman que en esas circunstancias hasta es
posible sentir físicamente la presencia de una entidad
sobrehumana o sobrenatural que sobrevuela por encima de nuestras
cabezas y que reclama de nuestra parte una respuesta conductual
imperiosa y urgente a sus tácitas demandas.
La literatura ha recogido e
inventado descripciones de esos estados de entrega de uno
mismo, sobre todo en situaciones de masificación.
Alienación mística sería la expresión
correcta. Pensemos sino en el poder inductor de esta clase de
experiencias que tenían las grandiosas concentraciones
cívico-militares de la Alemania nazi
y que tanta envidia provocaban en los ejércitos
latinoamericanos contemporáneos.
Esas experiencias son seudo religiosas. Esas emociones,
y el imaginario colectivo consiguiente son idealizaciones no
cristianas, y más bien paganas. Distorsiones del
simbolismo de una verdadera representación colectiva que
diéramos en llamar patria. Allí no hay ninguna
presencia divina. Ni desde la religión judeocristiana ni
en ninguna otra religión.
Por último, si el acto patrio es una misa
profana, dentro de un culto civil seudo religioso, sus
"liturgias" son también falsas, como son falsas liturgias
y alegorías seudo religiosas las que han sido creadas para
la bendición de la bandera y de las armas de las FF.
AA., las ofrendas a la Virgen
María de las banderas tomadas al enemigo, los honores
oficiales, los funerales y el duelo oficial, las tomas de
juramento en nombre de Dios y de la Patria, etc, etc.
Tanto la concepción tradicionalista
católica de la Patria, como la liberal oligárquica
son paternalistas.
Para ambas, los ciudadanos lo son solo formalmente. Su
rol como sujetos políticos y como soberanos es meramente
formal. Como expresiones del Poder, ambas los subrogan en la
toma de
decisiones sobre las cuestiones importantes de la vida
pública y la vida social. Ambas conciben el rol de los
ciudadanos y los producen como meros receptores pasivos de los
paradigmas
cívico-patrióticos, reducidos a la función
delegada por los sectores dominantes de ser fieles ejecutores,
nunca hombres pensantes con actitudes y
decisiones críticas.
La función de pensar y decidir no se democratiza
en estas concepciones, por más liberalismo político
formal que exista y que reconozca el derecho universal a hacerlo.
Pensamiento y toma de decisiones corren por cuenta de las
personas habilitadas para ello, lo cual depende exclusivamente de
su distancia y funcionalidad con el Poder. Así, el pensar
sobre las cosas de la Patria ha tenido oráculos sagrados
descomunales, hombres iluminados, especiales, unos con
contactos directos con la Casa Celestial, otros con las altas
cumbres del poder terrenal, incluso con habilidades de
nigromantes que, a fuerza de puro estro, logran hacer hablar a
los muertos y hacerles decir cosas que jamás dijeron o
callar las que dijeron. Esto implica asumir que hay hombres
superiores, los menos, para el tratamiento de las cosas
superiores, especialmente las de la Patria. Aunque también
sepamos que hay hombres mediocres cuyas voces se mimetizan con
las de los grandes y así logran una cuota de
difusión por los canales del Poder, y una migajas acordes
con su estatura y sus servicios.
Y los que no entran en ninguna de esas categorías
serán hombres inferiores, cuya conducta debe estar
signada por la paciencia, la prudencia, la confianza en las
instituciones
y en las capacidades de los especialistas, ya que éstos
enseñan que la comprensión de las cosas, de todas
las cosas, es siempre muy difícil. En consecuencia, que
decidan los que saben.
Paternalismo es, pues, verticalismo, por lo tanto,
jerarquías sociales, ausencia de igualdad entre
los hombres puesto que unos están para mandar y otros para
obedecer sin chistar ni poner en duda cuestiones de dogma de
cualquier clase.
Cuando el paternalismo es la nota saliente del Poder
existente en una sociedad, se trata de un poder dominante…
sobre sus correspondientes subordinados, cuestión
elemental pero que a menudo se olvida. En ese caso, el rol de los
dominados es equivalente al de los niños, subrogados por
sus padres en las cuestiones fundamentales.
Si hay verticalismo, jerarquías y desigualdad,
quiere decir que hay injusticia. Iguales son los que mandan, como
los cerdos de Rebelión en la granja, y siempre son
minorías. Cuando las decisiones acerca de lo que deba
entenderse y decidirse, sobre cuestiones fundamentales
relacionadas con las mayorías, son definidas por las
minorías que mandan, o por aquellos que son elegidos en un
régimen representativo del poder pero no responden a los
intereses y aspiraciones de sus representados sino a los de
corporaciones o grupos de poder o de intereses que los cooptan,
es evidente que no hay democracia.
Y si no hay democracia y no se puede hacer nada para que
la haya porque el mero intento de hacerlo atenta contra la
Patria, según han dicho y escrito los oráculos
sagrados que dicen representarla, ¡para qué sirve la
Patria! ¡Para qué sirve esa Patria!
Obviamente, no queda otro camino que tener que admitir que no es
la patria nuestra sino la de ellos. Pero para llegar a esta
conclusión es preciso previamente acabar con el
paternalismo.
También ambas concepciones comparten el mismo
tufillo litúrgico del culto a la Patria, devenido en
fundamentalismo entre los nacionalistas católicos,
especialmente preconciliares, y adoptado con astucia pero sin fe
por la ingeniería oligárquica liberal. De ambas
vertientes, pero especialmente de la primera, se desprende la
idea de patriotismo como mandato, que implica la existencia de un
hombre y una sociedad infantiles, dirigidos siempre desde el
pasado por los presuntos designios de Dios o de los fundadores de
la nacionalidad. En este caso, la tan llevada y traída
apelación a la memoria de los pueblos se convierte en un
lastre muy pesado, que hace muy difícil caminar hacia
delante.
Se nos enseñó que la Patria es algo
superior, misterioso, puro, grande y celestial; que nace en 1810
y no antes y que todo lo español significaba atraso; que
se encarna en las situaciones más dramáticas por
las que pueda atravesar un colectivo nacional, fundamentalmente
en la guerra; que ella ha intervenido en la historia, en tiempos
pasados, valiéndose de hombres elegidos, providenciales,
seguidos por multitudes fascinadas; que la guerra es la
ocasión para demostrar el compromiso fundamental con la
Patria; que "después de la del sacerdote no hay
dignidad
más grande sobre la tierra que la del soldado" ; que
"la Patria es Dios en la Tierra y Dios es la Patria en el
Cielo" ; que por lo tanto debemos honrar y rendir culto a
ambos en esta vida para poder morar junto a ellos por toda la
eternidad; que para aprender las cosas de la Patria
debíamos mirar siempre hacia el pasado; que
debíamos rogar a la Patria en el presente; que
debíamos invocarla…
Gigantesca mistificación. La patria no es esa
mujer virtual de pechos desnudos y ubérrimos que nos
legó la iconografía romántica de la Revolución
Francesa; ni es un ser metafísico que nos guía,
que sufre por nosotros y se regocija con nuestros regocijos; ni
es una voluntad superior a la voluntad de los seres humanos
reales.
No es algo natural ni tampoco divino. Es una
creación imaginaria de los hombres, mezcla de
ideología, de ética, de
estética y de espiritualidad surgida dentro
del tiempo y no preexistente a él.
Por tanto, esa Patria no sufre por nuestros presuntos
desdenes, o por nuestros extravíos como comunidad
nacional, ni por nuestras defecciones ni nuestras traiciones, ni
porque algunos de sus "hijos" no crean en ella, o no tengan fe, o
se hayan olvidado de ella, o no festejen su aniversario, o no
visiten las tumbas gloriosas de sus "hijos
ilustres".
La Patria no necesita actos. Me corrijo, esa
clase de patria no los necesita porque es una falacia.
En realidad, cuando tiene lugar un acto patrio escolar u
oficial, a quien el pueblo debe homenajear es a sí mismo,
a la propia comunidad nacional a la cual pertenece y en la que se
mira valiéndose del recurso de identificarse por
vía de asociación con el recuerdo de algún
preclaro ex integrante de ella, o con alguna situación o
proceso ocurrido en el pasado y cuyo simbolismo considera
necesario mantener vigente resignificándolo para
guía de las generaciones presentes y futuras.
Pero también hay actos patrios -no hay que
olvidarlo- cuando sin tratarse de efemérides el pueblo
vive circunstancias muy intensas en tiempo presente que lo llevan
a juntarse en grupos para reasumir la soberanía que le
corresponde y apela a las ideas de patria y patriotismo como
símbolo de la comunidad. Como sería una
manifestación de obreros o desocupados portando una
bandera argentina y cantando el himno nacional frente a las
fuerzas de represión policial.
La patria está en la historia, no fuera de ella,
aunque algunos, consciente o inconscientemente, la desplacen de
allí.
Para los hombres, la patria es una experiencia personal,
vital, intransferible. Y es hoy. Y es mañana.
La patria, con minúscula, es una metáfora
de la comunidad, del prójimo. Es afecto, solidaridad,
sueños y proyectos con valores éticos que, a medida
que crezcamos en humanidad, borrarán las fronteras, las
separaciones y las discriminaciones para ser una patria
única de todos los seres humanos del planeta.
Y como no es algo sagrado sino profano, no hay
advenimientos ni epifanías de la Patria en ningún
tipo de acto ni de liturgias, por más que muchas personas
puedan sentirse profundamente conmovidas y emocionadas, pero esas
son experiencias plenamente humanas. Y no nos parece mal que se
experimenten emociones y arrebatos del espíritu, pero no a
riesgo de caer
en el paganismo de adorar un falso semidios instrumentado entre
nosotros por la ingeniería oligárquica hace
más de cien años.*
Sobre todo, no a riesgo de adorar la
bandera-símbolo en su materialidad y caer en estados de
arrobamiento, embeleso y éxtasis mientras es izada al tope
del mástil o transportada por el abanderado.
Los actos patrios, considerados en una versión
metafísica, la tradicional, son una falsa misa en la que
no existe trascendencia alguna. La patria no es un misterio. No
hay un ser suprahumano presente en el acto patrio a pesar de que
tantas personas lo sientan así. Pero en tal caso, no es su
culpa. Han sido seducidos por falsos pastores que en otras
épocas produjeron el canon de los actos patrios con la
intención de provocarnos sensaciones
místicas.
Si la sacralidad de los actos patrios es falaz porque
ellos no actúan ninguna religiosidad verdadera, a pesar de
su manipulación originaria en tal sentido, es correcto
cuestionar sus ritos y liturgias y proponer cambios en la misma
ya que el simbolismo atribuido desde el Poder a sus signos, lo ha
consagrado la facción que ganó la guerra interna de
Argentina.
Es correcto y loable que no olvidemos y les rindamos
homenajes a nuestros grandes antepasados. Pero de allí a
generar una religión civil hay una gran
diferencia.
En verdad, los actos patrios son actos políticos.
Por lo tanto, no entrañan misterios religiosos, accesibles
por la fe ni por la eficacia "divina"
de las formalidades o de los signos externos.
Por fortuna, actualmente la mayoría de los mitos
de ese pasado construido por la oligarquía argentina ya
están muertos y vacíos, por más que aun no
se les hayan efectuado dignos funerales. Y si alguna vez
sirvieron para darnos cohesión social y una determinada
forma de conciencia, por más que fuera falaz y
distorsionada, hoy ya ni siquiera tenemos eso.
Con todo, la verdadera patria existe de otra manera, no
en los espacios públicos oficiales ni en los
cenáculos del poder económico. Aflora de vez en
cuando, generalmente en las calles y en las barriadas populares,
pero cuando lo hace tiene una vitalidad descomunal, como
sucedió durante la Resistencia Peronista, cuando
las masas de trabajadores recuperaron su conciencia
histórica, su conciencia social y su conciencia
política y lucharon por construir un poder popular desde
las bases, hasta que comenzaron a ser aniquiladas desde el Estado
mismo en la década de 1973-1983.
Últimamente ha vuelto a renacer, y lo mismo viene
sucediendo en el resto de América latina. Sólo hace
falta que se quede para siempre entre nosotros. Pero eso depende
de nosotros.
Carlos R. Schulmaister
BIBLIOTECA DEL CONGRESO DE LA NACIÓN.
"Símbolos Nacionales de la República Argentina".
Bs. As., Imp. del Congreso, 1992.
ENTRAIGAS, Raúl, SDB. , La Patria. El Hogar de
los Argentinos. Bs. As., (s. d. ), circa 1942.
PLOTKIN, Mariano Ben, "Política, Educación
y Nacionalismo
en el Centenario". Todo es Historia. 1985, Nº 221,
pp. 64-79. Buenos Aires.
RESOL MINISTERIAL Nº 1635/78, S/
características, tratamiento y uso de los símbolos
nacionales. Buenos Aires, mimeo.
SCHULMAISTER, Carlos y Rodolfo TONINI, De la patria y
los actos patrios escolares. (Inédito).
SCHULMAISTER, Carlos, "¿Es el patriotismo un
mandato?" Diario Río Negro, 31/12/2003, Nº
19.867, pp. 10-11, General Roca , Argentina.
SCHULMAISTER, Carlos, "Las concepciones paternalistas de
la patria". Diario Río Negro, 5/1/2004, Nº
19.871, pp. 10-11, General Roca, Argentina.
SCHULMAISTER, Carlos, La patria. Mistificación
y liturgia. (Inédito).
Prof. Carlos R. Schulmaister
Inst. de Form. Doc. Continua de Villa Regina (Río
Negro), Argentina.
Fecha de realización: año 2004. Fecha de
envío a monografías.com: 3 de feb. de
2005.
El autor es Prof. en Historia, Mr. en gestión
y políticas culturales en el Mercosur,
historiador oral, ensayista y educador.
El autor autoriza expresamente la cita de fragmentos de
este trabajo con fines de investigación –no
comerciales- a condición de que se cite la fuente. Y desea
entablar comunicaciones
por este medio con otros interesados en esta
temática.
Categoría: HISTORIA, POLÍTICA, ESTUDIO
SOCIAL, EDUCACIÓN