Los Campesinos y el
Miedo
- Miedo a uno mismo
- Miedo a lo
otro - Fenómenos naturales,
animales - Superstición, Magia y
Maleficio - Peste
- Miedo a los
otros - Curadores y
parteras - El hereje, el vecino, la
inquisición: Dios - Extranjeros y guerreros
itinerantes - Hambre
- Señores
- Consideraciones
finales - Bibliografía
Animó la elaboración de este trabajo un
interés
no sólo por "cuestiones interesantes" o por explicar una
"yoidad determinada" (el término es de Heidegger), sino
por acercarse a un pasado para intentar aclarar el presente. Y
más aún, por observar, a lo largo de la
búsqueda las incompatibilidades entre una historia heredada (aquella
que pertenece a la serie de conocimientos –o prejuicios-
sobre algo y que comúnmente juzgamos cierta) y una
historia real (pretencioso término, pero en todo caso
índice de la diferencia con la anterior) de la Edad Media. No
es fútil el trayecto, mucho menos la comparación y
superación de ese conocimiento
heredado donde vemos el tiempo
medieval como la cuna de males terribles. La puesta en evidencia
de los juicios ominosos hacia el Medioevo dice ya mucho de
nosotros: "…el modo como una época (la actualidad de
cada momento) ve y aborda el pasado (el propio existir pasado o
cualquier otro), lo guarda o renuncia a él, es la
señal de cómo se relaciona el presente consigo
mismo, de cómo en cuanto existir, en cuanto
estar-aquí está en su
<aquí>".
Podrá preguntarse, ¿por qué,
entonces, no hacer una historia del miedo en las ciudades,
tratándose en todo caso de un estudio realizado por
alguien que vive en la ciudad? A lo cual responderé: la
elección por el campesinado obedece a una curiosidad hacia
un grupo del que
poco se conoce en el medioevo y al que, en la época
contemporánea, más solapadamente se juzga. Obedece,
también, a una curiosidad por aquello que podemos llamar
el terreno de Los Otros. El camino señalará, no
obstante, cómo muchos de los miedos contemporáneos,
citadinos, corresponden en buena medida a los miedos medievales,
rurales. Se plantea así una reconciliación frente a
la escisión tradicional entre urbano y rural.
Como advertencia importante ha de señalarse el
marco temporal donde se inscribe este trabajo: los siglos XI al
XVI en Europa.
Los textos que hablan del campesino
medieval señalan por lo general dónde se ubicaron
los grupos humanos,
qué cultivaron, cómo lo hicieron
(intentándose describir las técnicas
empleadas para ello). Algunos dan cuenta de las relaciones
formales entre señores y campesinos. Se responde a
interrogantes del tipo ¿Quiénes fueron?
¿Dónde estaban? ¿Qué hacían?
¿Cuál era su relación con los estratos
superiores? Pero pocas veces se intenta descifrar sus
comportamientos, los móviles de sus actos, sus
motivaciones y convicciones más profundas.
Del mismo modo, tomamos como fuente los estudios
contemporáneos sobre el medioevo: la distancia nos obliga
entonces, por obvias razones, a desconocer las fuentes
primarias y a sacar nuestras propias conclusiones.
De esta forma se configura lo que en principio comporta
una dificultad metodológica para rastrear el miedo en la
época. Dificultad por varias razones:
- El discurso de
la historia es elaborado por aquellos que ostentan el poder. Los
campesinos no hacen parte de ellos. De manera que la
visión en torno suyo
gravita alrededor del oficialismo que los ve casi siempre con
desdén. "… todos los documentos
escritos de que disponen los historiadores para conocer esta
época proceden de archivos
eclesiásticos; (…) en consecuencia, ponen de relieve de
un modo especial algunos fenómenos descritos, por lo que
se corre el riesgo de
exagerar su alcance". Así, el estudio histórico
se ve deformado de alguna forma al atenerse casi exclusivamente
a los textos oficiales. - Cuando señalamos en un principio que el tema a
tratar será el "miedo en los campesinos medievales"
corremos el riesgo de meter en un mismo costal grupos que en su
interior pueden ser heterogéneos. Si bien pregunta y
señala Reyna Pastor en el prólogo a Hombres y
Estructuras
Medievales de Duby que "¿existen mentalidades
<colectivas>? El término <colectivo>,
¿no habría que pensarlo en función
de una clase
social, aun de un estamento y no de una sociedad
entera?", todavía tendríamos que pensar si
aún en la división más pequeña no
se corre el riesgo de homogeneizar: ¿Cobijan a
propietarios campesinos, guardas, recaudadores, guardabosques
de origen servil y molineros, los mismos prejuicios,
concepciones y temores? ¿el afán moderno de
homogeneizar no está implícito en ese modo de
agrupar los hombres del pasado e imponerles pensamientos sobre
el mundo? Al respecto podemos decir: las limitaciones de este
trabajo han sido descritas con antelación, sólo
nos resta atenernos a un estudio detallado de los textos
optando por la comparación de los mismos para intentar
acercarnos a lo cierto. - Ante la falta de textos donde el tema del miedo sea
tratado directamente, nuestro rastreo se ve muchas veces
precisado a sacar conclusiones de descripciones
económicas o sociales que, si bien son azarosas,
necesariamente no implican un temor constante de la población. Así, podemos sacar
conclusiones en campo infértil, juzgando e imponiendo
nuestras propias sensaciones al pasado. "El esfuerzo más
difícil pero más necesario que debe realizar el
que quiere comprender el pasado de las sociedades
es el de liberarse de las presiones de las actitudes
mentales que lo dominan a él. (…). Es arduo no
trasladar a la observación de las mentalidades antiguas
el reflejo de las de nuestro tiempo". - Sumado a todo lo anterior, tenemos ese problemita que
conforma el trabajo
de Heers, quien siembra ya la duda sobre lo que dicen los
historiadores contemporáneos sobre el medioevo,
advirtiendo la precocidad y falta de rigor en sus investigaciones
y dando una imagen renovada
de la época. Dice Heers que "la idea de un mundo
campesino reducido a una condición universal miserable
no corresponde a la evolución económica de nuestro
pasado medieval. Se nos presenta a rústicos cultivando
tierras que no les pertenecen, duramente explotados, sometidos
a vejaciones constantes e insoportables, y empujados a buscar
refugio en las ciudades para mendigar o vivir de
pequeños oficios…". Esa imagen corresponde a lo que
llamábamos en un principio la historia heredada.
Habrá que demostrar hasta qué punto corresponde o
no a la realidad.
Franqueados los obstáculos iniciales y hechas las
salvedades del caso, el tema del miedo: como decía
Agustín del tiempo, si no me preguntan qué es, lo
sé, si me lo preguntan, no lo sé. ¿Son lo
mismo angustia, miedo, temor, cobardía? ¿Podemos
responder esas inquietudes sin tener que recurrir al Psicoanálisis?
A efectos prácticos, la delimitación
propuesta por Delumeau: "El término <miedo> toma
(…) un sentido menos riguroso y más amplio que en las
experiencias individuales, y este singular colectivo abarca una
gama de emociones que van
del temor y de la aprensión a los terrores más
vivos. El miedo es, en este caso, el hábito que se tiene,
en un grupo humano, de tener a tal o a cual amenaza (real o
imaginaria)".
Un sentimiento, pues, común a todos los hombres.
Común a todos los pueblos. Experimentado en mayor o menor
grado, pero siempre necesario por al menos dos razones: 1.
Señala un peligro 2. Tiende a conservar las poblaciones de
ese peligro al ponerlo de manifiesto.
Ahora bien, la historia heredada ha señalado por
lo general al campesino medieval como un hombre
cobarde, encerrado en su aldea, temeroso de todos los peligros
del Mundo, en especial Dios (punto sobre el que luego
profundizaré). En el ámbito feudal se le acusa
constantemente de cobarde mientras en el burgués se le
acusa de ladrón. Tanto la novela como el
teatro han
subrayado la valentía –individual- de los nobles, y
el miedo –colectivo- de los pobres campesinos. No es
fortuito que el señalamiento haya siempre llegado desde
arriba y sin avisar: señalar la cobardía de los
otros exime la propia, acusar al otro de ladrón anticipa
la declaración de honestidad
inherente a quien acusa.
Lo importante, creo, es advertir cómo más
allá de un posible temor del pueblo
–recordémoslo, todos somos en alguna medida miedosos
por naturaleza– se
generan a la vez mecanismos determinados para combatir ese temor.
Así, la imagen inicial cambia: no se trata ya del
campesino encerrado en su aldea, escondido bajo su cama, sino un
hombre, si bien temeroso, lo suficientemente valiente y astuto
para enfrentar el peligro.
"…el campesino europeo, más allá de los
distintos niveles de civilización de una u otra
región y del condicionamiento efectivo y generalizado que
las propias condiciones de vida, la carencia alimenticia, la
monotonía del trabajo, la lucha cotidiana por la
existencia, los grandes flagelos de la carestía y de las
epidemias, los peligros de la guerra,
determinaban en su capacidad de sentir y de pensar, no era en
modo alguno un bruto desprovisto de ideales y de
aspiraciones".
A continuación, una inspección a los
miedos que aquejaron al campesino medieval. La división
propuesta es mía: en términos amplios se puede
hablar del miedo a uno mismo, el miedo a lo otro y el miedo a los
otros. Como se verá, muchos miedos particulares de cada
división remiten a unos que figuran en otra: lo que se
intenta simplemente es esbozar un simple cuadro de
trabajo.
Del grupo de los miedos es el que menos conocemos. A
él hay pocas referencias: las órdenes
eclesiásticas recomiendan en un principio temer a Dios.
Así lo hace Agustín al hablar del temor necesario
para la correcta interpretación de los pasajes oscuros de la
Biblia.
No obstante, parece haber un vínculo entre diablo
y temor a uno mismo. En el proceso al que
fue sometido Menochio, molinero acusado de herejía, se
consignaba una declaración suya que rezaba: "… ha sido
el espíritu maligno el que me hacía creer aquellas
cosas y asimismo me incitaba a decirlas a otros". Durante el
proceso se trataba casi indistintamente y de manera correlativa
el poder del diablo y el de la propia cabeza, ligando así
los pensamientos "insertados" desde afuera y aquellos concebidos
desde adentro, "de ahí la necesidad de cierto miedo a uno
mismo".
¿Cuál es la forma en que se manifiesta el
demonio, el espíritu maligno? Por medio de la
tentación, y ¿cómo aparece la
tentación? En el interior de los hombres. Menochio
decía que sus declaraciones eran "<opiniones… sacadas
de mi cerebro>".
Luego afirmaba que el espíritu maligno había obrado
en él.
Las acusaciones de locura al concebir ciertas
abominaciones sólo aparecerán después: lo
que desea la Inquisición en el momento es juzgar, y la
locura no es una excusa para librarse del Santo
Oficio.
Cuando Menochio fue condenado, en la sentencia de la
Santa Inquisición aparecían frases singulares:
"Persististe con ánimo obstinado", "con diabólica
intención afirmaste", "con tu juicio sacrílego,
ofendiste", "concebiste ese asqueroso pensamiento".
Correlatividad: uno mismo, diablo. Aquél que concibe
distintos pensamientos constantemente puede dejarse tentar por el
demonio: de ahí la necesidad de ocuparse en un oficio, y
de allí se deriva también el por qué es el
temor a uno mismo tema tan poco frecuente entre los campesinos:
ocupaban su tiempo en gran medida trabajando.
Además, y como paradoja: temer a uno mismo es
temer al diablo, y, en todo caso, ¿no debe temerse siempre
Dios? (así lo recomienda la iglesia). El
temor a uno mismo debe estar siempre patente, pero nunca
superará al temor a Dios.
En este campo nos movemos entre lo que ordena el poder.
No sabemos con certeza hasta qué punto los campesinos
efectivamente temían a sí y no hay texto donde
podamos sacar conclusiones consistentes al respecto.
A lo otro pertenece aquello que dista del universo habitual
o que amenaza con destruirlo. Se teme no sólo a lo
desconocido –miedo metafísico por llamarlo de
algún modo- sino a lo que, conocido, comporta un grave
peligro.
Pero de esa aclaración inicial a la
afirmación de que el campesino teme absolutamente a todo
hay un solo paso. Cabe recordar a Heers: "Los hombres del campo
aceptaban la aventura en gran número de ocasiones. Las
grandes migraciones, los desplazamientos de comunidades, las
cruzadas, las roturaciones de tierras lejanas y la
repoblación de las zonas recuperadas a los musulmanes…
son fenómenos perfectamente situados y analizados que
ilustran esa capacidad, o en algunos casos esa propensión
a la movilidad, e incluso ese gusto por lo
desconocido".
Si bien hemos heredado de la tradición la idea de
que el campesino medieval teme, por sobre todas las cosas (tal
como lo recuerdan los mandamientos) a Dios, su omisión en
este apartado causará alguna curiosidad. No respondamos a
ella por ahora; más adelante intentaremos aclarar por
qué no es el temor a Dios el que rige todos los
comportamientos rurales en el medioevo.
La naturaleza podía comportar un peligro para el
campesino por no estar ella supeditada a su voluntad. Si no
miedo, al menos sí un profundo respeto "porque
la naturaleza no obedece a leyes, porque
todo está animado en ella, es susceptible de voliciones
inesperadas y sobre todo de inquietantes manipulaciones por parte
de aquellos y aquellas que están vinculadas a los seres
misteriosos que dominan el espacio sublunar y por eso son capaces
de provocar locura, enfermedad y tempestades".
Según señala Delumeau las olas daban miedo
no sólo a los campesinos sino a todas aquellas personas
que vivían alejadas del mar. ¿Por qué?
Porque las olas y el mar en general están ligadas a la
incertidumbre: incertidumbre de qué vendrá, de lo
desconocido, del más allá (habría que
precisar, en ese sentido, que es un miedo ligado por lo general a
la Europa continental).
En cuanto a los animales, "el
lobo era particularmente temido (…), era la señal
evidente de un gran peligro y, en más de un caso, del
pánico.
En el plano de las representaciones conscientes era el animal
sanguinario enemigo de los hombres y de los rebaños,
compañero del hambre y de la ceguera. Por eso había
que organizar constantemente batidas colectivas para
cazarlo".
Importante señalar aquí que un miedo como
éste no hacía distingos de clase. Se organizaban
batidas donde participaban curas, nobles y campesinos, cuyo fin
era dar caza a estos animales amenazantes.
¿En qué ambiente se
agudizaban estos miedos? En la noche. Se veía la noche
como cómplice de los peligros y las amenazas. Inicialmente
se dio, entonces, un miedo en la noche. Curioso es que la
tradición posterior haya transformado este miedo en la
noche a un miedo a la noche. La tradición parece, a veces,
no sólo no desmontar miedos pretéritos sino sumarle
otros a los ya existentes.
En todo caso los campesinos no se escondieron en sus
aldeas durante la noche para evitar los peligros. "En las
campiñas se solían organizar un poco por todas
partes veladas que han durado hasta los umbrales de nuestra
época. Las ceremonias de Navidad y las
hogueras se San Juan, las <noches> de los campesinos
bretones, las algarabías que señalaban las noches
de bodas, las cencerradas, las reuniones de peregrinos venidos de
muy lejos: todas estas manifestaciones colectivas
constituían otros tantos exorcismos de los terrores de la
noche".
A la par con el miedo apareció la
manifestación de un deseo por vencerlo, y más, un
movimiento de
un colectivo: batidas contra los lobos, fiestas en la noche: en
fin, el miedo fue una forma de mover los colectivos.
SUPERSTICIÓN, MAGIA Y MALEFICIO
Nos ocupamos, no lo olvidemos, de los siglos XI a XVI.
De siglos anteriores poseemos todavía menos información lo que facilita ciertas
especulaciones que ven el campesinado como un conjunto
todavía más supersticioso. Dice Duby: "de arriba
debajo de la sociedad y hasta en sus más oscuras
profundidades, las creencias, el temor a lo invisible, el
interés en burlar las trampas insidiosas hendidas en todas
partes por las potencias sobrenaturales, levantaban barreras,
obligaban a realizar actos de consagración y sacrificios
cuya influencia en los movimientos de la economía sería
peligroso desconocer". ¿Qué podemos replicar a un
juicio como éste? Sobre todo, ¿es posible
desmentirlo sin tener acceso a las fuentes primarias?
Lo que sí podemos asegurar por la evidencia
recogida en el libro de
Delameu (y que puede rastrearse en los pies de página), es
que la última Edad Media conoció cierto temor
constante por los maleficios al punto de cambiar algunas
costumbres para combatirlos.
"El brujo o la bruja podían, según
creían, volver a unos esposos impotentes o
estériles –frecuentemente se confundían las
dos enfermedades–
anudando un cordón durante la ceremonia del matrimonio,
pronunciando al mismo tiempo fórmulas mágicas y a
veces arrojando una moneda por detrás del
hombro".
A tal punto llegó el temor por este tipo de
prácticas que los matrimonios se realizaron en lo sucesivo
durante las noches. Luego se planteó como alternativa
realizar el matrimonio en aldeas vecinas.
Junto a ello, nació a su vez una preceptiva que
tenía como objetivo
derrocar los maleficios: se recomendaba orinar en el agujero de
la iglesia donde se realizó el matrimonio, decir oraciones
en la mañana dando la espalda al sol y poner monedas
marcadas en los zapatos. ¿Campesinos trabajando, orando y
escondiéndose por temor?
"Funestamente arraigada, implacablemente recurrente, la
peste, debido a sus repetidas reapariciones, no podía
dejar de crear en las poblaciones <un estado de
ansiedad y de miedo>". Sabemos muy bien que fue uno de los
tres males medievales junto al hambre y la guerra, y sabemos que
no sólo atemorizó a la gente que vivía en
las ciudades sino que los campesinos mismos sufrieron por su
causa, aún más con la indisoluble relación
entre pobreza, peste y
carestía.
En Francia
atacó, entre 1347 y 1536, al menos 24 veces. En Londres
atacó en 1603, 1625 y 1665. En Milán y Venecia, en
1570 y 1630. En España, en
1596-1602, 1648-1652 y 1677-1685. Es tan grande el miedo que se
le profesa, que sólo es nombrada cuando es evidente su
magnitud.
La peste fue pues un miedo constante que derivó,
como se verá más adelante, en aversión hacia
los extranjeros y en general hacia los otros. Además, "el
desarrollo de
las enfermedades (…) era favorecido, según todas las
evidencias,
por carencias alimenticias (…). El pueblo aparece bajo la
amenaza constante del hambre. La malnutrición
crónica se agrava de tanto en tanto y determina
mortandades catastróficas, como la del <flagelo de
penitencia> que desoló toda Europa durante tres
años en los alrededores de 1033". Se configura así
no sólo uno de los aspectos temidos sino una parte de la
realidad campesina y medieval.
Creo que llego al punto capital de
este trabajo por cuanto representa el miedo más
común, el más persistente e interesante de cuantos
se presentan a lo largo de la historia. Pone éste en
evidencia los miedos pretéritos, y se patentiza en
él lo que es por lo general el miedo más
común en la época contemporánea: el miedo a
los otros. Y se teme a los demás por varias razones:
pueden traer la peste, pueden contaminar con sus extrañas
costumbres, pueden causar males si son brujos o brujas, pueden,
en fin, ser peligrosos.
Esos otros podían ser parte de la aldea o no.
Dentro de la aldea, la sospecha respecto al otro "que parece
haber sido el origen de tantas denuncias por brujería, fue
una constante (…). Entre las gentes a las que se conocía
bien en la aldea estaban aquel o aquella que curaban y en cuya
busca iban en caso de enfermedad o de herida porque él
–o ella- sabía las fórmulas y las
prácticas que curan (…). Pero tal persona era
sospechosa para la Iglesia, porque ponía en
práctica una medicina no
autentificada por las autoridades religiosas y universitarias, y,
si sus recetas fracasaban el rumor público la acusaba.
(…). Corría por tanto el riesgo de la
hoguera".
Sin embargo se trataba de un miedo a un mal necesario.
El recurrir a este tipo de personas para sanar enfermedades era
una práctica común. Lo mismo sucedía con las
parteras: unidas a la idea de bruja, comportaban una persona
temida pero necesaria. Tenían como sospecha a "favor suyo"
el robar niños
para luego matarlos. En algunos documentos judiciales de la
época figuran declaraciones de parteras que afirmaron
haber robado niños para luego darles muerte.
EL HEREJE, EL VECINO, LA
INQUISICIÓN: DIOS
Silenciado hasta aquí el tema de Dios,
intentaré aclarar los testimonios y las evidencias del
proceso inquisitorial a Menochio el molinero, al cual se
hacía referencia más arriba, para ver a
quién se teme por parte de los campesinos en la Edad
Media.
Unas entrevistas
hechas al molinero en el proceso consignaban lo que sigue: "Es
cierto que he dicho que si no tuviese miedo de la justicia
hablaría hasta causar estupor": la justicia no es Dios, la
justicia es la Santa Inquisición que practican los
hombres. Por encima de un miedo metafísico – al
más allá, al castigo en los infiernos, a Dios
todopoderoso y omnisciente- Menochio temía a las
represalias que podían tomar los sacerdotes. Incluso los
apartes de su discurso donde exponía una particular
cosmogonía dejaban entrever una cierta cercanía
entre él y su concepción de Dios.
La exposición
del molinero evidenciaba antiguas creencias que salían a
relucir justo ahora, cuando la Reforma y la Contrarreforma
aparecían en disputa.
¿Era Menochio el portavoz de las sectas
heréticas del momento? ¿Su contacto con algunos
libros y
ciertas personas habían trastocado su
razón?
"Menochio no repetía como un loro opiniones ni
tesis ajenas.
Su método de
aproximación a la lectura
(…) son signo inequívoco de una reelaboración
original. (…). Cada vez vemos más claramente que en ella
confluyen, en modo y formas todavía por precisar,
corrientes doctas y corrientes populares".
La herejía del molinero, producto de
sus lecturas, correspondía a la lectura hecha
a los textos de acuerdo a concepciones previas donde no eran
extrañas ideas como que los ángeles eran gusanos
nacidos del queso, que Dios era el fuego, la tierra, y
el aire y que la
manifestación de Dios estaba en la naturaleza..
La iglesia dice: ¡Teme a Dios! ¿Pero temen
los campesinos? ¿Obedecen a la orden y efectivamente temen
porque el poder eclesiástico se los ordena? ¿No
temerán más bien a la iglesia y a sus hombres? De
hecho, Ginzburg, autor de la historia de Menochio, decía:
"… contraposición <nosotros> y <ellos>.
<Ellos> eran los <superiores>, los poderosos, no
sólo los situados en la cúspide de la
jerarquía eclesiástica. <Nosotros>: los
campesinos". Queda patente entonces que la ingenuidad y
tontería atribuida a los campesinos se debe más a
la pedancia de las altas jerarquías que a las realidades
tangibles.
Las ideas del molinero comulgan de una forma tan
especial con ciertas creencias precristianas (y comunes a la
aldea campesina) que es denunciado por un cura al que expone sus
pensamientos y no por otro campesino al que las ideas le resultan
familiares.
"Dios es semejante a un ebanista, a un albañil" dice Menochio. Posiblemente la
paradoja del campesino medieval radique allí:
¿temer al Dios del que habla la iglesia en el
púlpito o ser partícipe de la gracia de un Dios
manifestado en la tierra, el
aire, el fuego y el agua, (o un
Dios trabajador igual al campesino como lo manifestaba nuestro
hombre)?
Los campesinos ingleses dicen de Dios: <es un buen
viejo>, Cristo es un <joven apuesto>, el más
allá un <bello prado verde>. No hay pues un temor o
miedo directo de carácter religioso. Aceptar la idea de un
campesino con miedo constante hacia Dios y al más
allá es permitir la idea de un hombrecillo miserable,
afectado en todo grado. ¿no teme más bien el
campesino a las instituciones
que representan a cierto Dios?
La primera sentencia de la Inquisición ordena que
Menochio use, en lo sucesivo, un hábito que tiene inscrita
una cruz en el medio. La gente, al verlo, rehúsa el
contacto con él.
Hay entonces un miedo recíproco: el hereje teme
al pueblo porque puede acusarlo nuevamente, el pueblo teme al
hereje porque hablar con él significa estar, no frente a
la amenaza de una contaminación de ideas, sino de una futura
acusación por parte de otras personas. La mediación
entre el pueblo y el hereje corresponde a un temor por la
institución, la Inquisición, no por un miedo a las
ideas del condenado.
Pero frente a todo ello se ha urdido un medio de lucha:
la utopía. Menochio expone en repetidas ocasiones su
esperanza en un nuevo mundo donde haya comida, donde no existan
las instituciones (incluida la familia),
sin propiedad,
donde no exista el trabajo: las remanencias del descubrimiento
del Nuevo Mundo y los imaginarios en torno suyo aparecen ya
diseminadas por el continente, incluso en las clases
populares.
Encontramos así una nueva fórmula para
intentar combatir el miedo.
EXTRANJEROS Y GUERREROS ITINERANTES
Había tratado ya el tema de la peste. El temor
que se le tiene. Pero a la peste no se le atribuye una movilidad
propia: los otros ponen en evidencia ese temor.
Por tanto, de la peste, "los potenciales culpables,
sobre quienes puede volverse la agresividad colectiva, son, ante
todo, los extranjeros, los viajeros, los marginales y todos
aquellos que no están perfectamente integrados en una
comunidad".
Luego tenemos el temor no sólo a extranjeros,
sino también a los hombres conocidos, con oficios dudosos
o sin oficio alguno. "El temor al pueblo anónimo se
concretaba frecuentemente tanto en la ciudad como en el campo, en
el temor más particular a los mendigos. [También] a
los bohemios, <egipcios> o <zíngaros> (…).
Como marginales que eran por sus costumbres y sus hábitos,
los bohemios daban miedo. Se les acusaba de robar niños.
Pero los vagabundos más numerosos fueron los <hombres
superfluos> de épocas pasadas, aquellas víctimas
de la evolución económica que ya hemos encontrado a
propósito de las violencias milenaristas: (…) jornaleros
rurales en el límite de la supervivencia (…), obreros
urbanos alcanzados por las recesiones (…). Todos estos
auténticos mendigos, a los que se añadían,
según se creía, muchos falsos enfermos y falsos
indigentes, deambularon durante siglos desde la ciudad al campo y
en sentido inverso…".
Curioso fenómeno (que se repite hoy, como
cualquiera podrá advertirlo): la sociedad crea unos
hombres por medio del sistema y luego
les teme. Hombres creados y temidos: no son ya parte de lo
desconocido, lo extraño, sino que hacen parte de lo
familiar que amenaza con cambiar las sanas costumbres del
común. El temor surge además de la
identificación entre marginalidad y
criminalidad, ocio y crimen: ¿es fortuito el esfuerzo
gigante que hace la modernidad por
manipular el tiempo de los hombres?
En los años 1360-1380 la miseria y el hambre
creció de manera dramática en los campos, a tal
punto que gentes de armas
ávidas de botín recorrían los caminos
sembrando el terror. Algunas familias abandonaron sus chozas
huyendo a la ciudad o a los bosques para luego robar
también.
"Cuando se tenían noticias de la
proximidad de los hombres de guerra en muchas parroquias se
tocaba a rebato, y al mismo tiempo que se interrumpían los
trabajos de los campos y los mercados, se
apostaban centinelas en las encrucijadas. (…). En el peor de
los casos los campesinos se atrincheraban en la iglesia,
último refugio de la comunidad rural". De nuevo aparece la
defensa y la acción:
Hollywood recreó imágenes
de aldeas desamparadas e indefensas a todo tipo de agresiones.
Hoy podemos decir que frente al peligro inminente los campesinos
se agruparon e intentaron alejar al enemigo de sus
campos.
Es verdad que las bandas del campo atacan las granjas
alejadas y roban las cuadras además de quemar casas, pero
pese al temor que infunden los pueblos campesinos toman partido,
como colectivo, intentando defenderse y repeler el
ataque.
Algunos documentos testifican situaciones cercanas al
horror: cuando azotaba el hambre algunos hombres llegaron a
comerse las cortezas de los árboles, sus propias manos e incluso se ha
llegado a hablar de canibalismo medieval. El hambre, otro flagelo
de la época, no podía dejar de causar cierto temor
entre la gente.
"Debido a la debilidad de los rendimientos
agrícolas y a la precaria relación entre producción y demografía, una estación demasiado
húmeda y una cosecha raquítica amenazan
verdaderamente de muerte a una parte de la población: por
supuesto, a los menesterosos de todos los orígenes (…)
pero también a los campesinos pobres que en los
años malos no tienen siquiera grano para la
siembra".
Con el hambre llegaba el pánico de las mujeres y
al interior de las aldeas se daban insurrecciones por
víveres y alimentos.
La relación entre campesinos y señores
reviste un carácter polémico por las diversas
teorías
que se tejen en torno suyo. Se acusa al señor de ser un
explotador insensible, enemigo de los campesinos, odioso
déspota, cobrador irrefrenable y ostentador del
poder.
A la máquina fiscal se le
acusa de haber quitado al campesino la mayor parte de lo que
producía y no consumía para su propia
supervivencia, frenando el ascenso económico entre los
humildes y reduciendo las diferencias entre campesinos
dependientes y campesinos libres. Se dice también que el
fisco agrandó la brecha que separaba la clase de
trabajadores de la de los señores.
Sin embargo, Heers ha advertido que los campesinos no
siempre pagaron impuestos y que
más bien su incumplimiento generó tensiones entre
éstos y los señores. Duby afirma que "todas las
cuentas
señoriales y los registros de
justicia ponen de manifiesto que la mayor parte de las prestaciones
se percibían con gran retraso después de muchas
amenazas y disputas (…). El señor tenía que
transigir a menudo y revocar a los campesinos una parte de su
deuda. (…) la comunidad aldeana formaba un bloque compacto ante
los preceptores, y los agentes encargados de efectuar un embargo
o confiscar una parcela encontraban a veces a toda la
población sublevada para impedirles realizar su misión. La
indocilidad de los campesinos, su inercia y a veces su resistencia
activa sin factores determinantes en esta historia".
Debemos preguntarnos entonces, ¿temen los
campesinos a los señores o los odian? ¿los respetan
o los miran recelosamente? Es difícil aclarar la
cuestión y podría uno inclinarse a pensar que algo
de temor y rencor anidaba en su corazón.
Lo que sí podemos asegurar con seguridad es que
entre ambas clases se había conformado una tensión
y oposición clara, y que los campesinos no se atuvieron
simplemente a los designios impuestos por el señor sino
que en algunas oportunidades se revelaron.
Hay que recordar también que "…el señor
poseía en mayor o menor grado amplios poderes de
carácter militar, territorial y jurisdiccional. Cada
señor juzgaba a los habitantes del pueblo, al menos en lo
que se refería a la baja justicia, correspondiendo a los
grandes señores o a la monarquía el <derecho de la sangre> o alta
justicia. Pero no faltaban en Europa casos de señores
locales que podían también condenar a muerte o a
penas corporales…".
Las relaciones con la iglesia se establecieron ya:
aquí vemos la otra cara de campesino y poder mediante el
contacto entre señores y campesinos. Pero no se someten
éstos al libre arbitrio del señor sino que se
organizan muchas veces para oponérsele y atacarlo: "uno de
los fenómenos que parece caracterizar aquellas
época y que llama particularmente la atención es el de los tumultos de masas, el
encadenamiento de las revueltas populares, las agitaciones que
perturbaron a las clases inferiores de la sociedad y que, en el
curso del siglo XIV, se propagaron de un extremo a otro de
Europa. Por todas partes los campesinos se sublevaron, cogieron
sus herramientas y
fueron a saquear las residencias de los nobles y a matar a los
delegados de los príncipes".
El colectivo campesino se cohesionó a
través de la revuelta, la identificación de la
amenaza y el combate de la misma. Una construcción de <nosotros> a
través de la oposición a <ellos>.
Este trayecto creo que ha señalado en cada caso
cómo los campesinos idean una forma particular para
espantar el miedo y por medio de ella logran fortalecer los lazos
que los determinan como un grupo social con ciertas
características. En el enfrentamiento con los
señores, por ejemplo, "… la efervescencia que marcaba
los inicios de una revuelta, revestía con frecuencia en la
civilización de otros tiempos un carácter festivo y
báquico. Convergían en ellos la atmósfera y los ritos
del carnaval, el tema de la inversión social que habían conocido
las fiestas de los locos medievales, y el papel predominante de
los jóvenes (…). En la alegría ruidosa se
afirmaban la unanimidad de un grupo que, por esa reacción
de autodefensa, alejaba las pesadillas que le acosaban. Esta
liberación del miedo iba acompañada de una devaluación repentina del adversario, cuya
fuerza y
posibilidades se reacción ulterior ya no se
medían".
Los campesinos demuestran a través de sus actos
una conciencia
política
propia: si sus medios de
expresión son distintos no significa ello que carezcan de
juicio y carácter como algunos pretenden.
Tampoco debe señalarse el miedo como un actor
negativo en la vida de los pueblos: justamente el miedo ha venido
a cohesionar en este caso, preservando el colectivo.
¿Logramos percatarnos de esa historia heredada de
la que se hablaba en un principio? Baste el juicio de Heers para
ver de dónde viene (y por qué) ese afán por
juzgar negativamente el pasado: "En todos los tiempos, el Estado,
sean cuales sean su forma y su estructura
política, ha trabajado vigorosamente en ese sentido. Los
clichés miserabilistas (…) de los tiempos que preceden a
la instauración de una autoridad
central fuerte, tienen mucho que ver con el arte de hacer
aceptar cargas cada vez más pesadas. Indignarse por las
exacciones de antaño da buena conciencia a los
responsables de las de hoy… y ayuda a los contribuyentes a no
rechistar".
Este largo catálogo de miedos puede llevar a
error (y no es ese mi propósito) al sacar conclusiones
apresuradas sobre los miedos del campesino medieval: piense el
autor, por lo menos, en los miedos contemporáneos que
llegan a abarcar el orden de lo minúsculo: que lo digan
las indefensas cucarachas y las pequeñas
arañas.
La abolición del miedo no es más que una
remanencia del espíritu iluminista al que nos es
difícil renunciar. Habría que preguntarse
más bien, junto a Delameu, si "refinados como estamos por
un largo pasado cultural, ¿no somos hoy más
frágiles ante los peligros y más permeables al
miedo que nuestros antepasados?".
- CHERUBINI, Giovanni. El hombre
medieval. Jacques Le Goff coordinador. Editorial Alianza. 1990.
Madrid,
España. - DELUMEAU, Jean. El miedo en Occidente. Editorial
Taurus. 1989. Madrid. - DUBY, Georges. Economía rural y vida campesina
en el occidente medieval. Ediciones Pnínsula. 1968.
Barcelona, España. - DUBY, Georges. Hombres y estructuras de la Edad
Media. Siglo Veintiuno Editores. 1977. Madrid,
España. - DUBY, Georges. Guerreros y campesinos, desarrollo de
la economía europea (500-1200). Siglo Veintiuno
Editores. 1985. México. - GINZBURG, Carlo. El queso y los gusanos. Muchnik
Editores. 1986. España. - HEERS, Jacques. La
invención de la Edad Media, Barcelona,
Crítica, 1995. - HEIDEGGER, Martin. Ontología: hermenéutica de la facticidad. Alianza
Editorial. Madrid, España. 1998.
Por Santiago Gallego Franco