En esta monografía
me refiero a algunos de los inmigrantes y exiliados franceses
–reales o de ficción- que llegaron a la Argentina. Ellos
fueron evocados en testimonios, memorias,
biografías, obras literarias y
películas.
Llegaron franceses. Fueron arquitectos, ingenieros,
pintores, fotógrafos,
cantantes, profesores. "Pioneros de Esquel, viñateros en
Cuyo, ganaderos en La Pampa y en Azul, fundadores de ingenios en
Tucumán, molineros en Córdoba y Santiago del
Estero, productores de yerba mate en Misiones. Agricultores en
Entre Ríos, en Santa Fe y en Pigüe. Criaron ganado
vacuno y ovejas, plantaron cereales, trigo, maíz,
legumbres, árboles
frutales y vid. Cultivaron el suelo, sirvieron
a la Patria y agrandaron nuestro patrimonio
espiritual" (1).
Así se los recuerda en testimonios, memorias,
biografías, obras literarias y
películas.
En 1857, el bayonés Carlos Sourigues escribe en
la Colonia San José, en Entre Ríos, una carta al General
Urquiza, en la que le informa: "Los colonos llegaron ayer a este
punto: todo están en tierra y se
ocupan en hacer sus ranchitos para esperar los primeros
días; mientras concluyo de distribuir el terreno les he
hablado. Venían algo desanimados por lo que habían
visto en el Ibicuy pero cuando vieron las tierras que iban a
poseer se llenaron de alegría; están muy conformes;
los he hallado pacientes. La mayor parte de las familias son
buenas; hay algunas medio regulares pero en general los hombres
son buenos y robustos. Es entre las mujeres que se encuentran
algunas viejas que poco podrán trabajar si no es en el
hogar doméstico. Según me han informado deben estar
en camino y tal vez han llegado a Buenos Aires otro
número igual de familias y creo que si deben hacer parte
de la colonia se debería evitar que fuesen al Ibicuy; a
más, los colonos que están aquí me han dicho
que creen que el señor Don Martín Schafter que es
el que los ha conducido desde Europa hasta el
Ibicuy va a venir aquí como Director de la colonia; me han
hecho presente que dicho Señor los había tratado
muy mal y que no podían conformarse con estar nuevmente
bajo sus órdenes. Esto es una queja general que he tratado
de aquietar. (…) Estoy en medio de una Babilonia, pero hasta
ahora todo va muy bien, personas y pacientes; creo en el buen
éxito
de la colonia por la cual haré todo empeño y para
que marche todo bien creo preciso que el Sr. Marty se ponga a la
cabeza; es inteligente en la materia y
querido de los colonos; él está aquí; pero
me ha dicho que no sabe como no tiene instrucciones ninguna ni yo
tampoco a ese respecto, desearía que Ud. me dijese lo que
crea conveniente" (2).
El francés Alejo Peyret, Director de la Colonia
San José, sostiene que para fundarla "Se ha aceptado
apresuradamente todo cuanto se ha presentado, con la única
condición de ser católico. Se han hecho adelantos
de ingentes cantidades a familias desprovistas de todo, y que
presentan muy pocas garantías de reembolso. Por decirlo,
se ha gastado mucho dinero sin
necesidad. Digámoslo de pasada. Es imposible que una
familia a
quien se han adelantado todo los gastos de viaje,
en término medio 500 pesos, la cual por consiguiente tiene
que recibir aquí los demás adelantos en terreno,
animales,
nutrición,
etc., es decir 500 pesos más, es imposible que esta
familia abone
estas cantidades en las condiciones y al interés
del 18% y en el término de cinco años, que ha
estipulado el agente de S.E. (…) Suponiendo igual capacidad
para el trabajo un
colono protestante debe ser preferido al católico. El
católico (yo mismo he nacido católico, pro en el
Siglo XIX ya no merecen consideración alguna las distintas
religiones)
necesita llevar consigo todo un culto, un sacerdote, una iglesia. Si es
sincero, si es ferviente y no tiene todo aquello consigo o muy
cerca, necesariamente su conciencia debe
sufrir mucho. Pero en una colonia naciente, que no tendrá
a principio sino algunas pobres familias, ¿cómo
mantener un culto tan costoso? ¿Cómo pagar un
sacerdote? ¿Cómo comprar los objetos sagrados?
¿Cómo edificar una iglesia cuando
uno no tiene qué comer? Al contrario, el protestante lleva
su libro, la
Biblia, y basta con eso. Póngasele en un desierto, en
medio de una selva, él leerá cada noche un trozo a
su familia, y ya está hecha la instrucción
religiosa. Cualquier jefe de familia es sacerdote y cualquier
casa es un templo. Es menester confesar que bajo este aspecto, la
religión
protestante es más cómoda y menos
costosa" (3).
Pablo Lantelme, piamontés afincado en la misma
colonia, sostenía: "Los feligreses de la Iglesia de la
Colonia, como los de Colón, son: o franceses, o italianos,
o suizos, o alemanes con algunos españoles. Todos
entienden el castellano y lo
hablan tan bien que mal; sin embargo, en la Capellanía
(San José), siempre se predica en lengua
francesa y en Colón siempre se ha predicado en lengua del
país. Desde ya, predicar en lengua francesa no deja de ser
una anomalía, como lo voy a demostrar y probar. (…) Para
el bien general, creo y afirmo que es necesario que la
predicación de la Divina Palabra se haga en lengua
castellana, o por lo menos, que se predique dos domingos seguidos
en castellano y uno
en francés, para no cortar de un solo golpe el sistema abusivo.
Los Capellanes (de San José) siendo franceses y poco
acostumbrados a hablar en lengua castellana, no faltarán
de alegar mil pretextos contrarios a lo que acabo de probar"
(4).
El pintor Fernando Fader nace "en Burdeos, Francia, en la
casa de su abuelo materno, Pedro Adolfo Bonneval, en la calle
Nauville 10, el once de abril de 1882". Ignacio Gutiérrez
Zaldívar escribe: "Fernando Fader en un reportaje que le
realizara el recordado José León Pagano en la
década del 20, manifiesta que es "mendocino", pese a que
había nacido en Francia y en
todos sus documentos y
partida de casamiento, figura como nacido en Buenos Aires.
Conoce Mendoza cuando contaba cuatro años y pese a vivir
tan sólo doce años en Mendoza, su amor y
cariño hacia la provincia le hacen manifestar que
él es mendocino" (5).
A los 101 años, María Trepicchio de Danna
recuerda: "Ah, la Primera Guerra se
sufrió mucho porque todos los inmigrantes tenían a
sus familiares en Europa". La ayuda
a los damnificados no se hizo esperar: "Con el Círculo de
Damas Francesas tejí para los soldados partidarios de De
Gaulle". Cuando la guerra llega a
su fin, también en la Argentina festejan: "la paz se
celebró con locura, en casa entonamos La Marsellesa aquel
día, con la bandera desplegada en el living"
(6).
Margarita Marc de Soto es hija de franceses afincados en
Alberdi. Acerca de ella escribe Carolina Muzi: "La cocina fue una
constante en su vida y las perdices en escabeche, una de las
especialidades más celebradas por familiares y amigos.
Pero Margarita no sólo las cocinaba: también las
cazaba" (7).
En Villa General Belgrano, Còrdoba, vive Pierre
Cottereau. En una carta fechada en
1997, manifestó: "si bien soy extranjero, no soy un
inmigrante. Lleguè a este paìs en calidad de
turista para conocer a unos familiares emigrados en 1889, entre
ellos mi abuelo materno que retornò a Francia en 1900 y
que no he conocido. Me quedè por pura casualidad, el haber
encontrado un trabajo provisorio que me lanzò hasta
independizarme; llegaba con el bagaje de òptico
tècnico industrial" (8).
En 1999, los alumnos del Liceo Franco Argentino Jean
Mermoz "exhibieron sus investigaciones
sbre la vida del piloto Jean Mermoz, que prestó su nombre
a la escuela". Daniel
Fédou, rector general de la institución,
expresó: "Fue una buena iniciativa porque los chicos no
conocen demasiado a Mermoz, un hombre muy
importante para la relación entre los europeos y los
americanos. Abrió numerosas rutas aéreas en
América
del Sur, que llegaron, incluso, hasta Río Gallegos"
(9).
Amadeo Jacques nació en París en 1813 y
falleció en Buenos Aires en 1865. "En Francia,
estudió en el Liceo de Borbón y en la Escuela Normal de
París; dictó clases en Amiens y Versalles y, a los
24 años, obtuvo el doctorado en Letras en La Sorbona. Poco
después se graduó como Licenciado en Ciencias
Naturales en la Universidad de
París. Luego de ejercer la docencia en otras instituciones
francesas, en 1852 se trasladó a Montevideo, Uruguay, y
más tarde se estableció en Entre Ríos, donde
se dedicó a la daguerrotipia y a la agrimensura. En 1858
fue nombrado director del Colegio de San Miguel de
Tucumán, donde desarrolló una obra renovadora de
los sistemas
pedagógicos. En 1860 se dedicó al periodismo,
publicando proyectos de
reglamentos sobre instrucción pública en diarios de
la provincia de Tucumán. Por ofrecimiento del
vicepresidente de la República, Marcos Paz, fue director
y, años más tarde, rector del Colegio Nacional de
Buenos Aires. En esa función
transformó la enseñanza, introduciendo las nuevas ideas
cientificistas que provenían de Europa y planeó
la
educación primaria, secundaria y universitaria. Fue un
renovador de la enseñanza en la Argentina" (10).
Miguel Canè nos ha dejado en Juvenilia (11)
testimonio de su admiración por Jacques. A las figuras del
grotesco enfermero italiano y los temibles quinteros vascos,
contrapone la grandiosidad del profesor, sìmbolo de la
inmigraciòn anhelada por los hombres del 80. Destaca su
loable acciòn académica: "El estado de
los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomó
su dirección el hombre
más sabio gue hasta el dia haya pisado tierra
argentina. Sin documentos a la
vista para rehacer su biografia de una manera exacta, me veo
forzado a acudir simplemente a mis recuerdos, que, por otra
parte, bastan a mi objeto. Amedèe Jacques
pertenecìa a la generaciòn que al llegar a la
juventud
encontrò a la Francia en plena reacciòn
filosòfica, cientìfica y literaria. La
filosofía se había renovado bajo el espíritu
liberal del siglo, que, dando acogida imparcial a todos los
sistemas, al lado
del cartesianismo estudiaba a Bacon, a Espinosa; a Hobbes,
Gassendi y Condillac, como a Leibnitz y a Hegel, a Kant y a Fichte,
como a Reid y Dugal-Stewart".
"De ahí había nacido el eclecticismo
ilustrado por Cousin, sistema cuya
vaguedad misma, cuya falta de doctrina fundamental,
respondía maravillosamente a las vacilaciones
intelectuales de la época. Jouffroy había abierto
un surco profundo con sus estudios sobre el destino humano,
algunas de cuyas páginas están impregnadas de un
sentimiento de desesperanza, de una desolación más
profunda, alta y sincera que las paradojas de Schopenhauer o los
sistemas fríamente construidos de Hartmann. Maine de Biran
dejaba aquellas observaciones sobre nuestra naturaleza
moral, que
admirarán siempre como los grandes caracteres de Shakespeare.
Villemain hacía cuadros inimitables de estilo y
erudición; Guizot enseñaba la historia que Thiers
escribía; la pléyade hacia versos, dramas y
novelas;
Delacroix, Scheffer y Gérome, pintura;
Clésinger y Pradier, estatuaria; Lamartine, Berryer,
Thiers, etcétera, discursos;
Rossini, Méyerbeer, Halévy, música, y Arago,
Ampere, Gay-Lussac, C. Bernard, Chevreuil, daban, a la ciencia
vida, movimiento y
alas. Amédée Jacques habíá crecido
bajo esa atmósfera
intelectual, y la curiosidad de su espíritu le llevaba al
enciclopedismo. A los treinta y cinco años era profesor de
filosofía en la Escuela Normal y había escrito,
bajo el molde ecléctico, la psicología más
admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro,
vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento
sereno, Ia lógica
inflexible y el método
perfecto. Hay en ese manual, que corre
en todas las manos de los estudiantes, páginas de una
belleza literaria de primer orden, y aún hoy, quince
años después de haberlo leído, recuerdo con
emoción los capítulos sobre el método y
la asociación de ideas".
"Al mismo tiempo, el joven
profesor se ocupaba en las ediciones de las obras
filosóficas de Fenelón, Clarke, etcétera,
únicas que hoy tienen curso en el mundo
científico".
"Pero Jacques no era uno de esos espíritus frios,
estériles para la acción, que viven metidos en la
especulación pura, sin prestar oído a los
ruidos del mundo y sin apartar su pensamiento
del problema, como Kant, en su cueva
de Koenigsberg, levantando un momento la cabeza para ver la
caída de la Bastilla, y volviéndola a hundir en la
profundidad de sus meditacioncs, como el fakir hindú que,
perdido en la contemplación de Brahma y susurrando su
eterno e inefable monosílabo, ignora si son los
tártaros o los mongoles, Tamerlán o Clive, los que
pasan como un huracán sobre las llanuras regadas por el
río sagrado Jacques era un hombre y
tenía una patria que amaba; quería que; como el
espíritu individual se emancipa por la ciencia y el
estudio, el espíritu colectivo de la Francia se emancipara
por la libertad.
Hasta el último momento, al frente de su revista La
libertad de
pensar, como al pie de la última bandera que flamea en el
combate, luchó con un coraje sin igual".
"El 2 de diciembre, como a Tocquevillc, como a Quinet,
como a Hugo, lo arrojó al extranjero, pobre, con el alma
herida de muerte y con
la visión horrible de su porvenir abismado para siempre en
aquella bacanal".
Evoca el exilio del francés: "Tomó el
camino del destierro y llegó a Montevideo, desconocido y
sin ningún recurso mecánico de profesión; lo
sabía todo, pero le faltaba un diploma de abogado o de
médico para poder
subsistir".
"Abrió una clase libre de física experimental,
dándole el atractivo del fenómeno producido en el
acto; aquello llamó un momento la atención".
"Pero se necesitaba un gabinete de física completo, y
los instrumentos eran caros".
"Jacques los reemplazaba con una exposición
luminosa y por trazados gráficos; fue inútil. La gente que
allí iba quería ver la bala caer al mismo tiempo que la
pluma en el aparato de Hood, sentir en sus manos la corriente de
una pila, hacer sonar los instrumentos acústicos y
deleitarse en los cambiantes del espectro, sin importarle un
ápice la causa de los fenómenos. Dejaban la
razón en casa y sólo llevaban ojos y oídos a
la conferencia".
"Un momento Jacques fue retratista, uniéndose a
Masoni, un pariente político mío, de cuyos labios
tengo estos detalles. Florecía entonces la daguerrotipia,
que, con razón, pasaba por una maravilla. Fue en ese
época que llegó, en un diario europeo, una noticia
muy sucinta sobre la fotografia, que Niepce acababa de inventar,
siguiendo indicaciones de Talbot. Jacques se puso a la obra
inmediatamente, y al cabo de un mes de tanteos, pruebas y
ensayos,
Masoni, que dirigía el aparato como más
práctico, lleno de júbilo mostró a Jacques,
que servía de objetivo, sus
propios cuellos blancos, única imagen que la
luz caprichosa
había dejado en el papel. Pero ni
la fotografía, que más tarde
perfeccionaron, ni la daguerrotipia, que lc cedía el paso,
como el telégrafo de señales al de electricidad,
daban medios de
vivir".
"Jacques se dirigió a la República
Argentina, se hundió en el interior, casóse en
Santiago del Estero, emprendió veinte oficios diferentes,
llegando hasta fabricar pan, y por fin tuvo el Colegio Nacional
de Tucuman el honor de contarlo entre sus profesores. Fueron sus
discípulos los doctores Gallo, Uriburu, Nougués y
tantos otros hombres distinguidos hoy, que han conservado por
él una veneración profunda, como todos los que
hemos gozado de la luz de su
espíritu".
"Llamado a Buenos Aires por el Gobierno del
General Mitre, tomó la dirección de los estudios en el Colegio
Nacional, al mismo tiempo que dictaba una cátedra de
física en la Universidad. Su
influencia se hizo sentir inmediatamente entre nosotros.
Formuló un programa completo
de bachillerato en ciencias y
letras, defectuoso tal vez en un solo punto: su demasiada
extensión. Pero M. Jacques, habituado a los estudios
fuertes, sostenía que la inteligencia
de los jóvenes argentinos es más viva que entre los
franceses de la misma edad y que por consiguiente podíamos
aprender con menor esfuerzo".
"Era exigente, porque él mismo no se economizaba;
rara vez faltó a sus clases y muchas, como diré
más adelante, tomó sobre sus hombros robustos la
tarea de los demás".
"Mis recuerdos, vivos y claros, en todo lo que al
maestro querido se refiere, me lo representan con su estatura
elevada, su gran corpulencia, su andar lento, un tanto
descuidado, su eterno traje negro y aquellos amplios y enormes
cuellos abiertos, rodeando un vigoroso pescuezo de
gladiador".
"La cabeza era soberbia; grande, blanca, luminosa, de
rasgos acentuados. La calvicie le tomaba casi todo el
cráneo, que se unía, en una curva severa y
perfecta, con la frente ancha y espaciosa, surcada de arrugas
profundas y descansando como sobre dos arcadas poderosas, en las
cejas tupidas que sombreaban los ojos hundidos y claros, de mirar
un tanto duro y de una intensidad insostenible; la nariz casi
recta, pero ligeramente abultada en la extremidad, era de aquel
corte enérgico que denota inconmovible fuerza de
voluntad".
"En la boca, de labios correctos, había algo de
sensualismo; no usaba más que una ligera patilla que se
unia bajo la barba acentuada y fuerte, como las que se ven en
algunas viejas medallas romanas".
"M. Jacques era áspero, duro de carácter,
de una irascibilidad nerviosa, que se traducía en
acción con la rapidez del rayo, que no daba tiempo a la
razón para ejercer su influencia moderadora. "No puedo con
mi temperamento", decía él mismo, y más de
una amargura de su vida provino de sus arrebatos irreflexivos. No
conseguía detener su mano, y entre todos los profesores
fue el unico al que admitíamos usara hacia nosotros gestos
demasiado expresivos. Un profesor se había permitido un
día dar un bofetón a uno de nosotros, a Julio
Landivar, si mal no recuerdo, y éste lo tendió a lo
largo de un puñetazo de la familia de
aquel con que Maubreil obsequió a M. de Talleyrand; otra
vez desmayamos de un tinterazo en la frente a otro magister que
creyó agradable aplicarnos el antiguo precepto escolar;
pero jamás nadie tuvo la idea sacrílega de
rebelarse contra Jacques. Bajo el golpe inmediato solíamos
protestar, arriesgando algunas ideas sobre nuestro carácter
de hombres libres, etcétera. Pero una vez pasado el
chubasco, nos decíamos unos a otros, los maltratados, para
levantarnos un poco el ánimo. ‘Si no fuera
Jacques!’… ;Pero era Jacques!".
Alfredo Cossón nació en París en
1820 y falleció en Buenos Aires en 1881. "Tras residir en
Bolivia,
llegó a la Argentina en 1854, con una máquina de
daguerrotipo (primer proceso
fotográfico de aplicación comercial). Vivió
en Salta, Tucumán y Buenos Aires y dictó cursos de
Historia y
Geografía
en el Colegio Nacional de Tucumán, que dirigía
Amadeo Jacques. El 5 de octubre de 1871, el presidente Domingo F.
Sarmiento lo designó miembro de la Comisión
Nacional de Escuelas y participó activamente en el
desarrollo de
los planes de reforma educacional. Su Curso completo de Geografía fisica,
politica e histórica de la República Argentina se
convirtió en libro de
texto
obligatorio en los colegios. Precursor de la fotografía
en el país, Cossón fue pionero del uso del
daguerrotipo en Salta, técnica que había aprendido
con Amadeo Jacques. Fue, además, rector del Colegio
Nacional de Buenos Aires durante 16 años" (12).
Cané relata el recuerdo que un
condiscípulo tiene de Cosson: "No hace mucho tiempo, al
entrar en una oficina
secundaria de la
administración nacional, vi a un humilde escribiente
cuyo cabello empezaba a encanecer, gravemente ocupado en trazar
rayas equidistantes en un pliego de papel. Como
tuve que esperar, pude observarle. Cada vez que concluía
una línea dejaba la regla a un lado, sujetándola
para que no rodara, con un pan de goma; levantaba la pluma, e
inclinando la cabeza como el pintor que después de un
golpe de pincel se aleja para ver el efecto, sonreía con
satisfacción. Luego, como fascinado por el paralelismo de
sus rayas, tomaba de nuevo la regla, la pasaba por la manga de
una levita raída, cuyo tejido osteológico
recibía con agrado ese apunte de negrura, la colocaba
sobre el papel y con una presión de
mano, serena e igual, trazaba una nueva paralela con
idéntico éxito.
Ese hombre, allá en los años de colegio, me
había un día asombrado por la precisión de
claridad con que expuso, tiza en mano, el binomio de Newton.
Había repetido tantas veces su explicación a los
compañeros más débiles en matemáticas que al fin perdió su
nombre para no responder sino al apodo de ‘Binomio’.
Le contemplé un momento, hasta que levantando e su vez le
cabeza, naturalmente después de una paralela
‘réussie’, me reconoció. Se puso de
pie, en una actitud
indecisa; no sabía la acogida que recibiría de mi
parte. Yo había sido nombrado ministro, no sé
dónde!, !y él!… Me enterneció y
lancé un: !!Binomio!! abriendo los brazos, que
habría contentado a Orestes en labios de Pílades.
Me abrazó de buena gana y nos pusimos a
charlar".
"-¿Y qué tal, "Binomio", cómo va la
vida?".
"-Bien; estuve,cinco años empleado en la aduana del
Rosario, tres en la policía, y como mi suegro, con quien
vivo, se vino a Buenos Aires, busqué aquí un
empleo y en
él me encuentro desde que llegamos".
"-¿Y las matemáticas? ¿Cómo no te
hiciste ingeniero o algo así? Tú tenías
disposiciones.."
"-Sí, pero no sabía historia".
"-Pero no veo, ‘Binomio’, la necesidad de
saber si Carlos X de Francia era o no hijo de Carlos IX para
hacer un plano".
"-Desengáñate, el que no sabe historia no
hace camino. Tú eras también bastante fuerte en
matemáticas; dime, cuantas veces, desde que saliste del
colegio, has resuelto una ecuación o has pronunciado
solamente la palabra "coseno"?
"-Creo que muy pocas, ‘Binomio’
".
"-Y, en cambio
(¡oh! !yo te he seguido!), en artículos de diario,
en discursos, en
polémicas, en libros, creo,
has hecho flamear la historia. Si hasta una cátedra has
tenido con sueldo, no es así?"
"-Si, ‘Binomio’ ".
"- Con que placer te oigo! ¡Ya nadie me dice
‘Binomio’ ! Y, sabes quien tuvo la culpa de que yo no
supiera historia? Cosson, tu amigo Cosson, quien tenía la
ocurrencia de enseñarnos la historia en
francés".
"-No seas injusto, ‘Binomio’: era para
hacernos practicar".
"-Convenido, pero no practica sino el que algo sabe, y
yo no sabía una palabra de francés. Así, la
primera vez que me preguntó en clase, se trataba de un rey
cuyo nombre sirvió mas tarde de apodo a un correntino que
para decirlo estiraba los labios una vara. Era muy
difícil".
"-Ya me acuerdo: Tulius Hostilius".
"-Eso es:. quise pronunciarlo, la clase se rió,
creo que con razón, porque, a pesar de habértelo
oído, no
me atrevería a repetirlo; yo me enojé, no
contesté nunca y por consiguiente no estudié
historia. ¡Animal! Así, mi hijo, que tiene seis
años, empieza a deletrear un Duruy. No hay como la
historia, y sino, mira a todos los compañeros que han
hecho carrera" (13).
"La vida y obra del padre Salvaire es desde hace tiempo
motivo de estudio de monseñor Dr. Juan Guillermo
Durán. Apasionado y comprometido con el tema, ha
emprendido una cuidadosa investigación recurriendo a archivos de
distinta naturaleza para
dar cuerpo a dos de los tres volúmenes dedicados a su
figura". El obispo se refirió en una entrevista a
la
personalidad que nos ocupa: "Salvaire llega en octubre en
1870, año de la fiebre amarilla. Viene destinado por la
congregación de los padres lazaristas como docente al
colegio San Luis Rey de Francia, en Buenos Aires, ubicado
entonces en lo que es hoy Paraguay y
Libertad, al lado de la Iglesia de las Victorias. Cuenta con 24
años y recién ordenado ha venido de Francia para
comenzar sus tareas en el colegio como docente. En 1872, dos
años después de llegar, cuando el arzobispo de
Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros, le
encarga a los padres lazaristas la atención del Santuario, el padre Salvaire
pasa a Luján hacia fines de ese año. El primer
párroco de los padres lazaristas es el padre Eusebio
Fréret; entonces Salvaire ayuda a Fréret en la
parroquia y comienza a desarrollar su actividad en Luján,
en el Santuario, con la atención pastoral; repara
también en la necesidad de restauración del antiguo
templo de Lezica y Torrezuri, sobre todo la cúpula, y
comienza a trabajar con el tema del hospital, la posibilidad de
un colegio y demás. Un año y medio más o
menos el padre está trabajando en Luján, hasta que
en diciembre de 1873 recibe una carta del provincial de los
padres lazaristas donde se le comunica que la congregación
lo destina al trabajo misionero con los indios en
Azul".
"Se forma un primer equipo compuesto por el padre Juan
Fernando Meister y Salvaire, dos lazaristas que en enero de 1874
se instalan en Azul para intentar evangelizar la tribu de
Cipriano Catriel, acantonada desde hace muchos años entre
Azul y Olavarría, en torno al Cerro
Negro, en un campo de aproximadamente 60 mil hectáreas que
había donado a la tribu Juan Manuel de Rosas".
"Un grupo de
indios vivía ya en Azul, más inculturados, que eran
indios de Catriel y de dos caciques menores que son Cachul y
Mayca, formando una especie de barrio indígena del otro
lado del arroyo Azul, camino a Tapalqué, en lo que se
llamó y hasta hoy conserva el nombre de Villa Fidelidad,
que es un repartimiento de pequeñas chacras que hizo el
general Escalada".
"Entonces, los padres tienen en Azul a un grupito de
indios que viven en Villa Fidelidad -incluso Catriel tiene casa
en Azul-; así que cerquita de Villa Fidelidad instalan su
escuelita para niños
indígenas y la capilla. El padre Salvaire cada 15
días o a veces todas las semanas, visita los ranchos, los
toldos del Cerro Negro".
"Para comprender un poquito estos libros que yo
he dedicado al padre Salvaire, es necesario tener en cuenta esto.
El primer libro de la trilogía que voy a dedicar al padre,
rescatando momentos fundamentales de su vida hasta su muerte, se
editó en 1998 y lleva por titulo El padre Jorge
María Salvaire y la familia
Lazos de Villa Nueva. Un episodio de cautivos en Leubucó y
Salinas Grandes. Transcurre entre 1866, que es cuando el
malón toma cautivos a doña Jacinta Rosales de Lazos
y a sus cinco hijos en Villa Nueva, Córdoba, cerquita de
Villa María, y son llevados a Leubucó por los
ranqueles, hasta l875 cuando el padre Salvaire visita las
tolderías de Namuncurá. El primer tomo es la
relación entre Salvaire y esta familia, porque Jacinta
Rosales es liberada con un hijo que tiene en las tolderías
en 1874 por el padre Donati; ella vuelve a su pueblo, Villa Nueva
y ahí comienza las gestiones para rescatar a sus cuatro
hijos, dos mujeres y dos varones. Precisamente, doña
Jacinta Rosales, sus hijos y el padre Salvaire son recordados en
un placa colocada en la Basílica, con motivo del
centenario del padre Salvaire".
"Doña Jacinta, ayudada por vecinos de Villa Nueva
viaja a Buenos Aires en busca de fondos para poder rescatar
a sus hijos, y a través de una persona amiga de
monseñor Aneiros, el vicentino José María
Lozano, logra ponerse en comunicación con el padre Salvaire en Azul.
Y entonces Aneiros le pide a Salvaire si alguno de los dos
misioneros podría hacer el viaje a Salinas Grandes. Con
él se podrían cumplir tres objetivos:
rescatar los hijos de esta mujer y otros
cautivos, en la medida que hubiese fondos: los indios no
pedían dinero, sino
trueque, objetos, por el valor
equivalente a determinada cantidad de dinero, como
platería, talabartería, yeguas, vacas, etc. Ese
sería el primer objetivo por
el cual se invita a los misioneros a ver si se animan a viajar a
las tolderías de Namuncurá en Chilhué,
ubicadas a 750 kilómetros de Azul, entre lo que es hoy la
ciudad de Macachín y General Acha. Segundo, para que el
misionero hablara con Namuncurá y lo aconsejara que
firmara cuanto antes un tratado de paz, porque si no la
solución armada -que es la que finalmente se llevó
a cabo-, se iba a precipitar; y tercero, para que
Namuncurá, como un modo de salvar un poco a la tribu,
aceptara la presencia de un misionero en señal de
protección".
"Cuando llega la carta del
arzobispo Aneiros, entre los dos misioneros deciden que
irá Salvaire, que era más joven y hablaba mejor el
castellano que el padre Meister, que era alemán y apenas
lo hablaba. Además, Salvaire tenía interés y
ya había aprendido a expresarse en araucano, así
que es él quien realiza el viaje".
"El primer tomo sería la radicación de los
misioneros en Azul, el comienzo del trabajo con la tribu de
Catriel y el viaje de octubre de 1875 a Salinas Grandes. El
valor del
libro reside además, en que por primera vez se publica su
diario y apuntes sobre el viaje de Azul a Salinas Grandes. El
libro está trabajado a partir del archivo del padre
Salvaire".
"El segundo tomo se inicia con el regreso del padre a
Azul en noviembre, después de un viaje de aproximadamente
23 días, cuando logra traer a tres de los hijos -uno
había escapado a Bahía Blanca y después se
reencuentra en Villa Nueva con su madre- y otros seis cautivos
más. Allí permanece trabajando con los indios de
Catriel a la espera de que Namuncurá diga sí a la
invitación del misionero, porque le dijo que lo iba a
pensar. El segundo tomo se llama En los Toldos de Catriel y
Railef. La obra misionera del Padre Jorge María Salvaire
en Azul y Bragado, y es el estudio detallado de los dos
años de misión del
padre Salvaire y Meister en Azul y un viaje que hizo Salvaire
para misionar en los meses de julio, agosto y parte de septiembre
en Bragado, en la tribu, también acantonada, del cacique
José María Railef".
"Ellos, tristemente, tuvieron que dejar la misión de
Azul en febrero l876 por haberse quedado sin indios: en la
Navidad de
diciembre de 1875, Azul es asolado por un malón que llega
hasta Benito Juárez, Tapalqué, que se llama el
Malón Grande por su magnitud. Los indios permanecen 12 o
13 días en la zona del Azul saqueando estancias, quemando
y tomando cautivos, y Namuncurá logra que Juan José
Catriel, que es el cacique porque a Cipriano lo asesinaron en
noviembre del `74, se subleve contra el gobierno -en ese
momento era presidente Avellaneda y ministro de Defensa Adolfo
Alsina-, deje Azul con toda la tribu y se vaya al monte pampeano.
Entonces los misioneros, de pronto se encuentran sin indios ya
que Juan José Catriel no quiso tampoco que los misioneros
siguieran a la tribu. Es así como los padres Meister y
Salvaire en febrero dejan Azul. Salvaire pasa a Luján otra
vez en 1876, y trae el propósito de cumplir el voto que le
había hecho a la Virgen cuando su vida corrió
peligro en las tolderías, en su viaje de octubre,
noviembre de 1875. Ante un serio peligro de muerte,
prometió que si la Virgen intercedía por su vida
escribiría la historia, contribuiría a la
difusión del culto e intentaría construir un nuevo
santuario que reemplazaría al de Lezica y Torrezuri.
Ahí comienza el tercer tomo que estoy tratando de
construir y que llevaría el titulo El Padre Jorge Maria
Salvaire en Luján. Cura y capellán del Santuario.
Ahí reconstruiremos el momento en que escribe la historia
de la Virgen de Luján que publica en 1884 en dos tomos,
las gestiones del padre para comenzar la construcción del nuevo santuario, su viaje
a Europa para lograr la coronación pontificia de la
Imagen, la
colocación de la piedra fundamental del Santuario, cuando
es nombrado párroco hasta su fallecimiento, el 4 de
febrero de 1899. Serían tres libros que abarcarían
la vida de Salvaire en la Argentina, desde su llegada, como
docente, misionero y luego cura y capellán de
Luján".
"Yo me propongo estudiar de manera científica su
vida porque creo que se dan las características fundamentales en su
personalidad
sacerdotal como para introducir su causa de beatificación.
Eso es lo que quiero demostrar, sobre todo en el tercer tomo;
después habría que ver quién asumiría
el proceso de
iniciar la causa. Yo creo que sí. El padre tiene
suficientes virtudes como para ser considerado santo. Pero todo
tiene un proceso; primero es necesario que alguien asuma el
estudio científico y serio de su vida. El perfil de su
vida sacerdotal y sus virtudes hacen pensar de que vivió
de tal manera la hondura del Evangelio, su compromiso, su gran
amor a la
Virgen. Eso posibilitaría intentar introducir el proceso
de beatificación, que tiene diversas instancias: primero
sería aquí en la Argentina y después una
segunda instancia en Roma. Como
ejemplo, le comento que una de las causas por las que está
demorado el proceso de beatificación del cura Brochero es
porque no había escrito una buena base histórica,
hubo que rehacer todo. Para evitar eso, he tratado de presentar a
quienes tienen que estudiar luego el caso, una panorámica
de la vida de él, demostrando que existen posibilidades"
(14).
En 1884, en el periòdico Sud Amèrica se
publica como folletìn La gran aldea Costumbres bonaerenses
(15), obra que Lucio V. Lòpez dedica a Miguel Canè,
su "amigo y camarada".
En esta obra aparecen franceses –tenderos y
clientas-, vistos desde la perspectiva de un escritor que
añora un pasado que no volverà. Lòpez
compara a los tenderos de antaño con los del presente:
"¡Y què mozos! ¡Què vendedores los de
las tiendas de entonces! Cuàn lejos estàn los
tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia
y los mèritos sociales de aquella juventud
dorada, hija de la tierra,
ùltimo vàstago del aristocràtico comercio al
menudeo de la colonia".
Recuerda a uno de aquellos tenderos criollos: "Entre los
prìncipes del mostrador porteño, el màs
cèlebre, sin disputa, era don Narciso Bringas: gran
tendero, gran patriota, nacido en el barrio de San Telmo, pero
adoptado por la calle del Perù como el rey del mostrador.
No habìa mostrador como el de aquel porteño: todo
el barrio junto no era capaz de desdoblar una pieza de
madapolàn y de volverla a doblar como don Narciso; y si la
piràmide misma le hubiera querido disputar su amor a
Buenos Aires, a la piràmide misma le habrìa
disputado ese derecho".
Describe la estrategia del
tendero para dirigirse a su clientela: "Don Narciso subìa
o bajaba el tono segùn la jerarquìa de la
parroquiana: dominaba toda la escala;
poseìa toda la preciosidad del lenguaje culto
de la època y daba el do de pecho con una dama para dar el
sì con una cocinera".
"Los tratamientos variaban para èl segùn
las horas y las personas. Por la mañana se permitìa
tutear sin pudor a la parda o china criolla
que volvìa del mercado y entraba
en su tienda. Si la clienta era hija del paìs, la trataba
llanamente de hija; hija por arriba e hija por abajo. Si
èl distinguìa que era vasca, francesa, italiana,
extranjera, en fin, iniciaba la rebaja, el ùltimo precio, el
‘se lo doy por lo que me cuesta’, por el tratamiento
de madamita. ¡Oh!, ese madamita lanzado entre 7 y 8 de la
mañana, con algunas cuantas palabras de imitaciòn
de francès que èl sabìa balbucir, era
irresistible. Durante el dìa, los tratamientos variaban
entre hija e hijita, entre tù y usted, entre madamita y
madama, segùn la edad dela gringa, como èl la
llamaba cuando la compradora no caìa en sus redes".
Eugenio Cambaceres era "hijo del químico
francés Antonino Cambaceres, establecido en el país
desde 1883 a instancias de Juan Larrea, y nieto del personaje de
igual nombre que durante la Revolución
Francesa presidiera la Convención. Una vez en la
Argentina Antonino Cambaceres invirtió la regular fortuna
heredada del padre en la compra de campos y pronto se
transformó en poderoso estanciero".
La novela En la
sangre
"comienza a publicarse en forma de folletín en el
Sud-América
el lunes 12 de setiembre de 1887 y continúa apareciendo en
forma ininterrumpida hasta el viernes 14 de octubre. Ya el
sábado 15, en la Sección Noticias, se anuncia su
aparición en un volumen de 300
páginas impreso en los mismos talleres del diario"
(16).
En esa obra, Cambaceres relata: "Existía en la
calle Reconquista, entre Tucumán y Parque, un llamado
‘Café de
los Tres Billares’, cuya numerosa clientela en gran parte
era compuesta de hijos de familia, empleados públicos,
dependientes de comercio y
estudiantes de la Universidad y de la Facultad de Medicina. Su
dueño, un bearnés gordo, ronco, gritón, gran
bebedor de ajenjo, pelado a la mal content e insigne disputador
de achaques en historia guerrera y de política,
tenía, leguleyo a medias él mismo, una
predilección marcada por los últimos. Iba, en su
profundo amor a la ciencia
representada para él por el gremio estudiantil, hasta
hacer crédito
a sus miembros de la hora de la mesa y del chinois en
épocas adversas de pobreza"
(17).
En Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal, tres
personajes discuten acerca de la nacionalidad de unos rufianes.
Un personaje afirma: "¡Esos caften son marselleses! (…) y
juró que los había visto a montones en las casas
del ramo, con sus galeritas melón, sus bigotes
mediterráneos y sus pesadas cadenas de oro". Otro
personaje sostiene que son polacos, y un tercero, que son
rumanos. Doña Venus emite un "fallo inapelable", cuando
dice "De todo hay, como en botica" (18).
En Frontera Sur, Horacio Vázquez-Rial describe la
llegada a la Argentina de Carlos Gardel y su madre: "Adormilada
por el traqueteo del carro y la monotonía del paisaje,
Berthe recordaba el agua espesa
del río. Charles dormía, envuelto en una manta no
muy limpia, encima de la carga informe del
vehículo". El hijo "era robusto, algo grueso, de piel muy
blanca y pelo recio, y tenía una voz clara y redonda.
Seguramente, era menor de lo que parecía" (19).
Mauro Apicella señala que "Tras la muerte de
Gardel se conocieron el testamento –hasta entonces guardado
en una caja de seguridad del
Banco de
Boston-, su nombre verdadero, Charles Romuald Gardes, la fecha y
el lugar de su nacimiento. Con la investigación que de allí se
desprende se descubre en Toulouse su certificado de bautismo y en
el Hospital de la Greve su partida de nacimiento"
(20).
Godofredo Daireaux es el autor de "Matufia", cuento en el
que aparece un personaje francés: "Después del
confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se
sentaron a la sombra de los preciosos aromas que rodeaban la
estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la
vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo
de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por
allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de
almorzar, había sido convidado por el dueño de
casa" (21).
"La escalinata de mármol (1852)" es uno de los
cuentos de
Misteriosa Buenos Aires, de Manuel Mujica Láinez. Lo
protagoniza Monsieur Benoit, de quien se dice que era en realidad
Luis XVII. En sus postreros instantes, el francés recuerda
su vida: "¿Cuánto dibujó!
¡Cuántos planos nacieron bajo sus dedos
hábiles! Desde que llegó a la Argentina, en 1818,
no cesó de dibujar. Dibujó flores y animales
extraños para el naturalista Bonpland; dibujó
bellas fachadas para el Departamento Topográfico:
edificios neoclásicos con frontones y columnatas, proyectos de
canales, de muelles, de puentes, un mundo fantástico
surgió de su pluma finísima, en la trabazón
aérea de las cúpulas, de las torres, de los arcos.
Antes, en Francia, había sido marino. Sirvió en las
cañoneras del Emperador y en las goletas del Rey. Antes
estuvo en muchas partes, en las Antillas, en Oriente, en Inglaterra, en
Calais… Antes… antes había una terrible enfermedad,
dolores agudos, una neblina que le sofocaba… Por más que
se afanara en despejar las sombras que envolvían a su
infancia, nada
conseguía ver. Sin duda aquella enfermedad esfumó
su memoria. Lo
único que como un solitario peñón
emergía en mitad del lago negro, era la escalinata de
mármol" (22).
En "El piola", Adolfo Pérez Zelaschi presenta a
un individuo que se quiere hacer pasar por francés:
"Monsieur Gastón lo esperaba en un barcito cercano, donde
la mayoría de los clientes se
ocupaban más o menos de lo mismo, en mayor o menor
escala, muchos
de ellos como simples comisionistas de ignotos monarcas del
mercado negro que
operaban desde lejos, más allá del bien y del mal.
Otros parecían trabajar por su cuenta, como este
indescifrable Gastón, que se hacía pasar por
francés acentuando algunas oes, pero que quizás era
griego, o persa, o portugués. Vestía siempre
anónimos trajes grises y usaba un eterno bastón, a
tal punto que los iniciados lo llamaban también Monsieur
Bastón. Según era fama, a veces lo había
manejado con destreza en el azaroso curso de su actividad"
(23).
El ingeniero civil Alfredo Ebelot nació en Saint
Saudens en 1837 y falleció en Toulouse en 1929.
"Secretario de redacción de la Revue des Deux Mondes,
publicación francesa dedicada a Europa y América,
se radicó en Buenos Aires en 1871. En 1875 dirigió
la construcción de la llamada ‘zanja de
Alsina’, pensada por el ministro Adolfo Alsina para
contener a los malones indígenas. Posteriormente
acompañó al general Julio A. Roca en la Conquista
del Desierto" (24).
Ebelot es el protagonista de "El francés de la
zanja", cuento de
María del Carmen García, quien escribe: "El
ingeniero Alfredo Ebelot llegaba con su andar de trancos largos,
sombrero de fieltro curiendo su rubia y rizada cabellera, botas
altas y un poncho pampa cubriendo el hombro izquierdo. El
francés se sumaba con frecuencia a beber unas ginebras y a
oír y narrar los avatares de un día más en
ese confín del mundo en América. Lo había
contratado el ministro Alsina, al que conoció en una cena
en casa de alguna de las familias distinguidas de Buenos Aires.Su
conversación franca y sencilla, su prodigiosa
imaginación y sobre todo su espíritu de aventura,
convencieron al ministro de Avellaneda de que ése era
el hombre
indicado para realizar su absurda cruzada contra el indio: la
construcción de una gran fosa de cien leguas de
extensión que detuviera las incursiones de los malones que
asolaban fortines y pioneros. Partiría desde Bahía
Blanca y sería completada con la construcción de
ochenta fortificaciones. Alsina, enfermo y exaltado, deseaba
sellar con una gran obra sus funciones como
ministro de guerra" (25).
En su poema "En el día de la recolección
de los frutos", Alfredo Bufano canta a la inmigración francesa: "Salud, hijos de las Galias
gloriosas/ que sabéis abrir surcos y leer a Ronsard,/
hijos de aquella tierra que oyó la voz de Hugo/ y que
derrama pródiga su vasta claridad./ ¡Salud, hijos del Arco de
Triunfo, hijos magníficos/ de la sabiduría y de la
libertad ¡" (26).
En el tango "Madame
Ivonne", escribe Enrique Cadícamo: " Era la papusa del
Barrio Latino/ que supo a los puntos del verso inspirar…/ pero
fue que un día llegó un argentino/ y a la
francesita la hizo suspirar.//Madam Ivonne,/ la cruz del sur fue
como un signo…/ Madam Ivonne,/ fue como el sino de tu
suerte…/ Alondra gris,/ tu dolor me conmueve;/ tu pena es de
nieve/ Madame Ivonne" (27).
César Fernández Moreno es el autor del
poema "Argentino hasta la muerte", en
el que se refiere a su condición de descendiente de
franceses: "a buenos aires la fundaron dos veces/ a mí me
fundaron dieciséis/ ustedes han visto cuántos
tatarabuelos tiene uno/ yo acuso siete españoles seis
criollos y tres franceses/ el partido termina así/
combinado hispanoargentino 13 franceses 3/ suerte que los
franceses en principe son franceses/ si no que haría yo
tan español"
(28).
En ¡Al campo!, comedia en tres actos de
Nicolás Granada, aparece una modista francesa de 15
años. La joven habla castellano con dejos de
francés, como se podrá observar en estas frases:
"Pardon, monsieur, pero yo no tieng la culp…", "Merci,
monsieur… La otr companier viendrá luego a probar los
vestids de las senioras", "Sí, monsieur, los vestids de
conciert" (29).
Armando Discépolo y Rafael José De Rosa
son los autores de Mustafá. En ese sainete, estrenado en
1921, don Gaetano destaca el clima amistoso
del conventillo, en el que viven franceses: "E lo lindo ese que
en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese
armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese;
francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco.
¿A qué parte del mondo se entiéndono como
acá: catalane co españole, andaluce co
madrileño, napoletano co genovese, romañolo
co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne
jauja. ¡Ne queremo todo!" (30).
Aller simple: Tres Historias del Río de la Plata
se estrenó en video en Buenos
Aires en 1998, en el cine Cosmos.
Es una coproducción francoargentina de 1994, de 82 minutos
de duración, codirigida por los franceses Noel Burch y
Nadine Fischer y el uruguayo Nelson Scartaccini –a quien
pertenece la idea original-, presentada por la productora
Cine-ojo, de
Marcelo Céspedes y Carmen Guarini.
Acerca de este film, escribió Diego Lerer: "El
documental ficción es un registro que
pocas veces encuentra salida comercial en la Argentina. Es por
eso que el estreno en video de Aller
Simple: Tres historias del Río de la Plata, un filme que
indaga en las peripecias de la inmigración en la Argentina y el Uruguay, es
motivo de celebración".
"Aller Simple (Pasaje de ida) elige un peculiar sesgo
narrativo para adentrarse en esta larga historia. La
cámara se planta fija en una calle cualquiera de Buenos
Aires y vemos pasar gente mientras una voz describe la dura
situación económica que atraviesa el país,
haciendo pie en el peso de la deuda externa
sobre cada uno de los argentinos. En un momento, la cámara
se detiene y quedan tres rostros, elegidos al azar, que nos
enfrentan. Dos hombres y una mujer. A partir
de esas caras, la película se adentra en las ficticias
historias familiares de cada una".
"Presuponen, los realizadores, que uno es
francés, el otro italiano y la tercera española. Y
arman mediante fotografías de época,
películas históricas del cine argentino (como Pampa
bárbara y Su mejor alumno) y material documental
antiquísimo, una suerte de rompecabezas de la
inmigración en la Argentina en el siglo que va de 1830 a
1930. Aller simple presenta, una por una, las historias
familiares. La del francés, que se convirtió en un
rico integrante de la Sociedad Rural;
el italiano, que se fue al Uruguay y le costó levantar
cabeza pese a la solidez económica comparativa de ese
país respecto del nuestro; y, por último, la
española, que se integró a la clase media
cuentapropista poniendo una carnicería".
"Si bien hay que tener en cuenta que es un material
francés y no puede dar ningún dato como presupuesto, a la
película no la favorece su excesivo didactismo y su algo
arquetípico dibujo del
trío de historias (reflejando, cada una, una diferente
clase social y una distinta extracción política).
Allí donde debería soltar la imaginación que
ha puesto en la selección
del material visual, la película prefiere ceñirse
al tono educativo, casi de material escolar".
Pero aún así, es un material de alto
interés, que consigue amalgamar –y esto es su
mérito más interesante- las pequeñas
historias con la gran historia, las penurias económicas
individuales con los grandes eventos sociales
y políticos de ese siglo. La historia de la familia
francesa, italiana y española es modificada por acciones como
la guerra de la Triple Alianza, la Campaña del Desierto,
la llegada del radicalismo, la gran crisis del 29
y el golpe militar del ’30".
"El gran mérito del filme, sin embargo,
está en conseguir que el espectador se identifique, que
‘suspenda la incredulidad’ que propone la
ficción, cuando en realidad sólo está viendo
una narración de fotografías y textos
fílmicos ajenos y jamás accede a los rostros cuyas
historias se están contando. Acaso, porque la historia (la
pequeña) se permite jugar con la Historia (la grande) de
una manera provocadora y, por momentos, ambigua".
"Aller simple, codirigida por un uruguayo (Nelson
Scartaccini) y dos franceses (Noel Buch y Nadine Fischer), es una
presentación de la productora Cine-Ojo, de Marcelo
Céspedes y Carmen Guarini, los responsables de Jaime de
Nevares: último viaje y La noche eterna. Y se inscribe en
la misma búsqueda social que la mayoría de sus
filmes propone: encontrar las raíces profundas de lo que
damos, cotidianamente, por supuesto. Así, detrás de
ese plano de tres rostros que cruzan una tarde cualquiera una
calle de Buenos Aires, puede esconderse la historia de un
país" (31).
Ricardo García Olivieri considera que la
película "se engalana con un portentoso trabajo de montaje
a partir de una no menos notable búsqueda de imágenes.
Entre tantos documentos, no son menos valiosas algunas ficciones
de la época de oro del cine argentino: así
Francisco Petrone en Pampa bárbara (se entera con
desagrado que debe transportar mujeres a la frontera) y Angel
Magaña en plena batalla de Curupaytí en Su mejor
alumno. El filme va de sorpresa en sorpresa y salta
permanentemente de un personaje a otro y de época en
época. Al final, imágenes
de la Buenos Aires actual, llena de gente. El narrador dice:
‘Y allí están los descendientes, esperando
que Menem cumpla las
promesas que llevaron hasta allí a sus antepasados’.
Y, sí, hacerse la América nunca fue fácil"
(32).
…..
Así vivieron los franceses en la Argentina. En la
opulencia o en las condiciones más precarias, con
formación académica o sin ella, se forjaron un
destino en el país que los recibió.
- S/F: Para todos los hombres del mundo que quieran
habitar el suelo
argentino. Buenos Aires, Clarín. - Sourigues, Carlos: "Los colonos", en Vernaz, Celia
E.: La Colonia San José. Santa Fe, Ediciones Colmegna,
1991. - Peyret, Alejo: "Memoria de la
colonia", en Vernaz. - Lantelme, Pablo: "El idioma en la enseñanza",
en Vernaz. - Gutiérrez Zaldívar, Ignacio: Fader en
casa. Buenos Aires, Zurbarán Ediciones,
2003. - Muzi, Carolina: "El siglo que yo vi", en
Clarín Viva, 26 de septiembre de 1999. - ibídem
- Cottereau, Pierre: Carta enviada a MGR en
1997. - Beltrán, Mónica: "Un colegio con acento
francés", enClarín, Buenos Aires, 26 de
septiembre de 1999. - Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002. - Cané, Miguel: Juvenilia. Buenos Aires, CEAL,
1980. - Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002. - Cané, Miguel: op. cit.
- S/F: "Para acercarse a la obra de Salvaire",
en www.elcivismo.com - López, Lucio V.: La gran aldea Costumbres
bonaerenses. Buenos Aires, CEAL, 1980. - Frugoni de Fritzsche, Teresita: "En la sangre", en
Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra,
1968. - Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus
Ultra, 1968. - Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos
Aires, Sudamericana, 1984. - Vázquez-Rial, Horacio: Frontera Sur.
Barcelona, Ediciones B, 1998. - Apicella, Mauro: "La ‘verdad
histórica’ del Zorzal Criollo", en La Nación, Buenos Aires, 28 de septiembre de
2003. - Daireaux, Godofredo: "Matufia", en Varios autores:
Los costumbristas del 900. Buenos Aires, CEAL,
1980. - Mujica Láinez, Manuel: Misteriosa Buenos
Aires. Buenos Aires, Sudamericana, 1977. - Pérez Zelaschi, Adolfo: "El piola", en Varios
autores: El cuento policial. Buenos Aires, CEAL,
1981. - Varios autores: Enciclopedia Visual de la Argentina.
Buenos Aires, Clarín, 2002. - García, María del Carmen: Cuentos de
criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola
Castaño. Buenos Aires, Editorial Vinciguerra,
1996. - Bufano, Alfredo: "En el día de la
recolección de los frutos", en Para todos los hombres
del mundo que quieran habitar el suelo argentino. Buenos Aires,
Clarín. - Cadícamo, Enrique: "Madame Ivonne", en Varios
autores: Tangos antología Volumen 2.
Buenos Aires, CEAL, 1981. - Fernández Moreno, César: "Argentino
hasta la muerte", en Varios autores: La poesía argentina. Buenos Aires, CEAL,
1979. - Granada, Nicolás: ¡Al campo!, en Varios
autores: El teatro
argentino 3.Afirmación de la escena nativa. Buenos
Aires, CEAL, 1980. - Discépolo, Armando y De Rosa, Rafael:
Mustafá, citado en Páez, Jorge: El conventillo.
Buenos Aires, CEAL, 1970. - Lerer, Diego: "Tres caras de la historia", en
Clarín, Buenos Aires, 4 de julio de 1998. - García Olivieri, Ricardo: "Un documental de
excepción", en Clarín, Buenos Aires, 31 de julio
de 1997.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UBA, Periodista profesional
matriculada