Notas para un testimonio. Ciudad Universitaria, San Salvador, 30 de julio de 1975
- Generalidades sobre El Salvador
y el movimiento de masas - Aproximaciones a la Universidad
de El Salvador y la lucha social - La masacre de estudiantes del
30 de julio de 1975: un testimonio
- Generalidades
sobre El Salvador y el movimiento
de masas
El Salvador es el país más pequeño,
territorialmente hablando, de América
Latina; uno de los más densamente poblados a principios del
siglo XXI. Sus 21 mil kilómetros cuadrados abrigan a 6
millones y medio de habitantes. Más de 300 habitantes por
kilómetro cuadrado.
El Salvador, ubicado en América
Central y conservando sus tradicionales características de reducido territorio,
alta densidad de
población y alta concentración de la
riqueza, saltó a las noticias mundiales en la
década del 80 del siglo XX, cuando se generalizó la
guerra civil.
Fue todo un caso de estudio y una experiencia muy singular.
¿Cómo pudo surgir y desarrollarse un movimiento
guerrillero en un país densamente poblado, sin
montañas?. Era explicable la permanencia de la guerrilla
más vieja de América
Latina porque Colombia tiene
tierras vírgenes en donde El Salvador cabe varias veces. Y
en la única revolución
triunfante y socialista del hemisferio occidental y que permanece
hasta la fecha en América
Latina y el Caribe, la de Cuba, el
papel de "la
montaña" para la victoria de la guerrilla fue crucial: en
la Sierra Maestra se inició, potencializó y
consolidó el movimiento guerrillero que después
tomó las ciudades. La Revolución
Sandinista, que triunfó en América Central
derrocando la dictadura de
Anastasio Somoza, tuvo su cuerpo guerrillero protegido en
inmensas extensiones de inhóspita selva.
De manera que en El Salvador la extensión
territorial reducida y alta densidad de
población determinaron el surgimiento de un
movimiento guerrillero con alto contenido urbano y suburbano,
conectado en lo rural con grandes segmentos del movimiento
campesino. No se quiere decir que "la montaña" no tuvo un
papel
importante en el transcurso de la guerra en El
Salvador, lo que se quiere señalar es que "los cerros",
como se dice en El Salvador, no tuvieron la misma función de
inaccesibilidad y cobertura que tuvieron en otras experiencias
guerrilleras. En El Salvador no se podía ni siquiera
pensar en un movimiento guerrillero que no estuviera fundido con
la masa desde sus inicios. Y fue inusitado el crecimiento del
movimiento guerrillero en un país pequeño en donde
el Ejército podía llegar a cualquier punto
geográfico en cuestión de un par de horas. En El
Salvador se sustituyó la selva por la masa. La masa, el
conjunto de habitantes empobrecidos en el campo y la ciudad se
convirtieron en el refugio, el alimento, los ojos y oídos,
el cuerpo social del cerebro
revolucionario, el bosque y los árboles
en que se desenvolvía la guerrilla. Por eso la experiencia
del movimiento de masas en El Salvador es muy particular: es un
movimiento de masas fundido con el movimiento insurgente de una
manera muy estrecha; y esto es determinante para un movimiento
guerrillero, tanto, que algunos analistas señalan que fue
el vacío de apoyo social lo que hizo que la experiencia
del Ché Guevara en Bolivia no
fuera victoriosa.
En El Salvador de la década del 80
prácticamente se libraba un combate social mortal cuerpo a
cuerpo todos los días. Una masa de civiles desarmados o
armados con grandes desventajas que adquiría firmeza en la
confrontación por la estructura
ósea de la guerrilla. La masa civil convivía y
luchaba con experimentados y crueles organismos militares y
paramilitares entrenados y especializados en la represión
durante más de medio siglo con la asistencia de la
potencia
más grande del planeta. En El Salvador de la década
del 70 existía toda una organización nacional fogueada en la
represión militar durante más de cinco
décadas de "moderna" dictadura
militar: Ejército, Guardia Nacional, Policía
Nacional, Policía de Hacienda y organizaciones
paramilitares legales como la
Organización Democrática Nacionalista, ORDEN o
ilegales como la Mano Blanca o los fatídicos Escuadrones
de la Muerte. A
este aparato militar y para militar le hacían frente cinco
organizaciones
guerrilleras que posteriormente se fundieron organizando el
Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional,
FMLN. El nombre del "Frente" está inspirado en Farabundo
Martí líder
movimiento revolucionario fusilado después de la derrota
de la insurrección de 1932 en El Salvador. Farabundo
Martí fue estudiante de Derecho en la Universidad de El
Salvador y también Secretario de Augusto César
Sandino, el líder
revolucionario de Nicaragua.
La desproporción de la lucha militar en El
Salvador de las décadas del 70 y del 80 del siglo XX era
obvia: un cuerpo militar oficial de cerca de 30 mil efectivos
aproximadamente, aparte de los paramilitares contra
organizaciones guerrilleras que en el mejor de los casos
tenían unos 3 mil militantes. Pero estas organizaciones
guerrilleras se pudieron desarrollar gracias a su vínculo
con la masa social. El movimiento de masas y el movimiento
guerrillero no eran lo mismo pero estaban relacionados en el
proceso de
oposición al régimen, diferenciadas pero
complementadas la lucha militar guerrillera y la lucha civil de
masas. Y al interior las organizaciones de masas se ramificaban
por sectores sociales: los estudiantes de secundaria, los
estudiantes universitarios, los campesinos, los obreros, el
magisterio, los profesores universitarios, las cooperativas y
otros. Estas organizaciones de masas incidían individual o
asociadamente en la conducción de los procesos de
lucha social: desde huelgas y reclamos legales hasta
demostraciones, manifestaciones y violencia de
calle. La energía social de estos movimientos de masas,
tenía como combustible la injusticia en la distribución de la riqueza, eran sectores
empobrecidos o en proceso de
empobrecimiento.
Hay que recordar que El Salvador ha sido un país
en donde tradicionalmente ha existido una de las más altas
concentraciones del ingreso en América Latina, ya
reconocida por la gravedad de la disparidad social. En El
Salvador, el Censo de Población de 1930, por ejemplo,
recopilaba el sorprendente dato de la concentración de
medios de
producción: el 8% del millón y medio
de habitantes de la época era propietario de medios de
producción y el 92% de la población
pertenecía a la clase de los deposeídos de medios
de producción. Fue el único censo, que
registró esta división de acuerdo a la
posesión de medios de producción. Esta
situación de polarización social se ha conservado
en El Salvador; para la década del 80, se había
agudizado, pasando de las luchas por reivindicaciones puramente
económicas y sociales a la desobediencia civil y
posteriormente a la lucha militar con el surgimiento
sistemático de la guerrilla a principios de la
década del 70. La guerrilla se transformó de
grupos
guerrilleros dispersos en agrupaciones político-militares
que tuvieron capacidad de sostener una guerra civil generalizada
en la década del 80. Era resultante de la lucha social
y política
que originó el proceso de industrialización de la
década del 60 y del 70: más obreros empobrecidos,
más campesinos sin tierra,
más profesionales con bajos salarios,
más empresarios marginados y quebrados por las grandes
empresas y
concentración de tierras que pertenecen a las
periodísticamente acuñadas 14
familias.
La masacre de estudiantes universitarios el 30 de julio
de 1975 en El Salvador es uno de los episodios destacados de la
lucha del movimiento de masas.
II. La Universidad de El
Salvador y la lucha social
El amanecer del 30 de julio de 1975 en El Salvador fue
socialmente tenso. Parecía que todo ciudadano respiraba un
aire pesado, con
olor a muerte y a
futuro. La sociedad estaba
informada por los medios de
comunicación de masas (radio, prensa, televisión) y por la experiencia de la
represión pasada y presente de una dictadura militar
que tenía casi medio siglo, que algo grave
ocurriría en la Universidad de El Salvador.
Desde el sofocamiento de la insurrección de
campesinos, indígenas y proletarios del campo y la ciudad
en 1932 que contabilizó cerca de 30 mil muertos, el
país había vivido siempre bajo una dictadura
militar, que abiertamente ejercía por turnos de graduados
en la Escuela Militar y
por golpes de Estado, la
alternancia en el poder
gubernamental. Cerradas las vías de la expresión
democrática, la sociedad en su
conjunto encontraba en la única Universidad del
país una forma de respirar aires de democracia,
inmersa en el asfixiante mundo represivo.
La Universidad de El Salvador acogía el pensamiento y
la práctica democrática, en contra de la dictadura
y era una Institución que tenía toda una
tradición de lucha. Fundada en 1847, la primera reforma de
la Universidad fue realizada en contra del clero tradicional por
el prócer nacional Capitán General Gerardo Barrios
quien introdujo el laicismo en la enseñanza; desde entonces la Universidad de
El Salvador ha tenido una convulsa evolución en la que institucionalmente han
predominado posiciones liberales y de izquierda, pese a cortos
períodos de dominio
conservador y de derecha. En el seno de la Universidad se
gestaron las luchas contra el incremento de pasajes en
tranvías y se formaron académicamente
líderes de la insurrección del 32, como
Martí, Luna y Zapata hasta líderes del movimiento
guerrillero que se desarrolló a principios de la
década del 70, como los estudiantes de Economía Felipe
Peña Mendoza y de Sociología Rafael Arce Zablah.
La Universidad de El Salvador había sido una
especie de "conciencia
crítica" de sucesivos gobiernos dictatoriales militares y
sus estudiantes principalmente, participaban de muchas formas en
la crítica del "status quo": los estudiantes hacían
"desfiles bufos" en los que se ridiculizaban a los gobernantes de
turno y que eran una especie de "fiestas populares"; participaban
en el apoyo jurídico y solidario en huelgas y
demostraciones en contra del Gobierno.
En la UES, se respetaba y se acogía a la "gente
de izquierda", a marxistas y progresistas y a los pobres que
deambulaban en su campus buscando protección política,
económica y jurídica. Naturalmente, como
Institución del Estado la
Universidad acogía a todas las corrientes de pensamiento y
acción pero en su seno ha predominado el pensamiento de
izquierda. Por su inclinación hacia corrientes de
pensamiento social progresista la UES ya había sufrido una
intervención militar en 1972; entre los pasajes oscuros o
mejor dicho claros de lo que significa una intervención
militar en una Universidad, hay que recordar que se
ocasionó una especie de "reparto del botín de
guerra" que constituyó un abierto saqueo
sistemático de los equipos e instalaciones, se
vendían incluso en los alrededores de la misma
Universidad, libros,
máquinas de escribir, equipos de
laboratorios, vidrios y ventanas. Como parte de la
intervención militar en 1972, fueron capturados y enviados
al exilio en la Nicaragua del dictador Anastasio Somoza las
autoridades progresistas de la Universidad encabezadas por su
Rector, el economista Rafael Menjívar, posteriormente
fueron acogidos por la fraternal Costa Rica.
Después de la intervención militar del campus de la
Universidad en 1972, se inició una nueva etapa de
persecución por parte de la dictadura contra dirigentes
políticos, entre los que se contaban profesores
universitarios, además de estudiantes. Cuando el campus
militarizado fue abierto nuevamente, se encomendó la
dirección a profesionales adeptos a la
dictadura militar agrupados en el llamado Consejo de Administración Provisional de la
Universidad de El Salvador, CAPUES.
La intervención militar de la UES se
interpretó por vastos sectores de la población como
un agravio al honor nacional. Se radicalizó el accionar
estudiantil en contra del aparato interventor. La furia
estudiantil no era sino una de las manifestaciones de la furia
social. El movimiento campesino, de maestros, los obreros y sus
sindicatos,
radicalizaba sus formas de lucha debido a la agobiante
situación de pobreza en que
culminaron años de exclusión social impulsados al
calor de la
industrialización de la década del 60. Era una "ola
roja" creciente, devastadora, del movimiento popular, y en ella
se encontraba inmerso el movimiento estudiantil
universitario.
III. La masacre de
estudiantes universitarios: un testimonio
Días antes del 30 de julio de 1975, el Gobierno y
especialmente el Ministerio de Defensa habían estado
advirtiendo por la prensa radial,
escrita y televisada del país, que la anunciada marcha de
estudiantes universitarios programada para ése día
no debería realizarse y que "actuarían con todo el
peso de la ley en contra de
toda alteración del orden público". Esto se
decía siempre que se anunciaba una represión
usualmente sangrienta…pero el 30 de julio esas palabras
sonaban especialmente fatídicas, probablemente porque era
evidente el grado de confrontación masiva que se
avecinaba.
Un helicóptero militar sobrevolaba el campus de
la UES. Abajo, los preparativos para la marcha eran febriles.
Entrando la tarde se inició la convocatoria por medio de
los parlantes instalados en las azoteas de algunos de los
principales edificios del campus, por los megáfonos que
portaban los encargados de la agitación e invitaciones a
gritos a formar las filas de la marcha. Mantas y pancartas
aparecieron. Dos filas de uno en fondo bordeando las aceras y en
el centro de la calle decenas de mantas y pancartas colgadas de
centenares de manos, denunciando los atropellos y represiones de
la dictadura militar. Distribución de volantes, como quien suelta
millares de palomas mensajeras de un solo golpe. Gradualmente,
muchos estudiantes con un nudo en la garganta, un vacío en
el estómago y un rostro de piedra que reflejaba
indignación se fueron incorporando a la marcha. A los ojos
de los tripulantes del helicóptero debimos parecernos a
una concentración de las hormigas llamadas "marabuntas",
solamente que en la selva salvadoreña, plagada de gorilas.
Se notaba que la gran mayoría de la gente que participaba
"sacaba fuerzas de flaqueza", éramos civiles contra
militares y los militares ya habían anunciado que
usarían su armamento para impedir la marcha estudiantil.
No se les pagaba por participar a los manifestantes, el pago
podría ser la muerte, una
apaleada, la comidilla intensa que invade ojos, oídos,
nariz y garganta al aspirar el gas
lacrimógeno o por lo menos la angustia eterna de quedar
fichado por algún "oreja" o soplón infiltrado que
remitiría la información a los fatídicos
"escuadrones de la muerte".
La pureza juvenil tenía uno de sus mejores
momentos de expresión como fuerza
física,
succionando fuerzas de los más puros y nobles sentimientos
de justicia de la
masa universitaria que se manifestaba en contra del gobierno.
Creo que todos sentíamos que nos integrábamos a una
marcha de protesta, con la muerte caminando y gritando a nuestro
lado. Nadie esperaba premios ni estatuas por ello; el mejor
premio era la confianza en que cada familia y amigos
comprenderían los justos motivos del sufrimiento que
ocasionaría la pérdida de un ser estimado y amado.
En ese momento toda la educación familiar
y moral de cada
manifestante se materializaba: cada manifestante sentía
que paso en la marcha era una reafirmación de altos
valores de
respeto al
trabajo, honestidad y
justicia y la
entereza moral para
defenderlos y difundirlos. Seguramente estos fueron los
últimos pensamientos que tuvieron los compañeros y
compañeras que dolorosamente murieron o "desaparecieron"
durante la represión que conllevó la marcha. Ahora
comprendemos como es que se muere sin morir, pues las fecundas
vidas que fueron segadas el 30 de julio de 1975 verdaderamente se
reencarnaron en la vida la Universidad de El Salvador y en el
proceso democrático del país.
A los gritos colectivos de "únete" muchos
estudiantes, profesores y gente que observaba la marcha se fueron
incorporando. Al pasar por el edificio de la Facultad de Jurisprudencia
y Ciencias
Sociales, vi a un conocido político de izquierda ahora
en la palestra nacional, solamente observándonos. No
sé si él se incorporó después, pero
en ése momento sentí una consecuente superioridad y
la actitud de
observador de él me dió más fuerzas para
seguir en la marcha.
La tensa algarabía de la marcha, gritando
consignas y canciones de crítica al Gobierno, hacía
menos pesado el atardecer. Se nos parecía a un festejo por
la consecuencia con que la Universidad de El Salvador, ha
defendido, defiende y defenderá la justicia y la democracia. La
tensión aumentaba en la misma proporción en que nos
alejábamos de la ciudad universitaria, nuestro refugio
moral, intelectual y material. La sección de la marcha en
que yo iba, ya había recorrido un considerable trecho
desde el campus de la Universidad, saliendo por la "entrada de
Derecho" y bordeando la Escuela España, y
luego doblando sobre la 25 Avenida Norte, hasta cerca de la
Fuente Luminosa.
El río humano, comenzó a estancarse.
Corrientes de personas integradas a la marcha, empezaron a seguir
la dirección opuesta, un signo
inequívoco del peligro de la represión militar en
los tramos siguientes de la ruta. Muchos decidimos continuar el
rumbo de la marcha. Probablemente sentíamos que una coraza
de nuestra resuelta lucha por la dignidad, nos protegía de
las fricciones entre personas que se quedaban observando y otras
que iniciaban un pausado o presuroso retiro. Nos fuimos acercando
hasta llegar a la altura de la entrada del Externado de San
José, el distinguido colegio de Jesuitas en donde
recibió educación por un
tiempo, el
poeta nacional Roque Dalton.
Yo pude divisar, desde ahí, un manto verde de
uniformes militares, tendido una media cuadra enfrente del
Hospital Rosales. No distinguí a esa distancia si eran
soldados o Guardias Nacionales. El temor civil era especialmente
punzante cuando se trataba de Guardias Nacionales. La Guardia
Nacional era un cuerpo selecto de represión fogueado en el
"mantenimiento
del orden en el campo", adquirió un gran desarrollo
después de la represión de 1932. Autoritarios y
arbitrarios…la gente decía con humor negro que los
guardias nacionales mataban primero y después preguntaban,
expertos en golpes y tiros, iniciaban capturas hasta por malas
miradas y dudaban de todo ciudadano; a falta de "esposas" ataban
los dedos pulgares de los campesinos y civiles detenidos con
"cordeles" o pitas hasta que los dedos se pusieran morados. La
Guardia Nacional era más temida que el mismo
Ejército, pues estaban físicamente y moralmente
preparados y seleccionados para reprimir de la manera más
cruel e insensible. Este cuerpo de represión
desapareció con los Acuerdos de Paz firmados en
1992.
Al observar el tapón verde bloqueando la ruta
anunciada de la marcha estudiantil la masa manifestante
frenó. En la punta la marcha comenzó a convertirse
en un gran racimo de gente, que se desgajaba poco a poco y
buscaba otras salidas. Y un grupo
desvió la ruta, en el llamado "paso a dos niveles"
enfrente del edificio del Instituto Salvadoreño del
Seguro Social,
ISSS. Pero fue ineludible el choque pues los militares
también bloquearon la ruta alternativa que siguió
la marcha.
"Mantengámonos unidos" gritaba un profesor
universitario en la bifurcación del paso a dos niveles,
agitando las manos para animar a los indecisos a unirse con el
grupo que iba
a la cabeza de la marcha y que se encontraba aislado enfrente de
los soldados. "No dejemos solos a los compañeros que van
adelante", "no dejemos que nos separen", agregaba el profesor. Me
pareció consecuente el llamado de mantenernos unidos y no
dejar que aislaran a la cabeza de la marcha y me desprendí
con un grupo, corriendo por la bifurcación del paso a dos
niveles y gritando a todo pulmón junto a mis
compañeros y compañeras,
"U…U…U…U…", hasta acercarnos al grupo
que encabezaba la movilización.
Nos habían cercado. Los soldados habían
cerrado la calle, sin ceder, por donde debería continuar
alternativamente la movilización y los soldados que
estaban enfrente del Hospital Rosales se dirigieron hacia el
inicio de la bifurcación del paso a dos niveles. El
profesor y yo nos contábamos entre los manifestantes que
quedamos enfrente de los soldados, atrapados. Los rostros de
piedra de los soldados eran expresión de su disciplina
militar, de la humillante dureza con que toda dictadura militar
educa en el "arte" de la
represión. En los soldados se reflejaba una
determinación brutal para repelernos a toda costa. No
sabíamos en qué momento usarían sus
fusiles…conforme gritábamos la tensión entre
ellos y nosotros aumentaba. Aquellos segundos y minutos nos
parecen suspendidos en el tiempo.
Estallaron disparos y un coctel molotov. Y se
armó la de Troya. Los fusiles en manos de los soldados,
que ya tenían un ángulo de menos de 45 grados
dirigidos contra nosotros, empezaron con disparos al aire, pero a cada
impacto, los soldados bajaban más el punto de mira de los
fusiles, hasta apuntar y disparar directamente en contra de los
manifestantes. "Nos están disparando" le comenté a
mi amigo profesor. "No se preocupe que son balas de salva", me
respondió. "No son de salva" le refuté. Me
pareció que el sonido de las
balas de plomo, era diferente…más sólido y
"seco".
Enmedio de un intenso traqueteo y humazón, se
divisiban como sombras del futuro estudiantes que corrían
y caían. El tiroteo se iniciaba a unos tres metros,
enfrente de nosotros, dimos la vuelta y yo salí corriendo
en sentido contrario a donde provenían los disparos. "No
corra que es peor", me dijo el profesor. Como impactado por un
rayo clavé mis plantas en el
pavimento y pensando en lo peor, una ráfaga por la
espalda, me sentí muy sereno, una amalgama de tranquilo y
temerario, como ya lo he experimentado en otros momentos
cruciales, tensos y decisivos de la vida. Parcimoniosamente
viré mi cabeza hacia la izquierda. Parapetado en un poste
de la esquina, divisé a un soldado que me apuntaba con su
fusil…a punto de dispararme, creo. Por un instante no
escuche la "tronazón" ni olfateé la humazón.
Solo tenía oídos y nariz para el silencio y el olor
a muerte. A pesar de la distancia y el caos, pausadamente le
busqué la mirada del soldado, con una mirada seria, de
reclamo, miré a la distancia sus ojos y su rostro. Nos
separaban unos siete u ocho metros. Me le quedé viendo
fijamente. No recuerdo que la mirada mía, estuviera
inspirada en el temor, sino en la seguridad
personal,
exigiéndole simplemente que no me matara, con mi rostro
adusto. Hay una especie de seguridad
personal que
se fundamenta en valores de
justicia social y que le imprimen a las personas una serenidad,
energía, seguridad y hasta cortesía y "don de
mando", en los momentos cruciales. El rostro del soldado, de tez
blanca (por lo que se me antojó que era oriundo de
Chalatenango, departamento bello y heroico, con una
población que acusa el predominio español en
el mestizaje) de golpe se puso rojo, como un fósforo y de
golpe, también se encendió de pálidez, se
puso blanco como un papel. Cuando lo vi pálido, me
sentí confortado, imaginé que había calado
por un momento infinito en su conciencia y que
comprendía que lo que hacía no era justo, que no
debía matarme. Me parecía una consecuencia lógica
de la superioridad con que se siente una persona
encarnando los valores de
justicia. Y gradualmente, como un ser de metal, robotizado, pero
sintiéndome con el alma de un ser humano supremo, un gran
señor, reprimido pero con mucha dignidad, volteé mi
cabeza y empecé a caminar pausadamente, a la par del
profesor. Recordé las aflicciones de mi infancia
cuando sentía "dormida" la cadera de la pierna derecha
como presagio a las inyecciones prescritas en el tratamiento
médico. Solo que esta vez esperaba ser cosido a balazos
por la espalda.
Parece que a todos nos ocurre que no recordamos con
tanto detalle actividades que ha desarrollado por días y
por meses, como guardamos en la memoria
detalles de los momentos decisivos de la vida. La pausada
atravesada de una calle, el 30 de julio de 1975, la recuerdo con
más detalle, por ejemplo, que un par de tensas caminatas
que hice en el Volcán de San Salvador. En esa pausada
caminata, que debe haber durado unos dos o tres minutos, recuerdo
haber visto a quien posteriormente sería la Comandante
Nidia Díaz, como protegiéndose de gases
lacrimógenos, cerca de una pared. Y a otro
compañero, que se me acercó, con un rostro, mezcla
de incredulidad y terror, gritándome…"Nos
están matando". Quizás el compañero esperaba
que yo hiciera algo, pensé…mi impotencia y
estupefacción ante lo que estaba sucediendo, solamente me
produjo una mueca. Y recuerdo otros compañeros que
saltaban por el techo de un edificio, enfrente de nosotros. Ya ni
me acordaba del soldado que me apuntaba, porque la miríada
de mortales, intensos, estruendosos y humeantes sucesos desviaban
a cada segundo la atención de todos.
Calle de por medio desde donde se parapetaba el soldado
que me apuntó, había una casa convertida en un
comercio en
donde se vendía instrumental odontológico; en las
escaleras de una especie de sótano de esta casa, sumido a
medio cuerpo estaba un compañero a quien yo le
había solicitado que se incorporara a la marcha. Este
compañero era también un profesor de secundaria en
un centro de enseñanza de una zona obrera, en donde yo
también daba clases. El profesor de la Facultad de
Economía y
yo nos acercamos hacia él. "Tengo esquirlas en una pata",
nos dijo. "No puedo caminar", agregó. "Esperate" le
dijimos. Y el profesor y yo le hicimos una improvisada silla con
nuestros brazos y lo sacamos "chineado" por la cuadra no cercada
militarmente, que termina en la esquina nororiente del Hospital
de Maternidad. Al llegar a la esquina, un ciudadano visiblemente
indignado y solidario, a bordo de un microbús que
tenía "logos" de una reconocida empresa nos dijo
con tono de indignación: "los han
reprimido…¿verdad?". "Sí hombre", le
contestamos. "Déjenlo conmigo, yo lo llevo al Hospital",
solicitó. Así introducimos al compañero
baleado en el microbús. Días después
encontré al compañero, recuperado, y pensé
que alguno de nosotros debió acompañarlo para
asegurarse del ingreso al Hospital.
"Vamos a ver si hay otros compañeros que
necesitan ayuda", me dijo el profesor, después de dejar a
mi compañero en el microbús. Yo me sentía
agotado y preocupado…como si mi vida hubiera estado en un
hilo. Pero pensé que el profesor tenía
razón, que probablemente otros compañeros
necesitaban de nuestra ayuda y caminamos, en torno a la
manzana del Instituto Central de Señoritas y regresamos a
la esquina, en donde estuvo apuntándome el soldado. Ya no
estaba el cerco militar.
En la calle se observaban charcos de sangre, zapatos
desperdigados; en los alrededores, gente estupefacta con mirada
de indignación y dolor. Un camión del
Ejército corrió sobre la calle que hacía
unos minutos estaba bloqueada militarmente. El camión
militar iba con el toldo descubierto en la parte trasera, raudo
en dirección oriente enfrente del edificio del Seguro Social
ante la mirada de decenas de personas. El toldo descubierto
permitía ver el terrible "cargamento": eran estudiantes
"sentados" a las orillas de la cama del camión, con la
cabeza caída, tambaleándose, muchos de ellos
seguramente habían encontrado la muerte durante la
reprimida manifestación o la encontrarían
después en las instalaciones militares. Hurgando con
ansias dirigí mi vista hacia el interior del camión
para tratar de reconocer a alguien, alcancé a divisar la
motocicleta de Jaime Baires, amigo mío, un profesor
graduado en Francia y que
en esa oportunidad afortunadamente, abandonó la
motocicleta en la confusión del tiroteo. Unos años
después, Jaime Baires aparecería asesinado,
bañado con ácido, según
reportaron.
Zapatos tirados, charcos de sangre, eran los
mudos testigos del dolor y del terror, de la muerte…de la
pureza en los ideales, en la entrega social, del coraje y de la
determinación de un movimiento estudiantil. Esa tarde y en
la noche no se porqué motivos no dejaban de retumbarme en
la cabeza las notas de la Novena Sinfonía de Beethoven que
aprendí a escucharla atentamente a instancias de mi padre,
quien me explicaba destacando el profundo valor humano
de la composición. Sentía que la escuchaba en el
mas allá, en el futuro.
Murieron muchos compañeros; aunque no existe una
cifra oficial, se asegura que fueron cerca de 50 los que murieron
o desaparecieron. Entre los muertos, el Gobierno solamente
reconoció al estudiante Roberto Miranda; era un
compañero muy interesado en la investigación científica, lo
conocí personalmente porque solicitaba mi asesoría
para investigaciones
sobre el movimiento campesino. Después me enteré
que también era poeta al publicarse algunos de sus
poemas en un
periódico de la Universidad. El velorio de
Roberto Miranda, se realizó en Soyapango, una zona de
creciente industrialización considerada por ésa
época como "el corazón
industrial de Centroamérica". Como un modesto recuerdo por
su ejemplo, le dediqué a Roberto Miranda, mi primer
trabajo de investigación publicado en la Revista
Economía Salvadoreña.
Los sucesos del 30 de julio de 1975 deben recordarse
siempre como una de las grandes batallas por la libertad y la
democracia en El Salvador. Fué una de las tantas grandes
contribuciones de la UES al proceso de construcción de una nueva sociedad
democrática en El Salvador. El Ministro de Defensa era el
Coronel Carlos Humberto Romero, posteriormente derrocado en 1979,
siendo Presidente.
Ha pasado más de un cuarto de siglo, hay dolores
y esperanzas eternos y para recordar esta deuda con quienes nos
permiten seguir soñando en un futuro mejor ahora la
vía se llama "Mártires del 30 de Julio".
Carlos Evaristo Hernández