(Un ensayo
sobre el movimiento
humano)
"Todavía resulta difícil determinar con
exactitud cómo llegamos a abandonar la forma de vida
peluda y a cuatro patas, para sustituirla por una existencia
bípeda y de piel desnuda.
¿Por qué nos incorporamos y empezamos a
desplazarnos sobre nuestras patas traseras? La postura es
incómoda, poco eficaz
y reduce a la mitad nuestra velocidad, en
comparación con la de un mono normal. Sin embargo, hemos
conseguido someter al planeta entero".
Desmond Morris. El cuerpo al desnudo.
Se dice que Nimrod, el rey cazador, fue quien impulsó
la creación de la torre de Babel. Y que allí las
lenguas se
confundieron y los hombres quedaron en silencio, sólo con
su cuerpo, lo que les permitió descender, tomar sus
herramientas y
salir al mundo para volver a nombrarlo. También se cuenta
que para que el mundo existiera, D’s necesitó crear
un hombre,
alguien que con sus manos hiciera una medida de las cosas. Y en
ese mismo relato, se menciona un cuerpo que muere (Abel) y otro
que se va al Este a trabajar los metales
(Caín). Y así podríamos seguir hablando del
origen del mundo, que es el del cuerpo y el ejercicio de
éste para que las cosas existan y logren un sentido
valedero porque, como dice Ludwig Wigenstein, "el mundo no
está compuesto por cosas sino por hechos", es decir, por
acontecimientos entre el cuerpo y los objetos.
Aristóteles llamó animal a todo ser que tuviera
ánimo, es decir, que se moviera. Y en el entendimiento de
esa movilidad, el filósofo centraba la vida, esto que nos
lleva a sentir y a ser. De igual manera, se lee en el inicio del
Génesis: "y el espíritu de D’s flotaba sobre
las aguas", es decir, las movía y como se movían
estaban vivas. Y el hombre fue
hecho, dicen las mismas crónicas, de un soplo de vida, de
un movimiento (igual que el universo que,
según la Kabalá, se hizo de una contracción
de D’s). Así, desde todas las culturas, no se
concibe un cuerpo vivo que no se mueva, ni siquiera entre
aquellas que adoraron piedras, como Los Celtas, ya que esas
piedras eran representación y referente del viento y el
sonido, del
paso de la luz y la llegada
de la oscuridad. De igual manera, todos los conceptos de hombre,
desde la teología primitiva hasta la filosofía de la ilustración, están señalados
por premisas que definen al ser humano enmarcado en movimientos:
vitalidad, animosidad, entusiasmo (palabra que significa estar
poseído por D’s) etcétera.
Cuerpo e Historia:
Si hacemos un análisis crítico de la historia,
ésta se sucede a través del ejercicio permanente
entre los cuerpos, los contextos y el entorno. De aquí que
en las pinturas rupestres el hombre se dibuje en acción:
luchando contra un mamut, cazando ciervos, pastoreando animales. Y
cuando asume la escultura, ese cuerpo inerte que se graba en
piedra o en madera
comienza a tomar una tercera dimensión, lo profundo, hasta
instalarse dentro de criterios de movilidad, primero lenta, como
en el caso de los egipcios y los persas, y luego en movimiento
rápido aunque no activo sino en reposo, como sucede en la
Grecia de
Pericles, Alcibíades y Sócrates,
cuando en los frisos de Atenas se graba la movilidad del cuerpo
al detalle, en cada tensión y gesto, representando la vida
cotidiana, el ir a la guerra y el
estar en el espacio ciudadano.
Werner Jaeger, en Paideia, esa gran obra sobre la
educación
griega, pone de manifiesto que la primera educación que un
griego recibía era con relación al uso de su cuerpo
porque allí encontraba un orden (un cosmos) y una
extensión a todas sus acciones. Por
esto no es de extrañar que toda la mitología griega juegue en torno al cuerpo y
defina la belleza del objeto corporal como el elemento necesario
que debe estar al lado de toda sabiduría como equilibrio al
saber y, al mismo tiempo, en
calidad de
sujeto estético, lo que legitima el concepto del
efebo. En los diálogos de Platón se
da a entender que un cuerpo en orden es el fundamento para toda
discusión. Por esto, la mayoría de los
diálogos platónicos se llevan a cabo en banquetes,
allí donde el cuerpo se alimenta y descansa (hay que tener
en cuenta que los griegos, como los romanos, aprovechaban las
grandes reuniones no sólo para conversar sino para dormir
o hacerse dar masajes. Basta leer la literatura latina, El
Satiricón de Petronio, por ejemplo).
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