El Arte de
Utamaro
Impresor y pintor, uno de los mejores representantes
de la escuela Ukiyo-e,
en japonés ´pinturas del mundo flotante´. De
nombre original Kitagawa Nebsuyoshi, fue muy reconocido por sus
vigorosos retratos de sensuales bellezas
femeninas.
Nació en 1753 en una pequeña ciudad de
Japón,
y pronto se marchó a Edo, actual Tokio, ciudad en la que
murió el 31 de octubre de 1806.
En Edo, con el nombre de Toyoaki, comenzó a
pintar y a realizar originales grabados de mujeres.
También se dedicó al cultivo de los temas de la
naturaleza y
publicó gran cantidad de libros
ilustrados, entre los que Gahon chusen (Los insectos, de 1788) es
uno de los más conocidos.
Alrededor de 1791 Utamaro abandonó los
diseños naturalistas para la
ilustración de libros y se
concentró únicamente en la realización de
retratos de mujeres de la clase alta, frente a la
elaboración de grupos femeninos
habitual en la tradición de la escuela Ukiyo-e,
y las escenas galantes y eróticas que reflejaban los
animados barrios de placer de Edo.
En 1804, en la cima de su éxito,
realizó algunas pinturas que representaban a la esposa y
las concubinas del dictador militar Toyotomi Hideyoshi, las
cuales fueron consideradas como insultos a la dignidad de
Hideyoshi y juzgadas como sediciosas por el shogunato Tokugawa.
Fue castigado a prisión y a permanecer esposado durante
los cincuenta días de su cautiverio. La experiencia lo
marcó emocionalmente y terminó su carrera como
artista.
En su obra destaca la gracia y la elegancia de sus
diseños, el delicado tratamiento que realiza del personaje
y de la expresión, y por la calidad
técnica que adquiere en la elaboración de sus
sigilografías, donde consigue increíbles
transparencias en el tratamiento de los ropajes.
En sus sutiles dibujos de
cortesanas y mujeres de los barrios de Edo, Utamaro fue fijando
los prototipos del encanto femenino en todos sus aspectos. Fue
tan popular y reconocido su domino del género que
artistas contemporáneos de la talla de Hokusai eludieron
el tratamiento de estos temas, de forma consciente, para evitar
la comparación.
Sus bellos diseños, interpretados con mayor
audacia y voluptuosidad que en el delicado estilo creado por el
grabador Harunobu, establecieron nuevas formas y modelos tanto
en la moda como en
la pintura.
Utamaro alcanzó enorme éxito y
popularidad, motivo por el cual sus últimos grabados de la
década de 1800 perdieron calidad en
beneficio de una mayor producción. Ejerció una enorme
influencia en posteriores grabadores.
Escuela de arte
japonés, llamada ´pintura del
mundo flotante´. Es el género de
pintura más representativo del periodo Tokugawa
(1603-1867). Se desarrolla desde finales del siglo XVII,
alrededor de 1680, como una evolución lógica
de la escuela fûzokuga, que había popularizado los
temas de género, y se extiende hasta mediados del siglo
XIX, 1868, inicio de la época Meiji. La principal
técnica utilizada por esta escuela fue la de la
xilografía, grabados reproducidos en bloques de madera de
cerezo por expertos artesanos. Los temas giran en torno al mundo
del teatro, el
kabuki, los baños, las casas de citas, las prostitutas, y
en general los barrios de placer de las grandes
ciudades.
Los precedentes de la escuela Ukiyo-e datan de 1650,
cuando empezaron a popularizarse en la pintura los temas de
género, los libros ilustrados, especialmente asociados con
las guías populares de entretenimiento, la shunga
(´estampas de primavera´) o los libros
eróticos.
La pintura de género, fûzoku-ga,
elaboró en sus obras una conciencia sobre
las dificultades de la vida diaria a lo que contrapuso los
placeres del mundo secular, de esta contraposición
nació en Ukiyo-e, la representación del mundo
flotante. Las raíces de fûzoku-ga están
latentes en las primeras pinturas de yamato-e, de hecho los
rollos narrativos de los siglos XII-XIV recogían imágenes
de la vida diaria de nobles y de gente corriente, pero el paso a
una decidida pintura cotidiana, es decir el paso de yamato-e al
fûzoku-ga, se produjo en el siglo XVI. Las escenas que
comienzan a representarse son momentos, más que de la vida
cotidiana, de diversión, y panorámicas de ciudades.
La expresión estereotipada de esta pintura de
género dio paso a la escuela Ukiyo-e, que recogía
las experiencias pasajeras de los barrios de placer de Edo y de
otros núcleos urbanos.
El grabado recogió la temática de esta
escuela llevándola a sus más altas consecuencias
artísticas. Los temas comunes incluyeron cortesanas y
prostitutas famosas, agentes del kabuki y escenas bien conocidas
de juegos del
kabuki, eróticas, de los baños y de las casas de
citas.
En ellas se parodian los proverbios budistas sobre la
inconstancia y la transitoriedad de la naturaleza de las
cosas. La técnica más utilizada fue la
xilografía, que consiguió cubrir la extraordinaria
demanda
existente de grabados. Se llegaron a realizar hasta 10.000 copias
de un mismo tema.
El estilo es una mezcla de la narrativa realista del
emaki producido en el período de Kamakura y el estilo
decorativo maduro de los períodos de Momoyama y de
Tokugawa. Con algo de realismo, con
el tiempo
incorporó la perspectiva occidental. A pesar de que
existían diferencias, todos sus miembros pintaban con la
misma técnica, dentro de un mismo estilo.
Como se ha señalado más arriba, Ukiyo-e
floreció entre 1680 y mediados del siglo XIX. Suzuki
Harunobu (1725?-11770), Kitagawa Utamaro (1753-1806), Katsushika
Hokusai (1760-1849), Sharaku (apogeo 1794-95) y Andô
Hiroshigue (1797-1858) están entre sus mejores
representantes.
Su desarrollo
coincide con el próspero periodo Edo (1600-1868), cuando
las editoriales adoptaron las técnicas
de impresión desarrolladas en otros países, que
producían en masa imágenes a
buen precio para
los mercaderes urbanos y los gremios que florecieron bajo el
auspicio de la dinastía Tokugawa.
Ukiyo-e creó un mercado de
ilustraciones de moda,
calendarios, tarjetas de
felicitación, libros ilustrados, guías de viaje y
de entretenimiento, pornografía y material que promocionaba el
teatro kabuki,
los burdeles, los salones de té y restaurantes
frecuentados por los ciudadanos del periodo Edo.
Hishikawa Moronobu es considerado como el primer representante de
la escuela Ukiyo-e. Alrededor del año 1680, este pintor e
ilustrador revolucionó la técnica del grabado
adaptando las técnicas
de la pintura tradicional a la xilografía; produjo
más de 100 libros ilustrados y alrededor de 50 shunga,
así como numerosas pinturas, periódicos y vistas de
plazas famosas.
La transición de las impresiones de dos
colores fue
realizada por Okumura Masanobu. Pero la madurez de este estilo
llegó con las impresiones en policromía, en la
década de 1740; a partir de 1765 Suzuki Harunobu
perfeccionó la técnica de las impresiones
polícromas, utilizando distintas planchas de madera por
color que se
estampaban en una misma obra. En ese año los calendarios
de este artista encargados por los poderosos clubes de poesía,
diseñados con motivos eróticos y ricamente
policromados, causaron un gran escándalo. Estos nishiki-e
marcaron un hito y el inicio de la edad de oro del Ukiyo-e que, a
partir de este momento, tuvo sus mejores obras en las estampas
individuales impresas.
Los continuadores de Harunobu dieron una gran difusión a
la estampas de Ukiyo-e, en las que utilizaron nuevas
técnicas como la incorporación de la mica para
conseguir brillantes fondos o la inclusión de papeles con
texturas. Se desarrollaron también composiciones marcadas
por la grandeza y la monumentalidad de la representación.
La esencia del estilo del Ukiyo-e fue incorporada en los trabajos
de Utamaro, de Hokusai, y de Hiroshige durante el siglo
XVIII.
Sin duda el artista más destacado es Utamaro
Kitagawa. Sus sutiles dibujos de
cortesanas y mujeres de los barrios de Edo, en los que Utamaro
fue fijando los prototipos del encanto femenino en todos sus
aspectos y en los que consiguió una calidad técnica
admirable, contienen increíbles transparencias en el
tratamiento de los ropajes.
Con Katsushika Hokusai, el Ukiyo-e inició una
nueva temática gracias a sus Treinta y seis vistas del
monte Fuji (1823). Las vistas de paisajes, la utilización
de la perspectiva occidental y la inclusión del azul
prusiano son propias de este autor.
Después de este momento culminante, en el siglo XIX el
Ukiyo-e abandonó su refinamiento y la calidad
técnica de sus seguidores se hizo mucho más
deficiente; los diseños fueron más vulgares y las
composiciones más toscas, en parte debido a la gran
demanda de
grabados. Los entendidos más exigentes estuvieron a favor
del surimono (material impreso), diseños elegantes
impresos en papel de alta
calidad, utilizados para regalos u objetos de papelería
que a menudo incorporaban estilos artísticos fuera de la
escuela Ukiyo-e. Esta escuela fue suprimida en 1868 con la
solemne restauración del poder del
emperador, periodo conocido como Meiji.
Desde siempre los japoneses son conocidos por su
extrema sutilidad a la hora de dibujar, su finura y su
refinamiento. Como prueba de esta sutileza encontramos algunas
obras hechas con acuarela sobre seda, con unas líneas
finísimas y gran minimalismo: muy pocos elementos y una
sabia disposición de los mismos. Los cuadros
requerían de una laboriosa realización. Era un
proceso muy
arduo y muy lento. Los monjes sintoístas dibujaban
bosquejos a grafito sobre papel de arroz
(parecido al pergamino) y elegían los colores para su
obra; por cada color, cada tono,
se precisaba una tablilla de cerezo sobre la que se daba la
impresión. Luego esa tablilla se imprimía sobre el
papel de arroz, el soporte definitivo, utilizando algo muy
parecido a lo que sería nuestro tórculo, pero
enteramente de madera. Había que repetir el proceso tantas
veces como colores se quisieran incluir en la obra. No es de
extrañar que apreciemos unas composiciones con
mínimos colores y gran simplicidad.
Una gran belleza compositiva domina el cuadro.
Realizado con tinta china y
pigmentos para teñirla sobre papel de arroz. Es de suma
sutileza, de gran preciosismo. Los Hiten junto a la literatura tradicional
japonesa son los últimos testigos, la última
reminiscencia de una cultura que
poco a poco va olvidándose y perdiéndose en
la memoria de
los japoneses.
El Japón
actual es un país acelerado, la vida en las grandes urbes
es frenética, es algo enloquecedor. El paisaje se ha
tornado de acero y cristal y
la zona de Kantô (zona
urbanizada de toda la costa de Tokyo) más parece un
paraíso fiscal
americano. Pero no hay que olvidar que Japón mantuvo su
sistema de
sociedad
feudal, de samuráis a caballo con espadas hasta bien
entrado el siglo XVIII (entorno al 1754).
Mientras los países occidentales pasaban de
los mosquetones a los revólveres, de los revólveres
a los cañones y de los cañones a los buques de
guerra,
Japón seguía en 1719 con Katanas sin ganar en una
guerra a
China.
La política de apertura
al exterior que adoptó la nación
Japonesa, (antes dividida en reinos feudales) al comienzo del
siglo XIX fue decisiva para el rápido crecimiento que ha
sufrido este país. Pero volvamos a la vida en los
monasterios de la provincia de Kansai en 1720.
La obra budista también es el vivo reflejo del
modo de vida que llevaban estos monjes sagrados. Una vida de gran
espiritualidad y austeridad. Austeridad que se ve reflejada
constantemente en los dibujos que hacían.
Aquí tenemos el precioso dibujo "Okita
de la casa del té de Naniwaya", también de Utamaro
siguiendo con la línea que antes hemos
explicado.
Su línea, siempre característica, es ligera y acertada.
Siempre mantiene un grosor constante, jamás se interrumpe,
no presenta rayado ni manchas. Los dibujos mantienen su finura,
las líneas recorren magistralmente los contornos. Es un
dibujo de
tintas planas sin matices. Son unas pinturas
exquisitas.
Aquí tenemos un boceto realizado por Hokusai
de un guerrero a caballo.
Podemos ver las anotaciones y arrepentimientos que
hizo el autor sobre la obra inconclusa.
El suscitado interés
que despertó el arte asiático en los continentes
occidentales atrajo a muchos pintores románticos,
fauvistas, expresionistas y de infinidad de movimientos a
representar motivos exóticos y orientales.
Pablo Picasso dijo
en alguna ocasión que los japoneses dibujan como
respiran.
Una composición de Kitagawa Utamaro que vienen
a resumir las características antes expuestas. Fue
perfeccionando su técnica de representar los ropajes y las
transparencias en la pintura son obras por antonomasia de la
cultura
tradicional japonesa.
El erotismo en Utamaro tiene una gran importancia. En
el momento que encontramos numerosas obras de carácter
erótico entre su producción. Estas obras a menudo encargadas
expresamente desde palacio, hay que entenderlas desde un punto de
visto no cristiano, quiere decir, el cristianismo
el Europa evitaba a
toda costa tratar la sexualidad
explícitamente. O todo lo que insinuara o sugiriera tal
tema. Ejemplo de ello lo tenemos en los paños de gloria
con los que cubrieron las irrepetibles obras de Miguel
ángel u otros autores renacentistas. El budismo es
diferente, el sintoísmo es diferente en el momento que
aceptan una pluralidad de Dioses. La sexualidad se
entiende de otro modo. El tema de la sensualidad está
inherente, si nos fijamos, en casi la totalidad de su
obra.
En el Japón tradicional tenemos las concubinas
por ejemplo, en contraste con una sociedad
cristiana enteramente monógama.
Junto a estos dibujos encontramos breves notas
explicativas lo que nos induce a pensar que la naturaleza de
estas obras, su origen, no era del todo decorativo. Son obras muy
evocadoras que a cualquiera pueden recordar de inmediato al
famoso Kama Sutra.
El arte japonés ha evolucionado junto con sus
gentes y sus costumbres, aunque existe un gran contraste entre
tradición y modernidad; fruto
de una sociedad que ha sufrido un adelanto demasiado
rápido.
Las nuevas técnicas se dejan notar en casi
todos los ámbitos, la informática, el aerógrafo, las
nuevas herramientas
son susceptibles de ser usadas.
Asimismo Japón ha recibido toneladas de
influencia occidental, casi preferentemente americana. El arte
abstracto, término que muchos no acaban de encajar, las
tendencias occidentales o el arte europeo; son bamboleos mentales
que reciben los japoneses día a día. No es de
extrañar que la tradición no haya tardado en
quedarse atrás. De todos modos lo que más
abundantemente hacen los japoneses es contar historias; y
qué historias, sólo hay que parar un momento y
prestarles atención para darse cuenta de
cuántas cosas tienen por contar.
El misterioso y exótico Japón feudal:
un auténtico filón de cuentos,
mitos y
leyendas, a
cada cual más interesante y evocadora suele ser un tema
recurrente para una gente que en mayor o menor medida echa de
menos sus raíces y poseen un fuerte sentimiento de unidad
y en algunas ocasiones de rechazo por lo extranjero, lo
extraño y ajeno a ellos. Esta cerrazón sólo
comparable a la que sufrieron los egipcios no hace si no aumentar
el interés
que todos sentimos por una cultura tan desconocida y tan poco
dada a dejarse conocer.
Carlos Jesús Pérez
Domínguez