- Amuzgos
- Chinantecos, Chonchos y
Chontales - Huaves y
Mazatecos - Mixes y
Mixtecos - Triques y
Zapotecas - Zoques
- Folklore
- Costumbres
indígenas - La danza
- Fiestas
populares - La
guelaguetza - La época
colonial - Leyenda y
tradición
IDIOMA PRINCIPAL.
El idioma principal de México es
el castellano o
Español
Los amuzgos habitan en el este de la Región de la
Sierra Madre del Sur, ellos mezclan sus creencias
católicas con sus tradiciones: todavía creen en
espíritus del mal, su vida depende de ellos y que sean
castigados o premiados. Si hay una sequía o epidemia, lo
consideran un castigo por su mal comportamiento
y para solucionarlos realizan ceremonias encabezadas por el brujo
y rezan al santo patrono. En su organización política, aunque
respetan la que es reconocida oficialmente, tiene ciertos rasgos
tradicionales como son la jerarquía ascendente de cargos y
su propia forma de elección de funcionarios. Los
cuicatecos se ubican en las regiones de la Sierra Norte y de la
Cañada en el distrito de Cuicatlán. Viven en un
mundo de magia en el cual brujos y hechiceros son una necesidad
de todos los días. Antes de empezar una pequeña
ceremonia rezan a los chaneques y duendecillos o espíritus
que pueden ayudar o dañar. Los chatinos se encuentran en
la Región de la Sierra Madre del Sur, y Sola de Vega. Lo
accidentado del terreno permite la diversidad de climas y
recursos
naturales. Por ello, a pesar de que predomina el catolicismo,
tienen muchas creencias mágico-religiosas, creen que los
fenómenos naturales como la lluvia, el viento, el trueno,
etcétera, son propiciados por espíritus o deidades,
a los cuales les rinden culto, encabezando las ceremonias los
brujos. Las prácticas mágico-religiosas se asocian
a todas las etapas de la vida; por ejemplo, los niños,
a los 7 días de nacidos, son llevados con el brujo para
que les den un nombre secreto. Las enfermedades se consideran
de origen sobre natural, enviadas como castigo por no seguir las
normas o
tradiciones. En cuanto a su organización política,
la región está dividida en municipios y el hombre, por
obligación social, presta servicios
gratuitos a la comunidad.
Chinantecos,
Chonchos y Chontales.
Los chinantecos se localizan principalmente en las
regiones del Golfo y parte de la Sierra Norte. Tienen un origen
desconocido, pero aún conservan sus tradiciones y
creencias relacionadas con los astros, fenómenos
meteorológicos, animales y
árboles, etc. En la chinantla se ha perdido
la forma tradicional política; actualmente el consejo de
ancianos sólo cumple funciones
religiosas.
Los chochos habitan al norte de La Mixteca, en los
límites
con puebla en los distritos de Coixtlahuaca y Teposcolula. De su
antigua organización social sólo queda la
cofradía de los santos, encargada de organizar la fiesta
del santo patrono, cuyos gastos corren a
cargo del mayordomo. La brujería sigue teniendo una gran
influencia.
Los chontales se ubican al sureste de Oaxaca, en parte
de los distritos de Yautepec y Tehuantepec. Por las condiciones
geográficas de la zona, la población se encuentra muy dispersa. Sin
embargo, sus tradiciones se conservan en todos ellos. El consejo
de ancianos es muy importante; un anciano al que le llaman
chagola, preside las ceremonias en las que se mezcla lo
católico y lo autóctono.
En san Mateo del Mar, por ejemplo, cuando hay
sequía se acercan a la orilla del mar para suplicar la
lluvia y su petición es acompañada por los
tambores.
Los huaves viven en los municipios costeros del distrito
de juchitán. Este grupo, al
igual que los anteriores, mezcla el catolicismo con sus creencias
tradicionales. Le rinden culto a elementos naturales con la
creencia de que tiene espíritu. Efectúan ceremonias
llevadas a cabo por todo el grupo. Los huaves han recibido poca
influencia mestiza; por tanto conservan la
organización política tradicional, la cual
comprende tres niveles: en el primero, los policías y
comunicadores de las noticias, los
regidores en el segundo y en el tercero se encuentran los jefes
de los niveles anteriores: el juez, los alcaldes o el presidente
municipal.
Los mazatecos viven en la Región de la Sierra
Norte de nuestro estado, principalmente en el distrito de
Teotilán. Como habitan sobre lo que ha permitido la ladera
de la Sierra que da al Golfo, su clima
varía del templado al cálido, lo que ha permitido
gran variedad de cultivos y árboles frutales. Tienen
vestigios de su religión
prehispánica; hacen culto a los espíritus o
deidades y estas creencias son llevadas a cabo por su brujo. Su
organización política está de acuerdo con
las leyes del estado
y los cargos públicos los desempeñan los mestizos.
Sólo en comunidades muy pequeñas los
indígenas participan en este tipo de cargos.
Los mixes se ubican principalmente en la
región de la Sierra Norte y en la parte norte del Istmo.
Desde los años setentas a últimas fechas, en el
aspecto religioso, han surgido múltiples conflictos por
la aparición de grupos
protestantes. Estos grupos han dividido a los habitantes de la
región ya que han intervenido en sus creencias
tradicionales. Sus celebraciones son amenizadas por 30 o
más músicos. Tradicionalmente, éstos reciben
una buena preparación musical porque ensayan todo el
año en las escuelas financiadas por el pueblo. Las bandas
acompañan tanto a los actos religiosos, como a los
políticos y sociales. La autoridad mixe
se forma mediante sistema de
jerarquía tradicional: topiles, policías, cabos,
mayores, comandantes y religiosos. Al cambio de un
cargo se le llama "entrega de cuenta" y se celebran actos
tradicionales.
Los mixtecos se encuentran al norte de nuestro
estado, y se ubican en la región del mismo nombre,
dividida en dos subregiones bien diferenciadas en lo
ecológico y cultural. La zona se divide en Mixteca Alta y
Mixteca Baja. Los habitantes de la primera viven en lo alto de
las montañas, en donde predominan los pinos, y sus
inviernos son muy fríos. Se sitúa al sur y al este
de la propia Mixteca, zona sumamente accidentada donde se juntan
la Sierra Madre del Sur y la Sierra Madre del Norte. El proceso de
erosión
de sus suelos es uno de
los más dramáticos del país. Por lo
accidentado del relieve
está bastante incomunicado. Entre los mixtecos el matrimonio es
concertado con los padres e implica el pago, por parte de los
padres del novio, de una cantidad de dinero o
bienes que se
devuelven si el matrimonio fracasa.
Aún practican aspectos de su religión
tradicional heredada de los antiguos mixtecos; creen en la
existencia de espíritus que controlan las fuerzas de la
naturaleza, a
los que hay que respetar para no desatar su furia; se asocian
para rendir culto a los santos y la festividad más
importante es la del Santo Patrón. Corresponde al
mayordomo costear todos los gastos del festejo y esto para ellos
es un privilegio.
Su organización política es la que rige
el estado, en
la que ellos tienen poca representatividad. Se mantiene el
llamado servicio, por
lo que los varones indígenas, al alcanzar la
mayoría de edad sirven de policías voluntarios por
un año.
Los Triques se localizan sobre la Sierra Madre
Sur. Tienen muchas creencias mágico religiosas; creen en
deidades que rigen los fenómenos como el viento, la lluvia
y el trueno, a los cuales les rinden culto, lo mismo que al
"espíritu". En algunos pueblos de la zona trique se
conserva todavía el consejo de ancianos constituido por
personas que han cumplido con toda la escala de cargos,
desde mensajero (topil), hasta el alcalde o presidente municipal.
Además, deben observar una conducta
intachable. Se supone que la forma de elección de los
cargos debe ser democrática; pero en realidad los que
eligen son los principales y los representantes de los clanes.
Cada clan tiene su "principal".
Los zapotecos no conforman una unidad
homogénea; la diversidad de su medio ha determinado
grandes diferencias económicas y culturales, por lo que
han subdividido en tres grupos: lo zapotecos de la Sierra del Sur
de Oaxaca (Mihuatlán), lo zapotecos de Valles y zapotecos
del Istmo; estos dos últimos conforman los núcleos
más numerosos. Los zapotecos del Valle habitan en toda la
Región de Los Valles, pero principalmente en los distritos
de Zimatlán, Centro y Tlacolula. Entre los mitos que
existen se dice que son descendientes de la roca las arenas o
árboles de la región. Creen en espíritus
malignos, duendes y en chaneques. Con el cambio, de bastón
de mando y entrega de cuentas se
celebran actos tradicionales; la organización
pública gira en torno al
ayuntamiento, y aún cuando el período normal para
los cargos de gobierno es de
tres años, en estos municipios se ejerce durante un
año principalmente, porque el presidente municipal electo
tiene que descuidar sus actividades económicas, con las
que mantiene a su familia. Con
motivo de cambio de vara se celebran actos oficiales el primer
día del año. Aunque un período de un
año no es reconocido oficialmente, sí es aceptado
por la comunidad
Los zoques habitan en el este de la región
ístmica, en el municipio de Santa María Chimalapa.
Entre los zoques más tradicionalistas la unidad social de
la familia
extensa es muy importante, colaboran todos en las actividades
agropecuarias, en las cuales participan también los
parientes. Los asuntos relativos al uso de la tierra,
como el reparto agrario, casi acabaron esta autonomía de
barrio, la que, sin embargo, se conserva aún en lo que
concierne al ceremonial religioso, donde subsistió la
división. Los cargos en los ayuntamientos quedan
normalmente en manos de mestizos, sólo corresponden a los
indígenas los agentes municipales en rancherías,
colonias y en su caso, los correspondientes a los comisariados
ejidales.
La religión de los costumbreros conserva muchos
elementos que pueden considerarse como prehispánicos,
persisten las creencias en seres sobrenaturales que son los
dueños de la tierra, como
el relámpago, la lluvia y el viento, o que se asocian a
lugares específicos, como los espíritus de las
montañas, los bosques, las cuevas y los ríos;
éstos se identifican con las deidades católicas,
como la Virgen
María con la luna y Cristo con el
sol.
Los seres sobrenaturales son caprichosos y generalmente
malos, por lo que pueden causar daños o enfermedades,
éstos deben tratados por
medio de rituales mágico religiosos a cargo delos brujos.
Las deidades católicas son buenas, pero también
deben ser propiciadas mediante la oración y las fiestas
conmemorativas. Existe todavía una organización
jerárquica religiosa tradicional que tiene como función el
cuidado de la iglesia y el
mantenimiento
del culto a los Santos Patronos. Los zoques católicos
tienen como autoridad inmediata a los sacerdotes y cuentan son
sus propias asociaciones, otros son "adventistas" o
"sabáticos" y tienen como ministros de culto a sus
pastores.
La religiòn de los mexicanos siempre ha sido la
RELIGIÓN CATÓLICA. Los católicos
creemos en Jesús, el hijo de Dios, que vino al mundo para
salvarnos… Creemos en la Virgen María su madre y
obedecemos al Papa Juan Pablo II, que es el jefe de toda la
Iglesia.
Desgraciadamente, con el paso de los años,
algunos grupos se fueron separando y formaron su propia
religión, porque sus ideas eran distintas.
Ultimamente se han formado muchos grupos que se llaman
SECTAS y que las inicia un señor que decide que
él sabe toda verdad.
La gran diferencia entre la RELIGIÓN
CATÓLICA y estos otros grupos nuevos, es
que
la primera LA FUNDÓ JESUCRISTO, el hijo de
Dios y los segundos se le ocurrieron a ¨quien sabe quien¨
.
El Papa Juan Pablo II, Jefe de la Iglesia
Católica, es el sucesor de San Pedro, que fue el hombre que
Cristo escogió y dejó como Jefe de su
Iglesia.
El estado de Oaxaca posee quizá el más
rico acervo folclórico entre las entidades del
país, lo cual en parte seguramente obedece a la diversidad
de grupos étnicos de muy antiguo establecidos en
territorio oaxaqueño, mismos que, consecuentemente,
mantienen usos y costumbres diferentes, inclusive ciertas
prácticas completamente al margen de toda ortodoxia
religiosa. El folklore
oaxaqueño, pues, presenta muy diversos aspectos, y aun
cuando algunas de sus manifestaciones tienen un carácter común, por ejemplo, el de
las costumbres observadas en la celebración del Día
de Finados, en lo general éstas son muy diferentes entre
sí, pues corresponden a distintos lugares o
regiones.
La música, lo mismo que
la danza, una y
otra estrechamente vinculados, son las manifestaciones más
antiguas del folklore oaxaqueño, sobre todo la
música prehispánica perviviente aún en las
melodías ancestrales interpretadas con los primitivos
instrumentos indígenas: tlapitzalli o
chililihtli (vulgo "chirimía") y teponaztli,
a los que a veces va acoplada una de esas antiguas trompetas que
debieron haber utilizado las tropas españolas durante la
conquista.
Estos conjuntos,
integrados por regla general por dos músicos, y
excepcionalmente por seis o siete, invariablemente hacen acto de
presencia en las festividades titulares de los poblados
indígenas y aun en algunas celebraciones religiosas de la
ciudad, y son, pudiérase decir, los representantes del
folklore musical autóctono, cuyas interpretaciones se
distinguen por los sonidos guturales, agudos y estridentes,
integrantes de melodías de composición arbitraria,
impregnadas de cierta monotonía y basándose en
sonidos frecuentemente repetidos y aparentemente
inconexos.
Durante la Colonia el folklore musical indígena
cobra manifestaciones diferentes, bajo la influencia de la
cultura
europea. Esta influencia es la que se manifiesta, a lo menos en
parte, en la música popular que actualmente forma parte
integrante del folklore oaxaqueño; así podemos
apreciarlo en la Sandunga, melodía de sentido
específicamente racial, pero que, sin embargo, presenta en
sus tiempos vivaces tanta semejanza con las movidas "jotas" y las
alegres "bulerías" españolas, lo mismo que los
exultantes "jarabes" del valle con los vertiginosos giros de las
tocatas de Bach. Esa influencia, pues, y sobre todo la introducción de la actual escala musical,
pues el pentagrama de la música prehispánica consta
solamente de cinco notas, hizo posible la concepción y
arreglo de las actuales melodías indígenas,
particularmente entre los zapotecas que son quienes más se
distinguen por sus manifiestas aptitudes en el cultivo del
arte musical,
siendo de origen zapoteca las populares melodías
istmeñas: la Sandunga, Petrona, Juanita, La Llorona y la
Tortuga, y los jocundos "sones" y "jarabes" de Villa Alta, la
Sierra, el Mixe y el Valle de Oaxaca, que, con los no menos
movidos "sones" y "chilenas" de la costa:
El Zopilote, El Toro, la San marqueña, El
Panadero, El Palomo, La Indita, La Petenera y la
Malagueña, integran el aspecto más conocido del
folklore musical de nuestra entidad, pues existen varias
melodías poco popularizadas, con su correspondiente letra
en lengua
aborigen, tales como La Paloma de la región mazateca y el
Dunzáa, de Yalalag
Las costumbres sociales, religiosa o de otra
índole, observadas en las comunidades indígenas,
son de carácter muy variado y ofrecen abundantísimo
material para los estudios e investigaciones
de carácter sociológico. Entre las que
pudiéramos llamar colectivas hemos reseñado ya la
de la Mayordomía, en la que una sola persona sufraga
considerables gastos en provecho de los demás, y de la
guelaguetza, donde al contrario, todos contribuyen para beneficio
exclusivo de una sola persona.
A estas costumbres agregaremos la del tequio (voz nahoa,
"cosa que tiene o da trabajo"), que
no es una institución, sino una costumbre establecida en
los pueblos del estado, la cual impone a todos y cada uno de los
vecinos de un lugar la obligación de prestar su concurso
personal en la
ejecución de toda obra de interés
colectivo, por ejemplo: la construcción de un templo, una escuela, el
edificio del Ayuntamiento, un camino o la reparación
periódica de éste. Merced a ese sistema es
rápida y fácilmente ejecutada cualquier obra de
beneficio común en las poblaciones
indígenas.
Y la manera de convocar al vecindario para acordar todo
lo concerniente al tequio, es bastante original en ciertos
lugares; en algunos de la Mixteca el topil o alguacil notifica la
comparecencia de casa en casa; en otras poblaciones el aviso es
dado quemando determinado número de cohetes; en los
pueblos de Tlacolula se convoca por medio el caracol, y en
San
Agustín Atenango el topil hace el llamado a gritos,
desde un montículo que domina la
población.
Estas costumbres que, desde luego, constituyen un
aspecto bastante apreciable pero desconocido del folklore
oaxaqueño, presentan muy diversas manifestaciones y son
observadas principalmente en los ritos matrimoniales, en las
defunciones, las siembras, las cosechas, la caza y otros aspectos
más de las actividades públicas y privadas, entre
las cuales manifestaciones llegan a figurar no pocas
prácticas supersticiosas. De estas costumbres las
relativas al matrimonio presentan bastante originalidad. En el
Istmo se acostumbra verificar un simulacro de rapto, con la
consiguiente y también simulada pugna de la parentela de
la novia, para rescatarla; en los pueblos de Tlacolula el
pedimento de mano es hecho a través de un personaje
especial, el huehuete, quien desempeña las funciones que
en otros lugares corresponden al sacerdote, fijándose en
caso afirmativo el número de guajolotes que debe entregar
el pretendiente a los padres de la pretensa, y en la Mixteca el
acto matrimonial culmina en el "parangón" que un anciano
pronuncia ante los contrayentes, mismo que constituye una serie
de consejos y exhortaciones al cumplimiento de las obligaciones y
deberes que su nuevo estado les impone, siendo tradicional entre
los zapotecas del Valle y los de Yalalag. el baile que ejecutan
en la calle los acompañantes del cortejo nupcial, cargando
a cuestas el baúl, metate, garrafón de mezcal,
apaztle, sillas, aves de corral
y demás que llevan como obsequio a los
desposados.
Las defunciones son también objeto de
prácticas bastante singulares entre los indígenas y
aun entre la clase popular
de la ciudad, pues entre ésta se acostumbra velar a los
niños fallecidos, con baile. En la región de El
Rincón (Villa Alta) la velación y entierro se
verifican con música, alternándose las preces y
responsos con melodías de carácter diverso, y en
Tlaxilac de Cabrera se deposita en la fosa, junto al
cadáver, el itacate o bastimento que se piensa ha de
necesitar el extinto para el gran viaje. Esta misma
práctica se observaba, posiblemente lo siga siendo entre
los tacuates de Zacatepec (Putla), donde las doncellas eran
enterradas con el bastimento, el huso o el malacate y la bola de
algodón, instrumentos de las ocupaciones a
que se dedicó en vida, y un perrillo sacrificado al borde
del sepulcro, no volviendo a ser ocupada la casa que habitaba
"para que el ánima de la difunta pudiera gozar de
tranquilidad". Y algo semejante ocurre con los procedimientos
curativos sobre el "mal de ojo" y el de "susto".
Este último se cura entre los indígenas
triques encendiendo una vela en el sitio exacto en donde el susto
se produjo y rociando con agua, o
aguardiente, nuca, piernas, espalda y pecho del enfermo, a
tiempo que se
pronuncian ciertas invocaciones para el caso.
Entre la diversidad de costumbres observadas por los
indígenas oaxaqueños hay algunas que revisten un
carácter solemne, y otras un sentido de religiosidad
acendrado.
Entre las primeras figura la renovación del
poder civil,
representado por el Ayuntamiento y Alcaldes, a quienes con toda
gravedad y en un ambiente de la
más absoluta circunspección se confiere el
bastón de mando, de fina madera con
contera de plata, símbolo de la autoridad que representan,
empuñando el cual comparecen en los primeros días
de enero ante el gobernador del estado para presentarle sus
respetos. Entre los segundos se halla, o por mejor decir se
hallaba porque ya casi ha desaparecido, la de acción
de gracias al término de la cosecha; en esta
ocasión eran engalanados bueyes y carreta, la que
volvía con las últimas mazorcas, y
acompañada en procesión por los campesinos que,
portando velas de cera y ramos de flor de cempoalxochitl iban
entonando el "Alabado" durante el trayecto, se encaminaban a la
capilla o templo del lugar para dar gracias al Todopoderoso por
los beneficios recibidos. Ahora, dentro de su carácter
religioso, también la nota profana llega a imprimir un
toque de marcado sabor vernáculo en ciertas festividades,
como sucedía hace cincuenta años en la festividad
del Señor de Santa María, del barrio del
Marquesado, donde se celebraba al mismo tiempo el Jueves de los
Compadres con una rumbosa fiesta cuyo atractivo principal lo
constituía el baile de "cuadrillas y de "lanceros", que
requerían varios días de constante
preparación, mismo que terminaba con la regocijante "danza
calabaceada", en la cual, entre guiños y señales
de inteligencia
más o menos embozadas las comadres terminaban dando
"calabazas" a los compadres.
En esta festividad se acostumbraba agasajar a los
visitantes, tanto en la Mayordomía como en las casas
particulares, con un suculento mole de guajolote. Y esta
costumbre de proporcionar la alimentación al
visitante, durante la celebración de la festividad
titular, aún perdura en los pueblos de El Rincón
(Villa Alta), donde basta el simple hecho de llegarse a la puerta
de cualquier casa y pronunciar el tradicional "padiuxe" (saludo
en lengua indígena, zapoteca), para que al instante le sea
proporcionada al visitante la escudilla con caldo de res y unas
cuantas tortillas.
Tan variado como el acervo musical indígena es el
de la coreografía oaxaqueña, siendo algunas danzas
trasuntos de los primitivos areytos aborígenes verificados
en honor de las divinidades tutelares, como cierta danza que se
ejecuta en Yatzona (Villa Alta), de movimiento y
pasos completamente primitivos, bailada por un grupo de cuatro o
cinco indígenas tocados con vistoso penacho y cubiertos
únicamente con un simple taparrabo. En todo el estado de
Oaxaca la región que más se distingue en este
aspecto en la de Villa Alta, porque la celebración de toda
fiesta titular va acompañada invariablemente del
consiguiente espectáculo coreográfico, ejecutado
por conjuntos de niños o de adultos.
Entre la diversidad de danzas ejecutadas en la
región, porque son muchas, tenemos como más
conocidas la Danza de San Marcos, de carácter
pantomímico, semejante a los bailes rituales africanos, El
Coloquio, en la cual van bordando los danzantes una serie de
complicadas figuras con listones multicolores pendientes de la
extremidad de un alto poste clavado en tierra, y los Negritos,
que se distingue por sus variadas evoluciones y la matemática
precisión del paso, marcando la ejecución de la
primera los primitivos instrumentos indígenas:
pífano y atabal, y de las segundas una moderna
banda.
En la región mixe, vecina de la villalteca, son
ejecutadas también diversas danzas, entre ellas: la Danza
del Caballito, bailada en Camotlan; la Danza Tehuacanera, de muy
poca originalidad en Tlahuitoltepec; la Danza de los Mechudos,
bastante llamativa, en Ayacaxtepec, y la Danza del Tigre, de
carácter cinegético, en la que se representa el
acoso y muerte de la
fiera, en Ixcuintepec, existiendo una danza de igual nombre
ejecutada por los indígenas de Amuzgos (Putla). De mucha
originalidad y movimiento es asimismo la Danza Yalalteca (Villa
Alta), que se ejecuta en parejas tomadas de las manos, y el
Shandé de los indígenas triques de Copala
(Juxtlahuaca), bailado por una pareja al compás del
estribillo marcado por un violín y un tambor,
ejecutándose en la fiesta titular de dicha
población una cierta danza en la que participan solamente
las mujeres que van girando en círculos
cerrados.
Todas estas danzas tienen un carácter
completamente regional y algunas presentan una singularidad
extraordinaria, siendo éste el caso del San Balilú,
baile ejecutado por los indígenas de Santa Catarina
Estetla (Etla), trasunto de antiquísimo rito matrimonial,
en el que cuatro matronas, cargando a cuestas las andas o tapexco
sobre el que va encaramada la desposada, van trenzando los lentos
movimientos que marca el son de
un violín y una jarana. Pero existen danzas de
carácter común que, con algunas variantes, se
ejecutan en diferentes regiones, y éstas son la Danza de
Santiago y la Danza de los Moros, bailadas en cuadrillas y en las
cuales interviene el diálogo,
en verso, pues son una especie de dramatizaciones
coreográficas en las que se remontan, en la primera,
episodios de la conquista, y en la segunda las pretéritas
luchas sostenidas entre moros y cristianos. Estas danzas se
ejecutan principalmente en la Costa y la Mixteca, siendo
conocidas en Juxtlahuaca con los nombres de Los Rubios, y Los
Chareos.
Pero indudablemente, la danza máxima, nervio del
folklore coreográfico oaxaqueño, la constituye la
Danza de Pluma. Es asimismo una escenificación, mitad
dialogada y mitad coreográfica, del drama de la conquista,
en la que intervienen los principales personajes de la misma:
Motecuhzoma, capitanes del ejercito tenochca, la Cihuapilli, la
Malinche, Cortés, Pedro de Alvarado y tropas
españolas, presentando la parte coreográfica de
esta danza un espectáculo soberbio, en la perfecta
sincronización de movimientos y los inverosímiles
giros y flexiones de los danzantes tocados con altos y
multicolores penachos entretejidos de finísima pluma.
Cierra, por último, el cuadro de la coreografía
oaxaqueña, la serie de danzas y bailes populares
ejecutados en la verificación de diversos actos sociales:
el baile de El Toro, acostumbrado en Macuiltianguis
(Ixtlán), que es un simulacro de toreo entre el hombre y
la mujer, los
movidos "jarabes" zapotecas, el baile de la Sandunga y otros
más.
En el Istmo y los "sones" y "chilenas" bailados en
Pochutla, Juquila, Jamiltec, Putla y Sola de Vega, existiendo,
además, la Danza de los Jardineros, bailada en cuadrillas,
una mitad de hombres vestidos de mujer, que se
ejecuta en Oaxaca, en la festividad del Señor de Santa
María, y en los pueblos de los contornos, siendo muy
vistosa e interesante por sus originales y complicadas
evoluciones.
Las festividades populares que se celebran en
determinadas fechas y en diferentes poblaciones de la entidad
pero sobre todo en la capital, por
su mismo carácter presentan muy diversas facetas de
nuestro folklore. Siguiendo el orden cronológico
correspondiente a dichas festividades enunciaremos en primer
lugar la celebración del carnaval que en la capital no
presenta actualmente ningún interés pero sí
en diversas poblaciones del Valle y la Mixteca, y muy
especialmente en Putla, donde la celebración cobra
manifestaciones extraordinarias con la participación de
casi todos los jóvenes de la localidad, inclusive
señoritas, cuyos disfraces, de confección
improvisada, son bastante originales y llamativos. Después
del Carnaval los Viernes de Cuaresma son las celebraciones de
mayor importancia, con las romerías que se organizan a
determinados santuarios y la verificación de grandes
ferias comerciales, agrícolas y ganaderas, en los mismos,
siendo las más importantes, las del primero, en Santa
María Ixcatlán (Teotitlán) y Teposcolula; la
del segundo en Santa Catarina Yosonotú (Tlaxiaco); la del
tercero en San Juan Copala (Juxtlahuaca); la de cuarto en
Tezoatlán (Huajuapan) y Huaxpaltepec (Jamiltepec), y la
del quinto en la Villa de Etla; la celebración de todos
estos viernes se verifica en la capital con los tradicionales
paseos matinales al Llano, y el cuarto, Viernes de la Samaritana,
con el obsequio de aguas frescas en los templos de la ciudad,
mercados y
algunas casas particulares.
A seguir, la Semana Santa es una de las celebraciones
más importantes en la ciudad de Oaxaca; esta
celebración tiene un carácter completamente
costumbrista y se distingue también por la austera
solemnidad de los diferentes actos litúrgicos y el
acentuado sabor vernáculo de los profanos; y aun cuando la
implantación del rito antiguo en mucho ha modificado los
anteriores usos y costumbres que antiguamente se estilaban, la
celebración conserva muchas y muy originales
manifestaciones populares, tales como el reparto de aguas frescas
la tarde del Martes Santo en el barrio de Xochimilco, la
ceremonia del Lavatorio y la visita a los altares de los templos
el Jueves Santo, y al día siguiente los Encuentros en
Jalatlaco, Xochimilco y el Marquesado, el sermón de las
Siete Palabras y los Descendimientos, lo mismo que el solemne
pésame presentado a la Virgen de la Soledad, por la noche,
que es una de las ceremonias más impresionantes y
patéticas.
Algunas celebraciones regionales revisten un tipicismo
clásico entre ellas las populares "Velas" del Istmo,
principalmente la verificada en Juchitan, en el mes de abril, en
honor del Santo Patrono del lugar, San Vicente Ferrer. El aspecto
más pintoresco de estas "Velas" lo constituye la
manifestación pública o paseo por las calles de la
población; lo componen varias carretas adornadas con ramas
y flores, y la yunta con collares de papel de china y la
cornamenta pintada de vivos colores; a bordo
de las carretas van nutridos grupos de señoritas ricamente
ataviadas, con jicalpextles llenos de flores y de fruta que van
tirando al paso, a la concurrencia, siendo muy de ver el
abigarrado conjunto de formas de la comitiva, a caballo o a pie,
verificándose al final del recorrido una espléndida
fiesta en la casa de Mayordomo de la
celebración.
El día de la Santa Cruz, el 3 de mayo, tiene una
celebración especial en la ciudad, colocándose en
todos los zaguanes de las casas una cruz adornada con flores,
pero lo celebra principalmente el gremio de albañiles, quemando cohetes durante toda la
mañana y colocando cruces, engalanadas también en
el remate de las construcciones que están levantando. En
este mismo mes tiene lugar la verificación de la fiesta
titular de la vecina población de Xoxo, donde forma parte
de los actos profanos el espectáculo de los toros de lidia
en un corralón improvisado a un costado del templo, siendo
acostumbrado también este espectáculo en algunas
otras poblaciones del Valle Villa Alta y la Mixteca.
Después de esta festividad se presenta, en la segunda
quincena de julio, otra de las más importantes, y la
más antigua de Oaxaca, como trasunto que es de cierto rito
indígena, mexica, practicado mucho muy antes del
establecimiento de la ciudad española, siendo ésta
la del Lunes del Cerro, con la correspondiente octava.
Esta fiesta, verificada hace cincuenta años con
toda sencillez, ha llegado a revestir en la actualidad, al igual
de la de la Noche de Rábanos y las Calendas de Navidad, un
poderoso incentivo de interés turístico, llegando a
convertirse en un espectáculo singular, con la
ejecución de los diversos bailes y danzas populares de las
siete regiones del estado, la música también
popular correspondiente a las mismas y la exhibición del
pintoresco atavío de los ejecutantes; es, pues, una fiesta
de recio y vigoroso colorido, de acentuado sabor
folklórico; un espectáculo soberbio desenvuelto en
un escenario natural que tiene como fondo la magnífica
perspectiva del anchuroso Valle de Oaxaca.
A esta festividad sigue, el 31 de agosto, la tradicional
ceremonia de la bendición de los animales, en el templo de
la Merced, a la que concurre el vecindario conduciendo sus
animales domésticos, pintados de vivos colores unos,
engalanados otros con flores o listones y los más
enfundados en atavíos de muy diversa confección,
con lo cual la inventiva popular pone en la ceremonia una nota
regocijante y pintoresca.
Poco después, los segundos domingo y lunes de
octubre tienen verificativo, respectivamente, la gran feria de
Tlacolula y la festividad de Santa María el Tule,
aquélla de carácter comercial y ésta de
carácter diríamos recreativo para las familias que
antiguamente asistían a la misma conducidas a bordo de
carretas, derramándose los asistentes por todos los
ámbitos del pueblo para saborear las bebidas, viandas y
frutas del lugar, a la fresca sombra de los fresnos, tal como se
disfruta de uno de tantos días de campo.
A seguir se presenta la Fiesta de Finados, o los
Muertos, como también es conocida, misma que constituye
otra de las festividades que se celebran por tradición,
prolongándose todo el mes de noviembre pues la primera
celebración, la del día 2, corresponde a la ciudad,
y cada lunes de los siguientes al Marquesado, Xoxhimilco y San
Felipe del Agua; la nota costumbrista en esta fiesta,
independientemente de la visita a los panteones que se verifica
siempre con el estreno de alguna prenda de vestir, lo que
también se acostumbra en Semana Santa, la ofrecen
principalmente los "altares de muertos", recubiertos de flores
aromáticas, de ceras votivas, de frutas de la temporada y
de los diversos guisos y platillos
que se condimentan en tal ocasión y son
depositados como ofrendas a las
ánimas de los deudos, teniendo esta conmemoración
de los fieles difuntos un carácter general, pues se
celebra en igual forma en todas las poblaciones del
estado.
Después de la festividad de Nuestra Señora
de la Concepción, verificada el 8 de diciembre y que se
distingue por la extraordinaria romería celebrada en el
cercano pueblo de San Juan Chapultepec, las fiestas de mayor
importancia son las de la Virgen de la Soledad, Patrona de
Oaxaca, el día 18, la de la Noche de Rábanos, el
23, y la de la Navidad, el 25, en cuya víspera tiene lugar
el recorrido de las calendas de todos los templos de la ciudad,
con sus originales y suntuosos carros alegóricos. De estas
últimas festividades la correspondiente a la Noche de
Rábanos es la que presenta uno de los más
característicos perfiles folclóricos, en la
exhibición de muy diversos y artísticos productos de
manufactura
popular, confeccionados con flores naturales y enceradas, y sobre
todo de rábanos de fantásticas formas y
apariencias.
El origen prehispánico de la
guelaguetza
La antigüedad de la actual festividad de los "Lunes
del Cerro", se remite a finales del siglo XV; su origen se deriva
de la celebración de ritos prehispánicos de
adoración y pedimento a la diosa azteca protectora del
maíz
"Centeocihuatl" o "Centeotl", en cuyo honor se realizaban danzas
y comidas rituales que culminaban con el sacrificio de una
doncella, quien durante el lapso de las festividades era
considerada la representación misma de la
deidad.
Los festejos y ritos se realizaban en lo que ahora de
conoce como Cerro del Fortín, y que antaño era
denominado por los zapotecos como "Tani Lao Nayaaloani" o
"Daninayaloani" que significa Cerro de Bellavista, en la cima de
la cual se encontraba una guarnición azteca a cuyas faldas
se fundó el asentamiento de "Huaxyacac", origen de la
actual ciudad de Oaxaca.
Esta festividad, fue bien acogida por los pueblos
zapotecos y mixtecos, quienes también realizaban ritos de
petición a sus dioses agrícolas: "Cosijo", dios de
las lluvias y "Pitao Cocobi", de la agricultura y
las mieses, especialmente el maíz. A estas divinidades los
zapotecos acostumbraban propiciarlos mediante "actos rituales en
los cuales se entregaban dones (Xilla, Xilaapaaneza),
acompañados de cantos y danzas", con el fin de propiciar
suficientes lluvias, y, por tanto, lograr una gran cosecha.
La época
colonial
Con el advenimiento en 1521 de los conquistadores
europeos, y la consiguiente evangelización, las
festividades del Lunes del Cerro sufrieron
transformaciones.
Así, los nuevos amos, viendo que los
indígenas continuaban visitando anualmente el Cerro del
Fortín, instituyeron la fiesta de la Virgen del Carmen,
coincidiendo las fechas con las anteriores celebraciones
prehispánicas. Se estableció que la fiesta se
celebrara el domingo 16 de julio, día de la Virgen del
Carmen, y cuando no cayera el 16 en domingo entonces la fiesta se
verificaría el primer lunes siguiente a dicha fecha, con
su correspondiente segundo lunes a los ocho días. Debido a
esto, las festividades se denominaron desde entonces como "Lunes
del Cerro".
Para sustituir el uso del "cempazúchil", flor
amarilla, de intenso aroma, que se ofrenda a la doncella
sacrificada, los religiosos católicos engalanaban el
templo con flores blancas: azucenas, nardos y
otras.
Se inició así el proceso de
"aculturación" y sincretismo que enmarca hoy día a
las festividades del Lunes del Cerro. Los festejos cristianos
añadieron nuevos elementos y significados, algunos de
ellos ya extintos en las festividades actuales, pero cuya
trascendencia sigue vigente en muchos festejos populares de las
comunidades del estado. Entre éstos, destacan las danzas
de "Gigantes" y el desfile de las "Marmotas", que se efectuaban
después de las celebraciones litúrgicas en honor de
la Virgen del Carmen, dando pie a procesiones populares, donde
las gentes iban ataviadas con disfraces ridículos y
cargando las marmotas.
"Son las marmotas unos globos grandes, formados
por carrizos sostenidos por un palo en el centro. En el globo ser
forman gajos y éstos se cubren de manta blanca, sobre las
cuales los misioneros pintaban pasajes del Nuevo y Viejo
Testamento. (Castro, Mantecón, 1981:58)
La guelaguetza actual
Durante los turbulentos años del siglo XIX,
las festividades de las procesiones del Lunes del Cerro perdieron
gran parte de la fastuosidad de las procesiones de la
época colonial. No obstante, la costumbre de festejar a la
Virgen del Carmen, e ir posteriormente el primero y segundo lunes
al cerro, prosiguió. En estas épocas las familias
preparaban almuerzos y comidas que disfrutaban en el cerro.
Después iban a tomar exquisitas nieves de frutas y
degustaban ricas golosinas de nombres estrafalarios:
"gollorías", "mostachones", "gendarmes", "charamuscas",
etc.
Hacia 1928-1930 se trató de dar mayor realce a
las festividades y se incluyó por primera vez la
escenificación de la "Danza de la Pluma", propia de varios
pueblos zapotecos y mixtecos de Valles Centrales, que representa
la gesta de la Conquista.
Los antecedentes contemporáneos de la
presentación de bailes regionales dentro de la Guelaguetza
se remontan al año de 1932, cuando se celebró el IV
centenario de haberse otorgado a Oaxaca el rango de ciudad,
realizándose un "Homenaje Racial" en el que las diferentes
regiones del estado dedicaron cuadros de danza en honor de la
capital celebrándose además el concurso para
seleccionar a la "Señorita Oaxaca". En esa ocasión,
a la ganadora se le ofrecieron varios presentes tales como
sarapes de Teotitlán del Valle, loza verde de Atzompa y
negra de Coyotepec, mezcal de Santa Catarina Minas y pan de
Tlacolula, entre otros. Este tipo de presentes, realizados en
ocasiones muy especiales, se acostumbra entre los zapotecos para
corresponder a atenciones o servicios prestados por una persona o
familia y se conocen como "guelaguetza", vocablo zapoteca, sobre
cuyo significado aún hay polémica.
La importancia de esta costumbre destaca el tomar en
cuenta que en muchos pueblos de los Valles Centrales las familias
registran en un libro la ayuda
recibida bajo esa manifestación de fraternidad a fin de
saber con precisión cuáles son las obligaciones
contraídas, a las cuales, a su vez, hay que corresponder.
Se acostumbra dar guelaguetza en los casamientos, los nacimientos
y los funerales, ofreciendo ritualmente a los contrayentes o
familiares comida, guajolotes, cigarros, mezcal o dinero,
situaciones que deberán ser retribuidas de igual manera
por los beneficiarios, estableciéndose así una
extensa red de
compromisos sociales. La guelaguetza también se realiza
para corresponder a quienes ayudan en las labores de la siembra o
la cosecha.
En el Istmo de Tehuantepec se dice que la palabra
Guelaguetza deriva de la palabra zapoteca "Guendalizaá",
que hace alusión a "una actitud, una
cualidad con la que se nace; un sentimiento por medio del cual el
zapoteco acepta, sirve y ama a su prójimo; es el
sentimiento de parentesco, de hermandad, de compartir con todos
los hermanos lo mejor de la naturaleza"
A partir de 1951, las festividades del Lunes del Cerro
adoptan el término popular de la "Guelaguetza", debido a
que las delegaciones regionales acostumbran traer, para regalar
entre el público, productos artesanales, frutas y bebidas,
además de ofrendar a los concurrentes su música y
sus bailes. Ambos aspectos de las festividades del "Lunes del
Cerro" y el vocablo "Guelaguetza" identifican al conjunto de
actividades realizadas durante el primero y el segundo "Lunes del
Cerro". Como parte de éstas, desde 1968 cada
delegación presenta una candidata al título de
"Diosa Centeotl". La elegida es investida públicamente y
preside las festividades, que se realizan desde 1974 en el
auditorio del Cerro del Fortín, situado donde
anteriormente se levantaba una rotonda al aire libre
conocida como "Rotonda de la Azucena", sede original de las
modernas festividades de la Guelaguetza.
Además de los bailes y danzas regionales
presentados en el Auditorio del Cerro del Fortín, y la
elección de la Diosa Centeotl, se llevan a cabo diversas
actividades artísticas y culturales paralelas en el lapso
comprendido entre el primero y el segundo Lunes del
Cerro.
Acaso como una expresión original de una cultura
popular la Guelaguetza haya perdido autenticidad, pero su
fuerza festiva
pervive lo ritual junto a lo profano, subsiste un modo propio y
único de ser y de entender al mundo, en el cual es posible
descubrir una riqueza de expresiones que revela el colorido de la
diversidad cultural de caracteriza a todo México y,
especialmente, al estado de Oaxaca.
La leyenda tiene un carácter general, es algo
común en la historia de todos los
pueblos, ya sea concebida en un hecho inverosímil, es
decir, producto de un
mito, o bien
fundada en la verificación de un remoto y significativo
suceso, en cuyo caso a veces toma cuerpo de tradición, de
la que a su ves, derivan ciertos usos, prácticas y
costumbres cuyas manifestaciones constituyen precisamente la
médula del folklore.
En esta aspecto Oaxaca cuenta con diversidad de leyendas de
carácter mítico e histórico; entre las
primeras figuran la leyenda zapoteca del nacimiento del fuego, la
del mítico alumbramiento de los árboles de Apoala,
progenitores del primer hombre y la primera mujer mixtecos, y la
del mutuo aniquilamiento de chontales y chatinos en el que
participan los genios de ambos pueblos, empeñados en una
contienda fabulosa en la que unos y otros recurren al empleo de sus
poderes sobrenaturales; entre las segundas figura la
poética leyenda de la princesa Donají, la de la
Santa Cruz de Huatulco que, según consigna la
tradición, fue plantada muchos años antes de la
conquista en playas oaxaqueñas, y la de las singulares
apariciones de la Virgen de la Soledad y la de Juquila. Pero
omitiremos toda referencia a unas y otras puesto que este aspecto
por su misma amplitud requiere un trabajo especial.
Gustavo Gay