- Inmigrantes
- Exiliados
- El Hotel de
Inmigrantes - En el
conventillo - En las
provincias - En memorias
- En novelas y
cuentos - En
poesía - En
periodismo - En cine
- Música y
danza - Notas
En esta monografía
me refiero a los gallegos que llegaron a la Argentina entre
1850 y 1950, a su forma de vida y a algunas de las obras en las
que se los evoca. Tomo como fuente textos de historiadores,
escritores y periodistas, y testimonios de gallegos y sus
descendientes. Menciono, asimismo, a algunos intérpretes
de música
gallega.
Alberto Sarramone, quien ha escrito varios libros sobre
la historia de la
inmigración en nuestro país
–algunos de ellos traducidos al francés-, afirma que
"La noción exacta y actual de emigración, en
general, tiene dos referentes direccionales: emigración
en un sentido estricto, cuando se busca significar la salida
de personas o grupos de un
país o región. Inmigración,
noción relacionada con la recepción de población externa en un país o
región determinado", y señala que "ambas tienen su
origen en el régimen de libertad instaurado a
partir de la revolución
francesa, con el reconocimiento de los derechos del hombre y del
ciudadano y entre ellos el de emigrar, consagrados en la constitución del 31 de octubre de 1791. Con
anterioridad, no se podía hablar de las formas modernas de
emigración, que requieren como notas definitorias para la
existencia plena del fenómeno, estar en un marco aunque
sea imperfecto de libertad"
(1).
Marcelo Bazán Lascano señala que la
Ley
Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de
inmigrante. Distingue "entre los inmigrantes ‘sensu
stricto’, o sea los que venían con pasaje de segunda
o tercera clase por cuenta del gobierno u otras
entidades, y los que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente
han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en
cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría
sostenerse, pues, que los segundos son, prima facie, definibles
como inmigrantes ‘lato sensu’, aunque hubieran venido
en primera clase y aunque lo hubiesen hecho con bienes de
fortuna y hasta con títulos nobiliarios" (2).
"Desde la época de Rosas se anota
una constante pero limitada inmigración española, procedente del
País Vasco, Galicia y las Islas Canarias –afirman
Marcelo Alvarez y Luisa Pinotti. Recién la última
década del siglo será testigo de un desembarco
masivo, especialmente de gallegos, vascos, asturianos y
catalanes" (3). Diversas causas contribuyeron al aumento de la
emigración. Andrés Solla las enumera: la introducción de la navegación a
vapor, las políticas
de las repúblicas americanas que favorecen la entrada de
emigrantes, la irrupción de fuertes
compañías navieras inglesas, francesas y alemanas
en el negocio, y la
comunicación epistolar con los que ya emigraron
(4).
"A lo largo de la historia de la humanidad
–escribe Solla- hubo múltiples causas
‘próximas’ (guerras,
persecuciones religiosas o políticas,
huidas de los reclutamientos militares, pestes, etc.) que dieron
lugar a las migraciones humanas, pero detrás de todas
ellas subyace siempre el factor económico. (…) los
gallegos emigraron forzados por la situación
económica y porque no se conformaban con seguir siempre lo
mismo; querían mejorar y les sobraba voluntad para
hacerlo" (5).
Gran parte de los gallegos establecidos en nuestro
país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. "Galicia
es casi sinónimo de inmigración –agrega
Solla-, porque de Galicia, por emigrar, emigraron: trabajadores,
intelectuales, energía
eléctrica y capitales. El gallego emigraba bajo dos
signos: uno, que lo empujaba fuera de su tierra en
procura de una mejor situación económica y otro que
lo hacía volver. Así tenemos que, siendo el
país que da mayor porcentaje de emigración,
también somos, curiosamente, el que mayor índice de
retornados tiene por número de emigrantes. En el
fenómeno migratorio puede establecerse una
correlación: padres y mujer quedaban en
Galicia, hijos y marido en la emigración. Esta constante
quizás sea el factor más importante que
favoreció tan elevado número de retornados,
además del apego que los gallegos tenemos a nuestra
tierra"
(6).
Otros jamás podrán regresar, y
morirán añorando el retorno.
Aurora Alonso de Rocha destaca que "La voz del pueblo
–voz del cielo- llamó gallegos a todos los
españoles inmigrantes y gringos a los otros extranjeros.
De ese modo dejaba dos mensajes para el futuro: primero, que los
españoles no eran extranjeros comunes; eran, sí,
los ‘otros’, pero los otros del idioma común y
la tradición que ya formaba parte y sustento de lo
criollo, y segundo, que los gallegos habían sido, entre
los españoles, los más en número y los
más conspicuos. ¿Qué nos mueve a hacer el
esfuerzo de reconstruir pueblo por pueblo, grupo por
grupo, el
fenómeno inmigratorio? Porque fue el más
significativo del siglo pasado y determinante del presente siglo,
porque vivimos en comunidades migratorias, porque nos reconocemos
en nuestras singularidades nacionales y en la amalgama
irrepetible que somos los argentinos. También porque
buscamos, racionalmente, las raíces que sentimos en el
corazón" (7).
Para los gallegos había dos destinos: Buenos Aires y
Cuba. Una
novela del
cubano Barnet se titula precisamente Gallego (8). Los inmigrantes
"Venían a sobrevivir –escribe Jorge Riestra-, a
intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por qué
no, algo les habían contado de la generosidad de estas
tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de quienes
la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo, ellos
pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotel de
Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las ciudades la
dispersión, el enigma de las calles y de la gente,
qué comerían y dónde dormirían"
(9).
A ellos, "de alguna manera, los acompañaba la
esperanza, aún teñida del dolor de dejar
atrás pasado, historia, familia, amigos,
afectos y recuerdos -escribe Silvia Fesquet. El dolor no era poco
pero el equipaje que cargaban –liviano, muy liviano- estaba
amarrado con sueños, ilusiones y mucha esperanza: la de
encontrar amparo o un
destino mejor, la de volver y devolverse a esa tierra que, por
razones distintas, ahora los expulsaba" (10).
En sus Memorias,
Lucio V. Mansilla describe las condiciones en las que los
gallegos realizaban el viaje hacia América: "El italiano no había
comenzado aún su éxodo de inmigrante. De España, en
general del Ferrol, de La Coruña, de Vigo sobre todo,
sí llegaban muchos barcos de vela, rebosando de
trabajadores, aprensados como sardinas (…) En cierto sentido
eran como cargamento de esclavos" (11).
El viaje era insalubre y riesgoso. Cuando mira una foto,
Elsa Carballeda imagina el viaje de su abuela "con sus tres
primeros hijos en la bodega del barco (tres meses viajando en
condiciones precarias y los sueños intactos)" (12). Sin
una madre que lo proteja, solo, viaja a los diez años, el
padre del poeta González Carbalho; de su profunda pena
dará testimonio el hijo en su lírica
(13).
Muchos traían el manual que les
ayudaría a manejarse en América: "los gobiernos preparaban manuales escritos
por ‘doctores en viajes’
y no necesariamente basados en experiencias. Eran redactados para
orientar a los futuros colonos y contenían precisas
instrucciones acerca de lo que sería el viaje, la llegada
y la posterior vida en un país extraño. Cómo
sacar un boleto, cómo conseguir empleo,
cómo cuidarse de los estafadores. Aconsejaban no quedarse
en Buenos Aires,
ya que más lejos de los centros urbanos, tendrían
mayores probabilidades de hacer fortuna" (14).
Los gallegos –afirma Solla- "se dedicaban
preferentemente al sector servicios,
comercio y
profesiones liberales, recibiendo el sector agrario un porcentaje
muy bajo" (15). "Hacia la época del Centenario
–destacan Alvarez y Pinotti- cuando la ola española
supera a la italiana, los ‘gallegos’ (y especialmente
los auténticos hijos de Galicia), asomarán tras los
mostradores de almacenes,
hoteles, restaurantes, bares y
confiterías" (16).
Habrá uno trabajando en la universidad. En
la novela En
la sangre, de
Eugenio Cambaceres, el protagonista y su madre "se detuvieron
frente a la Universidad en
cuya puerta, mostrando un grueso manojo de llaves colgado de la
cintura, estaba de pie el portero, un gallego ñato de
nariz y cuadrado de cabeza". Teresita Fritzsche, responsable de
la edición, afirma que el gentilicio es un argentinismo o
americanismo utilizado con el significado de español
(17). "A los españoles se los llamará
unánimemente ‘gallegos’ –afirman Alvarez
y Pinotti- (…). Este uso de rótulo sirve para
homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar al
‘Otro’ " (18).
Guillermo Saccomano relató en un reportaje: "Mi
abuela era una presencia muy fuerte. Trabajó de sirvienta
y de lavandera de familias bien de la época. Con todo,
acá la pasaba mucho mejor que en su aldea, donde estaban
muy sometidos" (19). De Galicia vino Jovita Iglesias, quien fue
ama de llaves de los Bioy durante casi cincuenta años
(20). En casa de los Villafañe trabajó "una
señora española", de la que dice Javier, el
titiritero: "tenía una memoria
extraordinaria y decía romances antiguos españoles
–aprendí de ella el Romance del cebollero-. Pablo
Medina destaca: "La insistencia con que Javier Villafañe
vuelve de tanto en tanto en sus conversaciones sobre la figura de
aquella gallega Rosa, la cuentacuentos, poemas,
romances y otros decires, es significativa no sólo por su
evocación sino también porque la califica como
imagen
formadora" (21).
La "gallega" –afirman Elguera y Boaglio- era "una
institución de la época que aspiraba a tener cada
familia de la
clase media. La ‘gallega’ era una moza robusta,
trabajadora, honesta, leal, sensata, frecuentemente analfabeta,
que permanecía con la misma familia hasta casarse con su
Manuel (que así se llamaba su prometido) o volverse a su
pueblo galaico, acosada por la morriña, la morrinha da
minha terra" (22). Al presentar una doméstica gallega,
Fray Mocho desliza una crítica social, ya que a esta
mujer un
personaje le dice que la patrona "se aprovecha de que sos
d’España
para sacarte el jugo por unos cuantos centavos" (23).
Hablaban su idioma. Gladys Onega escribe que "los que
habían venido de allá" "hablaban esa fala melosa,
que a nosotros no nos enseñaron por vergüenza de
aldeanos" (24). Casi todos aprendían el idioma por las
suyas, ayudándose algunos con el diccionario,
el cual "También es parte de la cultura
inmigrante. El diccionario
les solucionaba las crisis que
podían tener con su segunda lengua.
Está muy conectado con los autodidactas" (25).
Tenían su religión y sus
tradiciones. Emilio González López analiza la
figura de Santiago relacionada con los gemelos Castor y
Pólux y con la diosa Venus. También se refiere a la
Virgen de la Barca y a la inmensa fe que los gallegos tienen a
esa ‘barca’, piedra movediza que se mueve el
día de la fiesta del Santo (26). Santiago tuvo gran
importancia en la historia de España. Américo
Castro considera que "Sin tal fermento de vida, la
Península hubiera seguido el destino del Norte de Africa o hubiera
sido ocupada por Europeos del Norte" (27). Santiago
Apóstol es la fiesta de todos los gallegos: "Este mes
–dice el editorial de julio de 1996- Viajero Celta hace un
alto en el camino. El descanso de este peregrino lo hace en
Galicia. Porque julio es el mes del Apóstol de
España y duerme su sueño eterno en Santiago de
Compostela. Desde estas páginas rendimos nuestro homenaje
a todos los gallegos celtas" (28).
Junto al culto de Santiago, perviven en Galicia
creencias anteriores al catolicismo, como la que niega la
separación de la vida terrena y el más allá.
El muerto descansa en el cementerio durante el día y de
noche vuelve a visitar su casa, su tierra, vela el sueño
de los suyos, pero esta posibilidad le es dada sólo si
muere en su lugar de origen: "Sólo los que mueren en su
tierra gallega alcanzan el privilegio de no dejar este mundo, de
seguir viviendo en él cerca de los suyos, de su casa y de
su tierra. El que tiene la dicha de morir en Galicia se queda
entre deudos y amigos a los que puede ver todas las noches a su
voluntad" (29).
Trajeron su tradición culinaria: "Los nuevos
inmigrantes reforzaron el ‘aire de
familia’ de la cocina argentina, pero con las pautas
alimentarias de la época, que si bien marcan una
continuación del patrón tradicional no eran simples
cristalizaciones del tiempo de Garay
ni de fines del siglo XVIII, cuando arribara la penúltima
oleada: los guisos, los pucheros y cocidos, la cebolla y el ajo,
el azafrán y el pimentón, chorizos y morcillas
están de regreso en su versión original. El puchero
a la española, presente en el menú de pensiones y
restaurantes de la colectividad, recupera la carne de gallina y
los garbanzos que la iconoclasia criolla había reemplazado
por carne de vaca, porotos y maíz. Los
gallegos aportan sus potajes, empanadas, tortillas y la perdiz en
pepitoria" (30).
Fundaron su escuela.
Darío Lamazares, representante legal del Instituto
Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los
catorce años: "Fui un autodidacta –dijo-, me
formé en la calle, y como la mayoría de mis
compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este
país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la
escuela es una
forma de pagar esa deuda" (31).
A América llegaron asimismo los exiliados
gallegos. Escribe Rodolfo Alonso: "si Buenos Aires –y con
ella la Argentina- hacía ya mucho tiempo que estaba
recibiendo a cientos de miles de inmigrantes (obligados a
abandonar una Galicia feudal y sin futuro, que no podía
mantenerlos ni educarlos), a partir de la injusta derrota
republicana en 1939 vería llegar otra clase de viajeros:
los exiliados. Eran poetas, artistas, políticos,
periodistas, científicos, universitarios, sindicalistas,
editores. Que, firmemente afianzados en su colectividad, entonces
mayoritariamente republicana, y reunidos alrededor de una figura
ejemplar: Alfonso R. Castelao, no sólo líder
político sino en realidad un humanista, durante
décadas convirtieron a Buenos Aires en la auténtica
capital de la
cultura
gallega enmudecida en su tierra por el franquismo"
(32).
Viajaron sacrificadamente los intelectuales
españoles -entre los que se contaba el gallego Moures- que
llegaron a bordo del Massilia, el 5 de noviembre de 1939. Esta
noticia apareció al día siguiente en el diario
Noticias Gráficas: "Las medidas adoptadas contra el
grupo de intelectuales y artistas españoles son de un
rigorismo que sólo tratándose de peligrosos
confinados se hubieran aceptado…. Un marinero nos
informó que los españoles refugiados tenían
orden de que nadie se aproximara a ellos y menos que se asomaran
por los ojos de buey. Es lamentable lo que ha ocurrido. No
sabemos ni nos interesa saber quién ha dado la orden
terminante de que ese grupo de gente que representa de modos
distintos a la cultura y el cerebro de
España permanezca en la sombría situación de
los delincuentes incomunicados" (33).
Arturo Cuadrado Moures recuerda: "En el año 1936
sube Franco, aquella tremenda traición en donde los
hombres tuvieron que matar a los hombres. Surge la famosa
guerra civil
que duró tres años y donde han muerto casi dos
millones de españoles. Nosotros, el ejército
republicano, que dominábamos Madrid, Valencia y Barcelona,
no teníamos fuerzas, teníamos la canción y
teníamos a América" (34).
Sobre su padre, exiliado gallego, escribe María
Rosa Lojo: "El auto exiliado abandona un mundo donde cree que ya
no podrà crecer humanamente, donde la violencia ha
cambiado todas las reglas del juego para
instalar un nuevo orden al que se siente ajeno. No lo sabe
aùn, pero de todas formas quedarà cautivo de
la tierra que
deja. Antonio Lojo Ventoso, mi padre, era uno de esos exiliados.
Para èl ya habìa pasado lo peor: el riesgo de
fusilamiento, la càrcel, la ‘redenciòn de
penas por el
trabajo’. Sin embargo, se despidiò de los
castañares centenarios y los caminos de piedra.
Cediò a un hermano sus derechos sobre las fincas que le
tocaban –magras por cierto, como miembro de una familia
numerosa-, hizo las valijas y cruzò el ocèano.
Dejaba irremediablemente truncos los estudios que habìa
iniciado cuando el mundo era otro, el sueño de convertirse
en oficial de la Marina de la Repùblica. Dejaba negocios
equivocados y proyectos
irrealizables. Dejaba tambièn (aunque de eso me
enterè despuès de su muerte: era un
hombre
pudoroso) una cierta reputaciòn juvenil de ‘mala
cabeza’, y de playboy coruñès, que fascinaba
a las muchachitas y escandalizaba a sus madres. Dejaba una
España que para sus ojos habìa retrocedido siglos
en el tiempo, donde no cabìa la dimensiòn de su
deseo. El futuro estaba afuera. Habìa resuelto que en las
nuevas tierras harìa otra cosa, y serìa, casi, otra
persona"
(35).
Se ha señalado la diferencia entre inmigrantes y
refugiados: "El inmigrante toma una decisión y asume el
riesgo, aunque
tenga que poner en peligro su vida. El exiliado no tiene
capacidad u oportunidad para decidir. Otra de las diferencias
fundamentales es la experiencia vivida antes de la partida.
Muchos llegan heridos, con mutilaciones, han sido testigos de
la muerte de
personas conocidas y familiares. Sufrieron violaciones sexuales,
(…). Luego está el trauma del desarraigo, la
pérdida del punto de referencia, la destrucción de
todos los bienes".
Cuando se trata de un refugiado, por más que se
esfuerce por sobreponerse, "El desarraigo golpea la salud hoy y para el resto de
la vida. (…) En muchas ocasiones, el desplazado debe adaptarse
a países con otro idioma, otra cultura, separado de sus
seres queridos. No resulta extraño que sean frecuentes los
intentos de suicidio, los
conflictos
conyugales, el retraimiento social, la sensación de
peligro constante, la pérdida de creencias, las conductas
agresivas… Un caso donde el desarraigo es especialmente
doloroso es el de los ancianos, que desarrollan más
cuadros depresivos que el resto. La falta de esperanza sirve para
adelantar la muerte"
(36).
La travesía ha llegado a su fin. Los pasajeros,
con su documentación argentina, se encuentran con
sus familiares, amigos, o empleadores. Los que no tienen
conocidos en la nueva tierra, sufren "las penurias del desembarco
en Buenos Aires, Hotel de Inmigrantes y frustrada espera de un
destino" (37). Días después, desde allí unos
se trasladarán a un conventillo; otros, a una vivienda
más digna, y pocos viajarán hacia las
colonias.
Quienes llegaban al Puerto podían alojarse en el
Hotel, sólo si observaban el reglamento de la
institución. El mismo establecía, por ejemplo que
"Después de cada comida, a la hora indicada por el
reglamento, se deberán limpiar los utensilios que se le
hayan entregado antes, sin lo cual no podrá ausentarse del
Hotel. Por turnos, como se indicará, tendrán que
limpiar las instalaciones y ocuparse del transporte de
víveres. La parte destinada a los hombres, está
separada de la de las mujeres; al igual que en el barco,
está prohibida la promiscuidad. Con todo, se
respetará el sagrado derecho de ayudar a su mujer y a sus
niños.
Una vez escuchado el timbre del silencio nocturno, está
prohibido cualquier tipo de alboroto. Quien se sienta mal debe
avisar a la dirección del establecimiento. Está
permitido salir a determinadas horas, pero quien no haya
regresado en el horario previamente fijado no podrá pasar
la noche en el Hotel" (38).
"La aglomeración de gente presentaba un cuadro
poco edificante. En ‘La Nación’ (N° 2355), denunciaba el
mal estado del
hospedaje a los extranjeros. A un pedido de aclaración del
ministro Laspiur, el Comisario de Inmigración
informó que: ‘el Asilo de Inmigrantes está
muy distante de ser lo corresponde al objeto que se destina. V:E:
lo ha reconocido así y mandó levantar planos y
presupuestos
de la obra que debe construirse en el terreno que al efecto fue
cedido por la Municipalidad en el bajo del Retiro…’ y
agrega que nunca habían tenido enfermedades
infecto-contagiosas, y que en un nuevo edificio, del fondo, se
destinaba a los enfermos que eran visitados dos veces por
día por el médico. Luego informa el señor
Dillon: ‘Los inmigrantes permanecen poco tiempo en el Asilo
y cuando llegan se envían al Río que está
inmediato, lavan la ropa y se asean. Cuando no están en
esa operación, la pasan en la Plaza, de manera que
sólo en los días de lluvia se siente algún
inconveniente, cuando existe mucha aglomeración, pero
basta uno o dos días buenos para que todo esté
seco, pues el aire y la
luz penetran
por todas partes" (39)
En el Hotel de Inmigrantes, los recién llegados
se agrupaban de acuerdo a su procedencia. Comenta el profesor
Jorge Ochoa de Eguileor: "Aquí había inmigrantes de
diferentes países, con diferentes idiomas, que
hacían sus grupúsculos ya entre sí, se
juntaban e iban al mismo lugar del comedor, habían logrado
estar en el mismo dormitorio y salían en conjunto a la
calle, porque tenían libertad de
salir del hotel hasta las siete de la tarde. Las señoras
también se juntaban de acuerdo a la nacionalidad en los
jardines con los chicos, esperando a sus maridos, se pasaban la
mañana en el jardín, en los grandes jardines"
(40).
Gloria Pampillo recuerda la voluntad de unión de
los emigrantes gallegos: "Lo que van a hacer ahora es lo mismo
que hizo mi abuelo cuando llegó a la Argentina en 1870.
Van a agruparse en cofradías. Que esas cofradías
formen un ejército o una Sociedad de
Socorros Mutuos, poco importa. Lo que tienen en común es
que lejos de la tierra,
‘da mía terra’, como dijo una mujer en el
seminario con
un dolor que me volvió de barro el corazón,
van a buscarse entre ellos" (41)
Esa unión de los primeros tiempos dio origen a
asociaciones importantes, a muchas de las cuales se refiere Rosa
Majián en su guía (42). Surgieron los medios de las
colectividades, estudiados por la antropóloga Viviane
Oteiza Gruss (43). Una publicación tuvo que ver con el
origen del Centro Gallego: "El Eco de Galicia fue fundado
por José María Cao Luaces el 7 de febrero de 1892.
Este fue el órgano de los residentes gallegos en la
Argentina desde ese momento y uno de los antecedentes de la
fundación del Centro Gallego de Buenos Aires"
(44).
"La llegada del migrante siempre está cargada de
esperanzas e incertidumbres. Y la asociación con sus
connacionales es una de sus estrategias para
cubrir sus necesidades culturales y recreativas –opina
Lelio Mármora, director de la
Organización Internacional para las Migraciones.
Así surgieron entidades que dieron a los recién
llegados espacios solidarios en un medio extraño, y varias
resultaron centro de excelencia para los argentinos"
(45).
"Los gallegos (…) se radicaron, en general, en la
ciudad" (46). Algunos vivieron en los conventillos. Los
conventillos más famosos fueron Las Catorce Provincias,
El Universo y
el Conventillo de la Paloma. En ellos "se compartían los
baños, los lavatorios, las letrinas, la cocina y los
lavaderos. En las piezas vivían familias enteras, a veces
con seis o siete hijos, lo que provocaba hacinamiento y
promiscuidad. (…) Para dormir, los más pobres
tenían dos opciones: el sistema de "cama
caliente", en el que se alquilaba un lecho por turnos rotativos
para descansar un par de horas, o la maroma, que eran sogas
amuradas a la pared a la altura de los hombros. Quien optaba por
ese método
debía pasase las sogas por debajo de las axilas, dejar
caer el peso del cuerpo y dormir parado" (47). Esto nos da una
idea del enorme sacrificio que debieron hacer muchos de los que
venían en busca de un futuro mejor.
Los conventillos fueron escenario del sainete, lo afirma
Vacarezza en un conocido soneto: "La escena representa un
conventillo./ Personajes: un grébano amarrete,/ un gallego
que en todo se entromete,/ dos guapos, una paica y un
vivillo."(48). En Mustafá, sainete de Armando
Discépolo y Rafael De Rosa, don Gaetano destaca el
clima amistoso
del conventillo, en el que también viven gallegos: "E lo
lindo ese que en medio de esto batifondo nel conventillo todo ese
armonía, todo se entiéndano: ruso co japonese;
francese con tedesco; italiano co africano; gallego co marrueco.
¿A qué parte del mondo se entiéndono como
acá: catalane co españole, andaluce co
madrileño, napoletano co genovese, romañolo
co calabrese? A nenguna parte. Este e no paraíso. Ese ne
jauja. ¡Ne queremo todo! (49).
La tranquilidad desaparece en oportunidades como la que
describe Bartolomé R. Aprile, en "El espiante": "Se
junaban con bronca las viejabas –gaitas tolas cabreras por
un cuento– y se
fajaban a lo potro biabas al lado ‘e la pileta del
convento" (50). O como la que evoca Manuel Gálvez, en
Nacha Regules: "Monsalvat imaginó que sus palabras
engendrarían entusiasmo y agradecimiento. Pero no fue
así. Unos torcieron el rostro, otros cuchichearon. Una
vieja se puso a hacer pucheros, y un gallego protestó
contra el abuso de querer echarles de la casa para después
subir los alquileres". El gallego decía que "Si ellos se
encontraban bien, ¿por qué obligarles a aceptar lo
que no pedían? ¿Qué vivían como los
cuerpos? ¡Bah! Acaso vivieron antes de otra manera? Eso que
decía el patrón: la higiene y el
aire, era bueno para los ricos. ¡Los pobres estaban tan
conformes sin aire! Y respecto de la higiene, maldita
la falta que les hacía. Además, si la vida de los
pobres era dura, no correspondía a los ricos pretender
mejorarla. Y que no les dijeran que sus ofrecimientos eran
desinteresados, porque no lo creerían. Ya conocían
demasiado a los ricos. Todos iguales. Si a veces cedían
por un lado, era para reventarlos por otro. Podía, pues,
el patrón marcharse con sus rebajas de alquiler y la
reforma del conventillo. No aceptaban la rebaja, no. ¡Ellos
no se moverían de allí!" (51).
En un conventillo reúne a sus discípulos
José Luna, personaje de Marechal en Megafón: "En la
sala única del púgil se juntaban sin armonizar el
comedor, el dormitorio y una cocina de leña, cuyo tiraje
pésimo fue un manantial de humo que, sin embargo, nunca
molestó en adelante ni a José Luna ni a sus tres
discípulos, en las discusiones que mantuvieron sobre las
metáforas del Apocalipsis. Los tres
discípulos eran Juan Souto, llamado ‘el
gaita’, Vicente Leone, o ‘el tano’, y Antenor
Funes, conocido por ‘el salteño’ "
(52).
Según lo que comían, Santiago de Estrada
podía reconocer la procedencia de los habitantes de los
conventillos: "Encienden carbón en la puerta de sus
celdillas los que comen pucheros: esos son americanos. Algunos
comen legumbres crudas, queso y pan: esos son los piamonteses y
genoveses. Otros comen tocino y pan: esos son los asturianos y
gallegos. El conventillo es el reino de la ensalada cruda"
(53).
El aluvión inmigratorio tuvo que ver con las
nuevas ideas sobre edificación. Lo afirma Andrés
Carretero: "‘En 1887 la población total era de 404.173 habitantes,
con una densidad de 89
habitantes por hectárea’, computó Carretero,
pero ya el cambio
comenzaba a operarse con la afluencia de la inmigración,
‘que modificó los amplios patios de las casas
porteñas, que se dividieron para facilitar dos o tres
pisos a las casas de bajo y aprovechar así mejor los
terrenos’" (54).
A Entre Ríos se traslada el gallego Francisco
Izquierdo, quien escribe en 1882: "Los primeros días que
pisamos la playa de Colón formado en ese entonces por un
verdadero bosque salvaje, sin más habitantes que los
nativos de semejantes sitios, sin entrar en los detalles de las
especies porque creemos que el lector se dará cuenta de la
clase de habitantes, y puede imaginarse cuál sería
la primera impresión después de un viaje terrible
en el mar, y los trasbordos cuando se navegaba puramente en
buques de vela, teniendo para calmar nuestra primera mala
impresión que recurrir al librito o contrato lleno de
ofertas por el General Urquiza, en vista de los cuales nos
resignábamos en parte pues el tiempo pasaba y nos
encontrábamos como tribus salvajes, apiñados bajo
los árboles, con nuestros hijos, sin más
techo que el de la naturaleza, y ni
una visión de simples ranchos en una estancia de algunas
leguas a nuestro alrededor, teniendo de voz solo cuando la visita
de uno que otro poblador de los alejados contornos (…)
Así pasamos los primeros meses hasta que nos empezaron a
indicar los terrenos limpios donde debíamos edificar
nuestras chozas pues los materiales de
construcción nos eran completamente
desconocidos . (…) teníamos que luchar contra elementos
formados por la naturaleza, que
son más formidables que los fraguados por el hombre"
(55).
Otros gallegos viajaban a Ushuaia. " ’El Gallego
Penitenciario’ ocupó un rol tan destacado en la
historia de los primeros penales que fue honrado días
atrás con una estatua recordatoria, ubicada en un lugar
central del Museo del S.P.F. ‘A principios de
siglo los primeros guardias eran gallegos o yugoslavos, traidos a
la Argentina para trabajar en las cárceles. Muchos
llegaban al puerto de Buenos Aires y seguían viaje al
penal de Ushuaia; otros paraban en el Hotel de Inmigrantes y eran
destinados a unidades de acá’, recuerda el alcaide
mayor retirado Horacio Benegas, asesor del museo y jefe de
visitas de la Unidad 16 en los 60" (56).
Gladys Onega escribió Cuando el tiempo era otro.
Una historia de infancia en la
pampa gringa (57) convencida de que "todos tenemos derecho a
escribir nuestra historia", como ella expresó en un
reportaje (58).
Su historia se inicia en Acebal, provincia de Santa Fe,
donde nace en 1930, y continúa en Rosario, ciudad a la que
se mudan en 1939. Sus primeros años transcurren en el seno
de una familia integrada por un gallego tan esforzado y
ahorrativo como autoritario; una criolla apasionada por la hija
mayor, la lectura y
la costura; y dos hermanos, que acaparan la atención que la pequeña
reclamará para sí. Junto a ellos encontramos
la familia de
la casa da pena –los gallegos que quedaron en su tierra-,
los parientes gallegos que emigraron y los parientes criollos de
la madre, y los inmigrantes –en su mayoría
italianos- que viven en el pueblo.
Los días de la infancia son
descriptos con nostalgia y visión crítica. Las
peleas entre los padres, los accesos de tos convulsa, las comidas
inmigrantes y nativas, el aprendizaje de
las primeras letras, los internados católicos para varones
y mujeres, la tolerancia ante
la conducta infantil
y los castigos que imponía cada uno de los progenitores,
son recordados en el marco que proporcionan a esta familia los
avatares de la vida en la Argentina y en Europa; la
Guerra Civil
en España y el fraude
político en Santa Fe son episodios evocados detenidamente
por esta narradora.
En "Mínima autobiografía de la exiliada
hija", trabajo que integrarà un volumen sobre el
exilio español
republicano de 1939, a publicar por la Universidad de
Lèrida, Marìa Rosa Lojo se refiere a su vida como
hija de un gallego y una madrileña exiliados en la
Argentina (59).
En
novelas y
cuentos
Marìa Rosa Lojo define a su novela,
Canciòn perdida en Buenos Aires al oeste, como "la
historia de una familia narrada a travès de siete
personajes, de siete voces: la voz central es la de Irene, que en
sus treinta años rescata ese nudo de vidas que conforma
sus propios orìgenes, como quien canta una canciòn.
Una canciòn perdida porque es la de la infancia y la
adolescencia,
la de la vida tramada por el amor, la
dicha, la desdicha, la enfermedad, la muerte, los
extravìos y las recuperaciones que constituyen el tiempo
irrestañable e incorruptible, como el agua
fluyente, que la palabra, por un momento, crea la ilusiòn
de retener" (60).
Despuès de muchos años de exiliados, los
padres de Irene sufrìan el mismo desarraigo que los
acompañarìa hasta el final de sus dìas. En
su hogar del oeste, "era el sol de la casa
nativa que iluminaba sus rostros. Los rasgos de mi madre,
silenciosos y bellos, como una estampa antigua; los ojos de mi
padre, tristes de mar, empañados de tiempo recorrido. La
mesa del domingo, cuando comíamos callados y mi padre,
sólo mi padre recitaba, tácitamente, como para
sí: ‘Donde yo me he criado…’ Y ya no
escuchábamos; lo demás se perdía en la bruma
nebulosa de un mito siempre
repetido, desesperado y patético como una plegaria
inútil. La única plegaria que papá se
permitía decir" (61).
En Frontera Sur, del hispano argentino Horacio
Vázquez-Rial. "Prostitutas, fantasmas, jugadores, gallos
de riña, socialistas primitivos, héroes del
trabajo, anarcosindicalistas o músicos que se cruzan en la
vida de tres generaciones de emigrantes gallegos, van tejiendo la
trama de Frontera Sur y la historia de Buenos Aires, entre 1880 y
1935. Roque Díaz Ouro, que llega viudo y con un hijo a la
capital
argentina, que se enamora de una prostituta de alto vuelo y que
recibe en su carrera ascendente la ayuda del espectro de un
compadrito degollado, es protagonista de este relato
épico, junto al alemán Hermann Frisch, portador de
un bandoneón y de los principios de la
organización obrera. Pero también
aparecen en él figuras legendarias como Yrigoyen, Durruti
o el propio Gardel, que definieron el espíritu de una
época y de una ciudad apasionantes" (62)
Guillermo Saccomano recuerda en El buen dolor (63), a su
abuela gallega, la que le contaba cuentos de su
tierra: "Aunque la abuela era madrugadora y de acostarse
temprano, sufría de insomnio. Por la noche ella y vos,
acostados en su pieza, en la oscuridad, escuchaban Radio
Porteña, que transmitía desde los teatros. La obra
predilecta de la abuela era La Malquerida, interpretada por Lola
Membrives. Ay, esa madre, se desgarraba la Membrives en la
oscuridad de la pieza. Ay, repetía la abuela. Apenas
terminaba la obra, la abuela apagaba la radio. Y como
no podía dormir, te contaba un cuento".
Narrador él mismo, Saccomano fue distinguido con el Premio
Nacional de Literatura correspondiente
al año 2000 por esa novela.
Gloria Pampillo es la autora de Los gallegos (64), una
novela inédita en la que evoca la inmigraciòn de
sus mayores. El abuelo de Gloria Pampillo era comerciante, y
había elegido el mismo nombre para todos sus negocios:
"Celta, como el nombre que mi abuelo le ponía a cada uno
de los bienes que acá se iba ganando, desde su barco hasta
los toros. Un toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su
escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en
el almacén o
en la panadería: La flor de Galicia".
Guadalupe Henestrosa ganó en 2002 el V Premio
Clarín de novela, con Las ingratas (65), novela en la que
evoca la inmigración de cinco hermanas españolas y
la hija de una de ellas. Seis gallegas, recién bajadas del
barco, llegan a una pensión en la que la mayor se
empleará como cocinera. Allí las asalta la
nostalgia: "Esa noche entre esas paredes húmedas,
escuchando las palabrotas que venían desde el patio, las
chicas extrañaron la casa de piedra en las
montañas. Por primera vez desde aquella madrugada cuando
dejaron a su padre, Vicente, solito junto al fogón, se
sintieron lejos de todo, perdidas, a merced de unas gentes
desconocidas, con quién sabe qué costumbres.
¿Cómo encontrar el alma en una tierra donde todas
las cosas tenían otro olor?".
Sobre esa obra escribió Vicente Battista: "En
inverosimilitud y perfil de personajes, Las Ingratas
cumple con las normas del
folletín. Su escritura, por
el contrario, nada tiene de folletinesca. A la hora de narrar,
Guadalupe Henestrosa prescinde de adjetivos estridentes y obvia
las descripciones ampulosas, maneja los diálogos con
soltura y gentilmente evita el cocoliche; la época en que
se desarrolla su historia y los actores que la protagonizan bien
podrían haberle hecho cometer ese traspié.
Guadalupe Henestrosa asombra con el cruce de géneros que
ofrece: mezcla hábilmente la pompa del folletín con
la sequedad de una escritura que
no precisa de aditamentos" (66).
Cuando "Doña Conce", la gallega del cuento de
Jorge Dietsch, ve que se acerca su fin, pide sus zapatos, "e
incorporándose en la cama, comenzó a bailar.
Bailaba para adentro, se veía en la mirada y la sonrisa,
con una gracia joven y movimientos que debían ser de tal
agilidad que en la habitación entró un viento
fresco de montañas, con olores de campo y de menta.
Tarareaba al mismo tiempo una música tan
extraña y bella que quienes escuchaban, a pesar de la
gravedad de las circunstancias, no pudieron evitar
acompañarla con movimientos de pies. Luego, agotada de
tanta danza,
apoyó la cabeza en la almohada, respiró profundo
varias veces, y cerró los ojos sin dejar la sonrisa, como
soñando un buen sueño" (67).
En el poema "Cuando mi padre habló de su
infancia", José González Carbalho enumera las
posesiones que el niño inmigrante tenía en Galicia:
un río, un monte, un horizonte, su perro y sus canciones.
En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta: "Ay, el
dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que andaba
yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven
sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al
nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan
pobre!" (68).
En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina
García canta la nostalgia del inmigrante de esa
región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/
en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y
por las vides de Galicia como raíz sangrante/
tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…)
Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo
que el corazón de ese hombre/ desparrama, porque el
amor, vive en
su España" (69).
A sus abuelas, inhumadas en tierra americana, canta
Ricardo Adúriz: "Dulces abuelas trashumadas/ desde estos
cielos/ a aquellos cementerios./ Que vuestros nombres, en medio
del océano/ de sombra, sajados vivos de la noche larga,/
os devuelvan la luz de un tiempo
suave/ en Freas de Eiras –tierra de Galicia-y en el Madrid
de fin de siglo.// Vuestras son estas últimas
luciérnagas,/ fragmentos puros de un espejo roto,/ donde
brillan los rostros del olvido" (70).
El protagonista de una canción de Alberto Cortez
conoció Galicia cumpliendo la promesa que hiciera a su
abuelo: "Y el abuelo un día cuando era muy viejo/ allende
Galicia/ me tomó la mano y yo me di cuenta/ que ya se
moría/ Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas/ y con
menos prisa: ‘Prométeme hijo que a la vieja aldea/
irás algún día/ Y al viento del Norte
dirás que su amigo/ a una nueva tierra, le entregó
la vida’ " (71).
Carlos Penelas es el autor del poema "Los trasterrados",
que dedica a sus abuelos Pedro Penelas y Tomás Abad. En
él dice: "Se ocupaban de las cosas comunes:/ del trabajo,
del pan, de los hijos./ No expresaron fatiga ni dolor.
Morían en silencio./ Llevaban en la sangre/ el honor,
la palabra, la brisca./ Bebían vino tinto. No reclamaron
nada./ Caminaban el tiempo de otro tiempo" (72).
Roberto Arlt viajó a Europa en 1935,
enviado por el diario El Mundo, y remitió desde
allí sus "Aguafuertes gallegas" (73), serie de notas sobre
los gallegos y su relación con América, en las que
tiene gran importancia el tema de la inmigración a la
Argentina. Las "Aguafuertes gallegas" aparecieron en 1997, por
primera vez quizás, reunidas en un libro.
Sobre aquellos que emigraron reflexiona Arlt en tierra
gallega: "-Cómo se les ha de encoger el corazón
cuando, en un momento de soledad, se acuerdan de estas aldeas tan
bonitas, tan envueltas en cortinados verdes, y cuando se acuerdan
de la caída de la tarde, del sol en el río, y de
las voces de las gaitas, y de los bailes en los calveros, y de
las vacas que atadas con una cuerda llevaban a beber a un
río, y de los viñedos tan tupidos, y de sus casonas
suspendidas sobre los abismos…" Comprende cabalmente la
morriña que agobia a estos hombres de dos continentes, y
la comprensión hace que se vuelvan para él
más dignos de encomio.
Los vínculos entre las dos patrias se patentizan
una vez más para Arlt en Betanzos, donde observa que "Si
se conversa con la gente os sorprende de hallaros en una de las
ciudades más argentinizadas de Galicia. Se habla
aquí de Buenos Aires como si fuera el pueblo de enfrente
–afirma. Circulan modismos argentinos: ‘no seas
globero’, ‘macaneador’,
‘ché’. El tango para
sorpresa mía, además de bailarse se canta con la
letra. No en balde, cerca de tres mil habitantes de Betanzos
trabajan en la República Argentina"
González Carbalho, periodista y poeta, se
refirió en varios artículos al viaje a la tierra de
sus padres que realizara en abril de 1955. En "Temas de la patria
anterior" (74), el viajero escribe: "Quienes fueron antes que yo
en mi sangre, partieron por donde yo entré en
España. Recuerdo que en algún coloquio de
lembranzas, hablóme mi padre de cuando se echaba a nadar
en la radiante bahía de Vigo. Eran intentos para irse.
Estaba haciendo la práctica para la gran travesía.
El alma navegante se estaba familiarizando con la onda, el yodo,
la brisa que blanquea de sal la cara. Así partió
siendo niño. Y yo volví por donde él
partió, siendo ya varias veces hombre. Es decir: hombre y
experiencia, hombre y afán de indagar en la raíz,
de sentirme en la fuente de la savia. Hombre que necesita
respirar los aires de su patria anterior".
Algunos cineastas evocaron la inmigración gallega
que llegó a tierra americana. en films en los que se evoca
esa etapa de nuestro pasado y se pone al alcance del
público testimonios de quienes protagonizaron un
fenómeno social que dejó indelebles
huellas.
Así es la vida, realizada por Francisco Mugica en
1939, proviene de una obra teatral Nicolás de las
Llanderas. Claudio España señala que en ese film,
"con Enrique Muiño y Elías Alippi, el sainete
pervive sólo en dos amigos de la familia, un
gallego y el italiano –los de afuera; los de casa son
porteños. Por su peso, gana forma la comedia familiar,
apoyada en el sentido aglutinador de la mesa del comedor, blanca
en extremo por la luz simbólica que le arrojan los
directores de fotografía. Temporalmente, esta comedia se
inicia en el patio y prosigue en la sala con piano y con una mesa
amplia donde caben todos. Los inmigrantes mantienen el decir
cocoliche; los otros son porteños y los novios, en sus
encuentros, se hablan de tú" (75).
Niní Marshall creó, entre otros
inolvidables personajes, a Cándida Loureiro Ramallada, "la
gallega bruta y charlatana", que fue su primera
caracterización en Radio Municipal,
en 1934. "En el film Cándida (1939, Bayón Herrera),
sobre un barco y con sus ropas de campesina recién
llegada, la gallega hace su jocosa presentación:
‘Vengo a este país a ganar cuarenta pesos, casa y
comida. Salida, los domingos’. (…) "La voz de Niní
es testigo del movimiento de
los estratos sociales medios
argentinos y de los desplazamientos culturales y de la
flexibilidad de los grupos y
colectividades, en el paso de los años treinta a cuarenta"
(76).
En abril de 1998, anuncia una noticia de la agencia
Télam: "La novela de
Horacio Vázquez Rial, ‘Frontera sur’,
finalmente fue elegida –después de cantidad de
lecturas- por el cineasta español Gerardo Herrero para dar
vida a una historia de inmigrantes. ‘La filmación se
hará enteramente en la Argentina; hay muchas locaciones en
Luján, donde el 27 de este mes empieza el rodaje, que
durará ocho semanas’, confirmó el autor de
‘El soldado de porcelana’ a Télam. Entre los
actores contratados figuran Federico Luppi, el alemán
Peter Lomaier (conocido por su trabajo en ‘El enigma de
Kaspar Hauser’, de Werner Herzog) y Maribel Verdú en
los papeles principales. ‘Pero habrá varias
sorpresas más’, dice el escritor, que prefiere no
hacer adelantos. También dice que el guión de
‘Frontera…’ le pertenece: ‘Es una experiencia
muy enriquecedora e intensa. Y es curioso, porque el director
tiene un respeto por la
novela mucho mayor que el autor’. ‘Me traiciona cada
tres líneas, pero el resultado me gusta. Y, aunque no
participo en el proceso (de
producción, filmación, montaje,
etc.), no iría nunca en plan Javier
Marías quejándome porque me cambiaron la
novela’, agrega. ‘Es un trabajo de ida y vuelta. Yo
despojé la novela. Gerardo la devolvió.
Después hicimos un trabajo de poda. En fin, agregamos
cosas por indicación de los actores. El cine, en ese
sentido, no tiene nada que ver con la literatura: es un trabajo en
común’, dijo el escritor" (77).
Entre los gallegos emigrantes, la gaita era un
instrumento muy difundido. El gaitero Carlos Núñez,
de paso por nuestro país, dijo en un reportaje que "los
mejores gaiteros no permanecieron en Galicia sino que la
mayoría vino a Buenos Aires, muchas veces exiliada". En la
Argentina y en Cuba, entraron
en contacto con otros ritmos, al punto que "La música
gallega se benefició de estas influencias, de estas
tradiciones más abiertas" (78).
José Cameán Parcero cuenta que su padre
"como buen gallego, era músico, tocaba la gaita y le
enseñó a él a tocar la caja. Como esto
resultó ser de su gusto tocó con Los Celtas de Vigo
y con los Chavales de España. En estos conjuntos
tocaba la tumbadora. Estos instrumentos todavía los
conserva en su taller de autos
antiguos" (79).
Manuel Castro, descendiente de gallegos, "es
fanático de la música celta. En sus viajes por
Europa aprendió la historia y las costumbres de este
pueblo europeo y ahora difunde sus conocimientos en la Argentina.
(…) Fiel a las tradiciones, Manuel se calza la pollerita kilt y
el zaragüelle –vestuario típico que usaban los
gallegos en el siglo XVIII- para interpretar los temas musicales.
(…) Con el grupo Potim (nombre de una bebida irlandesa
ilegal) ya grabó un CD y ahora va
por el segundo. ‘Soy un coleccionista de gaitas’,
dice Castro y cuenta orgulloso que tiene 7 de esos instrumentos.
‘La primera gaita me la compré en un viaje que hice
a Londres. Aprendí a tocar con parientes y gaiteros
escoceses. La cultura celta me fascina" (80)
El Conjunto de Música Folk-Celta del Centro
Galicia de Buenos Aires "Maestro Pazos", ha presentado
Abrego, "el primer CD de este
conjunto de jóvenes intérpretes. Son hijos y nietos
de gallegos y su mayor ilusión es transmitir con
autenticidad y humildad la magia y sensibilidad que guardan las
melodías gallegas" (81).
"Sete Netos son, como su nombre lo indica, siete nietos
de inmigrantes españoles que, puestos a hacer
música, decidieron retomar los sonidos de sus ancestros
–explica Adriana Franco. Así, Gabriel Ponte, Alberto
López, Juan Martín Rodríguez, Juan
Martín Pociello, Jorge Sisto, Hugo Reverdito y
Hernán Giménez Zapiola, impulsados por gaitas,
flautas, guitarras y bandurrias, logran un interesante trabajo en
la combinación de instrumentos tradicionales con los
más contemporáneos. En el camino de su
búsqueda, los Sete Netos encontraron las conexiones de lo
que, en los últimos tiempos, se conoció como
universo
celta. Así, a las composiciones gallegas se sumaron temas
asturianos, escoceses e irlandeses, y el toque latino que los
inmigrantes llevaron y trajeron en sus viajes" (82).
Algunos descendientes de inmigrantes se dedicaron al
tango. No es
muy amable la impresión que tenía Carlos Gardel
sobre el tango ejecutado por españoles, ya que le dijo a
Astor Piazzolla: "Mirá pibe, el ‘fueye’ lo
tocás fenómeno, pero al tango lo tocás como
un gallego" (83).
Victor Hugo Ghitta evoca el baile en el carnaval de la
colectividad gallega. Recuerda "las largas mesas familiares del
Centro Lucense, en una Buenos Aires cuyos esplendores y apego por
las fiestas populares irían menguando con los años,
en bulliciosas noches de carnaval en las que nos
peleábamos por una falda con fervor e inocencia mientras
nuestros padres batían palmas y meneaban caderas al ritmo
del pasodoble o la muñeira, después de haberse
atragantado con las sardinas españolas y las morcillas
vascas y las batatas asadas al carbón y los jamones tan
perfumados como las señoras que atiborraban la pista,
atraídas por una estridencia de trompetas y por las
toreras de luces y las fabulosas charreteras y los zapatos y los
pantalones blancos de los Gavilanes de España, que era el
conjunto musical que animaba las tertulias y las verbenas"
(84).
…..
Así vivieron los gallegos en la Argentina,
trabajando, reuniéndose, cultivando las tradiciones de su
tierra y transmitiéndolas de generación en
generación.
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Rabal dormido en Aguilas", en La Nación, Buenos Aires, 2
de septiembre de 2001.
Trabajo enviado por
María González Rouco
Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
Matriculada