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- Notas
- Introducción
En esta monografía me ocupo de algunas de las
cartas que
los inmigrantes –reales o de ficción- enviaron a
sus parientes y amigos.En ellas les contaban sus alegrías y sus
desventuras en la nueva tierra;
hablaban de sus necesidades y logros, pedían,
comparaban las costumbres argentinas con las que
traían de sus países origen, transmitían
la nostalgia que los acompañaba.He encontrado cartas escritas en circunstancias
atípicas, como las que Severino Di Giovanni
envía a Josefa Scarfó, y la que Butch Cassidy,
escribe a sus amigos, desde Chubut.Entre los temas abordados no falta la relación con
los indígenas, como se puede observar en las cartas
del padre Donati y de los lectores de The Standard, y en la
del gallego al que da vida Aurora Alonso de Rocha.Incluyo, asimismo, la carta que
un inmigrante envía al periódico El Obrero, en la que da
cuenta del engaño y los malos tratos de los que es
víctima. Esa misiva se envía con el
propósito de alertar a los compatriotas acerca de las
falsedades que encierran las promesas que se les hacen.Muchas de estas cartas han sido escritas en castellano; otras, en la lengua del
país de origen o en otras lenguas.
En algunas encontramos un castellano con errores gramaticales
y sintácticos, mechado de términos extranjeros,
que demuestra las dificultades de los gringos para manejarse
en el idioma del país al que habían elegido, o
la escasa instrucción de quienes ya hablaban ese
idioma.Otra forma de testimoniar la vida en la Argentina era el
envío de fotografías. Se enviaban, para
ocasiones especiales, postales
con retratos familiares, editadas por los estudios de
fotografía. "Hoy, los coleccionistas
aún las encuentran circulando en mercados
de Italia y
España
con sellos argentinos: habrían sido enviadas por
familiares que emigraron al país" (1).Sobre las fotos que
le tomaron en su infancia,
escribe Jorge Fernández Díaz: "Todas estas
fotos viajaban a España dentro de las cartas que
mamá le escribía con orgullo a María del
Escalón. Mi abuela, con prosa esculpida,
respondía en la conciencia
declarada de que ella no tenía perdón y de que
se debía reparar la historia"
(2).Mauricio Kartun, en "El siglo disfrazado", se refiere a
las fotos que se enviaban a los países de origen, para
mostrar el bienestar de los hijos de los inmigrantes.Analiza la relación del Carnaval con la inmigración: "Fue con el vendaval
inmigratorio de principio de siglo que la farra
desbordó todo orden institucional, la mascarita se
independizó, y el disfraz pasó a ser un
atributo de fenomenal creatividad individual, un orgullo familiar en
el que las mujeres de la casa lucían su solvencia con
el molde y la aguja".Una vez disfrazado el niño, debía
fotografiárselo, para enviar esa imagen al
país de origen: "Colas de una cuadra en Foto Bixio, o
en Pascale, bajo el sol
calcinante de febrero, ése que aseguraba con el
resplandor de la primera tarde los mejores contrastes en la
vidriada galería de pose del estudio.
¿Cómo testimoniar sino allá en el
terruño el prodigio de costura, las costumbres, el
crecimiento y la belleza de los chicos, engalanados y
maquillados?"El afianzamiento de la inmigración hizo que
cambiaran los disfraces elegidos por las madres para sus
hijos: "Viejas fotos. Sólo eso queda de aquella
magnífica pasión por el disfraz. De pierrot,
sobre todo, hasta los años 20 en que las
colectividades tomaron peso propio. De allí en
más predominaron los baturros, toreros y gaiteros
asturianos, las majas, las gitanas, y los vascos pelotaris
con sus paletas en miniatura, o su versión lechera con
los tarros también a escala.
Napolitanas, damas venecianas, y polichinelas certificaban
el amor a
Italia."Fotos que se enviarían a los parientes que tanto se
extraña: "Atrás unas líneas ya casi
ilegibles: ‘Cara mamma: le invio una fotografia del mio
Cesarino. Veda come cresce bello e grasso. Chi manca tanto.
Sua cara figlia, Renza’. En la foto, un pequeño
soldadito garibaldino. Un sombrero emplumado, y una
descolorida mirada melancólica" (3).
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