- ¿Es real la
realidad? - El paisaje, el Paititi y el
romanticismo - Grandezas y miserias de una
búsqueda: paititólogos y
paititeros - Bibliografía sobre el
Paititi
"La capacidad de vivir con verdades
relativas,
con preguntas para las que no hay
respuestas,
con la sabiduría de no saber nada y
con las paradójicas
incertidumbres de la existencia, todo esto
puede ser la
esencia de la madurez humana y de la
consiguiente tolerancia
frente a los demás. Donde esta
capacidad falta, nos entregamos
de nuevo, sin saberlos, al mundo del
inquisidor general (…)."
Paul Watzlawich
Como en las películas de aventuras, la
búsqueda del Paititi reúne a una singular
fauna humana, exótica y heterogénea;
un verdadero ejército de soñadores que se niegan
—consciente e inconscientemente— a considerar la
existencia del mundo como algo inacabado y explorado por
completo, manteniendo así viva la llama de la pesquisa y
del descubrimiento más allá de las pantallas de
la
televisión o las computadoras.
Ellos encarnan como pocos la verdadera veta
romántica —en parte perdida— no siempre bien
vista por los académicos de gabinete; que prefieren
los entuertos verbales y la seguridad de los
archivos al
riesgo
físico de buscar por selvas y montañas, corriendo
el riesgo de dejar que sus huesos terminen
puliéndose en alguna parte ignorada de Perú o de
Bolivia. De
hecho, para muchos no habría mejor muerte que
ésa. Una muerte que los redimiera por completo,
justificando la obsesión de toda una vida y dándole
legitimación a una forma de ser y estar en
el mundo que reniega de las colas de jubilados, del sedentarismo
mental y de una visión no asombrada y asombrosa de la
existencia.
Los exploradores del Paititi son individuos tocados, en
gran parte, por la locura, por la insatisfacción, por un
juvenil impulso de ver al mundo con los ojos de un hereje que
reniega de los dogmas pre-establecidos por las instituciones,
que califican de "poco científicas" las
búsquedas de ciudades
perdidas. De alguno manera, son partícipes de una sana
rebelión. Osados bandidos aventureros
que atentan contra esos rostros de mandíbulas apretadas
pensando que el compromiso con la verdad radica en negar los
sueños, apoyándose en un corpus
bibliográfico que oficializan como cierto, muchas veces
guiados por intereses mezquinos (una beca o un puesto en el
escalafón de la carrera docente, por dar un
ejemplo).
Como descarriadas ovejas del rebaño que les dio
cobijo —o nunca se los dio— deben luchar contra la
ortodoxia que los condena y defenderse de quienes pretenden
"curarlos". Así todo, persisten en sus males y sus
pecados… Y hacen bien; porque son conscientes que las meras
palabras escritas suelen resbalar hacia la palabrería
pomposa que desoye muchos hallazgos materiales,
producto del
vagar buscando quimeras. Es que aspiran a ellas, combatiendo las
muecas reprobadoras de los eruditos con sonrisas irónicas;
burlándose del miedo al ridículo que, en ocasiones,
es el fundamento de la pedagogía y educación de nuestros
días.
Los exploradores del Paititi abren nuevas rutas, no
sólo en el sentido literal de la palabra —como las
que nacen a fuerza de
machete a medida que se avanza—, sino también rutas
epistemológicas que prueban que algunas leyendas son
ciertas o que la mayoría que circulan sobre el tema no
deberían ser tomadas al pie de la letra, a menos que se
quiera ser tildado de loco.
¿Cuántas mentes desequilibradas
podrían dedicar parte de su vida a encontrar una supuesta
ciudad de oro puro,
habitada por angelicales "Hermanos Blancos" de una
cofradía extraterrestre, perdida en el corazón de
la selva sudamericana? La respuesta es, lamentablemente:
muchas.
Hordas de místicos y pseudo-investigadores han
tergiversado y manoseado tanto la búsqueda del Paititi y
no es de extrañar que un tópico tan rico para
historiadores, arqueólogos y antropólogos, haya
quedado ligado a los delirios etílicos de aquellos que lo
conectan con ovnis,
dimensiones desconocidas y una espiritualidad barata y
lucrativa propia de la New Age; que
encarna como nadie lo que suelo denominar
el "Síndrome del Rey Midas Invertido", que consiste
en la capacidad que algunos tienen de convertir los temas que
tocan (valiosos por cierto), no en oro, como reza la leyenda
bíblica, sino en excremento.
En mi opinión, son esos personajes y sus escritos
los que le quitan seriedad a la cuestión. Lo apartan del
campo de estudio científico, al que debería volver
en algún momento; y que no es otro que el de las ciencias
sociales. Pero, aún topándonos con esas
hipótesis desquiciadas, sería
factible realizar su análisis desde el ángulo de la
sociología o la historia de mentalidades,
buscando las causas profundas que llevan y explican a entender
porqué se cree lo que se cree, o cuáles son las
bases en las que se apoya ese pensamiento
mágico y esotérico. Estoy convencido que un estudio
de ese tipo no diría mucho sobre nuestra época, sus
miedos, perturbaciones, ansiedades y fracasos. Pero no es mi
intención abordar en este artículo —al menos
pormenorizadamente— las teorías
estrafalarias que circulan, respecto de la "ciudad perdida de los
incas".
Más allá de los portales
dimensionales que los gurúes
mercachifles afirman haber atravesado, está el
Paititi real. Ruinas que seguramente nos desilusionarán un
poco cuando las encontremos; no por su relevancia
histórica, sino por las características
morfológicas y materiales que deben poseer: muros
derruidos, tambos abandonados, caseríos y edificios
devorados por las raíces de la selva que aún las
esconden. En dos palabras: restos arqueológicos. Ni
más ni menos. Nada extraordinario. Nada de murallas de oro
y plata o avenidas con estatuas resplandecientes, flanqueando el
camino a la plaza principal. Nada de incas perdidos en un islote
terrestre, rodeados por la jungla e ignorantes de los 400
años de cambios vertiginosos operados en el "mundo
exterior".
Sólo ruinas; que probaran —como lo
están haciendo de a poco— que la penetración
de los incas en el Antisuyu (parte oriental del Imperio) fue
mucho más profunda, significativa y duradera de lo que se
piensa actualmente.
El explorador del Paititi tiene algo de nómada;
y, como tal, encarna al aventurero por excelencia, abriendo su
mirada y su cuerpo a un futuro ambiguo, azaroso, en el que todo
puede suceder. Como aventurero, es el protagonista de vivencias
inusitadas y un sibarita de los tiempos intensos que genera la
propia inseguridad.
El temor y el deseo —en una extraña pulsión
de muerte— se combinan generando una atracción
difícil de explicar en la que se unen, por una parte, la
voluntad por superar la incertidumbre y los problemas; y
por la otra, la comprobación empírica de su propia
buena suerte. El explorador-aventurero tiene mucho de
egocéntrico y personifica como nadie ese optimismo del que
habla E.M. Cioran cuando escribe:
"Si uno no creyese en su buena estrella, no se
podría efectuar el menor acto sin esfuerzo: beber un vaso
de agua
parecería una empresa
gigantesca e incluso insensata".
Pero por ser en parte trotamundos no sometidos del todo
a los principales dictados de la sociedad, esta
casta de exploradores al que referimos suelen catalogarse como
parias enajenados, sospechosos por el sólo hecho de no
comulgar con los paradigmas
históricos vigentes y quedar fuera de los controles que
éstos ejercen.
Como aventureros que son, arrastran la cuota de
irresponsabilidad que la propia aventura tiene en el lenguaje
corriente; lo que no excluye que haya artículos
—generalmente periodísticos— que no dejen de
alabar y avalar esa misma condición que otros, más
conservadores, critican: la osadía de la libertad
plena; o la valentía de personificar el ideal
romántico de ir a la selva tras ciudades olvidadas, en un
contexto académico que margina esa búsqueda al
campo de la ficción cinematográfica o la
novela.
Es lógico que los especialistas en el Paititi
despierten esos sentimientos contradictorios, de atracción
y rechazo. En un mundo que construye su realidad cotidiana
enfrente de un monitor de
computadora,
alumbrado por lámpara de neón, en oficinas con
aire
acondicionado y encierro, el regreso a la selva es mirado
como una válvula de escape psicológico al tedio urbano,
que muchos critican pero que muy pocos se arriesgan a romper.
Quizás la atracción radique, justamente, es ese
contraste entre los dos mundos: el artificial, de cemento y
concreto; y el
natural, de enredaderas, y árboles
ocultando misterios.
a
b
EL
PAISAJE, EL PAITITI Y EL ROMANTICISMO
"No es fácil destruir un
ídolo.
requiere tanto tiempo como
el
que se precisa para promoverlo
y adorarlo".
E.M. Cioran
Adiós a la
Filosofía.
"Si los historiadores y arqueólogos
europeos,
que mueren por un simple jarrón o plato
de
origen griego, supieran lo que se puede
encontrar en estos valles, cambiarían de
especialidad.
¡Estamos hablando de ciudades enteras, y pocos
saben
o creen en ello!".
Testimonio de un historiador de la Universidad de
California.
Cusco, agosto de 1998
Archivo del autor
La mayoría de los testimonios escritos que
refieren sobre el Paititi, en los siglos XVI, XVII y XVIII, lo
ubican al oriente del Cusco, más allá del cauce del
río Paucartambo; en una región delimitada por el
río Manú, al norte, y el Madre de Dios
—antiguo Amarumayo—, por el sudeste. Toda la zona es
una enmarañada selva tropical, cruzada por cordones
montañosos y decenas de afluentes, con denominaciones tan
sugerentes como Callanga, Palatoa,
Nistrón, Piñi Piñi,
Shinkibenia o Pantiacolla. Es este último
toponímico el que le da nombre a todo el territorio. Una
comarca de difícil acceso que, a pesar de no tener
demasiados terrenos planos, es llamada la Meseta de
Pantiacolla.
Para ver el gráfico seleccione la
opción "Descargar" del menú superior
Alejada de todo —incluso de la influencia
del propio Estado
peruano—, la mencionada meseta representa uno de los pocos
bolsones por explorar minuciosamente que quedan en
Sudamérica. Si a este atractivo le agregamos la
posibilidad de encontrar las ruinas de una ciudadela incaica
perdida en la enramada, tendremos los condimentos básicos
para proyectar en ella ese espíritu romántico del
que hablábamos en las páginas anteriores. Y los
buscadores del
Paititi no son ajenos a ello.
De hecho, una buena parte de los libros
publicados no hacen otra cosa que describir el paisaje y las
peripecias que allí se corren. Es emocionante,
¿quién puede dudarlo? Pero cuando el marco natural
y sus insuperables trabas se convierten en los protagonistas
principales —y el Paititi en sí queda relegado a un
segundo plano— estamos frente a una silla a la que le
falta más de una pata.
Porque si lo que se pretende es dilucidar y probar que
los incas ingresaron a la región —antes y
después de la conquista española—, el recurso
de quedarse simplemente describiendo el paisaje es insuficiente;
a menos que se quiera justificar con ello los fracasos por
encontrar las pruebas de la
presencia quechua en el lugar; o, simplemente, sustituir la
investigación histórica por la
literatura de
aventuras.
El paisaje, durante años desatendido por el
sentimiento —y aprehendido únicamente por una
preocupación meramente informativa que buscaba la descripción fidedigna y la
objetividad— cambió hacia 1830, aproximadamente, y
el viajero del siglo XIX, el romántico, empezará a
darle importancia a la impresión global, a la
sensación, al sentimentalismo; recreando un paisaje ideal,
fantástico, en el que poco importaba acercarse a la
realidad objetiva. Surgía una nueva sensibilidad en la que
la naturaleza,
hasta entonces concebida como una máquina armónica
y racional, se convertía en un océano de
inquietudes e incomprensión. Los románticos
empezaban a dudar de los esquemas claros, perfectos y
predecibles. El universo,
reglado por el neoclasicismo
(expresión artística del siglo XVIII), se
abría a sensaciones nuevas y empezó a ser pensado
de manera diferente. Lo estético, impregnado con una
filosofía menos segura de sí misma, se orientaba
hacia el misterio y el esoterismo. El paisaje dejó de
mostrar leyes universales
y pasó a expresar sentimientos movilizadores. El hombre se
sintió pequeño, indefenso, y al mismo tiempo
asombrado ante la magnitud del cosmos y sus enigmas. El
"paisaje real" —concebido como algo medido,
controlado, racionalizado, humanizado—
es reemplazado por el "paisaje sublime", que sacude y
produce sorpresa, estupor, en el alma de los
exploradores.
En sus relatos de viajes se pasa
de las descripciones genéricas y citas de "autoridades"
—referenciadas en testimonios antiguos— a la percepción
de lugares específicos, que no tienen ya la serenidad ni
el equilibrio que
creían tener.
Como bien dijera, Rafael Argullol:
"El romanticismo le
dice adiós a las reglas, las normas, las
escuelas (…); deja de considerar la realidad exterior como
único modelo digno
de reproducir y se vuelve hacia la única fuente que le
merece credibilidad: su interioridad, su ‘yo’. Deja
de ver a través de los ojos, para mirar a través
del corazón".
El paisaje romántico refleja el espíritu
atormentado de sus nuevos observadores. El viajero empieza a
buscar una comunión más original, más pura
con la naturaleza. Por eso, en él no cabe ya la idea
racional del jardín; espacio domesticado, alejado
de todo riesgo y símbolo de la serenidad y
equilibrio.
Así pues, el explorador romántico del
Paititi se hunde, se funde, en el medio vital que
recorre. De ahí la importancia que se le da no sólo
a la percepción visual, sino a la percepción
interior, considerada como la victoria de la expresión
y el sentimiento sobre las normas y las leyes. Porque, más
allá de que el romanticismo sea un movimiento
cultural que se enmarca en un período determinado,
asociado generalmente a la primera mitad del siglo XIX, es
también una "forma de ser y estar en el mundo" que sigue
viva en nuestros días.
En las ruinas, los viajeros de este tipo, pretenden
encontrar saber, conocimiento,
y una prueba indeleble de la fuerza de voluntad. Están
inclinados a ver en ellas la nostalgia de un pasado
irremediablemente perdido y el inevitable paso del
tiempo.
Es que en la selva, la naturaleza, siempre termina por
vencer a la obra humana. La vida no es otra cosa que un largo
camino hacia el olvido y los restos antiguos son leídos
como signos del
fatalismo por venir. Así adquieren, en parte, cierto
carácter fúnebre; una clara muestra de la
impermanencia de todas las cosas y ejemplo evidente de la
pérdida y lo desconocido. Las ruinas esconden
más de lo que revelaban y personifican el misterio.
Se cargan de poesía
y reflexión, gracias a la imaginación que se les
sabe imprimir en textos y dibujos.
Por otra parte, el aumento del interés
por rescatar la "identidad nacional", hace que se busque,
en los restos arquitectónicos de épocas
pretéritas, "la esencia originaria" del orgullo
nacionalista o de resistencia.
Así pues, las ciudades perdidas o exóticas suelen
verse como los testimonios de un pasado ancestral en el que la
dignidad no es
cosa de otros solamente.
a
b
GRANDEZAS Y MISERIAS DE UNA
BÚSQUEDA:
PAITITÓLOGOS Y
PAITITEROS
"No le preocupaba si una doctrina se
adecuaba o no a la
realidad del mundo sino qué tipo de
vida promovía: activa
o reactiva, generosa o resentida. No le
importaba su validez
epistemológica sino su estricto
valor
ético, incluso estético.
El filósofo está así,
más cerca del poeta o del profeta, del
creador de mitos o de
imposturas, que del juez o el detective.
¿Cuándo algo es verdadero?
¿Cuándo cuenta algo que ocurrió
o cuando tiene el poder de
engendrar nuevas formas de vida
y de pensamiento?".
Scavino
filósofo argentino.
"La tolerancia tiene
un límite: la estupidez".
George Orstond
Escritor inglés.
A nadie debería extrañarle que la competencia
desleal es un mal que se da en todas las profesiones y que las
actitudes
mezquinas son el "sidecar" que suelen acompañarla.
Desafortunadamente nos han educado para competir
más que para compartir y ese es uno de los motivos
por los cuales el campo de acción
de los buscadores del Paititi se ha convertido en un
"ring" en el que "todo vale"; inclusive la mentira,
el sensacionalismo y la violencia.
Permítame ahora el lector cometer un pecado de soberbia e
incluir dos neologismos que, espero, esclarezcan mejor las ideas
que pretendo transmitir. Estas dos nuevas categorías son
las de paititólgos y paititeros.
Empecemos por la primera.
Los que damos en llamar "paititólogos"
constituyen un gremio bastante reducido. No inclinados al
sensacionalismo y guiados por razonamientos lógicamente
sustentados en pruebas positivas —materiales y
escritas—, hacen de la honestidad
intelectual un bastión no negociable; respetando los
indicios y partiendo de preguntas, no de afirmaciones
dogmáticas sin posibilidades de ser verificadas. Por lo
general tienen formación universitaria, no necesariamente
en humanidades, pero mantienen en alto el rigor
metodológico que exige toda investigación seria;
formulando hipótesis
coherentes y respetando la herencia de
conocimientos históricos dados por historiadores y
arqueólogos profesionales (con los que discrepan,
sí; pero siempre guardando un lenguaje
común y un respeto que
muchas veces no es correspondido por los escépticos de las
universidades).
Otro de los aspectos que caracteriza a los
"paititólogos" es su espíritu de
colaboración y generosidad intelectual. Si la
búsqueda de la verdad es la meta, y
certificar la existencia de ruinas incas en el oriente andino el
objetivo
principal, el intercambio de información es necesario para su correcta y
amplia discusión. Claro que este espíritu abierto
no siempre es correspondido con lealtad. Más de un
paititólogo se ha visto estafado y plagiado por
inescrupulosos pseudo-sponsors que prometían fondos para
las expediciones y lo único que buscaban era indagar en
los archivos personales, para publicarlos posteriormente con sus
firmas a final de página.
No quiero olvidar a nadie pero, en mi opinión,
tres son los más emblemáticos paititólogos
que han existido y existen. En primer término, un
historiador argentino, Roberto Levillier, quien recopilara la
más rica serie de documentos
coloniales sobre el Paititi en un libro de
merecida fama en el ambiente,
El Dorado, El Paititi y las Amazonas. En segundo lugar el
ya célebre explorador y médico arequipeño,
doctor Carlos Neuenschwander Landa, lamentablemente fallecido
hace un año y con quien tuve el privilegio de entablar una
muy cordial e ilustrativa amistad
epistolar. Finalmente, el investigador que más esfuerzo,
seriedad y conocimiento de campo ha brindado sobre el Paititi y
sus "misterios", Gregory Deyermenjian, psicólogo y
explorador arqueológico de la ciudad de Boston.
Con ellos los estudios del Paititi alcanzan sus cotas
más altas. El ensamblaje perfecto entre teoría
y trabajo de
campo — escritorio y selva del Pantiacolla—
que estos investigadores han conseguido desarrollar, constituye
la columna vertebral más firme, y a la vez flexible, que
cualquier interesado en la temática pueda leer. Por otro
lado, Neuenschwander y Greg, tienen en su haber el mayor
número de expediciones a la región y son, a la hora
de probar o refutar hipótesis ajenas, los mejores
especialistas en la materia.
La reciente muerte del doctor Neuenschwander dejó
un hueco muy difícil de llenar; pero su espíritu
emprendedor, constancia y dedicación al trabajo
responsable fue heredado por su hijo Fernando, quien junto a
Deyermenjian promueven la difusión e investigación
desde la Asociación Cultural Exploraciones
Antisuyo/Pantiacolla (ACEAP).
Otro muy respetable veterano especialista es el Padre
Carlos Polentini Wester, responsable también él de
infatigables viajes por la región del Pantiacolla y uno de
los más importante recopiladores de testimonios orales en
la selva, conseguidos de boca de colonos y aborígenes. Su
labor misionera fue —hasta el momento de su retiro—
compatible con la seriedad de sus hipótesis y
pasión por la temática.
Antes de terminar con el grupo de
paititólogos, no quisiera dejar de nombrar a un
viejo historiador cusqueño, el doctor Daniel Heredia,
autor de un corto pero muy bien documentado artículo que
publicara en 1951. Sus objetivas consideraciones lo convierten en
un investigador digno de recordar.
Como dije antes, con investigadores como estos la
problemática Paititi queda realzada y puesta honestamente
sobre el tapete para ser discutida amigablemente, sin celos ni
intereses mezquinos. Pero al lado de los
paititólogos se levantan ejércitos de
oportunistas, buscadores de tesoros, huaqueros y delirantes a
sueldo, dispuestos a todo; incluso a desprestigiar un tema digno
de ser estudiado seriamente. Ellos son los
"paititeros".
¿Qué clase de
personajes son los que integran este grupo?
Los "paititeros", en esencia, son los
apóstoles de lo irracional; charlatanes de feria que dan
un vago toque de credibilidad y verosimilitud, salpicando sus
escritos con retazos de conocimiento y referencias mutiladas o de
ambigua significación. Volcados hacia una
arqueología delirante, sin conocer nada—o muy
poco— de historia, son espíritus vulnerables e
ingenuos en los que, los elementos más espectaculares y
turbadores de la ficción-científica, se mezclan y
confunden con datos objetivos
generando una nebulosa en la que es difícil distinguir lo
real de lo imaginario. En esta visión sin lógica
ni distinción, la inteligencia
queda sometida a fuerzas y energías misteriosas que
—por naturaleza— escapan a toda necesidad explicativa
o probatoria.
Con segura autoridad
arzobispal, los "paititeros" afirman sus delirios,
inventando indicios y generando sensacionalismo dentro de una
prensa escrita
siempre hambrienta de noticias
rimbombantes. Sus técnicas
esotéricas (intuición, revelaciones
divinas, viajes astrales, comunicación con hermandades
extraterrestres, etc) se combinan con descubrimientos de los
que nunca dan pruebas y que lanzan —generalmente por
Internet—
sabiendo que no serán refutados, porque toda
refutación debe partir de pruebas concretas.
¿Qué validez científica puede
tener una afirmación que sostenga que, a 10.000
años luz de la Tierra hay
una tetera gigante de porcelana girando en la órbita de un
planeta desconocido? ¿Quién puede probar o refutar
eso?… Nadie. Así es como actúan los
paititeros. Y así es como comunican sus
convicciones, surgidas de un lenguaje envuelto en
confusión y que no es más que una galimatías
de términos tomados en préstamo de la física, la biología o la
historia.
La imaginación desenfrenada, la fantasía
ingenua o la mentira bien dirigida, son sus dardos.
Afortunadamente ninguno de ellos encuentra un lugar en las
ciencias
sociales. Por eso, con todas sus alocadas intervenciones, los
paititeros contribuyen a falsear considerablemente la
realidad. Aggiornando viejos mitos y creencias, siempre
tendrán como seguidores a los golosos consumidores de
supercivilizaciones, de atlantes o extraterrestres.
En tanto los auténticos cultores humanos
—surgidos del esfuerzo e ingenio de generaciones—
sean tergiversados o ignorados por el gran público, estos
defensores de la pavada seguirán lucrando y
difundiendo las prácticas —contagiosas— del
Síndrome del Rey Midas Invertido.
Ya para terminar, invito al lector a empaparse sobre la
temática, leyendo —de ser posible— las obras
que cito convenientemente en la bibliografía, o escribir la
palabra Paititi en un buscador de
Internet.
Juzgue usted mismo quién es quién
en esta búsqueda.
- Angles Vargas, Víctor, El Paititi No
Existe, Imprenta
Amauta SRL. , Cusco, 1992. - Bayle, Constantino, El Dorado Fantasma,
Editorial Razón y Fe, Madrid,
1930, pág. 297. - Bueno, Fernando Aparicio, En Busca del Misterio
del Paititi, Editorial Andina, Cusco, 1985. - Cartagena, Nicole y Herbert, Por el camino de
los Incas, Editorial Javier Vergara, Buenos Aires,
1978. - De Gandía, Enrique, Historia Crítica de los Mitos y Leyendas de la
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Véase www.la-lectura.com - Soto Roland, Fernando Jorge, "Las Ciudades
Perdidas del Perú", en Diario La Capital,
Cuarta Sección (Letras, Arte, Cultura), domingo 4 de
abril de 1999, pp.4-5. - Soto Roland, Fernando Jorge, "Exploradores y
viajeros. Amazonia la última frontera del
imaginario", en Diario La Capital, domingo 18
de febrero de 2001, pág.4-5. - Soto Roland, Fernando Jorge, "Tras las Huellas del
Paititi", en Diario La Capital, Sección Artes
/ Letras, domingo 5 y 12 de setiembre de 1999, pp.
1,6-7. - Soto Roland, Fernando Jorge, El llamado del
Guacamayo, editado en Internet en el sitio
www.la-lectura.com
, editor señor Joaquín González
Graña. - Soto Roland, Fernando Jorge, El Paititi:
Imaginario, realidad y Utopía Andina, editado
en www.monografías.com,
2004. - Soto Roland, Fernando Jorge, Expedición
Vilcabamba. Romanticismo, Ciencia y
Aventura, Editorial Libros en Red, véase
www.librosenred.com,
1999. - Suescum, Javier M., Paititi, el Perfume de los
Pueblos, Editorial San Pablo, Madrid, 2000, pág.
110. - Tafur, Max, El Reino del Paititi,
editado por Internet, 2003. - Uslar Pietri, Arturo, Fábulas y Leyendas
de El Dorado, Editorial Tusquest, 1987.
Por
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor Universitario en Historia
Director de la Expedición Vilcabamba
’98
Buenos Aires, Argentina
Enero de 2005.