- El
Positivismo - Augusto Comte
- La Ley de los Tres Estados
según Comte - El Carácter Social del
Espíritu Positivo - El Positivismo y la
Filosofía - El Sentido del
Positivismo - El Positivismo y el Avance
Científico del Siglo XIX - La Filosofía como modo
de Saber Positivo - La Política
Positiva - John Stuart
Mill - Herbert
Spencer - El Positivismo Científico
de Mach - Las Matemáticas en el
Siglo XIX - Conclusión
- Bibliografía
El termino positivismo
fue utilizado por primera vez por el filosofo y matemático
francés del siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los
conceptos positivistas se remontan al filosofo británico
David Hume, al filosofo francés Saint-Simon, y al filosofo
alemán Immanuel Kant.
Cuando el inesperado romanticismo fija
la atención de los hombres estudiosos, es un
gran espectáculo y vamos a decir que la filosofía
es el régimen intelectual de todo estado,
precisamente porque es un estado que
viene de otros y conduce a otros y es algo esencialmente diverso
en si misma.
La filosofía es un estado del espíritu
humano socialmente considerado y es un estado caracterizado por
la vertiente que da a las ideas últimas sobre las que se
halla asentado cada estado social del espíritu. Por ello,
consideramos que no es un momento más entre cualquiera
estado social, sino que es momento fundante de todos los
demás.
Por eso, vamos a ver que la positividad se halla
constituida por ser un carácter
que afecta las cosas en tanto que, en una u otra forma, se
manifiestan.
El conocimiento
de los hechos es relativo porque hace referencia
intrínseca al hombre que se
enfrenta con los hechos y a su modo de enfrentarse con
ellos.
Doctrina iniciada por Auguste Comte (francés)
en el siglo XIX.
Identifica 3 fases en la historia intelectual de la
humanidad que fueron cambiando a medida que adquiría
mayores conocimientos científicos.
El positivismo es
el romanticismo
de la ciencia. La
tendencia propia del romanticismo a identificar lo finito con lo
infinito, a considerar lo finito como revelación y
realización progresiva de lo infinito, es transferida y
realizada por el positivismo en el seno de la ciencia. Con
el positivismo, la ciencia se
exalta, se considera como única manifestación
legítima de lo infinito y, por ello, se llena de
significación religiosa, pretendiendo suplantar a las
religiones
tradicionales.
El positivismo es una parte integrante del movimiento
romántico del siglo XIX. Que el positivismo sea incapaz de
fundar los valores
morales y religiosos y especialmente, el principio mismo del
cual dependen, la libertad
humana, es un punto de vista poémico que la
reacción antipositivista, espiritualista e idealista de la
segunda mitad del siglo XIX ha hecho prevalecer en la
historiografía filosófica. Se puede también
considerar justificado, en todo o en parte, este punto de vista.
Pero existe el hecho de que, en sus fundadores y en sus
seguidores, el positivismo se presenta como la exaltación
romántica de la ciencia, como
infinitización, como pretensión de servir como
única religión
auténtica y, por tanto, como el único fundamento
posible de la vida humana individual y social.
El positivismo acompaña y provoca el nacimiento y
la afirmación de la
organización técnico industrial de la sociedad, fundada
y condicionada por la ciencia. Expresa las esperanzas, los
ideales y la exaltación optimista, que han provocado y
acompañado esta fase de la sociedad moderna.
El hombre ha
creído en esta época haber hallado en la ciencia la
garantía infalible de su propio destino. Por esto ha
rechazado, por inútil y supersticiosa, toda
alegación sobrenatural y ha puesto lo infinito en la
ciencia, encerrando en las formas de la misma la moral, la
religión,
la política,
la totalidad de su existencia.
Consiste en no admitir como validos
científicamente otros conocimientos, sino los que proceden
de la experiencia, rechazando, por tanto, toda noción a
priori y todo concepto
universal y absoluto. El hecho es la única realidad
científica, y la experiencia y la inducción, los métodos
exclusivos de la ciencia. Por su lado negativo, el positivismo es
negación de todo ideal, de los principios
absolutos y necesarios de la razón, es decir, de la
metafísica. El positivismo es una
mutilación de la inteligencia
humana, que hace posible, no sólo, la metafísica, sino la ciencia misma. Esta,
sin los principios
ideales, queda reducida a una nomenclatura de
hechos, y la ciencia es una colección de experiencias,
sino la idea general, la ley que
interpreta la experiencia y la traspasa. Considerado como
sistema
religioso, el positivismo es el culto de la humanidad como ser
total y simple o singular.
El término positivismo fue utilizado por primera
vez por el filósofo y matemático francés del
siglo XIX Auguste Comte, pero algunos de los conceptos
positivistas se remontan al filósofo británico
David Hume, al filósofo francés Saint-Simon, y al
filósofo alemán Immanuel Kant.
Comte eligió la palabra positivismo sobre la base
de que señalaba la realidad y tendencia constructiva que
él reclamó para el aspecto teórico de la
doctrina. En general, se interesó por la
reorganización de la vida social para el bien de la
humanidad a través del conocimiento
científico, y por esta vía, del control de las
fuerzas naturales. Los dos componentes principales del
positivismo, la filosofía y el Gobierno (o
programa de
conducta
individual y social), fueron más tarde unificados por
Comte en un todo bajo la concepción de una
religión, en la cual la humanidad era el objeto de culto.
Numerosos discípulos de Comte rechazaron, no obstante,
aceptar este desarrollo
religioso de su pensamiento,
porque parecía contradecir la filosofía positivista
original. Muchas de las doctrinas de Comte fueron más
tarde adaptadas y desarrolladas por los filósofos sociales británicos John
Stuart Mill y Herbert Spencer así como por el
filósofo y físico austriaco Ernst Mach.
Filósofo positivista francés, y uno de los
pioneros de la sociología. Nació en Montpellier el
19 de enero de 1798. Desde muy temprana edad rechazó el
catolicismo tradicional y también las doctrinas
monárquicas. Logró ingresar en la Escuela
Politécnica de París desde 1814 hasta 1816, pero
fue expulsado por haber participado en una revuelta estudiantil.
Durante algunos años fue secretario particular del
teórico socialista Claude Henri de Rouvroy, conde de
Saint-Simon, cuya influencia quedaría reflejada en algunas
de sus obras. Los últimos años del pensador
francés quedaron marcados por la alienación mental,
las crisis de
locura en las que se sumía durante prolongados intervalos
de tiempo.
Murió en París el 5 de septiembre de
1857.
Para dar una respuesta a la revolución
científica, política e industrial
de su tiempo, Comte
ofrecía una reorganización intelectual, moral y
política del orden social. Adoptar una actitud
científica era la clave, así lo pensaba, de
cualquier reconstrucción.
Aunque rechazaba la creencia en un ser trascendente,
reconocía Comte el valor de la
religión, pues contribuía a la estabilidad social.
En su obra Sistema de Política Positiva (1851-1854;
1875-1877), propone una religión de la humanidad que
estimulara una benéfica conducta social.
La mayor relevancia de Comte, sin embargo, se deriva de su
influencia en el desarrollo del
positivismo.
Según Comte, los conocimientos pasan por tres
estados teóricos distintos, tanto en el individuo como en
la especie humana. La ley de los tres estados, fundamento de la
filosofía positiva, es, a la vez, una teoría del
conocimiento y una filosofía de la historia. Estos tres estados
se llaman:
- Teológico.
- Metafísico.
- Positivo.
Estado Teológico:
Es ficticio, provisional y preparatorio. En él,
la mente busca las causas y los principios de las cosas, lo
más profundo, lejano e inasequible. Hay en él tres
fases distintas:
- Fetichismo: en que se personifican las cosas y
se les atribuye un poder
mágico o divino. - Politeísmo: en que la animación
es retirada de las cosas materiales
para trasladarla a una serie de divinidades, cada una de las
cuales presenta un grupo de
poderes: las aguas, los ríos, los bosques,
etc. - Monoteísmo: la fase superior, en que
todos esos poderes divinos quedan reunidos y concentrados en
uno llamado Dios.
Teológica: Da explicaciones simples de los
fenómenos naturales como la lluvia, el trueno, la
fertilidad o el viento creando dioses para explicarlos (Dios de
la lluvia, Dios del trueno, etc.).
En este estado, predomina la imaginación, y
corresponde a la infancia de la
humanidad. Es también, la disposición primaria de
la mente, en la que se vuelve a caer en todas las épocas,
y solo una lenta evolución puede hacer que el
espíritu humano de aparte de esta concepción para
pasar a otra. El papel
histórico del estado teológico es
irremplazable.
Estado Metafísico:
O estado abstracto, es esencialmente crítico, y
de transición, Es una etapa intermedia entre el estado
teológico y el positivo. En el se siguen buscando los
conocimientos absolutos. La metafísica intenta explicar la
naturaleza de
los seres, su esencia, sus causas. Pero para ello no recurren a
agentes sobrenaturales, sino a entidades abstractas que le
confieren su nombre de ontología. Las ideas de principio, causa,
sustancia, esencia, designan algo distinto de las cosas,
sí bien inherente a ellas, más próximo a
ellas; la mente que se lanzaba tras lo lejano, se va acercando
paso a paso a las cosas, y así como en el estado
anterior que los poderes se resumían en el concepto de Dios,
aquí es la naturaleza, la
gran entidad general que lo sustituye; pero esta unidad es
más débil, tanto mental como socialmente, y el
carácter del estado metafísico, es
sobre todo crítico y negativo, de preparación del
paso al estado positivo; una especie de crisis de
pubertad en el espíritu humano, antes de llegar a la
adultes.
Metafísica: Todo lo que ocurre se debe a fuerzas
naturales o esencias y se realizan ritos para que pase tal o cual
cosa (danza de la
lluvia, sacrificio de un animal, ritos religiosos, etc.) llamando
así la atención de los dioses. Busca respuesta al
cómo suceden las cosas.
Estado Positivo:
Es real, es definitivo. En él la
imaginación queda subordinada a la observación. La mente humana se atiene a
las cosas. El positivismo busca sólo hechos y sus leyes. No causas
ni principios de las esencias o sustancias. Todo esto es
inaccesible. El positivismo se atiene a lo positivo, a lo que
está puesto o dado: es la filosofía del dato. La
mente, en un largo retroceso, se detiene a al fin ante las cosas.
Renuncia a lo que es vano intentar conocer, y busca sólo
las leyes de los
fenómenos.
Positiva: El nombre positivo deriva de lo que el ser
humano hace y crea, no es Dios. Es cuando llega a una estructura
científica de la mente buscando las causas de los
fenómenos con la razón a través de la
experimentación, la observación y la experiencia para descubrir
las leyes científicas que regulan sus relaciones. Busca
respuesta al por qué suceden las cosas. La razón es
considerada como la única fuente de conocimiento
de la realidad y ésta se expresa en el
conocimiento científico. Con la razón y las
ciencias es
posible el progreso indefinido de la sociedad pero, para que se
produzca, debe existir el orden social. Para ello es necesario
evitar todo tipo de conflictos
sociales.
EL CARACTER SOCIAL
DEL ESPIRITU POSITIVO.
El espíritu positivo tiene que fundar un orden
social. La constitución de un saber positivo es la
condición de que haya una autoridad
social suficiente, y esto refuerza el carácter
histórico del positivismo.
Comte, fundador de la Sociología, intenta
llevar al estado positivo el estudio de la Humanidad colectiva,
es decir, convertirlo en ciencia positiva. En la sociedad rige
también, y principalmente, la ley de los tres estados, y
hay otras tantas etapas, de las cuales, en una domina lo
militar.
Comte valora altamente el papel de
organización que corresponde a la iglesia
católica; en la época metafísica,
corresponde la influencia social a los legistas; es la
época de la irrupción de las clases medias, el paso
de la sociedad militar a la sociedad económica; es un
período de transición, crítico y disolvente;
el protestantismo contribuye a esta disolución. Por
último, al estado positivo corresponde la época
industrial, regida por los intereses económicos, y en ella
se ha de restablecer el orden social, y este ha de fundarse en un
poder mental y
social.
EL POSITIVISMO Y
LA FILOSOFIA.
Es aparentemente, una reflexión sobre la ciencia.
Después de agotadas éstas, no queda un objeto
independiente para la filosofía, sino ellas mismas; La
filosofía se convierte en teoría
de la ciencia. Así, la ciencia positiva adquiere unidad y
conciencia de
sí propia. Pero la filosofía, claro es, desaparece;
y esto es lo que ocurre con el movimiento
positivo del siglo XIX, que tiene muy poco que ver con la
filosofía.
Pero en Comte mismo no es así. Aparte de lo que
cree hacer hay lo que efectivamente hace. Y hemos visto
que:
- Es una filosofía de la historia (la ley de los
tres estados). - Una teoría metafísica de la realidad,
entendida con caracteres tan originales y tan nuevos como el
ser social, histórica y relativa. - Una disciplina
filosófica entera, la ciencia de la sociedad; hasta el
punto de que la sociología, en manos de los
sociólogos posteriores, no ha llegado nunca a la
profundidad de visión que alcanzó en su
fundador.
Este es, en definitiva, el aspecto más verdadero
e interesante del positivismo, el que hace que sea realmente, a
despecho de todas las apariencias y aun de todos los
positivistas, filosofía.
Esta ciencia positiva es una disciplina de
modestia; y esta es su virtud. El saber positivo se atiene
humildemente a las cosas; se queda ante ellas, sin intervenir,
sin saltar por encima para lanzarse a falaces juegos de
ideas; ya no pide causas, sino sólo leyes. Y gracias a
esta austeridad logra esas leyes; y las posee con
precisión y con certeza.
Una y otra vez vuelve Comte, del modo más
explícito, al problema de la historia, y la reclama como
dominio propio
de la filosofía positiva. En esta relación se da el
carácter histórico de esta filosofía, que
puede explicar el pasado entero.
Los estudios sociales, desde una óptica
positivista… escriben la totalidad de las acciones
pasadas de los seres humanos partiendo de la observación y
enumeración de todos los documentos y
hechos en forma lineal y cronológica. No analizan la
totalidad ni la cotidianeidad.
No hay propuestas para seleccionar información ya que todos os hechos son
singulares e individuales, no busca comprender, sólo
describir lo sucedido en un orden inalterable y sin
conexión ni relación entre los hechos de la
política, la economía, la sociedad
y las manifestaciones culturales. Todo aparece atomizado,
desconectado. El
conocimiento es absolutizado y no permite la
interdisciplinariedad al presentar la realidad como una
enunciación taxativa de hechos y cosas.
No tienen en cuenta la simultaneidad en la evolución de las distintas sociedades.
Todo se describe basado en un determinismo de tipo
causal o culturalista, derivado de los enfoques centrados en los
legados culturales.
EL POSITIVISMO Y EL
AVANCE CIENTÍFICO DEL SIGLO XIX
El positivismo consiste en una epistemología que plantea la naturaleza
empírica del conocimiento, en una teoría que enlaza
ese conocimiento al desarrollo intelectual del individuo y de la
sociedad, y en un plan para aplicar
los métodos de
la ciencia al estudio de las relaciones sociales. Intenta
reemplazar, en nombre del progreso, la religión y la
metafísica con los procedimientos
empíricos de la ciencia moderna.
Se pueden distinguir tres grandes corrientes en el
positivismo del siglo XIX: el positivismo social, formulado por
Auguste Comte, en el que se acentúa la naturaleza
histórica y los fines prácticos del conocimiento;
el positivismo evolucionista de Herbert Spencer, que afirma un
patrón universal de transformaciones progresivas en el
conocimiento, la ciencia y la sociedad; y, finalmente, el
positivismo de Ernst Mach, que minimiza el componente social y
propone una reducción sistemática de los conceptos
científicos a las sensaciones.
En sus fundadores y en sus seguidores, el
positivismo se presenta como la exaltación
romántica de la ciencia, comoinfinitización,
como pretensión de servir como única
religión auténtica y, por tanto, como único
fundamento posible de la vida humana individual y social. El
positivismo acompaña y provoca el nacimiento y la
afirmación de la
organización técnico industrial de la sociedad,
fundada y condicionada por la ciencia. Expresa las esperanzas,
los ideales y la exaltación optimista, que han provocado y
acompañado esta fase de la sociedad moderna. El hombre ha
creído en esta época haber hallado en la ciencia la
garantía infalible de su propio destino. Por esto ha
rechazado, por inútil y supersticiosa, toda
alegación sobrenatural y ha puesto lo infinito en la
ciencia, encerrando en las formas de la misma la moral, la
religión, la política, la totalidad de su
existencia.
El positivismo en sentido estricto corresponde al
espíritu de la ciencia moderna tal como se la celebraba en
el siglo XIX. Valora las ciencias cuyo
estado de desarrollo (la metodología) habría alcanzado el
estadio positivo: las matemáticas y la física; en medida
notablemente inferior, la química y la biología, y, por
último, la sociología o "filosofía social",
que Comte contribuye a elaborar. Los rasgos distintivos del
espíritu positivista son las características de las ciencias de la
naturaleza más desarrolladas a comienzos del
siglo:
- Empirismo: la experiencia, la
observación de los fenómenos intersubjetivamente
controlables, e fuente de conocimientos objetivos.
El empirismo
constituye una actitud
científica relativamente pasiva, moderadamente abierta
al experimentalismo, es decir, a la invención, la
provocación, construcción de experiencias que suponen,
en general, técnica, mediante una vigorosa
interacción con la naturaleza; - Descriptivismo: el saber positivo es
fundamentalmente comprobante: una ley sólo es la
fórmula general de una regularidad natural, pues la
observación permite comprobar que hasta el presente, un
acontecimiento o un hecho de tipo y sigue siempre a un
acontecimiento o un hecho de tipo x. La ciencia positivista no
pretende tanto explicar los fenómenos naturales (lo que
implica el recurso a la noción discutible de "causa")
como describirlos; - Abanderamiento antimetafísico: la
formulación nomológica de regularidades
fenomenales no va más allá de una hipótesis prudente a propósito de
lo observable. No da intervención a nociones
metafísicas relativas a la naturaleza profunda de las
cosas o a sustancias que estén "detrás" de los
fenómenos o los hechos observables y ni siquiera a la
noción de causalidad. El positivismo es nominalista,
rechaza la hipóstasis de abstracción o de
entidades no observables empíricamente; - Relativismo: no se puede extrapolar (o, en
todo caso, sólo con gran prudencia y a modo de
hipótesis), ni
mucho menos absolutizar. Nada permite afirmar que en el futuro
se verificarán las regularidades naturales que se ha
comprobado hasta ahora, ni que las leyes astronómicas
que se han enunciado a partir de la observación del
sistema
solar sean válidas más allá de
éste; - Pragmatismo: «Saber para poder con el
fin de proveer». El valor del
saber científico, positivo, consiste en su eficacia y en
su utilidad
social. Las "creencias científicas", aun cuando, en
términos absolutos, no sean más verdaderas que
las otras (en el sentido de conformidad a la naturaleza
profunda de las cosas), son, por el momento, las mejores en lo
que concierne a la supervivencia y a la organización de la vida de los hombres en
sociedad; - Consensualismo: la organización social
y el mejoramiento de las condiciones de existencia exigen la
paz. Ahora bien, las ciencias que han llegado al estado
positivo se caracterizan por un método
no violento para regular los conflictos
de opinión que, en la mentalidad religiosa y
metafísica, son interminables o se dirimen de manera
dogmática y hasta con violencia
física.
El espíritu positivo permite regular los diferendos de
manera pacífica y consensuada por todos los que aceptan
someterse a la regla de la observación empírica,
objetiva, es decir, repetible y compartida. Lo que ha de poner
fin a las discusiones es la comprobación de los hechos y
no la ley del más fuerte ni del más hábil.
Ese consensualismo pacífico es un modelo para
regular los conflictos entre los seres humanos, sean los que
fueren; - Estatismo: es mitigado y se refiere sobre todo
a las ciencias que han llegado al estado positivo, para las
cuales Comte no espera ya ninguna revolución. Estas ciencias se contentan
con acrecentar o precisar un corpus de leyes del que ya se ha
adquirido lo esencial. Por tanto, todas las transformaciones
profundas que ocurran en matemáticas, en lógica o en física quedan al
margen de la perspectiva del positivismo. Su concepción
de la ciencia positiva es cerrada, doctrinaria: sólo
requiere una exposición sistemática en un
tratado enciclopédico. Únicamente algunas
ciencias –como la biología o la
sociología– tienen todavía mucho que
evolucionar hacia el estado positivo, que es el estado superior
o adulto final.
Saint-Simon
La idea fundamental de Saint-Simon es la de la historia
como un progreso necesario y continuo. «Todas las cosas que
han sucedido y todas las que sucederán forman una sola y
misma serie, cuyos primeros términos constituyen el
pasado, y los últimos el futuro». La historia
está regida por una ley general que determina la
sucesión de épocas críticas y
épocas orgánicas. La época
orgánica es la que descansa sobre un sistema de
creencias bien establecido, se desarrolla de conformidad con
él y progresa dentro de los límites
por él establecidos. En un cierto momento, este mismo
progreso hace cambiar la idea central sobre la cual la
época estaba anclada y determina así el comienzo de
una época crítica.
En la organización social fundada en la
filosofía positiva dominará un nuevo poder
espiritual y un nuevo poder temporal. El nuevo poder espiritual
será el de los científicos, o sea, el de los
hombres "que pueden predecir el mayor número de cosas". La
ciencia ha nacido como capacidad de previsión; y la
verificación de una predicción es lo que da al
hombre la
reputación de científico. La
administración de los asuntos temporales será
confiada a los industriales, a los "emprendedores de trabajos
pacíficos, que darán ocupación al mayor
número de individuos". «Esta administración, por efecto directo del
interés
personal de
los administradores, se ocupará, en primer lugar, de
mantener la paz entre las naciones y, en segundo lugar, de
disminuir lo más posible el impuesto, de
manera que se empleen los productos del
modo más ventajoso para la comunidad»
Comte
Fundamental al positivismo comteano es la
aserción metodológica de que el conocimiento
positivo se debe derivar estrictamente de la experiencia: se
observan los fenómenos, lo dado en las sensaciones; se
notan sus relaciones de semejanza y sucesión; se
identifican grupos uniformes,
estables y duplicables de fenómenos (los hechos); se
analizan las circunstancias en que se producen y, considerados
como objetos de leyes invariantes, se suman al resto del
conocimiento organizado que llamamos ciencia. Estos datos de la
observación, una vez incorporados a la ciencia, ya sea
como hechos, ya como principios o leyes empíricas, se
reexaminan a la búsqueda de semejanzas y sucesiones de
mayor generalidad y se reducen al menor número de leyes
posibles.
Nuestro arte de observar
se compone, en general, de tres procedimientos
diferentes: 1) observación propiamente dicha, o sea,
examen directo del fenómeno tal como se presenta
naturalmente; 2) experimentación, o sea,
contemplación del fenómeno más o menos
modificado por circunstancias artificiales que intercalamos
expresamente buscando una exploración más perfecta,
y 3) comparación, o sea, la consideración gradual
de una serie de casos análogos en que el fenómeno
se vaya simplificando cada vez más (Comte, Curso de
filosofía positiva, I, 99).
El modelo es la
ciencia inductiva; el propósito, comprender la naturaleza
y los límites
del conocimiento, a fin de pronosticar y proceder eficazmente:
"Ver para prever; prever para actuar".
Advierte que, al estudiar la naturaleza, el investigador
no comienza a observar con la mente en blanco, como creía
Locke, sino que tiene que hacer varias suposiciones necesarias y
fundamentales. Estas suposiciones especifican en qué
consiste la experiencia, qué son los hechos, cómo
se pueden concebir, y hasta cómo se deben percibir. Son
necesarias, pues sin ellas no es posible concebir siquiera la
investigación misma, y fundamentales porque
indican cómo obtener conocimientos que llegarán a
ser ciencia. Son estrictamente reglas metodológicas que
impropiamente interpretadas crean mitologías y
metafísicas, pero que bien aplicadas indican cómo
observar, sin dictar los resultados ni afirmar
verdades.
LA
FILOSOFÍA COMO MODO DE SABER POSITIVO
El nombre de filosofía designa "el sistema
general de las concepciones humanas". Pero esta filosofía
ha de ser positiva, y este adjetivo designa
¿Qué es un saber positivo? El saber
positivo es un saber que responde a un principio fundamental:
nada tiene sentido real e inteligible si no es la
enunciación de un hecho o no se reduce en última
instancia al enunciado de un hecho. El vocablo "positivo" tiene,
según Comte, al menos seis acepciones:
1. Se entiende por positivo lo real por oposición
a lo quimérico
2. Algo es positivo cuando es útil
3. Algo es positivo cuando es cierto y no
indeciso
4. Un conocimiento es positivo cuando realmente es un
conocimiento preciso, riguroso y estricto
5. Es positivo lo que se opone a lo negativo
6. Es positivo aquello que es constatable por
oposición a aquello que es inconstatable.
Es el último carácter el que resume a los
otros cinco y, por tanto, la positividad se resume en
constatabilidad. ¿Qué es la constatabilidad?,
¿Qué es, por tanto, la positividad?
- La positividad se halla constituida por ser un
carácter que afecta a las cosas en tanto que, en una o
en otra forma, se nos manifiestan. Manifestarse se dice
fenómeno - Estos fenómenos son algo con que el hombre se
encuentra. En cuanto encontrados en su condición de
fenómenos, las cosas son algo que está
ahí. - Estas cosas, así puestas como
fenómenos, han de poder encontrarse de una manera
sumamente precisa: solamente en cuanto observables. No se trata
de ir por detrás de los fenómenos a aquello que
se manifiesta en ellos, sino de tomar el fenómeno puesto
ahí en y por sí mismo. Algo es positivo solamente
en la medida en que es observable. - Es necesario, además, que el observable sea
verificable para cualquiera.
La unidad de estos cuatro caracteres es lo que llamamos
un hecho.
- Si estos hechos han de servir para un saber positivo,
es necesario que sean observados y verificados con
máxima precisión y rigor. Sólo entonces
adquieren su cualidad decisiva: la objetividad. Hecho es
hecho objetivo. Y
como el medio para lograr esta objetividad es el método
científico, resulta que los hechos son los hechos
científicos.
Las leyes son fenómenos de invariabilidad de
presentación; no nos dicen por qué, sino
cómo ocurren los hechos. La ley es en sí misma un
fenómeno. Cada ley no es sino un caso particular de una
ley general: el fenómeno de la invariabilidad del orden,
según el cual se presentan los hechos, la ley de
invariabilidad de las leyes de la naturaleza.
El objeto de la filosofía es el hecho en cuanto
tal.
La filosofía concebida positivamente tiene
ciertas ventajas; entre ellas están: 1) es la única
manera de poner orden en el conjunto tan vario de los hechos y de
los pensamientos en que aquellos son entendidos; 2) es el
único medio de zanjar, de una vez para todas, las
querellas inútiles en que se ha perdido la
filosofía anterior; 3) la filosofía positiva es
constitutivamente progresiva; es decir, el progreso de cada
ciencia no es sólo algo que efectivamente se da, sino que
es un momento constitutivo de la ciencia en cuanto tal, gracias
justamente a su positividad; toda ciencia es por razón
propia una progresiva aproximación a los hechos cada vez
más precisamente estudiados.
Comte había estado perpetuamente preocupado por
un problema que fascinó a muchos autores del siglo XIX: la
Revolución había inaugurado una nueva era en la
política, la del individuo soberano, portador de derechos y fuente
última de la legitimidad política; pero, al
hacerlo, había destruido los anteriores fundamentos del
vínculo social, dejando en su lugar una sociedad amenazada
por la inconsistencia, e incluso destinada al desorden
institucional y social. En gran medida, la interrogación
de Comte se sumaba a la de Benjamín Constant, a la de
Tocqueville, o a la, un poco más tardía, de John
Stuart Mill: la violencia
revolucionaria, la inestabilidad crónica de las instituciones,
son sólo los síntomas de un problema recurrente, el
del vínculo que une al individuo con el cuerpo
social.
El objetivo de
Comte es concebir de otra forma las condiciones de la
vinculación del hombre moderno, individualista, al cuerpo
social; dar una base a la legitimidad de un poder que, a la vez,
respete los nuevos principios y garantice la coherencia de la
sociedad.
Su tentativa puede resumirse en la búsqueda de
una forma de asentar en una historia científica una
política reorganizadora. El fundamento de este proyecto
está sin duda en la convicción de que las ciencias
llamadas exactas proporcionan el modelo de un positivismo
universal, mientras que la política se halla
todavía en una fase precientífica que exige una
urgente superación. El pensamiento
político se apoya entonces sobre la ciencia por partida
doble: en una teorización de la historia, Comte demuestra
a la vez los irresueltos problemas del
presente y las soluciones, y
queriendo "hacer que la política entre en la edad
positiva", produce una especie de epistemología que debe fundamentar una
práctica. A partir de una homologación entre las
etapas del desarrollo del individuo y las de la humanidad, Comte
distingue tres edades que llama respectivamente teológica,
metafísica y positiva.
Primera fase del desarrollo de la inteligencia,
primera edad de la humanidad, la edad teológica es aquella
en la que reina lo sobrenatural y, en la política, "la
doctrina de los reyes", que basa en el derecho divino las
relaciones sociales y el orden político. Esta edad termina
con la Revolución
Francesa, que ve el triunfo de un pensamiento político
abstracto (el de los derechos individuales, del
contrato
…), característico de la edad metafísica: a
los principios sobrenaturales los sustituyen entidades
abstractas, el derecho y los derechos, que se convierten en el
medio para una crítica incesante de las instituciones,
en nombre de una idea general del hombre. Pero este estado es
solamente "bastardo", es decir intermedio, y ha de ser superado
por la última etapa de todo desarrollo, el estado
científico. Aquí ya no hay nada sobrenatural ni
tampoco hay entidades metafísicas (el hombre, el contrato, los
derechos), sino realidades, una política fundada en la
observación científica, que descubre constantes,
plantea leyes y describe la organización única y
necesaria de la sociedad. Pensar la política en el
presente equivale pues, para Comte, a realizar a partir de esta
historia una doble tarea: criticar las concepciones comunes, en
cuanto expresiones que son de un pensamiento metafísico
surgido de la Revolución y del siglo XVIII, y colocar las
bases del futuro describiendo las contradicciones de una
política positiva.
Una vez reconocido que sólo la filosofía
positiva, como física social, puede "presidir realmente
hoy la reorganización final de las sociedades
modernas", Comte define una exigencia de método en tres
proposiciones. Su doctrina política y social tiene que
estar en "perfecta coherencia con el conjunto de sus
aplicaciones", tiende hacia la unidad bajo la ley de las
"necesidades sociales", y realizará por fin la
unión del pasado y del presente haciendo "salir a la
luz la
uniformidad fundamental de la vida colectiva de la
humanidad".
Unidad, coherencia, uniformidad, estos parecen ser
finalmente los conceptos fundamentales del pensamiento
político de Comte. La revolución metafísica,
dice substancialmente Comte, descansa en dos "dogmas", la
igualdad y la
libertad,
dogmas positivos en cuanto han servido para destruir las bases de
la doctrina de los reyes y así realizar un progreso, pero
que luego se han hecho negativos, ya que al servir de punto de
apoyo a un pensamiento sistemático "crítico",
impiden toda reorganización.
Habiendo sido sucesivamente el orden y el progreso los
factores de la evolución de la sociedad, no lo han hecho
nunca cooperando sino combatiendo entre sí; es por lo
tanto imprescindible recuperar el principio de orden de la
doctrina "orgánica" y el de progreso de la doctrina
"progresista", pero depurando ambas nociones de sus escorias,
sobrenaturales en un caso y metafísica en el otro. Frente
a tal proceso
radical, el pensamiento "estacionario" del liberalismo
ignora la necesidad de un "poder espiritual" que garantice la
unidad de la sociedad, mientras que, por temor a las
utopías, pretende congelar la evolución social en
un estado que no puede ser sino transitorio. Pero, además,
el liberalismo se
basa por entero en una concepción de la libertad como
dogma, concepción que para Comte no se puede
mantener.
No existe la libertad de conciencia en
astronomía, en física, en química, e incluso en
fisiología, hasta el punto de que todo el
mundo encuentra absurdo no creer en los principios que han sido
establecidos para estas ciencias por hombres competentes. El que
en política no suceda lo mismo, es únicamente
debido a que los viejos principios han caído y los nuevos
no se han formado aún, y por eso en este intervalo no
puede hablarse de principios establecidos.
Comte destruye así la doctrina de la libertad
basada en la autonomía del individuo, y el
antiindivualismo le lleva a ciertas posiciones muy lógicas
desde su punto de vista. En primer lugar un
anticonstitucionalismo radical: las operaciones
constituyentes, dice, no han hecho sino "trozar" los viejos
poderes al "organizar entre ellos a unos antagonismos ficticios y
complicados", sin cambiar lo esencial, "la naturaleza general del
antiguo régimen". Cambio que
desde luego no podrá conseguirse con el principio de la
soberanía del pueblo, que no es más
que una expresión vacía, como lo es la palabra
derecho. Esta, dice Comte, debiera ser "apartada del verdadero
lenguaje
político, como la palabra causa del auténtico
lenguaje
filosófico". El liberalismo político está
basado en un individualismo que hace de la libertad el valor
primero y que no consigue encontrar una solución al
problema del vínculo social, de la cohesión de la
sociedad en un período de crisis. Comte ve en él
una doctrina "crítica", sobre la que no se podrá
construir nada estable, y, para responder al problema de la
cohesión social, desplaza el análisis del individuo a lo social y trata
de pensar de nuevo lo político desde el punto de vista de
la sociedad y por la sociedad, suprimiendo el de la
autonomía del hombre. La libertad ya no es la
libertad-autonomía liberal, la libertad de criticar, de
pensar, de experimentar, pues sólo tiene sentido en el
"desarrollo gradual de las facultades humanas", en la
"sumisión racional a la sola preponderancia,
convenientemente comprobada, de las leyes fundamentales de la
naturaleza". La política entonces no es sino
sumisión a "invariables leyes naturales", debe estar
apoyada en una educación
positivista, confiada a ese poder esencial para una sociedad
moderna que es el "poder espiritual", que por medio de un
"sistema universal de educación" debe dar
relieve al
"ascendiente social".
El comtismo político es extremadamente ambiguo:
Comte planteó con fuerza el
problema con el que se enfrenta todo pensamiento político
del siglo XIX; es decir, cómo contrarrestar la
disolución del vínculo social producida por el
individualismo cuando emergen nuevas capas sociales, pero su
solución pasaba por la negación de los principios
modernos del humanismo. Toda
la operación republicana consistirá en eliminar
esta ambigüedad, efectuando la síntesis
paradójica del ideal científico del comtismo y del
pensamiento del derecho marginado por éste. Littré
conservará de Comte una sensibilidad en los límites
de la inestabilidad, e incluso de la anarquía, de las
"edades intermedias", aquellas en las que un viejo orden ha sido
abolido y el nuevo trata de nacer, que se fundamenta en una
articulación clara de una concepción del
vínculo social y una teoría de lo político.
A partir de este momento, tanto para él como para Comte,
debe reintroducirse un principio de orden. Para Littré el
gobierno
representativo no es algo vano y la libertad individual no es un
falso principio.
"Los dos intereses que predominan al presente en la
sociedad europea son la libertad y el socialismo; la
libertad sin la cual el hombre moderno considera incompleta su
existencia y se siente, como decía el romano, deminutus
capite; el socialismo como
aspiración de las clases populares hacia la plenitud de la
vida social. Poco importa cómo pueden satisfacerse estos
dos intereses con tal de que lo sean. Pero ambos implican la
libertad de discusión, y la experiencia se encarga de
comprobar diariamente que la discusión no es efectiva sino
en los gobiernos representativos. Comte pretendía
sustituirlos por la dictadura,
pero nadie podrá jamás unir la dictadura con
la libertad de discusión". Littré rechaza toda
voluntad de sistema, toda idea de un voluntarismo dirigido a
reconstruir a toda costa una unidad, y prefiere apostar por unas
instituciones libres.
Los republicanos se convencieron pronto de que la
política debía ser experimental. Esto significa dos
cosas: el rechazo de los dos dogmas antagonistas, el de la
restauración y el de la revolución, que en realidad
pretendían detener el movimiento profundo de una sociedad
dividida con soluciones tan
radicales como peligrosas para dichos conflictos, pero
también la preocupación por tener en cuenta lo que
es, por ejemplo para Littré, esencial: el tiempo.
Aquí el pensamiento republicano es realmente un
pensamiento de conflicto:
consciente de su existencia, rechaza toda solución
apriorística, pero trata de hallar, teniendo en cuenta la
duración, soluciones armoniosas, porque respetan la
complejidad de lo real. "La república, escribe
Littré, es el régimen que mejor permite que el
tiempo conserve su justa preponderancia". No se trata de
valorizar la tradición por sí misma en contra de
cualquier voluntarismo político; los republicanos no
conciben el futuro de las sociedades como la realización
de un plan de la
Providencia, y no esperan nada de lo que Chateaubriand llama "la
lenta conspiración de las edades", sin embargo quieren que
el tiempo cumpla su papel, apostando que la verdad
terminará por ganar la partida sin que haga falta
imponerla por la fuerza, y que
los conflictos perderán agudeza, sin que sea necesario
extinguirles construyendo una unidad por la fuerza.
Es precisamente por eso por lo que la República
debe ser conservadora: no en el sentido de los "conservadores"
partidarios del inmovilismo e incluso del regreso al orden
antiguo, sino para no dañar el tejido social, para
eliminar la solución violenta de los conflictos. "Dos
categorías de hombres trabajan para evitar el peligro: por
un lado, los republicanos, que tratan de llevar el partido
revolucionario al campo de la discusión y de la legalidad;
por el otro, los conservadores, que aceptan el régimen
republicano y son garantía del orden."
Así se abre la posibilidad de una política
que será "oportunista" al menos por tres razones. Porque
es el único medio de respetar el tiempo, que es lo
único que puede reconciliar el orden necesario del lado de
lo social y el progreso, horizonte de una filosofía y una
política. Pero también porque los republicanos
piensan que lo provisional es lo único que puede erradicar
los fantasmas de la violencia e instalar lo definitivo; en esta
dialéctica, Littré destaca que resulta imposible
imponer por la fuera lo deseable, pues eso es algo que
sólo se puede conseguir por la discusión, por la
libertad practicada. Por último, la política
republicana es oportunista porque se basa en la
"transacción". En política, para reunir las fuerzas
suficientes para instalar un régimen que no puede ser
más que parlamentario para dar una forma a la publicidad. En
materia
social, porque esta forma de régimen no cierra el paso a
ninguna posibilidad, sin que sea necesario imponer nada, sino
sólo convencer.
El concepto de Humanidad no es un concepto
biológico, sino un concepto histórico, fundado en
la identificación romántica de tradición e
historicidad. La Humanidad es la tradición ininterrumpida
y continua del género
humano, tradición condicionada por la continuidad
biológica de su desarrollo, pero que incluye todos los
elementos de la cultural y de la civilización del género
humano. La Humanidad no es más que la tradición
divinizada; una tradición que comprende todos los
elementos objetivos y
subjetivos, naturales y espirituales, que constituyen el
hombre.
Así entendida, implica, en primer lugar, la idea
del progreso. El progreso es "el desarrollo del orden". El
concepto del mismo fue establecido en la Revolución
Francesa. Pero tal concepto no hubiese podido completarse de
no haberse antes hecho justicia a la
Edad Media,
por la que la Edad Antigua y la Edad Moderna
están, al mismo tiempo, separadas y unidas. La tendencia
final de toda vida animal consiste en formar un Gran Ser,
más o menos análogo a la Humanidad. Esta
disposición común no podía, con todo,
prevalecer más que en una sola especie animal; por esto,
toda especie animal fuera del hombre es "un Gran Ser más o
menos abortado".
La lógica:
Para el positivismo de Stuart Mill, el recurso a los
hechos es continuo e incesante, y no es posible ninguna
dogmatización de los resultados de la ciencia. La
lógica tiene como fin principal abrir brecha en
todo absolutismo de
la creencia y preferir toda verdad, principio o
demostración a la validez de sus bases
empíricas.
En la Introducción de la Lógica,
Mill se desembaraza de todas las cuestiones metafísicas
que, según afirma, caen fuera del dominio de esta
ciencia, en cuanto es la ciencia de la prueba y de la
evidencia.
Está generalmente admitido que la existencia de
la materia o del
espíritu, del espacio o del tiempo, no es por naturaleza
susceptible de ser demostrada, y que si hay algún
conocimiento de ella, debe ser por intuición inmediata.
Pero una "intuición inmediata" que caiga fuera de toda
posibilidad de investigación y de razonamiento está
privada de significación filosófica. Al lado de la
eliminación de toda realidad metafísica está
la eliminación de todo fundamento metafísico o
trascendente o, en general, no empírico de las verdades y
de los principios universales. Todas las verdades son
empíricas: la única justificación del "esto
será" es el "esto ha sido". Las llamadas proposiciones
esenciales son puramente verbales: afirman de una cosa indicada
con un nombre sólo lo que es afirmado por el hecho de
llamarla con este nombre. Son, por tanto, fruto de una pura
convención lingüística y o dicen absolutamente
nada real sobre la cosa misma. Lo que llamamos axiomas son
verdades originariamente sugeridas por la observación.
Tales axiomas no tienen un origen diferente de todo el resto de
nuestros conocimientos: su origen es la experiencia.
Spencer ofrece una visión evolucionista de la
realidad que, como la ley de los tres estados, tiene
también consecuencias políticas
y sociales. A pesar de sus protestas, no deja Spencer de ser
positivista, pues basa el conocimiento en el desarrollo
intelectual de la humanidad, busca construir la ciencia y la
filosofía sobre una base empírica, rechaza la
metafísica y ofrece la ciencia social como el único
vehículo capaz de estudiar la sociedad.
Spencer toma la condición biológica de la
humanidad como dato concreto,
innegable y esencial: el individuo y la sociedad son organismos
que, para sobrevivir, están en transacción
constante con el ambiente; todo
órgano y toda acción son instrumentos de
supervivencia –la experiencia del pensamiento y los
razonamientos adquieren su valor al incrementar las oportunidades
para sobrevivir–. Este proceso
biológico es tanto un modelo filosófico como una
realidad fundamental.
Según Spencer, el conocimiento surge de la
experiencia. Esta última es fenoménica y accesible
a la observación. Fuera de nuestro control o deseos,
responde a algo terco, intransigente, que sentimos como externo y
que llamamos la realidad. Dividimos la experiencia en dos
categorías epistemológicas: lo cognoscible y
lo incognoscible. Dentro de la primera cae lo conocido y
lo que se puede conocer –la experiencia misma–. De
ella brota y a ella está limitado el conocimiento: se
observan los fenómenos, se descubren sus relaciones, se
conectan con inducciones que al repetirse y acumularse en
la memoria
resultan en el saber que llamamos sentido común y que nos
permite sobrevivir. El razonamiento –otra habilidad
adquirida por el organismo para sobrevivir– consiste en
conectar conceptos derivados de la experiencia por medio de
procedimientos aprendidos y aprobados por la experiencia
misma.
La segunda categoría es lo incognoscible, lo que
no se puede concebir o experimentar. En ella cae lo que
está detrás de la experiencia, los objetos
tradicionales de la metafísica y la religión: la
realidad, la naturaleza absoluta de las cosas, el origen del
universo,
Dios, la conciencia, el tiempo y el espacio, la materia y el
movimiento, etc. Según Spencer, el razonamiento, por
trabajar sólo con conceptos empíricos, no puede
formular ninguna concepción de estos absolutos. Al afirmar
proposiciones sobre los incognoscibles, el razonamiento crea
contradicciones, antinomias o suposiciones inauditas e
inconcebibles. Por lo tanto, la metafísica no es posible,
es pura palabrería porque se engendra de la
aplicación errónea a lo incognoscible de los
procedimientos racionales usados para comprender lo cognoscible.
El error de la metafísica es suponer que los
incognoscibles tienen referencias como las tienen los
cognoscibles; creer que lo que se piensa tiene que existir
más allá del pensamiento.
Una vez aclarada esta distinción
epistemológica, Spencer define la filosofía como un
conocimiento completamente unificado y coherente. Su objeto es
establecer no sólo las conexiones simples entre los
datos sino
también una concepción unitaria del por qué
de las cosas. Representa el conocimiento más general de la
realidad: «El sentido común es el nivel más
bajo del conocimiento no-unificado; la ciencia es el
conocimiento parcialmente unificado; la filosofía
es el conocimiento totalmente unificado». La
filosofía comienza con las generalizaciones más
amplias de las ciencias particulares que se sistematizan y se
asocian para formar conceptos aun más generales, hasta
llegar a una unificación total del conocimiento bajo
primeros principios, «las proposiciones más
generales de la experiencia, no inferibles de ninguna más
profunda y probadas al demostrarse una congruencia completa entre
las conclusiones que implican». La filosofía es,
entonces, una superciencia, un depósito de verdades
inductiva de gran generalidad que expresan las reglas que
unifican el conocimiento y las condiciones en que se produce la
experiencia.
La ley de la evolución tiene, para Spencer, una
aplicación universal. Afirma que los organismos
EL POSITIVISMO
CIENTÍFICO DE MACH
Congruente con el positivismo clásico, Mach
reafirma que la ciencia describe y predice las relaciones
observables entre los fenómenos; que sus métodos no
son los apodícticos de la lógica y las
matemáticas, sino los de experimentación y
verificación; y que su objeto es dar una descripción completa y económica de
la realidad. La economía se logra al
"reemplazar o salvar las apariencias por medio de la reproducción y anticipación de los
hechos en el pensamiento. La memoria
está más a mano que la experiencia, y
frecuentemente sirve los mismos fines". La ciencia economiza al
sustituir las experiencias científicas con los conceptos y
leyes que la representan, facilitando el cálculo y
librando a la mente de labores excesivas. La ciencia es,
además, instrumental y utilitaria –es un instrumento
para controlar la naturaleza a beneficio del que la
estudia–. Por eso, tiene primero que liberarse de todo
aquello que impida su misión
–de conceptos metafísicos, teológicos o
inútiles– con un programa
metodológico que permita derivar estrictamente el
conocimiento de la observación.
Para Mach, las sensaciones son los colores, sabores,
olores, sonidos, etc., que sentimos. Las llamamos colectivamente
la experiencia y, al enfocarlas en una dirección, se denominan observación.
Con ellas se construye la realidad: "el mundo consiste en
nuestras sensaciones". Para Mach no hay evidencia de que,
detrás de las sensaciones, exista una realidad que las
cause. Las sensaciones son, por lo tanto, irrefutables. Los
errores perceptivos y las ilusiones son, simplemente, malas
interpretaciones de lo que observamos.
Este sensacionalismo se traduce en un reductivismo
conceptual; todo concepto científico tiene significado si
se puede traducir sin residuo al lenguaje de colores, sonidos,
etc. Mach ve tres tipos de conceptos científicos: aquellos
que se pueden reducir directamente a las sensaciones; aquellos
–como los derivados de las inducciones– cuya
reducción es indirecta; y los teóricos, donde la
reducción no es posible. La reducción de los
primeros conceptos no ofrece dificultades. La de los segundos se
lleva a cabo siguiendo reglas inductivas similares a las
establecidas por Mill. Los conceptos que afirman nexos causales
se reducen a la contigüidad y conjunción constante de
fenómenos. Las leyes científicas se tratan como
registros de
ocurrencias de tipos específicos de sensaciones y
abstracciones (relaciones generales entre las sensaciones) que
funcionan como resúmenes de las experiencias pasadas y
sirven para predecir las futuras.
El problema está en los conceptos
teóricos. Éstos son irreductibles a las sensaciones
y por lo tanto carecen de significado concreto. Mach
admite que son útiles y que sin ellos la ciencia
resultaría demasiado estrecha. Su solución es
tratarlos como conceptos auxiliares, instrumentos de cálculo
que sirven para facilitar el razonamiento y economizar la labor
mental, pero que no se refieren a nada y carecen de
veracidad.
Al permitirse el uso de lo teórico como
instrumental, también se permite el uso de lo
metafísico, siempre y cuando recordemos que los enunciados
de la metafísica no son verdades sino instrumentos que
también economizan el razonamiento. Clasifican, ayudan a
predecir o economizan la labor mental, pero no se refieren a
ninguna realidad, ni nos comprometen a afirmar su existencia. Las
sensaciones no presuponen algo externo que las causa en la mente,
pues lo mental y la mente, tanto como lo corpóreo y el
cuerpo, carecen de significado como entidades metafísicas.
Son conceptos auxiliares que ayudan a organizar los datos de la
experiencia misma.
LAS MATEMÁTICAS
EN EL SIGLO XIX
Las matemáticas del siglo XIX se caracterizan 1)
por una notable exigencia de rigor, entendiéndolo como una
explicación de los conceptos de las distintas teorías
y una determinación de los procedimientos deductivos y
fundacionales de aquéllas y 2) por una gradual
eliminación de la evidencia como instrumento de
fundamentación y de aceptación de los resultados
matemáticos.
Weierstrass, Cantor y Dedekind mostraron que la
teoría de los números reales, junto con todas las
construcciones que se pueden obtener partiendo de ella proceden
de manera rigurosa del concepto y de las propiedades de los
números naturales, con lo que algunos especialistas
consideraron que el número natural era el material
originario que podía servir como fundamento de toda la
matemática. Sin embargo, hubo
matemáticos que no aceptaron el carácter primitivo
del número natural, y pensaron que era posible relacionar
la idea de número natural con algo todavía
más profundo o más primigenio. De aquí
surgen dos líneas: 1) Frege, quien quiso relacionar la
aritmética con la lógica, reduciendo el concepto de
número natural a una combinación de conceptos
meramente lógicos; Frege pretendía obtener "las
leyes más simples del numerar" a través de
"medios
puramente lógicos". Nace así el logicismo. 2)
Cantor, el cual deduce la aritmética a la teoría de
los conjuntos.
Por su parte, Boole mostraba la posibilidad de someter a
un tratamiento calculístico –e.e., algebraico–
no sólo las magnitudes, sino también entes como las
proposiciones, las clases, etc. Boole logra traducir a una
teoría de ecuaciones la
lógica de términos tradicional y en particular la
silogísticas, esbozando además una teoría
algebraica de la lógica de las proposiciones. Boole
transformó la lógica en "lógica
simbólica", que venía a configurarse así
como una rama de la matemática
que permitía un control riguroso de las demostraciones
matemáticas. En esto concuerda con Frege, para el cual la
lógica no es únicamente el fundamento al que se
remontan a través de la aritmética las diversas
teorías
matemáticas, sino también el instrumento que sirve
para erigir de modo correcto y riguroso el edificio mismo de la
matemática.
Yo podría enunciar del modo siguiente el ideal
de un método rigurosamente científico para los
matemáticos […] no se puede pretender, porque es
imposible, que todo se demuestre; pero se puede exigir que
todas las proposiciones, que se usan sin demostración,
sean explícitamente enunciadas como tales, para que se
pueda reconocer con claridad cuáles son las bases en que
se apoya toda la construcción. Además, hay que
tratar de reducir al mínimo la cantidad de estas leyes
originarias, para que se dé la demostración de
todo lo que se pueda demostrar. Además, y en esto voy
más allá de Euclides, exijo que se expliciten
previamente todos los procedimientos deductivos que se
aplicarán después. En caso contrario, no queda
satisfecha de un modo seguro la
primera exigencia (Frege, Fundamentos de la
aritmética).
Desde otro ámbito, la construcción de las
geometrías no euclidianas comportará la
eliminación de los poderes de la intuición,
sustituyéndolos por la fundamentación y la
elaboración de una teoría geométrica: los
axiomas ya no son verdades evidentes, que garantizan la
fundamentación del sistema geométrico, sino que se
reducen a nuevos comienzos, puntos de partida convencionalmente
elegidos y admitidos, con objeto de llevar a cabo una
construcción deductiva dela teoría. Ahora bien, si
se considera que los axiomas son verdaderos, también
serán verdaderos los teoremas correctamente deducidos de
tales axiomas, y por lo tanto el sistema queda garantizado. No
obstante, si, como han demostrado las geometrías no
euclidianas, los axiomas son meros postulados,
¿quién garantizará el sistema? Esta
cuestión es importante porque en la geometría
no euclidiana la verdad reside en la no contradictoriedad de la
teoría. De aquí partirá el programa
formalista de Hilbert, al cual Gödel dará el golpe de
gracia.
Finalmente, creemos que el Positivismo consiste en la
base que señala la realidad y la tendencia constructiva
para el aspecto teórico de la doctrina, el positivismo es
el culto de la humanidad como ser total y simple o singular, las
cuales tiene un objeto o componente principal, que es la
filosofía y el gobierno de una sociedad.
El espíritu positivo tiene que fundar un orden
social. La constitución de un saber positivo es la
condición de que haya autoridad
social suficiente, y esto refuerza el carácter
histórico del positivismo. Este es, en definitiva, el
aspecto más verdadero e interesante del positivismo, el
que hace que sea realmente, a despecho de todas las apariencias y
aun de todos los positivistas, filosofía.
Es real, es definitivo. En él la
imaginación queda subordinada a la observación. La
mente humana se atiene a las cosas. El positivismo busca
sólo hechos y sus leyes. No causas ni principios de las
esencias o sustancias. Todo esto es inaccesible. El positivismo
se atiene a lo positivo, a lo que está puesto o dado: es
la filosofía del dato. La mente, en un largo retroceso, se
detiene al fin ante las cosas. Renuncia a lo que es vano intentar
conocer, y busca sólo leyes de los
fenómenos.
Listen.com
Monografías.com
Marín Maglio Federico, EL POSTIVSIMO Y LAS
CIENCIAS SOCIALES, Republica Argentina. Abril
de 1998.
Documento cedido por:
JORGE L. CASTILLO T.