- Cómo usar este
libro - Introducción
- Secretos y
mentiras - ¿Quién
seleccionó los Evangelios? - Elección
divina - ¿Reyes
derrocados? - María, llamada
Magdalena - ¿La
era de las diosas? - ¿Dioses
robados? El cristianismo y las religiones
mistéricas - ¿Seguro que ha
entendido correctamente a Leonardo? - El Grial,
el Priorato y los Caballeros Templarios - El
código católico - Epílogo:
¿Por qué importa?
"Ignorar las Escrituras es ignorar a
Cristo".
SAN JERÓNIMO
Prólogo a Isaías
En la primavera del 2003, Doubleday
publicó una novela titulada
The Da Vinci Code, de Dan Brown.
Desembarcó apoyada por una extraordinariamente
intensa campaña de marketing
previa a su aparición, y al cabo de poco más de un
año, había vendido casi seis millones de
ejemplares; y muy pronto podréis ver en cualquier sala
cercana una película sobre ella dirigida por Ron Howard
(Apolo 13, Una mente maravillosa).
Las estanterías de vuestra librería local
están repletas de novelas de
intriga, pero parece suceder algo especial con El
Código Da Vinci… la gente no habla de ella como de
las novelas de James Patterson o John Grisham. ¿Qué
está pasando?
Bueno; para decir toda la verdad, lo primero que
está pasando es que cuenta con un marketing
espléndido. Es importante ser conscientes de que en estos
días, si un producto
especial va rodeado de un "zumbido", en la mayoría de los
casos se debe a que la compañía ha trabajado duro
para crear ese zumbido, como hizo Doubleday con este
libro antes de
su publicación.
Pero, por supuesto, hay algo más. Una vez que la
gente empieza a leer no puede evitar preguntarse por algunas de
las desconcertantes afirmaciones que el autor, Dan Brown, expresa
en su novela:
- ¿Empleó realmente Leonardo da
Vinci su arte para
comunicar sus conocimientos secretos sobre el Santo
Grial? - ¿Es cierto que los Evangelios no relatan la
verdadera historia de
Jesús? - ¿Estuvieron casados Jesús y
María Magdalena? - ¿Designó Jesús realmente a
María Magdalena cono líder de su movimiento, y no a Pedro?
Lo que parece intrigar a los lectores es que los
personajes de la novela tienen
respuesta a sus preguntas, y que las expresan en el libro como
hechos basados objetivamente, apoyados en el trabajo y
en las opiniones de historiadores e investigadores. Brown llega
incluso a citar libros reales
como fuentes de su
novela. Naturalmente los lectores se preguntan cómo no
habían oído
hablar antes de todo esto. Y también se preguntan si lo
que dice Brown es verdad y qué implicaciones puede tener
para su fe. Después de todo, si lo que narran los
Evangelios es falso, ¿no será una mentira todo el
cristianismo?
Este libro pretende ayudaros a desenredar todo esto y a
explorar la verdad que oculta El Código Da
Vinci. Investigaremos las fuentes de Brown y veremos si
merecen ser consideradas como testimonios históricos.
Estudiaremos la exactitud de sus interpretaciones de los escritos
del cristianismo primitivo, sus enseñanzas y sus
controversias, unos hechos que han sido ampliamente documentados
y estudiados durante cientos de años por investigadores
inteligentes y sin prejuicios. Y a lo largo de este estudio
encontraremos un número sorprendente de errores flagrantes
y manifiestos tanto sobre temas importantes como de poca
importancia que deberían llamarnos la atención al leer la novela,
considerándola como de ciencia
ficción.
En El Código Da Vinci se nos recuerda
constantemente que las cosas no son realmente como
parecen.
Leed este libro sin prejuicios y descubriréis
dónde está la auténtica verdad.
No necesitas leer El Código Da Vinci para
sacar provecho de este libro: te proporciona una sinopsis del
argumento que te ayudará a comprender las importantes
cuestiones que plantea la novela con objeto de que estés
mejor informado cuando las discutas con otros.
En Descodificando a Da Vinci, he tratado las
cuestiones más frecuentes que me han planteado los
lectores de aquella novela, especialmente las que se refieren a
temas históricos y teológicos. Este libro encierra
también un material que corrige y clarifica muchos de los
errores e inexactitudes que se contienen en El Código
Da Vinci.
Este libro será útil a individuos y a
grupos.
Las afirmaciones de la novela dan pie a un
propósito más importante. El hecho de examinarlas
nos brinda la oportunidad de repasar la enseñanza cristiana sobre la persona de
Jesucristo y su misión, la
historia de la Iglesia de los
primeros siglos, el papel de las mujeres en la religión y la
conexión entre la fe apostólica y la fe de nuestros
días. Tanto si has leído la novela como si no,
espero que encuentres en este libro una oportunidad para crecer
en el
conocimiento de las raíces históricas de la
auténtica fe cristiana.
El Código Da Vinci incluye unos elementos
atractivos para muchos lectores: intriga, secretos, un enigma, un
indicio de romance, la sospecha de que el mundo no es lo que
parece y que los poderes establecidos no desean que conozcas la
verdad que está ahí fuera.
La novela comienza cuando Robert Langdon, personaje que
es profesor de
"simbología religiosa" en Harvard (por cierto, esa
asignatura no existe), de visita en París, es convocado a
la escena de un crimen en el Louvre. Otro personaje, un
conservador del museo, llamado Jacques Sauniere, considerado un
experto en diosas y en "lo sagrado femenino", aparece muerto
–probablemente, asesinado- en una de las
galerías.
Parece que, antes de su muerte,
Sauniere tuvo tiempo para
colocarse sobre el suelo en la
postura del dibujo de
Leonardo da Vinci, Homo vitruvianus –la famosa
imagen de una
figura humana con los brazos extendidos dentro de un
círculo- así como para dejar dibujados sobre su
cuerpo, con su propia sangre, algunas
otras claves relacionadas con números, anagramas y el
símbolo de un pentáculo.
En ese momento, aparece en escena sophie Neveu, una
criptóloga que es también la nieta de Sauniere. Ha
recibido una llamada de su abuelo pidiéndole que vaya a
verle para reconciliarse con ella y darle a conocer algo
importante relacionado con la familia.
Sophie logra descifrar las claves que ha dejado su abuelo,
mantiene varias conversaciones con Langdon a propósito del
culto a las diosas, encuentra una clave muy importante oculta
detrás de otra pintura de
Leonardo, y… hasta aquí.
¿Quién mató a Sauniere?
¿Qué secreto guardaba? ¿Qué deseaba
que supiera Sophie? ¿Por qué el personaje del
"monje" albino del Opus Dei pretendía matar a todo el
mundo? El resto de la novela abarca quinientas cincuenta y siete
páginas en ciento cinco capítulos, pero,
sorprendentemente, su trama, que ocupa poco más de un
día, nos remite a varios lugares europeos junto a Langdon
y Sophie, en busca de una respuesta que, sencillamente, es la
siguiente:
(Perdón por descubrir la trama, pero no hay
más remedio que hacerlo).
Sauniere era el Gran Maestre de una oscura sociedad
secreta llamada el "Priorato de Sión", dedicada a la causa
de proteger la verdad sobre Jesús, María Magdalena
y, por extensión, a toda la raza humana.
Según se nos dice en el libro, originalmente y
durante milenios, la humanidad practicaba una espiritualidad
equilibrada entre lo masculino y lo femenino en la que se
veneraba a las diosas y al poder de las
mujeres.
Este fue el mensaje de Jesús. Vivió y
predicó un mensaje de paz, amor y unidad
humana, y para plasmarlo, tomó como esposa a María
Magdalena y le confió el liderazgo de
este movimiento. En el momento de la crucifixión, ella
estaba embarazada del hijo de ambos.
Pedro, celoso del papel de María, se puso a la
cabeza del movimiento formado en torno a
Jesús, dedicándose exclusivamente a suprimir la
auténtica enseñanza del Maestro,
sustituyéndola por la suya propia, y suplantando a
María Magdalena como líder de ese
movimiento.
María se vio obligada a huir a Francia, donde
finalmente murió. Ella y el hijo póstumo de
Jesús fueron el origen de la dinastía merovingia
francesa, y ella la "deidad femenina" que encarnaba –no una
copa material- son el auténtico "Santo Grial".
¿Fue la familia real
merovingia la fundadora de París, como dice Brown? (ver
El Código Da Vinci , p. 319). Nada más lejos
de la realidad. París fue fundada por una tribu
céltica gala llamada los Parisii en el siglo III a.C. Los
merovingios hicieron de París la capital del
reino franco en el 508 d.C.
De este modo, según la novela, la historia de los
dos mil años pasados es, en el trasfondo de los
acontecimientos relatados en los libros de historia (por los
"vencedores", por supuesto), la historia de la lucha entre la
Iglesia católica, (atención: no el cristianismo en
su conjunto, sino la Iglesia católica) y el Priorato de
Sión. La Iglesia, después de establecer el Canon de
la Sagrada Escritura, las
verdades doctrinales e, incluso, el trato con las mujeres,
trató de ocultar la verdad sobre el Santo Grial y, por
extensión sobre la "deidad femenina", mientras que los
Caballeros Templarios y el Priorato de Sión luchaban por
proteger el Santo Grial (que eran los huesos de
María), su descendencia y la devoción a lo "sagrado
femenino".
Sauniere custodiaba estos conocimientos, unos
conocimientos que Leonardo da Vinci, miembro del Priorato,
había incluido en su obra. Además, Sauniere
tenía un interés
personal en el
asunto: él y, en consecuencia, su nieta Sophie
pertenecían a la dinastía merovingia. Por supuesto,
Sophie desconocía todo aquello y llevaba varios
años distanciada de su abuelo porque una vez
irrumpió en una habitación secreta de su casa de
campo y lo encontró con una mujer en una
especie de éxtasis ritual sexual al que acompañaban
los cánticos de una multitud de espectadores
enmascarados.
Por supuesto, al final veremos que la mujer era su
abuela y que lo que hacía con su abuelo en aquella
habitación era mantener viva la fe. También nos
enteramos de que el "Grial" –los restos de María
Magdalena y los documentos que
acreditan su descendencia- están enterrados en el interior
de los setenta pies de la brillante pirámide de cristal
del arquitecto I. M. Pie, situada en la nueva entrada del Louvre,
donde, al final de la novela, Langdon cae respetuosamente de
rodillas, oyendo, según cree, la sabiduría de los
Tiempos a través de la voz de una mujer que le llega desde
lo más profundo de la
tierra.
Muchos de los argumentos en los que se apoya la trama de
El Código Da Vinci pueden parecer nuevos e
intrincadamente ingeniosos, pero la dura realidad es que la mayor
parte de ellos no son nuevos en absoluto.
Lo que Brown ha hecho es, simplemente, tejer cierto
número de tramas especulativas, añadir tradiciones
esotéricas y pseudo-historias publicadas en otros libros,
y agruparlas en las páginas del suyo. Si estás
familiarizado con esos otros, te sorprenderá lo mucho que
hay de ellos en esta novela.
En su página
web, Brown incluye una bibliografía, y en su obra
cita algunos de esos libros. Divide sus fuentes en tres
categorías básicas:
- Holy Blood, Holy Grail (traducido en España
por El enigma sagrado) y sus secuelas. Este
libro, escrito por Michael Baigent, Richard Leigh y Henry
Lincoln, fue publicado en 1981 y empleado como guión de
un programa de
televisión de la BBC. Calificado de hecho
real, fue ridiculizado y tomado como trabajo de
mera especulación, lleno de suposiciones infundadas y
basado en documentos fraudulentos. En el momento de la
publicación del libro, sus autores eran: un profesor
licenciado en psicología, un
novelista y un productor Lynn Pycknett y Clive Prince, expertos
en fenómenos paranormales, que también cuentan en
su haber con The Mammoth Book of UFOs. Toda la parte que
se refiere a Jesús- María Magdalena-Santo
Grial-Priorato de Sión que aparece en El
Código Da Vinci procede de esos dos
libros. - Lo "sagrado femenino". A partir del siglo XIX
surgieron ciertas especulaciones sobre esa edad perdida de las
diosas, durante la cual, la "divinidad femenina" fue venerada,
un período que fue sustituido por un patriarcado
belicista. Años más tarde, algunos escritores han
mezclado esta teoría con sus ideas de María
Magdalena. Una americana llamada Margaret Starbird ha hecho su
particular cruzada en varios libros. La descripción que hace Brown de
María Magdalena procede del trabajo de Starbird, en
especial, de The Woman with the Alabaster Jar (traducida
en castellano
como María Magdalena ¿la esposa de
Jesús?), que la misma autora califica de
"ficción". - Gnosticismo. Como veremos más adelante,
el "gnosticismo" era un sistema
intelectual y espiritual ampliamente difundido en el mundo
antiguo. Tiene numerosas facetas pero, en pocas palabras, la
mayor parte del pensamiento
gnóstico es esotérico (dice que el
verdadero conocimiento
sólo es accesible a unos pocos –la palabra
"gnosis" significa "conocimiento"-) y ese pensamiento
también es anti-material (consideran funesto el mundo
material, incluido el cuerpo).
Existen escritos desde el siglo II hasta el siglo V que
son síntesis
claras del pensamiento gnóstico y del cristiano. Los
eruditos tienen distintos criterios sobre estos escritos, pero la
mayor parte datan de una época muy posterior a los
Evangelios, con –y esto es importante- una escasa,
si la hay, visión objetiva de las auténticas
palabras y hechos de Jesús. Brown ignora esta
opinión, y prefiere fiarse de los trabajos de una exigua
minoría de escritores eruditos y no eruditos que creen que
los escritos gnósticos reflejan la realidad del primitivo
movimiento formado en torno a Jesús. Y Brown basa en esos
trabajos sus descripciones de lo que "realmente"
enseñó Jesús.
Estas fuentes deberían hacer saltar
inmediatamente las señales
de alarma. En su bibliografía no figura un trabajo serio
sobre la historia del cristianismo, ni un solo trabajo
significativo sobre el Nuevo Testamento, ni siquiera un volumen de
calidad al
alcance de cualquier estudiante interesado en la historia del
cristianismo primitivo. Tampoco cita al Nuevo Testamento como
fuente de la historia del Cristianismo de los primeros
tiempos.
En las entrevistas
que le han hecho los medios de
comunicación, Brown insiste en que parte de su trabajo
consiste en recuperar esa historia perdida que se ha hecho
desaparecer. Y le complace afirmar que la historia está
"escrita por los vencedores". Esto significa que, si consideras
los acontecimientos históricos como una lucha entre
fuerzas, los vencedores harán su propio relato de ella, y
esa será la versión que perdurará. Las
fuentes que emplea pretenden ofrecer esa "historia
perdida".
Por supuesto, en este punto de vista hay un fondo de
verdad. La historia nunca se escribe de un modo completamente
objetivo,
porque los seres humanos nunca son completamente objetivos.
Siempre vemos y relatamos los sucesos desde nuestra perspectiva.
Por ejemplo, cada uno de los implicados en un accidente ofrece
una versión ligeramente distinta del suceso. Pero eso no
significa que el accidente no haya tenido lugar. Aunque los
testigos pueden no estar seguros de
cómo se produjo, y la víctima tenga una
versión distinta de la del culpable, no hay duda de que
hubo un accidente, ni tampoco hay duda de que, a pesar de
las limitaciones de los testigos, hay una verdad objetiva sobre
quién lo causó, independientemente de lo
difícil que sea descubrirla.
Sucede lo mismo con los relatos históricos. Es
cierto que, en tiempos recientes, la historia de la conquista del
Oeste se contó desde la perspectiva europea: los
"vencedores". Actualmente, los eruditos han intentado contarla
desde otro lado de la historia, el de los pueblos nativos, cuya
perspectiva de los hechos es, obviamente, distinta. No hay duda,
pues, de que hay algo más en la conquista de América
del Norte de lo que cuentan los conquistadores y de lo que
cuentan los pueblos nativos, y que ninguno de nosotros
llegará a conocer completamente. Sin embargo, lo que sigue
siendo cierto es que la conquista tuvo lugar,
independientemente de los motivos y las consecuencias que, con la
información adecuada, podemos llegar a
percibir, incluso si se interpretan de modo diferente.
Sin embargo, en El Código Da Vinci, Brown
utiliza la expresión "la historia la escriben los
vencedores" para insinuar que la historia del cristianismo en su
conjunto, empezando por el mismo Jesús, es una
mentira, escrita por aquellos que estaban dispuestos a
suprimir el "auténtico" mensaje de Jesús. Y no
estamos hablando de diferentes interpretaciones de su vida y de
su mensaje, se trata de los datos
fundamentales: que lo que leemos en el Nuevo Testamento y en los
relatos de la primitiva cristiandad no describe fielmente lo que
sucedió en realidad.
En la novela, el personaje erudito de Sir Leigh Teabing
dice tajantemente que, en la primitiva cristiandad, los "herejes"
–a los que Brown cita como representados por sus escritos
gnósticos- fueron los que permanecieron fieles a la
"historia original de Cristo" (p. 305).
Aquí reside lo fundamental y esta es una
acusación seria. Dedicaremos el resto de esta obra a
examinar esas afirmaciones detalladamente, pero es aún
más importante exponer el armazón básico al
que hemos de enfrentarnos para ver así lo que está
en juego.
Brown afirma que Jesús deseaba que sus seguidores
tuvieran un gran conocimiento de "lo sagrado femenino". Dice que
este movimiento, bajo el liderazgo y la inspiración de
María Magdalena, se desarrolló durante los tres
primeros siglos hasta que fue brutalmente suprimido por el
Emperador Constantino.
No existe evidencia alguna que indique que esto es
cierto. No sucedió.
Ciertamente, en el cristianismo primitivo hubo
divergencias. No hay duda de que se produjeron unas intensas
discusiones sobre lo que Jesús había dicho y lo que
quería decir. Existe también una clara evidencia de
que, en algunas comunidades, las mujeres desempeñaron
papeles de importancia en la cristiandad –tales como el de
diaconisa- que finalmente desaparecieron (y de los que,
incidentalmente, se están recuperando diversos
modos).
Pero lo que en realidad es preciso saber es que ninguna
de esas diversidades, cambios o desarrollos en la historia de la
primitiva cristiandad tuvieron lugar del modo en que El
Código Da Vinci lo sugiere. Cuando los líderes
de los primeros cristianos trataron de afirmar la verdad de la
enseñanza de Cristo, sus opiniones no se referían
al sexo o al
poder. Como se deduce de sus escritos –si nos tomamos la
molestia de leerlos-, trataban sobre la fe en lo que Jesús
hizo y dijo.
Hay una enorme cantidad de datos sobre la primitiva
cristiandad que desconocemos o de los que no estamos seguros:
temas que expertos serios han discutido amplia y libremente
durante años, y en ocasiones, incluso dos mil años
después de los sucesos: evidencias
nuevas que vienen a iluminar lo que expresa la imagen que
tenemos.
No obstante, no encontrarás ningún trabajo
que estudie seriamente la sugerencia de que la misión de
Jesús consistió en hacer que María Magdalena
fuera portadora de su mensaje de "lo sagrado
femenino".
Las fuentes dignas de crédito
ni siquiera insinúan algo semejante. Y las fuentes de los
expertos dignos de crédito indican también que
muchas de las afirmaciones de Brown –sobre todo, en lo que
se refiere al mito de la
naturaleza del
Grial, al del Priorato de Sión o al papel del culto a las
diosas en el mundo antiguo- no se apoyan en unas evidencias que
se mantengan en pie.
Y, como veremos según avancemos en la dificultosa
lectura de esa
novela, hay otras muchas aseveraciones curiosas, extravagantes y
plagadas de errores. Desde las afirmaciones de la geografía de
París hasta las que se refieren a la vida de Leonardo da
Vinci, no hay razón alguna para considerar este libro como
una fuente medianamente creíble sobre ningún
campo de estudio, excepto, quizá, la criptografía.
"Calma, no es
más que una novela"
El Código Da Vinci ha producido una
auténtica conmoción y, junto a esa
conmoción, surgen llamadas a la tranquilidad y a dejar que
se olvide todo el asunto. Yo las he oído
continuamente.
"Solamente es una novela", dicen algunos. "Todo el mundo
sabe que es una ficción. Así que
¿porqué no aceptarla como tal?".
Pues bien, hay algunas razones por las que no podemos
hacerlo. En primer lugar, nada es "sólo una novela". La
cultura
importa. La cultura informa. Siempre estaremos interesados en los
contenidos de la cultura y en su impacto sobre nosotros, con
independencia
de que hablemos de arte, de cine, de
música o
de literatura.
Más concretamente, el autor de este libro tan
especial sugiere que, realmente, hay en él más
trabajo que imaginación, y anima a sus lectores a que
acepten como realidades algunas aseveraciones
problemáticas sobre la historia.
Desde luego, existe una larga tradición
–que data desde los primeros días del cristianismo-
que entreteje los hechos conocidos sobre Jesús con unas
historias imaginarias, comparables a la tradición
judía de la "midrash". Por ejemplo, abundan las leyendas sobre
la Sagrada Familia, Como la que dice que la planta del romero
recibió su dulce aroma como premio, después de que
María pusiera a secar su túnica sobre uno de esos
arbustos durante la huida a Egipto.
A través de los años, el arte cristiano
está lleno de detalles interesantes y a menudo
iluminadores que no están basados en las palabras de la
Sagrada Escritura o en la primitiva tradición cristiana. Y
en las últimas décadas, los escritores de
ficción han ganado lo suyo usando la historia de
Jesús como argumento para sus novelas: La
Túnica, de Lloyd C. Douglas, y El Cáliz de
Plata, de Thomas Costain, son dos ejemplos muy populares
entre otros muchos en los que incidentalmente se trata el tema
del santo Grial.
La ficción histórica es un género muy
popular; pero al escribirla, el autor hace un trato
implícito con el lector. Él o ella prometen que,
aunque en la novela aparecen unos personajes implicados en
actuaciones imaginarias, la trama histórica fundamental es
correcta. De hecho, son muchas las personas que disfrutan leyendo
este tipo de ficción porque es una manera amena de
aprender historia sin gran esfuerzo.
El Código Da Vinci es diferente. En los
ejemplos anteriores, todo el mundo, desde el autor hasta el
espectador o el lector, capta la diferencia entre hechos
conocidos y detalles imaginarios y, cuando la aplica,
confía en una responsabilidad básica y espera una
credibilidad histórica. El Código Da Vinci
presenta los detalles imaginarios y las falsas afirmaciones
históricas como hechos y como resultado de investigaciones
históricas serias que, sencillamente, no lo
son.
Como vimos en el capítulo anterior, Brown ofrece
una extensa bibliografía de los trabajos que ha empleado
al escribir la novela, todos los cuales muestran un barniz
histórico, aunque la mayoría de esos libros no
hablan de historia auténtica.
En la presentación del libro, Brown presenta una
lista de datos contenidos en su novela. Afirma que el Priorato de
Sión es una organización real; y lo mismo dice del Opus
Dei. Y termina afirmando: "Todas las descripciones de obras de
arte, arquitectura y
rituales secretos de esta novela son exactos".
No incluye de modo explícito en su lista las
diversas declaraciones sobre los orígenes del cristianismo
que pueblan la novela, pero están implícitas en la
inclusión de "documentos" que realiza. Y abundando en
ello, Brown pone siempre en boca de sus personajes eruditos (en
especial, las de Langdon y Teabing) todas las aseveraciones sobre
los orígenes del cristianismo; los personajes suelen citar
trabajos contemporáneos reales y basan sus afirmaciones en
frases tales como "los historiadores se asombran de que…" y
"afortunadamente para los historiadores…" y "muchos expertos
afirman…".
Estas disquisiciones funcionan como un recurso para
comunicar ideas de Holy Blood, Holy Grail (el enigma
sagrado), de Margaret Starbird o de algunos otros, y hacerlo de
tal modo que parezcan objetivas y aceptadas por "historiadores" y
"expertos".
Además, Brown se ratifica en las entrevistas como
un experto en sus métodos y
en sus objetivos. Afirma repetidamente que le encanta compartir
sus descubrimientos con los lectores porque desea participar en
el relato de esta "historia perdida". Dicho de otro modo, Brown
sugiere que parte de lo que intenta hacer con El Código
Da Vinci es enseñar una parte de la
historia.
"Hace dos mil años vivíamos en un mundo de
dioses y diosas. Hoy vivimos solamente en un mundo de dioses. En
la mayoría de las culturas, las mujeres fueron despojadas
de su poder espiritual. La novela se relaciona con el cómo
y porqué se produjo ese cambio… y
qué lecciones hemos de aprender respecto a nuestro futuro"
(www.dan-brown.com).
Y, sorprendentemente, los lectores aceptan en gran
medida esas teorías
como si fueran hechos. Para comprobarlo, sólo basta leer
en Amazon.com los comentarios de los lectores, o estudiar
detenidamente las muchas historias que relatan los
periódicos sobre el impacto de este libro. Quizá
empezaste a leerlo porque llegaste incluso a tropezar con
reacciones como esas, entre tu propia familia o tus
amigos.
Pues no; no es "sólo una novela". El
Código Da Vinci se propone enseñar historia en
el contexto de una ficción. Echemos una mirada sobre ese
plan de
estudio.
Capítulo 1
Todo El Código Da Vinci está basado
en secretos: sociedades
secretas, conocimientos secretos, documentos secretos e incluso,
familias secretas.
El secreto más importante, por supuesto, se
refiere a Jesús y a María Magdalena. Los personajes
de Brown afirman con frecuencia que el conocimiento tradicional
cristiano de la vida de Jesús y de su ministerio es falso.
Esto significaría que el Nuevo Testamento, y la base de
ese conocimiento, no merece ser considerado como una fuente de
información.
Ya está. Así lo afirma la novela y no da
más explicaciones. Déjate intrigar por las
posibilidades, si quieres, pero si das crédito alguno a
las supuestas afirmaciones históricas de El
Código Da Vinci, llevarás las cosas a su final
lógico; al rechazo del relato de Jesús que hace el
Nuevo Testamento, de su misión y de los primeros tiempos
del cristianismo.
¿Es una postura razonable? ¿Será
realmente inútil el Nuevo Testamento o, lo que es peor
será un fraude?
Consideremos también esto: ¿Acaso las
fuentes que emplea Brown sobre Jesús son realmente
superiores a las del Nuevo Testamento?
Por ejemplo, todos esos otros "evangelios", de los que
hablan continuamente los personajes de Brown, esos misteriosos
escritos. ¿Hemos de creer que dicen la verdad sobre
Jesús sólo porque ellos así lo afirman?
Veamos.
Evangelios gnósticos
Como ya hemos apuntado, las ideas de Brown sobre
Jesús, María y el Santo Grial proceden de libros
pseudo-históricos como El enigma sagrado y La
revelación de los Templarios. No obstante cuando
describe lo que asegura ser la auténtica naturaleza de la
misión de Jesús y el papel de María
Magdalena en ella, se remite a otras fuentes.
Concretamente, en la página 305 y siguientes, el
personaje del historiador, Teabing, se refiere a Los
Evangelios gnósticos, como pruebas de la
historia que está urdiendo sobre Jesús. Dice que
hablan de "la misión de Cristo en términos muy
humanos" y cita algunos pasajes que describen la estrecha
relación que existía entre Jesús y
María Magdalena, una relación que habría
provocado los celos de los apóstoles.
Según Teabing, todo ello revela el
auténtico papel de María Magdalena como
paladín y preeminente destinataria de la
transmisión de la sabiduría de Jesús, y crea
el marco adecuado para el enfrentamiento entre ella y Pedro, un
enfrentamiento que emana claramente de otras teorías
procedentes de distintos libros.
Pero ¿hacen honor a tal dislate esos escritos?
¿Hemos de confiar en que nos dicen la verdad sobre la
vida, el mensaje y la misión de Jesús? Y ¿es
realmente un ser "humano" encantador el Jesús que nos
presentan, como afirma Brown?
Claramente, los "Evangelios gnósticos", como se
les llama, son documentos reales. Tienen siglos de
antigüedad, desde luego, pero, hablando con propiedad, no
son evangelios, sino el resultado de un movimiento confuso y
difícil de precisar, muy extendido en el mundo antiguo
durante los siglos II y III y cientos de años
después.
El gnosticismo no fue un movimiento organizado. Era
claramente distinto de las sectas gnósticas, pero sus
conceptos y las líneas de pensamiento se infiltraron en
otros sistemas intelectuales
de la época. Se podía comparar con el impacto del
movimiento del "sé tú mismo" americano, y del "saca
lo mejor que hay en ti", de los últimos veinte
años. Parece que, mires donde mires, oyes recomendaciones
tales como "sé tú mismo". Lo verás
impregnado en los programas de
televisión, las películas, la
música, los negocios,
la
educación e incluso, las iglesias. No es un movimiento
organizado, no tiene un liderazgo central, se manifiesta de
distintas formas, unas más explícitas que otras,
pero, claramente, está ahí.
El pensamiento gnóstico, distinto en los
diferentes lugares y épocas, suele implicar unos cuantos
temas constantes:
- El origen de la bondad, de una vida
auténtica, es lo espiritual. - El mundo material y corpóreo es
funesto. - La grave situación de la humanidad se debe
al encarcelamiento de ese "destello" espiritual dentro de la
prisión del cuerpo material. - La salvación –o liberación de
este espíritu aprisionado- se logra alcanzando el
conocimiento ("gnosis" significa
conocimiento). - Son escasas las personas dignas de llegar a ese
conocimiento secreto.
En el mundo antiguo existían infinitas
variaciones del pensamiento gnóstico, algunas de las
cuales incluían jerarquías elaboradas y ritos
complicados.
Inevitablemente, los elementos gnósticos se
abrieron camino dentro de la ideología de algunos cristianos (tal como
el lenguaje
del esfuerzo personal y del "sé tú mismo" se ha
deslizado sigilosamente en el modo en que hablamos de nuestra
fe). Durante los siglos II y III, el gnosticismo tuvo un
atractivo especial y planteó a los pensadores cristianos
su primer desafío teológico real. Generalmente las
versiones gnósticas del cristianismo denigraban al Antiguo
Testamento, rebajaban o negaban la humanidad de Jesús e
ignoraban su pasión y su crucifixión.
Los gnósticos escribían sobre sus
creencias, atraían a sus seguidores y los captaban con su
enseñanza y sus ritos secretos. Durante los primeros
años de su edad adulta, el gran san
Agustín fue miembro de una secta gnóstica
llamada los Maniqueos, que por cierto, abandonó tras haber
comprobado honradamente lo absurdo y lo inconsistente de dicha
enseñanza.
Contra las herejías: Algunos
trabajos de los siglos II y III que proporcionan una
versión sobre la réplica de los cristianos al
gnosticismo; son fáciles de acceder en bibliotecas o en
Internet:
Adversus Haereses, de Ireneo, Adversus Marcionem,
de Tertuliano, y Philosophumena o Refutación de
todas las Herejías, de Hipólito.
Los documentos que Brown emplea para ofrecer la imagen
de Jesús son realmente los mismos que muestran los
seguidores de la versión gnóstica del cristianismo.
Esta corriente de pensamiento se desarrolló durante los
siglos II y III, lo que significa, pues, que aquellos escritos,
que se supone que revelan un conocimiento secreto y
verídico de Jesús, proceden de ese mismo
período: es decir, más de cien años
después de la misión de Jesús y muy
posteriores a cualquiera de los libros del Nuevo Testamento, que
fueron compuestos a finales del siglo I.
Así, con un criterio amplio y honesto, debemos
preguntarnos por qué razón tendríamos que
creer, que esos documentos posteriores nos hablan mejor de
los acontecimientos reales, que los documentos anteriores,
más cercanos a esos acontecimientos.
Los «otros» Evangelios
Estudiemos ahora los dos documentos a los que los
personajes de la novela de Brown prestan una atención
especial: el supuesto Evangelio de Felipe y el supuesto
Evangelio de María, de los cuales extrae Teabing
unos pasajes que indican una íntima y personal
relación entre Jesús y María Magdalena, y
según llos cuales esa relación provocaba los celos
de los apóstoles.
El Evangelio de Felipe es uno de los documentos
hallados en Nag Hammadi, Egipto, en 1945. El sorprendente
descubrimiento, conservado en una vasija, constaba de una
colección de 45 títulos diferentes, excluidas las
copias. Estaban escritos en copto (el lenguaje
egipcio traducido a caracteres griegos), copiados por unos monjes
anónimos, y casi todos incorporaban algunas ideas
gnósticas y varios de ellos reflejan las creencias de los
cristianos gnósticos. Basándose en las
características de algunas envolturas, los expertos opinan
que tales documentos fueron escritos en la segunda mitad del
siglo IV, aunque algunos de los originales, de los que existe
copia, son ciertamente anteriores.
No muy anteriores por otra parte. Según indica
Philip Jenkins en su libro The Hidden Gospels, los
expertos datan El Evangelio de Felipe -del que Teabing lee
un párrafo
sobre María como «compañera» de
Jesús- del 250 d.C. como el más antiguo.
Puede recibir el nombre de «evangelio», pero
difícilmente muestra cualquier
materia en
común con los Evangelios y como la mayoría del
material gnóstico, emplea un estilo completamente
distinto. El lenguaje de los Evangelios canónicos es claro
y firme, y destaca la pasión, muerte y resurrección
de Jesús. El Evangelio de Felipe es un conjunto de
frases inconexas y capciosas en forma de diálogo
que reflejan claramente el pensamiento
gnóstico.
Lo mismo podemos decir de El Evangelio de
María, un texto
procedente también de Nag Harnmadi. Es más corto
que el de Felipe y tiene algo más de trama por
así decirlo. Jesús habla con sus discípulos
antes de partir. María Magdalena trata de animarlos
compartiendo con ellos algunas de las enseñanzas de
Jesús, enseñanzas que algunos apóstoles
aceptan y otros discuten. Estudiaremos con más detalle
este documento, pero ahora tratemos de valorarlo como fuente de
información sobre la vida y enseñanzas de
Jesús.
Parte de lo que María Magdalena describe en este
documento es el ascenso del alma a
través de varias etapas de la vida después de
la muerte.
Refleja claramente el pensamiento gnóstico de finales del
siglo II, y por esta razón, la mayoría de los
expertos lo datan, como mucho en este período.
Brown sostiene la afirmación de su personaje
Teabing, según la cual, los documentos de Nag Hammadi,
así como los Pergaminos del Mar Muerto, relatan la
«verdadera historia del Grial». Esto es realmente
curioso. Dos de los cuarenta y cinco textos de Nag Hammadi
describen una única, pero no por ello menos ambigua,
relación marital entre Jesús y María
Magdalena, un tema que desarrollan las enseñanzas de los
gnósticos; pero no hay mención alguna a la
«historia del Grial», a pesar de lo que él
diga. Además, los Manuscritos del Mar Muerto (descubiertos
en 1947 y no en 1950 como dice Brown) no contienen textos
cristianos en absoluto. Son los textos de una secta
judía eremita, llamada de los esenios, y lamentablemente,
no mencionan a Jesús, a María Magdalena o al
Grial.
Esto es lo que se deduce de esos escritos
gnósticos: tienen valor por lo
que revelan sobre los híbridos cristiano-gnósticos
del siglo II en adelante. Nos indican el modo en que aquellas
comunidades usaron la historia de Jesús que aparece en los
evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas, ampliamente
extendidos a principios del
siglo II y los manipularon a su conveniencia, hablándonos
incluso sobre los conflictos
surgidos en el interior de aquellas comunidades.
Y con todo, estos escritos gnósticos no nos
ofrecen una información independiente y objetiva sobre
Jesús de Nazaret y sus primeros seguidores.
El experto en Sagrada Escritura John P. Meier resume el
consenso general entre los eruditos en su libro Un
judío marginal, cuando escribe:
«Lo que vemos en estos últimos documentos
es… la reacción frente al Nuevo Testamento o la
reelaboración de sus escritos por… los gnósticos
cristianos con el fin de desarrollar un sistema místico
especulativo. Su versión de las palabras y los hechos de
Jesús pueden incluirse en unos «escritos sobre
Jesús», si se entiende sencillamente como nada que
cualquier fuente antigua pueda identificar como procedente de
Jesús. Tales escritos son la red barredora de Mateo (ver
Mateo 13, 47 a 48), según el cual, los peces buenos
de la tradición primitiva deben ser seleccionados para el
acerbo de una seria investigación histórica, mientras
que los peces malos de la posterior invención y de la
manipulación deben ser devueltos al turbio mar de las
mentes que carecen de sentido crítico. Nos hemos sentado
en la playa, hemos sacado la red y hemos arrojado de vuelta al
mar los agrapha, los evangelios apócrifos y el
Evangelio de Tomás».
Así, devolvamos al turbio mar los
«evangelios» de Felipe, de María y de
Tomás. Simplemente, no sirven para intentar comprender la
misión de Jesús y la forma del cristianismo
primitivo.
Capítulo 2
¿Quién
seleccionó los Evangelios?
Si vais a aprender de El Código Da Vinci
algo de historia del cristianismo primitivo, aquí
tenéis la lección de hoy:
Jesús fue un hombre sabio,
un mortal, sobre cuya vida se han escrito muchos -miles- relatos
durante aquellos primeros siglos. De hecho, más de ochenta
evangelios, pero ¡solamente cuatro fueron incluidos en la
Biblia! ¡Y lo hizo el Emperador Constantino en el
325!
Luego, a consecuencia del Concilio de Nicea -nos hace
saber El Código Da Vinci-, aquellos miles de
trabajos que presentaban a Jesús como un maestro humano
fueron suprimidos por meras motivaciones políticas,
y, como dice el personaje de Langdon, los que defendían la
historia de un Jesús, maestro mortal -que según
dice, era la historia original de Cristo-, fueron llamados
«herejes».
Hasta este momento, hemos intentado realmente mantener
un tono ponderado y objetivo en nuestro tratamiento, pero,
llegados a este punto, no podemos continuar.
Esto es un error y más que un error. Es una
fantasía, y ni siquiera la investigación más
profana y la universidad menos
religiosa posible apoyarían el relato de Brown sobre la
formación del Nuevo Testamento.
No es historia seria y no podemos tomarla como tal.
Observemos su peculiar interpretación del pasado con mayor
atención, para captar todo lo que hay en las
páginas de esta novela tan «objetiva». Y
aprovechemos la oportunidad de aprender la historia mucho
más interesante de cómo el Nuevo Testamento
llegó a serlo.
Un desarrollo no
tan sorprendente
En El Código Da Vinci, el erudito Teabing
deja aparentemente atónita a Sophie cuando le anuncia:
«La Biblia no nos llegó impuesta desde el
cielo» (p. 287). Se supone que esta es una noticia
sorprendente, con la que contrasta su relato de lo que
«sucedió en realidad».
La consecuencia es que, si la Biblia realmente no nos
cayó de las nubes completa, acabada y con un útil
índice de materias escrito por Dios, la única
alternativa que nos queda es pensar que la formación de la
Escritura fue un proceso en el
cual pasajes igualmente válidos de la vida de Jesús
fueron aceptados o descartados por gentes movidas por el deseo de
poder.
Pues bien: sencillamente, eso no
sucedió.
Podéis estar seguros de que el proceso -el
establecimiento del Canon de la Sagrada Escritura- no es secreto.
Uno puede sacar un libro de la biblioteca y
enterarse de toda la historia en cuestión de minutos. Y
sobre todo, la participación humana no disminuye la
santidad de los libros.
Después de todo, Jesús no nos dejó
una Biblia cuando subió al cielo. Dejó una Iglesia:
los apóstoles, María su madre, y otros
discípulos entre los que había hombres y mujeres.
Tan esencial como es la Biblia para los cristianos como
fundamento y fuente segura de la revelación, es importante
destacar que durante aquellas primeras décadas, los
cristianos vivían, aprendían y rezaban sin el Nuevo
Testamento. Habían recibido la fe por reflejo del Antiguo
Testamento y por medio de la enseñanza oral, esa fe
enraizó con el testimonio de los apóstoles; y esta
fe fue moldeada y alimentada a través de sus encuentros
con el Señor vivo en el bautismo, en la Cena del
Señor, en el perdón de los pecados y en la vida
compartida con otros cristianos.
Y no por otro camino que el de esta iglesia llegaron los
libros del Nuevo Testamento: el testimonio escrito finalmente por
los testigos de Jesús, cribado y concreto.
¿No llegó un fax del cielo?
No hay problema. Quizá fue una gran noticia para la pobre
Sophie, pero no es una novedad para nosotros.
Dichos e historias
Desde los primeros inicios, algunos textos cristianos
fueron valorados por encima de otros.
Y lo fueron por varias razones: tenían su origen
en la primera época apostólica; conservaban con
exactitud las palabras y los hechos de Jesús;
podían emplearse en la liturgia, la predicación y
la enseñanza para comunicar fielmente la fe en
Jesús a toda la comunidad
cristiana.
Por favor, advierte la ausencia de «referencias al
sagrado femenino» o de «injurias al poder de las
mujeres» en la lista.
De todos modos, hacia la segunda mitad del siglo II, los
cristianos ya se habían afianzado en lo que
llegaría a llamarse «la regla de la fe»: dos
importantes conjuntos de
escritos: los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y las
Cartas de
Pablo.
¿Cómo sabemos que aquellos trabajos fueron
los seleccionados? Porque se leían en el culto y aparecen
referencias a ellos en los escritos de los Padres cristianos que
han llegado hasta nosotros.
Es realmente importante apuntar que a pesar de lo que
dice Brown, no había ochenta evangelios en
circulación. De hecho, ese número carece
absolutamente de base.
Seguramente existieron otros evangelios junto a los
cuatro de nuestro Nuevo Testamento. Lucas lo indica claramente al
comienzo del suyo:
«Ya que muchos han intentado narrar ordenadamente
las cosas que se han cumplido entre nosotros… me pareció
también a mí, después de haber estudiado
todas las cosas con exactitud desde los orígenes,
escribírtelo por su orden, distinguido Teófilo,
para que conozcas la firmeza de las enseñanzas que has
recibido».
«Evangelio» significa
literalmente «buena nueva». El Evangelio es la Buena
Nueva de nuestra salvación por medio de Jesucristo. Los
Evangelios son relatos escritos de esa Buena
Nueva.
Los expertos creen que el conjunto de los dichos y
enseñanzas de Jesús sirvió de fuente a los
Evangelios, y que hubo unos pocos -El Evangelio de Pedro, El
Evangelio de los Egipcios y El Evangelio de los
Hebreos- que tuvieron un uso muy limitado.
El hecho es que, incluso ya a mediados del siglo II, los
Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron las fuentes
primitivas que usaron los primeros cristianos para difundir la
historia de Jesús a través de la enseñanza y
el culto.
Igualmente interesante es otra clase de
escritos que mucho antes de que fueran escritos los Evangelios,
leía la comunidad cristiana durante el culto: las cartas
de Pablo.
Es cierto. Los primeros libros escritos del Nuevo
Testamento fueron las cartas de Pablo, quizá la 1
Tesalonicenses, escrita aproximadamente en el año 50 d.C.
Pablo se convirtió en seguidor de Cristo dos o tres
años después de la muerte y resurrección de
Jesús, y pasó el resto de su vida viajando, creando
comunidades cristianas a lo largo de todo el Mediterráneo
y como sabemos, murió mártir en Roma.
Escribió numerosas cartas a las comunidades que
había fundado y posteriormente, aquellas comunidades
empezaron a hacer copias de las cartas y a enviarlas a otros
cristianos. De hecho, la colección de cartas de Pablo
circulaba ya entre ellos al final del siglo I.
En la novela, Teabing describe un
«legendario Documento Q», de la enseñanza de
Jesús, escrito quizá por su propia mano, cuya
existencia admite incluso el Vaticano. La verdad sobre
«Q», no es tan sorprendente. Existe una gran cantidad
de material que comparten Mateo y Lucas, no Marcos. La hipótesis de los expertos sugiere que
podrían haber empleado una fuente documental común,
llamada «Q», por quelle, la palabra alemana para
«fuente». El Vaticano -junto con otras muchas
personas- está completamente de acuerdo con su posible
existencia.
Ahora, volvamos atrás y veamos hasta dónde
hemos llegado.
Desde muy pronto, los relatos de la vida de Jesús
-que con el tiempo fueron reunidos en los cuatro Evangelios que
hoy tenemos-, circulaban entre los cristianos, que los
consideraban un relato fiel de la vida del Cristo vivo y un
auténtico punto de encuentro con Él. También
estaban difundidas las cartas de Pablo, que se usaban para el
culto, junto a textos del Antiguo Testamento. Los escritores
cristianos los citan con frecuencia. La historia que nos
transmiten de Jesús -como Aquel a quien Dios envió
para reconciliar al mundo, que padeció, murió y
resucitó, y ahora reina como Dios y Señor- fue la
historia que moldeó el pensamiento, el culto y la vida de
los primeros cristianos.
Hablando con propiedad, no existieron
«miles», de documentos que «informaran de Su
vida como hombre mortal», ni existieron otros
ochenta evangelios que, como dice un personaje de la novela, a
partir de los cuales se eligiera solo algunos, como si se tratara
de un conjunto de códices y pergaminos en la mesa de
reunión de un consejo de administración. De eso estamos
completamente seguros.
Volviendo a los Evangelios (que es nuestro asunto
principal), no cabe duda de que los que hoy tenemos fueron
considerados como normativos por la comunidad cristiana a
mediados del siglo II. Escritores cristianos como Justino el
Mártir, Tertuliano e Ireneo -que escribieron y
enseñaron en su tiempo en Roma, África del Norte y
Lyon (en lo que ahora es Francia), respectivamente- se refieren a
los cuatro Evangelios que conocemos ahora como las primeras
fuentes de
información sobre Jesús.
Sencillamente, Constantino no lo hizo.
Innumerables traducciones, adiciones y
revisiones
Según relata la novela, en su conferencia sobre
la historia de la Biblia, después de afirmar que la
Escritura no llegó por fax, Teabing alerta a Sophie sobre
las «innumerables traducciones, adiciones y revisiones.
Históricamente, nunca ha habido una versión
definitiva del libro».
Bien, de acuerdo, si por «definitivos»
quieres decir «textos absolutamente originales escritos por
la mano de su autor».
De nuevo, esto es lo que llamamos «sofisma»:
un aspecto que aparece en una argumentación y que es
increíble.
Ciertamente, existen muchos manuscritos del Nuevo
Testamento y muchos fragmentos de los libros: más de cinco
mil fragmentos de los primeros siglos del cristianismo, el
más antiguo fechado en el 125 a 130 d.C., junto a
más de treinta datados a finales del siglo II o primeros
del III, que contienen «gran cantidad de libros enteros, y
dos que contienen la mayoría de los evangelios, los Hechos
o las cartas de Pablo» (Craig Blomberg en Reasonable
Faith, de William Lane Craig).
En esos manuscritos aparecen algunas variaciones
insignificantes, pero es importante apuntar lo
siguiente:
«Las únicas variaciones del texto que
afectan a más de una frase o dos (y la mayoría
afectan solamente a una palabra aislada o a una frase) son Juan
7,53; 8,11 y Marcos 16, 9-20… Pero, sobre todo, el 97 a 99 %
del Nuevo Testamento puede ser reconstruido más
allá de cualquier duda razonable».
Ahora, si os tomáis la molestia, atended a
esto:
«De la Guerra de las Galias
(aproximadamente, 50 a.C.) solo hay nueve o diez manuscritos
fiables, y el más antiguo data de novecientos años
después de los sucesos que relata. Solo sobreviven treinta
y cinco libros de los ciento cuarenta y dos de la historia de
Roma de Livio, y de los veinte manuscritos, solo uno data del
siglo IV (Livio vivió desde el 64 a.C. hasta el 12 d.C.).
De los catorce libros de la historia de Roma de Tácito
solamente tenemos cuatro y medio en dos manuscritos que se
remontan a los siglos IX y X. El caso es, sencillamente, que
existe la evidencia de que los autores del Nuevo Testamento
aventajan en tiempo a la documentación que poseemos de cualquier
otro escrito antiguo. No hay base para afirmar que las ediciones
clásicas del Nuevo Testamento griego no siguen fielmente
lo que los escritores del Nuevo Testamento escribieron en
realidad».
Los cristianos sabemos que nuestras Escrituras son el
resultado de la acción
de Dios a través de instrumentos humanos. Esos
instrumentos son imperfectos, limitados, pero el caso es que el
testimonio de los manuscritos del Nuevo Testamento es, en gran
parte, el de unos relatos antiguos y convincentes, cuyas
variaciones manuscritas no alteran el significado del
texto.
La formación del Canon
Ahora bien, ciertamente hubo otros libros que circulaban
entre las comunidades cristianas e incluso, se usaban en la
liturgia. Textos instructivos como Didache y El Pastor
de Hermas. Hubo cartas de otros apóstoles o de los que
estaban unidos a ellos. La Primera Carta de
Clemente, escrita alrededor del 96 d.C. desde la Iglesia de
Roma a la Iglesia de Corinto, estuvo ampliamente difundida,
especialmente en Egipto y en Siria. Incluso hubo otros textos que
con el título de «evangelios» emplearon varias
comunidades cristianas: por ejemplo, un Evangelio de los
Hebreos, un Evangelio de los Egipcios y un
Evangelio de Pedro.
¿Por qué no figuran hoy en nuestro Nuevo
Testamento?
Existen razones que es preciso aclarar aquí
frente a esas otras que no tienen nada que ver con las
maquinaciones políticas que sugiere Brown, ni nada que ver
con el Concilio de Nicea o de Constantinopla. Es también
importante señalar que los textos gnósticos en los
que Brown centra su teoría nunca fueron
considerados canónicos excepto por los autores
gnósticos que los escribieron.
Como sucede en muchas ocasiones a lo largo de la
historia del cristianismo, el motivo para determinar qué
libros eran aceptables para su uso en el culto fue la respuesta
de la Iglesia a un desafío.
Canon: De una palabra griega que
significa «regla», es el grupo de
libros reconocido por la Iglesia como inspirados por Dios y
autorizados para ser empleados por toda la
Iglesia.
El desafío se produjo a mediados del siglo II y
tomó dos direcciones: la del movimiento que trataba de
reducir drásticamente el número de libros
reconocidos como Sagrada Escritura, y la del movimiento que
trataba de añadir otros libros.
El primer tipo de oposición procedía de un
hombre llamado Marción. Marción, hijo de un obispo
que, por cierto lo excomulgó, organizó un
movimiento en Roma a favor de sus creencias que, entre otros
puntos rechazaba al Dios que describe el Antiguo Testamento.
Enseñaba que las únicas Escrituras válidas
para los cristianos eran solo diez cartas de San Pablo y una
versión corregida del Evangelio de
Lucas.
Puede resultar sorprendente el hecho
de que Marción fuera hijo de un obispo, especialmente por
la afirmación de Brown sobre la enemistad del cristianismo
primitivo hacia el matrimonio y la
sexualidad. En
la cristiandad oriental, tanto católicos como ortodoxos
pueden casarse. Esta tradición se remonta a la
antigüedad. Por ejemplo, san Patricio de Irlanda era hijo de
un diácono y nieto de un sacerdote.
El segundo tipo de oposición partió de los
gnósticos, ya estudiados en el capítulo anterior, y
de otra herejía llamada montanismo. Tales versiones del
cristianismo tenían sus propios libros, como hemos visto,
y la pregunta surge inmediatamente: ¿Qué lugar
ocupan? ¿Representan un conocimiento válido de
Jesús?
La presión
venía por ambos lados: Marción deseaba eliminar
libros; los gnósticos exigían la misma autoridad para
los suyos. Obviamente, era necesaria una
definición.
Lo primero, pongamos en claro un punto. La necesidad de
la definición no surgió porque las personas que
estaban en el poder sintieran amenazada su posición.
Durante ese período, el cristianismo era una
minoría religiosa, perseguida periódicamente por
las autoridades romanas, y cuyos seguidores arriesgaban mucho
-incluidas sus vidas- para ser fieles a la fe en Cristo.
Permanecer fiel al Evangelio no era beneficioso. Si acaso, era
todo lo contrario.
No; la necesidad de la definición nació
por la gravedad de las consecuencias de aceptar tanto las ideas
de Marción como la idea gnóstica de Cristo. Ambas,
cada una por su lado, ofrecían una explicación
distinta que rebajaba la persona de Jesús y su
enseñanza. Ambas separaban tajantemente al cristianismo de
sus raíces judías, y en especial el gnosticismo
despojaba a Jesús de su humanidad. Ningún relato
gnóstico-cristiano incluye la Pasión y Muerte de
Jesús. Ambas presentaban una imagen de Jesús
profundamente ajena a los recuerdos que los primeros cristianos
guardaban de Él, recuerdos que están documentados
en los cuatro Evangelios, en Pablo y en la vida de la Iglesia que
iba desarrollándose.
En respuesta a estos desafíos, los líderes
cristianos empezaron a definir con mayor claridad los libros
apropiados para su uso en las Iglesias cristianas en la liturgia
y en la catequesis. Durante un par de siglos, esto se hizo a
través de estudios en común y de las definiciones
de cada obispo. Los Evangelios y las cartas paulinas eran el
núcleo comúnmente aceptado. Algunos obispos,
especialmente los de Occidente, pensaban que la carta a los
Hebreos no era aceptable, y algunos obispos orientales no estaban
seguros sobre el Apocalipsis o Libro de la
Revelación.
Sin embargo, las dudas no versaban sobre el
mérito espiritual de esos libros. Las dudas estaban
siempre relacionadas con la calidad implícita de este
proceso desde el principio: ¿Qué libros encarnaban
mejor quién era y es Jesús para toda la Iglesia?
¿Proceden esos libros de la época de los
apóstoles? ¿Coinciden los Evangelios lo que nos
dicen de Jesús? ¿Son edificantes para el conjunto
de la Iglesia o tienen un interés más
local?
No; a lo mejor estáis pensando que
discutían sobre: ¿No contendrán una historia
secreta sobre Jesús y María Magdalena que debemos
ocultar al mundo?». No. Ese no parecía ser el
problema.
Con el tiempo, cuando el cristianismo estuvo más
asentado, y desaparecida la amenaza de la persecución, los
líderes cristianos fueron capaces de reunirse y tomar
decisiones para una Iglesia más extensa. El Concilio de
Laodicea, alrededor del 363 d.C., confirmó la
enseñanza y los usos seculares de la Iglesia por medio de
una lista de libros canónicos que incluían todos
los que conocemos, excepto el Apocalipsis. En el 393, un concilio
reunido en Hipona, en el norte de África,
estableció el Canon -incluyendo el Apocalipsis-, tal y
como lo conocemos hoy, y declaró que aquellos libros eran
los libros que debían leerse en los templos en voz alta y
añadiendo, y es importante apuntarlo, que en el día
de la fiesta de los mártires, también debía
leerse el relato del padecimiento y muerte del mártir.
Esto era varios años después del decreto de
Constantino.
Resumiendo: repasemos el proceso una vez más: Los
apóstoles y otros discípulos fueron testigos de la
predicación de Jesús, de su ministerio, de sus
milagros, de sus padecimientos, de su muerte y de su
resurrección. Guardaron lo que habían visto y
oído y lo transmitieron. Desde su aparición, los
primeros textos escritos fueron constantemente comparados con la
antigua historia relatada por los primeros testigos. Finalmente,
frente a las nuevas enseñanzas surgidas en directa
contradicción con los antiguos testimonios, los
líderes de la Iglesia declararon que, por estar ligados a
los apóstoles y coincidir con los antiguos testimonios,
estos libros son los apropiados para el uso en el culto y para
transmitir la fe en Jesús.
No hay secreto, podemos añadir. No hay unos
conocimientos ocultos que los obispos hayan ido pasando de mano
en mano por orden del emperador Constantino. El proceso estaba
ahí, a la vista, desde los testimonios originales hasta la
gradual definición del canon.
Y no fueron suprimidos miles de relatos sobre
Jesús, ni tampoco ochenta evangelios. En una novela,
quizá, pero no en la realidad.
¿Y qué?
Puede parecer un punto de poca importancia, pero no lo
es. Muchos lectores se han sentido desconcertados por la
versión de la historia que ofrece El Código Da
Vinci. Parece insinuar que la Biblia que hoy tenemos es el
resultado del rechazo desleal hacia los relatos válidos de
Jesús por parte de los líderes de la Iglesia, que
se veían amenazados por ellos.
Como habéis visto, no fue así. Sí;
las manos humanas desempeñaron un papel en el
establecimiento del Canon, pero sus decisiones no fueron
motivadas por el deseo de oprimir a las mujeres o de conservar el
poder. Se vieron en la obligación -muy seriamente asumida-
de asegurarse de que la vida y el mensaje de Jesús fueran
absoluta y exactamente preservados para las futuras generaciones
en un Canon inspirado por el Espíritu
Santo según la fe cristiana. Por supuesto, hubo libros
que no se incluyeron. Unos porque no eran de aplicación
universal, o porque sus huellas no se remontaban a los tiempos
apostólicos. Otros fueron rechazados porque solamente eran
descripciones de Jesús -difícilmente reconocible
como el mismo Jesús que encontramos en los Evangelios y en
Pablo- en intentos para situarlo en filosofías y
movimientos espirituales nuevos.
Capítulo 3
Según El Código Da Vinci, el
cristianismo que conocemos hoy no es obra de Jesús y sus
discípulos, sino del emperador Constantino, que
reinó en el Imperio Romano en
el siglo IV.
¿Es cierto?
¿Es preciso deletreado? Por supuesto que
no.
Ciertamente, el cristianismo moderno puede ser diverso,
pero el núcleo de la fe cristiana es la creencia en que
Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, es el Único
a través del cual Dios se reconcilió con el mundo
-y con cada uno de nosotros-, y que la salvación (la
participación en la vida de Dios) se alcanza a
través de la fe en Jesús, que no está
muerto, sino que vive.
Hablando a través de los personajes de su libro,
Brown pretende hacemos creer que la fe es una creación de
un emperador romano del siglo IV. En su opinión (explicada
por Teabing), esto es lo que sucedió:
Jesús fue venerado como un sabio maestro humano.
Los escritos que exaltaban su humanidad fueron ampliamente
difundidos. Recordemos, «miles de ellos». Cuando
Constantino llegó al poder, se sintió inquieto por
los conflictos entre el cristianismo y el paganismo que
amenazaban con dividir su Imperio. Así que eligió
el cristianismo, y reunió en el Concilio de Nicea a
cientos de obispos a los que obligó a afirmar que
Jesús era el Hijo de Dios, y eso fue todo.
Sinceramente, esto es muy extraño.
Veámoslo poco a poco, y luego tratemos del tema crucial de
la divinidad de Jesús.
Constantino
Constantino (aproximadamente. del 272 al 337 d.C.)
inició su reinado como emperador romano en el 306 d.C. y
asentó su poder en el 312 d.C. al vencer a un rival en la
famosa batalla de Puente Milvio, en la que se sintió
fortalecido e inspirado por una visión que
consideró cristiana.
No está claro lo que
Constantino vio ni cuándo (si antes de esta batalla o
después de alguna otra). Algunas versiones dicen que se
trató de «chi-ro», las letras griegas
«x» y «r» combinadas, que son las dos
primeras letras de Cristo
«Xç». Otros
relatos dicen que fue una cruz.
Hasta ese momento, la práctica de la doctrina
cristiana era esencialmente ilegal en el Imperio Romano y de
hecho, solo unos años antes (303 a 305 d.C.), los
cristianos habían sufrido una persecución
especialmente despiadada en todo el Imperio bajo el reinado de
Diocleciano.
(Sería oportuno detenemos aquí y
preguntamos el motivo de que el Imperio Romano encarcelara y
torturara a los que permanecían fieles a un maestro sabio,
si Jesús no era más que eso. Y ¿por
qué habían de ser una amenaza para el Imperio los
seguidores de aquel maestro sabio? En el Imperio abundaban los
sistemas y las escuelas filosóficas. No estaban
perseguidas. ¿Por qué lo era el
cristianismo?).
Por alguna razón -quizá una tenue luz de la
verdadera fe, la presencia de cristianos en su propia familia o
alguna misteriosa estrategia
política-,
una de las primeras actuaciones de Constantino fue la de publicar
un edicto de tolerancia del
cristianismo, que daba fin a las persecuciones al menos por el
momento.
Es cierto que durante su reinado, Constantino
amplió no solo la tolerancia, sino sus preferencias por el
cristianismo. Los motivos no están claros. Deseaba
unificar el Imperio, seriamente agitado durante un siglo por las
divisiones y los continuos conflictos. Ciertamente, la
religión representaba un instrumento en aquel proyecto, y,
quizá, él detectaba la fuerza del
cristianismo y el declive del poder tradicional de la
religión romana. Quizá influyeron los pensadores
cristianos que tenían acceso a él, y posiblemente
alguien de su propia familia, pero parece que finalmente,
Constantino decidió hacer del cristianismo la única
fuerza unitiva.
Todo ello resulta muy extraño para nosotros,
acostumbrados como estamos a la separación entre la
Iglesia y el Estado, una
situación que sencillamente, no existía en el mundo
antiguo ni en ninguna cultura. Cualquier Estado se
sabía apoyado en cierto modo por el favor divino, con la
subsiguiente responsabilidad de apoyar, a su vez, a las instituciones
religiosas. Hasta Constantino, aquellas instituciones
habían sido los templos de los dioses romanos. Cuando
Constantino cambió de opinión y apoyó a la
cristiandad, asumió, naturalmente, la misma actitud
respecto a las instituciones cristianas, financiando la construcción de templos e interviniendo en
los asuntos de la Iglesia de un modo hoy sorprendente para
nosotros.
Brown dice que Constantino hizo del
cristianismo la religión oficial del Imperio Romano. No lo
hizo. Proporcionó un fuerte apoyo imperial al
cristianismo, pero el cristianismo no llegó a ser la
religión oficial del Imperio Romano hasta el reinado del
Emperador Teodosio, que gobernó desde el 379 d.C. hasta el
395 d.C.
El Concilio de Nicea
Ciertamente, Constantino hizo convocar el Concilio de
Nicea en el 325 d.C. en Asia Menor, la
zona que hoy conocemos como Turquía. En realidad, fue la
segunda reunión de obispos que convocó durante su
reinado. Aunque no todos acudieron, y apenas alguno de Occidente,
el propósito del Concilio era el de adoptar decisiones que
afectaran a toda la Iglesia, por lo que se le llamó
«Concilio Ecuménico».
Pero ¿por qué? ¿Por qué lo
hizo Constantino? Pues bien, según Brown, lo hizo con
objeto de hacer más poderosa y más eficaz a la
cristiandad según convenía a sus
propósitos.
Un Concilio Ecuménico es la
reunión de los obispos de toda la Iglesia. Cada uno acude
desde las diócesis que ocupa. Los católicos
reconocen veintiún concilios ecuménicos. Empezando
por el Concilio de Nicea y terminando con el Concilio Vaticano II
(1962 a 1965).
Un mero maestro mortal como Jesús no tenía
valor para él, pero si era el Hijo de Dios podría
serle útil.
Realmente, hemos de detenernos y considerarlo.
Trescientos obispos se reúnen en Nicea, obispos que,
según el relato de Brown, creen que Jesús fue un
«profeta mortal».
Constantino les dice que declaren que Jesús es
Dios.
Y ellos dicen: de acuerdo. Todos ellos.
De nuevo tenemos que decir: no, en absoluto. No por que
lo digan las fuentes: simplemente porque no fue
así.
¿Por qué no es lógico? Quizá
porque cuando examinas lo que hacían los obispos antes de
reunirse en Nicea no nos mostraban un Jesús como
«profeta mortal» en las liturgias que celebraban, ni
en los tratados que
escribían y usaban, ni en las Escrituras (perfectamente
establecidas por ellos) desde las que predicaban y
enseñaban.
¡Jesús es el
Señor!
¿Es cierto que, trescientos años antes de
Nicea, lo que llamamos la cristiandad consistía realmente
en pasarse de mano en mano la sabiduría del profeta
Jesús?
No. De hecho, el cristianismo nunca lo hizo.
Cuando examinamos los Evangelios y las cartas de Pablo,
todo datado entre el 50 d.C. y el 95 d.C., lo que encontramos es
una muestra coherente de descripciones de Jesús
como un ser humano en el que Dios mora de un modo
único.
Los Evangelios muestran con toda claridad que los
apóstoles no llegaron a conocer la identidad de
Jesús hasta después de la Resurrección.
Estaban continuamente confusos, equivocados y naturalmente,
seguían siendo unos judíos
fieles, capaces de pensar sobre Jesús solamente dentro de
un contexto accesible a ellos: como profeta (sí), maestro,
«hijo de Dios» y «Mesías». En el
ambiente
judío, ninguno de estos términos implicaba una
naturaleza divina, sino, más bien, el sentimiento de que
era un ser elegido por Dios.
Sin embargo, a la luz de la Resurrección,
comprendieron lo que Jesús les había insinuado
durante su ministerio y que por fin afirmó
explícitamente, como relata Juan en los capítulos
14 a 17 que Él y el Padre son uno.
Si leéis el Nuevo Testamento, lo
encontraréis expresado de distintos modos: en los
Evangelios; en el recuerdo de la concepción única y
virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo (ver
Mateo 1-2; Lucas 1-2); en todos los relatos del bautismo de
Jesús y de la Transfiguración; en la
actuación de Jesús perdonando los pecados, lo que
provocó el escándalo porque «solo Dios puede
perdonar pecados)) (ver Lucas 7, 36-50; Marcos 2, 1-12); y en
varios pasajes esparcidos a través de los
sinópticos y de Juan, en los que Jesús se
identifica con el Padre de un modo que implica que, cuando nos
encontramos con Jesús, nos encontramos con Dios en su
misericordia y en su amor (ver Mateo 10,40; Juan
14,8-14).
Si recorres los Hechos de los Apóstoles y
las cartas de Pablo, que describen a la Iglesia primitiva y
reflejan la predicación apostólica, no
podrás evitar llegar a la convicción, que se
encuentra en el núcleo de esa predicación, de que
Jesús es el Señor -no solo un gran maestro o un
hombre sabio-. (Lee 1 Colosenses o 2 Filipenses, por ejemplo,
datadas ambas un par de décadas después de la
Resurrección).
(Por cierto. el tema de esta sección no es
«demostrarte» que Jesús es una Persona divina.
Es hacerte ver que los primeros cristianos le daban culto como
Dios, y que no eran sus seguidores por considerarle un sabio y un
maestro mortal. Descifrar lo que tú crees sobre
Jesús no depende de mí, ni ¡por todos los
santos! de Dan Brown. ¡Encuéntrate con Jesús,
no a través de una novela, sino a través de los
Evangelios!).
Se profundizó en aquel conocimiento de que
Jesús comparte su naturaleza con Dios alrededor de los
siglos siguientes, como demuestra un rápido estudio de
cualquier grupo de escritos de ese período. Por poner un
ejemplo, Taciano, un escritor cristiano que vivió en el
siglo II, escribe: «No actuamos como locos, ¡oh
griegos!, ni contamos historias vanas, cuando anunciamos que Dios
nació en forma de hombre» (Oratio ad Graecos,
p. 21).
Como hemos visto, a lo largo de esos siglos, los
maestros cristianos ya habían tenido que aclarar la fe en
Cristo frente a las herejías. Una de ellas, que
ocasionó un problema en el siglo II, fue el
«docetismo», nombre que se deriva de una palabra
griega que significa «Me parece». Los docetistas
afirmaban que Jesús era Dios, pero excluían toda
humanidad real. Creían que su forma humana y sus
sufrimientos no fueron auténticos, sino solamente una
visión. La existencia del docetismo demuestra, de un modo
exagerado que la divinidad de Jesús estaba muy asentada
antes del siglo IV.
No es este el lugar adecuado para explicar el
significado y las implicaciones de las naturalezas divina y
humana de Jesús sino simplemente para señalar lo
profundamente equivocado que es el relato de Brown cuando se
refiere a lo que pensaban los cristianos respecto a
Jesús.
Afirma Brown que Constantino fue el inventor de la
noción de la divinidad de Jesús en el siglo IV.
Como demuestran los testimonios del Nuevo Testamento y aclaran
los tres primeros siglos de doctrina y culto cristianos no fue
así. Y si estamos realmente interesados en lo que
enseñaban y creían los primeros cristianos
sería mucho mejor que acudiéramos a una fuente
original en lugar de a una novela popular.
¿Cuál es esa fuente? El Nuevo Testamento
por supuesto, que cualquier persona seriamente interesada en
estos temas debería leer, estudiar y
reflexionar.
Y no olvidéis esto. Cuando Brown cuestiona la
persona de Jesucristo en El Código Da Vinci
jamás cita algún libro del Nuevo Testamento.
Jamás.
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