Diario de un educador -Reflexiones
sobre los servicios
sociales-
8 de febrero de 2003
En un restaurante de Sabadell, mi novia M.
también educadora social, ha pedido, carnívora
ella, costillas de cordero. Yo, vegetariano a tiempo parcial,
lasaña de espinacas. Para que la espera sea menos dura nos
traen unas olivas de esas pequeñitas, más hueso que
carne, más distracción que alimento pero tan
deliciosas, (¿o será el hambre?) que antes de que
el camarero vuelva habremos dado buena cuenta de
ellas.
Hablamos, a pesar de la prohibición
implícita de mencionar el trabajo en
nuestro tiempo libre, de
las últimas incidencias laborales.
Mientras saboreo un buen vaso de vino tinto, le comento
que voy a iniciar un diario. Un diario que recoja reflexiones
sobre la profesión de educador social. El vino ha hecho su
efecto, es evidente.
De pronto aterrizo de nuevo en la realidad del
restaurante. La lujuria, disfrazada de camarero, se acerca con
las viandas que nos garantizan un instante de
felicidad.
– ¡Ya basta de hablar de trabajo! -decimos M y yo
al unísono. Es hora de abandonarse al Rioja y la buena
compañía.
15 de febrero
Por la mañana:
Acabo de leer dos libros
magníficos: Diarios de Arcadi Espada y
Últimas noticias sobre el periodismo de Furio
Colombo. Es interesante ver las aplicaciones a nuestra disciplina de
ambos textos. Resulta sugestivo y hasta higiénico abrir
las ventanas a otras disciplinas como la historia, la
filosofía y, porque no, el periodismo.
Dejar de ser endogámicos por un instante. Airear una casa
demasiado viciada de psicología.
En un capítulo de su libro, Colombo
nos habla de la mítica y mágica línea
fronteriza que separa los hechos de las opiniones. Hablando del
buen periodista dice: "…cuando no es posible ofrecerlas
(las fuentes de la
noticia) no se admite el engaño, sino que se acepta y se
respeta, al mismo tiempo, el "no comment", o sea: "no puedo decir
por ahora cómo han ido realmente las cosas, pero no por
eso miento. La verdad existe y la diré más
adelante".
También Arcadi Espada abunda en su ensayo en el
mismo punto. El respeto hacia los
hechos. La separación entre verdad y
opinión.
Cuando "investigamos" a usuarios, familias, comunidades
deberíamos ser un poco más periodistas y menos
policías. Buenos periodistas, claro. De los que contrastan
fuentes,
comprueban datos, etc. En
fin, de aquellos interesados en la verdad.
25 de febrero
A propósito de la verdad. Hay una posición
que a mi me resulta irritante entre muchos colegas de la
profesión. Han hecho de la definición de que no hay
verdades absolutas su imperativo categórico. "No existe la
verdad", "cada uno tiene su verdad", dicen. Así que, si
cada uno tiene su verdad, no hace falta discutir y argumentar.
¿Para que? Tú tienes tu verdad y yo la mía y
todos tan contentos. La tolerancia
llevada al extremo más paralizante: Lo
políticamente correcto.
Intentar convencer al otro con mejores argumentos
está mal visto. He tenido interlocutores indignados
diciéndome: ¿no me estarás intentando
convencer? Como si de un crimen se tratara.
Por lo visto hay que "tolerar" todas las ideas por
absurdas que sean. De esta forma abonamos un campo donde las
teorías
y las prácticas más trasnochadas campan a sus
anchas. El peaje que pagamos es importante. Basta observar
nuestro léxico: pre-delincuente, riesgo social,
familia
desestructurada, etc. Un léxico profesional que pide a
gritos una revisión, cuando no una cuarentena.
Son las consecuencias de un cierto relativismo
postmoderno para el cual cualquier intento de objetividad es
siempre una convención social.
Si Dios ha muerto, como anunció Nietztsche, y la
verdad no existe, como dicen los posmodernos, solo nos queda el
nihilismo.
Abandonémonos, pues, a la astrología, lo
esotérico, el azar. Frente al rigor, la brujería.
Frente al esfuerzo, el tarot. Contra la pedagogía, el zodiaco. Plantémonos,
¿porque no?, en la bondad suprema. Volvamos a nuestro
origen.
No tengo nada en contra de cualquier creencia personal por muy
irracional, mística y alternativa que esta sea. Y mucho
menos si hace un poco más confortable nuestra vida. No soy
anti de nada. Lo único que defiendo es un poco de
rigor cuando se trata de trabajar con la suerte de los
demás.
No te confundas. No estoy aquí haciendo una
defensa del discurso
único. Si hay algo por lo que merezca ser vivido este
mundo es por la pluralidad, la mixtura, lo complejo. Se trata
sólo de reconocer, como dice Savater, que hay verdades que
son más verdades que otras.
Más tarde:
En este punto recomiendo la lectura del
libro
Raval: del amor a los
niños de Arcadi Espada. El periodista explica lo
sucedido en el año 1997 a raíz de la
desmantelación de una supuesta red de pederastia. Supuesta
porque nunca existió. A.Espada desmonta uno a uno los
informes,
investigaciones y artículos de periodistas,
psicólogos, policías y servicios
sociales que llevaron a muchos inocentes a la cárcel y al
repudio social. Especialmente patéticos resultan algunos
"informes" de
los que el llama protectores de la infancia (o sea
nosotros) repletos de obviedades, faltos de rigor y basados
más en el rumor que en los hechos. Repito, resulta un
ejercicio sano de lo que no se debe hacer nunca.
1 de marzo
Leo a Salvador Paniker. Es un filósofo que
seduce. El define a Fernando Savater como un filósofo
racionalista excelente (yo también lo creo) aunque lo
acusa, en cierto modo, de no querer ir "más allá".
Ese "más allá" se refiere a lo místico (que
no religioso) que tanto le gusta visitar a Paniker.
Este autor practica una filosofía, a caballo
entre oriente y occidente, hecha a su medida. Su
areté. El arte de
vivir.
Seria interesante que cada persona tuviera
unas referencias filosóficas con las que leer un mundo
diferente al que le viene dado. Tomar distancia con la familia,
la tierra, lo
cercano, lo propio. Coger carrerilla y saltar hacia lo
desconocido. Un arte de
vivir.
Uno, de paso, reconoce sus filias. Savater: lo racional.
Paniker: lo místico (que no religioso). Ambos: La lujuria
de vivir. Café y
vino.
13 de marzo
Co-mediación (trabajadora social y yo) entre dos
alumnas de un IES con problemas de
relación. Todo funciona bien. Siguiendo alguna de las
pautas que nosotros sugerimos, las alumnas se ponen en el lugar
del otro, respetan los turnos de palabra y buscan un acuerdo que
antes parecía imposible.
Por un momento la técnica hace su
efecto.
Por un momento creo que está es una de las
mejores profesiones del mundo. Por un momento, a pesar de
todo.
21 de marzo
No se ha hablado lo suficiente sobre el horroroso
café
(sin azúcar,
dulce, muy dulce, con leche, con
mucha leche, sin
leche) de las máquinas
del trabajo. Ese vaso de plástico,
ese sabor dulzón de agua
recalentada, esa espuma ficticia te puede estropear el
día. Una bomba líquida con daños
colaterales.
Hace unos días, alrededor de esa máquina
de café, en un descanso de un curso de formación,
algunos colegas hablamos del problema de la falta de
reconocimiento hacia nuestra profesión por parte de
médicos, profesores, políticos, psicólogas
(y porque no, pienso yo, también de electricistas,
bomberos, albañiles y hasta del propio Calimero que el si
que era, pobre, un incomprendido). La queja me suena a sabida y,
aunque la entiendo, me aburre soberanamente.
"No nos entienden", "nos dicen lo que tenemos que
hacer", "solo nos derivan lo que quieren", bla, bla, bla. En
definitiva, son malos. Malísimos.
En fin, es un problema de autoestima. La
percepción del otro hacia nosotros
cambiará en el momento en que nos aceptemos y hagamos
respetar nuestra voz. También cuando empecemos a hablar de
nuestra profesión en positivo.
Se que se están haciendo proyectos
innovadores de educación social
pero, vaya usted a saber porque, cuando se encuentra uno en estos
cursos lo
único que se transmite es la queja. Parece hasta de mal
gusto decir que a uno las cosas le van razonablemente
bien.
La queja. Adoptar el mismo rol que nuestros usuarios. El
problema, como siempre, está en nosotros. Claro que
siempre le podemos echar la culpa al café, que seguro que no
dice ni pío.
9 de abril
Un caso de violencia
domestica. Estamos agotados. Y no precisamente por estar al
lado del drama humano que nos ha tocado lidiar. Me agota la
incompetencia: la falta de centros de urgencia, la falta de
plazas, el laberinto judicial.
El caso de los juzgados es de juzgado de guardia. Se
marea a la víctima, de un piso a otro, en una
maraña burocrática difícil de soportar. Solo
estando muy avezado en el tema y si no eres un mal pensado como
yo, llegas a intuir que, tal vez, en realidad, a pesar de todo y
aunque no lo parezca te están protegiendo.
Lo que más me molesta no es la
equivocación. En nuestro trabajo las demandas cambian a
velocidad de
vértigo y a menudo tenemos que improvisar las respuestas.
Es normal equivocarse. Es humano. Lo que me saca de quicio es la
incompetencia elevada a norma institucional.
12 de abril
Un diario expone demasiado al que lo escribe. En mi caso
porque gran parte de las críticas a la profesión
son, en el fondo, autocríticas. Queda el consuelo de que
una vez expuesto todo no vuelva a caer en los mismos
errores.
16 d’abril
El ministro de educación
francés Luc Ferry anuncia una reforma del sistema educativo
apoyada en los valores de
la tradición, el mérito y el trabajo,
muy crítica con el legado de mayo del 68. Contra la
acción, reacción.
Algunos confundieron la renovación
pedagógica con el "laissez faire" y las consecuencias son
estas: más mano dura.
¿Por qué no hacer el esfuerzo en situarse
en un término medio? ¿No trata de eso, la educación?
Creatividad/innovación/ diversión, versus,
trabajo/ tradición/ autoridad.
Malos tiempos para la lírica, me temo.
17 de abril
Este no será un diario al uso, es evidente. Mi
tendencia al "picoteo" intelectual dificulta un mínimo de
orden.
Jean Bricmont i Alan Sokal son dos profesores de
física
estadounidenses que en 1997 armaron un importante revuelo con su
libro Imposturas intelectuales. En el denunciaban, en
clave de sátira, el uso intempestivo de la
terminología científica y las extrapolaciones
abusivas de las ciencias
exactas a las ciencias
humanas, por parte de intelectuales como Lacan , Deleuze y otros.
Intelectuales, por cierto, muy en boga entonces en los
EEUU.
Es interesante ver como desgranan párrafos
enteros de estos autores demostrando que, a veces, detrás
de un texto complejo
plagado de referencias a la física y la matemática
y sus correlaciones con las teorías
humanas, se esconde un inmenso vacío
pretencioso.
No he creído nunca que un texto tenga
que ser necesariamente "fácil" al lector. Pero uno ya
había sospechado cierta impostura en algunos autores que
hacen pasar por profunda su escritura
críptica, obscura e ininteligible.
No es de extrañar que estos intelectuales tengan,
más que lectores, discípulos adeptos poco dados a
criticar al maestro. Hacen de su doctrina una cuestión de
fe.
Más tarde:
Me preparo un café de verdad en casa. Como no
fumo, mientras escribo me conformo con la taza humeante a mi
lado. Esta imagen (la taza,
el ordenador y yo) me parece la aproximación más
cercana al escritor maldito. Lástima que sea café
con leche.
Leo el párrafo
anterior. Los "discípulos" a los que me refería
anteriormente utilizan muy a menudo el argumento de autoridad.
Es decir, una teoría
no se sostiene tanto por sus fundamentos y su
argumentación sino por el nombre de quién la
sustenta. Al contrario que en la ciencia,
donde cualquier advenedizo puede proponer una teoría
nueva si es capaz de demostrarla.
Son las "vacas sagradas". Uno puede quedar paralizado
ante el peso del que sostiene tal teoría. Incapaz de la
réplica, la duda.
En nuestro ámbito el gran tótem que en los
últimos tiempos está dirigiendo todas nuestras
acciones socio
educativas es el modelo
sistémico. Los "discípulos" de este nuevo orden lo
aplican monolíticamente, sin fracturas. Ante cualquier
duda de su fe, echan mano de sus "vacas sagradas". O más
bien tendría que decir echamos pues yo soy uno de ellos.
Pero ¿entonces?. Entonces es que echo de menos una
crítica a la teoría sistémica, un
cuestionamiento de sus fundamentos. Si acaso, como ejercicio
saludable. También como única forma de evolución.
18 de abril
El siglo XX fue uno de los momentos más violentos
de la humanidad. Dos guerras
mundiales y un epílogo vergonzoso en los Balcanes. El
siglo XXI ya tiene, en Irak, un
épico prólogo.
Después de estos episodios de imbecilidad humana,
de violencia sin
límites, espero no volver a oír
más el tópico de que los jóvenes de "hoy en
día" no tienen valores y son
más violentos o menos educados que "los de
antes".
Aquella violencia
desatada, aquella crueldad fueron urdidas por esos jóvenes
"de antes" cuando ya no lo eran tanto. Eso si, parece que
habían sido muy bien educados.
¿Será que siempre se tiende a idealizar la
propia generación? ¿Será en el fondo un
canto a nuestra juventud
perdida? ¿Será el café?
19 de abril
En una reunión entre educadores, hace una semana,
sale a colación el tema de la derivación y la
necesidad de un buen protocolo. En
algunos temas uno tiene la sensación, por muchos
años que lleve en la profesión, de que hay temas
que vuelven y vuelven y vuelven a volver. El eterno retorno
Nietzschiano.
En nuestra EBASP hemos solucionado el tema: intentamos
no hablar de derivación. Lo hemos sustituido por el
trabajo en red. Cuando alguien detecta
un caso (la escuela, el
pediatra, nosotros) este se discute en un equipo multidisciplinar
(profesoras, educador, trabajadora social, médicos,
psicólogas). Como nadie "deriva" el caso (porque se trata
como un problema a pensar entre todos) tampoco nadie se lo
"queda".
No nos esforzamos sesudamente en pensar si un caso es
social o no lo es (etiqueta que sirve para que la
institución de turno te pase el muerto) porque todos los
casos lo son. Desde este punto de vista, el abordaje
también tiene que implicar a todos los agentes sociales
que sean necesarios.
Trabajo en equipo que no definimos como el lugar donde
todo el mundo hace de todo sino, al contrario, donde cada
disciplina
habla de lo propio y asume lo que le compete.
Si, ya se, no hemos inventado nada nuevo. La
única diferencia que aportamos es que nos lo creemos y
llevamos a la práctica.
Este funcionamiento, que parece sencillo, nos ha costado
años de trabajo con los demás profesionales y,
sobre todo, un convencimiento de que era la única forma de
respetarnos a nosotros mismos y a nuestro trabajo.
También ha sido posible porque el binomio
trabajadora social/educador ha funcionado correctamente. Tengo
unos excelentes compañeros y compañeras que tiran
por tierra el ya
irritante y tópico enfrentamiento secular entre dos
profesionales que estamos condenados a entendernos.
Más tarde:
A propósito de la derivación. Cuando
derivamos (ahora si) al sujeto a un recurso y este finalmente va,
opera en nosotros una suerte de tranquilidad. Parece que algo se
está consiguiendo. X, por fin, vuelve al redil.
Esta plácida y benefactora sensación no
obedece tanto a los supuestos beneficios que el recurso en si le
pueda ofrecer (ya sea un centro de salud mental, un
curso, una terapia, etc.) sino a la certeza de que por fin
estamos consiguiendo algo tangible con el sujeto: que coja el
autobús todas las mañanas para ir al recurso o que
levante su pesado cuerpo de la cama.
En más de una reunión he visto como
valorábamos como altamente positivo el que
el sujeto X vaya al recurso P aunque todos pensábamos,
pero no decíamos, que P tampoco ofrecía gran cosa a
X.
Trabajamos con una cosa tan perecedera y volátil
como la palabra. La nuestra y la del usuario. Oír, mirar,
hablar. Parece tan efímero, tan irreal, tan poca cosa.
Uno, en el fondo, piensa si sirve de algo todo esto.
Los cambios son exasperadamente lentos, así que
la derivación al recurso opera como la prueba de que algo
se consigue por fin. Algo palpable, observable, físico:
¡El sujeto se mueve!
Este hecho, aunque no el único, es uno de los
motivos por los cuales se vacía de contenido el trabajo
educativo que puede hacerse en atención primaria. Se acaba siendo una
especie de gestor cuyo encargo radica en enviar al sujeto al
recurso más adecuado. La máxima efectividad
está, entonces, en que el sujeto, finalmente, acuda al
recurso, aunque sea a regañadientes.
Es normal que si nosotros mismos no creemos en nuestro
trabajo los demás (profesores, médicos) nos pidan
cuentas solo de
si tal sujeto está yendo o no al recurso de marras. De
nuevo, únicamente, policías. Control social
puro y duro.
Eso cuando las demandas de las instituciones
no son tan variopintas como intentar cobrar una deuda
económica que el sujeto ha contraído con ellos (ya
sean libros o
alquileres impagados).
Una nueva redefinición de la profesión: El
cobrador del frac.
Después del café:
Recuperar el contenido de nuestro trabajo: la entrevista
como espacio principal donde se producen los cambios. El poder de la
palabra (de dar la palabra). La utilización de nuevas
herramientas
conceptuales y técnicas
como la mediación y la gestión
de conflictos. El
trabajo en grupo. Los
proyectos
educativos con atención directa sobre las
personas.
21 de abril
Hablo por teléfono con JS. Hace tiempo que no nos
vemos. Había trabajado en un CRAE pero se fue por las
malas condiciones laborales. Ahora trabaja en un ayuntamiento. No
tiene un despacho donde hacer una entrevista
decente porque le han dicho que tiene que estar en la calle, con
los sujetos (algunos políticos deberían hacer
políticas sociales y dejar las técnicas
sociales a quien le compete). Gana un cuarto menos que mi sueldo.
O sea, una miseria.
La administración parece no haberse enterado
de la enorme responsabilidad de nuestro trabajo. Sin un sueldo
decente, un horario que permita tener vida privada y unas
condiciones mínimas es imposible realizar nuestro trabajo
dignamente. Somos educadores sociales, diplomados universitarios,
no misioneros salvadores de almas.
Ya es hora de derribar el tópico: Los educadores
no abandonan la profesión por que sea más o menos
dura. Lo que "quema" y además de verdad, son las
condiciones laborales misérrimas a las que se ven
expuestos.
En fin, aunque esté de moda atacar
cualquier cosa que huela a administración
pública a favor de lo privado (léase ONG’s de
todo tipo, CRAE’s y escuelas concertadas, etc.), yo
seguiré defendiendo un Estado fuerte
como único garante de lo público. Un verdadero
estado de
bienestar que invierta en temas sociales. Lo demás me
suena a política neoliberal (aunque a veces
disfrazada de progre) que deja a su suerte a los más
desfavorecidos, cuando no les ofrece una limosna
caritativa.
22 de abril
Dentro de nuestro ámbito la figura del
psicólogo y el psiquiatra tiene un papel cada vez
más relevante. Entre otras cosas, es uno de los recursos
más utilizados cuando ya no sabemos que hacer con un
cliente
(perdón pero es que no me acostumbro al término
usuario). Dejamos demasiado pronto de creer en la educación
así que esperamos, de la derivación al nuevo
"gurú", que desentrañe los entresijos del interior
del sujeto para que, finalmente, lo ponga en cintura. Con estas
expectativas los resultados, claro, suelen ser
decepcionantes.
Está triunfando además, yo diría
que peligrosamente, una tendencia que ya se da hace mucho en EEUU
desde que E.O. Wilson escribió Sociobiologia: La nueva
síntesis en 1976 y aparecieron después libros
como El gen egoísta de Richard Dawkins. Estos
autores explicaron cualquier comportamiento
humano desde la genética y
la química.
Aunque estás definiciones simplistas no se sostienen en la
actualidad, una parte de la psiquiatría sigue
basándose en estos principios.
No tengo absolutamente nada en contra de los
descubrimientos científicos. Sería estúpido
estar en contra de la verdad imparable. Creo que el
conocimiento, por ejemplo, del mapa genético, el
conocimiento
de nosotros mismos al fin y al cabo, solo puede hacernos
más libres y sabios.
Tampoco soy un culturalista a ultranza. Sería
hipócrita, a estas alturas, no reconocer que la
administración de un solo fármaco, ha ahorrado,
a muchos pacientes, horas de interminables e infructuosas
terapias de diván.
Lo que me cabrea son las posturas reduccionistas que
tienen que ver más con la moral que
con la ciencia. Y
peor que los intereses de la moral
están los de la farmacia. La farmacología se ha
apresurado, muchas veces, a cantar las excelencias de un producto antes
que la ciencia
seria haya demostrado, no ya sus beneficios, sino sus posibles
secuelas.
Hoy en día cualquier alumno con un diagnóstico de hiperactivo puede ser
atiborrado de pastillas hasta dejarlo "tranquilamente" drogado. A
pesar de todo, el problema no está en la pastilla, claro,
sino en la facilidad y poco rigor con que se diagnostica al
prójimo. El problema está en medicalizar la vida
cotidiana.
Supongo que la pedagogía tendrá algo más que
decir en todo esto.
23 de abril
Sant Jordi. De las pocas tradiciones que soporto. El
libro, la rosa. Un rito surrealista y por eso fascinante. El
café y el vino.
Se que es un prejuicio pero creo que muchos de nuestros
usuarios no son lectores habituales. Quizás muchos
educadores tampoco lo sean. Tampoco es tan difícil acertar
el pronóstico en un país con un índice tan
bajo de lectores, donde la
televisión se ha convertido en el único
preceptor de tendencias.
Idea peregrina: recomendar un libro a cada usuario.
Regalarlo. No solo libros de autoayuda, no, también
novelas y
ensayos. No se
me ocurre una idea más subversiva para abrir nuevos
horizontes a las personas.
Nosotros, amantes obscenos de lo social, defensores de
lo colectivo, adoradores de la masa, protectores del grupo
¿no pagaríamos así nuestra deuda con la
individualidad?
2 de mayo de 2003
La televisión
y yo mantenemos un pulso. Hace poco la castigué en una
habitación lejos del comedor, su lugar natural, y solo la
saco en su mesa-carrito en momentos especiales. Cada vez tengo
más argumentos para dejarla donde está.
Ahora, por unos días, ha vuelto al comedor y la
uso exclusivamente como acompañante mientras hago otra
cosa. Es decir, mi televisión
hace de radio con
imágenes. Cuando no leo (leer es de las
pocas actividades que me piden una atención absoluta y
fiel) y mientras barro, ordeno papeles, o hago algo de gimnasia en casa,
la
televisión es una acompañante
aceptable.
Hace unos días, por la tarde, estaba viendo la
tele y merendando uno de mis "tanques" de galletas migadas en
café con leche, que tanto me gustan y que tan mal me
sientan, pero que sigo tomando por pura reminiscencia
infantil.
Era en la primera cadena y el espacio se llamaba
Cerca de ti pero podía haber sido en cualquier otro
canal de televisión. El formato: programa donde la
gente viene a explicar su vida. Un presentador, un público
entrenado y entregado y, en el escenario, tres mujeres y un
hombre. No van
a cantar, ni a bailar, ni a contar chistes. Su
minuto de gloria pasa por narrar, de pe a pa, su trágica
historia de
desencuentros.
No voy a entrar en la crítica fácil a este
tipo de programas. No es,
por ahora, lo que me interesa.
Lo que me importa es de que modo el aparecer en
televisión puede influir en esas personas. Además,
siempre he tenido curiosidad por saber en que momento uno se
decide a hacer públicas sus miserias.
El foco está en la primera invitada. Es una
señora de unos cincuenta años, permanente
recién hecha, cara agradable, sus piernas hinchadas no le
llegan al suelo. Lo
único que pretendo es ver y escuchar con respeto y
atención.
Habla sin parar, sin atender a las preguntas del
presentador; déjeme, no me moleste, he venido a contarlo,
a contar todo, a explicar como mi marido, mi familia, su
familia, sus amigos, los míos , TODO, absolutamente TODO
conspiró contra mi.
A mitad de su soliloquio intuyo que una buena parte de
su exposición es mentira. No porque crea que
los Otros no puedan encarnar el mal con mayúsculas, sino
por la cantidad de contradicciones y detalles
inverosímiles que se advierten. Los hechos, simplemente,
fueron otros.
No es que la señora esté explicando su
verdad, como le gusta decir a los subjetivistas a ultranza.
Ella sabe perfectamente que en algunas cosas miente, se aprecia
en sus vacilaciones y su gesto contrariado, pero para eso ha
venido a la televisión, para sancionar su discurso y
convertirlo en su verdad.
En el momento en que el ojo catódico la graba,
ella no tendrá ya más dudas. Nosotros, faltos de
criterio, engañados por el señuelo que da la
legitimidad de la imagen,
tampoco.
El presentador muestra su
desconsuelo, y ofrece su comprensión a la señora.
El público aplaude asintiendo. El rito se ha acabado. Si
el discurso crea realidad, la televisión lo marca con una
huella indeleble.
-Su tiempo ha pasado – dice el presentador – lo siento,
ya sabe como funciona esto de la televisión, el tiempo es
oro así que; pasemos a la segunda invitada de esta
tarde-.
La cámara se desplaza al segundo personaje para
no volver nunca más. La primera invitada, nuestra
protagonista, sale de foco para siempre. La cámara se
mueve, pero ella se ha quedado en el mismo sitio que estaba. Hay,
en su silla, en el lugar de una historia inconclusa, sin
ningún atisbo de responsabilidad personal. Ha
venido a ratificar su historia, acabar de creérsela ante
incrédulos conocidos y por conocer y la pantalla le ha
dado su certificado de autenticidad. Sale en la tele, luego
existe.
Cómo señala el gran periodista Ryszard
Kapuscinski, el público confunde el mundo generado por las
sensaciones con el mundo creado por el pensamiento y
cree que ver es lo mismo que entender. La
identificación, escribió Kapuscinski, "por lo
regular no consciente, del ver con el saber y
entender es aprovechada por la televisión para
manipular a la gente."
Vomitar una historia que nos oprime y que no nos deja
respirar puede resultar saludable. La televisión, en este
aspecto, nos ofrece una catarsis de neón, calculada,
publicitaria, pero catarsis al fin y al cabo. Sin embargo,
detrás de ese laxante momentáneo no hay nada. La
inmovilidad más despótica, la permanencia que fija
la cámara, la homologación de la
mentira.
La señora pretendía explicar su desgracia
a toda España,
pero su pretendido diálogo es
en realidad un monólogo con la máquina que le
devuelve exactamente su imagen, sin preguntas, sin objeciones.
Limpia pero inútil.
¿Ha encontrado esta mujer en su
camino otra clase de apoyo? ¿Lo encontrará a partir
de ahora? Quizás nosotros pudiéramos ser para ella
una alternativa humana a la cámara. Ser un Otro que le
ayude a poner nombres a las cosas, que reconstruya su biografía. Otro punto
de vista. A diferencia de la televisión, nosotros si
preguntaremos; queremos saber, trabajar desde un principio de
responsabilidad, un reconocimiento de la propia huella en la
historia vital, por muy determinante y terrible que sea su pasado
o su entorno. Por tanto, trabajar desde una posibilidad de
cambio. Lo que
J. Delval llamó: determinismo con
sujeto.
Pero hay quien va a los servicios sociales como quien va
a la televisión y entonces se ofende al encontrar una
persona donde
esperaba encontrar un foco.
Anochece.
En estos programas siempre
hay un teléfono de aludidos. Es decir, en
última instancia siempre el Otro, el acusado, puede
defenderse. Pero lo tiene muy crudo. A no ser que sus argumentos
sean totalmente convincentes o que el discurso de la invitada sea
un escándalo de incoherencia, la tendencia del
público es a creer al que está en la
televisión. Sino, ¿a santo de que el Otro se ha
quedado en casa? ¿Es que no tiene algo que ocultar?
¿Qué pretende no aireando sus problemas
frente a la audiencia, el muy cobarde? ¿Es que no sabe que
el cliente-espectador, siempre tiene
razón?
Quizás una simpleza al hilo de esto
último, pero he observado últimamente que la gente
, influenciada de alguna manera por la televisión, se
enorgullece de decir "las cosas a la cara". Por lo visto, decir
las cosas a la cara es sinónimo de falsa de
hipocresía y honestidad sin
límites. La pérdida del anonimato
como un gesto heroico.
Decir las cosas a la cara. Fíjense donde se pone
el acento en la frase. En el decir a la cara. En
esta frase, las cosas, lo que se dice, los argumentos, es
lo de menos. Lo autentico, verdadero, hoy, es decirlo y a la
cara. Y si puede ser gritando.
Volviendo a Kapuscinski "cuando los medios hablan
de sí mismos reemplazan el problema de la sustancia
(las cosas)* por el de la forma (la cara)*, sustituyen la
filosofía con la técnica (…) No se habla,
sin embargo, del meollo de lo que se quiere editar, relatar o
imprimir. En definitiva, el problema del mensaje- es
reemplazado por el problema del mensajero. Lamentablemente
el mensajero comienza a convertirse en el contenido del
mensaje."
*anotaciones mías
7 de mayo
Sigo con la tele.
Respecto a estos reality show, hasta el presidente Aznar
los ha considerado televisión basura. El
adjetivo ya es de por si bastante vejatorio aunque, señor
presidente, solo ofende quien puede.
Además, siempre cabe hallar cosas interesantes en
la basura. Uno, en
estos tiempos, hasta puede encontrar una noticia veraz en los
informativos de la primera cadena de la televisión
pública.
Defiendo una radical libertad de
expresión, ya sea en literatura, en la
televisión, o en cualquier otro medio de comunicación. Ya estaremos nosotros, los
adultos, para decidir que vemos o que no.
Últimamente he visto algunos momentos del
programa
Crónicas Marcianas. La canícula y el insomnio me
han llevado por el mal camino. Reconozco que me he echado unas
risas bastardas con el, con nocturnidad y alevosía, y solo
espero que la historia me absuelva.
No, el problema de estos programas no es si son basura o
no. Son totalmente inofensivos. Puro entretenimiento. Seres
humanos hablando, gritando, insultándose, etc.
¿Alguien realmente se los toma en serio? ¿Alguien
piensa que estas estupideces tienen fuerza para
cambiar la sociedad? Yo no
lo creo. El único problema que tengo con ellos es que,
salvo algún chispazo antropológico o alguna subida
de tono inaudita, me aburren bastante. Son bastante
patéticos, si. Aquí si que voy a recurrir al
tópico: cómo creo en la libertad y la
responsabilidad individual, se apaga la televisión y
listos.
Actualmente se desvía la atención hacia
estos productos para
no afrontar de verdad la calidad del resto
de la programación. Lo que debe analizarse en
serio son aquellos programas (reportajes, telediarios, programas
culturales y informativos) que si que crean en el espectador una
percepción del mundo determinada y, por
ende, crean estados de opinión.
En los reality show el espectador solo busca pasar un
buen rato, "desconectar" con el mundo, mientras en la otra clase
de programas, más o menos culturales y informativos,
pretende "conectar" con el. Y en estos últimos si que
debería considerarse de qué y cómo se habla:
por ejemplo la falta de rigor a la hora de analizar los
acontecimientos históricos, la sustitución de la
palabra y el pensamiento
por la imagen pura y dura, la narración
políticamente sesgada de los hechos, cuando no los
programas soporíferos que pretenden incitar a la lectura.
Aquí si que hay una responsabilidad de los medios
públicos o privados.
Respecto a los demás tipos de espacios de
entretenimiento hay que reconocer una ínfima calidad en la
mayoría de ellos. Valdría la pena, como educadores,
incitar a las personas a buscar alicientes vitales y divertidos
en otros recursos como los
libros, los viajes, los
debates entre amigos (donde uno SI es protagonista), la prensa escrita,
la música,
el teatro, el
cine,
etc.
En fin, la vida es mucho más que la
televisión, aunque a mi me haya ocupado seis
páginas de mi diario.
14 de mayo
-14:17 h. Normalmente escribo este diario por la tarde,
en casa, recapitulando sobre lo que ha pasado. Pero hoy escribo
en riguroso directo.
-14:19h. He hablado con cuatro familias en la
última hora. No puedo más. Kaput. Se acabo mi
energia. Por
hoy no puedo ni escuchar, ni pensar.
-14:22h Solo esperar a que llegue el momento, recoja mis
trastos y mañana otro ayuntamiento, otro pueblo.
¿Educador social, educador de calle, educador
nómada?
-14:23h Esta tarde hacer cosas diferentes: Tal vez leer
el Qüadern Gris de Pla, mi último descubrimiento, o
quizás vagar por Gerona.
Se que es admirable, pero no puedo salir del trabajo,
como otros compañeros, y meterme en un curso o leer un
libro técnico de temas sociales. Tengo que hacer algo
totalmente distinto.
Humor, sobre todo humor. Necesito una dosis de locura
después de ser un aburrido normalizador.
-14:30h Por fin.
22 de mayo
Hace unos días atendí a una mujer separada.
Ella tiene la custodia de la hija y critica a su ex marido,
dificultando las visitas establecidas por el juez. Todo su
poder radica
en una sentencia, lo sabe y lo utiliza. El otro progenitor entra
al trapo. Nada nuevo.
Leí hace poco un material bajado de Internet, escrito por un tal
François Podevyn y que habla del SAP
(Síndrome de Alienación Parental). La
alienación parental, según este artículo,
"es un proceso que
consiste en programar un hijo para que odie a uno de sus padres
sin que tenga justificación.". Este síndrome define
también al alienador, es decir al progenitor que teniendo
la custodia, imposibilita la visita del hijo al padre y lo
predispone en su contra.
Hay una serie de "requisitos" que cumplir para ser un
padre o madre alienadores. Uno y muy importante, es que los
motivos por los cuales se descalifica al otro progenitor y se
impide que vea a su hijo, sean injustificados. Es obvio: si
realmente el padre o la madre que no tiene la custodia fuera, por
ejemplo, un maltratador, sería razonable que no le dejaran
ver a su hijo. En ese caso, lo normal es que el propio juez lo
impidiera.
En este estudio se señalan como comportamientos
clásicos de un progenitor alienador, por ejemplo: rehusar
pasar las llamadas telefónicas a los hijos, organizar
actividades con los hijos durante el período que el otro
progenitor debe ejercer su derecho a visita, desvalorizar e
insultar el otro progenitor delante de los hijos, etc. En fin,
comportamientos que todos los que nos dedicamos a esto podemos
reconocer.
A pesar de su exhaustividad, en el artículo no se
hace referencia a la influencia de la familia
extensa de los padres: tíos, sobrinas, primos y, sobre
todo, abuelos del menor. Suegros y suegras demasiado proclives a
interferir.
Una de las dificultades importantes en las propuestas
del artículo es que, aunque fuera posible identificar al
padre-madre alienador, para cuando esto ocurre, el otro
progenitor (el bueno) ya se ha ido maleando. Es decir, interviene
el también en la rueda descalificatoria y acaba, por
venganza o por desesperación, incumpliendo acuerdos. Para
colmo, la familia extensa de uno u otro complicará la
situación.
Respecto al abordaje del problema, Podevyn plantea la
intervención de la justicia y la
obligación del conyugue alienador de hacer una terapia con
profesionales especializados. En Cataluña, aquí y
ahora, esto no está contemplado. La ley
orgánica 9/2002 en su artículo 225 bis prevé
castigar al que dificulte o incumpla el régimen de visitas
(hasta con penas de prisión) pero no se contempla la
obligación de hacer terapia.
Esta misma ley, si bien en
sus presupuestos
es positiva, plantea dos dificultades. Una: para cuando el
progenitor al que dificultan las visitas del hijo se decide a
denunciar, el problema estará tan enmarañado que
será muy difícil dilucidar quien tiene
razón. Y dos: en el supuesto claro de que la justicia
restableciera el orden de visitas, incluso multando al progenitor
que tiene la custodia, esto no soluciona, per se, el juego de
manipulaciones que mantiene al hijo en el epicentro del
problema.
En su ponencia, "No quiero ver a papá".
Niños
que rechazan a sus padres", el psicólogo Ignacio
Bolaños da un enfoque, a mi entender, más exacto.
Si que tiene en cuenta las familias de origen y, sobre todo, no
pone el acento en si uno de los progenitores es o no el culpable,
sino en los juegos de
lealtades, manipulaciones, etc. que vivé el hijo en el
conflicto que
genera la separación de sus padres.
¿Podemos hacer algo los profesionales de ayuda
socioeducativa? Independientemente que uno de los conyugues entre
en un proceso
judicial para hacer valer sus derechos y en el caso de que
hayamos establecido una buena relación con los padres, el
problema es complejísimo.
Pensemos por un momento que ninguno de los dos quiere
hacer terapia o no está preparado para ello y deposita su
confianza en nosotros. La primera obligación seria la de
tener una visión amplia del problema, abrir foco, para
definir no solo si se trata de una alienación parental
(siguiendo con la terminología antes citada) sino para
identificar su sistema de
relaciones.
En relación al abordaje con el padre o la madre
que está al cuidado del hijo, tendremos que ver las
alianzas, secretos y manipulaciones que se están dando:
Seria oportuno legitimar su rabia hacia el otro cónyuge
(que seguramente será mutua) y, a la vez, trabajar por el
bienestar del niño y su necesidad de contacto con el otro
progenitor.
También seria importante el trabajo con toda la
familia extensa y la coordinación y colaboración con
otros profesionales (médicos, profesoras) que, en muchos
casos, toman partido por uno u otro bando.
Finalmente, y como esboza también Bolaños,
es interesante plantear la posibilidad de mediación
familiar, como espacio adecuado para desenmascarar todos los
"fantasmas" que aparecen en el si del conflicto.
25 de mayo
La psiquiatría y la psicología van
aumentado sus clientes. Recogen
datos, los
recopilan en un cierto orden y crean un síndrome
ahí donde antes solo había desorden y caos. Es
loable ese esfuerzo por inventar enfermos. Y, por supuesto,
después de concebir el síndrome, describen la
terapia que hace falta para curarlo y el profesional que tiene
que llevar a cabo la curación, que remite,
¿cómo no? al mismo profesional que la
descubrió: el terapeuta.
Contrato fijo, sin duda.
26 de mayo
La definición de la OMS (Organización Mundial de la Salud) de salud hace el juego a los
psiquiatras, y es que, según la OMS, todos estamos
enfermos.
2 de junio
¿Conflicto o enfermedad? ¿Educación
o terapia? He ahí la cuestión.
11 de junio
Hace unos días un psiquiatra infantil me
decía: "por favor decidles (a las escuelas y pediatras que
les derivan niños y
adolescentes)
que estamos colapsados, que no hacemos milagros, que solo echamos
una manita". Era solo un comentario al hilo de la confidencia
pero reflejaba, con rotunda sinceridad, la increíble
brecha abierta entre una demanda
desmesurada, sin sentido, y las respuestas que la
psicología y la psiquiatría pueden
ofrecer.
17 de junio
Entrevista con una joven de 16 años. Me explica
que tiene muchos problemas con sus padres, que esta harta y que
su deseo más inmediato es irse a vivir a
África.
A veces la anhelada y mitificada juventud es
también un lugar horrible. Tanto como para querer
desaparecer.
África, metáfora de un lugar en el mundo
alejado de nuestros demonios.
18 de junio
En cierta manera, también este diario es un viaje
a África.
20 de junio
Por un momento J y yo estábamos contentos. Una
señora (¿cliente, usuaria? uff! mi problema, ya
saben) a la que queríamos ver, pero que nos esquivaba
continuamente, nos pidió una entrevista.
Últimamente reconozco que estas situaciones me dan una
cierta alegría. Años atrás sometía a
la gente a un marcaje pertinaz, a una insistencia agobiante
(seguimiento le llamaba) para que viniera al servicio.
Cualquier plantón lo vivía como un pequeño
fracaso. Lo más parecido a un amante
despechado.
Ahora (¿experiencia, formación, sentido
común?) ya no voy detrás de la persona. Si tengo
oportunidad le ofrezco mis servicios y siempre dejo la puerta
abierta y libertad para
volver a verme o no (a no ser que se trate de menores en una
situación de desamparo o situaciones parecidas), sin
chantajes, sin remordimientos, sin culpas. Esto tiene sus
riesgos claro:
que el usuario no vuelva a aparecer.
Pero también he comprobado que esta labor
requiere su tempo. Muchos de los que habían
desaparecido, de repente acuden al servicio. Han
comprobado que hablaba en serio, que de verdad pueden obviarme
cuando quieran, que en realidad soy totalmente prescindible en
sus vidas y, entonces, la posibilidad de trabajo con ellos es
infinita, la confianza mutua. De alguna manera ese tempo
ha creado una demanda.
21 de junio
Decía ayer que mi compañero y yo
estábamos contentos pero la satisfacción se ha
vuelto agridulce. La señora de marras viene a hacer una
demanda económica. Es lo único que le interesa,
tanto que estará incluso dispuesta, a poco que le
apretemos, a hacer todo el trabajo socioeducativo que le
propongamos. De momento, claro. Justo hasta que cobre su
recompensa y no le volvamos a ver el pelo.
Por supuesto su petición es totalmente
lícita, y su sinceridad es de agradecer. Pero aquí
me gustaría hacer un parón. Tengo, lo reconozco,
una dificultad respecto a las ayudas económicas o materiales que
ofrecemos: El problema de conjugar esas ayudas con el trabajo
educativo que puedo ofrecer.
Es decir, ¿se puede estar decidiendo que ayudas
dar o no, se puede hacer eso, mientras se pretende hacer un
trabajo educativo? ¿Es compatible? ¿No interfiere
una cosa en la otra?
No estoy planteando si el gestionar ayudas o no, compete
a los educadores y/o trabajadores sociales. En ese caso se
trataría solo de luchar para que las gestiones que no nos
correspondan se resuelvan en un plano puramente administrativo. Y
punto.
No, no es tan sencillo. El problema es que en servicios
sociales estamos siempre dispuestos a incorporar y legitimar
teóricamente cualquier supuesto que se debe solamente a
una pura y dura falta de recursos.
Es decir, no solo aceptamos que nos toca hacer, de
momento, simples tareas administrativas y burocráticas
sino que le damos un corpus teórico y así decimos
cosas como: que esas ayudas enganchan al usuario al
servicio (si, como una garrapata), que sirven para trabajar
objetivos
(¿porque parecen más bien chantajes?)
etc.
En mi experiencia he visto como esa indefinición
frente al usuario, ese estar frente a un profesional del que
depende una subvención u otra, dificulta y vicia
más mi relación con el, el vínculo. Claro
que igual es un problema exclusivamente mío.
También desde el punto de vista del usuario se
trata de una cuestión de respeto hacia el: Podría
pedir una ayuda que por derecho le corresponda y cumplir los
requisitos delante de una administración, sin chantajes, ni medias
verdades. La separación pura y cristalina entre
profesionales de trabajo socio-educativo y, por otro lado, la
gestión
de subvenciones económicas.
Un momento, me hago un café con leche, desnatada,
por eso del colesterol, y sigo.
Yo también he pensado a veces que una beca de
libros o de comedor es una herramienta para trabajar, pero mi
experiencia me dice que cuando ese tipo de trámites se han
derivado hacia gestores administrativos no ha pasado
absolutamente nada.
Los educadores respecto a las trabajadoras sociales
tenemos una ventaja: de momento no tenemos que hacer tantos
trámites y podemos dedicarnos exclusivamente al trabajo
educativo.
Pero esto puede tener una contrariedad a corto plazo:
quedarnos sin clientes. Porque
la gente no viene a los servicios sociales tanto a pedir ayuda
educativa como ayuda económica.
De entrada, esto es una situación de
vértigo y tendremos que buscar nuevas formulas que generen
demandas educativas. A mi se me ocurren dos: Una, ampliando el
servicio a TODA la población (pero a toda la población de verdad, si, si, a esos, los
clasificados como no "usuarios de servicios sociales") y, dos,
haciendo un trabajo pedagógico de explicar la
profesión mediante proyectos educativos, talleres,
escuelas de padres, etc.
Es decir, que la persona tuviera claro, de una vez por
todas, que se dirige a un servicio socioeducativo de calidad
(como quien va al médico, al psiquíatra o al
podólogo). Se establecería un lenguaje
más claro y sincero por parte del usuario y el
profesional.
En fin, como muchos otros temas que abro, no tengo una
idea definitiva al respecto. Simplemente intento ir contra la
inercia del día a día y poner en cuestión
pilares que parecen inamovibles en mi
profesión.
30 de junio
Una persona viene a vernos y agradece nuestro trabajo.
Dice, más o menos, que su vida ha mejorado en parte por la
intervención que hicimos en su día.
Muchas gracias, ¡pero ha tardado usted seis
años en cambiar!
Está claro que una de las asignaturas pendientes
en esta profesión es la evaluación, pero, ¿como demonios
hacer el seguimiento de una persona durante tantos años y
con tanto cambio de
profesional?
En fin, aunque tengamos que mejorar y aplicar
técnicas evaluativas, el asunto es que los proyectos
educativos dirigidos a los que tienen una desventaja social, las
entrevistas de
ayuda personal, nuestras acciones, en
fin, deben hacerse por una cuestión de justicia social y
no solo por una estimación de resultados. Deben hacerse
porque deben hacerse, porque la gente tiene derecho a tener una
oportunidad, aunque no quiera aprovecharla. Es decir, deben
hacerse independientemente de su capacidad de prevención,
que siempre me ha parecido un término entre lo
médico y lo esotérico.
8 de julio
Entrevista con la locura.
Cuando se va, deja la puerta entreabierta y yo me quedo
con mi cordura zarandeada. Indefensa.
14 de julio
Algunos amigos de la profesión me hablan muy bien
del libro Amarse con los ojos abiertos de Jorge Bucai. A
M. también le ha gustado mucho. Se trata de un terapeuta
de la escuela
gestáltica.
Ya veremos.
18 de julio
El libro no está mal, pero reconozco que no he
podido acabarlo, ni lo acabaré.
La obra, aunque de ficción y escrita en forma de
novela, es en
verdad un manual de las
relaciones entre personas y especialmente de la relación
de pareja. Nada que objetar, aunque no me guste ese tono de libro
de autoayuda en el que está escrito. Me ha recordado un
poco (el estilo) a Pablo Coelho, por lo demás otro
escritor muy venerado por algunas amigas con las que, es
evidente, no coincido en gustos literarios.
Creo que era mí admirado Carl Sagan el que
decía que, aunque fuéramos lectores empedernidos,
no podríamos leer en nuestra vida más que una
ínfima parte de todos los libros que existen. Así
que el único secreto está en hacer una buena
elección. Lo siento Bucai, tienes muchos admiradores,
seguro que no
me echarás en falta.
Además, y en eso si que soy un poco bicho raro,
cuando más de tres o cuatro personas me recomiendan
encarecidamente un libro que les ha entusiasmado siempre lo
empiezo con cierto recelo. ¿Elitista? ¿Pedante? No,
solo bicho raro, ya digo.
Un café con hielo
después.
Pero además de cómo está escrito,
el libro de Bucai me aburre por su contenido, lo cual no quiere
decir que no tenga su utilidad
práctica en las relaciones de pareja (¿borro esto
último o no lo borro? ¡Dios! Mis amigos no me
recomendarán jamás otro libro, lo
presiento).
Es decir, puedo suscribir todo lo que dice sin
ningún problema, estoy de acuerdo en como define el
conflicto, la necesidad del respeto mutuo, el no querer cambiar
al otro, etc. En fin, no quisiera parecer pretencioso, pero es
que todo eso de la pareja ya lo sabia. Uno ya tiene una cierta
experiencia, aunque no la aplique siempre a rajatabla.
Para ser del todo justos, las bases para tener una
relación armoniosa se pueden encontrar en el libro del
argentino pero, a estas alturas, me interesan más otros
abismos del amor: El
conflicto insalvable, la delgada línea entre el odio y
el amor, la
devastadora crueldad del tiempo, de los cuerpos destruidos, los
obscuros entresijos del deseo. Encuentro mucho más claves
para entender nuestra complejidad de seres humanos en autores
como Kureishi o Kundera (que no son especialistas en ninguna
escuela terapéutica, pero si lúcidos observadores).
Creo que en Intimidad de Kureishi o en La insoportable
levedad del ser de Kundera hay muchas más
posibilidades de entenderse uno mismo, sus contradicciones y
miserias.
En fin, ¿supo alguien más de pasiones, de
arrebatadas verdades, de traiciones, de psicología, que
Shakespeare?
¿Alguien lo explicó mejor? Pues eso.
19 de julio
En algunos talleres de la escuela de verano de Servicios
Sociales vuelve a discutirse sobre si los educadores tienen que
hacer trabajo de calle o de despacho.
Por favor, tantos años de profesión, tanta
universidad,
tanto camino andado y ¿todavía seguimos con esto?
¿De verdad que los debates, en el siglo XXI, de esta
maldita profesión han de ser, todavía, tan
patéticos?
Me duele el estomago. Este debate es
totalmente caduco y aburridísimo.
Hay quien le molesta que los educadores sociales podamos
tener hoy un cierto estatus, un despacho como dios manda, un
horario decente, una practica reflexionada y profesional, un
trabajo comunitario riguroso, una cualidad en las intervenciones,
un respeto al usuario y a lo que se le ofrece.
No tienen ni idea.
Hay quien todavía defiende que volvamos a los
setenta o a los ochenta. Quieren que barramos a los que
están en las calles porque en el fondo les molestan,
quieren que hagamos el juego a la
administración que debería poner más
recursos en los barrios degradados y menos misioneros, quieren
que trabajemos desde el instinto, quieren engañar al
cliente con sus bondades y su buen rollito.
Lo defienden desde su poltrona universitaria, eso si.
Dios mío, que profesión.
Hay quien sugiere que volvamos a las
catacumbas.
Pues que se queden en ellas, si tan a gusto se
encuentran.
20 de julio
En España el
debate sobre
la educación podría tratar sobre algunas de sus
asignaturas pendientes. Por ejemplo, como trabajar las
capacidades artísticas en las aulas (música, teatro, etc.),
como enseñar unas matemáticas divertidas, como mejorar las
capacidades oratorias de los alumnos, la capacidad de debatir, de
ser crítico, de tener un criterio propio.
Pero no señor, en España, en el día
de hoy, en el siglo XXI, el gran debate político versa
sobre la obligatoriedad de la religión y la
necesidad de recuperar símbolos identitarios
españoles en las aulas. La unidad de la historia,
dicen.
Un nacionalismo
españolista y rancio quiere inundar las
escuelas.
País.
Por la tarde, después de un café con leche
y dos cubitos de hielo que intentan atajar un calor pegadizo
e insoportable:
La identidad.
Hace unos años pedí una excedencia y estuve
viajando tres meses por Chile. Antes
del viaje había leído a Bruce Chatwin y su
esplendido libro En la Patagonia así que, queriendo
emularlo, ingenuo de mi, y con unas botas, una tienda de
campaña y comida para una semana, me puse a recorrer el
parque nacional de Torres del Paine, un increíble lugar de
lagos, montañas que parecen cucuruchos de diferentes
colores,
glaciares inmensos y, según me contaron unos guardas del
parque, temibles pumas de colmillos afilados.
Durante el trayecto solo me cruce con cinco
excursionistas como yo, un par de rusos y tres norteamericanos.
Así que, dado mi escaso conocimiento
del inglés,
en el cuarto día de mi viaje por el gran parque,
todavía no había hablado con nadie. Completamente
solo en la inmensidad patagónica.
Uno de esos días, descansando en mi tienda,
escribía mi diario. Un diario más personal e
íntimo que este.
Anochecía. Me puse el forro polar, mientras
miraba afuera desde mi tienda, feliz por estar muy cerca del fin
del mundo. Acampado sobre el lago Grey veía navegar, como
barcos de papel helado,
inmensos trozos de hielo desprendidos del glaciar.
Pensaba sobre lo que había dejado en casa. A
miles de horas y de kilómetros no es tan fácil
registrar lo que has dejado atrás. Los rostros se
desdibujan y todo es confuso. Pero lo que aparece, por contraste
con lo poco importante, se hace más nítido,
más querido si cabe, más hiriente.
Lugares. Lo que yo recordaba en esos momentos, como algo
donde yo me reconocía, era una cierta orografía que
me hace sentir cómodo. Cataluña: un buen sitio
donde vivir. El Montseny, los bares de Barcelona, la
luz de
Cadaqués. Mis recuerdos rompían límites
geográficos y también se me aparecían,a
salto de mata, como terrenos sentimentales a recuperar, las
excursiones por los Pirineos, la belleza de Navarra, los
bellísimos campos riojanos recorridos en bicicleta,
Marruecos, Chile y, como
no, las suaves lomas verdes de Galicia salpicadas de aldeas.
Lugares con una cierta música, un olor, una textura de
pulpo, pan con tomate y albariño.
Personas. Aparecían rostros, como una
constelación que me cercaba y mecía. Mis padres,
mis hermanos, mi compañera, cuatro o cinco amigos.
Paisajes humanos.
Quizás podría sentirme confortable en
cualquier lado si pudiera llevar conmigo esa constelación
de amor formada por ellos. Quien sabe.
Todo ello, los lugares y las personas, daban forma a mi
identidad, una
cosmología diversa construida con sus diferencias y sus
semejanzas. Mi pequeño gran universo
confortable, en continua transformación.
Desde entonces lucho porque ningún
político interesado me diga cómo está hecha
mi identidad.
Mi identidad. Única, personal. Inexplicable,
si.
25 de julio
La justicia ha condenado a TVE por su tratamiento
informativo en la última huelga
general. El siete de mayo, en este diario, yo no andaba tan
desencaminado.
1 de agosto
Hoy empiezan mis vacaciones. El mes de julio ha
terminado siendo, en contra de lo habitual, bastante complicado.
Entrevistas,
planes ocupacionales, casos de violencia doméstica. Todo
ello aderezado con un calor que
licua los informes, funde los ordenadores y explota en las sienes
provocando un sudor que, sin pedir permiso, mana por mis axilas y
se desliza sibilinamente por los pies.
Cada año tengo la sensación de hacer, en
el último momento, un sprint al borde de lo soportable,
sabiendo que en la meta me espera
el premio de un mes sanador.
Para mi las vacaciones son lo más parecido a
aquellos días en que, siendo un niño, me quedaba en
casa sin ir al colegio; febril, envuelto en mantas, con un tebeo
en una mano y un vaso de leche caliente con miel en la otra. Un
oasis de felicidad.
4 de septiembre
Durante las vacaciones no he escrito nada, no quiero
aburrir a nadie que pueda leer esto con mis aventuras veraniegas:
¿Qué tal las vacaciones? Muy bien ¿Cortas
no? Ya lo creo. Pero se le cargan a uno las pilas,
¿eh? Pues, eso, que no quiero aburrir a nadie.
A la vuelta he leído los inevitables
artículos de cada año sobre la depresión
postvacacional y las recomendaciones para evitarla.
En mi caso más que depresión
sufro lo que yo llamo un "trastorno nostálgico" que dura
dos o tres días. Y es que cuesta olvidar como se come, se
descansa y se mira el mar en la Costa da Morte o en el
edén de Zarauz.
5 de septiembre
Ser educador social puede ser terrible y extraordinario,
monótono y apasionante, a veces es todo eso y a veces es
nada. Que sea una cosa u otra depende de elementos externos (el
sueldo, el jefe, los usuarios, el espacio de trabajo, el horario,
etc.) y de la perspectiva que cada uno tiene. En lo que a mi
respecta hace tiempo que decidí que el trabajar con
personas es algo apasionante y un privilegio, aunque a veces,
muchas veces, demasiadas veces, te den ganas de mandarlo todo a
paseo.
No es que me guste trabajar pero si trabajo en lo que me
gusta.
6 de septiembre
Estos últimos días he hablado, por primera
vez, con los nuevos regidores de servicios sociales de los
ayuntamientos donde trabajo.
Antes de irme de vacaciones hubo elecciones municipales.
Todo el proceso electoral, con su constante y agotador bombeo de
información, me produjo tal
saturación que no me apetecía escribir sobre la
cuestión. Quizás ahora, con la distancia, se me
ocurra decir algo
Por la tarde
El asunto de la distancia, o, mejor dicho, la falta de
ella, es una de las dificultades que tiene el trabajo social y
también el periodismo.
En el periodismo la inmediatez que exige dar la noticia
al segundo impide recabar la suficiente información y consultar todas las fuentes.
Los telediarios, esos magazines apresurados de la actualidad, han
hecho un dogma de la mentira más perversa que difunde la
televisión: que una imagen vale más que mil
palabras.
Si, es verdad, la ilusión óptica
de la imagen, su atracción y, porque no decirlo, el poco
esfuerzo que nos implica a los espectadores, hacen aparecer todo
nítido, suave, sin indigestiones. Pura mayonesa light.
Pero en verdad nada se nos dice acerca de los motivos, la
historia, las consecuencias, los interrogantes o las personas que
conforman esa noticia.
En los servicios sociales también nos presionan
para dar respuestas inmediatas. La presión
puede ser tan fuerte que acabamos exigiendo a las familias
cambios acelerados, o tomando medidas drásticas e
inoportunas. Nuestro trabajo, por el contrario, exige distancia
para madurar las intervenciones y para conocer a las
personas.
Se trata de una distancia también física y
emocional. Si uno no se aleja lo suficiente de los hechos
después de haberlos vivido, si se queda ahí,
implicándose hasta los huesos y no se es
capaz de apartarse unos metros y unos días, corre el
riesgo de que
todo se difumine.
Prueben a ponerse la palma de la mano en la
nariz.
8 de septiembre
Hoy ha sido un día muy tranquilo. Yo
también lo estoy. Me noto relajado, con buen color de cara, el
efecto vacacional todavía dura. Poco a poco la cara
irá somatizando las horas mal dormidas, las entrevistas
infinitas, el agarrotamiento de conducir, el cansancio de
escuchar. Poco a poco, el rictus se tornará más
cansino. Pero eso no se notará hasta marzo, por lo
menos.
Más tarde:
Políticos. De momento los tres concejales de
servicios sociales que he conocido (cada uno de un municipio)
auguran una buena sintonía. Pero, como el rictus de mi
cara, que va cambiando con los meses, habrá que esperar
también a marzo para hacer un primer balance.
De concejales de servicios sociales hay,
básicamente, de tres tipos, sean hombre o
mujer:
En primer lugar está el regidor responsable de la
concejalia que asume. Busca una buena sintonía con sus
técnicos, los motiva y les exige a la vez. Se pelea con su
equipo de gobierno para que
su área sea fuerte en el ayuntamiento, con un presupuesto
importante y no una mera comparsa. Quiere un buen equilibrio
entre necesidades de sus ciudadanos, proyectos de sus
técnicos y presupuestos
del ayuntamiento.
Luego está el regidor fantasma. Es el que
desaparece por completo y ya no le vuelves a ver el pelo en toda
la legislatura. Te vuelves imbecil buscándolo y te da
largas mientras tu te preguntas, preso de los nervios, porque
diantre dirige un área que le trae sin cuidado. Cuando
suele aparecer, tarde, a destiempo y sin disculparse, cuando
suele aparecer, digo, entonces mete la pata hasta el
fondo.
En tercer lugar está el regidor intervencionista,
omnipresente, sabelotodo, chulo. Suele decir, sin reservas y como
perdonándote la vida, que el si que sabe de lo social, que
le vas a explicar. Alguna vez, quizás, ostentó
algún cargo de vete a saber qué. No respeta lo
más mínimo a sus técnicos, te dice
qué y como debes hacer tu trabajo, tiene siempre un no por
respuesta. Se carga equipos y proyectos a diestro y siniestro,
reinventando la pólvora. En fin, el que hace más de
técnico frustrado que de político.
En mi camino como educador social he tenido regidores de
todo tipo. Propongo un juego de rol que se llame: En busca del
buen concejal. Piensen en su ciudad. Métanse en la
piel de cada
uno de estos tres políticos y luego intenten llevar a
cabo, con cada uno, una política
social coherente. Tranquilos, si con alguno la cosa no sale
bien se encontrará usted echándole la culpa a los
demás, eso será un rasgo definitorio de su
personaje.
9 de septiembre
Hay oasis televisivos que nunca decepcionan. Hoy he
visto un programa sobre la lectura en
el canal 33 que se llama Alexandria. Es de las pocas veces que he
disfrutado con un programa de televisión sobre
libros.
Entrevistaban a Alfred Bosch que, además de
novelista, es un gran experto en África. Le escuche hace
tiempo en una conferencia muy
interesante donde hablaba de una África alejada de los
tópicos más manidos. Hablaba de esa África
que no se hunde, donde un potencial humano y natural
impresionante lucha por salir a flote. Otro autor, Kapuscinski
escribió en su día Ébano, una obra
maestra que acabo de leer, imprescindible para entender al
continente vecino y a las personas que vienen de el para
quedarse.
La entrevista a Alfred Bosch utiliza los cánones
visuales actuales. Es decir, continuos movimientos de
cámara, diferentes enfoques, interrupciones para presentar
otras cosas, etc. Se supone, que todo eso no aburrirá al
espectador. Es lo moderno y en el fondo me gusta. Pero no
hacen falta tantos artilugios. El secreto sigue siendo un buen
entrevistador y un invitado con cosas interesantes que decir.
Supongo que por eso disfruto con las entrevistas
lánguidas, visualmente monótonas pero apasionantes,
que Joaquin Soler Serrano hacia a personajes como Julio Cortazar o
Dalí en un antiguo programa de la televisión, en
blanco y negro, que se llamaba A fondo y que se puede
conseguir en las bibliotecas.
16 de septiembre
Usuarios de servicios sociales. También llamados
coloquialmente nuestros usuarios.
Clientes, pacientes, público, turistas, usuarios.
Cada profesión define a las personas a las que atiende y
reflexiona sobre ellas.
Para nosotros el concepto
Nuestros Usuarios no designa solo a la persona que va a
los servicios sociales. No. Para educadores y trabajadoras
sociales, Nuestros Usuarios es toda una categoría,
subliminal si se quiere, pero categoría al fin.
Nuestros Usuarios, pensamos en privado, son unas personas
con unas características determinadas: una cierta
manera de vestir más bien sencilla, un lenguaje
más bien pobre, una procedencia más bien
sospechosa, una actitud
más bien sumisa.
Por eso cuando alguien viene al servicio y no
está cortado bajo ese patrón nos permitimos decir
que no es como Nuestros Usuarios. Es decir está
ahí casi por accidente y no volverá
más.
Muchos servicios sociales están también
hechos, ¡como no! a la medida de Nuestros Usuarios:
Despachos de segunda mano, locales en la ruina, luz tenebrosa,
etc. Es decir les atendemos conforme a su
categoría.
Un café después:
A medida que los servicios sociales se modernizan y
ofrecen una atención profesional y cualificada, usuario
del servicio puede ser cualquiera. También, claro, las
personas sencillas y sumisas, pero no solo ellas. Eso nos
incomoda. No nos acabamos de acostumbrar a tratar con alguien que
reivindique sus derechos, que nos exija, que
proteste, que tenga dignidad a pesar de su pobreza.
Estábamos más cómodos en nuestro papel de
dominadores. Es comprensible, dado nuestra vocación
original de pastores de rebaños.
Pero habrá que ir educándose.
No es algo que se solucione sólo con un código
ético de conducta, es algo
que va más allá. Se trata de la visión que
tenemos del mundo y de nosotros mismos. Se trata de ver si la
piedra que llevamos sobre nuestras espaldas de educadores
sociales, una piedra hecha de normas sociales,
convenciones de grupo y leyes de
mayorías es demasiado pesada para defender al individuo.
Si respetamos su unicidad o lo aplastamos definitivamente en la
masa.
Abrir los servicios sociales, dirigirnos a toda la
población, tirar ya el lastre histórico del
paternalismo.
Para ello hay que empezar a ser intolerante con algunos
temas que parecen los menos importantes. Estoy hablando de la
necesidad de trabajar en buenos despachos, aireados, con paredes
bien pintadas para que uno no se deprima al entrar. No es
sólo una cuestión de confort (que también),
es algo simbólico. Un lenguaje cuidado, una
atención exquisita. Estoy hablando de IMAGEN, si. Marketing o
como quieran llamarlo, eso tan denostado por nosotros,
idólatras de lo cutre.
Sólo así nos haremos visibles. Sólo
así nos mirarán.
20 de septiembre
En un reportaje aparecido en El País el
periodista John Carlin dice:
"El peligro de la institucionalización de la
ayuda alimentaría es que crea dependencia de los
países desarrollados (…) el resultado es que la
gente se limita a esperar sentada en toda
África".
También Philip Gourevitch en su estupendo libro
Queremos informarle de que mañana seremos asesinados
junto con nuestras familias, acerca del asesinato masivo de
tutsis en Ruanda en 1994, señala que la acción
humanitaria se utilizó como vehículo de
acción política
convirtiéndose en parte activa (y a veces lucrativa) del
conflicto. Ante las palabras de un cooperante de ACNUR (Alto
Comisionado de las Naciones Unidas
para los Refugiados) diciendo que el sólo estaba en Ruanda
para hacer, no para pensar, Gourevitch apunta si
"no pensar, sólo actuar" no se asemeja demasiado a la
actitud mental
de un mercenario.
También en nuestra sociedad la
actitud paternalista y asistencialista de administraciones y a
veces de voluntariosas personas, vuelve pasivas a los
receptores de esas ayudas. Paradójicamente, les impide
crecer.
En ese ayudar antes de que el otro pida ayuda, en ese
imposibilitar que el otro también pueda dar y no
sólo recibir, en tanto sacrificio desinteresado hay
demasiada mala conciencia.
23 d’octubre
Reunión agotadora en una escuela. Teníamos
diferentes puntos de vista a la hora de trabajar con una
familia.
Algunos profesores, con una ansiedad por otra parte
comprensiva en alguien que ve a los niños cada día,
nos presionaban en cierto modo para que tomásemos medidas
más drásticas (en última instancia, el
ingreso de los niños en un centro).
Hace unos años vi la película Lady Bird
Lady Bird del director Kean Loach. En ella se hace una
crítica durísima a los servicios sociales de la
etapa tatcheriana. Secuencia a secuencia, los encargados de
proteger a la familia, van arrancando uno a uno los niños
a su madre de una manera injusta y desproporcionada.
Supongo que el señor Loach se documentó
bien sobre los desmanes de la administración
británica en aquel momento. Como director comprometido que
es resulta normal que sea crítico con el poder. Cosa que
alabo.
En la extraordinaria película Hoy empieza
todo de Bertrand Tavernier, un profesor se erige en salvador
de familias ante la inoperancia de los servicios
sociales.
También salimos malparados en el cine español ya
sea por acción o por omisión.
He disfrutado con estas películas, como
espectador y como educador, porque para mi la crítica
siempre es un acicate para ser mejor profesional. Lo que pasa es
que mi experiencia en la atención primaria es totalmente
contraria a la que relata el señor Loach en su
película. No es esto ningún reproche a esa
película es sólo que, de vez en cuando y sin que
sirva de precedente, nos merecemos un reconocimiento al trabajo
bien hecho. Se que queda feo felicitarse uno mismo pero, en mi
caso, no creo que haya riesgo de autocomplacencia.
Como decía, he trabajado en algunos casos de
menores donde se daba una cierta negligencia por parte de los
padres y donde vecinos y, a veces, otros profesionales
ejercían una presión
brutal para ingresarlos en un centro. En esos casos, en los que
no se trataba de un desamparo (lo cual justificaría una
medida de ese tipo) pero si de una situación familiar
crítica, lo más fácil es quitar la tutela y
la guarda a los padres. No es lo más adecuado ni lo
más profesional, sin duda, pero si, lo más
fácil. Son decisiones con las que se cubre uno las
espaldas y se duerme a pierna suelta.
Pero uno elige ser un profesional, se traga los miedos
infundados y se la juega. Se trata de elegir entre trabajo
socioeducativo (con la incertidumbre que eso representa) o
maltrato institucional, entre protección a los menores o
chapuza.
Después toda esa presión a la que me
refería puede hacer que no duermas bien algunas noches, a
pesar de que la decisión sea la correcta y la haya tomado
un buen equipo profesional (y el nuestro lo es).
Todo esto también podría dar para una
buena película.
De todas formas, como decía, estamos agotados por
la reunión. Satisfechos pero agotados. Se que
llegaré a casa y repasaré una y otra vez los
momentos más críticos de la reunión,
aquellos en que no estuve acertado, aquello que tenia que haber
dicho y se me escapó. Lo que coloquialmente llamamos no
desconectar.
Por la tarde, un cielo limpio y
radiante.
A pesar de todo, uno tiene sus defensas:
Prélude à l’après-midi
d’un faune, de Debussy, desde mi equipo de
música, en el sofá. Cierro los ojos. En algunos
pasajes la música me lleva en volandas, meciéndome
entre cielos perfectos y criaturas del bosque.
En La Mer, Debussy me hace viento, agarra mis
pensamientos y los lanza violentamente contra el acantilado. Te
calma, te zarandea, te duerme, te hace mar.
La música, hablando de certezas
epidérmicas. Tan inasible y a la vez tan
humana.
La música, un goce resiliente, lamiendo las
heridas.
27 de octubre
Continuamente, ese ente que llamamos opinión
pública necesita nutrirse de chivos expiatorios con
los que explicar sus dolencias y su mala uva. Ayer eran las drogas o la
juventud, hoy son los inmigrantes. El poder se ocupa de alimentar
la bilis del vox populí juntando y confundiendo, en
todos sus discursos, los
términos inmigración e inseguridad
ciudadana. Al fin y al cabo, el poder consiste en hacer
interiorizar como nuestros sus propios delirios.
Hay un elemento que siempre homologa esos chivos
expiatorios en toda la historia: La
pobreza.
Los pobres se erigen así en víctimas y
culpables al mismo tiempo.
5 de noviembre
Reunión de ÀGORA. ÀGORA es un grupo
de profesionales formado por una psicóloga y una pedagoga
del EAIA (equipo de atención a la infancia i
adolescencia),
dos trabajadoras sociales y un educador de atención
primaria, que nos dedicamos a reflexionar, leer y escribir sobre
temas de nuestra profesión. Nos reunimos una vez al mes y
ya hemos participado en varios congresos. ÀGORA nos
permite romper la falsa dicotomía entre teoría y
praxis. Un oasis necesario.
10 de noviembre
Cuando entrevisto a un padre o una madre y le hablo
acerca de su responsabilidad en algún asunto relacionado
con sus hijos ellos responden que es cierto, que son
culpables de lo que ha pasado. Responsabilidad o culpa,
siempre tengo que aclarar este entuerto antes de seguir con
la
entrevista.
La responsabilidad remite a la libertad del individuo, a
su posibilidad de elección ante diferentes opciones.
Cuando a alguien se le hace responsable también se le abre
una puerta de esperanza: puesto que fue responsable en su
día de una determinada negligencia, es responsable
también (por tanto tiene la fuerza, la
libertad, la capacidad) de actuar de otra manera.
La sociedad (nosotros en su representación) debe
ofrecer diferentes opciones. Ni que decir tiene que mientras
más justa, democrática y abierta es una sociedad,
más opciones plantea.
El cambio siempre es posible desde esta óptica.
A alguien que se le hace responsable se le legitima para
actuar.
La culpa, por el contrario, paraliza. Con la culpa solo
se desarrollan los remordimientos de conciencia que
minan el interior de la persona y le imposibilitan cualquier
posibilidad de cambio. La culpa obliga al pago de una deuda en
forma de castigo. El castigo, cuando no es la multa o la
cárcel, remite a un castigo interior: el
resentimiento.
Nietzsche, que ha hurgado como nadie en la raíz
etimológica de los conceptos culpa y mala conciencia
señala como estos nacen con las religiones, especialmente la
cristiana. La mala conciencia, esa deuda no saldada, germina de
la represión de los instintos que al no poderse
desarrollar hacia fuera, se vuelven hacia dentro. Este
resentimiento interior está en el origen del alma
en el
hombre.
La mala conciencia es la fuente de donde nacen todos los
sacrificios personales, todo el mal dirigido hacia uno
mismo, toda la represión, el masoquismo, la penitencia del
hombre. Después la iglesia
cristiana se encargará de ensalzar en los altares el
sacrificio personal en la Tierra en
aras de conseguir una meta ideal: el paraíso
eterno.
Culpa, individualidad, el bien y el mal. Nosotros, tan
cargados de moral y de
buenas intenciones tenemos una cita obligada con Nietzsche el
solitario, el vitalista, el psicólogo que mejor nos
conoce.
13 de noviembre
Con una cita de Nietzsche
termino la primera parte de este diario: "Hay que apartar de
nosotros el mal gusto de querer coincidir con muchos".
Sera Sánchez