- Introducción al autor y su
obra - Los alegres muchachos de
Atzavara - Marco de la acción:
España tardofranquista - Recuperación de la memoria
histórica - Bibliografía
I)
INTRODUCCIÓN AL AUTOR Y SU OBRA
Manuel Vázquez Montalbán nació en
Barcelona en 1939, en la calle Botella, del barcelonés
barrio del Raval, muy presente en su obra. La política y la
crítica
social fueron también una constante a lo largo de su
extensa producción. Licenciado en Filosofía
y Periodismo,
fue procesado y condenado a tres años de prisión
por sus actividades antifranquistas. Escribió en la
cárcel su primer libro,
Informe sobre la información (1963), y a partir de
ahí desarrolló una prolífica obra como
poeta, novelista, ensayista y periodista, que abarca un centenar
de títulos.
Fue militante y dirigente del Partit Socialista Unificat
de Catalunya (PSUC). Su prestigio se inició como
periodista en las páginas de Siglo XX.
Colaboró además con revistas y diarios para los que
escribía artículos sobre la actualidad
española: Hermano Lobo, Triunfo, El
País, Interviu y La
Vanguardia.
En lo que respecta a su actividad poética,
pertenece al grupo de los
"novísimos", y con él se abre la antología
de Josep Maria Castellet Nueve novísimos. Es autor
también de una de las obras más destacadamente
renovadoras de la poesía
española actual, reunida íntegramente en el
volumen
Memoria y deseo (1986).
Deshace el mito de la
subcultura y se inicia así, no tanto la contracultura,
como una nueva percepción
más democrática de lo cultural. Una educación
sentimental (1967), Movimientos sin éxito
(1970) y Manifiesto subnormal (1970) son tres libros
radicalmente renovadores.
Como ensayista destaca Crónica sentimental de
España (1971) y Mis almuerzos con gente
inquietante (1984).
Entre sus novelas destacan,
El pianista (1985), Los alegres muchachos de
Atzavara (1987), El estrangulador (1994) y, por encima
de todo, Galíndez (1990), su novela más
ambiciosa y conseguida. En 1972 aparece por primera vez el que
pronto será el genial y popular detective Pepe Carvalho,
verdadera institución nacional, en Yo maté a
Kennedy, y reaparecerá en novelas como Tatuaje
(1974), La soledad del mánager (1977), Los mares
del Sur, Asesinato en el Comité Central (1981),
El delantero centro asesinado al atardecer, Quinteto de
Buenos Aires y, hermosa y terrible coincidencia, Los
pájaros de Bangkok, publicada hace exactamente veinte
años.
Vázquez Montalbán ha sido traducido a los
principales idiomas. Ha reunido sus narraciones en el volumen
Pigmalión y otros relatos (Seix Barral, 1987), y
algunos de sus ensayos en el
volumen Escritos subnormales (Seix Barral, 1989). Su obra
ha sido galardonada con distintos premios
internacionales:
1981, Premio Internacional concedido en París a
Los mares del Sur;
1989, Premio de la Crítica de la RFA a El
balneario;
1989, Premio Recalmare, concedido en Palermo por un
jurado presidido por Leonardo Sciascia, a El pianista y a
Asesinato en el Comité Central.
Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1991 por
la novela
Galíndez sobre el asesinato del político en
la República Dominicana; el Premio Planeta por Los
mares del sur (1978), el Internacional de Literatura
Policíaca en Francia y el
Premio de la Crítica.
Vázquez Montalbán ha sido el creador del
prototipo del detective español:
Pepe Carvalho, el más humano de los detectives conocidos.
Lo creó en 1975, y en su última entrega, una novela
inédita de 1.000 páginas que se titula
Milenio, le hace dar una vuelta al mundo que arranca en
Afganistán y concluye en plena guerra de
Iraq.
II) LOS ALEGRES
MUCHACHOS DE ATZAVARA
- Argumento:
Manuel Vázquez Montalbán publicó
esta novela en el año 1987. En ella encontramos a un grupo
bastante heterogéneo de personas, todos ellas
pertenecientes a la burguesía catalana, profesionales con
una posición consolidada, para los que el verano del 1974
fue muy especial. Entre ellos aparecen los personajes que dan
título a la novela, ‘los alegres muchachos’,
homosexuales más o menos liberados. Junto a ellos, el
grupo de las mujeres más o menos emancipadas, ‘las
alegres muchachas’, y por último, el grupo de
parejas ortodoxas y heterosexuales más o menos
permisisvas. Todos ellos coinciden en Atzavara, un pueblecito de
payeses reconvertido en "colonia de artistas" cerca de la costa
de Tarragona. Cuatro de los protagonistas toman la palabra en
esta novela, a razón de uno por capítulo, y nos
cuentan qué pasó, o mejor dicho, cómo lo
vivió cada uno. Así, veremos a toda la colonia ir a
la playa y hacer fiestas nocturnas con mucho alcohol, con
mucho revoloteo de faldas y calzoncillos… como chiquillos
cuarentones.
Procedente de otra área social, participa en este
verano un joven deseoso de mejorar su condición, que
será utilizado, aislado y finalmente dado al olvido, a
modo de cuerpo extraño, por el núcleo del grupo en
el que trataba de insertarse.
Pero él no será la única novedad
del verano. Aparecerán también como elementos
desestabilizadores, dos personajes contraculturales y
homosexuales, culpables en buena medida de que salgan a la
luz las
propias convenciones y prejuicios de los
protagonistas.
Buena parte de la crítica coincide en describir
esta novela como la radiografía moral de la
época, además de un estudio de costumbres, a la vez
despiadado y conmovido, en su agria lucidez. Montalbán
convierte en parábola implacable las contradicciones y
servidumbres de un significativo sector de la sociedad, al
que él ve con desencantada y tierna crueldad. A
través de la recuperación de la memoria del
grupo social al que él mismo se siente vinculado,
Montalbán exige cuentas a su
propia generación mediante una narración repleta de
ironía.
- Localización espacial y
temporal:
La acción
principal se desarrolla en una época determinante desde el
punto de vista histórico, no sólo para España,
sino también para otras zonas del mundo, acontecimientos
por supuesto conocidos por los protagonistas de la novela y que
salen a relucir en varios momentos (en Portugal triunfa ‘la
revolución
de los claveles’ derrocando el régimen del dictador
Marcelo Caetano, en EEUU se produce la dimisión del
presidente Richard Nixon como consecuencia del escándalo
del Watergate, en Grecia caen
los coroneles griegos y asume el gobierno
Karamanlis, tras la triunfal recepción
popular).
En el verano del 74 se vivían los últimos
coletazos de la dictadura en
nuestro país. Franco estaba ya muy enfermo y todo el mundo
esperaba su muerte de un
momento a otro, aunque inesperadamente el dictador
aguantaría algo más de un año. Aún
así, se empezaba a respirar un ambiente
distinto, más por los deseos, esperanzas e ilusiones de la
gente contraria al régimen, que veía en el final
del mismo el cumplimiento de esos sueños, frustrados
durante más de cuarenta años, que por la libertad
existente en el momento. Todas estas características
convierten al verano del 74 en un protagonista más de la
narración, desencadenante de una serie de comportamientos,
sentimientos y experiencias en cada uno de los personajes, que a
su vez influirán también en el resto de los
miembros del grupo.
En cuanto a la localización espacial de la
novela, podemos afirmar que el nudo de la acción se
desarrolla precisamente en Atzavara, un pueblo de montaña,
situado por el autor en la costa de Tarragona, y alejado
aún en esta época de las grandes masificaciones
estivales de turismo. Al contrario, se
trata de un pueblecito de payeses, de difícil acceso, en
el que el grupo protagonista de la novela ha ido adquiriendo
casas semiabandonas a un muy buen precio,
transformándolas en unos pocos años en sus
particulares mansiones estivales.
En principio, la existencia de este pueblo, al menos con
el nombre de Atzavara, no se puede documentar de ningún
modo, puesto que no aparece ni en los atlas de la zona ni en
fuentes
similares, aunque a lo largo de este trabajo
trataremos de justificar su presencia en la novela.
Estudiosos y críticos de Montalbán, como
Colmeiro, hablan de "resonancias vagamente arábicas", al
referirse a este lugar como "un pequeño oasis de libertad,
de permitida transgresión de las normas (sexuales,
genéricas, políticas)
en el rígido desierto de la dictadura". Y es que
ciertamente, este grupo de intelectuales
convierte Atzavara en su espacio propio, absolutamente al margen
de la represión todavía ejercida por el
régimen franquista, donde podrán ejercer, y de
hecho ejercerán, su libertad, tanto de expresión
como de acción, llevando al límite la recién
iniciada revolución sexual, sin ser conscientes ellos
mismos de las consecuencias que tendrá sobre sus propias
vidas, lo que acabará por desencadenar el inseperado final
de la novela. De esta forma, al igual que hablábamos del
tiempo
histórico, pienso que el espacio se convierte en un
actante más de la novela, llegando a ser un reflejo fiel
de los personajes y su evolución. Del mismo modo que un pueblecito
abandonado se convierte en ‘colonia de artistas’, los
protagonistas parten de una situación de libertad cero
para aterrizar en una sociedad con unos valores y una
moralidad
totalmente diferentes.
- Técnica
estructuradora:
Como ya comentamos al principio, la novela está
dividida en cuatro capítulos, en cada uno de los cuales
posee la voz uno de los personajes. De esta forma, el lector
recibe ‘diferentes’ formas de ver las cosas, pudiendo
él entrar a formar parte de la novela, emitiendo juicios
de valor,
identificándose más con unos o con otros, etc.
Cuando no es una sola persona el
narrador de una historia, se corre el
riesgo de que
te guste más una voz que otra. Montalbán corre ese
riesgo por cuadruplicado, saliendo, a mi parecer, victorioso en
los cuatro. Ha conseguido que a la hora de leer la novela, parece
como si tuvieras a tu lado contándote aquel verano a
cualquiera de los ‘alegres muchachos’.
Estas cuatro ‘voces’ narran de una forma
retrospectiva, es decir, comentan una situacion desde una cierta
distancia temporal. Situada la voz en un tiempo futuro, lo que
prima es el balance de aquella situación del pasado,
mediante juicios de valor, etc.. Por lo que no hay que perder de
vista que cuando uno comenta una acción que le
sucedió en un pasado, siendo consciente de las
consecuencias que aquello trajo, la forma en la que se cuenta no
es la misma. Esta estrategia
narrativa ofrece múltiples perspectivas parciales y
contradictorias de una misma historia, lo que requiere una
lectura atenta
para ir ‘completando’ esas perspectivas parciales de
cada narrador con las del resto de narradores.
Esta técnica se conoce en narratología como multiperspectivismo o
dialogismo. Este último término fue empleado por
Batjín para referirse a una cualidad especialmente
destacada en los discursos
novelísticos, por la cual estos resultan de la interacción de múltiples voces,
puntos de vista y registros
lingüísticos. Según él, este dialogismo
implicaba directamente la heterofonía o multiplicidad de
voces, la heterología o alternancia de tipos discursivos
entendidos como variantes lingüísticas individuales,
y la heteroglosía, o presencia de distintos niveles de
lengua.
Montalbán sabe jugar perfectamente con todos estos
factores, dando lugar no sólo a una riqueza de la realidad
representada, sino consiguiendo también evitar la
necesidad de tener que tomar parte directamente haciendo de juez
supremo o máximo sancionador moral de la historia.
Además puede permitirse el hecho de no ser identificado
fácilmente con alguna de las voces narradoras e introducir
pequeñas dosis de su pensamiento en
todas y cada una de ellas.
Algunos de sus críticos no han sabido ver esta
habilidad de Montalbán como algo positivo. Díaz
Arenas, por ejemplo, cree que el autor "posee ciertamente el don
de la escritura,
pero un don limitado a una capacidad de producción que
abarca alrededor de las cien páginas ficticias y sobre
todo centrado en una historia, es decir, de acontecimientos que
van de la mano de un personaje. No olvidemos que él ha
sido ante todo poeta, y la poesía no necesita
extensión y cantidad sino condensación". Dice
también que Montalbán "suma historias, es decir,
"novelas", y las pega" consiguiendo de esta forma las
páginas más o menos suficientes para poder hablar
de novela en el sentido estricto, y que esta obra en particular,
"no posee el fondo narrativo suficiente para centrar su fuerza
creativa en una sola historia". Yo, como lectora, no puedo obviar
que esta puede ser la sensación inicial que alguien tenga
al leer por primera vez Los alegres muchachos de Atzavara,
porque es realmente sobre un único punto crucial sobre el
que giran el resto de los acontecimientos. Pero también
creo que es una obra que requiere de posteriores lecturas en las
que poder apreciar perfectamente cómo se complementan las
diferentes visiones y lo bien que encajan unas con otras,
cómo Montalbán sabe plasmar a la perfección
esa heterofonía de la que hablábamos anteriormente
y sobre todo, cómo logra reflejar la ambigüedad y
poliformidad de la sociedad en sí.
La importancia de la voz y punto de vista
(señalada por los filósofos al menos desde Leibniz a Ortega y
Gasset) puede ilustrarse a través de la famosa
metáfora de Henry James de ‘la casa de la
ficción’ (Prefacio a El retrato de una dama)
con muchas ventanas que dan a la misma escena humana, pero en la
que cada ventana puede tener múltiples formas y estar
situada más arriba o más abajo,
consiguiéndose de esta forma diferentes perspectivas de
una misma situación. También encontramos esta
técnica en las novelas de W. Faulkner, V. Woolf o L.
Durrell, en que se suceden diferentes narradores-focalizadores
dándonos sus respectivas versiones en torno a un mismo
estado de
cosas.
- Personajes:
Como ya señalamos con anterioridad, la
micro-sociedad de Atzavara esta formada a su vez por diferentes
subgrupos:
– Los ‘alegres muchachos’ homosexuales:
Rafa, Gratacós y Sau, Sebas y Pepe.
– Las ‘alegres muchachas’ solteras,
divorciadas o malcasadas: Montse Graupera, Paqui Sans, Luisa
Sanglas, Pruden y Ariadna.
– Los matrimonios ortodoxos y heterosexuales: Luis
Millás e Irene, Postius y Berta Feliu y Los
Masramon.
Se sumarán este verano al grupo
también:
– Dos muchachos pertenecientes a la clase obrera:
Paco Muñoz González y Vicente Blesa.
– Dos exóticos y jóvenes homosexuales
intelectuales: Paolo y Donato (los dos
‘sultanes’)
Además aparecerán otros personajes como la
Condesa Austríaca o el ‘hombre-enciclopedia’ Pau Dosrius, cuyo
carácter de personajes planos no les
hará decisivos a la hora de avanzar la acción de la
novela. Se trata de personajes construidos en torno a un solo
rasgo o resorte psicológico, que se mantiene
inalterablemente, por lo que sus respuestas ante acontecimientos
y situaciones serán bastante previsibles. Así, la
‘ex’ condesa sólo aparece dos veces a lo largo
de la novela y siempre para dejar de manifiesto la superioridad
de sus conocimientos (fue educada en París) sobre los
‘españolitos’ de Atzavara, a los que supone
desde un principio ignorantes en torno a cuestiones de sobra
conocidas por ellos como la existencia del periódico
francés Le Monde o la forma en la que se come el foie
grass, indicaciones que no sentarán nada bien a los
protagonistas:
"- Le Monde, tu connais?
La madre que la parió" (p. 96).
En cuanto al historiador Pau Dosrius, es cierto que no
hay capítulo en que no se le nombre, pero siempre
será para criticarle por su excesivo enciclopedismo,
puesto que no hay conversación en la que no intervenga
para demostrar su erudición. Es curioso como las cuatro
voces que nos dan a conocer la historia coinciden en esta
crítica a pesar de sus diferencias, lo que nos hace pensar
que en este caso es la voz del autor la que se cuela en sus
afirmaciones, con el objeto de criticar la mera
acumulación de saberes, la erudición por la
erudición.
"Dosrius era un banco de datos viviente y
mortificante por la extensión y lentitud de sus
exhibiciones, acumulaba sabiduría en toda la
extensión de sus células
(…) un sopor crispado iba extendiéndose a medida que
demostraba no sólo conocer la totalidad de la obra de
Rubens sino incluso el tamaño exacto de los cuadros y la
genética y
genealogía de las termitas en aquel momento preciso
actuantes contra el preciado legado artístico"
(p.176).
En el primer capítulo, titulado La
irresistible ascensión de Vicente Blesa, es Paco
Muñoz González el encargado de narrarnos los hechos
según su punto de vista. Él llega a Atzavara por
casualidad, después de coincidir en un bar de Barcelona
con uno de los protagonistas, Vicente, amigo suyo de la infancia y
procedente como él del barrio obrero de La Fabriqueta.
Este personaje nos servirá para establecer los grandes
contrastes existentes entre dos realidades bien diferentes, como
son la vida burguesa y la vida proletaria.
Paco es una persona conformista, sobre todo en
comparación con el resto de los personajes que aparecen en
la novela, aunque también hay que tener en cuenta que
él no tiene las mismas facilidades que el resto para
correr el riesgo de transgredir las normas. No ha tenido la misma
educación que los demás, ni por supuesto tiene las
mismas facilidades económicas para permitirse ir de
veraneo o conocer el último grito de la moda neoyorquina.
A él nadie le ha regalado nada en la vida, e incluso tuvo
que dejar Andalucía para ir a buscar trabajo a
Cataluña con toda su familia, algo
impensable en cualquiera de los ‘alegres
muchachos’.
Hay una frase que Montalbán pone en boca de Paco,
que quizás sea la que mejor ayude a comprender su
‘filosofía de vida’:
"Yo a veces he querido envejecer de pronto,
rápido, para no tener deseos, para resignarme con lo que
soy y con lo que tengo. Pero a medida que me hago mayor me doy
cuenta de que es una esperanza inútil; siempre se tienen
deseos y, lo peor, deseos que jamás podrás
satisfacer. Pero yo trampeo bien mis propios fracasos y no me
puedo quejar a la vista de cómo les va a otra gente de mi
edad entre la que hay mucho derrotado sin trabajo y con muchas
ganas de quejarse. Han visto demasiadas películas,
demasiada tele y les han comido el coco" (pp. 10-11).
Paco se asoma por unos días al sofisticado mundo
de Atzavara, con una mezcla de excitación y
repulsión hacia todo lo que ve. No tardará mucho en
descubrir las razones por las que su amigo Vicente ha llegado a
pertenecer a un grupo de burgueses intelectuales. Pronto se
percatará de que Vicente es la pareja sentimental de Rafa,
al que todos consideran el núcleo del grupo. Esto
supondrá un gran shock para él, dominado como
estaba por las ideas retrógradas y convencionales del
sistema:
"(…) aquellos tíos cocinaban como artistas, con
regodeo, exhibiéndose (…). Una cosa es ser cocinero por
profesión y otra por instinto. Se es cocinero por instinto
como se es maricón por instinto" (p. 54).
"Yo pensaba, si el precio de ir a Nueva York es que te
den por el culo, que se metan Nueva York donde les quepa, yo me
quedo en La Fabriqueta y veo Nueva York en la tele. Pero ya me di
cuenta entonces que había dicho una grosería y que
Vicente no se merecía que yo fuera grosero con él,
es decir, a los maricones como cosa general, a barullo, que les
den morcilla, pero Vicente era Vicente, era un caso concreto, un
amigo durante años (…)" (p. 68).
Deja clara su homofobia, pero a la vez cae en el
típico tópico de los que opinan sin saber,
víctima de su propia educación tradicional y
patriarcal: a él que no le toque un
‘maricón’, pero como Vicente es su amigo, hace
el grandísimo esfuerzo de hacer una excepción y
dejar de lado su racismo:
"(…) y así Vicente, indirectamente sabrá
que le sigo teniendo, si no afecto, sí
consideración o respeto; lo que
no quiere decir, eso no, que yo tenga manga ancha ante tanta
mariconería como hoy se tolera. Pero a Vicente le
conocía y era un tipo respetable" (p. 74).
Como era de esperar, este personaje no durará
mucho dentro del grupo, y cuando se va del lugar, de la misma
inesperada forma en la que entró, lo hace dejando su
marca personal:
"Corrí a la habitación que me
habían atribuido, metí mis cosas dentro del
maletín y antes de dejar la casa entré en tromba en
el cuarto de baño de Rafa y Vicente, cogí el tubo
de pasta de dientes y escribí con una extraña
paciencia sobre el espejo la palabra: Maricones, con una
señal de admiración al final, es decir: Maricones!
Y luego salí de estampida de aquella casa (…)" (p.
73).
Gracias a su narración conocemos también a
Vicente, un tipo considerado raro en la Fabriqueta porque
estudiaba ballet, era muy musculoso y vestía muy a la
moda. Quería ser bailarín, y no dudó en
introducirse en el grupo para lograr así más
rapidamente sus objetivos, de
ahí el título de esta primera parte. Se convierte
en el amante de Rafa, unos veinte años mayor que
él, y es presentado al grupo de Atzavara como su nuevo
‘socio’ en el negocio de la joyería, aunque a
nadie se le escapa su verdadera identidad.
Vicente es esperado por muchos como una de las atracciones del
verano, y él, muy dispuesto siempre, terminará
siendo una especie de ‘mayordomo’ para los
veraneantes.
También nos introduce a Rafa, el
cincuentón diseñador de joyas, respetado por todos,
centro neurálgico del grupo y uno de los primeros que
comenzó a levantar su mansión en Atzavara. Gracias
a los siguientes narradores conoceremos la importancia que supone
la presentación de su nuevo ‘socio’ como la
confirmación en sociedad de su homosexualidad, acallada durante toda su
vida.
La segunda parte de la novela, titulada Los dos
sultanes, es narrada por Montse Graupera, mujer de mediana
edad en crisis de
identidad una vez traspasada la frontera de
los cuarenta ("Fue en el verano de 1974 cuando no tuve más
remedio que darme cuenta de que me estaba haciendo vieja" p. 79)
y víctima de la insatisfacción conyugal,
profesional y sentimental. Trabaja como profesora de Geografía e Historia
en un instituto de la periferia y está medio separada,
medio casada con Carlos Basté de Linyola, un importante
empresario con
futuro político en la democracia
("… con el tiempo le haría diputado de
Convergència i Unió y uno de los personajes
más influyentes de la
Organización patronal española" p.
153).
Montse es una de las ‘alegres muchachas’
malcasadas, algo de lo que ella misma es muy
consciente:
"A veces en la soledad de mi habitación me asalta
el deseo de ir a la habitación de Carlos. No es amor. No es
nostalgia. Son los reflejos condicionados y en su capítulo
hay que apuntar todos los vencimientos de mi melancolía de
malcasada con un hombre tan poderoso que no necesita a nadie
(…)" (p.93).
Forma parte de una familia con conciencia de
vencedora en la Guerra Civil ("Tuve que leer mucho,
descatolizarme mucho, para superar mi conciencia de vencedora
indirecta de la Guerra Civil" p. 98).
Pertenece al grupo de mujeres emancipadas,
cómplices y confesoras de los ‘alegres
muchachos’, en una demostración práctica de
la mutua necesidad de solidaridad entre
grupos
oprimidos:
"(…) las conversaciones, los chistes, los
juegos
verbales de segunda o tercera intención que casi siempre
nos cruzábamos nosotras con Rafa y sus amigos, conscientes
ambos, implícitamente, de que éramos los dos
sectores marginados de la comunidad y que
el azar y la necesidad nos había hecho coincidir en aquel
pueblo lejos de los veraneos prestigiosos" (p. 101).
Una cuestión sobre la que la narradora vuelve en
varias ocasiones, y que a mí personalmente me llama
bastante la atención, es el ambiente ficticio que ella
vive en Atzavara, como si realmente estuviera actuando ante su
propio grupo de ‘amigos’ por el mero hecho de
mantener las apariencias burguesas:
"En cuanto me vieron todas se sumaron al vocerío
exagerado y a extremar la alegría del reencuentro como una
parodia de afectividad" (p. 88).
"Llenó las copas y propuso un brindis por la
amistad, por
nuestra amistad, al que contestamos con resoplidos o insultos
amables que no le impidieron mantener la mueca de falsa felicidad
y apurar la copa de un solo trago" (p. 89).
"Si Luisa es una payasa de alto tonelaje, una actriz de
carácter de teatro en verso,
Paqui Sans es una payasa chapliniana en el papel de ingenua
sorprendida precisamente de su propia ingenuidad" (p.
89).
A quien no le esconde su rechazo es a Luis
Millás, con quien no le une precisamente una estrecha
amistad, relación bastante recíproca por otro
lado:
"Me revienta la gente que va por la vida de espectador y
Luis Millás estaba en las reuniones sin estar,
contemplándonos desde un mirador que él
establaecía a su alrededor, como si fuéramos
materiales
para sus obras de escritor prometedor desde hace veinte
años. Además me revienta porque no es conflictivo,
pocas veces pelea por algo o para alguien, y cuando lo hace
parece como si nos diera una lección de selectividad" (p.
96).
A través de su voz aparecen también
bastantes de las referencias literarias que encontramos a lo
largo de toda la novela, por medio de las cuales el autor real
demuestra sus grandes conocimientos culturales: Els
Pastorets, de Folch i Torres; Alcott; Elsa Lanchester, la
novia de Frankenstein; Eliot y los
Cuatro cuartetos…; Madame Bovary; Cary Grant e Ingrid
Bergman en Encadenados; Allegro bárbaro de
Bartók y la Sonata para piano de Stravinsky;
Mompou, etc.
Del mismo modo nos habla sobre varias revistas de la
época, "especialmente de humor", en muchas de las cuales
colaboró asiduamente el propio Montalbán:
Hermano Lobo y Por Favor, así como de
"información general", Triunfo,
Cambio 16, Destino y Cuadernos para el
Diálogo (p. 97).
El final de la presencia de Montse en Atzavara
será igual de repentino o más que la salida de Paco
Muñoz. La gran fiesta orgiástica de fin de verano,
cuyas consecuencias merecerán un capítulo a parte
en este estudio, provocarán su inmediata huída de
la colonia hacia un viaje en plan
‘mochilero-burgués’ a las islas
griegas.
A través de su narración conocemos un poco
más a otra de las ‘alegres muchachas’:
Ariadna, de la que no tenemos en realidad demasiados datos.
Sabemos que trabaja en una notaría y que es conocida en
Atzavara por ser la encargada de llevar cada año a
algún personaje extraño, para romper la
monotonía vacacional del grupo:
"En el verano de 1973 había venido con un
bailarín contorsionista y su prima, una muchacha vidente
(…). En el del 72 dos poetas andaluces de los que interrumpen
los poemas para
cantar el estribillo; un juez de Zamora anarquista que demostraba
tener derechos
legítimos al trono de España (…), una pareja de
hippies (…), una cantante de ópera moderna (…)" (pp.
103-104).
Este verano, el del 74, la acompañaban lo dos
‘sultanes’ Paolo y Donato, cuya presencia en Atzavara
tendría unas consecuencias que pocos podían
imaginar en un principio. Se trataba de dos jovencitos
"contraculturales" (uno es poeta y el otro pintor), homosexuales,
de atléticos cuerpos y liberales instintos, provocadores
natos, que conseguirán levantar más de una ampolla
entre el resto del grupo.
La tercera parte de la novela es narrada por Luis
Millás, escritor de segunda, quien forma parte del grupo
de parejas heterosexuales ‘comprensivas’.
Profesionalmente es más conocido por sus trabajos de
divulgación que por sus novelas. Durante el verano que nos
ocupa tiene entre manos el proyecto
"Biografías
noveladas", un encargo editorial para escribir las
biografías de varios personajes históricos de la
cultura del s.
XX:
"(…) al radiante contrato que
había firmado con mi editor para una obra ambiciosa y
larga, que me ponía a cubierto de cualquier inseguridad
económica durante los próximos cinco años"
(p. 159).
Montalbán explora aquí el fracaso del
intelectual y su supeditación a las pautas
económicas impuestas por el sistema cultural.
Millás es el prototipo del personaje
voyeur, como anteriormente vimos le achacaba Montse
Graupera. Es un espectador de la realidad ajena y su relato,
más perteneciente al género del
ensayo, nos
proporciona una perspectiva ferozmente irónica de todos
los personajes de la novela, no salvándose de la quema ni
Paco Muñoz, que no debió durar más de tres
días en el grupo.
Por su oficio de escritor y su ironía implacable,
la perspectiva de Millás invita a ser identificada con la
del autor real, es decir, como si muchas veces fuera
Montalbán quien hablara a través de
Millás.
Al igual que ocurría con Montse Graupera,
también encontramos en la narración de
Millás muchas referencias literarias y culturales:
Lavorare Stanca de Cesare Pavese, Genet, Gide, Forster,
Puig i Cadafalch, Mompou, Toldrá, Blancafort, John
Gilbert, John Barrymore, La femme eunuque de Germain Greer
…
También deja constancia de la relación que
le une, o más bien, le desune, con la propia
Montse:
"Mi animosidad hacia Montse era espontánea y
difícil de racionalizar, aunque por si yo no tuviera
motivos personales, me bastaba la evidente adoración que
le guardaba Irene, seducida por aquella dualidad de gran
señora y mujer emancipada que exhibía la
señora Basté de Linyola" (p. 193).
Pero el peor de los encontronazos entre estos dos
personajes se producirá a raíz de la gran fiesta de
final de verano. Ella explota y le grita casi escupiéndole
a la cara lo que opina de él, mientras que el escritor
reacciona de una forma muy típicamente varonil, sin
indagar en las causas reales de aquella recíproca
animadversión:
"(…) cuando se me vino encima la Graupera con muy
malos modales. (…) luego ya la tuve encima con la cara retadora
a un palmo de la mía, acusándome de ser un
fisgón y no sé cuántas acusaciones
más me hizo (…). Me dijo que si quería peces que me
mojara el culo, insinuando quizá que si quería
tirármela en vez de estar allí haciendo el
pasmarote, que diera el primer paso al frente. De ahí
puede venir la mala electricidad que
siempre he detectado proveniente de la Graupera. Para mí
que se quedó con ganas de que le fuera detrás y
reventó aquel día.[…] me vino a decir que ya que
era un mirón, al menos lo pusiera por escrito, es decir,
peor, puso en duda que yo fuera capaz de ponerlo por escrito
(…)" (p. 220).
Su narración nos proporciona algunos datos sobre
otros personajes. Del grupo de los casados heterosexuales, nos da
a conocer a los Masramon, y nos dice que él es profesor
adjunto de la Facultad de Letras de Bellaterra. Aparecen
también Postius, de profesión pintor y su mujer
Berta Feliú. Nos habla de Luisa Sanglas, de la que ya es
conocida su afición al alcohol ("(…) comentaba Luisa
Sanglas, mientras guiñaba el ojo a quien la escuchara y a
la inevitable botella abierta" p. 185), malcasada con Arturo, un
ex-catedrático de obstetricia. Respecto al grupo de los
‘alegres muchachos’ nos cuenta sus impresiones sobre
los ‘primos’ Gratacós, pianista de renombre, y
Sau, arquitecto; también sobre Sebas y Pepe, una de las
parejas más estables, que comparten un negocio de
marroquinería.
La cuarta y última parte de la novela, titulada
Sueños de macramé, es narrada por Paqui
Sans, perteneciente al grupo de mujeres maduras liberadas de
Atzavara. Se dedica por educación y clase social a
pasearse elegantemente por la vida sin hacer nada en especial, lo
cual se ve simbólicamente reflejado en su curiosa aficcion
por el macramé.
Su vida está marcada por el suicidio de su
padre, un poco al ‘modo Larra’: "Mi padre se puso el
traje nuevo que acababa de enviarle la sastrería Pellicer,
la medalla al mérito del trabajo que le había
puesto un ministro hacía dos años y se pegó
un tiro con una pistola muy bonita, con empuñadura de
nácar" (p. 233), a quien le unía una
relación muy estrecha, casi de nieta-abuelo como ella
misma reconoce en alguna ocasión. También le marca
la presión
ejercida por su madre, obligándola a que sea alguien en la
vida, pero por la antigua vía del matrimonio con un
hombre de buena posición. Así, será
continuamente comparado su fracaso vital con el triunfo de su
hermana Carlota: "Carlota en cambio
había triunfado y yo vivía como si nada hubiera
ocurrido" (p. 243).
Serán continuos sus viajes en los
que aprenderá de todo pero de nada a la vez:
"(…) viajar siempre con una coartada utilitaria, como
ir a Londres a aprender macramé o a Montpellier a un curso
de sociología o a Nueva York a intentar
abrirme camino como diseñadora de estampados con unas
cartas de
recomendación de industriales y diseñadores que
guardaban un gran afecto a mi padre" (p. 243).
Uno de los acontecimientos que más nos pueden
ayudar a entender la
personalidad de Paqui es el de los tres limpiacristales de
carretera que invita a su casa de Atzavara, por el mero hecho de
conocer otras formas de vida, por pura curiosidad. Y es que
Paqui, desde su óptica
de rica burguesa de vida solucionada, no acaba de entender por
qué se dedican a limpiar el coche a los
demás.
Esta última característica, la de
"infundir confianza", será una de las que defina su
presencia en Atzavara, pues aunque Paqui es la perfecta mosquita
muerta, todo el mundo le confía sus intimidades. Una de
las razones puede ser fácilmente deducida a partir de la
siguiente afirmación de Paqui:
"La verdad es que el verano terminó
plácidamente, sabedoras Ariadna y yo que la historia nos
era ajena, que éramos las menos implicadas en aquel drama
que parecía una comedia o en aquella comedia que era un
drama. Y sin embargo todos me consideraban pendientes de sus
crisis y primero me ofrecieron la evidencia de sus cicatrices y
luego sus confidencias y despedidas" (p. 265).
Así, ella será la única que
después de la huída prematura de la mayoría
de los veranenates, conserve la relación con varios de
ellos, y será la encargada de comunicar las noticias sobre
sus propias vidas al resto, a modo de intermediaria.
Casi al final de su narración se ve obligada a
buscar trabajo, confesando que sus únicas cualificaciones
son "leer, ver, mirar" añadiendo ante la insistencia de su
interlocutor "sonreir, viajar, infundir confianza", afirmando con
una caraga de auto-ironía "Yo sería la perfecta ex
señorita de compañía" (p. 270). A pesar de
esto (y gracias a la ayuda del ex-marido de una de sus amigas,
Montse Graupera) encuentra trabajo como encargada de casos de
demanda de
adopciones. Será entonces, desempeñando esta labor,
cuando aflorarán a la superficie todos los prejuicios y
convencionalidades de la aparentemente inofensiva y frágil
Paqui Sans, conduciéndonos al inesperado final de la
novela, que no desvelaré aquí, digno a mi humilde
parecer, del mejor de los guiones almodovarianos.
- Desenlace: Gran Fiesta del 15 de Agosto de
1974.
El 15 de Agosto tendrá lugar la gran fiesta de
final de verano, en la que actuaban como anfitriones Rafa y
Vicente, sin temerse en ningún momento las consecuencias
de la misma. Los invitados comenzaban a llegar, cada uno con su
particular aportación para la cena, y eran recibidos por
los dueños de la casa con amplias sonrisas. Pronto el
alcohol empezaba a correr, en los casos en los que no lo
había hecho ya ("Yo llegué a la fiesta lleno de
whisky y de buenos propósitos y lo veía
inicialmente todo con los mejores colores"
Millás, p. 209) y aquello se convertía ‘poco
a poco’ en la fiesta de la subversión de las normas
morales establecidas.
Los que dieron el primer paso, que para eso
estabán allí, fueron los sultanes, incitando a
todos los demás a la violación colectiva del
tabú, haciendo gala de una ramplante
bisexualidad:
"Y fueron los sultanes los que empezaron a ponerlo todo
patas arriba al provocar a las parejas estables, fueran
heterosexuales u homosexuales" (p. 148).
Mientras Paolo retozaba con Sebas, su pareja Pepe
lloraba desconsolado observándoles. Montse Graupera se
unía más tarde dando vida a un extraño
menage a trois, que no duraría mucho, pues no
tardó esta última en salir huyendo semi desnuda de
aquel carnaval con público en el que se había
metido.
Incluso el voyeur Millás se pasaba al
"lado frívolo" y correteaba detrás de la Condesa
Austríaca buscando algo más que
conversación, hasta que ésta le paró los
pies y volvió a su actividad tradicional de observador de
cada una de las comedias que se producían al mismo tiempo
en la casa.
En otra parte de la casa, Rafa redescubría su
heterosexualidad con la inestimable ayuda de su amiga Pruden,
ante la horrorizada mirada de su enamorado Vicente, que tampoco
tardaría mucho en salir huyendo de allí.
Ya a este tiempo se había producido un nuevo
cambio de parejas y "Sau el arquitecto cambiaba a su primo el
concertista por un sultán, mientras el concertista se
besaba con Sebas el marroquinero" (p. 217).
Y por si fuera poco Dosrius tocaba al piano el Cara
al sol, mientras Luisa y Paqui bailaban sevillanas en la
parte superior de la casa.
Los resultados de todo aquello fueron que sólo se
quedaron a pasar el resto del verano en Atzavara Rafa y sus
amigos, Luisa Sanglas y Paqui Sans. Al año siguiente
faltaron muchos de los veraneantes más importantes y
asiduos dentro de la colonia. El grupo se había disuelto y
muchos perdieron el contacto entre ellos. Parejas estables como
Millás e Irene, Gratacós y Sau, Postius y Berta se
divorciaron. También se consumó el divorcio
anunciado de Montse y Carlos (a estas alturas Carles) y el de
Luisa Sanglas y Arturo. Este último de obligada necesidad,
puesto que sólo un año después algunos de
los habitantes de Atzavara recibirían la invitación
para la boda de, nada más y nada menos, Luisa y Rafa. La
consecuencia más inmediata del enlace es que no se
volvió a saber nunca jamás de Pruden y Vicente
(salvo alguna excepción).
III) MARCO DE LA
ACCIÓN: ESPAÑA TARDOFRANQUISTA
El Mayo francés fracasó a nivel
político pero triunfó a nivel ideológico.
Fue un triunfo que no llegó a materializarse en un
gobierno revolucionario o en una verdadera revolución
social, sino en la aparición de un nuevo pensamiento en
Occidente, en plena transición entonces hacia una nueva
era posindustrial y por tanto posmoderna. Pero en España
teníamos pendiente nuestra propia transición, la
transición hacia la democracia. Estábamos en el
posfranquismo, pero Franco todavía no había muerto.
Este desfase entre las dos transiciones nos proporciona la clave
de lo que ocurrió en España en aquellos
años. Montalbán lo refleja de esta forma en su
novela a través del escritor Luis
Millás:
"Juzgado con perspectiva, los que nos
considerábamos mediada la decada de los setenta a salvo de
las destrucciones implícitas el desmadre del 68, no
habíamos calculado que el tradicional retraso con el que
siempre han llegado las novedades a España se
acrecentaría entre 1974 y 1977 con el clima de apertura
y cambio de piel que
introdujo la transición" (p. 197).
El año 1969 fue un año
políticamente clave por los acontecimientos que se
produjeron: el estado de
excepción, el cambio de gobierno y, sobre todo, la
designación de don Juan Carlos como príncipe
heredero. Todos estos hechos marcan el comienzo de lo que
podríamos llamar ‘pretransición’. Se
inicia el ocaso de régimen.
Esta pretransición alcanzaría su punto de
inflexión y su momento más dramático con el
asesinato del Presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, en
diciembre de 1973. El propio López Rodó estima que
con la muerte de
Carrero Blanco concluye el régimen de Franco.
Es en este periodo de pretransición cuando surge
en nuestro país la utopía libertaria, procedente
del Mayo francés, que se desarrolla en España en
los primeros años setenta, y que permitía
soñar con un futuro revolucionario. La propia
‘revolución de los claveles’ portuguesa, de la
que ya hablábamos al principio de este trabajo, así
como los acontecimientos que se estaban dando en nuestro porpio
país, daban alas a aquellos sueños.
Pero, muerto Franco y con el proceso
democrático ya en marcha, este pensamiento libertario y
revolucionario, tan activo al comenzar la decada, comienza a
desvanecerse lentamente. Muchos de los escritores que
parecían estar destinados a jugar un papel importante en
aquella transición, se refugiaron en su propia historia,
en su propia memoria.
Faltó en la transición española esa autoridad
moral que, en determinados momentos de la historia, debe ejercer
la clase intelectual como contrapeso al poder político,
para alejar el pensamiento de la clase política de que
aquella transición era, exclusivamente, "cosa de ellos".
La clase política creyó que el proceso de
transición estaba exclusivamente en sus manos, que no
tenía por qué contar con los demás, que
ellos eran los gestores de un proceso que el pueblo
español se encargaría más tarde de refrendar
con sus votos. Pensaban que la opinión
pública se expresaba única y exclusivamente a
través de las consultas electorales. Confundieron
‘votación’ con
‘participación’, como si la única
manera de participar en aquel proceso fuera por medio de las
urnas.
Los beneficios a corto plazo de esta situación
fueron el acercamiento entre personas y partidos de tendencias
opuestas, un hecho impensable unos meses antes de la muerte de
Franco. Las dos opciones políticas que parecían
irreconciliables a su muerte: reforma y rutura, se amalgaman a
los pocos meses en una sola propuesta, la ‘ruptura
pactada’, que pocos meses después quedaría
pactada en la nueva Constitución.
El error fue confundir esa reconciliación de la
clase política con una verdadera reconciliación
nacional. Este particularismo de la clase política indujo
a una prepotencia por su parte, a la creencia de que, una vez que
hubieron accedido al poder, el estado se convertía en su
propio coto privado. El silencio de los intelectuales
propició a su vez lo que se conoce como el
‘espíritu del desencanto’, es decir, como si
la transición no hubiera dado de sí todo aquello
que prometía, como si la función
del pueblo fuera la de recibir, de forma pasiva, los beneficios
de la transición, en lugar de participar activamente en
ella. Es en este mismo momento cuando se inició
también el olvido, la pérdida de la memoria, la
amnesia, que se extendería hasta más allá de
la década de los ochenta. Los franquistas debían
olvidar su pasado y debían hacer, por supuesto, que los
españoles lo olvidaran también. Los antifranquistas
también precisaban del manto del olvido. Los socialistas
del PSOE debían olvidar sus ‘cuarenta años de
vacaciones’.
- Recuperación de la memoria
histórica.
Cuando los partidos, la sociedad política,
aplicaron la política del consenso (y del olvido), lo
hicieron frente a una sociedad hastiada de dictadura, pobreza y
aislamiento. El premio por este olvido fue la
‘modernización’ de España, su
incorporación a Europa. La
transición permitió dejar atrás una
dictadura, pero nunca se debió haber ofendido con el
olvido a tantas víctimas. Frente a este comportamiento
social se alzaron algunas voces, para las que la
recuperación de la memoria se convirtió en uno de
los aspectos temáticos más importantes. Una de esas
voces fue la de el autor de la novela en la que se basa este
estudio, Manuel Vázquez Montalbán, que
llevará acabo esa recuperación a través de
la crónica sentimental de los últimos años
de la dictadura desde una eticidad crítica contra el
poder. Sus textos siempre han reflejado un espíritu
profundamente desencantado con la sociedad del posmodernismo y
los grandes cambios, siendo también constantes en su obra
la toma de posturas críticas con el orden establecido, y
la mirada nostálgica e irónica hacia un pasado y
una ideología ya perdidas.
Como afirma el periodista Txus Iribarren Corera en una
entrevista,
"la recuperación de la memoria histórica puede
servir de contrapeso a la Historia única y oficial que nos
han contado, no hay una verdad absoluta, sino que ésta se
forma con muchas verdades particulares, puntos de vista,
vivencias". De esta forma, a partir de 1980 hasta nuestros
días, se han publicado en España algunas novelas
que van a tener como denominador el tema de la Guerra Civil y la
posguerra desde el punto de vista del bando derrotado. Todas
estas novelas se inscriben en la necesidad de la sociedad
española de conocer una parte de la historia de
España silenciada por el bando de los vencedores y en ese
sentido reivindicar la memoria civil de los últimos
setenta años.
En una mesa redonda
titulada ‘La memoria histórica’ celebrada con
ocasión del II Ciclo FIES (Fundación de Investigaciones
Educativas y Sindicales) sobre cultura, política y
educación, el escritor Javier Reverte opinaba que " la
reconstrucción de la memoria es necesaria, sobre todo para
desenmascarar la ‘memoria falsificada’". El mismo
autor se refería a "la literatura como recurso para
moldear el pasado". Al recordar el franquismo, Reverte
habló de un periodo que representó la
mutilación de muchas cosas, "como que no pudiéramos
tener acceso a un pensamiento crítico y sí a un
pensamiento único. Es necesario revisar el pasdo y sacar a
la luz las partes oscuras". Otra de las participantes en en la
mesa redonda, la tristemente fallecida escritora Dulce
Chacón, consideró que "nos han contado la historia
partida por la mitad a lo largo de muchos años".
También incidió en el hecho fundamental de
"construir nuestra memoria con la voz de todos". Por su parte, el
también escritor José Manuel Caballero Bonald dijo
que "la memoria histórica es la única memoria que
no se olvida, porque en ella permancen las ideas".
IV)
RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA EN MANUEL VÁZQUEZ
MONTALBÁN.
De esta forma, Manuel Vázquez Montalbán
recupera, en su novela Los alegres muchachos de Atzavara,
la memoria histórica de un determinado grupo social al que
él mismo se sentía vinculado, al que exige cuentas
y que trata desde una perspectiva tremendamente crítica,
pero nostálgica al mismo tiempo y con cierto grado de
compasión.
Vázquez Montalbán nos remite a una
época, que comenzó en la decada de los sesenta y
llegó hasta mediados de los setenta, que marcó un
trascendental punto de encuentro entre distintos campos del
quehacer artístico –fotografía, diseño,
literatura, arquitectura,
moda-, bajo el impacto de las tendencias internacionales
más vanguardistas, tal como se pudieron observar y vivir
desde la España del franquismo funcionarial, represor y
tenebroso. Fue un momento irrepetible en la historia de las
industrias
culturales en Cataluña. Esa confluencia, protagonizada
por personajes que habrían de ser famosos en un futuro
cercano –arquitectos, literatos, editores,
fotógrafos– y que
Joan de Sagarra definiera, con notable espíritu jocoso,
como la gauche divine, desempeñó un papel
fundamental en lo que a provocación cultural y ruptura de
los moldes establecidos se refiere.
Este grupo de jóvenes poco convencionales
hicieron de su joie de vivre un asunto de Estado. Y, en
efecto, no se trataba en su caso de un esnobismo infundado:
muchos de ellos vivían en confortables casas burguesas,
veraneaban en el Ampurdán, cenaban en Flash Flash o en
Las violetas, compraban su ropa en Saltar i parar, sus libros en
Leteradura y, lo que es fundamental, se tomaban sus copas en
Bocaccio (aunque las de verano se bebían en Tifanny's o en
Calafell), asunto trascendental sobre el que lo conocemos casi
todo gracias a las fotografías de Colita y a las numerosas
crónicas de aquella sociedad que se han escrito
posteriormente. Esos jóvenes aireados hicieron su 68
particular: tenían la edad ideal en los sesenta para vivir
aquella década con intensidad, es decir, "se encontraban
en un lugar relativamente idóneo y en el momento oportuno
para expresar su rechazo (estético, sobre todo) a la
plomiza atmósfera franquista
y su necesidad de tender puentes a la modernidad y el
hedonismo", tal y como opina la periodista Anna Caballé en
un artículo realizado para el
periódico ABC.
Los habitantes de ese mundo mágico y
aparentemente feliz, casi propio de un cuento de
hadas, fueron bautizados como ya he dicho anteriormente, por el
periodista Joan de Sagarra, en sus magistrales crónicas en
Tele-eXprés y con una buena dosis de sarcasmo, como la
gauche divine. Esta nueva etiqueta –como la que se
inventó el editor Josep M. Castellet para definir a la
generación poética de los cincuenta, la Escuela de
Barcelona en el campo cinematográfico o la Nova
Cançó catalana- resultó muy eficaz a la hora
de vender periodísticamente y publicitariamente un
estilo de vida
inédito en España, empezando por Madrid. Estilo
de vida, además, en el cual los viajes al extranjero
(Nueva York, París, Londres, pero también el
paraíso artificial de los sesenta que fue Ibiza),
constituyeron uno de sus capítulos fundamentales.
Así lo refleja Montalbán en su novela cuando pone
esta frase en boca de Paco Muñoz, el personaje procedente
del barrio obrero de La Fabriqueta:
"-¿Otra cosa? Estos tíos tiran de coche
raro. No paran de hablar de viajes: que si Atenas, que si
Florencia, que si Japón.
No miran un duro cuando se compran ropa y ayer noche nos bebimos
veinte botellas de champán" (p. 63).
Paco advierte también la condición de
gente adinerada de los nuevos amigos de Vicente, y otra de las
características de la gauche divine: la cantidad de
alchol que corría en sus fiestas. Pero no es el
único personaje de la novela que hace referencia a los
viajes, hay continuas alusiones al afan viajero de los
protagonistas:
"Aunque Luisa decía que Arturo la había
arruinado, no parecía estarlo y pasaba temporadas en
París o en Nueva York, decía que para ponerse al
día sobre las novedades de decoración, porque en el
otoño del 72 coincidimos en Nueva York, yo para ver una
retrospectiva Paul Klee, y no me pareció que viviera como
una mujer arruinada" (p. 91).
"Rafa conducía el interrogatorio de los
recién llegados a propósito de su reciente viaje a
Mikonos. Desde hacía años proyectaba un viaje a las
islas griegas y Mikonos y sus playas, en aquellos años de
reputada liberalidad, era una meta imprescindible" (p.
107).
"(…) buscar trabajos ocasionales según
aficiones ocasionales y viajar siempre con una coartada
utilitaria, como ir a Londres a aprender macramé o a
Montpellier a un curso de sociología o a Nueva York a
intentar abrirme camino como diseñadora de estampados
(…)" (p. 243).
En la novela 24 horas con la Gauche Divine, Ana
María Moix (integrante ella misma del grupo) ofrece una
crónica, entre irónica y reverencial, de aquel
grupo de amigos. La escribió en 1970 para un libro
colectivo que no llegó a cuajar. Treinta años
después, Esther Tusquets (también integrante)
abandona la dirección de la editorial Lumen y, al
recoger las cosas de su despacho, encontró en un
cajón el manuscrito de Moix y decidió publicarlo.
Con mucho esfuerzo alcanza las cien páginas, incluyendo
una divertida encuesta
contestada por los propios protagonistas. "¿Imprescindible
para formar parte del grupo? Saberse tres direcciones en Londres,
medir metro ochenta y llevar una vida sana que permitiera perder
noches enteras en Bocaccio", respondía Montse Riba
(maniquí).
Moix, en un tono cercano al nuevo periodismo, narra las
historias desde dentro y demuestra conocer a los personajes y los
lugares clave del grupo. Incluso a los menos conocidos. En el
primer capítulo, "Las violeteras", evoca a Montse Esther e
Isabel Arnau, entonces esposa de Oriol Bohigas, que regentaban el
restaurante Las Violetas y la boutique Saltar i Parar, donde toda
la gauche se abastecía de trajes, faldas, objetos
para regalo… "Son las madrazas de la gauche", dice Moix,
las confidentes de sus miembros, al menos cuando no era necesario
acudir a los psiquiatras más frecuentados por el grupo,
Vidal Teixidor o Mariano de la Cruz.
En el libro se hace referencia, cómo no, a los
viajes de la gauche divine, incluso se habla de uno a
Nueva York preparado por la propia discoteca Bocaccio:
"Sin embargo, hoy hay cosas que contar, muchas cosas,
porque la gauche divine acaba de regresar de un viaje a
Nueva York, organizado por Bocaccio" (p. 13).
Pero no es la única referencia:
"Los Tusquets alternan sus fines de semana entre
París, Italia,
Cadaqués, Londres y Barcelona cuando juega el
Barça" (p. 36).
El editor Jorge Herralde, uno de sus integrantes, define
a la gauche divine con claridad: "un grupo de gente
inquieta, con ganas de hacer cosas, y un estilo de vida que nada
tenía que ver con el estilo de vida puritano y encorsetado
de la gente que militaba, por ejemplo, en el Moviment Socialista
de Catalunya o similares: ni Pasqual Maragall ni Raimon Obiols
pusieron jamás los pies en un lugar como Bocaccio"
.
Sedes habituales de este ‘reino’
privilegiado y efímero fueron el Pub de Tuset, y la propia
calle con sus establecimientos in, unos pocos, creados
según el modelo
importado de la londinense Carnaby Street. El Stork Club,
regentado por el entrañable Quimet Pujol, la discoteca
Tiffany’s, el Drugstore de Paseo de Gracia, el restaurante
Flash-Flash creado en 1969 según el diseño
más vanguardista por el fotógrafo Leopoldo
Pomés, su dueño ( es uno de los pocos
establecimientos que actualmente permanece intacto, tanto en lo
material –sigue exhibiendo la decoración original,
milagrosamente conservada- como en lo social: la edad de los
habituales ha variado, pero no su alcurnia, sigue siendo uno de
los reductos de la burguesía catalana), Madame
Zozó, un local situado en Mont-ras, y el barcelonés
restaurante La Mariona. Pero, por encima de todas ellas,
destacaba con especial relevancia la discoteca Bocaccio.
Inaugurado por Oriol Regàs en la primavera de 1967, en
eset local nocturno situado en los bajos de unos apartamentos en
la parte alta de la calle Muntaner, pusieron dinero muchos
de sus propios clientes,
según un método un
tanto peculiar: podían beber sin restricciones, pero, al
final de año, el importe de tales copas se deducía
del monto de su inversión. Inútil es decir que
varios de los socios originales se bebieron literalmente sus
acciones, que
acabaron en manos de Regàs. Mientras existió, sin
embargo, fue el lugar por excelencia de las confabulaciones, los
proyectos y
las juergas.
El escritor Enrique Vila-Matas relata en una
simpática anécdota su relación con la
gauche divine. Cuenta como, un mes excaso después
de haber entrado a trabajar en la revista
Fotogramas, le fue encargada la ‘chismosa’
sección de Oído en Bocaccio, donde su labor
consistía en ir todas las noches al lugar favorito de la
gauche, espiar con disimulo lo que allí escuchaba,
para después publicarlo sin escrúpulos. La
sección no iba firmada, "era un trabajo anónimo un
tanto peligroso en cualquier caso, pues existía el
evidente riesgo de ser desenmascarado y apaleado". Recuerda que
los personajes a los que espió de forma más
‘continuada y recalcitrante’ fueron Pere Portabella,
Gil de Biedma, Serena Vergano, Terenci Moix, Óscar
Tusquets, el conde de Sert, Teresa Gimpera, Jaime Camino,
Román Gubern y Juan Benet. Vila-Matas afirma que aquella
hipotética gauche divine fue su universidad: "En
menos de dos meses conocí a una serie de gente creativa en
múltiples campos y que nada tenía que ver con mi
mundo familiar o con el que frecuentaba en las aulas de Derecho o
Periodismo, dos templos del saber de los que, a medida que fui
teniendo más trabajo, me vi obligado, sin nostalgia
alguna, a ir dejando atrás. Se aprendía más
teniendo acceso a una breve conversación con Gil de Biedma
o con Maruja Torres que asistiendo todos los días del
año a clases de Derecho Civil".
Los protagonistas de Los alegres muchachos de
Atzavara también suelen acudir a la discoteca de la
gauche. Es Ariadna la que hace esta referencia, aludiendo
a que ‘ha encontrado’ a sus invitados especiales y
contraculturales para el verano allí:
"-Ariadna, guapa, ahora que no están, dinos de
dónde los has sacado.
-Les conocí en Bocaccio. Iban con otros y alguien
de mi grupo les conocía. Me parecieron dos tipos muy
inteligentes. El pintor ha vivido un par de años en San
Francisco y el poeta me parece que quedó un año
finalista en el Premio Adonais" (p. 138).
Esther Tusquets publicó hace unos años
Con la miel en los labios, novela en la que narra un amor
entre dos mujeres pertenecientes a la burguesía catalana
en la Barcelona de 1974. La autora defiende a la gauche
divine y lo que representó, en tanto que fue un
movimiento
"estimulante, interesante y positivo", aunque la editora reconoce
que se trataba de "gente de izquierdas que vivía con
cierta frivolidad". Su libro es, en este sentido, caricaturesco,
incluso despiadado con algunos de los personajes. El retrato es,
a veces, el de universitarios de clase bien que, entre copa y
copa o entre proyección del Potemkín y
proyección del Potemkín, discutían
cuál era la vía idónea al socialismo: si la
cubana o la china. Esta
cierta frivolidad provocó no pocos resquemores entre los
sectores más dogmáticos del antifranquismo. Su
comportamiento llevaba consigo un afán de gozar de la vida
que hasta entonces les había sido prohibido, por lo que
muchos moralistas entonces y, aún hoy, trataron de
desprestigiar y de vilipendiar, tal vez porque, como muy bien
dijo Terenci Moix, "nunca fueron invitados a la fiesta".
También solía darse el caso, como muy bien
señala Ana María Moix en 24 horas con la
Gauche Divine, de criticarles al mismo tiempo que se
hacía lo imposible por tratar de pertenecer a
ella:
"Un joven poeta catalán dice que hay que hacer la
revolución aunque sólo sea para cargarse a toda la
gauche divine. "Oiga, joven –le espeta alguien-, la
revolución tiene cosas más importantes que hacer".
Pero el joven sigue diciendo que hay que acabar con la gauche
divine. Es usual oirle despotricar contra la gauche
divine tomando copas con la gauche divine en Bocaccio,
en el Pub de la calle Tuset y en las presentaciones de libros de
editoriales de la gauche divine, mirando de reojo y
ruborizado, el escote de Beatriz de Moura, las piernas de Rosa
Regàs o el culo de Teresa Gimpera" (p. 50).
Carina Farreras, actriz y una de las musas del grupo,
relaciona a la gauche divine con dos palabras: "la
creatividad y
la libertad". Explica en una entrevista como "vivíamos al
margen de la moral
franquista y pensábamos sólo en divertirnos.
Éramos un grupo muy selectivo, donde no entraba todo el
mundo, sólo gente creativa, ya fueran modelos,
intelectuales o ricos, que nos podíamos permitir viajar,
ir en barco o montar fiestas especiales". Su lema era: felicidad,
trabajo y libertad. Este carácter de ‘grupo
selectivo’ queda perfectamente reflejado en la novela de
Montalbán, gracias a la presencia de Paco y Vicente, ambos
procedentes de la clase obrera y que no terminan de congeniar con
el grupo de intelectuales de Atzavara. El primero no
durará más de tres días en el pueblo,
mientras que el segundo, pese a los esfuerzos llevados a cabo
para poder integrarse, acaba humillado y medio expulsado de la
colonia.
Por su parte, la periodista Clara de la Puente les
define como "guapos, esnobs y sofisticados, jóvenes que
pensaban ‘á gauche’ y vivían
‘á droite’, que leían Fotogramas y
Tele-eXpres, llevaban una vida nocturna activa pero, durante el
día, daban el callo como perfectos profesionales
(editores, periodistas, cineastas, escritores, cantantes,
pintores, modelos, intérpretes, fotógrafos…).
Fueron envidiados, imitados, criticados y, finalmente,
mitificados. Eran la versión catalana del ‘radical
chic’ que tan bien retrató Tom Wolfe".
La libertad sexual jugó un papel importante en
esta ‘tribu mediterránea’, denominación
de la relaciones
públicas de Bocaccio, Ana Maio. Era una de las
características de la época. Era ‘la
época’, la coincidencia de corrientes que
desembocaron en algo esencial: la liberalización de las
costumbres y del pensamiento. Pero liberalización en un
sentido que no sólo implicaba libertad sexual, sino algo
más profundo que apuntaba, por un lado, a la vida
cotidiana, y, por otro, a la ideología, o mejor, a las
ideologías imperantes: un franquismo que se iba, pero que
tenía sucesores, y una dogmatización de la
izquierda totalitarista. La editora Esther Tusquets, sin embargo,
rechaza, o ve con otros ojos, uno de los mitos del
momento, el exceso de libertad individual. Afirma con rotundidad
que la idea de que "los universitarios de la época,
hacían el amor con
total libertad no es cierta. Había muchos tabúes y
aún hoy los continúa habiendo". Lo que es innegable
es que realmente fue uno de los mitos del momento, y un dato de
relevante importancia para todos aquellos que se sentían
parte de la gauche. Rosa Regàs afirma que para
poder pertencer a ella había que "creer firmemente que la
libertad sexual era posible y practicarla en la España de
los sesenta". Su hermano Oriol califica de "inadmisible ser
virgen para poder formar parte de su grupo". Toda esta libertad,
o libertinaje sexual en su defecto, aparece perfectamente
reflejado a lo largo de toda la novela Los alegres muchachos
de Atzavara a través de los juegos sexuales que
protagonizaban las fiestas nocturnas de los
protagonistas:
"Parecían obligados a demostrar a los
jóvenes recién llegados que no necesitaban sus
lecciones y estaban algo alocados proponiendo juegos prohibidos,
por ejemplo, un concurso de besos en la boca, a ver quién
aguantaba más, chico y chica, naturalmente" (p.
112).
Montalbán aprovecha para hacer una crítica
hacia el comportamientos de esta gente, ya que por una parte
presumían de su libertad sexual, pero por otra no eran
capaces de admitir ante su grupo su homosexualidad, como era el
caso de ‘los alegres muchachos’, decididos la mayor
parte del tiempo a hacer gala de su supuesta
heterosexualidad.
"(…) y a veces contestaban adoptando maneras de
latin lovers y fingiendo una peligrosidad heterosexual
torpemente ejercida mediante manoseos de zonas no erógenas
y algún beso con lengua sostenida, beso de concurso para
batir el récord mundial de enfundado de lengua" (p.
183).
La misma importancia se le daba al hecho de ser
físicamente atractivo para poder integrarse en el selecto
grupo. El mismo Oriol habla de que "no se puede ser totalmente
antiestético". Beatriz de Moura dice directamente que "no
se puede ser feo, y que hay que ser guapo". El fotógrafo
Orio Maspons opina que "hay que estar bastante bueno en
algún aspecto". Por su parte, el pintor Albert
Ràfols Casamada pone como condición principal "ser
hermoso".
Manuel Vázquez Montalbán no ocultaba su
opinión sobre la gauche divine, a la que calificaba
"como un movimiento de hijos de papá, pijos y burgueses
que iban de izquierdas, sin militar en ningún espacio
político que se enfrentará a Franco". De aquel
movimiento siempre escribió despectivamente. Como cuando
se burló de la combinación que llevaba Rosa
Regàs en una fiesta, según recuerda Beatriz de
Moura en un libro sobre la Gauche. Decía
también de ellos que eran gente de izquierdas que trataban
de vivir como gente de derechas. Lo que más les criticaba
era su falta de compromiso, ya que todos ellos se reunían
bajo la ideología del antifranquismo sin ir más
allá. Así queda patente en alguna de las frases de
la novela Los alegres muchachos de Atzavara:
"Pero sobre todos ellos funcionaba el mecanismo
solidario del antifranquismo como suprema opción
ideológica aplazadora de compromisos políticos
más clarificadores" (p. 181).
"Estas gentes de Atzavara son personas muy normales,
mucho más normales de lo que se creen o de lo que
quisieran ser. Pero este verano parece como si fueran otros.
Franco se está muriendo y eso impresiona mucho, sobre todo
a esta gente fronteriza que no ha hecho gran cosa para demostrar
que era antifranquista, pero que ahora descubre en sí
misma un antifranquismo que le excita (…) Un pedazo de tiempo
en el que algunos creyeron que todo estaba permitido, incluso
aquello que más tarde o más temprano les
avergonzaría" (p. 261).
Esta caractéristica suya puede ser, en mi
opinión, una de las más importantes y decisivas a
la hora de propiciar la ‘desaparición’ del
movimiento colectivo, puesto que una vez muerto Franco y
comenzado el camino hacia la transición, ya no
valía ser ‘simplemente’ antifranquista, sino
que había que definirse más claramente,
identificarse con una de las múltiples opciones que nos
ofrecía la democracia, y fue en este momento cuando
quedó más de manifiesto la falta de compromiso de
muchos de los integrantes. Esta situación histórica
quedó resumida en el irónico lema montalbiano de
"Contra Franco estábamos mejor". Otro dato
simbólico de importancia, es cómo Montalbán
sitúa en este mismo momento, el final de su novela,
haciendo referencia quizás al propio final del mito de la
gauche divine. Aprovecha Montalbán este final para
dejar constancia del impotente sentimiento de desencanto ante la
realidad que tanto le caracterizaba, y que es la tónica
general de toda la novela, y que provocó esta
demitificación de la contracultura. Toda la novela propone
una mirada crítica a aquellos presupuestos
revolucionarios de la generación del 68 que fracasaron
porque no se pudo o no se quiso llevar adelante. Se plantea
así el divorcio entre teoría
y práctica, entre ética y
estética, y el conflicto
entre los deseos y la realidad de unos personajes que no son
capaces de llevar sus principios hasta
el final, quizás por la propia falsedad o fragilidad de
sus principios. Así, a pesar de sus enormes ambiciones
artísticas y literarias, muchos de los protagonistas
acaban convirtiéndose en funcionarios de cultura en
pueblos de provincia, como los ‘contraculturales’
sultanes Paolo y Donato, concejales, etc, poniendo fin a sus
sueños de jueventud, que no fueron más que eso,
sueños.
Toda esta crítica de Montalbán hacia la
gauche divine se recoge, sin ningún tipo de censura
ni eufemismos, en su artículo Informe subnormal sobre
un fantasma cultural, que por su enorme valor dentro de este
estudio, creo que merece la pena recoger de forma casi
íntegra:
"Las señas de identidad del fantasma de la
gauche divine están condicionadas en parte por una
precipitada, y algo malintencionada, lectura de Françoise
Sagan y por esa tendencia hispana al voyeurismo. Orden de
busca y captura. Retrato robot de la gauche
divine:
Ellas: algo frescas, rubias, melenas lacias; no llevan
combinación larga; miran a los hombres de abajo arriba y a
las mujeres de arriba abajo; les encanta el Ché,
Bellocchio, Charlie Brown; comentan entre ellas el censo y
eficacia de
sus partenaires sexuales; van a Perpiñán, a
Andorra, a París a ver cine; a
Londres a ver trapos; suelen desengañarse matrimonialmente
en plazos que oscilan desde los tres días a los siete
años (nunca pasan de los siete años); tienen hijos
rubios, inteligentes y ocurrentes, partidarias del unisexo…
masculino; se pirrian por las experiencias comunales de los
hippies, pero rechazan todo conato de postergación
del desodorante; les chifla la guerrilla, odian la maxifalda;
partidarias de la revolución sexual; no saben cocinar,
trabajan como editoras, traductoras, agentes de relaciones
públicas o montan boutiques, librerías,
discotecas o escriben para revistas implícita o
explícitamente progresistas.
Ellos: son arquitectos, escritores, antologistas,
novelistas, poetas, periodistas, cineastas, médicos,
abogados (muy pocos laboralistas); visten jerseys cisne y
chaqueta de ante, partidarios del unisexo… femenino; si se
compran un coche que exceda al Mini, se lo compran rojo; les
encantan las guerrilleras palestinas, van a Calpe con sus planes
de fin de semana y a Marruecos con los planes más
duraderos, llaman al psiquiatra para consultarle el color del
foulard, consideran absoluto el tema del diálogo
entre católicos y marxistas, saben cocinar dos o tres
platos (suele ser el, steak tartare, el arroz al curry y,
en casos de inteligencia
excepcional, la paella) y algunos suelen ligar muy bien la
mahonesa o el all i oli; les preocupa la semiología
sexual y la fatal tendencia a la social-democratización
que experimenta Europa.
Solos, fanés, descangayados, salen de madrugada
del cabaret. El ambiente del cabaret es un algo zarista, recuerda
esos vagones lujosos donde se firmaban las paces de Versalles.
Estaba poblado de arquitectos, misses, modelos,
fotógrafos de moda, estudiantes de Ciencias
Económicas con parálisis facial, ejecutivos,
cantantes de la «nova» y la eterna canción,
servan-screiberista, ex bailarines de soul,
arcángeles ingleses, noctámbulas parejas
armiñadas fugitivas de un tapiz de Montecarlo, dos poetas
borrachos, tres tocones visuales, una antillana, una pubilla
vallesana que piensa: "Com el Vallés no hi ha res" ("No
hay nada como el Vallés"). Con todos ellos se ha montado
el affaire de la gauche divine, una gratuita
serpiente de verano que se ha convertido en dragón por la
intencionada imaginación nada liberal de los adjetivadores
de fantasmas. Y
estos seres solitarios, fanés, descangayados, que salen de
madrugada del cabaret, constituyen, en grupo, un excedente social
común a todas las sociedades
urbanas que superan el millón y medio de habitantes.
Sólo les unen determinadas conclusiones acerca del oficio
de vivir, que, naturalmente, no se parecen en nada a las del
matricero que ha puesto el reloj para despertarse precisamente a
aquella hora para acudir al trabajo. Es baratísimo y
mediocremente esteticista enfrentar la retirada de la cansada
gent divine hacia sus casas con el amanecer de la población obrera de la ciudad industrial,
tan burda y grotesca como enfrentar el cromo del rebelde de
provincias, morado de tinto, al del campesino de
los alrededores, que se levanta a aquella misma hora porque oye
quejarse a la cerda
.La gauche divine no existe. Existe el drama del
llamado profesional liberal, del llamado artista, del llamado
profesional de la cultura, consumido por una sociedad estuchadora
que no ha vacilado en adjetivar peyorativamente a uno de sus
sectores más aparentes y menos determinantes. Este sector
se ha constituido, socio-económicamente, en high
society de la pequeña burguesía progresiva y
legisla algunas cosas, pero de escasa importancia comunitaria:
modas culturales, de vestuario, sexuales,
lingüísticas. Y esa ‘altura social’ hay
que considerarla muy a la española: es una altura
relativa, con mucho dos caballos por en medio y cubierto de
sesenta pesetas en un restaurante para iniciados, con mucho plan
de boquilla y mucha tierra en La
Habana, con mucha sabiduría convencional y mucho
‘Reader's Digest’, con más Charlie Brown que
Carlos Marx.
Esa high society relativa, tan relativa, por algunos
precipitadamente calificada de gauche divine, se declara
tan partidaria de la felicidad como de los psiquiatras y del
Ché Guevara, como de Marcial o Pirri. Porque yerran
los que han circunscrito la clarificación al litoral
catalán. En el triángulo braguetario del
Gijón, del Oliver y del Pub de los madriles se cuece un
caldo similar, inofensivo y tristón, del que siempre se
aprende algo en el duro aprendizaje del
oficio de vivir".
Aparece en Los alegres muchachos de Atzavara una cita
que hace referencia a algunos de los temas tratados por el
autor en este artículo:
"Nada de la estética revolucionaria nos era ajeno
y no le hacíamos ascos a ninguna iconografía del
santoral revolucionario, llamárase Che Guevara,
Puig Antich …, pero a la hora de imaginar el cambio
rechazábamos in mente cualquier solución que
modificara nuestro status de consumistas suficientes" (p.
179).
Pero a pesar de todas estas críticas,
Vázquez Montalbán participaba de muchas de las
actividades de la Gauche Divine y la mayoría de sus
amistades pertenecían a ella también. Incluso
cuando la revista Triunfo pasó por uno de sus peores
momentos en el año 1969, llegó a buscar inversores
entre sus ‘supuestos enemigos’, los intelectuales
catalanes del momento. Con el tiempo llegó a moderar su
opinión a cerca de ellos, y en su último
artículo para El País escribió: "Los que
recuerdan la Cataluña de entonces como una isla de
prodigios culturaldemocráticos poblada casi exclusivamente
por gauche divine, permítanme que les corrija sin
acritud. La gauche que había era sobre todo
satanique y la divine fue solidaria, ética y
estéticamente ejemplar".
Pero hay un dato más que me ha llevado a
relacionar el modo de vida de los protagonistas de la novela
Los alegres muchacos de Atzavara con el de la gauche
divine, a parte de los ya evidentísimos, como la clase
social de ambos, sus profesiones, su ideología… etc, y
es la presencia del pueblo de Atzavara. Leyendo reseñas y
biografías de muchos de los integrantes, me llamó
la atención el, en principio anecdótico hecho, de
que bastantes de ellos poseían casas de verano en un
pueblo de la costa de Gerona, llamado Cadaqués. En mi
investigación sobre este pueblo
catalán encontré descripciones como las que viene a
continuación:
"En los años sesenta, Cadaqués fue,
más que un pueblo, un símbolo del encuentro de un
mundo pescador en declive y del universo
intelectual barcelonés, coagulado en la gauche
divine. El pedigrí le venía de los años
veinte, cuando fue visitado por Paul Éluard, André
Breton y todos los popes del surrealismo,
atraídos por el genio de Salvador Dalí y de Luis
Buñuel (…) Los abanderados del redescubrimiento de
Cadaqués fueron arquitectos como Óscar Tusquets,
Federico Correa y Oriol Bohigas, que actuaron de locomotoras para
la tropa. Cadaqués tenía la ventaja de las
revueltas de carretera que lo protegían del acceso
fácil de los parvenus. De este modo, la
revolución sexual de nuestras elites –fruto feliz de
la píldora "antibaby" y de la influencia extranjera–
pudo mantenerse en el plano de la endogamia, sin estropearse con
injertos plebeyos que la afearan".
Esta última frase vuelve a hacer referencia al
carácter selectivo del grupo, en el que sólo
cabían burgueses intelectuales guapos y ricos (‘The
Beautiful People’), hecho que Montalbán demuestra en
su novela con la presencia de Paco y Vicente, que serían
esos "injertos plebeyos" que "afeaban" Atzavara. Del mismo modo,
tanto éste último como Cadaqués, estaban
alejados de las masificaciones turísticas de verano que se
concentraban en otros lugares como Ibiza, y su
localización era de difícil acceso, con lo que se
aseguraban la ‘propiedad’ del lugar para llevar a cabo sus
particulares ‘revoluciones sexuales’. Como dice el
mismo artículo del escritor Román Gubern (que
aunque no lo parezca, formaba parte también de la
gauche divine pese a lo que se pueda deducir de su
artículo) "Cadaqués se convirtió en
referente y punto de cita para nuestra progresía, dando
lugar a la etiqueta satírica del "partido comunista de
Cadaqués", aludiendo a nuestros divinos que se mojaban en
la playa del Llané".
Manuel Vázquez Montalbán novela desde una
perspectiva irónica, crítica y nostálgica,
un momento histórico y particular que a él mismo le
tocó vivir, un momento en el que agonizaba el franquismo
en España y nuestra sociedad intentaba abrirse camino
hacia nuevas fronteras, renovando la atmósfera gris y
enrarecida de la dictadura, rompiendo barreras y llevando a cabo
una revolución cultural. Un intento que hermanó a
un grupo de intelectuales y artistas en la década de los
setenta, a los que Montalbán veía vivir a medias
entre una insuficiente emancipación y una cómoda
complacencia, la atracción de la transgresión y el
miedo a las consecuencias, el deseo de libertad y la incapacidad
de asumirla plenamente, dejando en evidencia el fracaso de todo
intento de romper las ataduras de los convencionalismos de la
vida burguesa. Refleja el autor el sentimiento de impotencia y
desencanto que arrastró consigo la derrota de todas las
esperanzas surgidas a partir del Mayo francés en nuestro
país y que caracterizarán, no sólo esta
novela, sino toda la narrativa de Manuel Vázquez
Montalbán.
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La doble transición. Política y literatura en la
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(Autores españoles contemporáneos ; 9)
VILLANUEVA, Darío, Comentario de textos
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Gijón.
Sierra Cabello, Alba
Lucía
Literatura Española s. XIX-XX
Universidad de Burgos, Junio’04