"En mi vida he aprendido algo interesante,
el racismo proporciona la única oportunidad que tiene la
gente mediocre de una raza determinada, de sentirse superior a
otros que realmente valen la pena, pero que racialmente son
diferentes".
Ernesto Oliver, Aguascalientes,
México. Reportero de la BBC durante la
III Conferencia
Mundial contra el Racismo, Discriminación Racial, Xenofobia e
Intolerancias Relacionadas llevada a cabo el 31 de agosto de
2001, en Durban, Sudáfrica.
En la actualidad, vivimos un momento de grandes e
importantes contradicciones políticas,
económicas y sociales donde resurgen el racismo, la
xenofobia, el antisemitismo, la intolerancia y el etnocentrismo.
Las dos últimas décadas del siglo XX están
llenas de procesos
acelerados, inevitables e irreversibles como son la crisis
económica mundial, la presión de
los movimientos demográficos, las guerras, los
cambios radicales en los países del Este, y sobre todo, la
inseguridad y
el miedo por el futuro ante el desempleo y
la
pobreza.
Aunque en la actualidad el racismo esté
erradicado como ideología política, esto no
quiere decir que en el pasado no fuera ampliamente difundido y
apoyado, ni tampoco que hoy en día las actitudes
racistas estén presentes de manera exagerada en la
población a tal grado de que hagan
imposible la convivencia diaria, es por esto que el objetivo
fundamental de este artículo es resaltar las conductas
racistas dentro del territorio mexicano en contra de uno de sus
sectores sociales más importantes y a la vez
discriminados: Los indígenas.
Comenzaremos describiendo a grandes rasgos lo que es el
racismo y la discriminación. El racismo tiene sus
raíces en la xenofobia, el miedo al extraño, y una
actitud que
encontramos en los seres humanos, en los grupos
sociales que estos forman, incluidas las naciones.
El término raza se utiliza en la cultura
occidental desde el momento del primer encuentro con pueblos de
características externas diferentes. Desde
entonces, hasta la segunda mitad de siglo XX se establece una
jerarquía entre las "razas" basándose en
diferencias observables: el color de la
piel, la forma
del cráneo, del cabello, la estructura
física,
etc. A partir de ahí comienza el postulado de la
existencia de diferentes razas, clasificando de esta manera los
grupos humanos
por sus características biológicas en superiores e
inferiores. La raza blanca, desde el primer momento, se
consideraba superior, más desarrollada, mejor preparada, y
más armada para ser conquistadora. Desde las cunas de la
civilización clásica, en la antigua Grecia y luego
en Roma se
consideraban paganos y salvajes a todos los pueblos cuyas
costumbres, dioses y organizaciones de
vida social eran diferentes, desconocidas, extrañas y
raras.
A lo largo de la historia, sobre todo con la
conquista y colonización de América
y África, culminó el poder y
supremacía de la raza blanca; con su religión
monoteísta, que se consideraba por sí sola
única y absoluta, y lo que es peor, excluía
totalmente cualquier otra forma de vida sociable, cultural y
religiosa (indígenas, gitanos, judíos, luego
negros, pueblos de religión islámica, eslavos,
etc.). Los prejuicios hacia estos pueblos tienen sus
raíces ahí y se mantienen hasta hoy.
Del concepto raza
sale el término Racismo que defiende la diferencia racial
y supremacía de unos pueblos sobre otros. Este
calificativo hoy se refiere a cualquier actitud o
manifestación que reconoce o afirma tanto la inferioridad
de algunos colectivos étnicos, como la superioridad del
colectivo propio. También se considera como racismo la
justificación de la diferencia racial, pues el uso del
concepto "Raza" carece ya de sentido, como lo confirman los
científicos de la biología molecular y
los genéticos del proyecto Genoma
humano, no existen diferencias genéticas.
La lista de manifestaciones racistas, basadas sobre todo
en los prejuicios y estereotipos formados durante la historia de
las sociedades
occidentales, es larga y dependiendo del país, afecta a
las creencias, sentimientos y comportamientos personales. Pero
además, a través de las estructuras
gubernamentales se asienta la exclusión social, la
discriminación, la privación de derechos, la
segregación. Finalmente las manifestaciones racistas en
muchos países, hoy llegan a su punto más
dramático en las agresiones, la violencia,
expulsiones y exterminio.
La xenofobia, considerada como la base del racismo, es
uno de los prejuicios con recelo, odio, fobia y rechazo contra
los grupos étnicos diferentes, cuya fisonomía
social y cultural se desconoce. En la última década
del siglo XX se manifiesta muy agresivamente en todas las
sociedades y en lugares donde cohabitan diferentes grupos
étnicos, que no están ni mezclados, ni integrados
en las comunidades autóctonas. La xenofobia es una
ideología del rechazo y exclusión de toda identidad
cultural ajena a la propia. Ésta se basa en los prejuicios
históricos, lingüísticos, religiosos,
culturales, e incluso nacionales, para justificar la
separación total y obligatoria entre diferentes grupos
étnicos, con el fin de no perder la identidad propia.
Combinando estos prejuicios con el poder económico, social
y político la xenofobia de la mayoría, rechaza y
excluye los extranjeros o inmigrantes a la medida que ve en ellos
un competidor por los recursos
existenciales.
La crisis socioeconómica en la mayoría de
los países en los últimos años ha
multiplicado los actos xenófobos que van desde las
pintadas, pancartas, folletos, discursos y
campañas, hasta los actos de violencia como las agresiones
individuales y colectivas, incendios
provocados, linchamientos, matanzas y limpieza étnica. A
menudo los medios de
comunicación insisten en las diferencias culturales,
presentando las costumbres y los actos culturales ajenos como
cosas raras y sorprendentes. De esa manera también
fomentan hostilidad, se impulsa la xenofobia contra los
extranjeros (africanos, asiáticos o latinoamericanos), y
se potencia la
exclusión y rechazo.
El racismo se desarrolló en primer lugar con el
genocidio colonizador. En la guerra se
tratará de destruir al adversario político y a la
raza adversa. El racismo asegura entonces la función de
muerte en la
economía
del poder, sobre el principio de que la muerte del
otro equivale al reforzamiento biológico de sí
mismo como miembro de una raza o población. Estamos muy
lejos del racismo como simple desprecio u odio de las razas. Pero
también lejos del racismo como operación
ideológica con la que el estado o
una clase tratarían de volver contra un adversario
mítico las hostilidades. Un estado
obligado a la eliminación de las razas, o a la
purificación de la raza, debe utilizar el racismo para
ejercer su poder soberano. Así, los estados más
homicidas son los más racistas. Ejemplo: el NAZISMO.
Ningún Estado fue más disciplinario que el
régimen nazi, en ningún Estado las regulaciones
biológicas fueron administradas de manera más
insistente. Poder disciplinario, todo esto atravesó y
sostuvo a la sociedad nazi.
Sin embargo, al mismo tiempo de la
formación de esta sociedad regulativa y disciplinaria, se
asiste al desencadenamiento más completo del poder
homicida, del viejo poder soberano de matar. Este poder de vida y
muerte atraviesa toda la sociedad nazi, porque no es concedido
sólo al estado, sino también a determinados
individuos. El régimen nazi tenía como objetivos la
destrucción de otras razas y la exposición
de la propia al peligro absoluto y universal de la muerte. La
población entera está expuesta a la muerte, lo que
posibilita la superioridad y la regeneración de la
raza.
Para profundizar en la definición del racismo
resulta útil distinguir entre diferentes tipos y
manifestaciones del mismo. Teresa San Román, en su
libro Vecinos
gitanos, distingue tres niveles de actitud o tendencia racista:
el etnocentrismo, que constituye una tendencia bastante
universal, incluso casi necesaria (para la protección del
grupo frente a
los otros, para la identificación positiva de los
individuos dentro de su grupo social de pertenencia), las
conductas de discriminación, que corresponden
más o menos a dar trato de inferioridad a otra persona
generalmente por motivos sociales, étnicos, sexuales y
las ideologías racistas, que constituyen doctrinas
legitimadoras de los dos niveles previos. En el caso mexicano, el
tipo de racismo que mejor se puede identificar son las conductas
de discriminación y la víctima son los 62 grupos
indígenas que comparten el territorio nacional con
nosotros.
Ser indígena hoy significa ser parte de una
comunidad
culturalmente diferenciada. Tiene, por eso, una
connotación de identidad, de cultura y también, hoy
por hoy, de proyecto político, porque tras cinco siglos de
colonialismo, los pueblos indígenas reivindican en nuestra
época su identidad como una bandera de lucha, como una
forma de resistencia y
como una demanda por su
reconocimiento, por sus derechos, por su futuro.
¿Quiénes son hoy los indígenas? La
población indígena de nuestra nación
está formada por 62 grupos étnicos herederos de los
primeros pobladores de estas tierras. Lo que los distingue del
resto de la sociedad nacional son una serie de rasgos culturales
que se expresan en forma particular: el uso de lenguas
extrañas y de vestimentas tradicionales, la pertenencia a
una comunidad ubicada en un espacio territorial determinado, la
integración a redes sociales de
correspondencia y retribución, el
conocimiento y manejo del medio natural, la
utilización de técnicas y
tecnologías tradicionales para la producción, la fabricación de
artículos para el autoconsumo doméstico y el
mercado, y la
idea de un pasado común que llega a manifestarse, en
algunos casos, como un proyecto compartido de futuro. A
continuación se presenta un mapa que señala los 62
grupos indígenas con sus respectivas lenguas:
Para ver el gráfico seleccione la
opción "Descargar" del menú superior
En la época colonial, ser indígena
significaba estar en una posición en que se ponía
en duda incluso la capacidad de raciocinio de las personas. En el
siglo pasado, el siglo XX, ser indígena implicaba una
asociación casi automática con la pobreza, el
atraso y la miseria, como su la identidad respondiera a las
condiciones de subordinación y explotación en que
se ha mantenido a los pueblos indígenas.
Históricamente, la relación entre sociedad
nacional y los pueblos indígenas ha estado mediada por la
desigualdad en sus distintas variantes, desde la
explotación colonial y la explotación criolla,
hasta la discriminación y la marginación que se
heredaron incluso de los regímenes revolucionarios. El
crecimiento y desarrollo de
México se basó, en gran parte, en la
marginación y pobreza de los pueblos
indígenas.
Las poblaciones indígenas pertenecen a una clase
socioeconómica baja. Algunos indígenas pasan toda
su vida en medio de la pobreza, para que después de tanto
esfuerzo les quiten sus tierras. Muchos de ellos han sido
marginados a tal punto que cambiaron sus vestimentas, su idioma y
hasta su identidad por temor al fracaso social,
discriminación y malos tratos.
La exterminación de indígenas
comenzó cuando los colonizadores llegaron a nuevas
tierras. Entre 1500 y 1600 el número de indígenas
en América Central y del Sur descendió de 80
millones a 3.5 millones. Se realizaron asesinatos en masas, tomas
de territorios y de pertenencias. Los indígenas
demostraron ser realmente fuertes por soportar situaciones
límites, es por eso que se ganaron un
importante lugar en los temas que conciernen al mundo.
Existe un fondo de contribuciones voluntarias para las
poblaciones indígenas. Actualmente, las poblaciones
indígenas cuentan con 300 millones de habitantes
repartidos en 70 países. La mayoría habita Asia. 30 millones
aproximadamente viven en América del Sur. Más del
60% de la población de Bolivia es
indígena, y estos constituyen también más de
la mitad de las poblaciones de Guatemala y
Perú. Solamente 2.5 millones viven en América del
Norte, que es territorio perteneciente al primer
mundo.
Hablando específicamente del caso mexicano,
podemos mencionar algunos datos obtenidos
del Instituto Nacional Indigenista (INI) que son de gran
importancia y relevancia para el desarrollo de este
artículo que además hablan por sí
solos:
Indicador (Al año | Cantidad |
Población total en | 97, 483, 412 |
Población Indígena | 10, 253, 627 |
Porcentaje | 10.5 |
Población de cinco años y | 6, 044, 547 |
Porcentaje | 7.1 |
Población no hablante de lengua | 4, 209, 080 |
Total de municipios de México | 2, 443 |
Total de municipios indígenas o con | 871 |
Porcentaje | 35.7 |
Municipios sin población | 30 |
Porcentaje de la población ocupada que | 56.8 |
Porcentaje de la población ocupada que no | 30.7 |
Porcentaje de la población ocupada que | 22.2 |
Porcentaje de viviendas con piso de | 53.5 |
Porcentaje de viviendas que no disponen de | 42.3 |
Porcentaje de viviendas que no disponen de | 73.0 |
Porcentaje de viviendas que no disponen de | 20.7 |
Porcentaje de viviendas que no disponen de agua | 13.0 |
El meollo está en lo que algunos
antropólogos han llamado la construcción de la indianidad. Lo
indígena se construyó, en principio, como
una identidad que distinguía a los pobladores originarios
de este continente de los invasores españoles. A medida
que se afianzaba el sistema colonial,
se fueron tejiendo mecanismos que no sólo explotaban las
riquezas naturales y el trabajo de
los pueblos sometidos, sino también levantaban un discurso de
esa diferencia, basado en la inferioridad. Se trataba de los
principios de
la desigualdad. Al mismo tiempo, lo indígena, lo
indio, como categoría colonial, uniformaba frente a
los europeos, a las múltiples civilizaciones
mesoamericanas que fueron sometidas. Con la Colonia, indios eran,
por igual, mayas, zapotecas,
mexicas o totonacas; e incluso incas,
guaimíes o araucanos.
En la época actual de globalización, las comunidades
indígenas viven cada vez en condiciones más
precarias. La potencial pérdida de sus tierras y
territorios amenaza con debilitar las bases que sostienen su
reproducción social, cultural y material.
De ahí que, ante las fuerzas de una globalización
selectiva y polarizante, la lucha de los pueblos indígenas
se haya enfocado a la defensa de sus derechos colectivos y de su
patrimonio.
La ONU
denominó al año 1993 como el año de los
pueblos indígenas y de 1995 a 2005 la década de los
pueblos indígenas de todo el mundo. A pesar de ello, la
realidad es que éstos han sido y siguen siendo las
víctimas del azote de la discriminación y racismo.
A veces los victimarios accionan en forma conciente y abierta y
otras en su mejor buena fe, accionan en forma inconsciente,
sostenidos por su ignorancia y su falta de una profunda y real
comprensión de la temática y problemática de
los pueblos originarios.
En reiteradas oportunidades quienes están
convencidos que defienden y protegen al indígena,
partiendo de una política integracionista y de
asimilación, sólo consiguen ahondar más la
marginación y la discriminación hacia estos
pueblos. No es acertada la actitud de quienes pretenden integrar
y asimilar a los aborígenes a nuestra cultura y nuestra
forma de vida. Esto es tan violatorio a la libre
autodeterminación de sus antiguas naciones, como lo es la
actitud del más fanático de los racistas y
xenófobos. Ellos han tenido y tienen su propia identidad y
estilo de vida que debemos respetar. El hecho de que grandes
sectores de nuestra población vivan en la
marginación y en la pobreza total empeora la
situación de los indígenas, quienes soportan los
más elevados índices de desnutrición, carecen de escuelas y toda
forma de enseñanza, de planes de salud e higiene, carecen
viviendas que tengan los servicios
básicos como el agua,
alcantarillado y electricidad,
además de que su falta absoluta de trabajo.
La discriminación y la intolerancia se
acentúa, aún más, cuando se trata de mujeres
y niños,
por lo que se hace imprescindible la inmediata aplicación
de la legislación internacional, nacional, y provincial,
en forma íntegra y total. Que se respeten sus derechos
colectivos a la tierra y
territorio, su idioma, su manejo tradicional racional y
sostenible de los recursos
naturales y la biodiversidad,
que siempre los ha distinguido. Habremos dado entonces, un gran
paso hacia la radicación definitiva de la
discriminación, el racismo, la intolerancia y la
xenofobia, hacia los pueblos originarios.
Se deben de crear y cumplir los planes educativos, de
asistencia médica y sanitaria, de atención bucodental; de jubilaciones y
pensiones, de construcción de viviendas, entre otros,
siempre teniendo en cuenta el respeto al
espíritu, cultura y tradiciones de estos
pueblos.
Los pueblos indígenas tienen el derecho a
sobrevivir como pueblos separados con sus propias culturas y
tradiciones, destacando la necesidad de medidas especiales que
tiendan a proteger a éstos. Debe reconocerse el derecho a
su identidad, a sus valores y a su
libre autodeterminación como Nación (recordemos que
el término Nación no es sinónimo de Estado,
sino que Nación es una entidad cultural y pueden coexistir
varias naciones dentro de un mismo Estado), y propender al
conocimiento y
propagación, entre sus integrantes, del idioma madre
(Entre tres mil y seis mil lenguas vivas están seriamente
amenazadas de desaparición, según el último
informe de la
UNESCO).
Estos pueblos, víctimas de pasadas y presentes
injusticias, iguales en dignidad y derechos al resto de la
sociedad con la cual les toca convivir, no han tenido oportunidad
de ejercer el derecho a la libre autodeterminación
mediante su participación concreta en la
construcción de una Nación-Estado
contemporáneo. Por lo que, nuestro Estado debe
implementar, con verdadera voluntad, una eficaz política
de acción afirmativa, sustentada en el cumplimiento cabal
y real de la legislación vigente, que sirva de
neutralizante contra políticas agresivas provenientes de
determinados sectores e intereses, que no contemplan las
características especiales de estas minorías que
aún hoy siguen siendo sumamente vulnerables.
Dentro del contexto de la globlalización
homogenizadora, la supervivencia de los grupos indígenas
como colectivos culturalmente diferenciados, es un reto para los
proyectos
indígenas del futuro, pero también para el Estado y
la sociedad nacionales.
Si por globalización moderna y
contemporánea, entendemos hoy los procesos acelerados de
integración
económica, casi nunca equitativa sino más bien
desigual y poco menos que ineludible, de vinculación
inmediata por medios de
comunicación cada vez más sofisticados y
rápidos como Internet, telefonía y televisión
y de construcción de una cultura de consumo que se
expande incontrolablemente a través de las fronteras
políticas, sociales y culturales, estamos hablando
entonces de otro de los retos más importantes para la
sobrevivencia cultural e identitaria de los pueblos
indígenas.
La propuesta de la
globalización homogenizante es que todos queremos
comer lo mismo, vestir lo mismo, comprar lo mismo, hacer lo mismo
y "triunfar" de la misma manera. Esta propuesta atenta contra la
tradición indígena, contra las demandas presentes
por el reconocimiento de proyectos alternativos. Las
movilizaciones indígenas ante la globalización
homogenizante plantean: ¿Y por qué no hemos de
tener nosotros el derecho a disentir? ¿Y qué tal
que no queremos acumular sino distribuir? ¿Y qué
tal que no queremos talar el bosque, aprovecharlo, sino pasear
por él? ¿Y qué tal que, en vez de trabajar
como peones de las carreteras, como quesadilleras junto a los
albañiles, los y las indígenas queremos que no pase
ningún camino por nuestras selvas? Estas interrogantes
tendrían que ser válidas en una sociedad
pluriétnica y pluricultural como la nuestra.
Y hablando de movimientos indígenas, qué
mejor ejemplo que el realizado por el Ejército Zapatista
de Liberación Nacional, tan comentado, rechazado,
glorificado y polémico. Este levantamiento contaba con el
apoyo de las comunidades indígenas de las sierras,
específicamente de las chiapanecas, porque lo encubrieron,
protegieron o ayudaron a lo largo de años y sería
ilusorio creer que los indios lo apoyaron por su inocencia y
analfabetismo,
o porque alguien les hubiera leído en voz alta un
breviario ideológico o los hubieran amenazado o reclutado
a centenares como en la leva porfirista. La disposición de
comunidades enteras para apoyar un movimiento
así, al menos con el silencio, la provocan y explican
agitadores sociales muy evidentes en Chiapas: el hambre, el
despojo, la represión, la cerrazón de autoridades
políticas y judiciales, la presión de ganaderos y
terratenientes. Casi 80% de la población de las zonas en
conflicto no
tiene drenaje, agua entubada y potable, luz
eléctrica, sistemas
hospitalarios, comida. Debíamos comprender ya que la
extrema pobreza puede alguna vez marcar la disposición a
la violencia.
Bien lo dijo Carlos Montemayor: "la humanidad deja de
serlo en el momento en que se rehúsa a darle cabida a las
minorías; la humanidad deja de serlo cuando un grupo
mayoritario o minoritario, no importa ejerce una
discriminación contra todos los demás pueblos. Una
élite de países se está enriqueciendo de
manera brutal mientras una mayoría de países se
está empobreciendo de manera dramática. Al interior
de uno de estos grandes y poderosos países, las
minorías negras, las minorías asiáticas y
las minorías hispanas no pueden disponer de un lugar
social en igualdad. La
lucha de las minorías en Estados Unidos es
por alcanzar una paz con justicia y
dignidad. La sociedad criolla norteamericana se rehusa a ver a
estas minorías como seres humanos con los mismos derechos.
La lucha del EZLN es la lucha de todas la minorías por
alcanzar el reconocimiento que como seres humanos
merecen".
Pero hay otra dimensión mayor que engloba este
conflicto y que lo ilumina desde otros ángulos de la
realidad nacional e incluso continental: el racismo. Chiapas es
solamente el punto extremo de la discriminación racial que
padece el indígena en México. Sólo un
prejuicio racista tan arraigado como el que prevalece en la
mayoría de los ganaderos, empresarios y políticos
chiapanecos, y aun en gran parte de la población mestiza
de clase media, puede explicar la falta absoluta de respeto por
el patrimonio, la vida, la salud, la educación, la
alimentación, la cultura y las tierras, los
bosques y las selvas de las comunidades
indígenas.
El Senado mexicano aprobó por unanimidad un
proyecto de ley, de carácter
histórico, que prohíbe la discriminación de
los diez millones de indígenas mexicanos, míseros
entre los 40 millones de compatriotas pobres; reconoce
constitucionalmente sus derechos y culturas, y obliga al Gobierno a
otorgarles recursos y promover políticas de desarrollo. El
texto, no
obstante, se prestará a dobles interpretaciones y acota el
alcance de la autonomía establecida en el proyecto
redactado en 1996 por la comisión parlamentaria, que
resumió los acuerdos de San Andrés
Larrainzar.
Nadie rechaza en México hacer justicia con los
indígenas, despojados, humillados y tratados como
animales
durante siglos, víctimas de la ausencia de
políticas integradoras y de un racismo todavía
vigente. Las divergencias sobre el alcance de la autonomía
son manifiestas, y los defensores del proyecto de ley original
argumentaron que, en su conjunto, vindicaba y abona las
cuantiosas deudas pendientes. Sus adversarios, acusan, esconden
una animadversión hacia el indígena detrás
de los reproches legales.
FUENTES DE INFORMACIÓN:
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<<>http://db.uwaterloo.ca/~alopez-o/politics/sem-entrevista.html>
Fecha de acceso: 2 de noviembre de 2003.
Autor:
Susana Torres García
Héctor Alcántara
Villegas
Asael Mercado Maldonado