- Posibilidades para la
región ante los desafíos de la
globalización - Asignaturas pendientes:
educación, empleo,
pobreza - Potencialidades de la
integración regional
Posibilidades para la región ante los
desafíos de la globalización
Después de una década de haberse comenzado
un pronunciado y creciente proceso de
globalización y liberalización, es
correcto afirmar que América
Latina y el Caribe es una de las regiones que más ha
experimentado los efectos de dicho proceso. A la
complejidad de la adaptación a los cambios derivados de
las transformaciones del sistema mundial
se añadieron los cambios internos, llevados a cabo por los
países de la región individualmente en respuesta a
las nuevas condiciones externas, produciendo una serie de efectos
de desestructuración y reestructuración en todos
los niveles y sectores económicos y sociales, que
han afectado una vez más la estabilidad de las sociedades de
la región.
Cuando no se había concluido de
absorber los fuertes costos del
proceso de reforma económica, reajuste social y de
apertura al exterior e inserción internacional, y cuando
se esperaban recoger los frutos prometidos por los esfuerzos
realizados para modernizar las economías, privatizando
todo lo privatizable, restringiendo el juego de las
burocracias estatales, promoviendo la competitividad
aún a costa de incrementar el desempleo y las
ocupaciones marginales, estallaron nuevas crisis que
pospusieron, una vez más, el momento del
disfrute.
En esta última situación se
pusieron de manifiesto las debilidades del nuevo orden
internacional "globalizado", que fue incapaz de detener las
acciones
financieras especulativas y de controlar los desajustes
estructurales internacionales. Y a pesar del comportamiento
de los países de la región, que habían
alcanzado en algunos casos las más altas calificaciones,
que corresponden a los mejores alumnos de la clase, la
especulación y la crisis
financiera, comercial y social se instalaron en su seno y
afectaron fuertemente a la más grande economía
latinoamericana: el Brasil y por
extensión a los demás países del MERCOSUR,
generando conflictos
comerciales y crisis de confianza entre los socios, que se
encuentra en vías de superación.
Asignaturas
pendientes: educación, empleo,
pobreza
El impacto de los procesos de
apertura y globalización presentan, sin duda, aspectos
positivos como la difusión de nuevos valores, la
defensa del medio
ambiente, la protección a las
minorías, la igualdad de
géneros. Sin embargo, la difusión de modos masivos
e indiscriminados de cultura y
consumo que
también vienen incluidos en el proceso, suelen involucrar
aspiraciones insatisfechas y generar tensiones sociales de
difícil solución, al menos para el grueso de las
sociedades
subdesarrolladas de la región.
Los efectos negativos de estos procesos se
superponen a las profundas fallas estructurales en los
países de la región, que se exteriorizan en una
realidad secular de pobreza,
exclusión social y desigualdad social. Si bien se
logró una reducción gradual en los niveles de
pobreza existentes en la "década perdida", que
descendió del 41% de los hogares en 1990 al 36% en 1997,
el número de pobres se mantuvo por encima de los 200
millones de personas hasta 19997 y aumentó durante la
crisis, en magnitudes todavía
desconocidas".[2]
Cerca de la mitad, de ese total que no puede cubrir sus
necesidades fundamentales, vive en la indigencia. Y esta
realidad, obvia y lamentable, es estructural y no un simple
producto de un
fenómeno reciente.
En el caso de los países de la
región, a las dificultades intrínsecas de la
coyuntura, se añaden estructuras
sociales muy imparciales, que se expresan en indicadores de
distribución de la riqueza mucho más
desiguales que en el resto del planeta: por un lado, mientras la
clase media representa entre un 50 y 60% de la población en los países
industrializados, en América
Latina es menos del 20% del total; por otro lado, en la
región se incluyen los países con la mayor brecha
de ingresos en el
mundo: por ejemplo, en el caso de Brasil y Guatemala, el
10% superior de la población absorbe casi el 50% del ingreso
nacional, mientras que el 50% inferior de la escala apenas
gana algo más del 10%. En general, en toda la
región. la brecha entre el 10% superior y el resto de la
población refleja el lento y desigual progreso en el nivel
y la calidad de
la
educación. Peor aún, la distancia entre el
ingreso de profesionales y técnicos y el de trabajadores
de menor calificación ha aumentado cerca de 50%, lo cual
supone una fuerte concentración del ingreso en función
del nivel de educación.
Evidentemente, el desafío de la equidad en la
región no se puede limitar a la reducción de
la pobreza,
sino que debe abarcar también la igualdad de
oportunidades y la distribución del ingreso, mediante la
adopción
simultánea de políticas
en las áreas demográfica, ocupacional y
educacional
A pesar de los logros en materia de
crecimiento
económico, se han registrado en muy pocos
países modestos avances en la reducción de la pobreza y
persisten elevados niveles de desigualdad que han tendido a
acentuarse, incluso, en casos con altas tasas de crecimiento.
Tampoco se ha podido reducir la desocupación ni mejorar la calidad del
empleo. El
desempleo
abierto se elevó en muchos de ellos, en tanto que
aumentaba el empleo en actividades que tienen un reducido
producto por
persona. El
84% de los nuevos empleos se han generado en el sector informal,
caracterizado por la baja productividad e
ingresos.
Para amplios sectores de la población
latinoamericana y caribeña ha sido y será imposible
aprovechar las oportunidades de la apertura y la
globalización, y aún simplemente usufructuar,
en realidades limitadas el llamado "efecto de
demostración", si no median políticas
explícitas que refuercen la complementariedad entre
transformación productiva y equidad, entre competitividad
y cohesión social. El aprovechamiento de la
globalización parece ser un lujo que está fuera
del alcance del grueso de la población de los
países en desarrollo.
Frente a los riesgos que se
han ido subrayando, con un proceso de globalización que se
transforma de fenómeno en ideología y genera políticas que
actúan sobre la realidad y que no es funcional a los
intereses de los países, el desarrollo con
equidad y la política
social deberían ser perseguidos con una visión
integral, o sea, las políticas educativas, sociales, de
salud y de empleo
deben diseñarse en el marco de una política para el
desarrollo
humano integral. Si se desea consolidar la estabilidad
democrática y las perspectivas de progreso
económico, en el futuro inmediato se deberían poner
en práctica políticas que contribuyan a acelerar el
crecimiento e incrementar la inversión, que refuercen el vínculo
con la generación de empleo y faciliten el acceso al
capital, la
tecnología
y la
organización empresarial a las pequeñas y
medianas empresas,
responsables de la mayor parte del empleo en los países de
la región.
A pesar de sus dificultades, estos problemas
serían relativamente superables si su solución no
estuviera indisolublemente unida a los problemas y
limitaciones estructurales de nuestros países: es muy
difícil jugar a ser modernos y seguir utilizando los
métodos
más precarios para comunicarse, producir, resolver los
conflictos y
aspirar a estar incluidos en el mundo globalizado. Al respecto,
no es fácil para los países de la región
montarse en este viaje hacia la globalización con
"handicaps" tan importantes como los que resultan de una
insuficiente infraestructura, una administración
pública que no concluyó su
reestructuración, por lo que sigue siendo
sobredimensionada e insuficiente a la vez y un sector empresarial
que, en muchos casos, sigue percibiendo su actuación a
partir del sostén y de la ayuda del Estado.
Potencialidades de la integración regional
Todos los países de la región,
desde América
Central y el Caribe al Cono Sur, han persistido, desde varias
décadas atrás, en la búsqueda de los caminos
adecuados para lograr grados crecientes de integración con
sus vecinos y, más en general, han exteriorizado su
voluntad y decisión para participar en un proyecto de
integración para toda la región.
Como lo demuestran las diferentes experiencias de
integración regional en Europa, el
Asia-Pacífico e incluso en la
región, son las relaciones comerciales y económicas
con los países vecinos las que tienden a las mayores tasas
de crecimiento y a las mayores incidencias relativas. En el caso
europeo, que contribuye con un 36% al comercio
mundial, el 60% de sus exportaciones son
de carácter
intra-regionales.[4]
Aunque en otra escala, las
exportaciones
intralatinoamericanas, a nivel de las subregiones, han crecido
con tasas elevadas y con una participación de manufacturas
sustancialmente superior al comercio con
el resto del mundo.
A partir de mediados de la década del
ochenta y durante la última década, con la
consolidación de la democracia en
América
Latina y el Caribe, que ha posibilitado un diálogo
más franco y fructífero entre los diferentes
países y sus sectores sociales, políticos,
universitarios y culturales; la coincidencia de las
políticas económicas nacionales en torno del
reajuste, las privatizaciones, el rol del mercado y la
apertura al exterior; y la percepción
de que la integración resulta ser una adecuada plataforma
para una mejor inserción en la economía mundial se
hicieron posibles progresos considerables en los diferentes
esquemas de integración de la región,
particularmente en el MERCOSUR, que por
sus dimensiones y sus logros se transformó en un ejemplo
paradigmático de éxito.
Sin embargo, la crítica coyuntura
internacional actual está desnudando numerosas debilidades
de los diferentes procesos subregionales, por su sesgo
comercialista. Se puede tener la convicción de que
así como se han superado otras situaciones
críticas, se encontrará el camino para seguir
avanzando. Así quedarán superados devaneos como los
que ahora preocupan a la región: ¿Con quién
y cómo negociar? ¿Cómo afrontar los costos de la
crisis de una manera solidaria y reduciendo al mínimo
posible las fricciones y los perjuicios?
A la hora de hacer un balance de la
situación, no deberían perderse de vista los
éxitos logrados, especialmente en el caso del MERCOSUR,
como: la transformación de relaciones de rivalidad y
conflicto en
relaciones de amistad y
cooperación; los logros en materia de
comercio e inversiones
recíprocas; el mantenimiento
de la continuidad constitucional en uno de sus miembros,
estructuralmente afectado por casi cuatro décadas de
gobierno
dictatorial.
Aunque no se examinarán aquí las
diferentes alternativas, el rumbo que, afortunadamente, han
comenzado a seguir los gobiernos involucrados es la vía de
la profundización, como única manera de que se
proyecte hacia el futuro el MERCOSUR y con él la
expectativa de que la región tenga en el concierto
internacional una voz propia e independiente. En lo inmediato se
trata de romper los círculos viciosos que genera la
integración meramente comercialista, proponiéndose
objetivos y
acciones en
otras materias, como la coordinación y armonización de
políticas, el desarrollo de la infraestructura y la
colaboración en otros campos de la integración
cultural, social y científico-tecnológica. Pero, y
sobre todo, dándole al proyecto
integracionista una dimensión social y política de largo
aliento.
De este modo se estará generando una nueva
dinámica, más virtuosa, que responda
a la naturaleza
compleja del proceso de integración y a la necesidad de
preservar lo que se denomina el "paralelismo" en la construcción de una Comunidad de
Naciones y por sobre todo, que contribuya a la
preservación de un principio esencial que se debe
mantener, por encima de todas las circunstancias: la solidaridad, que
es un concepto esencial
para diferenciar a un proceso de integración verdadera de
una simple articulación de mercados.
Como reflexión final, cabe señalar,
que no obstante las promesas de los ideólogos liberales de
la globalización, las perspectivas económicas
mundiales son bastante inciertas y los desequilibrios,
asimetrías e inestabilidades puestas en evidencia en la
reciente crisis financiera, están afectando severamente a
América Latina y el Caribe. Y aunque es evidente que tales
efectos no son imputables sólo al proceso de
globalización, es igualmente necesario hacer esfuerzos
adicionales, a nivel de gobiernos, organismos y sociedades
civiles para que, dentro de la región, se revisen las
distorsiones del modelo de
desarrollo adoptado y sus implicaciones sociales tan excluyentes
y desfavorables y se encuentren los caminos que conduzcan a su
superación.
Gaston Amor
Diego Garcia