- Explorando los senderos de
la utopía - El Inkarri
- Diversidad de
aproximaciones - Todos los senderos conducen al
Paititi - Palabras
finales
Niebla, selva, pantanos y meandros. Aislamiento y
lejanía; amenazas impensadas nacidas desde el seno de
alguna tribu con escaso o nulo contacto con la
"civilización". Víboras, insectos y
precipicios sin par que caen desde y hacia matorrales de
exuberante follaje, escondiendo miles de secretos inconfesables
que el entorno, salvajemente natural, se niega a
revelar.
Colonos detenidos en el tiempo. Economías
de subsistencia alejadas del consumo.
Avanzada humana que pretende generar seguridad
levantando casas de barro y paja; chozas a las que llaman
comunidades y que más parecen lunares de raquítico
antropocentrismo que refugios seguros para el
citadino que se arriesga a horadar aquel vasto océano
vegetal, conocido alguna vez con el nombre de "Infierno
Verde".
Distancias. Dilatación geográfica.
Espesura, sombras; humedad y falta de perspectiva. La fuerza del
machete es la que abre senderos, desbastando muros de ramas y
árboles
centenarios. Y, a cada paso, la incertidumbre y el replanteo de
estar haciendo lo correcto.
Al mismo tiempo,
adrenalina y el potencial descubrimiento de algo que nadie
ha visto en siglos.
"Un poco más adelante. Un kilómetro
más, un metro… Allí puede que se
encuentre".
Como en los juegos de
azar, a los que no puede resistirse el apostador empedernido, la
búsqueda infatigable —de lo que muchos creen es una
quimera— impulsa hacia delante, renueva el espíritu
dentro de un cuerpo agotado; vence las trabas de la mediocridad.
Exalta el sueño, promueve la aventura romántica y
le da sentido —legitimidad— a la vida.
Este es el escenario del mito, de la
leyenda; y en su centro —como presidiendo un esquema
heliocéntrico— está el Paititi, la "ciudad
perdida" del folklore
andino que más energía y recursos ha
movilizado desde los días de Francisco Pizarro,
conquistador del Perú.
EXPLORANDO LOS SENDEROS DE LA
UTOPIA
"(…) Matando en sí mismo el
vagabundo,
es como el hombre ha
refinado su esclavitud
y se ha enfeudado a los fantasmas".
E.M. Cioran, Adiós a la
Filosofía,
Ed. Alianza, Bs As, 1994, pág. 137.
"El que no sale nunca de su tierra
vive lleno de
prejuicios".
Carlos Goldoni
No hay caminos hacia el Paititi; si por camino
entendemos una ruta normalizada que evita el extravío y
facilita el desplazamiento por un itinerario espacial preciso,
determinado o determinable. Y si no hay caminos, no hay
viaje; ya que éste es posible únicamente
cuando existen los primeros.
Tener un camino significa disponer de un destino
establecido, una ruta normalizada que evita el extravío y
conduce, sin error, con confianza y seguridad, a un lugar
público y conocido por otros con antelación. No hay
viajeros hacia el Paititi, sólo exploradores y
aventureros, que son su contrafigura.
El Paititi exige exploración. Su búsqueda
no se mueve por trayectos seguros. Se opone a la rutina,
al "re-corrido", a las conductas normadas. Genera inseguridad,
ansiedad; que son variables
más propias de los que siguen senderos que de los
que recorren rutas.
Es el explorador el que abre camino por primera vez,
inaugurando itinerarios insólitos que se nutren de las
contingencias, del peligro y del exotismo. Ir tras la huellas del
Paititi implica, pues, seguir rumbos nuevos, desconocidos u
olvidados hace mucho tiempo.
El riesgo, la
imprudencia y las exigencias extremas se imbrican con la libertad
—tan propia del trotamundo— para cumplir con
el anhelo de descubrir; de recorrer tierras postergadas. Y
recién cuando la presencia del explorador proyecta su
sombra sobre el piso, a ese sitio ignoto se le permite existir;
generando la ilusión del ego triunfante y la narcisista
tentación de haber alcanzado la fama y la gloria. Curioso
resultado éste, que se actualiza cuando se sale en pos de
la misteriosa "ciudad", practicando la trashumancia.
Porque alcanzar el Paititi significa entregarse al nomadismo, a
la pasión por hurgar en una tierra que parece
recién nacida, aunque no lo sea.
Pero para lo que nosotros (exploradores) es un
sendero, para otros es un camino de regreso que conduce a la
seguridad del pasado, a la idealización de una
época desaparecida hace ya más de cuatrocientos
años; un tiempo en el que un ahistórico y
benévolo Inca gobernaba el Tahuantinsuyu haciendo de
la Tierra un
paraíso, cuyo modelo
—perdido durante la Conquista— volvería a
reeditarse en el futuro siempre promisorio de las comunidades
aborígenes, que observan la historia con la nostalgia y
añoranza propia de las utopías.
"El Inca regresará", dicen. Nunca se fue.
Permanece en el Paititi, armándose, preparándose
para asestarle a la intrusiva cultura
europea el golpe de gracia que la desplace del tablero, para
implantar en las costas, alturas y selvas del Perú, el
antiguo culto a los antepasados, la justa reciprocidad quechua,
la felicidad plena que los rescate de las penurias y les devuelva
la esperanza de tener un reino propio, una dignidad
reedificada, una identidad sin
contaminantes.
En esta espera se apoyó la leyenda del Paititi; y
en ella se siguen apoyando muchas comunidades andinas y
amazónicas para mantener en alto sus sueños
reivindicativos y el anhelo de volver a instaurar el honor en un
pueblo vencido por las armas.
El Paititi es esperanza; por más que los
"intelectuales
de escritorio" sigan negándole al pueblo quechua (y
aymará) un horizonte propio, definiendo al legendario
emplazamiento como "la quimera de un pueblo frustrado". El
mensaje milenarista persiste en el imaginario colectivo,
consciente o inconscientemente.
"En Paititi viviremos tranquilos, honraremos a nuestros
dioses, trabajaremos en común la tierra, habrá
alimentos y
ropas para todos… Paititi es el perfume de nuestro pueblo y de
nuestras gentes, la esperanza del ombligo del mundo, la sonrisa
de los abatidos, la luz de bengala
del día ya amanecido, el subsuelo que nutre el suelo del pueblo
quechua".
El Paititi es y fue resistencia. Bajo
su poderosa sombra se organizaron rebeliones, conspiraciones y
levantamientos contra el orden colonial establecido, desde
mediados del siglo XVI y todo a lo largo de los siglos XVII y
XVIII; más de cien años antes de Juan Santos
Atahualpa o Túpac Amaru II, que son dos de los rebeldes
más famosos de la historiografía.
Pero el Paititi sigue tentando al futuro con el corazón y
ya no tanto con las armas. Su sola mención insufla
valor, fuerza,
orgullo y un espíritu de resistencia que se encarna en el
idioma —el runasimi, quechua—, en los rituales
y cultos residuales, en el arte y sus temas,
en los rumores y leyendas
populares que todavía recorren valles altiplánicos,
cumbres y selvas tropicales del Antisuyu.
"El Inca volverá. Nunca se ha ido. Permanece
en el Paititi".
"Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos
(…).
La sociedad es un
infierno de salvadores".
E.M. Cioran, Adiós a la
Filosofía,
Ed. Alianza, Bs As, 1994, pág. 9.
En la zona de Chinchero y Urubamba, en las
picanterías del Cusco y en borde de la ceja de
selva, los lugareños y aborígenes creen que el
Paititi es el refugio de los últimos incas y que
aún permanecen allí, escondidos y alejados del
mundo. Incluso sostienen que unos pocos privilegiados han podido
comunicarse con sus pobladores, aunque no conocen —ni
desean revelar— el sitio exacto en donde está
emplazada lo que consideran es una llacta (ciudad) de
origen quechua.
Esta es una de las bases residuales de un mito que viene
circulando en el Perú desde por lo menos el siglo XVIII y
que postula —de igual manera que el mesianismo andino del
siglo XVI durante el Taki Onkoy— la
restitución imperial como elemento cohesionador de las
masas indígenas.
Dentro de este esquema de utopía andina, la
reforma moral y la
resistencia pasiva, comportaban una dimensión
estrictamente religiosa, que no dudó en tomar prestados
elementos aportados por la evangelización y
aculturación española. Es así que vemos
cómo, dentro de esa ideología rebelde, se fueron mezclando
mitos
amazónicos, ideas incaístas, pensamiento
cristiano y teología joaquinista, en un interesante
menjurje mágico, milenarista y
mesiánico.
Como señaló Alberto Flores Galindo, la
capacidad de resistencia de una cultura no se contrapone
necesariamente con la posibilidad de asimilar y recrear otros
elementos culturales. Una cultura puede pasar por diversas fases
—a veces ambivalente— de momentos de retroceso frente
al embate occidental, a períodos de renacimiento y
recuperación. Claro que estos cambios son más
difíciles de encontrar en culturas que, como la incaica,
estuvieron —o están— asediadas por fuerzas
colonizadoras; ya que se ven en la necesidad de esconderse y
cubrirse.
Desde el siglo XVI, los hombres andinos debieron
sentirse en un territorio ocupado y para contrarrestar esa
situación —ya inmodificable— recurrieron a la
utopía andina. Pero, ¿en qué consiste esa
utopía? Sencillo: en la mitificación del pasado. No
es otra cosa que el intento de ubicar allí —no en el
futuro, como en el caso europeo— la ciudad ideal, el reino
imposible de la felicidad; es decir, la idealización del
imperio incaico. La utopía andina no se proyecta hacia
delante, sino hacia atrás, inscribiéndose en una
concepción cíclica y mítica del
tiempo.
El mito del Inkarrí es el
más representativo al respecto.
Vigente desde hace unos doscientos años, el
relato hace referencia al "Inca rey", al gobernante que no
sólo es gobernante, sino un ser divino que opera como
modelo y arquetipo dentro de una cosmovisión andina que
data de épocas precolombinas (incluso preincas,
según algunos estudiosos). El Inkarrí encarna el
mesianismo y es visto —y sentido— como un ordenador
del mundo, como un héroe fundador idéntico al
primigenio Manco Cápac, que restablecerá el orden
que los españoles destruyeron tras la invasión del
siglo XVI. Este rey mesiánico, que por sus actos
permitirá el regreso al tiempo sagrado del Inca, ha sido
interpretado como el equivalente al Cristo del catolicismo,
aún cuando arrastre muchos síntomas propios de una
mentalidad mítica precristiana.
Una de las versiones populares del Inkarrí que
aún circula—y que el Padre Javier Suescum transcribe
en su libro—
dice así:
"La tierra se hallaba poblada por los ñaupas,
seres dotados de extraordinarios poderes. Wiracocha, dios
creador, les anunció su deseo de legarles sus poderes,
pero, ellos, soberbios, le dijeron que tenía ya los suyos
y no necesitaban otros. Wiracocha indignado creo el sol y
ordenó su salida y con su acción
los ñaupas se deshidrataron y sus músculos quedaron
convertidos en carne resecas y adheridas a sus huesos. La
tierra, entre tanto, quedó inactiva. Luego para poblar la
tierra crea a Inkarrí y Qollari, un hombre y una
mujer llenos de
sabiduría.
"Ordenó al primero que levantara un pueblo en el
lugar en que cayera enhiesta la barra de oro que a tal
efecto le entregó. Inkarrí la arrojó una vez
y cayó mal. La segunda vez fue a caer oblicua entre las
montañas altísimas. Y aquí se puso a
trabajar para levantar la ciudad. Wiracocha, indignado porque no
había observado su prescripción de que la barra
estuviera vertical, decidió hacerle notar su error y, para
ello, permitió que los ñaupa, que odiaban a
Inkarrí, cobraran nueva vida. Los ñaupa decidieron
exterminarle y le lanzaron enormes rocas por las
pendientes en dirección en que trabajaba. Inkarrí
huyó asustado y no se detuvo en su huída hasta
llegar al lago Titicaca. Aquí, la tranquilidad del sitio
le hizo meditar en los acontecimientos. Y fue cuando
recordó que la barra no había caído
vertical. Decidió regresar y llegando a Raya,
montañas que separan la región del altiplano de la
región de Cusco, arrojó nuevamente la barra. Esta
vez fue a clavarse perpendicular en un valle fértil.
Allí levantó Cusco y se asentó. A sus
hijos les envió a poblar diferentes regiones.
"Muchos años después Inkarrí
decidió retirarse de Cusco, pasando por Qero, y se
internó en una ciudad llamada Paititi. Allí
continúa viviendo, en compañía de los
descendientes de los muchos hombres y mujeres que se llevó
consigo. Su paso por Qero ha quedado perennizado por sus huellas
que se ven en una roca, y por Las marcas que
dejaron sus posaderas y sus testículos
cuando se sentó en otra piedra a descansar.
"Inkarrí dijo, al marchar, que volvería
para empezar el nuevo tiempo… que se pondría a la cabeza
de su pueblo y lo conduciría hacia Paititi (…)"
.
Creación, orden, cosmos. Más tarde,
conquista española y caos. El universo se
subvierte pero renace la esperanza de un nuevo nacimiento, de un
nuevo orden, de una segunda creación. El círculo se
cierra y el esquema cíclico, mítico, se materializa
denunciando una esquema milenario, antiguo.
Y el Paititi sigue estando en el centro de la
escena.
"(…) Jamás el espíritu dubitativo
fue pernicioso".
E.M. Cioran, Adiós a la
Filosofía,
Ed. Alianza, Bs As, 1994, pág. 8.
Es difícil tratar un tema del que ni siquiera hay
acuerdo respecto del origen y significado de la palabra que lo
define. Cualquiera que haya leído la bibliografía al respecto
sabrá que no existe —a la fecha— consenso en
lo referido a la etimología del vocablo
"Paititi". Claro que esto no impidió que se
elaboraran alambicadas hipótesis que pretendían más
ajustar el termino a ideas preconcebidas que encontrar la verdad
del asunto. Lo cierto es que se ha dicho de todo.
Ojeando las crónicas y memorias de la
época de la conquista, o saltando de un ensayo
contemporáneo a otro, observamos las diversas formas en
que se ha escrito la palabra que nos ocupa: "Paititi",
"Paitite", "Paykikin", "Paiquiquin",
"Paitití" (con acento en la última i),
"Paí Titi" (separado) o "Pay
Titi". Demasiadas variaciones para un toponímico
del que en verdad desconocemos todo.
Lo que sí podemos afirmar, sin miedo a
equivocarnos, es que no procede del quechua. Así lo han
sostenido reconocidos lingüistas. Por lo tanto, la
versión que más difusión tiene en el
ambiente
—y que dice que "Paykikin" significa "como
él", "igual a él" o
"como el otro Cusco"— es totalmente forzada y
alejada de la verdad. Por supuesto que existen implícitas
intenciones para abrazar este significado en particular y que
consisten en creer que el Paititi es una ciudad o ciudadela de
origen inca (cosa que tampoco es cierta, como veremos un poco
más adelante).
En la década de 1950, el explorador alemán
Hans Ertl llevó a cabo una serie excavaciones en
territorio boliviano, al norte de La Paz, en cierto cerro que
decía ser llamado por los indios locales como Paititi.
Tras su aventura exploratoria —demasiado cargada de
inventos y
fantasías, según nuestra opinión—
publicó un librito en 1954 en el que arriesga un
significado original al termino. Según Ertl,
"Pai-titi" significa "Dos Colinas" y
servía "además para designar a una legendaria
ciudad incaica ubicada en las postrimerías orientales de
los Andes".
Si retrocedemos un poco más en el tiempo y
consultamos algunas crónicas del siglo XVII veremos que en
una de ellas, escrita por el Padre Diego Felipe de Alcaya, se
arguye que la palabra Paititi deriva de dos vocablos:
"Titi", que significa "plomo" y "Pay"
que significa "aquel".
Pero eso no es todo.
En 1979, Gottfried Kirchner, otro explorador
alemán, publicó la crónica de sus aventuras
por Colombia y cuando
se refiere al término Paititi dice que significa algo
similar a "La Patria del Padre Tigre". Esta
traducción libre es la que más se
acerca a la realizada por el Padre Juan Carlos Polentini Wester
que de —manera un tanto rápida—
desentraña, en media docena de renglones, el misterioso
significado del vocablo remitiéndose a lo escrito por otro
religioso igual que él—el Padre Constantino
Bayle— quien sostiene que "Paí- Titi"
significa "Padre Tigre" o "Padre
Jaguar-Otorongo".
Por su parte, el célebre historiador argentino
Enrique de Gandía agrega a esta laberíntica
confusión un nuevo significado: "(…) "Pai" es
"monarca" y "titi", contracción de
Titicaca, o sea "Aquel Monarca del
Titicaca".
Lo cierto es que todo este andamiaje
lingüístico es poco convincente y nada seguro. Son
manotazos de ahogado en medio de una niebla de ignorancia casi
absoluta. Lo único que podemos afirmar es que la
traducción más famosa (aquella que la hace derivar
del quechua) es artificial y tendenciosa y que —como nos
dice el profesor
Daniel Heredia— "lo más probable es que
Paititi pertenezca a un idioma desconocido de la región
de la selva"
(¿tupí-guaraní?).
TODOS
LOS SENDEROS CONDUCEN AL PAITITI
"Lo que debe ser, será".
Proverbio anónimo árabe.
"El problema no son los
herejes,
sino los mediocres".
Eugenio Rosalini
Co-director de la
Expedición Vilcabamba 98
Desde los días de la conquista española al
Perú (siglo XVI), se ha venido hablando de ciudades y
centros ceremoniales incas "perdidos" en las selvas
amazónicas, al Oriente del Cusco. Los descubrimientos de
Machu Picchu (1911), El Pajatén (1963),
Vilcabamba "La Vieja" (1964), Mamería
(1979/80) y Gran Vilaya (1985), son pruebas
efectivas de la penetración e influencia de los incas en
las planicies tropicales del Perú. Cuando se consideran
las leyendas que circulan sobre el Imperio Incaico, en las
provincias de Cusco y Madre de Dios, inevitablemente estamos de
cara a la leyenda del Paititi; e indiscutiblemente nos
enfrentamos, al mismo tiempo, con dos opiniones opuestas: que el
Paititi es un producto
originado por la imaginación popular, tanto como por la
antigua ambición española de encontrar oro y
tesoros; y los que defiende la existencia real del
mismo.
Se ha escrito mucho sobre esta legendaria
"ciudad. El rumor y los comentarios la han cubierto de
riquezas, de celosos aborígenes protectores, de
alimañas que impiden el acceso a sus ruinas, e incluso
—como hemos visto— de incas residuales que, en la
actualidad, se mantendrían invictos de la influencia
occidental, conservando sus antiguas costumbres, ritos y organización político –
social.
Si bien todos estos románticos
ingredientes son propios del imaginario colectivo de las
comunidades andinas, no descartamos la existencia de
construcciones incaicas levantadas en la selva, mucho más
adentro de lo que comúnmente se acepta. Hoy sabemos que
los constructores del Tahuantinsuyu tuvieron una presencia activa
y casi permanente en las junglas orientales, y que los lazos que
unían costa/sierra/selva tropical fueron más
fuertes y constantes que lo imaginado por muchos
estudiosos.
Un sin fin de crónicas españolas —de
los siglos XVI, XVII y XVIII— nos informan sobre
expediciones incaicas, orientadas hacia el Este, como así
también sobre la fundación de guarniciones, tambos
y ciudadelas, en territorios de tribus selváticas que
mantenían cordiales relaciones diplomáticas con el
Inca. Muchos caminos empedrados se internan en la selva, y muchos
más se descubren a diario, obligándonos a
re-escribir gran parte de la historia expansionista del
Tahuantinsuyu.
Tras una concienzuda lectura de
dichas fuentes.
Roberto Levillier sostuvo hace años que dos son las
regiones en las que se suele ubicar el tan mentado
Paititi.
La primera, cercana al Cusco y en territorio de la
República del Perú, es la Meseta de Pantiacolla,
una región montañosa y tropical que se levanta
dentro del Parque Nacional del Manú, y que ha tenido la
extraña condición de atraer a la mayor parte de las
últimas expediciones. Esto es en parte entendible dado el
enorme potencial arqueológico que esta zona ha demostrado
tener. En ella se han encontrado caminos empedrados, rocas
talladas y ruinas incaicas; como así también
enigmáticos petroglifos (grabados abstractos, hechos en la
pared de una saliente lítica), sobre los cuales muy pocos
especialistas se arriesgan a especular acerca de su significado,
función
u origen.
La segunda región se encuentra en el departamento
boliviano de Pando, a unos 600 Km. de distancia de Pantiacolla,
remontando el río Madre de Dios (antiguo
Amarumayo). Se caracteriza por ser la zona menos
poblada de Bolivia
(sólo 38.000 habitantes en un territorio cuya
extensión es de casi 64.000 km2) y estar
prácticamente desvinculada del resto del país. De
acuerdo con los testimonios coloniales que describen
detalladamente la ruta de penetración seguida por el Inca
Túpac Yupanqui hacia el año 1476, sabemos que los
"Hijos del Cusco", tras construir varias balsas, remontaron el
río Amarumayo por lo menos en dos oportunidades;
consiguiendo por vía de la diplomacia levantar dos
fortificaciones en tierras de la etnia de los
Musus, comarca que coincidiría con los territorios
ubicados al norte de la actual ciudad de Riberalta (Bolivia), en
la confluencia del río Madre de Dios con el
Beni.
Lo cierto es que existieron dos
Paititis.
Uno, conocido como la cultura del Gran
Paititi y que correspondería a la antigua etnia de
los Musus, que fue anterior, contemporáneo y
confederado al Tahuantinsuyu incaico. Estaba formado por
muchas naciones selváticas (llamadas antis)
y su fama llegó hasta el propio Cusco, Paraguay, Bolivia
y la zona del Río de la Plata. Las Sierras de Parecis eran
el centro neurálgico de este "imperio amazónico" y
su poderoso gobernante era denominado con el título de
"Gran Paytiti". Con este fuerte "monarca" es con
quien pactaron los incas, formando la confederación antes
nombrada, que duró hasta la llegada de los
españoles en el siglo XVI.
El otro "Paititi", es el Paititi peruano;
en donde habitaron y gobernaron los incas después de la
invasión ibérica. Esta zona corresponde a la actual
región de la meseta de Pantiacolla (y que en las
crónicas de Garcilazo de la Vega aparece con el nombre
—hoy olvidado— de Abisca o
Habisca). En esta zona, muy poco explorada
aún hoy en día, los señores huidos del Cusco
levantaron ciudadelas, tambos y fortificaciones para proteger la
retaguardia de aquellos dignatarios incas que siguieron la ruta
hacia el Paititi boliviano.
A pesar de existir pruebas documentales que confirman lo
antedicho, una larga tradición académica (hoy
cuestionada) considera poco probable la penetración
incaica en lo profundo de la selva, negando la existencia de
culturas amazónicas desarrolladas, capaces de recibir y,
eventualmente, absorber a los Señores vencidos del
Cusco.
Consideramos que este prejuicio no
se condice con los datos
testimoniales recogidos en crónicas, "noticias" e
informes,
recopilados a lo largo de los siglos XVI y XVII por soldados,
aventureros y misioneros; ni con los descubrimientos recientes
practicados en territorios de Perú y Bolivia (puestos de
avanzada de factura
incaica y restos pertenecientes a la cultura de los Musus y
Moxos).
El "Paititi" fue real. Es real, existe; aunque no
con las características mitológicas que tanto el
mesianismo como el deseo desenfrenado de riquezas materiales le
han otorgado a lo largo de los siglos.
¿Hay algo detrás de las
montañas?… Lo más probable es que así
sea.
Las futuras expediciones, seguramente, terminaran
dándonos la razón.
"Concebir un pensamiento, un solo y único
pensamiento,
pero que hiciese pedazos el universo".
E.M. Cioran, Adiós a la Filosofía ,
pág. 133.
El principal problema en todos estos años es que,
guiados por la leyenda del Paititi, hemos estado
buscando una "ciudad" y no un conjunto desperdigado de
ruinas —probablemente muy poco atractivas desde el punto de
vista arquitectónico—, que son las que nos
permitirán certificar fehacientemente la presencia de
incas en regiones orientales del viejo Tahuantinsuyu.
El espejismo romántico del Paititi literario nos
ha impedido ver el bosque detrás del árbol; y eso
no sólo le quitó seriedad académica a un
tema digno de ser investigado, sino que encausó las
pesquisas por terrenos infructíferos y vanos. La impronta
de Hiram Bingham ha sido profunda. Desde la primera década
del siglo XX, todos hemos soñado con toparnos con un
segundo Machu Picchu —sería hipócrita no
admitirlo—, lo que condujo muchísimas veces al
sensacionalismo periodístico —hoy vía
Internet—
que anuncia cada tanto, con "bombos y platillos", el
descubrimiento de una "ciudad perdida" o del tan mentado
El Dorado. De hecho, basta con hacer un seguimiento por
los diarios de los últimos veinte años para
advertir cuántos "hallazgos maravillosos"
murieron en la tinta seca de los periódicos que los
anunciaban.
Cuando estas cosas ocurren, entre las muchas que se me
vienen a la cabeza, dos sobresalen por encima del resto. La
primera, es la evidente falta de honestidad y
afán de gloria que demuestran muchos de los actuales
exploradores; que son los mismos que critican retrospectivamente
a los conquistadores españoles por haber actualizado
—hace 400 años— idénticos
propósitos a los de ellos.
La segunda cuestión tiene que ver con un
refrán racionalista del siglo XVIII que dice
así:
"El decir de las estrellas
es un muy cierto decir
porque ninguno ha de ir
a preguntárselo a
ellas".
¿Qué es lo que se pretende, anunciando a
los cuatro vientos, falsedades de ese tipo? ¿Quince
minutos de fama?… Quizás. Lo cierto es que nadie
—o muy, muy pocos— se toman el trabajo de
ir a comprobar esos descubrimientos "in situ".
La selva es demasiado extensa; demasiado húmeda,
peligrosa e incómoda.
¿Para qué verificar nada? Es más placentero
aceptar lo leído, confiar o esbozar una sonrisa
escéptica que deje el tema en el mismo lugar que al
principio.
Lo que sucede es que, con cada Paititi que se rescata
anualmente de la selva, surgen inconvenientes que hacen que las
tan codiciadas y buscadas pruebas se pierdan, o
estén irremediablemente escondidas a la vista de los "no
iniciados". ¿Acaso es serio aceptar la existencia de tal o
cual "ruina maravillosa" observando únicamente una foto
mal enfocada y descontextualizada?…
El trabajo de
campo y exploración exige mayores precisiones y apoyo
institucional. Claro que esto tampoco es sinónimo de
honestidad absoluta. Hay muchos casos en los que el afán
por filmar un documental atractivo,"aventurero" y de impacto en
la teleaudiencia, ha hecho que asociaciones de fama mundial y
"National" cayeran en la trampa o fuesen cómplices
directos de la farsa.
Aún así, en el fondo de todo esto, se abre
una puerta de esperanza para los espíritus
románticos. El hecho de que muchas extensiones
selváticas estén aún por explorar, abren las
posibilidades a encontrara "algo" siguiendo las crónica de
la conquista, en las orientales latitudes del antiguo Antisuyu
incaico.
A lo mejor, en la próxima temporada, y cargando
en la mochila menos ego y más sinceridad y honestidad
profesional, podamos toparnos con esas ricas ruinas quechuas que
nos certifiquen la existencia del Paititi real; sin oro, sin
plata ni seres mitológicos al acecho.
Alguien dijo una vez que toda exploración es, en
definitiva, la búsqueda de uno mismo. Estoy de acuerdo con
ello. Además, como expresión simbólica de la
curiosidad humana —de los sueños y las
ilusiones— toda exploración es también
tentación, fuente de inquietud, motivo de
reflexión, acicate del conocimiento.
Explorar provoca el cambio
inesperado, muestra lo
recóndito, se alimenta de la novedad, pues es cambio,
movimiento,
inquietud, utopía. Como toda historia, la
exploración tiene principio y fin, pero admite
prolongaciones, incluso modificaciones de finalidad. Nunca es
fútil. En ella, todo es posible… incluso el
Paititi.
Dedicado a Greg
Deyermenjian;
amigo, confesor y parte
indispensable
de esta obsesión que
compartimos desde hace años.
Por
Fernando Jorge Soto Roland
Profesor en Historia
Director de la Expedición Vilcabamba
1998