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El estilo político Peronista




Enviado por Adalberto C. AGOZINO



    Indice
    1. El
    liderazgo peronista

    2. Paralelo entre Yrigoyen y
    Peron

    3. Peron y el gobierno
    militar

    4. El coronel Peron y el movimiento
    obrero argentino

    5. El partido
    laborista

    6. La coalicion
    peronista

    7. El partido
    peronista

    8. La nueva elite
    dirigente

    9. El führerprinzip o culto a la
    personalidad

    10. La diarquia
    peronista

    11. Peronismo y
    estado

    12. El uso del patronazgo oficial
    en el estilo peronista

    13. Decadencia y caída del primer
    peronismo

    14. Santa Evita
    15. La decadencia del estilo
    peronista

    16. El Conflicto Con La
    Iglesia

    1. El liderazgo
    peronista

    Las fuerzas armadas, después de la exitosa
    culminación del golpe de Estado,
    se vieron en posesión del supremo poder
    político del país, sin poder
    determinar exactamente los procedimientos a
    implementar para solucionar los problemas, que
    a su juicio, afectaban a la Nación.
    Las primeras proclamas del gobierno militar
    estaban concebidas en un enfático tono nacionalista, pero
    poco decían acerca de sus planes políticos
    concretos, salvo en materia de
    desarrollo
    industrial.

    Muchos militares sabían que la condición
    principal para alcanzar la grandeza nacional era la existencia de
    una base industrial. Sin industria, sin
    siderurgia, sin petróleo,
    no habría Argentina grande.
    Si bien puede decirse que el gobierno militar
    no condujo el proceso de
    industrialización, concretó algunas iniciativas
    interesantes para estimularlo: creó el banco de Crédito
    Industrial, dictó medidas para el fomento y defensa de la
    industria,
    promovió las fabricaciones militares, se preocupó
    por la formación de aprendices y técnicos,
    estableció una Secretaría de Estado
    específica e instauró el Día de la
    Industria. Lo demás corrió por cuenta de los
    empresarios argentinos, de su ingenio, su espíritu de
    aventura y su optimismo, y por supuesto, de la guerra. "Lo
    importante –dice Luna- no es tanto el saldo que
    quedó en términos estadísticos –que
    fue mucho- sino la conciencia que
    dejó afirmada en el país. Se había roto un
    viejo tabú cuidadosamente alimentado por las clases
    dirigentes vinculadas a la producción agropecuaria. Ahora resultaba
    que los argentinos no solamente sabían producir carne y
    cereales sino que también podían fabricar,
    pasablemente bien, telas, productos
    químicos, manufacturas de toda clase, partos para el
    hogar, accesorios para automóviles, camiones y tractores,
    elementos ferroviarios. Fue una conciencia que
    contribuyó a hacer más sólida la nueva
    visión del hombre
    argentino sobre su país; el país que diez
    años antes miraba la cara de la desocupación, la ‘mishiadura’ y
    la crisis, y
    ahora desbordaba de actividad, trabajo e iniciativa, en una
    euforia pocas veces conocida".

    Después del 4 de junio de 1943 las fuerzas
    armadas carecían de un plan
    político y de un líder
    que asumiera la responsabilidad de su ejecución, o sea, de
    un dirigente en quien delegar la representación política del movimiento. Y,
    lo más importante, les quedaba por elaborar una metodología capaz de concertar el apoyo de
    las restantes fuerzas políticas
    hacia el logro de sus objetivos de
    gobierno. La necesidad de resolver con rapidez y eficacia esos
    tres problemas
    desencadenó un proceso de
    selección dentro de las fuerzas armadas. En
    ese proceso el coronel Juan Domingo Perón se
    destacó como el oficial con mayor talento político,
    entre los que competían por el poder y no tardó en
    convertirse en figura dominante dentro del gobierno
    militar.

    Al respecto de la
    personalidad del coronel Juan Domingo Perón, uno
    de sus más acérrimos opositores políticos,
    Bonifacio del Carril, -que por ese entonces mantenía con
    él un trato diario- nos brinda el siguiente perfil:
    "Tenía una memoria notable,
    especialmente para recordar hechos y circunstancias, y para
    reconocer a las personas, condición que le permitió
    en poco tiempo tratar y
    atraer a una gran cantidad de individuos en su carrera política, partiendo
    literalmente de cero. Poseía una gran facilidad de
    palabra, con una oratoria directa
    y efectiva, y cierto ingenio para inventar o utilizar
    chascarrillos, dichos y apodos populares. Decía que la
    mentira tenía patas cortas, pero no era demasiado
    respetuoso de la verdad e improvisaba sobre cualquier cosa, con o
    sin conocimiento
    de la causa. Se contradecía sin rubor. Era muy
    hábil a su manera para manejar el tono de sus
    conversaciones privadas y de sus discursos
    públicos, según el resultado que quería
    obtener. Envolvía al interlocutor, dándole la
    razón por anticipado para evitar discusiones, y luego
    recogía el argumento y lo daba vuelta según su
    intención. El fin que justifica los medios era
    para él una norma habitual. Explicaba sus actitudes
    sosteniendo que le eran impuestas por razones ajenas a su
    voluntad. En esto era cínicamente inteligente.
    Decidió conquistar a las masas, comprendiendo claramente
    que la pretensión de hacerlo desde afuera era vana y que,
    en cambio,
    debía identificarse con ellas, si quería
    conducirlas. Lo hizo con gran habilidad, deliberada y
    conscientemente. En su prédica empleaba un recurso
    dialéctico primario: inventaba la existencia de un
    adversario o una idea contraria para tener a quien atacar y
    refutar como base de la argumentación que desarrollaba.
    Utilizó con este fin la figura del oligarca y
    después, la del contrera, palabra que inventó y
    define claramente esta peculiaridad. De esta manera
    dividió al país."

    "La política era para Perón la lucha por
    el poder, que sentía físicamente, pero no el poder
    formal de las instituciones
    constitucionales sino el poder real de los estamentos
    básicos de la estructura
    social: el ejército, las entidades profesionales,
    patronales y obreras, la jerarquía eclesiástica.
    Adueñado de la fuente del poder, el dominio de las
    instituciones
    formales resultaría una simple consecuencia. En materia
    electoral repetía que los que tienen más votos
    vencen siempre a los que tienen menos votos. Esta verdad de
    perogrullo, la necesidad de tener más votos, lo
    llevó a plantear la opción electoral en
    términos que trascendían el simple voto de clase de
    los gremios obreros. Planteó el caso en forma más
    amplia: el voto de los de abajo contra el de los de arriba,
    porque los que están abajo –obreros, empleados,
    pequeños comerciantes e industriales, profesionales- son
    siempre más numerosos que los que están arriba
    –capitalistas, empresarios, grandes comerciantes e
    industriales, banqueros-. En la democracia
    masiva el voto siempre es posicional. Perón nunca
    olvidó este punto de partida. Quería todo el poder,
    y no toleraba ninguna oposición, porque la
    oposición comportaba quitarle parte del poder. Hizo
    imposible para disuadirla y neutralizarla, y atraerla para
    anularla. El juego
    democrático de una mayoría gobernante y una
    minoría opositora era incompatible con su modo de pensar,
    sentir y actuar."

    "La primera tarea que tuvo que afrontar fue la
    aquiescencia y el consentimiento de sus colegas militares. Para
    ello inventó o utilizó el tan mencionado G.O.U.
    Perón sabía cómo conducir y manejar a sus
    compañeros de armas. Les hizo
    creer que todos eran iguales, pares en el G.O.U…" Se
    transformó en jefe del G.O.U. del ejército y del
    gobierno…"

    2. Paralelo entre Yrigoyen
    y Peron

    Parece importante trazar un paralelo entre Yrigoyen y
    Perón, en forma similar al que anteriormente realizara el
    historiador Manuel Gálvez entre el líder
    radical y el general Julio A. Roca. En este sentido debemos
    comenzar por recordar que estos caudillos dieron origen a los dos
    grandes partidos
    políticos que en Argentina
    reúnen la mayoría de las preferencias electorales:
    la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista.
    Desde la aparición del peronismo como
    partido político en 1945 todos los gobiernos
    constitucionales del país fueron implementados por alguno
    de estos dos grandes partidos, ya sea en forma independiente o
    conformando alianzas con otras agrupaciones políticas
    minoritarias. Así como Perón decía que en la
    Argentina de su tiempo se
    nacía conservador o radical, desde su aparición en
    la escena política nacional en nuestro país las
    grandes mayorías nacionales son radicales o
    peronistas.

    Pero las similitudes no se agotan en este punto ambos
    llegaron en más de una oportunidad a la presidencia de la
    nación
    – Perón es el único argentino electo tres
    veces a la presidencia- por el voto libre de los ciudadanos.
    Ambos hicieron una primera presidencia considerada como muy buena
    y no pudieron completar su segundo período porque un
    golpe de
    Estado militar se lo impidió. Tras su derrocamiento
    ambos debieron soportar calumnias y proscripciones. Ambos
    estuvieron detenidos en la isla de Martín García. Y
    a su muerte fueron
    despedidos con dolor por el mismo pueblo que los había
    amado en vida y apoyado en las urnas.

    Aunque de indudable vocación democrática
    los dos participaron de golpes de Estado:
    Yrigoyen tomó parte de la Revolución
    del Parque en 1890 y organizó la Revolución
    Radical de 1905, en ninguno de estos casos tuvo éxito.
    Perón fue más afortunado en 1930 participó
    del derrocamiento de Yrigoyen –aunque después se
    arrepentiría de esta intervención- y en 1943 fue un
    actor principal en el derrocamiento del gobierno de Ramón S.
    Castillo.

    Ambos contribuyeron a consolidar el sistema
    democrático ampliando la participación
    política. Yrigoyen impulso el voto secreto y a
    abrió la participación política a los
    estratos medios.
    Perón estableció el voto femenino y abrió la
    participación a los sectores populares. Tanto Yrigoyen
    como Perón fueron capaces de imponer como sucesores a
    políticos menores sin ningún apoyo electoral:
    Marcelo T. De Alvear y Héctor J. Campora. Ambos fueron
    líderes reformistas que consideraron a los sectores del
    poder oligárquico como sus principales antagonistas.
    Hablaron mucho de una "revolución", pero se limitaron a
    introducir reformas y correcciones a las instituciones
    democráticas. No obstante una cosa es evidente y conviene
    reiterarla; la Argentina no fue la misma después de su
    paso por el poder.

    Pero, más allá de estos aspectos que los
    identifican muchos otros los diferencian.

    Yrigoyen era un idealista que se guiaba por una
    férrea moral derivada
    de la filosofía krausista. Aunque se enriqueció con
    su esfuerzo y trabajo en la actividad privada murió pobre
    en medio de la mayor austeridad y pobreza. Era un
    hombre recto
    que por sobre todo honraba su palabra y que consideraba que un
    apretón de manos era suficiente para sellar un compromiso.
    El líder radical era circunspecto e introvertido, le
    gustaba rodearse de un aura de misterio, jamás
    habló en público y su oratoria era
    pobre y compleja. Compensaba sus deficiencias como orador con un
    particular magnetismo
    personal que
    imponía en los contactos directos cara a cara con sus
    interlocutores. Sabemos que curso estudios universitarios y que
    fue profesor de filosofía. Pero sus alumnos lo recordaban
    como un mal profesor, no dejó ningún libro escrito,
    odiaba mantener correspondencia y los textos de sus discursos y
    escritos son de escaso valor
    literario, ideológico o político. Como se ha dicho
    anteriormente, nunca salió del país, ni
    mostró interés
    por los adelantos científicos, más bien
    tenía cierto rechazo hacia las innovaciones de su tiempo
    tales como el teléfono o el avión.

    Perón era un pragmático que no se guiaba
    por principios
    filosóficos o políticos rígidos sino que
    tomaba las ideas que mejor le servían según las
    circunstancias. Aunque no los citaba su accionar parecía
    guiado por una muy particular combinación de los principios de
    conducción militar de Clausewitz y los consejos
    políticos de Maquiavelo.
    Aunque Perón no era pobre tampoco poseía una gran
    fortuna pero es evidente que dejó el gobierno con mas
    dinero que con
    el que ingresó y a su muerte su
    herencia fue
    considerable. Perón era extrovertido, un orador consumado
    que podía crear un vínculo especial tanto con sus
    auditorios como en las entrevistas
    particulares. Para ello acomodaba sus argumentos recurriendo a
    simplificaciones, exageraciones o pequeñas inexactitudes.
    Acompañaba sus discursos con gesticulaciones, sonrisas
    cautivadoras y guiños cómplices.

    Sus únicos estudios fueron de carácter
    militar, pero los completó con intensas lecturas. Esta
    formación no sólo le permitió convertirse en
    profesor de la Escuela de
    Guerra sino
    dejar gran cantidad de libros no
    sólo doctrinarios, sino también estudios
    históricos y de estrategia
    militar, también produjo otros escritos y una frondosa
    correspondencia con distintas personas. Durante su exilio forzado
    recurrió a la grabación de discos y videos para
    difundir sus ideas. Perón era un hombre de mundo abierto a
    todas las innovaciones y cambios. Antes de llegar a la
    presidencia Perón había vivido en Chile como
    diplomático y recorrido la Europa del
    período previo a la Segunda Guerra
    Mundial. Después de su derrocamiento, vivió
    diecisiete años fuera de la Argentina. Durante este exilio
    vivió en Paraguay,
    Panamá,
    Venezuela,
    Santo Domingo y España.
    Mostró siempre un especial interés en
    el futuro. Uno de sus sentencias predilectas era augurar que el
    año 2000 encontraría a la América
    Latina unida o dominada.

    También se diferenciaron en su vida privada.
    Yrigoyen no se casó nunca, sin embargo tuvo numerosas
    parejas y varios hijos a los cuales no reconoció. Pero
    como cubrió su intimidad con un manto de reserva y hasta
    secreto no fue cuestionado por ello. Sin embargo, su entorno
    siempre fue familiar. De joven contó con el apoyo de su
    tío Leandro Alem y luego del afecto de su hermano y de su
    hija Elena quien lo acompañó hasta sus
    últimos momentos.

    Perón, por el contrario se casó en tres
    oportunidades y enviudó dos veces pero no tuvo hijos. Al
    ser más abierto y haber convertido a sus esposas en
    personalidades políticas sufrió múltiples
    ataques por su vida privada, en especial por su
    predilección por las mujeres mucho menores que él.
    Puede decirse que era un hombre solitario, distanciado por
    razones profesionales de su entorno familiar. Su círculo
    íntimo se fue modificando con el tiempo y con sus
    sucesivos matrimonios. Sus últimos días lo
    encontraron rodeado de un muy particular entorno conformado por
    su tercera esposa María Estela Martínez Cartas y un
    personaje siniestro: su secretario y Ministro de Bienestar
    Social, José López Rega. Un ex cabo de la
    Policía Federal, de inclinaciones exotéricas, a
    quien sus íntimos llamaban "hermano Daniel".

    Tal es el paralelo que podemos establecer entre dos de
    los hombres más destacados de la política argentina
    en la primera mitad del siglo XX.

    3. Peron y el gobierno
    militar

    Fue mérito del coronel Perón el que, luego
    de algunos meses en los cuales pretendió ocultar ese
    vacío de concepción apoyándose en modelos
    autoritarios de derecha, el gobierno militar desarrollara un
    programa
    político propio. Por iniciativa suya se confeccionaron
    amplios informes
    acerca de la situación de las diferentes ramas de la
    economía y
    se comenzó a aplicar una política de
    estímulo y protección a la industria nacional.
    También por iniciativa suya se confeccionaron amplios
    informes
    acerca de la situación de las diferentes ramas y se
    comenzó a aplicar una política de estímulo y
    protección a la industria nacional. También por
    iniciativa suya se encaró la indispensable reforma de la
    legislación social, creando una serie de nuevas
    situaciones en el ámbito del trabajo y de la salud
    pública y se dictaron numerosas leyes de
    protección a los estratos más bajos de la población. A su influencia se debe
    también el abandono de la actitud
    estrictamente neutral y se procuró un mayor acercamiento a
    los aliados, cuya victoria sobre las potencias del Eje se
    insinuaba cada vez con mayor claridad.

    Gracias a su habilidad táctica, el apoyo de
    numerosos y leales partidarios entre la oficialidad y el completo
    dominio del
    Grupo Obra de
    Unificación –que constituía un eficaz
    órgano de control del
    gobierno militar-, una logia militar que dirigía junto con
    los coroneles Montes, Gilbert, Imbert y González . Mucho
    se ha especulado sobre el carácter
    de esta logia y su influencia dentro de las filas del
    Ejército. María Sáenz Quesada ha resumido el
    programa e
    ideología del GOU diciendo que: "La
    ideología preponderante en la Logia era
    simple: se temía al comunismo a la
    revolución social y a la posible influencia de radicales,
    socialistas, demoprogresistas y comunistas en un Frente Popular,
    tal como había ocurrido en España en
    1936. La celebración multitudinaria del 1º de mayo de
    1943, con banderas rojas y puños en alto, pareció
    confirmar los peores pronósticos".

    "El GOU creía en el orden, la jerarquía,
    la defensa de la neutralidad y en la tradición
    católica del país. No eran nazis aunque varios de
    sus integrantes fuesen abiertamente germanófilos, pero
    puestos a elegir un modelo
    político preferían el corporativismo fascista a la
    democracia
    liberal. Temían que por culpa de la democracia el
    país quedara indefenso como había sucedido en la
    Tercera República francesa con relación al rearme
    alemán. Se justificaban imaginando que el Ejército
    encarnaba las fuerzas sanas del país y los códigos
    de la honradez, la palabra, el honor y el desinterés
    patriótico. Venían escuchando elogios desmesurados
    en ese sentido desde que Leopoldo Lugones pronosticó en
    1925 el advenimiento de la "la hora de la espada".

    Perón intervino en forma cada vez más
    frecuente en los procesos de
    decisión política dentro del Gobierno, hasta que
    llegó a hacerse, prácticamente, cargo del poder. Su
    ascenso político se refleja en la gran cantidad de cargos
    políticos que acumula durante el año 1944. Es
    designado Ministro de Guerra, Vicepresidente de la Nación
    y Presidente del sumamente importante Consejo de Posguerra. Si a
    eso se le suman las posiciones que ya había ocupado con
    anterioridad, sobre todo la de Secretario de Trabajo y
    Previsión, y si se tiene en cuenta que el Presidente de la
    Nación, general Edelmiro J. Farrel, era su antiguo jefe,
    pertenecía al igual que él a la especialidad de
    tropas de montaña y se encontraba sometido a su total
    influencia, se tendrá una idea aproximada del poder que
    había logrado concentrar en sus manos a esa altura
    Perón.

    Poco a poco el gobierno militar comprendió la
    importancia del tercer problema que había de afrontar:
    ganar el apoyo de las principales fuerzas políticas. Es
    evidente que al comienzo partió de la idea que para la
    legitimación política de las fuerzas armadas
    bastaba la conciencia de su responsabilidad y la capacidad de servicio
    demostradas al encarar algunas reformas urgentes. Pero si bien es
    cierto que muchos grupos civiles
    reconocían la urgencia de tales reformas, el éxito
    de las providencias adoptadas no siempre estaba de acuerdo con
    las expectativas y sobretodo no alcanzaba a compensar la
    pérdida de libertad de
    acción y expresión política que se
    veía obligada a aceptar la población bajo un régimen militar.
    Después de dos años en los cuales los militares
    gobernaban, sólo habían chocado contra una
    ocasional resistencia; sin
    embargo, en la primavera de 1945 se constituyó un
    sólido frente opositor que no solo contaba con el apoyo de
    la elite tradicional, desplazada del poder en 1943, sino que
    incluía fuerzas tan diversas como las universidades,
    entidades empresarias, la totalidad de los partidos
    políticos y sectores profesionales pertenecientes a
    los estratos medios.

    Conforme se fue desarrollando la escalada opositora, el
    gobierno militar adoptó una serie de medidas destinadas a
    apaciguar los ánimos. El 30 de junio anunció que
    hasta ese entonces habían recuperado la libertad
    trescientos setenta y cinco presos políticos. Locales de
    partidos políticos como la Casa del Pueblo y la Casa
    Radical fueron restituidas a sus legítimos propietarios.
    El Partido Comunista fue reconocido legalmente y se
    permitió la reapertura de los locales del Sindicato
    Obrero de la Alimentación y de la
    Federación Obrera de la Industria de la Carne. El decreto
    que había disuelto a la Federación Universitaria
    Argentina fue derogado. El 6 de julio de 1945, el general Farrel
    anunció que se convocaría a elecciones antes de fin
    de año y el primero de agosto entró en vigor el
    nuevo estatuto que regía el funcionamiento de los partidos
    políticos. Las modificaciones a la legislación
    electoral -ley Sáenz
    Peña- y al Código
    Penal objetadas por la oposición se dejaron sin efecto.
    Finalmente, el 6 de agosto el gobierno levanto el estado de
    sitio.

    La reacción de las fuerzas armadas ante las
    exigencias de los partidos políticos tradicionales no fue
    uniforme. Muchos jefes y oficiales comenzaron a distanciarse del
    gobierno. Los grupos más
    influyentes dentro del ambiente
    militar, en cambio,
    buscaron apoyo en la población para neutralizar la
    presión
    opositora. La base de apoyo residía entre los obreros y
    los empleados que integraban los sectores populares. Estos
    habían resultado más favorecidos por las reformas
    laborales aplicadas por el Gobierno, y, en consecuencia,
    veían en el coronel Perón –indiscutible
    promotor de dichas reformas- a su defensor. Perón no
    tardó en consolidar la relación de lealtad
    existente en esos sectores convirtiéndolos en un
    sólido respaldo para el gobierno militar.

    Estas medidas no resultaron suficientes para asegurar,
    ni con mucho, la estabilidad del gobierno militar hasta la salida
    electoral. El enfrentamiento alcanzó su culminación
    a comienzos del mes de octubre de 1945, cuando ante la presión
    conjunta de opositores civiles militares, el coronel Perón
    debió renunciar a todos sus cargos en el gobierno y fue
    sometido a arresto.

    Los sucesos políticos habrían tomado un
    curso muy diferente si la oposición se hubiera conformado
    con despojar del poder a Perón. Pero fue más
    allá y volvió a exigir el inmediato retiro de todo
    el gobierno y su reemplazo por uno surgido de la Corte Suprema de
    Justicia. Las
    fuerzas armadas no podían, ni querían someterse a
    esta exigencia, pues ello habría significado dar por
    concluido el movimiento
    revolucionario de junio del 43 y admitir su fracaso
    político algo que no podían aceptar ni siquiera los
    militares que cuestionaban la figura de Perón. Cuando las
    fuerzas armadas parecían encontrarse en un callejón
    sin salida la movilización popular del 17 de octubre les
    evitó la necesidad de reconocer su fracaso, y les
    abrió la posibilidad de proseguir su obra de gobierno en
    forma constitucional, apoyando la candidatura de Juan D.
    Perón para las próximas elecciones.

    Los militares comprobaron que el apoyo popular con que
    pretendía contar su cuestionado camarada era algo
    más que vana jactancia y esto daba la ocasión a un
    régimen que se encontraba acosado y a la defensiva de
    convertir su derrota en victoria y de obtener una continuidad que
    ni los elementos más optimistas del gobierno
    soñaban. Con ese amplio respaldo popular no sólo se
    podía evitar la humillante derrota que representaba para
    las fuerzas armadas la entrega del gobierno a la Corte Suprema de
    Justicia, sino
    que incluso la salida electoral no significaba necesariamente el
    traspaso del poder a la oposición. Si la evidente
    popularidad de Perón le permitía imponerse en
    elecciones limpias, el movimiento militar quedaría
    justificado y las fuerzas armadas legitimadas.

    La mayor parte del Ejército se decidió
    entonces –no sin tener que vencer en muchos casos problemas
    de conciencia- por esta imprevista posibilidad que se
    abría para una salida honorable y eventualmente triunfal,
    y se dispuso a secundar el proyecto
    político del coronel Juan D. Perón.

    Así, muchos jefes y oficiales que no aprobaban a
    Perón y a su naciente estilo político, sin embargo
    apoyaron su candidatura presidencial para asegurar la continuidad
    de la obra revolucionaria y para salvar el prestigio de las
    fuerzas armadas.

    Pero, si los militares supieron interpretar con claridad
    los sucesos que culminaron con el 17 de octubre, la
    oposición no hizo la misma lectura. Al
    fracasar su intento de derrocar al régimen militar se
    contento con el alejamiento de Perón de sus cargos
    gubernamentales y su pedido de retiro. Aún cuando a los
    pocos días fue evidente que no había perdido su
    influencia en el gobierno, los partidos tradicionales y los
    políticos profesionales veían con cierto
    desdén las dotes políticas de ese militar.
    Después de todo no era más que un advenedizo que
    hasta hacía dos años sólo se ocupaba de las
    cuestiones propias de los militares. ¿Qué
    podría hacer contra la oposición de todos los
    partidos políticos unidos y de los sectores "esclarecidos"
    de la sociedad?

    Los políticos tradicionales se negaban a aceptar
    que por primera vez en nuestra historia, una
    movilización de los sectores obreros determinaba un cambio
    sustancial en la situación nacional. El hecho significaba
    también la iniciación de una nueva etapa en la
    historia del
    movimiento obrero, cuyo peso político será desde
    entonces imposible de ignorar.

    4. El coronel peron y el
    movimiento obrero argentino

    Llegados a este punto, es preciso referirnos a la
    particular relación entablada entre el coronel
    Perón y el movimiento obrero, que será una de las
    características esenciales del estilo
    político peronista.

    Perón tenía plena conciencia de la
    importancia que podían tener las estrategias
    políticas y emocionales para captar a la masa trabajadora
    sin una posición política definida hasta el
    momento, si las apoyaba sobre una base material e institucional.
    Por eso, la elevación del nivel de vida y la mejora de la
    posición social de los estratos populares constituyeron el
    centro de sus esfuerzos de gobierno.

    Inicialmente, el gobierno militar había adoptado
    una posición hostil hacia el movimiento obrero.
    Suprimió una de las dos Confederaciones Generales del
    Trabajo, muchos sindicatos
    fueron intervenidos por el gobierno, mientras que la C.G.T.
    sobreviviente fue sometida a distintos controles. Los dirigentes
    sindicales y políticos, principalmente comunistas y otros
    de izquierda fueron sometidos. En octubre de 1943 se
    estableció una ley sumamente
    restrictiva que debía regular los sindicatos y
    que fuera muy resistida por los dirigentes sindicales. Si bien
    Perón la suspendió en diciembre, la
    aplicación de facto de su propósito fundamental no
    cambió: sólo los gremios reconocidos oficialmente
    por el gobierno podían representar a obreros en los
    convenios colectivos.

    Las primeras medidas netamente favorables a los sectores
    obreros fueron adoptadas unos seis meses después del
    movimiento militar de junio cuando el coronel Perón se
    hizo cargo del Departamento Nacional del Trabajo, una
    repartición con funciones de
    asesoría y la transformó en un organismo con
    competencias
    más amplias y con considerables recursos
    administrativos: la Secretaría de Trabajo y
    Previsión. La comprensión y el interés de
    Perón por los problemas del movimiento obrero le
    permitió convertir en pocos meses a esa Secretaría
    en un centro de decisión de todos los problemas y conflictos
    vinculados con el movimiento obrero y las entidades
    sindicales.

    La política seguida por el coronel Perón
    con respecto a los sindicatos fue muy flexible y utilizando tanto
    el hostigamiento como la atracción frente a las organizaciones y
    los dirigentes. Aquellos gremios que se oponían a sus
    intereses podían ser desconocidos o cancelada su
    personería gremial; también podían ser
    disueltos o suprimidos –la estrategia
    empleada variaba de acuerdo al clima
    político, las orientaciones ideológicas, el grado
    de amenaza política, etc.- De cualquier modo,
    ningún gremio que no mostrase su disposición a
    colaborar podía obtener alguna mejora para sus afiliados
    en los conflictos
    laborales, en la legislación, en los servicios
    sociales, etc. También las oportunidades de éxito
    de un dirigente gremial para lograr mejores condiciones para los
    trabajadores dependían de sus actitudes:
    ideológicas, personales y de organización. La flexibilidad podía
    convertirse en marginación y hostilidad: Luis Gay y
    Cipriano Reyes son ejemplos de esta actitud. Pero
    si bien la masa obrera perdió su autonomía en la
    cúspide durante la época peronista, debe
    reconocerse que continuó ejerciendo una importante
    presión a nivel de base, presión que a veces impuso
    limitaciones y condiciones a la conducción de la
    C.G.T.

    Además, se estableció un gran
    número de gremios nuevos: en 1941 había 356; y en
    1945 éstos llegaban a 969. En gran medida este incremento
    respondía a la aparición de gremios paralelos
    creados, con el apoyo oficial, para sustituir aquellos que
    rechazaban o se oponían a la política de
    Perón, en tanto otros representaban nuevas ramas de
    actividad a otras previamente no agremiadas. No siempre, pero a
    menudo, los nuevos gremios eran poco más que organizaciones
    sobre el papel. Sin
    embargo, sirvieron a un propósito importante: el de
    establecer una red de organización entre el movimiento obrero,
    difundir los resultados de la política laboral de
    Perón y en especial estimular el contacto directo
    –en manifestaciones masivas- con el líder, como
    también aumentar el número de personas favorables a
    Perón en el Comité Central Confederado, en la
    Asamblea General y otros órganos de la
    Confederación General del trabajo.

    Este proceso fue fundamental en la configuración
    de la relación directa entre los recién llegados y
    el líder carismático. Los gremios que adhirieron al
    estilo político peronista sólo fueron instrumentos
    en este proceso y proporcionaron el marco administrativo y legal
    para los convenios colectivos. Más importante de todo,
    proporcionaron el clima necesario
    para facilitar los lazos personales de Perón con los
    dirigentes a través de visitas a plantas y
    sindicatos, así como también los frecuentes actos
    masivos en los cuales el coronel Perón presentaba las
    concesiones oficiales como conquistas obreras. En efecto, este
    procedimiento
    junto con una utilización de los medios de
    comunicación de masas, especialmente la radio, fue uno
    de los factores centrales para erigir la figura de Juan D.
    Perón, como el abanderado de los pobres, el único
    que comprendía y protegía a los trabajadores, los
    "humildes", término que claramente revelaba la imagen
    dicotómica –todavía tradicional de la
    estratificación-, basada en la antinomia entre ricos y
    pobres.

    Un decidido antiperonista, el intelectual de la
    izquierda radical Marcos Aguinis describe claramente la
    relación entre las masas obreras y Perón. "El usos
    frecuente de la radio
    –afirma Aguinis refiriéndose a Perón- lo puso
    en contacto directo con todo el país. Las multitudes
    postergadas se estremecieron ante el milagro: un militar con
    poder se manifestaba su protector. Ya no se trataba del gesto
    corto que tenía lugar en el comité: el regalo de un
    abrigo, la ayuda de una recomendación. Era una
    situación insólita, porque desde arriba se
    propugnaba repartir bienes y
    establecer derechos que dormían
    en las legislaturas".

    El acceso a grandes masas obreras fue efectivamente una
    de las metas fundamentales de la estrategia de Perón, como
    lo reconocieron más tarde ciertos sindicalistas que
    pensaron que esta relación era un precio exiguo
    para compensar los beneficios logrados por los sindicatos. En
    gran medida, para los obreros no agremiados significó que
    sus victorias lograban a través del esfuerzo personal del
    líder.

    Los centenares de disposiciones, resoluciones y
    dictámenes emitidos por el organismo entre 1943 y 1946,
    contenía ya todas las figuras jurídicas y los
    principios básicos de la política
    social peronista: la mayoría de ellas persigue dos
    objetivos
    básicos: la valorización social de los
    trabajadores, su reconocimiento como miembros de la comunidad
    nacional, con todos los derechos que ello implica, y
    la mejora de sus condiciones económicas.

    Quizá entonces, el máximo mérito
    del coronel Perón –conviene reiterarlo una vez
    más- consistió en sacar de su aislamiento social y
    político al gobierno militar a través del cual
    llegó al poder y en haber concretado sus planes
    políticos con el apoyo popular, y no contra la voluntad de
    éste. Mediante el apoyo de los estratos populares, los
    cuales por primera vez en la historia del país, eran
    tenidos en consideración y favorecidos por los dirigentes
    políticos. El gobierno los instaba a presentar sus
    exigencias y sus quejas, y representaba sus intereses ante los
    restantes grupos
    sociales. El éxito de los pocos sindicatos que
    respondieron inicialmente a esta invitación ejerció
    rápido efecto sobre las restantes organizaciones
    laborales. Provocó un paulatino cambio de actitud del
    movimiento obrero respecto del Estado, hizo que olvidara su
    escepticismo ante la política y los políticos y,
    este incremento del interés popular en el proceso
    político creó una mayor disposición a
    intervenir en forma activa en este proceso.

    El movimiento obrero fue el sector social más
    numeroso de los que apoyaron a Perón; pero además
    de él, hubo muchos otros sectores sociales y
    políticos que proporcionaron a Perón su respaldo.
    Entre estos últimos cabe señalar sobre todo,
    aquellos sectores de los estratos medios, interesados en el
    desarrollo de
    una industria nacional independiente, así como algunos
    grupos de gran influencia dentro de la burocracia
    estatal, del clero y de las fuerzas armadas.

    Si tenemos en cuenta la actitud de rechazo con la cual
    la elite tradicional había acogido las tentativas de
    integración de los sectores populares,
    entre 1930 y 1943, y la comparamos con la plétora de
    reformas sociales que mejoraron en forma decisiva el status
    social y la situación económica de los obreros en
    un plazo de apenas dos años, comprenderemos que la toma de
    posición de los obreros respecto del coronel Perón
    estuvo en un todo de acuerdo con la apreciación
    política del Secretario de Trabajo y Previsión. En
    los círculos de la elite tradicional –especialmente
    aquellos ligados al quehacer empresarial- la política
    social de Perón era contemplada como un injustificado
    recorte de sus bienes y
    posición social. De todos modos, cualquier ataque contra
    esa política, tenía escasas posibilidades de
    éxito mientras las fuerzas armadas respaldaran al gobierno
    y el prestigio de la Secretaría de Trabajo y
    Previsión continuará en aumento entre el pueblo.
    Pero al constituirse una oposición, en el año 1945,
    la elite vio la posibilidad de intervenir a través de las
    organizaciones empresariales, en forma más activa en la
    confrontación política, presentando sus intereses
    particulares como problemas de interés general.

    Hacia mediados del año 1945, las organizaciones
    empresariales se dirigieron a la opinión
    pública en un manifiesto, en el cual criticaban la
    política social emprendida por el gobierno y
    exigían la revisión de todas las disposiciones
    legales. La respuesta del movimiento obrero no se hizo esperar,
    los sindicatos rápidamente comunicaron su apoyo al
    gobierno. Las manifestaciones de solidaridad a
    Perón alcanzaron su primer punto culminante en una
    demostración masiva ante el local de la Secretaría
    de Trabajo y Previsión, a la que concurrieron unos tres
    mil trabajadores.

    En esta oportunidad Perón aprovechó para
    advertir a los trabajadores sobre el peligro que corrían
    sus "conquistas" e insistiendo sobre el hecho de que tanto ellos
    como el gobierno se enfrentaban con el mismo enemigo: "La clase
    trabajadora se encuentra hoy frente a un grave problema: el de la
    continuidad de las conquistas sociales obtenidas, de impedir la
    posibilidad de que por subterfugios legales o constitucionales se
    le resten algunos de los beneficios que tan meritoriamente ha
    alcanzado. Esos dos objetivos importan tanto a la clase
    trabajadora como para el gobierno de la Nación. El
    día que nosotros desaparezcamos, quedarán ustedes
    librados a sus propios medios. El Estado ha
    impedido que esos poderosos enemigos que existen hayan podido
    incidir sobre las soluciones que
    se han procurado en bien de la clase trabajadora, pero no estando
    nosotros no podremos de ninguna forma garantizar que esa
    situación no se produzca. En estos momentos parece que las
    fuerzas que los combaten a ustedes y que nos combaten a nosotros
    son las mismas. Tenemos un enemigo común…"

    Pero estos acontecimientos sólo fueron el anuncio
    de la actitud que habrían de seguir los trabajadores en la
    decisiva semana del 9 al 17 de octubre, cuando, como
    dijéramos anteriormente, el coronel Juan D. Perón
    se vio obligado a retirarse de todos sus cargos, ante la
    presión de las fuerzas opositoras, y debió cumplir
    un arresto militar. La movilización popular en solidaridad con
    la política social y la figura de Juan D. Perón
    obligó a los sectores opuestos al Secretario de Trabajo y
    Previsión dentro de las fuerzas armadas a un repliegue.
    Perón fue puesto en libertad, y se dirigió a los
    obreros desde la Plaza de Mayo, sentado una tradición de
    contacto directo del líder y la masa de sus seguidores que
    constituiría uno de los elementos claves del estilo
    político peronista. Si bien Perón no fue repuesto
    en sus cargos y debió pedir el retiro, su control sobre el
    gobierno militar fue –si era posible- aún
    mayor.

    5. El partido
    laborista

    El éxito de la movilización popular del 17
    de octubre de 1945 contribuyó en forma decisiva a la
    formación de una aguda conciencia política, a cuyo
    desarrollo contribuyó sustancialmente la política
    social desarrollada en beneficio del movimiento obrero desde la
    Secretaría de Trabajo y Previsión. La
    incorporación del sindicalismo
    entre los factores de poder capaces de contribuir a legitimar el
    sistema
    político y desde un punto de vista exclusivamente gremial,
    el fortalecimiento del poder centralizador de los sindicatos como
    entidades de alcance nacional, proporcionaron a los trabajadores
    la oportunidad de desempeñar un papel
    fundamental en la nueva estructuración del país. La
    gravitación creciente del movimiento sindical, junto con
    la crisis de los
    partidos políticos tradicionales y la oposición
    organizada en contra de la política social, hicieron que
    el movimiento obrero comprendiera la necesidad de convertirse en
    eje de un nucleamiento político nacional para la defensa
    de sus intereses sectoriales.

    Con anterioridad a los sucesos del 17 de octubre, un
    grupo de
    dirigentes –en su mayoría provenientes del socialismo- se
    había reunido en el local de la Unión Obrera
    Metalúrgica para intercambiar ideas sobre la
    creación de un "partido de la revolución". Los
    días 19 y 20 de octubre hubo reuniones de ferroviarios
    donde se habló de constituir un "Partido Laborista".
    Finalmente, el 24 de octubre se reunió una asamblea en la
    que se invitó, a través de la Secretaría de
    Trabajo y Previsión, a delegados de todos los sindicatos
    del interior. En esta asamblea constitutiva se fijó el
    nombre del partido y se designó una serie de comisiones
    encargadas de presentar un proyecto de
    estatuto. Entre el 1º y el 8 de noviembre se obtuvieron los
    medios para su financiamiento
    y se eligió la sede del partido y el 16 de noviembre,
    apenas un mes después de la "liberación" de
    Perón, la agrupación inició formalmente sus
    actividades.

    La prisa con la cual se cumplieron todos los pasos se
    explica por el hecho de que las fuerzas armadas concluían
    su período de gobierno y se había convocado a
    elecciones generales para fines de febrero de 1946. Eso colocaba
    al Partido Laborista ante la difícil tarea de movilizar
    políticamente a los sectores populares por él
    representados y convencerlos de que sus intereses estarían
    mejor representados por la nueva organización
    política, que por los tradicionales partidos de izquierda.
    El Partido Laborista pudo responder satisfactoriamente a esta
    imposición de las circunstancias, debido, por un lado, a
    que la creación de un partido obrero era una vieja
    aspiración de los dirigentes gremiales
    –especialmente de aquellos que provenían de las
    corrientes "sindicalistas"- que sólo esperaban el momento
    propicio para concretarlo; y por otro, porque la estructura
    partidaria se apoyaba en la ya preexistente de los sindicatos y
    de la Confederación General del Trabajo, que le
    proporcionó una presencia de nivel nacional y cuadros con
    relativa experiencia política.

    Conviene detenerse un momento para analizar la
    estructura orgánica y principales características del Partido Laborista tal
    como las describe Elena S. Pont. En primer término cabe
    consignar que el Partido Laborista constituye el único
    caso en la historia
    argentina de partido de estructura indirecta constituido por
    "Sindicatos de trabajadores, agrupaciones gremiales, centros
    políticos y afiliados individuales" –artículo
    2º- que se unieron para establecer una organización
    electoral común. En general puede afirmarse que el
    laborismo carecía de miembros del partido, existiendo tan
    sólo miembros de los grupos de base. Y más
    aún dentro de los partidos de estructura indirecta se
    identificaba con aquellos que toman el carácter de una
    comunidad
    basada en un sector social único. Así lo consignaba
    en el Artículo 3º de su Carta
    Orgánica: "Podrán ser afiliados activos del
    Partido, los obreros, empleados, campesinos, profesionales,
    artistas e intelectuales, asalariados, estudiantes,
    pequeños comerciantes, agricultores e industriales…" Y,
    por si existiera aún alguna duda, en su Artículo
    4º reafirma: "En ningún caso se aceptará el
    ingreso como afiliados al Partido, de personas de ideas
    reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes de la
    oligarquía…"

    Por otra parte, el Partido Laborista es también
    el primer partido de masas del país que trata, en primer
    lugar, de realizar la educación
    política del movimiento obrero, de sacar de él una
    elite dirigente capaz de tomar en sus manos el gobierno y
    la
    administración de la Nación. Al respecto
    consigna el Artículo 1º de su Carta
    Orgánica –que se refiere a los fines del Partido-:
    "El Partido Laborista, fundado en la ciudad de Buenos Aires, el
    24 de octubre de 1945, es esencialmente una agrupación de
    trabajadores de las ciudades y del campo, que tiene como
    finalidad luchar en el terreno político por la
    emancipación económica de la clase laboriosa del
    país, procurando elevarla en su condición humana y
    convertirla en factor decisivo de un fecundo progreso
    social…"

    Desde el punto de vista financiero los partidos de masas
    descansan esencialmente en las cuotas de sus miembros: el primer
    deber de los elementos de bases es asegurar que se cubran
    regularmente. Así el partido reúne los fondos
    necesarios para su obra de educación
    política y sus actividades cotidianas: así pueden,
    igualmente, financiar las elecciones: el punto de vista
    financiero se une aquí al punto de vista político.
    Este último aspecto del problema es fundamental: toda la
    campaña electoral representa un gran gasto. La
    técnica de los partidos de masas tiene como efecto
    sustituir el financiamiento
    capitalista de las elecciones, con un financiamiento
    democrático. En lugar de dirigirse a algunos grandes
    donadores privados, -industriales, banqueros o grandes
    comerciantes-, para cubrir los gastos de
    campaña –lo que coloca al candidato (y al elegido)
    bajo la dependencia de estos últimos- los partidos de
    masas reparten la carga sobre un número lo más
    elevado posible de sus miembros, cada uno de los cuales
    contribuye con una suma modesta. Al respecto el artículo
    34º de la citada Carta Orgánica expresa que los
    fondos del Partido Laborista se formarán esencialmente con
    las cuotas mensuales de sus afiliados y para destacar su independencia
    económica agrega: "En ningún caso el Partido
    Laborista aceptará contribución alguna visible o
    disimulada de gobiernos de cualquier naturaleza, ni de
    empresas que
    tengan o puedan tener interés en la sanción de las
    leyes u
    ordenanzas que las favorezcan" Así el laborismo al igual
    que los modernos partidos de masas europeos, se caracteriza por
    apelar al público. Un público que paga, permitiendo
    a la campaña electoral escapar a las servidumbres
    capitalistas, un público que escucha y actúa, que
    recibe una educación
    política y aprende el modo de intervenir en la vida del
    Estado.

    Por último, el Partido Laborista poseía
    otra nota distintiva que lo identificaba como partido de masas al
    estilo europeo: el criterio formal de adhesión de los
    miembros del partido, que implicaba la firma de un compromiso de
    afiliación y el pago de una cuota mensual. En este sentido
    el laborismo adoptó la adhesión reglamentada, que
    se realizaba en dos actos distintos: una demanda de
    admisión del interesado, una decisión de
    admisión tomada por un organismo responsable del partido.
    El poder de admisión pertenecía a la
    agrupación seccional, local o gremial correspondiente, con
    recurso posible a los escalones superiores. El sistema se
    completaba con un padrinazgo obligatorio de dos miembros del
    partido, con un año de antigüedad como tales, que
    debían garantizar las cualidades políticas
    –la ausencia de ideas reaccionarias o totalitarias y la no
    pertenencia a la oligarquía- y morales del postulante,
    bajo su firma y responsabilidad –artículo 4º de
    la Carta
    Orgánica-.

    Los aspectos que hemos destacado de la estructura del
    Partido Laborista, ponen en evidencia que se trataba de un
    moderno partido de masas al estilo europeo, quizás el
    más moderno en cuanto a estructura que ha conocido el
    país hasta nuestros días. Pero su efímera
    –aunque brillante- existencia impidió que estas
    características fueran adoptadas por otros partidos
    políticos, o puestas debidamente a prueba para comprobar
    si se adaptaban con eficacia a la
    realidad política argentina.

    6. La coalicion
    peronista

    La candidatura presidencial de Juan D. Perón, en
    las elecciones de febrero de 1946, no se encontraba monopolizada
    por el Partido Laborista. Otros partidos políticos
    también apoyaron a Perón en esa ocasión: en
    especial un sector del radicalismo y distintos grupos
    independientes.

    Tal como señala Alberto Ciria en su excelente
    obra: "Política y cultura
    popular: La Argentina peronista 1946 – 1955" a quien
    seguimos en la elaboración de este punto, el radicalismo
    proporcionó al naciente estilo político peronista
    cuadros capacitados en la política práctica, es
    decir, un cierto número de punteros radicales habituados a
    la lucha comiteril y comicial -en algunos casos que guardaban
    agravios y resentimientos hacia la conducción del
    partido-, percibieron que estaban frente a un fenómeno
    nuevo en la política nacional y no dejaron escapar al tren
    de la historia.

    Mientras que la conducción oficial de la UCR
    rechazaba los intentos de aproximación de Perón
    –en especial sus contactos con Amadeo Sabattini- y se
    arrojaba a los brazos de los sectores antiperonistas que
    finalmente conformarían la Unión
    Democrática, dirigentes de segunda línea de
    distritos importantes como de la Capital
    Federal, Buenos Aires y
    Córdoba realizaron un abierto acercamiento a Perón.
    Como resultado de ese acercamiento el gobierno militar
    nombró en agosto de 1945 a tres ministros de origen
    radical: Hortensio Jazmín Quijano, Armando G. Antille y
    Juan I. Cooke.

    Los dirigentes y punteros radicales que se incorporaron
    al naciente peronismo no
    constituían una facción específica del
    partido sino que provenían por igual de distintos sectores
    internos si bien entre ellos imperaba un sentimiento nacional y
    popular heredado del antiguo yrigoyenismo. Tal como se evidencia
    de un análisis de las principales figuras de este
    grupo. Juan I. Cooke provenía de una familia con
    tradición radical: su hijo, John William, sería una
    nacionalista económico desde su banca de diputado
    nacional y como profesor de economía
    política en la Facultad de Derecho. Nombrado delegado
    personal de Perón después de su derrocamiento en
    1955, fue radicalizando sus posiciones hacia el "socialismo
    nacional", gran admirados del castrismo finalizó sus
    días en Cuba. Armando
    G. Antille era un destacado dirigente radical: había sido
    ministro de gobierno en Santa Fe, en 1920, diputado y senador por
    la UCR antes de 1930; y uno de los abogados defensores de
    Yrigoyen en la década del treinta. Frustrado como
    aspirante a la vicepresidencia, fue senador por su provincia en
    1946 y 1952. Hortensio J. Quijano, fue el vicepresidente de
    Perón en sus dos presidencias, era un pintoresco dirigente
    radical de Corrientes donde explotaba un ferrocarril local,
    pertenecía al alvearismo.

    Diego Luis Molinari, político, profesor e
    historiador de antigua vinculación personal con Yrigoyen,
    fue senador por la Capital
    Federal y presidió el llamado "bloque único".
    También difundió los principios de la "Nueva
    Argentina" en giras internacionales. Alberto Iturbe
    perteneció al radicalismo jujeño que se suma al
    peronismo, siguiendo a su popular dirigente Miguel Tanco. Cuando
    terminó su mandato como gobernador de Jujuy, Iturbe
    pasó al Senado nacional. En 1955 se lo nombró
    ministro de Transportes.

    Otros dirigentes radicales se destacaron como diputados.
    Raúl Bustos Fierro, de Córdoba, abogado e
    historiador buscó destacar la continuidad de los aspectos
    populares del yrigoyenismo en el peronismo. Algo similar planteo
    César J. Guillot, también proveniente de una
    familia
    radical. Eduardo Colom siempre se mostró orgulloso del
    papel que su diario La Epoca cumplió durante los sucesos
    del 17 de octubre de 1945. Diógenes C. Antille y Juan N.
    D. Brugnerotto eran radicales de la provincia de Santa Fe. Oscar
    E. Albrieu tuvo actuación en la Juventud
    Radical de Córdoba y La Rioja. Francisco Giménez
    Vargas era un radical yrigoyenista de Mendoza, lo mismo que el
    diputado obrero Juan de la Torre. Ricardo C. Guardo era un
    universitario porteño con simpatías yrigoyenistas.
    Dos punteros porteños fueron los diputados Elisardo
    Soneyra y Bernardino H. Garaguso, que más tarde
    sería intendente de Buenos Aires.

    Por último debe mencionarse a quienes se
    incorporaron al peronismo desde la mítica "Fuerzas de
    Orientación Radical de la Juventud
    Argentina" un grupo de intelectuales del nacionalismo
    popular de izquierda que disolvió voluntariamente el 15 de
    noviembre de 1945 cuando muchos de sus miembros decidieron
    sumarse a las huestes de Perón. De sus filas salieron
    gobernadores, diputados nacionales y hasta ministros. Entre los
    que se destaca el abogado, publicista y sociólogo Arturo
    Jauretche, presidente del Banco de la
    Provincia de Bs. As. durante la gobernación de Domingo
    Mercante y presidente de Eudeba en la breve gestión
    de Héctor J. Campora., poco antes de su muerte.

    El tercer nucleamiento que apoyo la candidatura de
    Perón fueron los Centros Independientes o Partido
    Independiente. En este nucleamiento militaron algunos sectores
    que no se sentían cómodos en el ambiente
    gremial o se encontraban distanciados del radicalismo, en
    especial dirigentes conservadores de la provincia de Buenos Aires
    y del Interior, que rechazaban la Unión
    Democrática. A ellos se sumaron algunos militares y
    elementos realmente independientes que hacían sus primeras
    armas en la
    política. Los Centros Independientes surgieron
    espontáneamente después del 17 de octubre de 1945 y
    de allí salieron dirigentes de gran importancia como
    Héctor J. Campora, José E. Visca y Héctor
    Sustaita Seeber.

    El Partido Independiente respondía a
    conducción de dos dirigentes provenientes de las fuerzas
    armadas. Por un lado, el general Filomeno J. Velázco, un
    viejo amigo de Perón desde el Colegio Militar, desempeño el estratégico cargo de
    Jefe de Policía de la Capital durante los sucesos del 17
    de octubre, los hombres a su cargo no hicieron nada para
    obstaculizar la movilización popular. Durante la
    presidencia de Perón fue gobernador de Corrientes y
    senador nacional por dicha provincia.

    Por el otro lado, estaba el contralmirante Alberto
    Teisaire, uno de los muy escasos jefes de la marina que
    apoyó inicialmente a Perón. Fue senador por la
    Capital federal, desplazando al candidato laborista Luis F. Gay
    en 1946. Teisarire fue por muchos años Presidente
    Provisional del Senado. En esa época su más
    estrecho colaborador era un joven periodista de nombre Bernardo
    Neustad.

    En Abril de 1954 fue elegido Vicepresidente de la
    Nación, ante la vacante que dejó el fallecimiento
    de Hortensio Quijano. Con posterioridad al alejamiento del
    coronel Domingo Mercante, "el hombre de
    la lealtad" como segundo hombre en la jerarquía del
    Partido, Teisaire estuvo a cargo de la Presidencia del Consejo
    Superior del Partido Peronista, donde aseguró el control
    partidario con intervenciones a los distritos díscolos,
    eliminación de todo vestigio de democracia interna, purgas
    de dirigentes, etc.

    La existencia de una coalición tan
    heterogénea como la que apoyo a Perón en 1946
    sólo fue posible por el prágmatismo y flexibilidad
    que evidenciaba la conducción estratégica del nuevo
    líder. Posiblemente, su dominio de la conducción
    militar como sus conocimientos de táctica y estrategia
    fueron muy valiosos en ese momento. Lo cierto es que en los
    hechos Perón demostró ser muy flexible,
    adaptándose a las posibilidades de la situación. En
    algunos casos debió sacrificar o posponer sus proyectos e ideas
    con tal de atraer a todos los potenciales aliados, acrecentando
    así su poder político. Por otra parte, se trataba
    de la exacta aplicación a la esfera política del
    principio estratégico de la economía de fuerzas.
    Fiel a ello, el coronel Perón trató siempre de ser
    superior en el lugar donde se buscaba la decisión porque
    si eso consigue la acción se inclina a favor de uno, salvo
    que la fatalidad lo haga fracasar.

    Tal predisposición a la formación de
    alianzas se hizo evidente desde el mismo momento de la
    formación del Partido laborista. La actitud de
    Perón hacia el naciente partido no parece haber sido sino
    muy entusiasta. Cuando una delegación concurrió a
    darle la noticia, "nada dijo que pudiera interpretarse como que
    estaba de acuerdo con nuestra conducta
    –dice uno se sus integrantes- Siempre gentil, se
    desvió con habilidad del tema (…) El vicepresidente del
    Partido Laborista invitó aquella tarde al coronel Juan D.
    Perón a que fuera el primer afiliado, pero él
    declinó el ofrecimiento y postergó la
    invitación para más tarde". Evidentemente,
    Perón no quería atarse a un partido de incierto
    porvenir y sus planes eran más amplios: "Tomó
    lápiz y papel y dibujó un croquis con tres nombres:
    Partido Laborista, Junta Renovadora Radical y Partido
    Independiente –de este último no teníamos
    conocimiento
    de su existencia-. Nos dijo: estos tres partidos tienen que
    constituir el Movimiento Peronista Nacional, que yo debo
    organizar y conducir en esta emergencia. La consigna tiene que
    ser: hay que sumar y no restar"

    Este sano eclecticismo conllevará –como se
    ha dicho- a la formación de una coalición sumamente
    heterogénea en cuanto a los intereses perseguidos por
    diversos miembros que la integraban. La convivencia entre ellos
    no fue nada fácil, sobreabundando los conflictos y
    querellas intestinas, como se verá más
    adelante.

    La intención de Perón, y del grupo
    estructurado a su alrededor, por tratar de obtener una base de
    sustentación política parece haber estado presente
    en todas sus acciones.
    Diversos testimonio muestran esta intención. Veamos en
    este sentido lo expresado por Bonifacio del Carril: "Al
    día siguiente –8 de diciembre de 1943- tuvimos una
    larga conferencia con
    el coronel Perón. Entre otras cosas, Perón me dijo
    textualmente: En este país se nace radical o se nace
    conservador. Yo nací orejudo. Mi padre era orejudo, y mi
    abuelo era orejudo. Pero yo no voy a ser orejudo, que son menos:
    voy a ser radical y organizar un movimiento obrero para que apoye
    oportunamente la solución electoral. Me dijo que todo
    consistía en separar a los dirigentes de la masa
    –cada vez que hablábamos de política
    Perón preguntaba: ¿Dónde está la
    masa?-. Y después, pegar a los nuevos dirigentes. "Para
    eso lo necesito a usted y a sus amigos" agregaba guiñando
    un ojo. Yo le contesté que me parecía posible
    separar a los dirigentes de la masa, pero no tan fácil
    pegar a los nuevos dirigentes. Perón sonrió: "Es lo
    más fácil. Pongo el queso en la mesa, entro a
    cortar, y verá usted como se pegan."

    Otro de sus asiduos visitantes de esos tiempos, Arturo
    Jauretche afirma que en el año 1944 Perón estaba en
    la formación de un gran movimiento nacional con el
    radicalismo yrigoyenista. Por ese entonces Perón, en una
    alocución a oficiales del ejército, se
    refería al radicalismo en los siguientes términos:
    "El Partido Radical es la gran fuerza que
    perdura y que es poderosa. Pero su dirección es anticuada y se percibe un
    movimiento para expulsar a los generales. Anticipamos una
    revolución como la nuestra, que permitirá el acceso
    de los hombres jóvenes a la dirección. Se trata de una fuerza
    utilizable, si podemos encauzarla de manera que coopere con
    nuestra obra. Estamos ocupándonos de ello y tenemos
    confianza en su éxito."

    Como hemos visto este intento de lograr un vuelco de la
    Unión Cívica Radical al oficialismo fracasó,
    ya que Perón sólo pudo atraer a un grupo de
    dirigentes menores. El sector intransigente que más
    combatió al alvearismo se opuso sistemáticamente a
    Perón y permaneció en su totalidad dentro del
    Partido. Si bien dentro de la UCR había sectores que
    percibían la obsolescencia de su estilo político,
    la perdida de sus otrora sólidos apoyos en la clase media
    urbana que los hacían imbatibles en el campo electoral,
    pero que no vislumbraban aún la forma de renovar sus
    vínculos con el electorado.

    En medio de este clima político polarizado se
    produjo el pronunciamiento de una fuerza social politizada, que
    habría de tener profundas implicancias políticas.
    Nos referimos concretamente a la Iglesia
    Católica. La introducción de la enseñanza religiosa en las escuelas
    primarias mediante un decreto del gobierno militar había
    granjeado a Perón la simpatía de la
    jerarquía eclesiástica. Asimismo, la
    política de apertura social del peronismo se colocó
    bajo el signo de una cruzada enfatizándose la
    colaboración de los distintos estratos sociales en aras
    del bien común. Esto coincidía con los lineamientos
    generales de la doctrina social de la Iglesia. El 15
    de noviembre de 1945 el Episcopado Argentino dio a conocer una
    pastoral con motivo de las próximas elecciones.
    "Ningún católico –decía el documento-
    puede afiliarse a partidos o votar a candidatos que inscriban en
    sus programas los
    principios siguientes:

    1.- La separación de la Iglesia y del Estado

    2.- La supresión de las disposiciones legales que
    reconocen los derechos de la religión, y
    particularmente del juramento religioso y de las palabras en que
    nuestra Constitución invoca la protección de
    Dios, fuente de toda razón y justicia; porque tal
    supresión equivale a una profesión pública y
    positiva de un ateísmo nacional.

    3.- El laicismo escolar.

    4.- El divorcio
    legal"

    Detrás de esta declaración se
    escondía un velado apoyo al coronel Perón y
    reforzó la posición del candidato oficial,
    extendiendo sus influencias a las zonas rurales donde no pocos
    sacerdotes se esforzaron por atraer adeptos hacia la nueva
    causa.

    Si bien no puede desconocerse su contribución a
    la coalición peronista, es justo reconocer que la pastoral
    de 1945, no es sino la reproducción de otro documento episcopal de
    1931 en el cual se prohibía votar por la fórmula
    presidencial compuesta por Lisandro de la Torre y Nicolás
    Repetto, con lo que daba apoyo indirecto a la candidatura del
    general Agustín P. Justo.

    El apoyo de la Iglesia Católica fue aún
    más evidente. Poco antes de las elecciones, el coronel
    Perón fue invitado a una misa especial en la
    basílica de Luján donde el obispo de esa
    diócesis oró por la victoria peronista. A partir de
    entonces el cardenal Copello sería presencia obligada en
    todos los actos del peronismo, y el cardenal Caggiano,
    organizador de la Acción Católica Argentina,
    hacía ostensible su apoyo al régimen desde su sede
    de Rosario. El sacerdote jesuíta Hernán Benitez,
    confesor de Eva
    Perón, el padre Virgilio Filippo, diputado peronista y
    algunos católicos laicos de gran prestigio, como
    Tomás Casares, Ministro de la Corte Suprema, fueron otros
    tantos hombres del catolicismo incorporados al
    peronismo.

    Frente a la coalición peronista se fue
    estructurando otra alianza social formada por el entretejido de
    los grupos supervivientes del antiguo estilo de los notables con
    la gran burguesía industrial y los sectores medios urbanos
    de origen inmigratorio. Esta alianza se forjó ante el
    temor por la movilización obrera y el rechazo hacia los
    migrantes internos que formaban la base electoral sobre la que se
    asentaría el peronismo. La Sociedad Rural
    Argentina y la Unión Industrial –que habían
    apoyado la Marcha de la Constitución y la Libertad y la
    detención de Perón en octubre- eran las
    organizaciones empresariales más activas de esta alianza.
    Los empresarios estaban especialmente enfrentados con
    Perón por la aplicación del decreto 33.302, del 20
    de diciembre de 1945, que estableció un aumento de
    sueldos, el pago del sueldo anual complementario o aguinaldo,
    vacaciones pagas y el incremento de las indemnizaciones por
    despido; y fueron el sostén económico de la
    oposición.

    La casi totalidad de los partidos políticos
    tradicionales establecieron un acuerdo para formar un frente
    electoral: la Unión Democrática. De ella
    participaron la UCR, el Partido Demócrata Progresista, el
    Partido Socialista, el partido Comunista y diversas fuerzas
    conservadoras –excluyendo al Partido Demócrata
    Nacional al cual no se aceptó formalmente en la alianza
    por oposición del radicalismo, pero que sin embargo la
    apoyó decididamente-. Estos partidos acordaron apoyar la
    fórmula presidencial elegida por la Convención
    Nacional de la UCR formada por los veteranos dirigentes
    antipersonalistas José P. Tamborini y Enrique M. Mosca. La
    Unión Democrática también adoptó la
    plataforma radical de 1937, con algunas
    modificaciones.

    La Unión Democrática no sólo
    contaba con el apoyo de los partidos políticos
    tradicionales. "La prensa
    independiente –nos dice Luna, por entonces militante de la
    Unión Democrática- apoyaba a Tamborini –
    Mosca sin ninguna reticencia y la voz de sus dirigentes se
    podía escuchar en todo el país a través de
    las radios. Los más conocidos artistas de cine y el
    teatro publicaban
    sus adhesiones personales en Clarín, día tras
    día, con su retrato, su firma y una frasecita de
    circunstancias"

    Un cálculo
    del espacio dedicado por "La Nación" y "La Prensa" a la
    información política en los dos
    últimos meses de la campaña electoral indicaba que
    mientras el peronismo recibía el 10%, la Unión
    Democrática tenía el 90%. "Páginas y
    páginas dedicadas a trasmitir, hasta la última
    coma, la totalidad de los discursos, manifiestos y movimientos
    democráticos, contrastan con los escasos párrafos
    dedicados a reseñar la actividad del peronismo. Actos
    peronistas cuya magnitud los convertía, de hecho, en
    noticia, son despachados en diez líneas; los discursos de
    Perón se sintetizan en un par de frases y cuando hay
    información destacada sobre el peronismo es
    para señalar un escándalo, una deserción o
    un cisma en sus filas; el nombre de Perón era prolijamente
    evitado y cada vez que se podía, los diarios usaban de
    eufemismos como ‘un militar retirado que actúa en
    política’, ‘un ciudadano que ha sido
    funcionario del actual gobierno’, ‘el candidato de
    algunas fuerzas recientemente creadas’"

    A ello se sumaba el apoyo del gobierno de los Estados Unidos.
    Principalmente a través del ex embajador norteamericano en
    Buenos Aires, convertido en Subsecretario de Asuntos
    Latinoamericanos del Departamento de Estado, Srpuille Braden.
    Pocos días antes del comicio, el 11 de febrero de 1946, el
    gobierno norteamericano dio a conocer un grueso informe titulado
    "Consulta entre las repúblicas americanas respecto de la
    situación argentina" –más conocido como
    "Libro Azul"-
    donde acusaba a Perón de simpatías
    nazis.

    Perón no dejaría pasar la oportunidad. El
    12 de febrero, en un acto proselitista, no intentó negar
    la acusación ni justificarse, simplemente replicó
    con una demoledora consigna electoral destinada a hacer historia.
    "Denuncio al pueblo de mi Patria que el señor Spruille
    Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de
    la Unión Democrática" […] "Sepan quienes voten el
    24 por la fórmula del contubernio oligárquico
    – comunista, que con este acto entregan el voto al
    señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendental es
    esta: Braden o Perón"

    Así, la Unión Democrática
    llegó a las elecciones dando la imagen en grandes
    sectores de la población que su único programa
    consistía en volver al estado de cosas imperante en el
    país hasta junio de 1943. El tipo de personalidades que la
    dirigían, sus candidatos, el tono general de la
    campaña y sus apoyos, más o menos clandestinos,
    contribuían a presentarla como algo regresivo,
    anacrónico, intrascendente, al servicio del
    capitalismo
    más crudo y el imperialismo
    más voraz…

    Las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946
    se efectuaron de acuerdo con lo establecido por la ley
    Sáenz Peña y bajo el control de las fuerzas
    armadas. La fórmula Perón – Quijano obtuvo
    1.478.3772 votos y los candidatos de la Unión
    Democrática, Tamborini – Mosca, 1.211.666. Cuando se
    reunió el Colegio Electoral, Perón contaba con 304
    electores y sus adversarios con 72. Asimismo, la diferencia
    relativamente estrecha en los votos se tradujo de manera muy
    distinta en la distribución de los cargos legislativos: el
    peronismo contaba con 106 diputados y la oposición con
    49.

    A partir de su triunfo electoral, el futuro peronismo
    debió enfrentar la necesidad de hallar un sistema de
    organización política que unificara al conglomerado
    de fuerzas políticas que se agrupaban en torno de la
    figura de Perón, pero que mantenían profundas
    diferencias entre ellas por cuestiones ideológicas y de
    aspiraciones políticas personales. Como señalan
    Floria y García Belsunce en tanto que la oposición
    tenía una estructura nacional de apoyo en el tradicional
    partido radical, el nuevo oficialismo debía establecerla
    para asegurar el pleno aprovechamiento político de su
    victoria electoral. Algunos de los seguidores de Perón
    comprendían mejor que otros la necesidad de unificar
    fuerzas en una única estructura partidaria. La construcción de esta fuerza política
    unificada no sería un trámite de sencilla
    concreción. Los dirigentes provenientes del radicalismo y
    los sindicalistas nucleados en el laborismo representaron los
    sectores menos dispuestos a la unificación. Las disputas
    entre estos sectores databan de la definición de
    candidaturas en la etapa previa a las elecciones y se agudizaron
    en el periodo de organización del nuevo gobierno en que
    cada formación política pretendía disputar
    espacios de poder e imponer sus propios hombres en los cargos del
    nuevo gobierno.

    Perón debió tomar una enérgica
    resolución y no dudó en hacerlo. En un discurso
    radiofónico, pocos días antes de asumir la
    presidencia el 23 de mayo de 1946, hizo referencia a la breve
    pero intensa historia de conflictos y pujas internos que
    caracterizaron al naciente movimiento y termina por ordenar: "1.-
    la caducidad en toda la República de las autoridades
    partidarias actuales de las fuerzas que pertenecen al movimiento
    peronista; 2.- la
    organización de dichas fuerzas como Partido
    Único de la Revolución Nacional, tarea que
    estará a cargo de los camaradas legisladores que forman
    las autoridades –mesas directivas y presidentes de bloques-
    de ambas cámaras legislativas nacionales; y 3.- esta etapa
    sólo durará hasta que la masa partidaria elija
    autoridades en comicios internos libres y puros"

    La agonía del Partido Laborista, especialmente,
    se prolonga hasta el 17 de junio, para finalmente desintegrarse
    en el nuevo partido que no conservaba ninguna de las
    características estructurales del laborismo. Sin embargo
    un pequeño núcleo disidente encabezado por Cipriano
    Reyes resistió la medida y terminó por alejarse del
    peronismo.

    La decisión de la conducción peronista de
    disolver los partidos que habían posibilitado la victoria
    electoral, puede comprenderse mejor al considerar que el Partido
    Laborista reposaba fuertemente en los sectores obreros, y su
    estructura hubiera podido crear una dependencia institucional del
    peronismo con respecto de estos sectores, insuficientemente
    contrarrestada por el débil brazo de la Unión
    Cívica Radical o el insignificante grupúsculo
    conservador que fueron sus aliados. Disolviendo esas estructuras
    políticas de extracción radical y los caudillos
    locales de las provincias, cada uno de los cuales proporcionaba
    votos de distintas fuentes. Puede
    decirse que Perón conducía una alianza
    frágil, no una clase monolítica ni un movimiento de
    masas. Con todo, el papel obrero dentro del estilo
    político peronista continuó siendo muy importante
    y, lejos de haber sido los sectores obreros cooptados a
    través de este proceso, parecía que más bien
    impusieron de hecho pesadas condiciones a su marcha ulterior,
    obteniendo recompensas que resultaron ser irreversibles en la
    historia futura del país –en términos de
    institucionalización, poder de negociación, participación en la
    distribución de la riqueza,
    etc.-

    Durante el año 1946 Perón se propuso
    reunir todos los recursos
    políticos dispersos, organizar sus fuerzas y definir un
    programa político que sintetizó en tres consignas
    que tendrían gran eficacia proselitista: justicia social,
    independencia
    económica y soberanía política. Con estas tres
    "banderas" Perón lograba reunir la esencia de la
    prédica nacionalista, de postulados socialistas y de
    principios expuestos por el catolicismo social. La
    oposición, mientras tanto, apenas reaccionaba de las
    consecuencias de la inesperada derrota electoral.

    7. El partido
    peronista

    El fugaz Partido Único de la Revolución
    Nacional –PURN-, tampoco resultó la
    organización adecuada para canalizar las distintas
    fuerzas integrantes del peronismo. Por otra parte, la
    denominación de "único" tenía demasiadas
    connotaciones totalitarias para resultar adecuada. Finalmente el
    14 de enero de 1947 un comunicado del PURN, que distribuyó
    la Secretaría Política de la Presidencia de la
    Nación, justifica la nueva denominación de "Partido
    Peronista", en la insistencia ante Perón para que
    permitiera usar su patronímico "Como bandera en la
    formación del gran partido nacional". Félix Luna
    –quien no oculta su poca simpatía por el peronismo-
    nos explica el porque de la nueva denominación: "Pero hay
    que reconocer que el nombre de Peronista era la única
    solución para rotular una fuerza sin historia, compuesta
    por un rejunte de elementos heterogéneos vinculados
    solamente por la adhesión a su líder.
    Todavía no había acuñado Perón la
    palabra ‘justicialismo’, y sólo su nombre,
    como un sello enérgicamente colocado sobre ese compuesto,
    podía unificarlo. Fue un acto realista, pero a la vez
    prefiguraba lo que sería en poco tiempo el nuevo partido:
    un simple apéndice del Estado".

    Una vez lograda la unificación de las fuerzas
    peronistas, la primera Carta Orgánica Nacional, aprobada
    en diciembre de 1947, estableció las bases de la
    organización partidaria. Ciria nos dice que dos
    artículos ilustran con claridad la naturaleza del
    Partido Peronista. El artículo 1º señalaba que
    el partido era una "unidad espiritual y doctrinaria" y que su
    fuente de inspiración estaba constituida por la doctrina
    del propio Perón que lo pone al servicio de la patria, el
    régimen republicano de gobierno y la justicia social. En
    su seno "no serían admitidas posiciones de facción
    o bandería atentatorias de esa unidad"

    La Carta Orgánica estableció como
    elementos de base a las "Unidades Básicas" para
    diferenciarlos de las denominaciones utilizadas por otros
    partidos políticos. Perón explicó
    años más tarde el porque de la nueva
    denominación. En un discurso
    pronunciado el 25 de julio de 1949 dijo a los delegados del
    Partido Peronista "No queremos comités porque huelen
    todavía a vino, empanadas y tabas, para que los usen
    ellos. Lo que fue antro de vicio queremos convertirlo en escuela de
    virtudes; por eso hablamos de ateneos peronistas, donde se eduque
    al ciudadano, se le inculquen virtudes, se les enseñen
    cosas útiles, y donde no se los incline al
    vicio".

    La Unidad Básica corresponde al tipo de
    organización de base que Maurice Duverger denomina
    "secciones". Las secciones son elementos de base menos
    descentralizada que los comités. La Unidad Básica
    no es más que una parte de un todo, cuya existencia
    separada no es concebible. De hecho la experiencia muestra que los
    partidos fundados en secciones son más centralizadas que
    los partidos –como la Unión Cívica Radical-
    fundados en comités. Pero la originalidad de las unidades
    básicas estaba en su estructura y no en su
    articulación entre sí. La unidad básica
    –o sección- trata de buscar miembros, de multiplicar
    su número, de engrosar sus efectivos. Si bien no
    desdeña la calidad, la
    cantidad importa antes que nada. La sección apela
    permanentemente a las masas, trata además de guardar
    contacto con ellas: de ahí su base geográfica, a
    menudo más limitada que la del comité. Estos
    funcionan sobre todo en el distrito; las unidades básicas
    estaban constituidas en el marco de la comuna. En las grandes
    ciudades tienden incluso a multiplicarse sobre la base del
    barrio.

    Finalmente, la permanencia de la sección se opone
    a la semipermanencia del comité. Fuera del periodo
    electoral, éste vive una fase de letargo en la que sus
    reuniones no son frecuentes ni constantes. Por el contrario, la
    actividad de la unidad básica, muy grande en época
    electoral, continúa siendo importante y sobre todo regular
    en el intervalo de los escrutinios. Las reuniones de la unidad
    básica no tienen, por lo demás, el mismo
    carácter que la del comité; no se trata sólo
    de una táctica electoral, sino también de
    educación política –proselitista, estudio,
    difusión-. Oradores del partido tratan problemas frente a
    los miembros de la sección; su exposición
    es seguida de una discusión. Desde luego las reuniones
    frecuentemente se desvían sobre las pequeñas
    cuestiones locales y electorales, pero el Partido Peronista
    intentó en muchos casos hacer lugar a los debates de
    doctrina y de interés general.

    Como la unidad básica constituía un grupo
    más numeroso que el comité; poseía una
    organización inferior más organizada. En el
    comité, la jerarquía era un elemento muy disperso:
    generalmente, la influencia personal de un "puntero"
    –caudillo o boss-. A veces había funciones y
    títulos oficiales: presidente, vicepresidente, tesorero,
    secretario, etc. Pero no correspondía a una
    división del trabajo rigurosa; había que ver en
    ellas distinciones honoríficas. La jerarquía la
    unidad básica por el contrario era más clara y la
    separación de funciones era más precisa. Se
    necesitaba una oficina
    organizada para dirigir la asamblea de los miembros, que
    comprendía al menos un secretario que asegure la
    convocatoria de los miembros y la revisión de la orden del
    día y un tesorero que se encargaba de las finanzas de la
    unidad básica.

    La unidad básica estaba concebida para organizar
    a las masas, darles una educación política y forjar
    en su seno elites populares. La sección
    correspondía a esta triple exigencia. Frente al
    comité radical, órgano de expresión
    política de los sectores medios, la unidad básica
    aparecía como el órgano normal de expresión
    política de las masas.

    Dentro de las unidades básicas debían
    realizarse las elecciones de los integrantes de las juntas
    provinciales. Estas elecciones por lo general no se efectuaron
    porque desde un primer momento el Partido Peronista en las
    provincias estuvo intervenido, es decir, que a partir de su
    creación el Consejo Superior dispuso las intervenciones
    temporarias en todos los distritos, pero éstas se hicieron
    permanentes hasta la finalización del gobierno peronista.
    Cada provincia funcionaba entonces con el interventor del Partido
    Peronista, la delegada censista de la rama femenina y el delegado
    de la Confederación General del Trabajo. La coordinación entre estos tres sectores la
    realizaba el general Juan D. Perón, a quien se le
    reconocía –así estaba estipulado en la Carta
    Orgánica- como jefe máximo del partido y
    tenía decisión sobre todas las cuestiones
    partidarias. Con respecto a la elección de las
    autoridades, éstas nunca fueron elegidas por el voto de
    los afiliados, sucediendo lo mismo para la elección de
    candidatos para cargos públicos. Quien fuera propuesto
    debía ser afiliado al partido. En este aspecto el
    peronismo conservó el rasgo introducido por el laborismo,
    de adhesión reglamentada con padrinazgo obligatorio. Todas
    las candidaturas nacionales y provinciales surgieron de reuniones
    que se realizaban en la Capital Federal y que eran presididas por
    el general Perón.

    El Partido Peronista en su funcionamiento formal y real
    no tuvo ningún punto de similitud con el Partido
    Laborista. La autonomía y democracia propia de aquella
    organización fueron reemplazadas por la verticalidad,
    método de
    toma de
    decisiones que comprendía la manipulación,
    subordinación y centralización política como medio
    más eficaz que garantizaría el programa de
    realizaciones de Perón y la seguridad
    política del nuevo orden en formación.

    Así fue aceptado por los sindicatos y por el
    conjunto del movimiento obrero que no cuestionó la
    verticalidad en la conducción política, fue
    admitida como un hecho natural y necesario, como lo más
    eficaz, más operante para que se realizara la
    transformación social, económica y política
    del país, y que garantizaría la rápida
    solución de sus problemas más urgentes.

    Para concluir el análisis del Partido Peronista parece
    necesario incluir el análisis de algunos elementos de la
    iconografía peronista que realiza Alberto Ciria en su obra
    anteriormente citada "Política y Cultura
    Popular: la Argentina peronista 1946 – 1955" a quien
    seguimos en este punto: "El distintivo más difundido
    –señala Ciria- de la primera época peronista
    fue el conocido popularmente como escudito, que identificaba a
    los leales. Su inspiración directa era el diseño
    del escudo nacional".

    "Si bien preservaba las referencias a la pica, el gorro
    frigio, los laureles, el sol y hasta el
    celeste y blanco de la bandera patria, con mínimas
    alteraciones sobre el original, la mayor discrepancia estaba dada
    por las manos estrechadas en sentido diagonal antes que el
    horizontal del modelo: ello
    podría sugerir la relación de subordinación
    entre el pueblo unido y organizado y su máximo Conductor.
    Por su parte, una versión infantil para alumnos de escuela
    primaria explicaba así este ‘escudo de
    valientes’. Dialogan un niño y un
    adolescente.

    "- Sobre los colores patrios,
    dos manos se estrechan y sostienen el gorro de la
    libertad".

    "- ¿Por qué no están los dos a la
    misma altura?"

    "- Porque una trata de elevar a la otra. Es como si
    tú cayeras y yo te ofreciera mi mano para levantarte. En
    este escudo su significado es parecido. La mano del fuerte se
    ofrece a la del desvalido. Además, esas dos manos unidas
    simbolizan la hermandad".

    "- El laurel significa la gloria,
    ¿verdad?".

    "- Claro; y el sol naciente
    el comienzo de una Patria Nueva".

    "Entre otras manifestaciones de la confusión
    entre movimiento y nación, el escudo peronista se
    convirtió en símbolo oficial de la nueva provincia
    Presidente Perón".

    "Dentro del folklore de la
    subcultura política peronista, la marcha "Los muchachos
    peronistas" ocupó y ocupa un claro lugar de preferencia
    desde aproximadamente 1948, si bien sus orígenes en cuanto
    a música y
    letra todavía carecen de pacífica
    verificación. La canción reforzó el hondo
    contenido emocional y simbólico de la relación
    líder – partidarios antes y después de 1955.
    Durante años se la prohibió, exhumó,
    reactivó o sirvió para despertar afinidades
    políticas ante su tarareo. A ese impacto no fue ajena la
    grabación definitiva de sus estrofas por Hugo del Carril,
    hacia 1949, que expresó la voz del peronismo en la
    canción popular".

    "El esquema de ‘Los muchachos peronistas’ es
    simple:

    1. glorifica al Líder con el trato familiar de
      los argentinos; el estribillo dice: ‘!Perón,
      Perón, qué grandes sos! / ¡Mi general
      cuánto vales! / ¡Perón, Perón, gran
      conductor, / sos el primer
      trabajador!’’;
    2. la unidad del pueblo con amor e
      igualdad, se
      basa en los principios sociales de Perón, ‘que se
      supo conquistar / a la gran masa del pueblo / combatiendo al
      capital’; y
    3. se debe imitar el ejemplo del jefe, ya que el
      país con que soñó San Martín
      és la realidad efectiva que debemos a
      Perón"

    El peronismo fue acumulando a través del tiempo
    un complejo cuerpo doctrinario cuya esencia se consigna en
    diversos documentos.
    Así, por ejemplo, la Ley 14.184 –Segundo Plan Quinquenal-,
    en su primera parte establecía la obligatoriedad de
    acatamiento de la "doctrina nacional" para funcionarios y
    ciudadanos. Definía el art. 3º: la Doctrina Peronista
    o Justiciaismo "tiene como finalidad suprema alcanzar la
    felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación, mediante
    la Justicia Social, la Independencia Económica y la
    Soberanía Política, armonizando
    los valores
    espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la
    sociedad".

    "La Doctrina Nacional debe orientarse hacia la
    realización de la armonía y el equilibrio
    entre los derechos del individuo y los derechos de la sociedad
    para que la comunidad posibilite el máximo desarrollo
    posible de los fines individuales de sus componentes"
    –Doctrina Política Interna de la
    Nación-.

    "Los objetivos de la comunidad organizada solo pueden
    ser alcanzados mediante la leal cooperación
    económica y social entre el capital y el trabajo"
    –Doctrina Social de la Nación-.

    "El Plan General de Defensa Nacional debe establecer
    particulamente la correlaciones necesarias entre las actividades
    civiles y militares de carácter industrial" –
    Doctrina de la Nación en materia de Defensa y Seguridad-.

    "El gobierno y el Estado auspiciarán
    preferentemente la creación y desarrollo de las empresas cuyo
    capital esté al servicio de la economía en función
    del bienestar social" – Doctrina Económica de la
    Nación-.

    "Las unidades regionales y continentales facilitan el
    progreso económico general y el bienestar de los pueblos y
    promueven la paz entre las naciones" –Doctrina
    Política Internacional de la Nación-.

    Esta doctrina peronista fue resumida en las denominadas
    "Veinte Verdades del Justicialismo", leídas por
    Perón el 17 de octubre de 1950 desde los balcones de la
    Casa de Gobierno, son:

    "1.- La verdadera democracia es aquella donde el
    gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo
    interés: el del pueblo.

    2.- El justicialismo es esencialmente popular. Todo
    círculo político es antipopular, y por lo tanto, no
    es justicialista.

    3.- El justicialista trabaja para el movimiento. El que
    en su nombre sirve a un círculo o a un hombre o caudillo,
    lo es sólo de nombre.

    4.- No existe para el justicialismo más que una
    sola clase de hombres: los que trabajan.

    5.- En la Nueva Argentina el trabajo es
    un derecho, que crea la dignidad del hombre, y es un deber,
    porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que
    consume.

    6. Para un justicialista no puede haber nada mejor que
    otro justicialista.

    7.- Ningún justicialista debe sentirse más
    de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un justicialista
    comienza a sentirse más de lo que es, empieza a
    convertirse en oligarca.

    8.- En la acción política la escala de
    valores de
    todo justicialista es la siguiente: primero, la Patria,
    después el movimiento, y luego los hombres.

    9.- La política no es para nosotros un fin, sino
    solo el medio para el bien de la patria que es la felicidad de
    sus hijos y la grandeza nacional.

    10.- Los dos brazos del justicialismo son la justicia
    social y la ayuda social. Con ellos damos al pueblo un abrazo de
    justicia y amor.

    11.- El justicialismo anhela la unidad nacional y no la
    lucha. Desea héroes, pero no mártires.

    12.- En la Nueva Argentina los únicos
    privilegiados son los niños.

    13.- Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por
    eso el peronismo tiene su propia doctrina política,
    económica y social: el justicialismo.

    14.- El justicialismo, es una nueva filosofía de
    la vida, simple, práctica, popular, profundamente
    cristiana y profundamente humana.

    15.- Como doctrina política, el justicialismo
    realiza el equilibrio del
    derecho del individuo con el de la comunidad.

    16.- Como doctrina económica, el justicialismo
    realiza la economía social, poniendo el capital al
    servicio del la economía y esta al servicio del bienestar
    social.

    17.- Como doctrina social, el justicialismo realiza la
    justicia social, que da a cada persona su
    derecho en función
    social.

    18.- Queremos una Argentina socialmente justa,
    económicamente libre y políticamente
    soberanía.

    19.- Constituimos un gobierno centralizado, un Estado
    organizado y un pueblo libre.

    20.- En esta tierra, lo
    mejor que tenemos es el pueblo."

    8. La nueva elite
    dirigente

    La aparición del estilo político peronista
    modificó la conformación de la clase
    política argentina. En esta época toca a su fin el
    predominio de un elenco dirigente, de carácter
    restrictivo, en el que el origen, las relaciones de tipo
    personal, la situación de la familia y
    los clubes de pertenencia operaban como criterios de selección.
    Como elemento supletorio el grupo aplicaba criterios de
    reconocimiento, entre los cuales el primero era la habilidad para
    los negocios, la
    capacidad jurídica, el prestigio intelectual o el
    éxito electoral. Pero la presidencia estaba reservada no
    sólo a los grandes políticos que pertenecieran al
    más alto estrato social. Esta elite dirigente
    poseía gran cohesión interna.

    La aparición del estilo político peronista
    modificará –como veremos posteriormente- los
    criterios de legitimidad imperantes. Así lo consigna el
    sociólogo José Luis de Imaz en su libro "Los que
    mandan" diciendo: "la nueva clase política que se instala
    tras el triunfo electoral peronista no reconoce valores
    adscriptos, y el régimen de lealtades que instaura nada
    tiene que ver con el preexistente…" Los nuevos dirigentes
    peronistas de 1946, constituyen un grupo de "accesión muy
    alto, abierto, extenso, basado en el reclutamiento
    amplio como hasta entonces no se había conocido" En 1946,
    todavía el valor para el
    ascenso era el exclusivo éxito. Pero este éxito
    debía haberse producido en alguno de los cuatro campos
    básicos sobre los que se estructuraría el
    peronismo: las altas finanzas, la
    actividad gremial y la política social, la experiencia
    política comicial y las fuerzas armadas.

    Las altas finanzas era un canal de ascenso relativamente
    nuevo. La novedad consistía que en lugar de apoyarse en
    los sectores cuya riqueza provenía de las actividades agro
    – exportadoras como había sido la práctica
    anterior, el peronismo reclutó sus apoyos en la naciente
    clase industrialista que no eran exportadores sino importadores.
    El ascenso al poder por medio de la carrera sindical era
    también un fenómeno hasta entonces inédito y
    que a partir del peronismo cambiaría a la clase dirigente
    argentina. Menos innovador era el reclutamiento
    de cuadros dirigentes marginales provenientes de la
    política tradicional, en especial del radicalismo aunque
    también del conservadurismo y socialismo -tal como se ha
    señalado-. Por último, muchos cuadros
    políticos y de la burocracia
    estatal provenían de las fuerzas armadas. Se trataba en la
    mayoría de los casos de militares en situación de
    retiro que no habían culminado su carrera profesional
    –entre los más destacados se encontraban el mismo
    presidente y todos los gobernadores de la provincia de Buenos
    Aires durante el peronismo, pero también legisladores,
    diplomáticos y otros funcionarios menores-. Esto
    también constituía una novedad. Al principio, el
    nuevo sistema de lealtades era difuso, salvo para los militares y
    quizás para los gremialistas. Con el tiempo, la
    conexión estaría dada por el tipo particular de
    liderazgo que
    implementó Perón y la adopción
    del "führerprinzip".

    9. El
    führerprinzip o culto a la personalidad

    En el siglo XX, la democracia es la doctrina dominante
    que define la legitimidad del poder. Los partidos están
    obligados a tenerla en consideración debido a que
    actúan en el terreno político, donde la referencia
    a las doctrinas democráticas es constante. Las creencias
    relativas a la legitimidad tienen un carácter general, que
    es válido para todos los grupos
    sociales: pero se aplican más inmediatamente al Estado
    democrático y que trata de conquistar la adhesión
    de las masas. Consideran el poder democrático como el
    único legítimo. Debe tenerse mucho cuidado, pues,
    en darse una dirección en apariencia
    democrática.

    Los líderes políticos anteriores a
    Perón, en especial Roca e Yrigoyen, se basaron en el
    principio de liderazgo democrático. Podrá acotarse
    que Roca, con su pasado militar, conducía en forma
    más autoritaria mientras que Yrigoyen era más
    permisivo y explotaba más su perfil carismático.
    Pero ambos eran respetuosos de las formas
    democráticas.

    Perón, por el contrario, aunque llegó al
    poder por medios democráticos inmediatamente
    comenzó a implementar un estilo de liderazgo propio que
    tiene más vinculaciones con el "führerprinzip", es
    decir con el principio de conducción adoptado por los
    líderes fascistas o autoritarios. Esta afirmación
    no significa en modo alguno identificar al peronismo con el
    fascismo
    europeo o con la figura del "hombre fuerte latinoamericano" que
    se perpetúa eternamente en el poder al estilo de un
    Stroessner, un Somoza o un Castro. Pero tampoco se pueden
    desconocer los rasgos autoritarios y el culto a la personalidad
    que imperó en la etapa inicial de la historia del
    peronismo.

    En esta versión vernácula del
    "führerprinzip", o principio del líder que
    adoptó el peronismo, la dirección suprema del
    "Movimiento" quedaba en manos de un jefe –Perón- que
    circunstancias providenciales habían colocado en
    posición tal que sólo el podía asumir la
    dirección suprema de la nueva formación
    política. La mayoría de los autores afirman que sin
    lugar a dudas el tipo de liderazgo implementado por Perón
    se identifica con la figura del líder carismático
    de la tipología de Max Weber. La
    autoridad del
    líder proviene de su persona, de sus
    cualidades individuales, de su propia infalibilidad, de su
    carácter de hombre providencial. El predominio de tal
    criterio de legitimidad tiene por consecuencia que la
    selección por el jefe del partido en virtud de su
    soberanía propia, sea el mecanismo adoptado para la
    promoción de los dirigentes
    partidarios.

    Perón conoció en forma directa la Italia Fascista
    en 1939 donde fue enviado por el Ejército a especializarse
    en tropas de montaña. El naciente peronismo se
    inspirará sin lugar a dudas en el estilo político
    fascista. Así, el peronismo se apoyó en la natural
    aspiración de las masas hacia el poder personal y
    paternalista para reforzar la cohesión del movimiento y
    asentar su estructura. La personalización del poder fue
    acompañada por la divinización de la figura del
    líder –y de su esposa-. El general Juan D.
    Perón era infalible, infinitamente bueno y sabio; toda
    palabra, toda sentencia por él formulada era verdad
    absoluta; toda sugerencia proveniente de él era ley del
    partido. Eva
    Perón resume esta caracterización diciendo:
    "Perón es el aire que
    respiramos. Perón es nuestro sol. Perón es vida".
    Las técnicas
    modernas de la propaganda
    permitían conferirle una extraordinaria omnipresencia:
    gracias a la radio su voz
    penetraba en todas partes, su nombre se utilizaba para denominar
    provincias, localidades, hospitales y hasta buques de guerra, su
    busto estaba en todos los edificios públicos y su retrato
    presidía cada hogar peronista. Después de la muerte de
    Eva Perón fueron muchos los hogares humildes que contaban
    con un altar improvisado en donde se rezaba a "Evita" y se le
    pedían favores y milagros como si fuera una
    santa.

    Mediante la implementación de este estilo de
    liderazgo en que se personalizaba el poder, Perón ligaba a
    su persona a la mayor cantidad posible de personas, grupos y
    organizaciones; contaba, en la práctica, con facultades
    absolutas sobre todas las instituciones y factores de poder. En
    muchos casos no era necesario que expresara sus deseos o su
    posición frente a un tema o cuestión determinada,
    pronto aparecían entre los más fervientes de sus
    partidarios "intérpretes" de su voluntad o pensamiento
    que tomaban sus propias iniciativas e incluso iban más
    allá de lo que el mismo Perón deseaba o se
    atrevía a realizar.

    Es imposible concluir este análisis del liderazgo
    peronista sin una referencia a las grandes movilizaciones
    populares que se convirtieron en un signo característico
    del peronismo y de allí se proyectaron a todos los
    ámbitos de la vida política argentina. Las
    movilizaciones populares –en especial a la histórica
    Plaza de Mayo- se convirtieron en la forma de expresión
    del estado de ánimo popular y sirvieron tanto para
    conmemorar la transitoria recuperación de nuestras
    Islas Malvinas
    en 1982 o para celebrar la obtención de un campeonato
    mundial de fútbol.

    Tomadas posiblemente de los mitines romanos que Benito
    Mussolini organizaba frente al Palazzo Venezia las movilizaciones
    populares del peronismo eran más imponentes. Las mismas
    tenían lugar en determinados días –el 1º
    de Mayo Día de los Trabajadores o el 17 de Octubre
    bautizado como "Día de la Lealtad", entre otros- que por
    ese motivo eran declarados feriados, a raíz de
    algún suceso fuera de lo común, como por ejemplo
    antes de las elecciones o después de alguna
    conmoción política, cuando el general Perón
    quería impresionar a sus opositores con una muestra
    pública de apoyo popular. A estas manifestaciones, que
    eran objeto de una intensa preparación
    propagandística, acudían miles de partidarios de
    los sectores populares, desde los suburbios del Gran Buenos
    Aires. La masa iba colmando lentamente la histórica plaza
    con frente a la Casa Rosada y desplegaba grandes carteles y
    banderas con retratos y citas del presidente. Con frecuencia
    debían esperar largas horas hasta el comienzo del acto y
    hasta que los primeros oradores habían pronunciado sus
    discursos. Sólo después aparecía el general
    Perón acompañado de Eva Perón y los
    principales ministros del Gobierno, en el histórico
    balcón de la Rosada, en respuesta a los impacientes
    reclamos de la multitud. Esta los recibía con gran
    algarabía, en la cual se mezclaban gritos, bocinazos y el
    ensordecedor acompañamiento de los bombos. El aplauso y el
    griterío de aprobación se repetían y se
    intensificaban después de los pasajes particularmente
    vibrantes o provocativos de los discursos pronunciados por ambos
    líderes. Para los que no podían acudir a la Plaza
    los discursos eran transmitidos por la radio. En esos
    casos las distintas emisoras obligatoriamente debían
    suspender su programación del día e integrarse a
    la "cadena oficial" para transmitir el discurso
    oficial.

    Un acérrimo opositor a Perón, el ex
    diputado radical Raúl Damonte Taborda nos brinda el
    siguiente testimonio de un acto oficial en tiempo del peronismo:
    "Las calles adyacentes están abarrotadas de camiones,
    ómnibus, ‘colectivos’ y toda suerte de
    carruajes mecánicos en que han sido transportados
    ‘los grasas’, ‘los puntos’, ‘los
    desgraciados’, ‘la negrada’, ‘los
    chupamedias’, como los penates peronistas designan, no sin
    cariño, a las huestes, que se van agrupando en la Plaza de
    Mayo, presentándose a los capataces que, lápiz y
    libreta en mano, controlan la llegada de los distintos barrios,
    comités, fábricas, reparticiones públicas,
    agrupaciones, células,
    sindicatos, villas, ciudades y provincias. Desde camiones
    asediados por la muchedumbre se reparten refrescos,
    ‘sandwiches’, empanadas o chorizos calientes y
    chorreantes presas de asado. Se intercambian gritos, risotadas,
    exclamaciones, juramentos. Los altavoces atronan el espacio,
    caldeando, con música popular, que
    locutores rápidos y nerviosos matizan con frases
    retumbantes: ¡Cien mil personas! ¡Doscientos mil
    personas llenan la histórica Plaza de Mayo! ¡Siguen
    llegando las multitudes! ¡Se aprietan trescientas mil
    personas que van a decir, emocionadas, al líder
    ‘Presente’". En otro párrafo
    agrega: "Cada año, el 17 de octubre, hay un gran
    espectáculo en la Plaza de Mayo, y las muchedumbres
    corean: ‘¡San Perón! ¡San
    Perón!’ ‘¡Mi General, cuánto
    valés!’ Los coros y la escenografía
    permanecen casi inmutables. ‘San Perón’
    anuncia siempre que el día siguiente es feriado, con
    salarios
    pagos".

    Otro testimonio -también de un opositor
    acérrimo- lo brinda el escritor Jorge Luis
    Borges: "Recuerdo las melancólicas celebraciones del
    día 17 de octubre. El dictador traía a la Plaza de
    Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo
    común de tierra
    adentro, cuya misión era
    aplaudir los toscos discursos; los cuales eran tremebundos cuando
    todo estaba tranquilo, o conciliadores y pacíficos si las
    cosas andaban mal…"

    En algunas ocasiones, mientras Perón hablaba a
    las masas populares reunidas en la Plaza de Mayo se dejó
    llevar por la situación o por ciertos incidentes y
    terminó incitando a los manifestantes a la realizaciones
    de acciones
    violentas. Así ocurrió, por ejemplo el 15 de abril
    de 1953 –Perón también se descontroló
    el 1º de mayo de 1974 cuando expulso a los sectores de la
    izquierda peronista de la Plaza de Mayo- cuando el presidente
    hablaba en un acto organizado por la CGT. En ese momento
    estallaron varias bombas que
    provocaron siete muertos y 93 heridos, en ese momento el clamor
    creciente de la multitud, lo llevó a agregar
    –según relata Luna- lo siguiente:

    • ¡Compañeros! Podrán tirar muchas
      bombas y hacer
      circular muchos rumores, pero lo que nos interesa a nosotros es
      que no se salgan con la suya. ¡Y de esto,
      compañeros, yo les aseguro que no se saldrán con
      la suya! ¡Hemos de ir individualizando a cada uno de los
      culpables y les hemos de ir aplicando las sanciones que les
      correspondan! ¡Compañeros, creo que según
      se puede ir observando, vamos a tener que volver a la
      época de volver a andar con alambre de fardo en el
      bolsillo…!"

    "La gente, ahora enardecida, corea: ¡Perón!
    ¡Perón! y ¡Leña,
    leña!"

    • "Eso de la leña que ustedes me aconsejan,
      ¿por qué no empiezan ustedes a
      darla?"

    Esa noche grupos de exaltados atacaron e incendiados la
    "Casa del Pueblo", la sede del Partido Socialista, la "Casa
    Radical", el "Jockey Club", ante la indiferencia de la
    policía y la demora de los bomberos. También
    intentaron atacar el "Petit Café",
    la por entonces célebre confitería de Santa Fe y
    Callao –donde se reunían grupos antiperonistas
    pertenecientes a la alta clase media- y el diario "La
    Nación". Días más tarde la policía
    responsabilizó por las bombas en Plaza de Mayo a un grupo
    opositor integrado por militantes radicales.

    El culto al líder era organizado y manejado
    fundamentalmente por los medios de
    comunicación, en parte en manos del Estado, en parte
    mediante el holding ALEA. Había una serie de diarios
    –Epoca, La Razón, Crítica, Noticias Gráficas, El Mundo, Democracia- multitud de
    revistas y cuatro estaciones de radio. El Estado también
    ejercía el control de las restantes estaciones de radio y
    podía ordenarles unirse a la red oficial en cualquier
    momento. La función de este aparato de difusión
    consistía en suministrar a todas las creaciones y triunfos
    nacionales el sello de autoría peronista y de esa manera
    "teñir" de peronismo a todo el acontecer político,
    económico, cultural o deportivo. Puede decirse que
    Perón no ahorró esfuerzos para que su nombre se
    convirtiera en sinónimo de Argentina en todos sus aspectos
    y manifestaciones.

    Estas medidas sólo tuvieron algún efecto
    sobre los sectores populares, a los cuales al parecer estaban
    destinadas, a juzgar por la escasa sutileza del mensaje. Con la
    elite y los estratos medios, en cambio, su éxito fue muy
    escaso. Estos sectores no sólo se burlaban de las absurdas
    caracterizaciones de aquella adoración desmedida sino que
    encontraban particularmente molesto el uso excesivo de los
    nombres del primer mandatario y su esposa para denominar cuanto
    había de importante en el país. El desmedido culto
    a la
    personalidad contribuyó en gran medida a alimentar
    – o justificar- el antiperonismo. Así años
    más tarde Jorge Luis Borges
    hablaría ácidamente del mito del
    "primer trabajador y el hada rubia".

    El principal motivo de burla y de descrédito del
    régimen era la desmedida obsecuencia cortesana y la torpe
    adulación de que era objeto la pareja gobernante y que,
    después de 1950, fue invadiendo más y más
    todos los discursos de los miembros del régimen. El
    general Perón era demasiado inteligente para no comprender
    la competencia de
    adulación que ejercían quienes le rodeaban. Pero,
    muy posiblemente la sinceridad de estas declamaciones le
    importaba muy poco. Peter Waldmann señala con mucho
    criterio que sólo le importaba la declaración en
    sí, es decir, la demostración de admiración
    personal, que manejaba el culto a la personalidad
    como un ritual obligatorio por lo menos para sus partidarios.
    Aquellos que integraban el círculo íntimo de
    funcionarios peronistas –o aspirara a formar parte de
    él- debía esforzarse para encontrar nuevas formas
    de demostrar su adhesión incondicional a Perón.
    Cuanto más imaginativas y estrafalarias fueran las
    imágenes, tanto más entusiasta era
    el aplauso que recibían. En muchos casos Perón
    acentuaba aún más el efecto de estos elogios con su
    aparente actitud de modestia. Los antiperonistas recurrían
    al humor para burlarse de la obsecuencia de algunos funcionarios.
    Así por ejemplo se relataba una conversación entre
    el Presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires el
    mayor Carlos V. Aloé –este último era un
    blanco permanente de los antiperonistas quienes lo tildaban no
    sólo de ignorante sino también de obsecuente-, o
    del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor J.
    Cámpora, como la siguiente:

    • Che Camporita, ¿qué hora es?,
      preguntaba Perón mientras caminaban por la quinta de
      Olivos con el gobernador de la Provincia de Buenos
      Aires.
    • "¡La que usted quiera mi general!" ¡La
      que usted quiera!, se apuraba a responder el servicial
      Diputado.

    Waldmann opina que las manifestaciones del culto a la
    personalidad tenían, por un lado la función de un
    control político del grado de adhesión y lealtad de
    sus partidarios. Para entender esta función debemos tener
    presente que no se toleraban las críticas a la
    conducción entre los peronistas y que cualquier
    expresión de este carácter o de descontento era
    considerada como una forma de complicidad con la
    oposición. La importancia concedida por Perón a la
    unanimidad de todos los miembros de su movimiento y la
    subordinación de éstos bajo su conducción,
    no sólo tuvo por consecuencia la total ausencia de
    impulsos críticos sino que podrían haber
    contribuido a la rectificación y mejoramiento de su
    sistema de gobierno. Lo más peligros para él era
    que, de esta manera, no podía saber hasta que punto
    contaba con el apoyo de su gente. Esta deficiencia era
    compensada, en parte, por la apelación al culto de la
    personalidad, pues la magnitud y el contenido de los pasajes
    consagrados a honrar a Perón, en los discursos de
    políticos y funcionarios peronistas, podían
    considerarse como un seguro indicador
    de la conformidad política del individuo en
    cuestión. La ventaja decisiva de esta prueba de lealtad
    consistía en que, merced a él, se mantenía
    en pie la ficción de unanimidad, de total acuerdo en la
    orientación política e ideológica de todos
    los peronistas. Hasta cierto punto, cumplía las funciones
    de informal medidor del clima político, pues brindaba a
    Perón la posibilidad de percibir en que medida contaba con
    el apoyo de sus partidarios, sin por ello renunciar ante los
    opositores a sus pretensiones de unidad total de su
    movimiento.

    10. La diarquia
    peronista

    Al tratar el papel que el mito del
    líder desempeño dentro del estilo político
    peronista no podemos pasar por alto el fenómeno que Floria
    y García Belsunce denominan "la diarquía peronista"
    haciendo referencia al liderazgo bicéfalo de Juan D.
    Perón y María Eva Duarte de Perón.
    Evidentemente la presencia de Eva Perón es un factor
    relevante. Mujer singular,
    dotada de una personalidad espontánea y arbitraria
    –producto tanto
    de sus orígenes humildes, de su presente juventud:
    tenía 27 años al convertirse en Primera Dama y 33
    al morir-, que coronaba una belleza impactante y frágil a
    la vez, generaba adhesiones irracionales y odios también
    irracionales.

    Un testimonio de la condena que los sectores
    antiperonistas realizaban –y aún realizan- de Evita
    es la caracterización que de ella realiza Marcos Aguinis.
    "Eva María Duarte de Perón irrumpió como un
    cometa desbordado por la energía y el resentimiento.
    Llevaba cicatrices de la marginación y la injusticia,
    tenía envidia y necesitaba ser amada. Por sobre eso le
    sobraba un rasgo decisivo: coraje. Cuando ingresó en el
    poder evidenció apuro por desquitarse de sus carencias
    pasadas, gozar de pieles, joyas y viajes,
    hacerse obedecer por quienes gobernaban y maltratar a los
    poderosos como ellos la habían maltratado; hasta insultaba
    con palabrotas a los ministros que resistían sus
    órdenes. Era bastarda, como bastardos fueron millones de
    mestizos, el gaucho y Carlos Gardel y, a medias, el mismo
    Perón. Le sobraba desenfado para convertirse en una
    incontrolable diablesa".

    Los citados autores destacan el papel de mediadora que
    cumplía "Evita" dentro del estilo peronista, entre
    Perón, el gran líder y su pueblo. Evita con su
    espontaneidad superaba la rigidez de la burocracia partidaria y
    oficial, y –según una arriesgada pero sugestiva
    tesis- como
    fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia
    deliberada e inconsciente del marianismo. Al mismo tiempo, a
    través de la Fundación que llevaba su nombre, Eva
    Perón cumplía con el propósito del peronismo
    de cambiar la "caridad" por la "ayuda social" que constituyera un
    remedio práctico a las desigualdades sociales, atenuando
    los aspectos más agraviantes de esas
    diferencias.

    José Luis Romero, un historiador crítico
    del peronismo ha caracterizado el accionar de Eva Perón
    diciendo: "Introdujo en la política argentina un acento
    nuevo (…) Era el acento de los viejos caudillos populares pero
    impregnado de una sentimentalidad protectora que, sin duda,
    despertaba en las clases populares un eco que nosotros no
    sospechábamos. Si fue sincera o no, no lo sé ni ya
    importa. Hoy es un símbolo –quizá un poco
    desvanecido- de una manera nueva en la Argentina de percibir lo
    político en la que se mezclan lo ideológico y lo
    sentimental. Durante varias décadas –o acaso siglos-
    hemos sido incapaces de percibirlo. Quizás fuera necesaria
    una voz tan dulce, y al mismo tiempo, tan áspera como la
    de Eva Perón para que lo aprendiéramos"

    En la práctica llegó a constituirse, pues,
    una suerte de coparticipación en el poder, en la que el
    papel de Eva Perón –sin cargo oficial alguno- era
    decisivo para el dinamismo interno del régimen, de
    ahí que su muerte trastornase al peronismo y al hombre que
    detrás del líder pareció perder desde
    entonces su pleno equilibrio emocional.

    11. Peronismo y
    estado

    Es imposible analizar el estilo político
    peronista entre 1943 y 1955 sin incluir el papel que dentro de
    él se asignaba al Estado. De hecho, la principal meta del
    general Juan D. Perón fue cambiar la estructura del
    sistema político argentino. El uso que del aparato estatal
    hacían los estratos superiores, que veían en ello
    casi una atributo natural de su posición en la sociedad,
    comenzó a chocar con la creciente resistencia de
    los estratos más bajos. Para que esta protesta
    –todavía apenas articulada- no se transformara de
    buenas a primeras en una actividad revolucionaria capaz de
    desintegrar el sistema, era necesario corregir las estructuras
    políticas, hacerlas más abiertas y
    flexibles.

    El estilo político peronista aportó esa
    corrección, pero no se detuvo en eso: contenía el
    plan de liberar al Estado, en general, de su estrecha
    ligazón con los factores sociales de poder e instalarlo en
    el punto de intercesión de las relaciones entre los grupos
    sociales. Ya no debía ser patrimonio
    más o menos exclusivo de los sectores que tuvieran
    más fuerza en una coyuntura política determinada,
    sino que debía cumplir un papel de arbitro entre los
    distintos sectores, sin una directa dependencia de ninguno de
    ellos. A tal efecto el Estado debía tener una mayor
    intervención en el ámbito económico y social
    para marcar el rumbo de los procesos
    políticos.

    Podemos decir que en alguna medida Perón era un
    conservador lúcido. En muchos aspectos es evidente que el
    propósito fundamental de su proyecto político era
    prevenir los cambios sociales abruptos, y de ser necesario,
    incluso impedirlos. Al respecto, en su célebre discurso en
    la Bolsa de Comercio, en
    agosto de 1944, Perón expuso su pensamiento en
    tal sentido, diciendo: "Señores capitalistas, no se
    asusten de mi sindicalismo,
    nunca mejor que ahora estará seguro el
    capitalismo,
    ya que yo también lo soy, porque tengo estancia y en ella
    operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a los
    trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos y
    de esta manera se neutralizan en su seno las corrientes
    ideológicas y revolucionarias, que puedan poner en peligro
    nuestra sociedad capitalista en la posguerra".

    El peronismo al plantear la concialiación de
    clases para enfrentar las posiciones revolucionarias que
    planteaban la lucha de clases, se convertía en un elemento
    de estabilidad y de equilibrio de las distintas fuerzas sociales
    del momento. Pocas medidas adoptadas por Perón
    contenían un carácter antitradicionalista, o que
    pretendiera acelerar el cambio social. Por lo general
    pretendían restablecer, perfeccionar o continuar el
    desarrollo de las condiciones estructurales preexistentes.
    Aún en aquellas medidas que parecían más
    revolucionarias y demagógicas es posible reconocer una
    tendencia fundamentalmente conservadora en la
    determinación de objetivos y de los medios empleados. En
    este marco se encuadran las acciones del peronismo para
    reorganizar a la sociedad y el Estado.

    Por iniciativa suya, a partir de 1944, el gobierno
    militar se convirtió en portavoz y defensor del movimiento
    obrero. Por primera vez el Estado asignaba una particular
    importancia a los trabajadores para proteger sus intereses. La
    preocupación del gobierno por los problemas
    sociales que afectaban a los sectores populares tuvo como
    contrapartida un cambio de actitud de los trabajadores con
    respecto al Estado y a sus representantes. El Estado dejó
    de ser percibido como una estructura represiva exclusivamente al
    servicio de los propietarios y capitalistas. Con la
    aparición del peronismo los trabajadores comprendieron que
    el Estado podía convertirse en un arbitro benévolo
    que defendiera sus intereses frente a los patrones. Pero, para
    convertir al Estado en un instrumento a su servicio, los obreros
    se vieron impulsados a intervenir en el proceso político,
    comprobando que su mayor participación convertía a
    sus ideas y aspiraciones temas centrales de la gestión
    de gobierno. En esta forma se incrementó el nivel de
    conciencia política de los sectores populares y su
    adhesión incondicional al peronismo.

    La mayor conciencia política de los sectores
    populares puede apreciarse en el incremento de la
    participación electoral. En las elecciones de 1946
    intervino un quince por ciento más de votantes que en las
    elecciones nacionales de 1938. Como se ha visto en esa
    oportunidad la coalición peronista se impuso por un
    ajustado margen. En la primera legislatura peronista –tal
    como se ha referido en detalle anteriormente- se convirtieron en
    diputados un importante número de obreros y empleados, lo
    cual permitió una importante transformación en los
    elencos políticos nacionales. Un proceso de
    renovación similar tuvo lugar en toda la administración
    pública, desde los mismos despachos ministeriales. El
    aumento del poder político de los sectores populares puede
    apreciarse también en la expansión de la
    sindicalización de los trabajadores. Durante los primeros
    años posteriores a la revolución de junio de 1943
    se incrementó en forma abrupta el número de
    entidades sindicales, con la aparición de sindicatos en
    actividades donde los trabajadores no tenían una
    tradición en este sentido, como ser, locutores,
    músicos, artistas, etc. Por el contrario, a partir de
    1947, creció el número de afiliados. En una primera
    etapa los afiliados pasaron de 500.000 a 1.550.000, hasta
    alcanzar en 1950 a cinco millones de trabajadores
    sindicalizados.

    Si bien Perón apoyó la expansión de
    la participación política de los sectores
    populares, lo hizo en la medida en que podía capitalizar y
    controlar esa participación. Así, por un lado,
    introdujo el voto femenino, incluyó el derecho de
    reunión en la Constitución Nacional,
    estableció el voto directo en la elección
    presidencial y en la de senadores. Mientras que, por otro lado,
    mediante el culto a la personalidad y la introducción del "verticalismo" en la
    conducción del Partido y del Estado subordinó esa
    participación a sus intereses. Perón solía
    desplazar en forma sistemática a los dirigentes
    intermedios que demostraban el menor signo de independencia
    política o que tan sólo se incrementaban su
    importancia política. En esta forma se aseguraba que
    la
    comunicación dentro del movimiento peronista fuera
    directa entre el líder o conductor y la masa conducida.
    Las grandes concentraciones en Plaza de Mayo donde Perón
    parecía dialogar con las masas contribuían a
    acentuar esa tendencia.

    12. El uso del
    patronazgo oficial en el estilo peronista

    Como muy acertadamente destaca Peter Waldaman, al
    analizar el funcionamiento de la administración estatal en los países
    en vías de desarrollo, actualmente la ciencia
    política ha abandonado la creencia de que la corrupción, el soborno, la venta de cargos y
    otras prácticas semejantes deben considerarse
    anomalías del proceso político. Lentamente se fue
    comprendiendo que, en ciertos países, están muy
    difundidas y que, en determinados casos, hasta surgen de una
    necesidad estructural. En el mundo en desarrollo el favoritismo,
    el nepotismo y las maniobras comerciales han figurado siempre
    entre los modelos de
    conducta
    más arraigados. Por eso no es sorpresa que numerosos
    dirigentes y funcionarios peronistas hayan usado el cargo para
    enriquecerse.

    Así como en la época de los notables la
    elite sacó provecho de su situación política
    privilegiada para hacer uso del patronazgo oficial al igual que
    harían los sectores medios durante la vigencia del estilo
    político radical; durante el gobierno del general
    Perón, los elementos en ascenso de los sectores populares
    aprovecharon su flamante acceso al patronazgo oficial para
    obtener ventajas. La conducta de Perón –al igual que
    en su momento la de Roca y más tarde la de Yrigoyen-
    estuvo de un todo de acuerdo con estas prácticas, al
    demostrar su reconocimiento por el apoyo político
    prestado, otorgando a sus adeptos cargos públicos,
    comisiones, licencias y además ventajas materiales.

    Sin embargo, debido a que los estratos que sirvieron al
    general Perón como base de poder eran mucho más
    amplios que aquellos sobre los cuales se apoyaron los gobiernos
    minoritarios de las décadas anteriores, el número
    de partidarios a recompensar era también mucho mayor. Por
    lo tanto, la recompensa ya no podía adoptar una forma
    más o menos discreta y legalista, como, por ejemplo,
    había ocurrido entre 1930 y 1943, cuando la opinión
    pública sólo se enteraba del enriquecimiento de
    algún influyente funcionario público –que por
    lo general ya contaba con una sólida posición
    económica antes de acceder al cargo público- a
    raíz de la ocasional divulgación de algún
    escándalo de corrupción. En el peronismo ese
    enriquecimiento tenía carácter público y
    aparecía como una parte integrante de un amplio proceso de
    redistribución de la riqueza y de integración social, lo cual
    añadía a estos hechos una nota particular de cuasi
    legalidad.

    Por otra parte, el estilo peronista al ampliar
    considerablemente la intervención del Estado en la
    economía y en la sociedad toda, dispuso de una gama de
    recursos materiales
    para volcar al patronazgo oficial mucho mayor de la que se
    encontraba al alcance de los gobiernos anteriores. El general
    Perón empleó estos recursos para lograr la
    adhesión absoluta de los elencos dirigentes –
    políticos y sindicales – a persona.

    13. Decadencia y
    caída del primer peronismo

    Hacia fines de 1947, se convirtió en un tema
    recurrente entre los peronistas la idea de reformar la
    Constitución Nacional, divulgada antes de las elecciones y
    apoyada por la prédica nacionalista y antiliberal, pero
    también conforme con quienes postulaban cambios
    técnicos o la incorporación a su texto del
    Decálogo del Trabajador y los Derechos de la Ancianidad.
    Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue
    la reelección presidencial. A principios de 1948 se
    habían formado ligas, grupos y organizaciones de toda
    especie para proclamar la necesidad de que Perón siguiese
    en el poder. Su mandato expiraba en 1952, de acuerdo con el Art.
    77 de la Constitución Nacional, y la modificación
    de esa cláusula fue el objetivo
    aglutinante del peronismo. Aún cuando faltaban tres
    años para los comicios del 51, era evidente que el
    peronismo no aceptaba otra conducción que la de
    Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la
    permanencia del partido en el poder, permitiesen la
    rotación de sus elites.

    Con la sanción de la reforma constitucional del
    11 de marzo de 1949 y la posibilidad de la reelección, se
    originó dentro del movimiento peronista –en especial
    entre los sectores sindicales- un grupo que impulsaba la
    candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia de la
    nación. La candidatura de Eva Perón fue un hecho
    político muy particular. Movilizó muchedumbres,
    culminando en una impresionante manifestación: "El Cabildo
    Abierto del Justicialismo" convocada por la C.G.T., el 22 de
    agosto de 1951, que proclamó la vicepresidencia para la
    "compañera Evita".

    La C.G.T., conducida por José Espejo, un
    incondicional de Evita, había trabajado duramente
    organizando una multitudinaria peregrinación a Buenos
    Aires desde los más apartados rincones del país,
    proporcionando a los asistentes transporte,
    alojamiento y alimentos
    gratuitos. Finalmente se declaró una huelga general
    para facilitar la concurrencia a la convocatoria. Su objetivo era
    reunir una multitud de dos millones de personas. En consecuencia,
    el lugar de la concentración fue la Avenida 9 de Julio, en
    un escenario montado frente al Ministerio de Obras
    Públicas.

    El acto se inició con la exclusiva presencia de
    Perón, a los efectos de permitir a la multitud reclamar la
    presencia de Evita. El propósito del encuentro, era la
    consagración de la fórmula Perón – Eva
    Perón, tal como lo señalaba la convocatoria y los
    carteles que decoraban el escenario. A las cinco de la tarde Eva
    Perón se hizo presente y dirigiéndose a la multitud
    señaló que estando Perón al frente del
    gobierno el cargo de vicepresidente era tan sólo
    honorífico y que el único honor al que ella
    esperaba era el cariño de su pueblo. Ante la insistencia
    de la multitud, Evita pidió cuatro días para dar
    una respuesta definitiva. Pero, debido a la presión
    ejercida por Espejo, incitando a los asistentes al acto a no
    desconcentrarse hasta que la "abanderada de los humildes" diera
    una respuesta, a las diez de la noche, finalmente Evita
    consintió en hacer lo que pueblo le pidiera.

    No obstante, no estaba dicha la última palabra al
    respecto. En un discurso radial difundido el 31 de agosto Evita
    comunicó su irrevocable decisión de no presentarse
    como candidata a la vicepresidencia. "No renuncio a la tarea
    –dijo Evita con voz desgarrada-, sino solamente a los
    honores. […] No tengo… más que una sola y grande
    ambición personal: que de mí se diga… que hubo al
    lado de Perón una mujer que se
    dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo, y
    que a esa mujer el pueblo la llamaba, cariñosamente,
    Evita".

    Desde comienzos de 1950, aunque la gente lo ignoraba,
    Evita se encontraba enferma de cáncer. No se había
    atendido a tiempo, desechando el consejo de los médicos.
    Cuando finalmente aceptó operarse fue demasiado tarde. Eva
    Perón moriría tan solo once meses después el
    26 de julio de 1952.

    La candidatura de Eva Perón tuvo profundas
    implicancias tanto dentro como fuera del movimiento peronista. En
    las filas peronistas significó el alejamiento del ex
    gobernador de la provincia de Buenos Aires, Coronel Domingo
    Mercante, un hombre de absoluta confianza de Perón y uno
    de los artífices del 17 de octubre de 1945, quien era el
    candidato natural a la vicepresidencia. Fuera del peronismo
    provocó una fuerte conmoción en las Fuerzas Armadas
    que se negaban a aceptar la posibilidad de que una mujer pudiera
    acceder a la presidencia de la Nación y por consiguiente a
    la Jefatura de las Fuerzas Armadas.

    Hasta ese momento, las Fuerzas Armadas eran –junto
    a los sindicatos- las piedras básales del edificio
    peronista. Por lo tanto el régimen les dispensaba un trato
    especial en cuanto a sueldos, ascensos –se aumentaron los
    cargos de oficiales superiores y se redujeron los de oficiales
    subalternos- y prebendas varias. Esto significó entre
    otros aspectos una política de reequipamiento y
    adquisición de pertrechos militares de la Segunda Guerra
    Mundial, aumentos de salarios
    superiores al promedio, construcción de barrios militares y en
    especial el irritante tema de las licencias para adquirir
    automóviles. Perón, para cosechar voluntades entre
    los militares, otorgaba a los generales y otros oficiales de alta
    graduación licencias para importar vehículos. El
    agraciado podía comparar el auto o vender la licencia con
    una importante ganancia. El favoritismo que esta práctica
    implicaba amargaba a quienes no resultaban agraciados, así
    los oficiales subalternos solían calificar de "general
    cadillac" a los mimados del régimen. Sin embargo, el
    malestar entre los cuadros de oficiales comenzó con la
    imposición de asistir a clases de "doctrina nacional",
    nombre con el cual se pretendía encubrir el
    adoctrinamiento peronista.

    Otro motivo de malestar entre la oficialidad era el
    tratamiento particular que merecían los suboficiales.
    Perón que había servido como oficial en la Escuela
    de Suboficiales Sargento Cabral conocía profundamente la
    mentalidad y aspiraciones de los suboficiales. En 1948,
    otorgó el derecho de votar a los suboficiales y
    aplicó una política tendiente a jerarquizarlos con
    buenos sueldos, viviendas y becas para sus hijos en el
    prestigioso Liceo Militar. Tales halagos hacían sospechar
    que se los pretendía captar como una suerte de "comisarios
    políticos" por parte del gobierno. Los oficiales afirmaban
    que estas prácticas atentaban contra la disciplina y
    el orden jerárquico, esenciales para el funcionamiento de
    las instituciones militares.

    Mientras que un grupo de generales de alto rango –
    Sosa Molina, Jauregui, Lucero y otros- se complotó para
    "vetar" la candidatura vicepresidencial de Eva Perón. Otro
    grupo –formado principalmente por oficiales jóvenes
    encabezados por el viejo general Benjamín Menéndez-
    pretendía ir más allá, se proponían
    derrocar a Perón y retrotraer el reloj de la historia a
    1943. Mientras que los primeros se conformaron con arrancar al
    presidente la renuncia de Eva Perón, los segundos
    decidieron pasar a la acción con el apoyo de varios
    dirigentes civiles.

    El 1 de agosto de 1951 estallaron bombas en varias
    estaciones ferroviarias cercanas a Buenos Aires y se cometieron
    algunos actos de sabotaje en las vías, sin mayores
    consecuencias. Los responsables eran algunos ferroviarios que no
    se resignaban a la violenta ocupación de "La Fraternidad"
    por elementos peronistas, y jóvenes universitarios de la
    FUBA vinculados al radicalismo, algunos de cuyos dirigentes, como
    Miguel A. Zabala Ortiz, participaban también de la
    conspiración de Menéndez y habían realizado
    los atentados para crear el clima de inquietud necesario para
    posibilitar el éxito del movimiento militar.

    Si bien el jefe era el general Menéndez, un viejo
    conspirador contra los gobiernos de Justo y Ortiz de ideas
    nacionalistas, que después de una vida agitada marcada por
    duelos, desafíos y conspiraciones, se encontraba en
    situación de retiro, pero conservaba gran prestigio dentro
    del Ejército y contactos con la oficialidad joven a
    través de sus dos hijos, ambos oficiales de
    caballería.

    En realidad, el principal animador de la
    conspiración había sido el general Eduardo Lonardi,
    por entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército con
    sede en Rosario, otro prestigioso militar del sector nacionalista
    del Ejército que mantenía un antigua enemistad con
    Perón donde no faltaban cuestiones personales.
    Según relata Robert A. Potash en 1937, Lonardi
    reemplazó a Perón como agregado militar en Santiago
    de Chile.
    Perón, que había dispuesto una transferencia de
    materiales con violación a las leyes chilenas de
    espionaje, dejó encargado a Lonardi que recogiera los
    datos sin
    informarle previamente acerca de la naturaleza o ilegalidad de la
    operación. Lonardi cayó en una trampa que las
    autoridades chilenas habían preparado a Perón, y
    aquél fue arrestado y alojado en una comisaría de
    policía de Santiago hasta que el embajador argentino pudo
    lograr su libertad. El episodio estuvo a punto de interrumpir la
    carrera militar de Lonardi, pero se le permitió continuar
    en parte gracias a la intercesión de su amigo y
    condiscípulo Benjamín Rattenbach, que estaba
    relacionado con el ministro de Guerra.

    Hacia fines de 1949, un grupo de oficiales, alumnos,
    profesores y miembros del personal superior de la Escuela de
    Guerra, inclusive el subdirector, coronel Pedro Eugenio Aramburu,
    comenzaron a contemplar la idea de derrocar al gobierno. En
    búsqueda de un oficial a quien pudieran persuadir de que
    asumiera la jefatura del movimiento, pusieron sus ojos en el
    general Lonardi a quien contactaron por medio del teniente
    coronel Bernardino Labayru.

    Lonardi comenzó lentamente los trabajos
    preparatorios del alzamiento, la detención de un grupo de
    oficiales implicados en la conspiración en junio de 1951 y
    la vigilancia que las autoridades realizaban sobre Lonardi
    obligaron a este a reducir su actividad. Entonces la jefatura del
    movimiento pasó a Menéndez.

    Menéndez consiguió el apoyo de varios
    dirigentes políticos: Arturo Frondizi y Miguel A. Zabala
    Ortiz de la UCR, el Américo Ghioldi por el socialismo,
    Reynaldo Pastor por los demócratas nacionales, y Horacio
    Thedy, de los demócratas progresistas, quienes se
    comprometieron de diversa forma en los trabajos
    conspirativos.

    La eliminación de la candidatura de Evita
    –y con ella, de la principal causa de descontento entre los
    militares- sin duda influyó sobre las perspectivas del
    golpe de Estado en marcha. El general Menéndez, sin
    embargo, siguió firme en su posición y
    planeó el golpe inminente. La conspiración se
    realizó principalmente en la Escuela de Guerra y en
    unidades navales y aeronavales.

    El levantamiento del 28 de septiembre de 1951
    fracasó por su inadecuada planificación y por su deficiente
    ejecución. Puesto que daba gran importancia al secreto y
    al factor sorpresa. Menéndez permitió que oficiales
    comprometidos en el complot viajaran al interior sin saber que el
    golpe era inminente. El y sus colaboradores contaban demasiado
    con la improvisación y así no previeron que los
    tanques del regimiento de Campo de Mayo, que esperaban copar,
    necesitarían combustible, o que los suboficiales se les
    opondrían. Las demoras ocasionadas por el
    aprovisionamiento de los vehículos permitieron a un
    oficial leal y a varios suboficiales entorpecer los planes y
    alterar los tiempos calculados. Pero el error fundamental del
    general Menéndez fue de cálculo.
    Supuso que una abrumadora mayoría de militares opinaba
    como él y que un valiente puñado de hombres, con un
    simple desafío al gobierno, concentraría las
    fuerzas necesarias para derrocarlo. Aunque así fuera, era
    imprescindible un resonante éxito inicial para persuadir a
    los indecisos a que tomaran parte en la acción. En ese
    sentido, el anticuado uniforme de Menéndez, con sus
    sesenta y seis años de edad y sus voces de mando
    caídas en desuso –estaba retirado desde hacía
    nueve años- causaron una penosa impresión entre los
    oficiales. Además, la pobre columna de tres tanques y
    doscientos hombres que salió de Campo de Mayo rumbo al
    Colegio Militar no ofrecía demasiado incentivo a los
    oficiales que simpatizaban con esa causa pero no estaban
    resueltos a arriesgar por ella sus carreras.

    Por su parte, los elementos civiles que habían
    estado comprometidos en su casi totalidad y entre ellos
    importantes dirigentes políticos, no habían
    recibido a tiempo la información de la resolución
    adoptada por el general Menéndez la tarde del día
    27 de septiembre y por lo tanto habían quedado totalmente
    marginados de los acontecimientos iniciados en Campo de Mayo en
    las primeras horas del día 28.

    El levantamiento de Menéndez fue escaso en cuanto
    a su alcance geográfico, su carácter y su
    duración. Sus objetivos principales eran las instalaciones
    de la Aeronáutica y la Marina situadas al noroeste de la
    Capital y la base aeronaval de Punta Indio. Sólo en Campo
    de Mayo hubo algunas víctimas, y su escasa importancia
    –el cabo Miguel Farina, fue abatido en un enfrentamiento
    que también dejó cuatro heridos en ambos bandos-
    indica que ese movimiento no estaba resulto a persistir hasta las
    últimas consecuencias, sino que era un intento de explotar
    la presunta disconformidad de los oficiales.

    El general Lucero, ministro del Ejército, pudo
    reunir una importante cantidad de fuerzas leales y hacer que el
    general Menéndez se rindiera en horas. Mientras tanto, los
    obreros peronistas, convocados por la C.G.T., se reunieron para
    defender al gobierno de un ataque que nunca se produjo. Al
    rendirse Menéndez, rebeldes de la Aeronáutica y
    pilotos de la aviación naval que habían dejado caer
    sobre la ciudad de Buenos Aires una lluvia de panfletos que
    proclamaban el golpe de Estado abandonaron sus bases ante el
    avance de las fuerzas leales y buscaron refugio en el Uruguay.

    Ante las primeras noticias del levantamiento,
    Perón firmó un decreto ordenando el fusilamiento de
    todo militar sorprendido con las armas en la mano y estableciendo
    el estado de guerra interno. El decreto, luego ratificado por el
    Congreso en una rápida sesión, se mantuvo hasta el
    derrocamiento de Perón cuatro años más
    tarde, salvo los días de elección.

    La consecuencia inmediata del levantamiento fue alterar
    aún más el ya tenso clima político
    argentino. Los peronistas acusaban cada vez con mayor hostilidad
    a los opositores al gobierno de ser traidores aliados con las
    potencias imperialistas. La oposición, por su parte,
    encontraba dificultades que se agravaban sin cesar para hacer
    oír su voz. Por ejemplo, durante la campaña
    política previa a las elecciones del 11 de noviembre, los
    partidos opositores actuaron con desventaja: se les negó
    todo acceso a los programas
    radiales. Sólo podían organizar reuniones al
    aire libre con
    permiso policial, y aun cuando lograban llevarlas a cabo, con
    frecuencia eran hostigados por grupos de provocadores. Los
    principales afectados fueron los miembros del Partido Socialista:
    sus candidatos a la presidencia y vicepresidencia, así
    como la mayoría de sus candidatos a diputados, estaban
    detenidos o permanecían en la clandestinidad.

    El impacto de la "chirinada" –como la
    denominó Perón- de Menéndez en las fuerzas
    armadas fue inmediato y profundo. Perón reemplazó a
    sus ministros de Aeronáutica y de Marina, y se
    ordenó una investigación de la conducta de cada
    oficial y suboficial durante esa emergencia. Las consecuencias
    abarcaron no sólo a quienes habían participado
    activamente en el complot, sino también a quienes
    tenían conocimiento del intento revolucionario y no
    habían actuado con energía para reprimirlo. Dentro
    del Ejército, se inició una depuración de
    los elementos desafectos al régimen que involucró a
    sus instituciones más prestigiosas, la Escuela Superior de
    Guerra, la Escuela Superior Técnica y el Colegio Militar.
    El gobierno expulsó a algunos alumnos cursantes, otros
    fueron dados de baja y condenados a prisión, y a otros se
    los obligó a pedir el retiro. Los generales que estaban al
    frente de los tres institutos militares fueron reemplazados; uno
    de ellos, el director del Colegio Militar, que se había
    negado a sumarse a Menéndez, fue dado de baja y
    sentenciado a tres meses de arresto.

    El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas
    enjuició por rebelión al general Menéndez y
    a otros importantes partícipes de su movimiento. Aunque
    las publicaciones peronistas reclamaban la pena de
    muerte, el tribunal sentenció al general
    Menéndez a 15 años de reclusión, a los
    coroneles Bussetti -4 años-, Larcher –6
    años-, Llosa –4 años-, Reimundes –3
    años-, Repetto –5 años-, Pío
    Elía –6 años-, Alsogaray –5
    años-. El tribunal se abstuvo de aplicar la sanción
    más severa de degradación, autorizado por el
    código
    de justicia militar.

    De los restantes 104 jefes y oficiales juzgados
    simultáneamente, a 45 se les aplicó condenas de 3 a
    4 años de reclusión, con las accesorias de
    destitución y baja. El resto tuvo condenas que oscilaban
    entre el arresto de seis meses o menos y prisión hasta un
    año. Otros 66 oficiales que no comparecieron ante la corte
    marcial porque habían abandonado el país fueron
    destituidos por rebeldía. Si se incluye a quienes no
    fueron juzgados por esa corte pero que debieron retirarse
    mediante procedimientos
    administrativos, el número total de oficiales en servicio
    activo que vieron interrumpida su carrera a consecuencia del
    levantamiento del general Menéndez fue de alrededor de
    200.

    En el frente político, repercutió
    inquietantemente la noticia de la compra, que por expresa
    decisión de Evita, realizó la Fundación Eva
    Perón, de 2.000 fusiles y 5.000 pistolas para su entrega a
    la C.G.T. Empezaron a circular rumores sobre la posible
    formación de una milicia obrera.

    Evita hizo su última aparición
    pública en la ceremonia en la cual Perón
    prestó juramento como presidente por segunda vez;
    ocasión, también, de la primera transmisión
    televisiva de Argentina. Veintidós días más
    tarde Evita moría.

    14. Santa
    Evita

    Eva Perón era una pieza clave del régimen
    peronista y resultaba evidente que ni su propia
    desaparición física podía
    alterar esta realidad. Tras un primer intento de ocultar su
    enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de
    su muerte se buscó la forma de realizar el mayor
    aprovechamiento político de este hecho inevitable. Si
    Evita viva era un centro de poder político autónomo
    que cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro
    de la estructura del Estado, al morir debía convertirse en
    un icono del movimiento peronista. En esta forma su figura
    alcanzaría la dimensión de un mito popular. El
    régimen propició la construcción de un gran
    monumento recordatorio donde reposarían sus restos
    mortales. Inspirándose, posiblemente, en el tratamiento
    dado al cadáver de Lenin en la Unión
    Soviética, que tras su momificación, fue encerrado
    en un monumento funerario situado en el centro de la Plaza Roja
    de Moscú. El mausoleo de Lenin fue convertido en un
    "centro de peregrinación" donde debían concurrir a
    rendir su homenaje desde los escolares a los visitantes
    extranjeros ilustres que visitaban la "patria del
    socialismo".

    A principios de julio de 1952, el Congreso
    modificó una ley, aprobada en 1946, que disponía la
    erección de un monumento al descamisado y por Ley 14.124
    creó la "Comisión Nacional Monumento a Eva
    Perón". El monumento a Eva Perón, sería
    realizado conforme un proyecto presentado por el escultor
    italiano León Tomassi y debía ser más alto
    que la Estatua de la Libertad. El monumento se emplazaría
    en los jardines de Palermo y una réplica del mismo se
    erigiría en cada capital de provincia.

    La construcción del mito de Evita comenzó
    desde el momento mismo de su muerte con un apoteótico
    entierro oficial preparado como un gran acto de masas donde el
    dolor popular de la gente más humilde se mezclaba con la
    espectacularidad propia de los fastos del régimen
    peronista. Se cuidaron todos los detalles. Comenzó con un
    velatorio de quince días en el Ministerio de Trabajo,
    luego los restos fueron trasladados al Congreso Nacional donde se
    exhibieron otros dos días. La comunidad organizada en
    pleno –los trabajadores de la C.G.T., los cadetes de las
    escuelas militares y las voluntarias de la Fundación Eva
    Perón- custodiaba la cureña donde reposaba el
    féretro y que era arrastrada por miembros de la C.G.T. y
    rendía a la "Jefa Espiritual de la Nación" su
    postrer homenaje, en una procesión multitudinaria que la
    acompaño hasta lo que debía ser su morada
    provisoria, el local de la C.G.T., el 11 de agosto.

    Para ello, el gobierno supo utilizar muy bien el fervor
    popular que despertaba la figura de Evita, que de todas maneras
    hubiera ocupado un lugar destacado en el corazón de
    los argentinos, como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá o
    la Difunta Correa, para alentar una suerte de culto a "Santa
    Evita". Este culto comenzó con intentos de canonizar a
    Evita por parte de algunos, creció con la
    imposición de luto obligatorio a obreros y empleados
    públicos, pero alcanzó su verdadera
    dimensión en los humildes hogares peronistas que
    levantaron toscos altares para rezarle a Evita. El razonamiento
    era sencillo, si Evita había hecho tanto por los pobres,
    ahora que estaba junto a Dios como no iba a concederles un favor
    a ellos.

    Convertida Evita en un símbolo y bandera de lucha
    del régimen, su cadáver adquirió un especial
    valor político que lo llevaría a desempeñar
    un papel singular en la historia política del país.
    Este papel comenzó desde el mismo momento en que se
    encomendó al doctor Pedro Ara su preservación y
    embalsamamiento para convertirlo en un imperecedero objeto de
    culto para los peronistas y por consiguiente en blanco del odio
    de los antiperonistas. Ambos sectores pujarían
    macabramente por la posesión de ese cadáver durante
    los veinte años siguientes a su muerte.

    Enfermedad y muerte de Evita

    El día 9 de enero de 1950 mientras presenciaba la
    inauguración de un local sindical en Dock Sud, Evita
    sufrió un desmayo. No hubo información oficial
    sobre el hecho ni pareció preocupante, dado el intenso
    calor de la
    jornada. Tres días más tarde, Evita era internada
    en el Instituto del Diagnóstico y operada de apendicitis; poco
    después retornaba a sus actividades habituales, sin
    mostrar huellas aparentes del episodio.

    Sin embargo, la versión que años
    después brindó el cirujano que la operó,
    establecía que fue en ese momento, a través de los
    diversos análisis efectuados, cuando se evidenció
    la existencia de un quiste probablemente canceroso en la matriz de la
    enferma. El médico era el doctor Oscar Ivanissevich,
    eminente cirujano y, además, en ese momento, ministro de
    Educación. Pero, la sola sugerencia de que debía
    someterse a una revisión más prolija y,
    eventualmente, operarse de nuevo, chocó la férrea
    negativa de Evita.

    Es probable que, de haber sido intervenida en esa
    oportunidad habría podido continuar su vida sin mayores
    consecuencias. La madre de Evita había padecido el mismo
    mal años atrás, y una oportuna extracción
    quirúrgica terminó con su problema. De todas
    maneras esto no ocurrió y la enfermedad siguió su
    desarrollo.

    Durante 1950 Evita desarrolló una incasable
    actividad al frente de la Fundación Eva Perón y de
    la "rama femenina" del peronismo. Evita se encontraba en el cenit
    de su popularidad y de su influencia política. Estaba
    rodeada por un grupo de incondicionales, como Héctor J.
    Cámpora, Atilio Renzi, José Freire, y los
    dirigentes de la cúpula de la C.G.T., José Espejo,
    Isaías Santín y otros. También solía
    frecuentar un grupo de poetas y escritores con los que cenaba a
    veces.

    Por ese entonces, su aspecto personal sufrió un a
    gran transformación, la sobriedad en sus peinados y
    vestidos inauguró un estilo despojado, al mismo tiempo
    desaparecían las joyas con que se adornaba. Su piel, que
    siempre había sido hermosa, tomó un leve tono
    nacarado que subrayaba la línea de los pómulos y le
    agrandaba los ojos. Su imagen ganó distinción y
    fragilidad…

    El lunes 24, de septiembre, los médicos
    informaron a Perón que Evita "padecía un
    cáncer de útero, muy desarrollado y con peligrosas
    consecuencias marginales". El padre Hernán Benítez,
    que estaba presente cuando le dieron la noticia a Perón,
    dijo: "Este fue el mayor impacto jamás recibido por
    Perón. Su vida quedó alterada por completo. Supo
    exactamente lo que le aguardaba en el mismo momento en que le
    dieron la noticia, pues su primera esposa, Aurelia, había
    sufrido la misma enfermedad, y tras haber intentado todo tipo de
    tratamiento sin el menor éxito, murió entre grandes
    dolores que le afectaron más a él que a
    ella".

    Durante 1951 pese a los intentos de ocultar el estado de
    salud de Evita
    por parte del gobierno se hizo evidente que algo ocurría.
    El 24 septiembre Evita debió guardar cama y se le
    practicó una transfusión de sangre. Su estado
    de salud era tan
    delicado que no pudo participar de la campaña electoral.
    Sin embargo, el 17 de octubre, el Día de la Lealtad se
    festejó en honor de Evita, haciendo un supremo esfuerzo la
    "abanderada de los humildes" se hizo presente en el balcón
    de la Rosada para pronunciar un desgarrador discurso, que
    concluía diciendo: "Mis descamisados yo quisiera decirles
    muchas cosas, pero los médicos me han prohibido hablar. Yo
    les dejo mi corazón y
    les digo que estoy segura, como es mi deseo, que pronto
    estaré en la lucha, con más fuerza y más
    amor, para luchar por este pueblo al que tanto amo, como lo amo a
    Perón… Pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden
    al general, sigan fieles a Perón como hasta ahora, porque
    eso es estar con la Patria y con ustedes mismos".

    La salud de Evita empeoró tras la
    aparición en público y se decidió que, a
    pesar de su debilidad física, no
    podía demorarse más una intervención
    quirúrgica. Veinte días después era
    internada en el Policlínico Presidente Perón,
    perteneciente a la Fundación, ubicado en la localidad de
    Avellaneda. No se dio ninguna información, pero la noticia
    corrió de boca en boca, y en la calle del hospital se
    congregaron una veinte mil personas, algunas de las cuales
    permanecieron allí todo el tiempo que Evita estuvo en el
    hospital.

    Evita fue operada por un médico norteamericano,
    el doctor George Pack, cirujano del Memorial Sloane
    –Kettering Center de Nueva York ayudado por profesor
    argentino, Jorge Albertelli. El doctor Pack aceptó
    realizar la operación en total secreto e incluso no
    cobró honorarios por la misma. Tanto para Evita como para
    el resto del país la operación fue realizada por el
    doctor Ricardo Finochietto, el prestigiosos cirujano director del
    hospital Presidente Perón.

    El 9 de noviembre de 1951, desde su cama en el hospital,
    Evita -y otro 2,2 millones de mujeres argentinas- votó por
    primera vez. Las fotografías tomadas en la oportunidad
    muestran los estragos que la enfermedad había producido en
    su organismo.

    La habitación de la Residencia en la que Evita se
    recuperaba tenía cortinas de terciopelo rojo, alfombras de
    color rosa, un
    sofá tapizado en rosa y una cama de estilo. Evita, al
    verla, dijo: "pensar que tengo que morir para tener una
    habitación como está".

    Durante algún tiempo, mientras se recuperaba de
    la operación, a Evita le parecía que podría
    volver a iniciar alguna de sus actividades. Ya fuera por el dolor
    o por la medicación, o simplemente porque sabía que
    se estaba muriendo y le quedaba poco tiempo, los discursos de
    Evita se hicieron más y más violentos. Afectada por
    el intento de golpe de Estado del general Menéndez
    compró armas para la C.G.T. a fin de que los obreros
    pudieran defender a Perón. Mientras que efectuaba
    frecuentes amenazas contra los opositores y referencias
    mesiánicas a la otra vida. Posteriormente, algunos
    historiadores y políticos interpretaron que tales
    expresiones evidenciaban el carácter revolucionario del
    pensamiento y acción de Evita. Dos décadas
    después las palabras de Evita al borde de la muerte
    servirían a una generación distinta de peronistas
    -los partidarios de la "patria socialista", jóvenes
    revolucionarios como los Montoneros-, para justificar el empleo de la
    violencia
    política.

    Sin embargo, las palabras de Evita no eran más
    que desgarradoras expresiones de dolor e impotencia. El 1º
    de mayo de 1952, Evita, estaba tan debilitada que sólo
    pudo aparecer en el balcón de la Rosada sostenía
    por Perón. Allí y en esas condiciones
    pronunció uno de sus más violentos discursos.
    Después de defender a Perón como el
    "auténtico líder del pueblo" y atacó a sus
    enemigos ferozmente diciendo: "Si es necesario ejecutaremos la
    justicia con nuestras manos. Pido a Dios que no permita que esos
    insensatos levantar la mano contra Perón, porque
    ¡guay de ese día! Ese día, mi general,
    ¡yo saldré con el pueblo trabajador, con las mujeres
    del pueblo, con los descamisados de la Patria para no dejar ni un
    ladrillo que no sea peronista!". Ese sería su
    último discurso.

    Estas palabras, como resulta lógico,
    incrementaron el odio de los opositores contra Evita. Ni la
    inminencia de su muerte podía atemperar el rechazo que
    Evita generaba en algunos sectores. En las paredes de la ciudad
    de Buenos Aires aparecían inscripciones diciendo: "Viva
    el
    cáncer". También circulaban los rumores
    más disparatados se decía –por ejemplo- que
    en los hospitales se le sacaba clandestinamente sangre a los
    niños
    porque Evita necesitaba "sangre joven y fresca".

    El 4 de junio de 1952 Perón asumió la
    presidencia de la Nación por segunda vez y Evita
    acumuló sus últimas fuerzas para ser parte de las
    ceremonias, pese a la oposición de Perón. Gracias a
    un armazón de yeso y alambre y a una abundante dosis de
    sedantes, Evita pudo asistir de pie a la ceremonia de jura ante
    la Asamblea Legislativa y luego recorrer la Avenida de Mayo desde
    el Congreso a la Casa Rosada al lado del Presidente en un
    automóvil descapotable, saludando a la multitud
    enfervorizada. Evita estaba –como dice Luna- más
    hermosa que nunca pero con el perfil de la muerte marcando su
    rostro. Por ese entonces, después de diez meses enfermedad
    pesaba tan solo treinta ocho kilos, y seguía perdiendo
    peso…

    Ante la inminencia de la desaparición de Evita
    sus partidarios se lanzaron a realizar toda suerte de homenajes y
    misas. En tanto que los funcionarios del régimen peronista
    comenzaron una suerte de competencia,
    donde los tributos
    más sinceros se mezclaban con la obsecuencia más
    aberrante. El Congreso Nacional resolvió denominar
    "Período Legislativo Eva Perón" al de ese
    año y, por iniciativa del presidente de la Cámara
    de Diputados, Héctor J. Cámpora, se el
    otorgó el título de "Jefa Espiritual de la
    Nación"; para no descompensar las cosas, el previsor
    diputado incluyó en su proyecto el título de
    "Libertador de la República" para el propio presidente…
    A mediados de junio, Cámpora presentó otro
    proyecto, aprobado inmediatamente, para conceder a Evita el gran
    collar de la Orden del Libertador General San Martín, una
    preciada obra de joyería que –según Fraser y
    Navarro- contenía 753 piedras preciosas y seis distintas
    reproducciones emblemáticas: el escudo peronista, la
    bandera nacional, una corona de laurel, un cóndor, los
    escudos de las catorce provincias y, por supuesto, el emblema
    nacional, realizado en oro, platino, diamantes y esmaltes. La
    nueva provincia de La Pampa se llamaría Eva Perón;
    la ciudad de Quilmes había cambiado su nombre colonial por
    el Eva Perón; escuelas, hospitales, barrios, buques,
    calles, plazas, etc. se bautizaban con su nombre; mismo tiempo se
    multiplicaban las misas y procesiones pidiendo por su
    salud.

    El 26 de julio de 1952, un desapacible día de
    invierno a las veinte y veinticinco de la noche María Eva
    Duarte de Perón falleció, y nació el mito de
    Evita.

    A los efectos de preservar los restos mortales de Eva
    Perón, el Gobierno convocó al doctor Pedro Ara, un
    médico español,
    por ese entonces catedrático de Anatomía de la
    Facultad de Medicina de la
    Universidad
    Nacional de Córdoba. El doctor Ara era una autoridad
    mundial en materia de preservación de restos humanos. Sus
    particulares métodos de
    conservación permitían conservar todos los
    órganos del cuerpo y preservando su apariencia de vida, y
    su tarea se distinguía, especialmente, por sus cualidades
    estéticas. Era capaz de convertir a la escultura funeraria
    del cuerpo humano
    y dar a la muerte la apariencia de un sueño convertido en
    arte.

    El doctor Ara trabajo en un taller construido
    especialmente según sus instrucciones en el segundo piso
    del edificio de la C.G.T. Un año después el
    médico informaba por escrito a la Comisión Nacional
    Monumento a Eva Perón, Ley 14.124 el estado de su trabajo
    en la siguiente forma: "… el cadáver de la Excma.
    Señora Doña María Eva Duarte de
    Perón, impregnado de sustancias solidificables, puede
    estar permanentemente en contacto del aire, sin más
    precauciones que las de protegerlo contra los agentes
    perturbadores mecánicos, químicos o
    térmicos, tanto artificiales como de origen
    atmosférico.- No fue abierta ninguna cavidad del cuerpo.
    Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o
    enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por actos
    quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en
    cualquier tiempo un análisis microscópico con
    técnica adecuada al caso.- No le ha sido extirpada ni la
    menor partícula de piel ni de
    ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin
    más mutilaciones que dos pequeñas incisiones
    superficiales ahora ocultas por las sustancias de
    impregnación. […] Los elementales cuidados que en lo
    sucesivo deben prodigarse son, entre otros obvios, los
    siguientes: Primero, evitar que en el local donde sea depositado
    suba la temperatura a
    más de 25º C. Segundo, mantener fuera de la
    acción de los rayos solares la vitrina que contiene el
    cuerpo".

    El secreto en que fueron realizados los trabajos de
    preservación del cadáver dieron lugar a todo tipo
    de especulaciones y fantasías. La oposición
    creía que el cadáver había sido destruido y
    reemplazado por una réplica. Estas creencias darían
    lugar posteriormente a macabras comprobaciones sobre la
    autenticidad del cuerpo.

    La desaparición del cadáver

    Después del velatorio oficial y durante los poco
    más de tres años posteriores el cadáver de
    Eva Perón permaneció en el segundo piso del local
    de la C.G.T. Custodiado por su conservador el Dr. Ara y bajo
    protección de personal de la Policía Federal.
    Producida la Revolución Libertadora, el General Eduardo
    Lonardi no definió que aptitud adoptar con respecto al
    cuerpo, se limitó en hacer constar que el cuerpo realmente
    existía sin resolver como disponer del mismo pese a las
    indicaciones tanto del Dr. Ara como de la madre y hermanas de
    Evitas que le solicitaban un entierro cristiano.

    Antes que se adoptará una decisión,
    Lonardi fue desplazado por Aramburu y el régimen militar
    se endureció contra todo lo que se vinculase con el
    peronismo y la C.G.T. fue intervenida. Los militares
    antiperonistas temían que el cuerpo fuera utilizado para
    alentar la resistencia de los obreros y militantes peronistas
    aprovechando el fervor que siempre despertó Evita entre
    los humildes. Así surgieron dos posiciones con respecto al
    cadáver. Los sectores más cerradamente
    antiperonistas, en especial la Armada, eran partidarios de
    destruir el cuerpo por cremación, o por cualquier otro
    medio. Los sectores más moderados, en especial los
    miembros del Ejército, movido por una actitud más
    piadosa proponían su entierro. Finalmente, como veremos,
    se llego a una solución de compromiso entre ambas
    posiciones, el cadáver fue hecho desaparecer pero se le
    dio cristiana sepultura.

    Lo que ocurrió con el cadáver fue un
    misterio durante mucho tiempo, incluso después de su
    restitución a Perón. La más acertada
    reconstrucción de derrotero seguido por el cuerpo de Evita
    fue realizado por un equipo de periodistas del Diario
    Clarín y publicado por ese matutino el 21 de diciembre de
    1997, en su segunda sección, bajo el título general
    de "Evita, entre la espada y la cruz". La descripción que sigue se ha basado
    fundamentalmente en una síntesis
    de dicha investigación.

    El 24 de noviembre de 1955 el cuerpo de Eva Perón
    pasó a custodia del Teniente Coronel Carlos Eugenio Moori
    Koenig, jefe a cargo del Servicio de Inteligencia
    del Ejército por enfermedad de su titular el Coronel
    Héctor Cabanillas, tal como testimonia el mismo Dr. Ara.
    Moori Koenig dispuso el traslado del cuerpo, pero como no
    disponía de un lugar seguro donde guardarlo, el transporte
    militar que guardaba los restos peregrinó por diversas
    instalaciones militares. Los militares no podían ocultar
    su nerviosismo debido a que, misteriosamente, allí donde
    se estacionaba el cadáver aparecían al pie flores y
    velas que indicaban que grupos peronistas estaban al tanto de su
    ubicación. "En su celo –dice Clarín- Moori
    Koenig la guardó algún tiempo en la casa del mayor
    Eduardo Arandía. Obsesionado por seguridad del encargo,
    Arandía mató de tres balazos a su mujer embarazada
    a fines de noviembre de 1955, la crónica policial asegura
    que fue al confundirla con un ladrón. Desde agosto de
    1956, una vez bajo la competencia del Héctor Cabanillas,
    quien decidió despersonalizar esa cosa, fue rotando entre
    el edificio de Obras Sanitarias en la avenida Córdoba y el
    cine Rialto,
    en la esquina de Córdoba y Lavalleja, hoy demolido, donde
    la guardaron detrás de la pantalla. Por último fue
    depositado en una casa de la calle Sucre, que por entonces
    alquilaba el SIE, mientras se ultimaban los detalles del viaje
    oceánico."

    Cuando Aramburu enterado de la precaria situación
    en que se encontraba el cuerpo, encomendó al Coronel
    Cabanillas que en colaboración con un sector de la Iglesia
    Católica, representado por el capellán militar
    Francisco Rotger, un sacerdote español
    perteneciente a la Compañía de san Pablo –muy
    vinculado al entonces jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo
    Teniente Coronel Alejandro A. Lanusse- encontrara la forma de dar
    cristiana sepultura a los restos fuera del país y en
    condiciones de absoluta seguridad.

    El 23 de abril de 1957, el cadáver es embarcado
    en el buque "Conte Biancano", rumbo a Génova, bajo el
    falso nombre de María Maggi de Magistris, mujer nacida en
    Dálmine, Bérgamo, difunta a raíz de un
    accidente automovilístico. A su arribo a Italia el cuerpo
    fue enterrado, el 13 de mayo de 1957, con ese nombre en el
    cementerio Maggiore de la ciudad de Milán, bajo el cuidado
    y protección de la Compañía de San
    Pablo.

    El cádaver reposó en esa tumba
    anónima hasta 1971. Por ese entonces el Teniente General
    Alejandro A. Lanusse presidía el país en la etapa
    final de la llamada "Revolución Argentina". Lanusse
    trataba de llegar a un entendimiento con Perón para
    asegurar una transición a la democracia en orden,
    atemperando el accionar terrorista que se efectuaba en nombre del
    peronismo. Como muestra de la seriedad de sus intenciones de
    pacificar el país y permitir al peronismo intervenir en la
    vida política, decidió restituir al general
    Perón los restos de su esposa.

    El brigadier Jorge Rojas Silveyra, por entonces
    embajador argentino en España fue uno de los encargados de
    efectuar la devolución de los restos con la
    colaboración del coronel Cabanillas y el mismo equipo que
    trasladaran el cuerpo catorce años antes. Con la
    colaboración del gobierno italiano y del régimen
    franquista que gobernaba en España, el cadáver fue
    desenterrado y trasladado en automóvil hasta
    Madrid.

    El 3 de septiembre de 1971 Rojas Silveyra entregó
    los restos en la residencia "17 de Octubre" del barrio
    madrileño de Puerta de Hierro. Junto
    a Perón, en ese momento, se encontraban la tercera esposa
    del líder Justicialista María Estela
    Martínez Carta, el delegado personal del general Jorge
    Daniel Paladino y tres sacerdotes. Al día siguiente
    Perón convocó al Dr. Ara para que reconociera
    fehacientemente el cadáver y reparara algunos daños
    sufridos por el traslado y el tiempo en que estuvo
    enterrado.

    El cadáver permaneció en la residencia "17
    de octubre" aún después del traslado de
    Perón a la Argentina. Finalmente, después de la
    muerte de líder justicialista, el 15 de octubre de 1974,
    la organización terrorista "Montoneros" secuestró
    los restos del Teniente General Pedro Eugenio Aramburu enterrados
    en el cementerio de la Recoleta, exigiendo que se trajeran los
    restos de Evita al país. Dos días más tarde
    el cuerpo viajó de Madrid a la quinta presidencial de
    Olivos, trasladado por el ministro de Bienestar Social,
    José López Rega y recibido por la presidente
    María Estela Martínez de Perón. Fue
    depositado en una cripta de la capilla, junto al féretro
    de Perón. Desde el 22 de julio de 1976 el cuerpo de Evita
    descansa en la bóveda de la familia
    Duarte en el cementerio de la Recoleta, bajo una gruesa plancha
    de acero, a seis
    metros de profundidad.

    15. La decadencia del estilo
    peronista

    Es muy difícil realizar un balance equilibrado
    sobre la corrupción del régimen peronista. Es
    cierto que algunos personajes surgidos de la nada hicieron
    ostentación de un dinero que no
    podían haber ganado honradamente en breve tiempo de su
    actuación pública. También es cierto que
    algunos nuevos industriales obtuvieron una posición
    destacada en el mundo de los negocios en un
    tiempo asombrosamente corto. Pero acaso era la propia mecánica del régimen la mayor
    culpable del aura de corrupción que flotaba en el
    período final del segundo gobierno de
    Perón.

    Existían mecanismos complejos, mediante los
    cuales un favor o una excepción podían significar
    diferencias enormes. Una licencia de importación, un permiso de cambio, una
    subvención, manejados en los círculos en los que se
    tomaban las decisiones económicas, podían hacer o
    deshacer fortunas en un instante. El aparato de control de la
    prensa escrita y radial, con su obsesión por bloquear todo
    lo que pareciera a una crítica, contribuía a
    difundir versiones que circulaban largamente en todas las
    esferas, incluso en el propio peronismo. Los sectores más
    golpeados por la política
    económica –los vinculados al campo, los
    ganaderos, los pequeños comerciantes amenazados por las
    medidas contra el agio, los industriales afectados por la
    dificultad de importar repuestos, etc.- eran transmisores
    constantes y sinceros de vehementes acusaciones que, al no poder
    tomar estado público, se convertían en rumores que
    crecían y aumentaban, enrareciendo el clima social y
    político.

    En vida Evita obraba como una suerte de catalizador del
    régimen peronista: acumulaba en su figura los amores
    más apasionados y el odio más virulento. Pero, si
    alguien penso que su desaparición eliminaba a un personaje
    conflictivo del régimen y que la oposición
    comenzaría a disminuir sus críticas, pronto fue
    evidente que no sería así. Si Evita "irritaba"
    estando viva, mucho más despertaba la ira de los
    opositores la pompa con que se realizó de su entierro, la
    imposición de luto obligatorio a los empleados
    públicos y los intentos de
    "canonización".

    Por otra parte, el régimen comenzó a dar
    signos de fatiga. El escritor Juan Pablo Feiman lo ha descrito
    claramente: "Todo el esquema de la conducción
    política se endurece, se cristaliza, en suma, se
    burocratiza. Y aquí comenzamos a detectar los errores del
    peronismo crepuscular, que transita los años que se
    extienden entre 1952 y 1955. Perón ya no es un
    líder combativo, que mantiene contacto con su pueblo, que
    interpreta sus necesidades y actúa en consecuencia. La
    imagen de Perón se burocratiza. Perón es, ahora, un
    retrato burocrático. Un busto en una estación de
    trenes o en alguna repartición pública. La
    auténtica organización territorial del pueblo
    –la que nace del trabajo fecundo de los militantes,
    incansables, barrio por barrio, casa por casa, gastando las
    pilas de todos
    los timbres- es reemplazada por el facilismo compulsivo de la
    afiliación obligatoria. En lugar de propugnar la libre
    adhesión del pueblo a un proyecto nacional, se lo controla
    y vigila: aparecen los jefes de manzana. Es, en resumen, este
    peronismo burocrático y en retirada el que comienza a
    lucir las aristas autoritarias y verticalistas que siempre
    –hoy también, es bueno recordarlo- han abonado su
    debilidad, nunca su fortalecimiento".

    La atmósfera de
    impunidad, corrupción y frivolidad que, a los ojos
    opositores existía en el gobierno de Perón, se fue
    incrementando. Esta valoración no ponía su
    estabilidad, pero hacía vulnerable a todo el sistema y
    confería a algunos dirigentes de la oposición una
    autoridad moral en que
    basar sus críticas y su odio a Perón. La condena
    moral de la oposición tenía mayor consenso entre
    los sectores medios que no terminaban de digerir la presencia
    obrera.

    Perón comenzó a convertirse en
    protagonista de eventos y
    actividades poco usuales para un presidente de la Nación,
    en especial en esos tiempos. Uno de esos eventos fue el
    Festival Cinematográfico de Mar del Plata realizado en
    marzo de 1953. Fue una gran operación de propaganda,
    que congregó a un importante conjunto de artistas
    norteamericanos. Pero que la oposición aprovecho para
    criticar que el presidente dedicara una semana en atender a los
    visitantes e hizo correr toda suerte de rumores sobre los algunos
    hechos del festival. Con seguridad esos rumores fueron falsos y
    exagerados, pero no era muy aceptable la gran inversión de tiempo y dinero que el
    gobierno destinó a la realización del
    evento.

    Menos inocente era otra actividad protagonizada por el
    primer mandatario. A solo un año de la muerte de Evita,
    Perón inauguró, en la quinta de Olivos, una serie
    de instalaciones destinadas a la Unión de Estudiantes
    Secundarios –UES-, rama femenina, una creación del
    ministro de Educación Armando Méndez San
    Martín. Jóvenes adolescentes
    concurrían diariamente a la residencia presidencial de
    verano y practicaban diversos deportes. Con frecuencia se
    encontraban con Perón, que desde principios de ese
    año concurría a la Casa de Gobierno con una
    frecuencia mucho menor que la de los primeros tiempos de su
    gobierno, y muchas tardes se quedaba en Olivos mirando
    películas o conversando sobre temas sin importancia con
    los funcionarias que lo rodeaban.

    La prensa daba gran cobertura a estas actividades. El
    presidente aparecía en fotografías que despertaban
    sospechas y críticas. Perón, vestido con atuendo
    deportivo y usando una curiosa gorra de larga visera;
    solía aparecer rodeado de chicas en pantaloncitos que lo
    miraban con embelesadas, o encabezaba desfiles de motocicletas
    que daban vueltas por los senderos del parque y a veces
    realizaban cortos recorridos por la ciudad. Estas actividades,
    lógicamente, se convirtieron en blanco de sátira
    periodística y de los rumores más escandalosos
    difundidos por la oposición.

    Durante su primera presidencia, Perón hizo gala
    de una disciplina
    militar en lo que a trabajo presidencial se refería. Desde
    la muerte de Evita, cada día se hacían más
    frecuentes las pausas en su actividad y tenía dificultades
    para concentrarse en los asuntos de Estado.

    Para la oposición, las actividades de
    Perón en la quinta de Olivos encubrían
    orgías con las chicas de la UES. No era así, desde
    luego: el viudo solitario se distendía a veces conversando
    con ellas, invitando a algunas a almorzar o dejándose
    mimar por esas criaturas que le habían puesto el
    sobrenombre de "Pocho".

    Tanto la realización como la difusión de
    esas actividades con el consentimiento de Perón indican un
    grueso error de cálculo por parte del Presidente. Estas
    actividades eran interpretadas como dudosamente morales,
    aún por sus propios partidarios. El pueblo no
    parecía ver en él a un hombre casi sexagenario
    carente de todo tipo de afectos familiares. Solo veía a un
    presidente que no guardaba la dignidad propia de su
    cargo.

    Menos trascendente, pero igualmente inocultable fue la
    relación que Perón mantuvo, durante casi dos
    años, con una menor que, al iniciarla, contaba con catorce
    años de edad. Si bien el público en general se
    enteró de la existencia de Nelly Rivas pocos días
    después del derrocamiento de Perón, cuando se
    publicaron unas cartas dirigidas
    a ella por el ex – presidente, embarcado en ese momento en
    una cañonera paraguaya. En mayo de 1957, la propia Nelly
    Rivas hablo de esa relación en un artículo
    publicado por varios diarios norteamericanos.

    Al parecer, Nelly Rivas conoció a Perón en
    Olivos, a fines de 1953, llevada allí por alguna
    delegación de la UES. Inducida a acercarse a Perón
    por Méndez San Martín, al poco tiempo estaba
    instalada en la residencia presidencial –por ese entonces
    situada en la avenida Alvear-. Según la "Historia de la
    Argentina" publicada en conjunto por el diario Crónica y
    la editorial Hyspamérica, bajo la dirección de
    Félix Luna: "Las fotos de la
    época la muestran como una chiquilina de mirada viva, pelo
    negro corto, delgada, pero con una personalidad acusada y
    definida. Perón se exhibió públicamente con
    ella en varias oportunidades: en el Festival
    Cinematográfico de Mar del Plata; en una pelea del
    boxeador Rafael Merentino, en el Luna Park; y por supuesto, en la
    residencia, donde almorzaban juntos diariamente. El
    círculo íntimo de Perón conocía
    perfectamente esta relación que, como se ha dicho, no
    trascendió mayormente, a pesar de que el presidente no
    parecía intentar disimularla bajo ningún
    aspecto".

    Valorizando esos hechos agrega la cita
    publicación: "Estos detalles personales, que se relatan
    aquí sin placer, sólo como elementos cargados de
    significación histórica por ser quien fue su
    protagonista, demuestran la decadencia de una personalidad
    política que hasta entonces se había cuidado de no
    presentar flancos vulnerables. Y explican, en cierta medida, los
    errores que empedraron el camino de Perón hacia su
    caída, en 1955".

    16. El Conflicto Con
    La Iglesia

    Tal como se ha detallado al describir la
    coalición que dio origen a la formación del estilo
    político peronista, las relaciones entre Perón y la
    Iglesia fueron en un comienzo muy fluidas y el militar
    debía agradecer a la Iglesia por su colaboración en
    el triunfo electoral de marzo de 1946. Justo es reconocer que el
    apoyo electoral fue retribuido generosamente por Perón en
    1947, cuando la mayoría peronista del Congreso
    ratificó el decreto del gobierno militar que
    establecía la enseñanza religiosa en las escuelas,
    entregando su manejo a la jerarquía eclesiástica.
    Muchos católicos –sacerdotes y laicos- observaban
    con preocupación esta vinculación con el
    régimen, pero la mayor parte de la feligresía la
    apoyaba con entusiasmo.

    Sin embargo, el idilio entre peronismo e Iglesia no
    estaba destinado a durar. El primer incidente se produjo en 1951
    por la llegada de un pastor evangelista norteamericano. Theodore
    Hicks, conocido como el Hermano Tommy, afirmaba realizar
    curaciones milagrosas por medio de la fe. Hicks obtuvo
    autorización personal de Perón para realizar
    curaciones masivas en los estadios de fútbol de Atlanta y
    Huracán, en Buenos Aires. Miles de personas acudieron a
    sus actos y la Iglesia manifestó su malestar. Cuando el
    "evangelista sanador" se trasladó a la provincia de San
    Luis, el obispo Emilio di Pasquo publicó una carta
    pastoral advirtiendo a los fieles contra él, y criticando
    indirectamente el apoyo brindado por Perón, recordó
    que el "Artículo 77 de la Constitución Nacional
    establece que para ser presidente de la República hay que
    pertenecer a la religión
    católica, apostólica y romana".

    El segundo incidente se produjo por la existencia de una
    corriente que se impulsaba desde el Vaticano para la
    organización en todos los países de partidos
    democrata cristianos anticomunistas que llevó a sectores
    importantes de la alta jerarquía eclesiástica en la
    Argentina y a militantes del nacionalismo
    católico a propiciar la formación de un partido
    político democristiano. Con el objetivo de ganar fuerzas
    para esta alternativa, la Iglesia comenzó a dar impulso a
    diversas organizaciones de tipo gremial, como asociaciones de
    médicos, maestros, abogados, industriales, ganaderos y
    obreros católicos. Tomó fuerza la actividad de la
    Acción Católica. Al mismo tiempo, estas
    organizaciones católicas combatían al peronismo en
    el propio seno de sus organizaciones sindicales, especialmente en
    la CGT y la CGE, y simultáneamente, se ligaban a los
    partidos opositores.

    A esto se agrego la creciente preocupación de la
    Iglesia por las actividades desarrolladas por la UES y el clima
    de escándalo que las rodeaba. Algunos sacerdotes
    comenzaron a incluir en sus sermones dominicales una advertencia
    a los padres para que evitaran enviar a sus hijos a clubes
    estudiantiles de dudosa moralidad. Cuando la UES decidió
    organizar los festejos del Día del Estudiantes en 1954, en
    la quinta de Olivos, fue duramente criticada por la Acción
    Católica, la organización oficial de los
    católicos laicos.

    La respuesta de Perón se hizo llegar un mes
    más tarde durante los festejos del "Día de la
    Leatad", el 17 de octubre de 1954. Al hablar a la multitud, El
    "primer trabajador" hizo referencia a los enemigos del pueblo,
    "las fuerzas de la regresión" y los clasificó en
    tres clases: los políticos, los comunistas y los
    "emboscados". Atacó duramente a las dos primeras
    categoría y luego hablo de los emboscados, quienes se
    dividían a su vez, en dos categorías: – los
    apolíticos, "algo así como la bosta de paloma; y
    son así porque no tienen ni buen ni mal olor" […] y los
    otros emboscados, los disfrazados de peronistas. A estos los
    vamos conociendo poco a poco y eliminando de toda
    posibilidad…"

    La jerarquía eclesiástica decidió
    enfrentar la situación. Encabezados por los dos
    cardenales, Santiago Luis Copello y Antonio Caggiano, y el Nuncio
    Apostólico, dieciséis obispos acudieron a la Casa
    Rosada para una confrontación personal con Perón.
    Sin embargo, en la reunión ambas partes evitaron
    cuidadosamente mencionar nada sustancial, y los prelados se
    fueron como habían llegado. Pero el conflicto
    recién habían comenzado. Nueve días
    más tarde, con motivo de la celebración del
    Día de Todos los Santos, el episcopado emitió una
    carta pastoral conjunta, para ser leída en todas las
    iglesias del país, conteniendo un ataque a "las
    aberraciones del espiritismo", que constituía un tiro por
    elevación sobre Perón. Mientras tanto, desde los
    púlpitos de muchas iglesias los sacerdotes y obispos, eran
    menos elípticos en sus acusaciones.

    Finalmente, en la mañana del 10 de noviembre de
    1954 Perón organizó un plenario de todas las
    organizaciones que componían el estilo peronista en la
    quinta de Olivos, asistieron todo el gabinete, los gobernadores,
    legisladores, representantes sindicales y de la C.G.E., la
    C.G.U.; de la UES; del Partido Peronista. Después de
    escuchar los informes preparados por cada gobernador y
    representante de las distintas organizaciones sobre la actividad
    opositora desarrollada por miembros de la Iglesia, Perón
    pronunció un extenso discurso a lo largo del cual
    realizó acusaciones contra una lista de sacerdotes
    "perturbadores" que incluía a los obispos de Santa Fe y
    Córdoba, y a veinte sacerdotes de nueve provincias.
    Finalmente deslizó ironías y menospreció al
    naciente Partido Demócrata Cristiano:

    • "!Déjenlos que formen todo lo que quieran! Si
      quieren formar el Partido Demócrata Cristiano y
      Demócrata Católico, a nosotros no nos importa.
      Ahí tienen: que vayan, que presenten su plataforma y lo
      inscriben, y que se presenten después a las elecciones.
      ¡Vamos a ver cuántos votos sacan! Por lo menos,
      para salir de la curiosidad…"

    El país entero quedó estupefacto y en el
    mismo seno del peronismo cundió el desconcierto. Pero lo
    que pareció en un primer momento un arranque temperamental
    del presidente, continúo manifestándose en otros
    discursos y posteriores aclaraciones. Pronto quedó claro
    que Perón deseaba llevar adelante un ataque en regla
    contra la Iglesia o, al menos, destinado a los sectores
    católicos que calificaba de "contras". Sólo dos
    grupos se alegraron por la novedad. Los opositores más
    recalcitrantes vieron en esta apertura la oportunidad ideal para
    que todo el antiperonismo rodeara a la Iglesia,
    convirtiéndola en trinchera contra el régimen,
    ahora, los desarticulados núcleos de la oposición
    podían contar con una base de formidable, extendida en
    todo el país, apoyada emocionalmente en la fe religiosa.
    El otro sector que se alegró con la nueva política
    de Perón fue el de los sindicalistas de origen de
    izquierda: era el momento en que podrían dar rienda suelta
    a un anticlericalismo que, hasta entonces, habían debido
    silenciar, proporcionando, de paso, un buen motivo de
    distracción a sus bases.

    Años después Perón, desde el
    exilio, se refería a este conflicto diciendo: "Los hechos
    se engarzaban como rosario de pobre. Cuando yo realicé una
    consulta que me permitiera captar la oportunidad de la
    separación de la Iglesia del Estado, que la habían
    sostenido, incluso prohombres acendradamente católicos
    como Estrada, la furia conjunta de los elementos clericales, que
    luego emergerían a la palestra con el nombre de
    demócratas cristianos, llegó a su paroxismo. Se me
    empezó a atribuir miras y propósitos completamente
    reñidos con mis sentimientos confesionales de
    católico. Justo sería advertir que en la pugna
    entre el Estado argentino y la Iglesia, ambas partes se vieron
    azuzadas con extrema habilidad en el sentido de adoptar formas de
    creciente virulencia, Nosotros también sacamos el problema
    a la calle; pero mientras nosotros organizábamos un mitin
    o una manifestación, ellos orquestaban miles de mitines
    diarios desde dos mil púlpitos. En las filas de los
    respectivos poderes en entredicho se exteriorizaba la labor de
    agentes provocadores que respondían a antiguos
    resentimientos".

    El conflicto se agravó rápidamente. En un
    solo mes Perón presentó al Congreso un conjunto de
    leyes que efectivamente separaban a la Iglesia Católica
    del Estado. El 3 de diciembre se suprime la Dirección de
    Enseñanza Religiosa del Ministerio de Educación y
    se la reemplaza por la llamada "Doctrina Nacional", el 8,
    día de la Inmaculada Concepción, se reúne en
    Plaza de Mayo una gran multitud que viva a Cristo Rey y aclama a
    los obispos cuestionados.

    Dos días más tarde, el gobierno clausura
    el diario católico "El pueblo" y la Editorial
    Difusión. La persecución se desplazó luego
    al ámbito legislativo. El 22 de diciembre se sanciona la
    ley 14.394 sobre el régimen penal para menores, bienes de
    familia y presunción de fallecimiento, a la que se agrega,
    sin despacho de comisión ni anuncio previo, un
    artículo que permite un nuevo casamiento a los
    divorciados. El Episcopado pide a Perón, infructuosamente,
    que vete la iniciativa. El 30 del mismo mes, el Poder
    Ejecutivo decreta la autorización para abrir los
    prostíbulos.

    Los actos legislativos seguirían en mayo del
    año siguiente: la ley 14.401 suprime la enseñanza
    religiosa en las escuelas, y la 14.405 deroga las exenciones
    impositivas que beneficiaban, hasta entonces, a los institutos
    religiosos. Entre estas dos medidas, el mismo día 23 de
    mayo, el Congreso sanciona, en una rápida sesión,
    la ley 14.404, que establece la necesidad de reformar la
    Constitución para instaurar la separación entre la
    Iglesia y el Estado y se autoriza al Poder
    Ejecutivo para convocar a la respectiva convención
    constituyente antes de 180 días. Simultáneamente el
    proceso legislativo, el Poder Ejecutivo toma una serie de medidas
    coherentes con esta orientación: suprimir feriados
    religiosos, prohibir procesiones y otras manifestaciones de ese
    tipo en las calles, prohibir audiciones católicas por las
    radios, etc.

    En los diarios oficialistas la campaña
    anticatólica adquirió máxima virulencia. En
    especial en La Prensa, publicación en ese entonces en
    manos de la C.G.T. Mientras que en Crítica, el historiador
    marxista Rodolfo Puiggrós escribía una columna
    titulada "El Obispero Revuelto" y en Democracia los ataque a la
    iglesia era autoría de otro marxista compañero de
    ruta de los peronistas, Jorge Abelardo Ramos.

    Perón había puesto en marcha un mecanismo
    ya imposible de detener, y los elementos más duros de la
    C.G.T. aprovechaban la campaña para extremarla. El 1º
    de mayo de 1955 decía Eduardo Vuletich, secretario general
    de la C.G.T.: "El clero predica la resignación de
    rodillas; nosotros lo preferimos a usted, general, que preconiza
    la dignidad de cara al sol y nos enseña a pelear por la
    conquista de nuestros derechos… Los curas siguen protegiendo a
    los mercaderes ricos en vez de cuidar los intereses de los
    humildes, tal como había prescrito el Nazareno, tal como
    lo hacía Eva Perón. ¡Preferimos al que nos
    habla en nuestro idioma a quien, rezando en latín, sigue
    de cara al altar y de espaldas al pueblo! Nosotros los humildes,
    los que fuimos la clase oprimida, sabemos que el clero no
    está a nuestro favor, como en los tiempos bíblicos.
    Las prédicas de resignación y mansedumbre han
    contribuido a fortalecer a la oligarquía, que lucra
    perpetuando la explotación, y tratando de mantener la
    ignorancia y la esclavitud que el
    justicialismo, expresión de los principios de Cristo,
    combate y repudia…" Palabras de este tenor jamás
    hubiesen salido de la boca de un peronista sólo unos meses
    antes.

    En esta atmósfera
    debía realizarse, el 9 de junio, la tradicional
    procesión de Corpus Christi, trasladada al sábado
    11 para aprovechar el feriado. En la víspera, Perón
    se dirigió por radio a todo el país. Dijo que:
    "como precaución era necesario alertar a todas las
    organizaciones. Preparar los medios de acción y los
    transportes; controlar por las organizaciones políticas
    los sectores de acción y mantener la vigilancia por los
    jefes de manzanas. No actuar sino en contacto y coordinación con la Policía por los
    comandos
    tácticos". Finalizó diciendo: "Yo impartiré
    cualquier orden en cada caso, por los medios correspondientes.
    Por cada hombre que puedan poner nuestros enemigos, nosotros
    pondremos diez".

    La feligresía católica respondió
    con firmeza a las agresiones provenientes del gobierno. En
    vísperas de la procesión circularon panfletos
    invitando a los fieles a asistir desafiando las prohibiciones. La
    gente respondió masivamente, y lo que había sido
    habitualmente una inofensiva caminata de un grupo de beatas y
    caballeros tras el palio se convirtió ese día en
    una gigantesca manifestación antigubernamental en la
    confluían todas las corrientes opositoras, además
    de los católicos mismos.

    Al otro día, la prensa oficial denunciaba
    atentados y desmanes que habrían perpetrado los
    manifestantes católicos. El diario La Prensa afirmaba que
    "los elementos clericales, digitados por cabecillas organizados
    pertenecientes a la Acción Católica", habían
    efectuado disparos contra las vidrieras del diario. Se
    habían colocado bombas en las embajadas de Yugoslavia e
    Israel, y
    atentado contra los monumentos de Roca y Sarmiento. Pero la
    acusación más grave era la supuesta quema de la
    bandera argentina, por parte de algunos manifestantes, frente el
    palacio del Congreso, hecho que resultaba por demás
    ultrajante.

    El episodio parece haber sido confuso: es posible que
    algunos jóvenes católicos hayan apagado con un
    trapo una llama votiva en honor de Eva Perón, y que la
    policía creyera, en un primer momento, que se trataba de
    una bandera. Cuando Borlenghi, ministro del Interior, se
    enteró de la versión, ordenó a la
    Policía Federal que presentara los restos de la
    enseña nacional; al no haberla, en la comisaría
    8va., asiento de la famosa "Sección Especial", se
    procedió a incinerar a medias una bandera para cumplir la
    orden. Algunos oficiales de la Policía Federal
    manifestaron, después del derrocamiento de Perón,
    que habían recibido del Jefe de Policía, Miguel
    Gamboa, la orden de quemar una bandera para culpar a los
    católicos. Cualquiera sea la realidad, lo cierto es que la
    prensa oficial publicó fotografías donde se
    veía al presidente Perón rodeado de sus ministros
    Borlenghi, Méndez San Martín, Aloé y otras
    figuras del régimen, observando, con preocupación
    los restos quemados de lo que parecía ser una bandera
    nacional.

    El día 12 de junio hubo un ataque contra los
    asistentes a la misa vespertina en la Catedral de Buenos Aires
    efectuado por militantes justicialistas. Los jóvenes
    defensores del templo fueron detenidos mientras que los agresores
    no fueron molestados. El clima de tensión se fue
    incrementando. El día 14 de junio el obispo auxiliar de
    Buenos Aires, monseñor Manuel Tato, y el canónigo
    de la Catedral metropolitana, monseñor Ramón
    Novoa, eran detenidos y luego expulsados del país, bajo la
    acusación de haber alentado los desmanes de las jornadas
    anteriores. Dos días más tarde de la medida, la
    Sagrada Congregación Consistorial del Vaticano fulminaba
    la excomunión latae sentetia contra los responsables. La
    noticia no fue publicada en la prensa argentina.

    Este clima de tensión precipitó los
    trabajos revolucionarios que llevaban a cabo el jefe de la
    Infantería de Marina, contralmirante Samuel Toranzo
    Calderón, en la Armada y el general León Bengoa,
    jefe del 3º Cuerpo de Ejército con sede en
    Paraná, así como algunos oficiales de la
    Aeronáutica pertenecientes a la base de Morón. Los
    conspiradores fracasaron en obtener el apoyo de los generales
    Aramburu y Lonardi quienes también estaban preparaban un
    golpe de Estado. En el campo civil sus principales apoyos eran
    algunos políticos furibundamente antiperonistas: el
    radical Miguel Angel Zabala ortiz, el conservador Adolfo Vicchi y
    el socialista Américo Guioldi.

    El plan de los golpistas incluía un ataque
    aéreo a la Casa de Gobierno con aviones de la Armada y de
    la Aeronáutica, a fin de matar a Perón. Un
    batallón de la Infantería de Marina, con asiento en
    el Puerto de Buenos Aires, dirigiría un ataque por tierra
    contra el edificio, con el apoyo de civiles armados, mientras
    otros grupos de civiles armados coparían las diversas
    emisoras de radio. El Plan preveía que la revuelta
    contaría a esa altura de los hechos con la ayuda de
    unidades del Ejército en el Litoral, bajo el mando de
    Bengoa, de las Escuelas de Artillería y de Aviación
    de Córdoba, y de la base naval de Puerto Belgrano.
    Allí, según se esperaba, oficiales sublevados
    tomarían la flota y ordenarían su salida al mar,
    así como el despliegue de unidades de Infantería de
    Marina y la aviación naval desde la base
    principal.

    La circunstancia de que el 16 de junio un grupo de cazas
    de las Aeronáutica debía realizar un desagravio a
    la enseña nacional, brindó a los conspiradores la
    oportunidad para realizar el levantamiento sin despertar
    sospechas durante su preparación. Pero, casi nada
    salió según lo habían planeado los
    golpistas. No solo faltó el apoyo de las unidades del
    Ejército en el Interior, sino que una densa niebla sobre
    la Capital demoró el ataque de la Aviación Naval
    contra la Casa Rosada. El ataque estaba previsto para las diez de
    la mañana pero sólo a las 12.30 horas los primeros
    aviones, ahora con base en el Aeropuerto de Ezeiza, aparecieron
    sobre la Plaza de Mayo para arrojar sus bombas. Para entonces,
    los grupos de conspiradores civiles que esperaban en las calles
    adyacentes habían recibido orden de dispersarse. Lo
    más importante fue que esa demora reveló la
    existencia del movimiento y Perón, siguiendo el consejo
    del general Franklin Lucero, se había trasladado de la
    Casa Rosada al amparo del
    Ministerio de Guerra, a una cuadra de distancia. Desde el
    subsuelo de ese edificio, el presidente pudo seguir el desarrollo
    de los acontecimientos y coordinar las operaciones de
    represión. Perón encomendó la defensa del
    gobierno constitucional al general Lucero, quien desplazó
    unidades del Ejército para proteger la Casa de Gobierno y
    recuperar las instalaciones portuarias ocupadas por los
    rebeldes.

    Al final de la tarde, a pesar de los reiterados
    bombardeos y la metralla de los aviones de la Armada y la
    Aeronáutica, todas las bases en manos de los insurrectos
    habían sido recuperadas por las fuerzas leales, incluso el
    Ministerio de Marina, que había servido como cuartel
    general al almirante Toranzo Calderón. Los últimos
    aviones hicieron una pasada final sobre la Casa Rosada, y se
    dirigieron a Montevideo llevando a los comprometidos, entre ellos
    al dirigente radical Miguel A. Zabala Ortiz

    Allí, el ministro de Marina, contralmirante
    Anibal Olivieri, y el comandante de la Infantería de
    Marina, vicealmirante Benjamín Gargiulo, a pesar de que no
    había tomado parte en la conspiración, se asociaron
    a la frustrada rebelión en un acto de responsabilidad
    moral que provocaría la destitución y la
    cárcel para el primero y el suicidio del
    segundo.

    A media tarde sobre la ciudad reinaba el horror, las
    víctimas alcanzaban a unas 1.000 personas entre muertos y
    heridos, todos ellos civiles, en su mayoría simples
    transeúntes sorprendidos en la calle por los
    acontecimientos. Pero, el mayor impacto era la visión de
    un ejército que volvía las armas que la
    Nación puso en sus manos para la defensa de la patria
    contra su propio pueblo. Ningún móvil
    político podía justificar este criminal acto de
    terrorismo.

    Apenas tuvo seguridad del triunfo, Perón
    habló por radio desde el subsuelto del ministerio de
    Ejército. Afirmó que todo había terminado,
    alabó al Ejército por su conducta y dijo que la
    Marina era la "culpable de la cantidad de muertos y heridos que
    hoy debemos lamentar los argentinos". Pidió que nadie
    intentara hacer justicia por sus manos. "Hemos dado una
    lección a la canalla que se levantó, y a la que la
    impulsó a que se levantara". Y una y otra vez se
    preocupó por rendir homenaje al Ejército, "que no
    sólo ha cumplido con su deber, sino que lo ha hecho
    heroicamente".

    Poco después del discurso de Perón
    comenzó a desarrollarse un drama que atenuaría el
    impacto de las atrocidades cometidas por los aviones rebeldes en
    horas de la mañana. Tras el discurso del presidente
    habló el secretario adjunto de la CGT, Hugo di Pietro,
    convocando a un paro general en apoyo del gobierno para el
    día siguiente, en el centro de la ciudad aparecieron
    grupos de incendiarios. El primer blanco fue la Curia
    Metropolitana. Los saquedores robaron reliquias, volcaron los
    magníficos archivos de la
    época colonial y luego incendiaron las instalaciones
    después de rociarlas con nafta destruyendo
    una invaluable colección de 80.000 volúmenes. En la
    Catedral destrozaron altares y confesionarios sin incendiar el
    templo. Después fue el turno del convento y la iglesia de
    San Francisco, que fueron totalmente destruidos por el fuego. Esa
    noche también sufrieron ataques San Ignacio, Santo
    Domingo, San Miguel, La Merced, San Nicolás, La Piedad,
    San Juan, el Socorro, San Nicolás, San Juan Bautista, la
    capilla de San Roque en la Capital Federal y las iglesias de
    Asunción, en Vicente López, y Jesús del
    Huerto, en Olivos. Algunas iglesias sólo sufrieron
    parcialmente los efectos del fuego, pero todas fueron saqueadas y
    profanadas por los vándalos, que no dudaron en robar
    copones, candelabros y relicarios. Toda la noche continuaron los
    saqueos y destrozos. Mientras que grupos de fieles trataban
    consternados de salvar imágenes u
    objetos de culto, ante la ausencia de los bomberos y la
    policía. Durante estos hechos sacerdotes y feligreses
    fueron duramente castigados, pero no hubo ningún
    muerto.

    El gobierno peronista recibió, con la quema de
    las iglesias, un segundo golpe ese día. Perón
    –que por la mañana había expulsado del
    país a los sacerdotes Tato y Novoa- fue excomulgado ese
    mismo día y se produjo una ola de repudio mundial por los
    actos de vandalismo y la destrucción de objetos
    artísticos y religiosos. El Vaticano inició una
    campaña internacional contra el gobierno argentino
    comparando la quema de las iglesias con el incendio del Reichstag
    –parlamento alemán- por los nazis en
    1933.

    Perón advirtió que el conflicto
    había escalado hasta niveles sumamente peligrosos e
    intento una "política de pacificación" apelando a
    la oposición. Pero ya era demasiado tarde. El
    régimen había perdido el apoyo del poder moral,
    tanto ideológico como religioso, carecía de
    adhesión del poder económico y contaba ahora con un
    poder militar dividido y asediado por la presión de la
    opinión pública antiperonista, exasperada y
    militante. El movimiento peronista era aún mayoritaria y
    permanecía fiel a su "conductor", pero quedó
    desconcertada ante el comportamiento
    de Perón.

    El 29 de junio, el gobierno levantó el estado de
    sitio y muchos dirigentes políticos que inicialmente
    fueron detenidos por su vinculación con el intento de
    golpe de Estado quedaron en libertad. Además Perón
    reemplazó a los miembros más cuestionados de su
    gobierno, inclusive a los ministros del Interior y de
    Educación, aunque no a la totalidad del gabinete. Una
    figura muy cuestionada por la oposición, el director de
    prensa y propaganda del gobierno, Raul Apold presentó su
    renuncia, otro tanto hizo el secretario general de la C.G.T.,
    este último fue reemplazado por Di Pietro.

    La política de pacificación no fue
    más allá del cambio de algunas caras y de
    declaraciones conciliadoras de Perón, como el discurso del
    15 de julio ante los legisladores justicialistas: "La
    revolución peronista ha finalizado; comienza ahora una
    nueva etapa que es de carácter constitucional, sin
    revoluciones, porque el estado permanente de un país no
    puede ser la revolución."

    "¿Qué implica eso para mí? La
    respuesta es muy simple, señores: dejo de ser el jefe de
    una revolución para pasar a ser el presidente de todos los
    argentinos, amigos o adversarios".

    "Mi situación ha cambiado absolutamente, y, al
    ser así, yo debo resolver todas las limitaciones que se
    han hecho en el país sobre los procedimientos de nuestros
    adversarios, impuestos por la
    necesidad de cumplir los objetivos, para dejarlos actuar
    libremente dentro de la ley, con todas las garantías,
    derechos y libertades".

    Hacia fines de agosto era evidente que la
    política de pacificación era tan solo un periodo de
    tregua en que ambos bandos se preparaban para dirimir sus
    diferencias en un asalto final. El 31 de agosto Perón
    realizó una de sus clásicas maniobras:
    efectuó una demostración de fuerza. Presentó
    su renuncia a la presidencia, no ante el Congreso –como
    marca la
    constitución- sino a las tres ramas del partido peronista.
    Ante lo cual la C.G.T. inmediatamente decretó la huelga general
    y convocó a Plaza de Mayo para pedirle al presidente que
    retirara su renuncia.

    A última hora de la noche Perón se
    dirigió a la multitud. Era evidente para todos
    –peronistas y opositores- que el presidente no
    insistiría en su renuncia, pero el tono de su discurso
    causó consternación y temor. En sus párrafos
    más alarmantes dijo Perón: "A la Violencia
    hemos de contestar con una violencia mayor […] Con nuestra
    tolerancia
    exagerada, nos hemos ganado el derecho a reprimirlos
    violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta
    permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar
    intente alterar el orden en contra de las autoridades
    constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución,
    puede ser muerto por cualquier argentino […]

    Esta conducta que ha de seguir todo peronista no va
    dirigida solamente contra los que ejecuten actos de violencia,
    sino también contra los que conspiren e
    inciten.

    […] La consigna para todo peronista, esté
    aislado o dentro de una organización, es contestar a una
    acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno
    de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos […]
    Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y
    nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen, ¡pobres de
    ellos!".

    Esta violenta arenga actuó como catalizador de la
    situación. Los elementos más moderados dentro del
    Gobierno comprendieron que la situación era insostenible.
    Entre los opositores reforzó la determinación de
    derrocar a Perón sin reparar en los medios.

    El centro de la conspiración siguió siendo
    la Marina a pesar de las medidas adoptadas por el Gobierno para
    neutralizarla: la disolución de los cuarteles generales de
    la Infantería de Marina y la Aviación Naval y de
    dos de sus unidades, el retiro de la jurisdicción naval
    sobre las gobernaciones territoriales de Tierra del Fuego y
    Martín García, y el secuestro de
    pertrechos navales, inclusive los detonantes de bombas de los
    aviones. Por otra parte, después de los sucesos de junio,
    los hombres de la Marina se sentían el blanco principal de
    cualquier represalia organizada por los peronistas, considerando
    que ellos vivían con sus familias en barrios militares
    situados en las proximidades de las bases. Parecía
    necesario anticiparse a cualquier intento por parte del
    Gobierno.

    Para caldear aún más los ánimos, el
    8 de septiembre, cuando Hugo di Pietro, en nombre de la C.G.T.,
    se dirigió al ministro de Guerra solicitándole
    armas para la formación de "reservas voluntarias de
    obreros" para defender al gobierno. El pedido fue declinado con
    una nota en la cual el general Franklin Lucero calificaba esta
    iniciativa como "un rapto de entusiasmo patriótico", y
    derivaba la decisión final al Poder Ejecutivo. En
    realidad, Di Pietro actuaba coherentemente, dada la
    incitación de Perón había formulado una
    semana atrás. Aunque rechazado, el pedido de la C.G.T.
    despertó un revuelo entre los hombres de las fuerzas
    armadas y significó la última y decisiva motivación
    para que los oficiales hasta ese momento indecisos apoyaran
    cualquier iniciativa revolucionaria.

    Hasta entonces a la conspiración le faltaba un
    líder con prestigio y autoridad suficiente. En la Marina
    los trabajos revolucionarios los llevaban a cabo los capitanes de
    navío Arturo Rial y Jorge Perren, a último momento
    se sumó el director de la Escuela Naval de Río
    Santiago, Contralmirante Issac Francisco Rojas. Mientras que en
    el Ejército, el oficial de más alta
    jerarquía comprometido en el complot era el General de
    División Pedro Eugenio Aramburu, hasta hacía poco
    tiempo al frente de la Dirección de Sanidad del
    Ejército y ahora director de la Escuela Nacional de
    Guerra, ambos cargos sin mando de tropas. Pese al clima de
    confrontación Aramburu consideraba que después de
    los acontecimientos de junio no estaban dadas las condiciones
    para una nueva intentona contra Perón.

    Entonces la jefatura del movimiento pasó al
    general Lonardi, quien contaba con elementos comprometidos en la
    Escuela de Artillería, en Córdoba. Lonardi a los
    cincuenta y cuatro años estaba mortalmente enfermo, pero
    animado por una profunda fe religiosa –la mística
    religiosa de Lonardi y sus seguidores se verá en la
    insignia de "Cristo Vence" que lucirían los aviones y
    vehículos rebeldes; las invocaciones a Dios y a la Virgen
    de las Mercedes, patrona del Ejército, serán
    habituales en sus transmisiones radiales- creía que era
    suficiente con crear un foco revolucionario para que toda la
    estructura del régimen peronista se cayera como un
    castillo de naipes.

    La Revolución Libertadora –tal el nombre
    que asumieron las fuerzas golpistas después de su triunfo-
    estalló el 16 de septiembre a las cero horas. En ese
    momento, el general Eduardo Lonardi y el coronel Arturo Ossorio
    Arana junto a un pequeño grupo de oficiales, redujeron al
    jefe de la Escuela de Artillería, en las cercanías
    de la capital cordobesa, y se dispusieron seguidamente a tomar la
    escuela de Infantería y la Escuela de Tropas
    Aerotransportadas. Lonardi había recomendado a sus
    subordinados actuar "con la máxima brutalidad" y realmente
    les hizo falta recurrir a la violencia extrema para imponerse.
    Sólo después de una dura lucha con la Escuela de
    Infantería las fuerzas de Lonardi lograron asumir el
    control de todas las unidades del Ejército y la Fuerza
    Aérea en los alrededores de la ciudad de Córdoba;
    pero en el cuartel de Curuzú Cuatia, en Corrientes, el
    intento de insurrección encabezado por el general Aramburu
    fracasó totalmente y en la base naval de Río
    Santiago, los rebeldes, tras varias horas de lucha, debieron ser
    evacuados a buques de la flota fluvial.

    Al día siguiente, aunque oficiales rebeldes bajo
    el mando del general Julio Lagos lograron el control de Cuyo,
    fuerzas leales numéricamente superiores convergían
    sobre las posiciones del general Lonardi en Córdoba y
    sobre la base naval de Puerto Belgrano.

    Sin embargo, era en la ciudad de Buenos Aires donde se
    jugaba la suerte del golpe de Estado. La flota de mar,
    después de una rápida travesía de dos
    días desde Puerto Madryn, se encontraba en el Río
    de la Plata. El almirante Rojas declaró el 18 de
    septiembre un bloqueo de la costa y advirtió que la Armada
    atacaría las instalaciones de depósitos de petróleo
    en Dock Sur y de la refinería de YPF en ciudad de La
    Plata. Al día siguiente, antes del medio día, la
    Armada advirtió por radio a la población civil que
    se alejara de las instalaciones de La Plata, ya que serían
    atacadas a las trece. Esa mañana, más temprano, la
    Armada ya había dado muestras de su resolución
    cuando un crucero, con unos pocos disparos certeros,
    destruyó los depósitos de petróleo en Mar
    del Plata. El bombardeo de los objetivos en La Plata nunca se
    produjo, sin embargo, debido a que poco antes de la hora
    señalada, el ministro de Ejército Franklin Lucero
    anunció por radio que pedía un parlamento entre los
    bandos opuestos y un inminente cese de las hostilidades. Casi
    inmediatamente después leyó una carta del
    presidente Perón en la que proponía entregar su
    mando al Ejército a fin de facilitar un acuerdo. Aunque
    todavía no estaba claro los golpistas habían
    triunfado.

    Hacia 1955, el estilo peronista había dado todo
    lo que podía esperarse de él. Había
    incorporado al movimiento obrero al sistema político y al
    poder sindical a la constelación de fuerzas
    políticas de la Argentina. Había innovado en
    política
    económica: los mecanismos de control legados por los
    notables fueron utilizados para subvencionar no al sector
    primario, sino al industrial. Había aplicado una
    política económica neoconservadora cuando pasaron
    los tiempos de prosperidad, sin que llegaran a advertirlo sus
    partidarios, que en su mejor momento constituyeron casi el 65%
    del electorado. Y su líder, pese a la explosiva
    retórica que según las ocasiones y los auditorios
    empleaba, se reveló con el tiempo como un reformador sin
    vocación revolucionaria, un progresista social
    pragmático. Pero, que tuvo la virtud de poner a la
    Argentina, a las puertas de su historia contemporánea, en
    una situación de paridad social en la que todos los
    sectores habían circulado por el poder, pero ninguno
    había logrado imponer el proyecto que consideraba integral
    y satisfactorio. Una situación de equilibrio inestable y
    de conflictos acumulados.

     

     

    Autor:

    Dr. Adalberto C. Agozino.

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