Indice
1. El
liderazgo peronista
2. Paralelo entre Yrigoyen y
Peron
3. Peron y el gobierno
militar
4. El coronel Peron y el movimiento
obrero argentino
5. El partido
laborista
6. La coalicion
peronista
7. El partido
peronista
8. La nueva elite
dirigente
9. El führerprinzip o culto a la
personalidad
10. La diarquia
peronista
11. Peronismo y
estado
12. El uso del patronazgo oficial
en el estilo peronista
13. Decadencia y caída del primer
peronismo
14. Santa Evita
15. La decadencia del estilo
peronista
16. El Conflicto Con La
Iglesia
Las fuerzas armadas, después de la exitosa
culminación del golpe de Estado,
se vieron en posesión del supremo poder
político del país, sin poder
determinar exactamente los procedimientos a
implementar para solucionar los problemas, que
a su juicio, afectaban a la Nación.
Las primeras proclamas del gobierno militar
estaban concebidas en un enfático tono nacionalista, pero
poco decían acerca de sus planes políticos
concretos, salvo en materia de
desarrollo
industrial.
Muchos militares sabían que la condición
principal para alcanzar la grandeza nacional era la existencia de
una base industrial. Sin industria, sin
siderurgia, sin petróleo,
no habría Argentina grande.
Si bien puede decirse que el gobierno militar
no condujo el proceso de
industrialización, concretó algunas iniciativas
interesantes para estimularlo: creó el banco de Crédito
Industrial, dictó medidas para el fomento y defensa de la
industria,
promovió las fabricaciones militares, se preocupó
por la formación de aprendices y técnicos,
estableció una Secretaría de Estado
específica e instauró el Día de la
Industria. Lo demás corrió por cuenta de los
empresarios argentinos, de su ingenio, su espíritu de
aventura y su optimismo, y por supuesto, de la guerra. "Lo
importante –dice Luna- no es tanto el saldo que
quedó en términos estadísticos –que
fue mucho- sino la conciencia que
dejó afirmada en el país. Se había roto un
viejo tabú cuidadosamente alimentado por las clases
dirigentes vinculadas a la producción agropecuaria. Ahora resultaba
que los argentinos no solamente sabían producir carne y
cereales sino que también podían fabricar,
pasablemente bien, telas, productos
químicos, manufacturas de toda clase, partos para el
hogar, accesorios para automóviles, camiones y tractores,
elementos ferroviarios. Fue una conciencia que
contribuyó a hacer más sólida la nueva
visión del hombre
argentino sobre su país; el país que diez
años antes miraba la cara de la desocupación, la ‘mishiadura’ y
la crisis, y
ahora desbordaba de actividad, trabajo e iniciativa, en una
euforia pocas veces conocida".
Después del 4 de junio de 1943 las fuerzas
armadas carecían de un plan
político y de un líder
que asumiera la responsabilidad de su ejecución, o sea, de
un dirigente en quien delegar la representación política del movimiento. Y,
lo más importante, les quedaba por elaborar una metodología capaz de concertar el apoyo de
las restantes fuerzas políticas
hacia el logro de sus objetivos de
gobierno. La necesidad de resolver con rapidez y eficacia esos
tres problemas
desencadenó un proceso de
selección dentro de las fuerzas armadas. En
ese proceso el coronel Juan Domingo Perón se
destacó como el oficial con mayor talento político,
entre los que competían por el poder y no tardó en
convertirse en figura dominante dentro del gobierno
militar.
Al respecto de la
personalidad del coronel Juan Domingo Perón, uno
de sus más acérrimos opositores políticos,
Bonifacio del Carril, -que por ese entonces mantenía con
él un trato diario- nos brinda el siguiente perfil:
"Tenía una memoria notable,
especialmente para recordar hechos y circunstancias, y para
reconocer a las personas, condición que le permitió
en poco tiempo tratar y
atraer a una gran cantidad de individuos en su carrera política, partiendo
literalmente de cero. Poseía una gran facilidad de
palabra, con una oratoria directa
y efectiva, y cierto ingenio para inventar o utilizar
chascarrillos, dichos y apodos populares. Decía que la
mentira tenía patas cortas, pero no era demasiado
respetuoso de la verdad e improvisaba sobre cualquier cosa, con o
sin conocimiento
de la causa. Se contradecía sin rubor. Era muy
hábil a su manera para manejar el tono de sus
conversaciones privadas y de sus discursos
públicos, según el resultado que quería
obtener. Envolvía al interlocutor, dándole la
razón por anticipado para evitar discusiones, y luego
recogía el argumento y lo daba vuelta según su
intención. El fin que justifica los medios era
para él una norma habitual. Explicaba sus actitudes
sosteniendo que le eran impuestas por razones ajenas a su
voluntad. En esto era cínicamente inteligente.
Decidió conquistar a las masas, comprendiendo claramente
que la pretensión de hacerlo desde afuera era vana y que,
en cambio,
debía identificarse con ellas, si quería
conducirlas. Lo hizo con gran habilidad, deliberada y
conscientemente. En su prédica empleaba un recurso
dialéctico primario: inventaba la existencia de un
adversario o una idea contraria para tener a quien atacar y
refutar como base de la argumentación que desarrollaba.
Utilizó con este fin la figura del oligarca y
después, la del contrera, palabra que inventó y
define claramente esta peculiaridad. De esta manera
dividió al país."
"La política era para Perón la lucha por
el poder, que sentía físicamente, pero no el poder
formal de las instituciones
constitucionales sino el poder real de los estamentos
básicos de la estructura
social: el ejército, las entidades profesionales,
patronales y obreras, la jerarquía eclesiástica.
Adueñado de la fuente del poder, el dominio de las
instituciones
formales resultaría una simple consecuencia. En materia
electoral repetía que los que tienen más votos
vencen siempre a los que tienen menos votos. Esta verdad de
perogrullo, la necesidad de tener más votos, lo
llevó a plantear la opción electoral en
términos que trascendían el simple voto de clase de
los gremios obreros. Planteó el caso en forma más
amplia: el voto de los de abajo contra el de los de arriba,
porque los que están abajo –obreros, empleados,
pequeños comerciantes e industriales, profesionales- son
siempre más numerosos que los que están arriba
–capitalistas, empresarios, grandes comerciantes e
industriales, banqueros-. En la democracia
masiva el voto siempre es posicional. Perón nunca
olvidó este punto de partida. Quería todo el poder,
y no toleraba ninguna oposición, porque la
oposición comportaba quitarle parte del poder. Hizo
imposible para disuadirla y neutralizarla, y atraerla para
anularla. El juego
democrático de una mayoría gobernante y una
minoría opositora era incompatible con su modo de pensar,
sentir y actuar."
"La primera tarea que tuvo que afrontar fue la
aquiescencia y el consentimiento de sus colegas militares. Para
ello inventó o utilizó el tan mencionado G.O.U.
Perón sabía cómo conducir y manejar a sus
compañeros de armas. Les hizo
creer que todos eran iguales, pares en el G.O.U…" Se
transformó en jefe del G.O.U. del ejército y del
gobierno…"
2. Paralelo entre Yrigoyen
y Peron
Parece importante trazar un paralelo entre Yrigoyen y
Perón, en forma similar al que anteriormente realizara el
historiador Manuel Gálvez entre el líder
radical y el general Julio A. Roca. En este sentido debemos
comenzar por recordar que estos caudillos dieron origen a los dos
grandes partidos
políticos que en Argentina
reúnen la mayoría de las preferencias electorales:
la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista.
Desde la aparición del peronismo como
partido político en 1945 todos los gobiernos
constitucionales del país fueron implementados por alguno
de estos dos grandes partidos, ya sea en forma independiente o
conformando alianzas con otras agrupaciones políticas
minoritarias. Así como Perón decía que en la
Argentina de su tiempo se
nacía conservador o radical, desde su aparición en
la escena política nacional en nuestro país las
grandes mayorías nacionales son radicales o
peronistas.
Pero las similitudes no se agotan en este punto ambos
llegaron en más de una oportunidad a la presidencia de la
nación
– Perón es el único argentino electo tres
veces a la presidencia- por el voto libre de los ciudadanos.
Ambos hicieron una primera presidencia considerada como muy buena
y no pudieron completar su segundo período porque un
golpe de
Estado militar se lo impidió. Tras su derrocamiento
ambos debieron soportar calumnias y proscripciones. Ambos
estuvieron detenidos en la isla de Martín García. Y
a su muerte fueron
despedidos con dolor por el mismo pueblo que los había
amado en vida y apoyado en las urnas.
Aunque de indudable vocación democrática
los dos participaron de golpes de Estado:
Yrigoyen tomó parte de la Revolución
del Parque en 1890 y organizó la Revolución
Radical de 1905, en ninguno de estos casos tuvo éxito.
Perón fue más afortunado en 1930 participó
del derrocamiento de Yrigoyen –aunque después se
arrepentiría de esta intervención- y en 1943 fue un
actor principal en el derrocamiento del gobierno de Ramón S.
Castillo.
Ambos contribuyeron a consolidar el sistema
democrático ampliando la participación
política. Yrigoyen impulso el voto secreto y a
abrió la participación política a los
estratos medios.
Perón estableció el voto femenino y abrió la
participación a los sectores populares. Tanto Yrigoyen
como Perón fueron capaces de imponer como sucesores a
políticos menores sin ningún apoyo electoral:
Marcelo T. De Alvear y Héctor J. Campora. Ambos fueron
líderes reformistas que consideraron a los sectores del
poder oligárquico como sus principales antagonistas.
Hablaron mucho de una "revolución", pero se limitaron a
introducir reformas y correcciones a las instituciones
democráticas. No obstante una cosa es evidente y conviene
reiterarla; la Argentina no fue la misma después de su
paso por el poder.
Pero, más allá de estos aspectos que los
identifican muchos otros los diferencian.
Yrigoyen era un idealista que se guiaba por una
férrea moral derivada
de la filosofía krausista. Aunque se enriqueció con
su esfuerzo y trabajo en la actividad privada murió pobre
en medio de la mayor austeridad y pobreza. Era un
hombre recto
que por sobre todo honraba su palabra y que consideraba que un
apretón de manos era suficiente para sellar un compromiso.
El líder radical era circunspecto e introvertido, le
gustaba rodearse de un aura de misterio, jamás
habló en público y su oratoria era
pobre y compleja. Compensaba sus deficiencias como orador con un
particular magnetismo
personal que
imponía en los contactos directos cara a cara con sus
interlocutores. Sabemos que curso estudios universitarios y que
fue profesor de filosofía. Pero sus alumnos lo recordaban
como un mal profesor, no dejó ningún libro escrito,
odiaba mantener correspondencia y los textos de sus discursos y
escritos son de escaso valor
literario, ideológico o político. Como se ha dicho
anteriormente, nunca salió del país, ni
mostró interés
por los adelantos científicos, más bien
tenía cierto rechazo hacia las innovaciones de su tiempo
tales como el teléfono o el avión.
Perón era un pragmático que no se guiaba
por principios
filosóficos o políticos rígidos sino que
tomaba las ideas que mejor le servían según las
circunstancias. Aunque no los citaba su accionar parecía
guiado por una muy particular combinación de los principios de
conducción militar de Clausewitz y los consejos
políticos de Maquiavelo.
Aunque Perón no era pobre tampoco poseía una gran
fortuna pero es evidente que dejó el gobierno con mas
dinero que con
el que ingresó y a su muerte su
herencia fue
considerable. Perón era extrovertido, un orador consumado
que podía crear un vínculo especial tanto con sus
auditorios como en las entrevistas
particulares. Para ello acomodaba sus argumentos recurriendo a
simplificaciones, exageraciones o pequeñas inexactitudes.
Acompañaba sus discursos con gesticulaciones, sonrisas
cautivadoras y guiños cómplices.
Sus únicos estudios fueron de carácter
militar, pero los completó con intensas lecturas. Esta
formación no sólo le permitió convertirse en
profesor de la Escuela de
Guerra sino
dejar gran cantidad de libros no
sólo doctrinarios, sino también estudios
históricos y de estrategia
militar, también produjo otros escritos y una frondosa
correspondencia con distintas personas. Durante su exilio forzado
recurrió a la grabación de discos y videos para
difundir sus ideas. Perón era un hombre de mundo abierto a
todas las innovaciones y cambios. Antes de llegar a la
presidencia Perón había vivido en Chile como
diplomático y recorrido la Europa del
período previo a la Segunda Guerra
Mundial. Después de su derrocamiento, vivió
diecisiete años fuera de la Argentina. Durante este exilio
vivió en Paraguay,
Panamá,
Venezuela,
Santo Domingo y España.
Mostró siempre un especial interés en
el futuro. Uno de sus sentencias predilectas era augurar que el
año 2000 encontraría a la América
Latina unida o dominada.
También se diferenciaron en su vida privada.
Yrigoyen no se casó nunca, sin embargo tuvo numerosas
parejas y varios hijos a los cuales no reconoció. Pero
como cubrió su intimidad con un manto de reserva y hasta
secreto no fue cuestionado por ello. Sin embargo, su entorno
siempre fue familiar. De joven contó con el apoyo de su
tío Leandro Alem y luego del afecto de su hermano y de su
hija Elena quien lo acompañó hasta sus
últimos momentos.
Perón, por el contrario se casó en tres
oportunidades y enviudó dos veces pero no tuvo hijos. Al
ser más abierto y haber convertido a sus esposas en
personalidades políticas sufrió múltiples
ataques por su vida privada, en especial por su
predilección por las mujeres mucho menores que él.
Puede decirse que era un hombre solitario, distanciado por
razones profesionales de su entorno familiar. Su círculo
íntimo se fue modificando con el tiempo y con sus
sucesivos matrimonios. Sus últimos días lo
encontraron rodeado de un muy particular entorno conformado por
su tercera esposa María Estela Martínez Cartas y un
personaje siniestro: su secretario y Ministro de Bienestar
Social, José López Rega. Un ex cabo de la
Policía Federal, de inclinaciones exotéricas, a
quien sus íntimos llamaban "hermano Daniel".
Tal es el paralelo que podemos establecer entre dos de
los hombres más destacados de la política argentina
en la primera mitad del siglo XX.
3. Peron y el gobierno
militar
Fue mérito del coronel Perón el que, luego
de algunos meses en los cuales pretendió ocultar ese
vacío de concepción apoyándose en modelos
autoritarios de derecha, el gobierno militar desarrollara un
programa
político propio. Por iniciativa suya se confeccionaron
amplios informes
acerca de la situación de las diferentes ramas de la
economía y
se comenzó a aplicar una política de
estímulo y protección a la industria nacional.
También por iniciativa suya se confeccionaron amplios
informes
acerca de la situación de las diferentes ramas y se
comenzó a aplicar una política de estímulo y
protección a la industria nacional. También por
iniciativa suya se encaró la indispensable reforma de la
legislación social, creando una serie de nuevas
situaciones en el ámbito del trabajo y de la salud
pública y se dictaron numerosas leyes de
protección a los estratos más bajos de la población. A su influencia se debe
también el abandono de la actitud
estrictamente neutral y se procuró un mayor acercamiento a
los aliados, cuya victoria sobre las potencias del Eje se
insinuaba cada vez con mayor claridad.
Gracias a su habilidad táctica, el apoyo de
numerosos y leales partidarios entre la oficialidad y el completo
dominio del
Grupo Obra de
Unificación –que constituía un eficaz
órgano de control del
gobierno militar-, una logia militar que dirigía junto con
los coroneles Montes, Gilbert, Imbert y González . Mucho
se ha especulado sobre el carácter
de esta logia y su influencia dentro de las filas del
Ejército. María Sáenz Quesada ha resumido el
programa e
ideología del GOU diciendo que: "La
ideología preponderante en la Logia era
simple: se temía al comunismo a la
revolución social y a la posible influencia de radicales,
socialistas, demoprogresistas y comunistas en un Frente Popular,
tal como había ocurrido en España en
1936. La celebración multitudinaria del 1º de mayo de
1943, con banderas rojas y puños en alto, pareció
confirmar los peores pronósticos".
"El GOU creía en el orden, la jerarquía,
la defensa de la neutralidad y en la tradición
católica del país. No eran nazis aunque varios de
sus integrantes fuesen abiertamente germanófilos, pero
puestos a elegir un modelo
político preferían el corporativismo fascista a la
democracia
liberal. Temían que por culpa de la democracia el
país quedara indefenso como había sucedido en la
Tercera República francesa con relación al rearme
alemán. Se justificaban imaginando que el Ejército
encarnaba las fuerzas sanas del país y los códigos
de la honradez, la palabra, el honor y el desinterés
patriótico. Venían escuchando elogios desmesurados
en ese sentido desde que Leopoldo Lugones pronosticó en
1925 el advenimiento de la "la hora de la espada".
Perón intervino en forma cada vez más
frecuente en los procesos de
decisión política dentro del Gobierno, hasta que
llegó a hacerse, prácticamente, cargo del poder. Su
ascenso político se refleja en la gran cantidad de cargos
políticos que acumula durante el año 1944. Es
designado Ministro de Guerra, Vicepresidente de la Nación
y Presidente del sumamente importante Consejo de Posguerra. Si a
eso se le suman las posiciones que ya había ocupado con
anterioridad, sobre todo la de Secretario de Trabajo y
Previsión, y si se tiene en cuenta que el Presidente de la
Nación, general Edelmiro J. Farrel, era su antiguo jefe,
pertenecía al igual que él a la especialidad de
tropas de montaña y se encontraba sometido a su total
influencia, se tendrá una idea aproximada del poder que
había logrado concentrar en sus manos a esa altura
Perón.
Poco a poco el gobierno militar comprendió la
importancia del tercer problema que había de afrontar:
ganar el apoyo de las principales fuerzas políticas. Es
evidente que al comienzo partió de la idea que para la
legitimación política de las fuerzas armadas
bastaba la conciencia de su responsabilidad y la capacidad de servicio
demostradas al encarar algunas reformas urgentes. Pero si bien es
cierto que muchos grupos civiles
reconocían la urgencia de tales reformas, el éxito
de las providencias adoptadas no siempre estaba de acuerdo con
las expectativas y sobretodo no alcanzaba a compensar la
pérdida de libertad de
acción y expresión política que se
veía obligada a aceptar la población bajo un régimen militar.
Después de dos años en los cuales los militares
gobernaban, sólo habían chocado contra una
ocasional resistencia; sin
embargo, en la primavera de 1945 se constituyó un
sólido frente opositor que no solo contaba con el apoyo de
la elite tradicional, desplazada del poder en 1943, sino que
incluía fuerzas tan diversas como las universidades,
entidades empresarias, la totalidad de los partidos
políticos y sectores profesionales pertenecientes a
los estratos medios.
Conforme se fue desarrollando la escalada opositora, el
gobierno militar adoptó una serie de medidas destinadas a
apaciguar los ánimos. El 30 de junio anunció que
hasta ese entonces habían recuperado la libertad
trescientos setenta y cinco presos políticos. Locales de
partidos políticos como la Casa del Pueblo y la Casa
Radical fueron restituidas a sus legítimos propietarios.
El Partido Comunista fue reconocido legalmente y se
permitió la reapertura de los locales del Sindicato
Obrero de la Alimentación y de la
Federación Obrera de la Industria de la Carne. El decreto
que había disuelto a la Federación Universitaria
Argentina fue derogado. El 6 de julio de 1945, el general Farrel
anunció que se convocaría a elecciones antes de fin
de año y el primero de agosto entró en vigor el
nuevo estatuto que regía el funcionamiento de los partidos
políticos. Las modificaciones a la legislación
electoral -ley Sáenz
Peña- y al Código
Penal objetadas por la oposición se dejaron sin efecto.
Finalmente, el 6 de agosto el gobierno levanto el estado de
sitio.
La reacción de las fuerzas armadas ante las
exigencias de los partidos políticos tradicionales no fue
uniforme. Muchos jefes y oficiales comenzaron a distanciarse del
gobierno. Los grupos más
influyentes dentro del ambiente
militar, en cambio,
buscaron apoyo en la población para neutralizar la
presión
opositora. La base de apoyo residía entre los obreros y
los empleados que integraban los sectores populares. Estos
habían resultado más favorecidos por las reformas
laborales aplicadas por el Gobierno, y, en consecuencia,
veían en el coronel Perón –indiscutible
promotor de dichas reformas- a su defensor. Perón no
tardó en consolidar la relación de lealtad
existente en esos sectores convirtiéndolos en un
sólido respaldo para el gobierno militar.
Estas medidas no resultaron suficientes para asegurar,
ni con mucho, la estabilidad del gobierno militar hasta la salida
electoral. El enfrentamiento alcanzó su culminación
a comienzos del mes de octubre de 1945, cuando ante la presión
conjunta de opositores civiles militares, el coronel Perón
debió renunciar a todos sus cargos en el gobierno y fue
sometido a arresto.
Los sucesos políticos habrían tomado un
curso muy diferente si la oposición se hubiera conformado
con despojar del poder a Perón. Pero fue más
allá y volvió a exigir el inmediato retiro de todo
el gobierno y su reemplazo por uno surgido de la Corte Suprema de
Justicia. Las
fuerzas armadas no podían, ni querían someterse a
esta exigencia, pues ello habría significado dar por
concluido el movimiento
revolucionario de junio del 43 y admitir su fracaso
político algo que no podían aceptar ni siquiera los
militares que cuestionaban la figura de Perón. Cuando las
fuerzas armadas parecían encontrarse en un callejón
sin salida la movilización popular del 17 de octubre les
evitó la necesidad de reconocer su fracaso, y les
abrió la posibilidad de proseguir su obra de gobierno en
forma constitucional, apoyando la candidatura de Juan D.
Perón para las próximas elecciones.
Los militares comprobaron que el apoyo popular con que
pretendía contar su cuestionado camarada era algo
más que vana jactancia y esto daba la ocasión a un
régimen que se encontraba acosado y a la defensiva de
convertir su derrota en victoria y de obtener una continuidad que
ni los elementos más optimistas del gobierno
soñaban. Con ese amplio respaldo popular no sólo se
podía evitar la humillante derrota que representaba para
las fuerzas armadas la entrega del gobierno a la Corte Suprema de
Justicia, sino
que incluso la salida electoral no significaba necesariamente el
traspaso del poder a la oposición. Si la evidente
popularidad de Perón le permitía imponerse en
elecciones limpias, el movimiento militar quedaría
justificado y las fuerzas armadas legitimadas.
La mayor parte del Ejército se decidió
entonces –no sin tener que vencer en muchos casos problemas
de conciencia- por esta imprevista posibilidad que se
abría para una salida honorable y eventualmente triunfal,
y se dispuso a secundar el proyecto
político del coronel Juan D. Perón.
Así, muchos jefes y oficiales que no aprobaban a
Perón y a su naciente estilo político, sin embargo
apoyaron su candidatura presidencial para asegurar la continuidad
de la obra revolucionaria y para salvar el prestigio de las
fuerzas armadas.
Pero, si los militares supieron interpretar con claridad
los sucesos que culminaron con el 17 de octubre, la
oposición no hizo la misma lectura. Al
fracasar su intento de derrocar al régimen militar se
contento con el alejamiento de Perón de sus cargos
gubernamentales y su pedido de retiro. Aún cuando a los
pocos días fue evidente que no había perdido su
influencia en el gobierno, los partidos tradicionales y los
políticos profesionales veían con cierto
desdén las dotes políticas de ese militar.
Después de todo no era más que un advenedizo que
hasta hacía dos años sólo se ocupaba de las
cuestiones propias de los militares. ¿Qué
podría hacer contra la oposición de todos los
partidos políticos unidos y de los sectores "esclarecidos"
de la sociedad?
Los políticos tradicionales se negaban a aceptar
que por primera vez en nuestra historia, una
movilización de los sectores obreros determinaba un cambio
sustancial en la situación nacional. El hecho significaba
también la iniciación de una nueva etapa en la
historia del
movimiento obrero, cuyo peso político será desde
entonces imposible de ignorar.
4. El coronel peron y el
movimiento obrero argentino
Llegados a este punto, es preciso referirnos a la
particular relación entablada entre el coronel
Perón y el movimiento obrero, que será una de las
características esenciales del estilo
político peronista.
Perón tenía plena conciencia de la
importancia que podían tener las estrategias
políticas y emocionales para captar a la masa trabajadora
sin una posición política definida hasta el
momento, si las apoyaba sobre una base material e institucional.
Por eso, la elevación del nivel de vida y la mejora de la
posición social de los estratos populares constituyeron el
centro de sus esfuerzos de gobierno.
Inicialmente, el gobierno militar había adoptado
una posición hostil hacia el movimiento obrero.
Suprimió una de las dos Confederaciones Generales del
Trabajo, muchos sindicatos
fueron intervenidos por el gobierno, mientras que la C.G.T.
sobreviviente fue sometida a distintos controles. Los dirigentes
sindicales y políticos, principalmente comunistas y otros
de izquierda fueron sometidos. En octubre de 1943 se
estableció una ley sumamente
restrictiva que debía regular los sindicatos y
que fuera muy resistida por los dirigentes sindicales. Si bien
Perón la suspendió en diciembre, la
aplicación de facto de su propósito fundamental no
cambió: sólo los gremios reconocidos oficialmente
por el gobierno podían representar a obreros en los
convenios colectivos.
Las primeras medidas netamente favorables a los sectores
obreros fueron adoptadas unos seis meses después del
movimiento militar de junio cuando el coronel Perón se
hizo cargo del Departamento Nacional del Trabajo, una
repartición con funciones de
asesoría y la transformó en un organismo con
competencias
más amplias y con considerables recursos
administrativos: la Secretaría de Trabajo y
Previsión. La comprensión y el interés de
Perón por los problemas del movimiento obrero le
permitió convertir en pocos meses a esa Secretaría
en un centro de decisión de todos los problemas y conflictos
vinculados con el movimiento obrero y las entidades
sindicales.
La política seguida por el coronel Perón
con respecto a los sindicatos fue muy flexible y utilizando tanto
el hostigamiento como la atracción frente a las organizaciones y
los dirigentes. Aquellos gremios que se oponían a sus
intereses podían ser desconocidos o cancelada su
personería gremial; también podían ser
disueltos o suprimidos –la estrategia
empleada variaba de acuerdo al clima
político, las orientaciones ideológicas, el grado
de amenaza política, etc.- De cualquier modo,
ningún gremio que no mostrase su disposición a
colaborar podía obtener alguna mejora para sus afiliados
en los conflictos
laborales, en la legislación, en los servicios
sociales, etc. También las oportunidades de éxito
de un dirigente gremial para lograr mejores condiciones para los
trabajadores dependían de sus actitudes:
ideológicas, personales y de organización. La flexibilidad podía
convertirse en marginación y hostilidad: Luis Gay y
Cipriano Reyes son ejemplos de esta actitud. Pero
si bien la masa obrera perdió su autonomía en la
cúspide durante la época peronista, debe
reconocerse que continuó ejerciendo una importante
presión a nivel de base, presión que a veces impuso
limitaciones y condiciones a la conducción de la
C.G.T.
Además, se estableció un gran
número de gremios nuevos: en 1941 había 356; y en
1945 éstos llegaban a 969. En gran medida este incremento
respondía a la aparición de gremios paralelos
creados, con el apoyo oficial, para sustituir aquellos que
rechazaban o se oponían a la política de
Perón, en tanto otros representaban nuevas ramas de
actividad a otras previamente no agremiadas. No siempre, pero a
menudo, los nuevos gremios eran poco más que organizaciones
sobre el papel. Sin
embargo, sirvieron a un propósito importante: el de
establecer una red de organización entre el movimiento obrero,
difundir los resultados de la política laboral de
Perón y en especial estimular el contacto directo
–en manifestaciones masivas- con el líder, como
también aumentar el número de personas favorables a
Perón en el Comité Central Confederado, en la
Asamblea General y otros órganos de la
Confederación General del trabajo.
Este proceso fue fundamental en la configuración
de la relación directa entre los recién llegados y
el líder carismático. Los gremios que adhirieron al
estilo político peronista sólo fueron instrumentos
en este proceso y proporcionaron el marco administrativo y legal
para los convenios colectivos. Más importante de todo,
proporcionaron el clima necesario
para facilitar los lazos personales de Perón con los
dirigentes a través de visitas a plantas y
sindicatos, así como también los frecuentes actos
masivos en los cuales el coronel Perón presentaba las
concesiones oficiales como conquistas obreras. En efecto, este
procedimiento
junto con una utilización de los medios de
comunicación de masas, especialmente la radio, fue uno
de los factores centrales para erigir la figura de Juan D.
Perón, como el abanderado de los pobres, el único
que comprendía y protegía a los trabajadores, los
"humildes", término que claramente revelaba la imagen
dicotómica –todavía tradicional de la
estratificación-, basada en la antinomia entre ricos y
pobres.
Un decidido antiperonista, el intelectual de la
izquierda radical Marcos Aguinis describe claramente la
relación entre las masas obreras y Perón. "El usos
frecuente de la radio
–afirma Aguinis refiriéndose a Perón- lo puso
en contacto directo con todo el país. Las multitudes
postergadas se estremecieron ante el milagro: un militar con
poder se manifestaba su protector. Ya no se trataba del gesto
corto que tenía lugar en el comité: el regalo de un
abrigo, la ayuda de una recomendación. Era una
situación insólita, porque desde arriba se
propugnaba repartir bienes y
establecer derechos que dormían
en las legislaturas".
El acceso a grandes masas obreras fue efectivamente una
de las metas fundamentales de la estrategia de Perón, como
lo reconocieron más tarde ciertos sindicalistas que
pensaron que esta relación era un precio exiguo
para compensar los beneficios logrados por los sindicatos. En
gran medida, para los obreros no agremiados significó que
sus victorias lograban a través del esfuerzo personal del
líder.
Los centenares de disposiciones, resoluciones y
dictámenes emitidos por el organismo entre 1943 y 1946,
contenía ya todas las figuras jurídicas y los
principios básicos de la política
social peronista: la mayoría de ellas persigue dos
objetivos
básicos: la valorización social de los
trabajadores, su reconocimiento como miembros de la comunidad
nacional, con todos los derechos que ello implica, y
la mejora de sus condiciones económicas.
Quizá entonces, el máximo mérito
del coronel Perón –conviene reiterarlo una vez
más- consistió en sacar de su aislamiento social y
político al gobierno militar a través del cual
llegó al poder y en haber concretado sus planes
políticos con el apoyo popular, y no contra la voluntad de
éste. Mediante el apoyo de los estratos populares, los
cuales por primera vez en la historia del país, eran
tenidos en consideración y favorecidos por los dirigentes
políticos. El gobierno los instaba a presentar sus
exigencias y sus quejas, y representaba sus intereses ante los
restantes grupos
sociales. El éxito de los pocos sindicatos que
respondieron inicialmente a esta invitación ejerció
rápido efecto sobre las restantes organizaciones
laborales. Provocó un paulatino cambio de actitud del
movimiento obrero respecto del Estado, hizo que olvidara su
escepticismo ante la política y los políticos y,
este incremento del interés popular en el proceso
político creó una mayor disposición a
intervenir en forma activa en este proceso.
El movimiento obrero fue el sector social más
numeroso de los que apoyaron a Perón; pero además
de él, hubo muchos otros sectores sociales y
políticos que proporcionaron a Perón su respaldo.
Entre estos últimos cabe señalar sobre todo,
aquellos sectores de los estratos medios, interesados en el
desarrollo de
una industria nacional independiente, así como algunos
grupos de gran influencia dentro de la burocracia
estatal, del clero y de las fuerzas armadas.
Si tenemos en cuenta la actitud de rechazo con la cual
la elite tradicional había acogido las tentativas de
integración de los sectores populares,
entre 1930 y 1943, y la comparamos con la plétora de
reformas sociales que mejoraron en forma decisiva el status
social y la situación económica de los obreros en
un plazo de apenas dos años, comprenderemos que la toma de
posición de los obreros respecto del coronel Perón
estuvo en un todo de acuerdo con la apreciación
política del Secretario de Trabajo y Previsión. En
los círculos de la elite tradicional –especialmente
aquellos ligados al quehacer empresarial- la política
social de Perón era contemplada como un injustificado
recorte de sus bienes y
posición social. De todos modos, cualquier ataque contra
esa política, tenía escasas posibilidades de
éxito mientras las fuerzas armadas respaldaran al gobierno
y el prestigio de la Secretaría de Trabajo y
Previsión continuará en aumento entre el pueblo.
Pero al constituirse una oposición, en el año 1945,
la elite vio la posibilidad de intervenir a través de las
organizaciones empresariales, en forma más activa en la
confrontación política, presentando sus intereses
particulares como problemas de interés general.
Hacia mediados del año 1945, las organizaciones
empresariales se dirigieron a la opinión
pública en un manifiesto, en el cual criticaban la
política social emprendida por el gobierno y
exigían la revisión de todas las disposiciones
legales. La respuesta del movimiento obrero no se hizo esperar,
los sindicatos rápidamente comunicaron su apoyo al
gobierno. Las manifestaciones de solidaridad a
Perón alcanzaron su primer punto culminante en una
demostración masiva ante el local de la Secretaría
de Trabajo y Previsión, a la que concurrieron unos tres
mil trabajadores.
En esta oportunidad Perón aprovechó para
advertir a los trabajadores sobre el peligro que corrían
sus "conquistas" e insistiendo sobre el hecho de que tanto ellos
como el gobierno se enfrentaban con el mismo enemigo: "La clase
trabajadora se encuentra hoy frente a un grave problema: el de la
continuidad de las conquistas sociales obtenidas, de impedir la
posibilidad de que por subterfugios legales o constitucionales se
le resten algunos de los beneficios que tan meritoriamente ha
alcanzado. Esos dos objetivos importan tanto a la clase
trabajadora como para el gobierno de la Nación. El
día que nosotros desaparezcamos, quedarán ustedes
librados a sus propios medios. El Estado ha
impedido que esos poderosos enemigos que existen hayan podido
incidir sobre las soluciones que
se han procurado en bien de la clase trabajadora, pero no estando
nosotros no podremos de ninguna forma garantizar que esa
situación no se produzca. En estos momentos parece que las
fuerzas que los combaten a ustedes y que nos combaten a nosotros
son las mismas. Tenemos un enemigo común…"
Pero estos acontecimientos sólo fueron el anuncio
de la actitud que habrían de seguir los trabajadores en la
decisiva semana del 9 al 17 de octubre, cuando, como
dijéramos anteriormente, el coronel Juan D. Perón
se vio obligado a retirarse de todos sus cargos, ante la
presión de las fuerzas opositoras, y debió cumplir
un arresto militar. La movilización popular en solidaridad con
la política social y la figura de Juan D. Perón
obligó a los sectores opuestos al Secretario de Trabajo y
Previsión dentro de las fuerzas armadas a un repliegue.
Perón fue puesto en libertad, y se dirigió a los
obreros desde la Plaza de Mayo, sentado una tradición de
contacto directo del líder y la masa de sus seguidores que
constituiría uno de los elementos claves del estilo
político peronista. Si bien Perón no fue repuesto
en sus cargos y debió pedir el retiro, su control sobre el
gobierno militar fue –si era posible- aún
mayor.
El éxito de la movilización popular del 17
de octubre de 1945 contribuyó en forma decisiva a la
formación de una aguda conciencia política, a cuyo
desarrollo contribuyó sustancialmente la política
social desarrollada en beneficio del movimiento obrero desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión. La
incorporación del sindicalismo
entre los factores de poder capaces de contribuir a legitimar el
sistema
político y desde un punto de vista exclusivamente gremial,
el fortalecimiento del poder centralizador de los sindicatos como
entidades de alcance nacional, proporcionaron a los trabajadores
la oportunidad de desempeñar un papel
fundamental en la nueva estructuración del país. La
gravitación creciente del movimiento sindical, junto con
la crisis de los
partidos políticos tradicionales y la oposición
organizada en contra de la política social, hicieron que
el movimiento obrero comprendiera la necesidad de convertirse en
eje de un nucleamiento político nacional para la defensa
de sus intereses sectoriales.
Con anterioridad a los sucesos del 17 de octubre, un
grupo de
dirigentes –en su mayoría provenientes del socialismo- se
había reunido en el local de la Unión Obrera
Metalúrgica para intercambiar ideas sobre la
creación de un "partido de la revolución". Los
días 19 y 20 de octubre hubo reuniones de ferroviarios
donde se habló de constituir un "Partido Laborista".
Finalmente, el 24 de octubre se reunió una asamblea en la
que se invitó, a través de la Secretaría de
Trabajo y Previsión, a delegados de todos los sindicatos
del interior. En esta asamblea constitutiva se fijó el
nombre del partido y se designó una serie de comisiones
encargadas de presentar un proyecto de
estatuto. Entre el 1º y el 8 de noviembre se obtuvieron los
medios para su financiamiento
y se eligió la sede del partido y el 16 de noviembre,
apenas un mes después de la "liberación" de
Perón, la agrupación inició formalmente sus
actividades.
La prisa con la cual se cumplieron todos los pasos se
explica por el hecho de que las fuerzas armadas concluían
su período de gobierno y se había convocado a
elecciones generales para fines de febrero de 1946. Eso colocaba
al Partido Laborista ante la difícil tarea de movilizar
políticamente a los sectores populares por él
representados y convencerlos de que sus intereses estarían
mejor representados por la nueva organización
política, que por los tradicionales partidos de izquierda.
El Partido Laborista pudo responder satisfactoriamente a esta
imposición de las circunstancias, debido, por un lado, a
que la creación de un partido obrero era una vieja
aspiración de los dirigentes gremiales
–especialmente de aquellos que provenían de las
corrientes "sindicalistas"- que sólo esperaban el momento
propicio para concretarlo; y por otro, porque la estructura
partidaria se apoyaba en la ya preexistente de los sindicatos y
de la Confederación General del Trabajo, que le
proporcionó una presencia de nivel nacional y cuadros con
relativa experiencia política.
Conviene detenerse un momento para analizar la
estructura orgánica y principales características del Partido Laborista tal
como las describe Elena S. Pont. En primer término cabe
consignar que el Partido Laborista constituye el único
caso en la historia
argentina de partido de estructura indirecta constituido por
"Sindicatos de trabajadores, agrupaciones gremiales, centros
políticos y afiliados individuales" –artículo
2º- que se unieron para establecer una organización
electoral común. En general puede afirmarse que el
laborismo carecía de miembros del partido, existiendo tan
sólo miembros de los grupos de base. Y más
aún dentro de los partidos de estructura indirecta se
identificaba con aquellos que toman el carácter de una
comunidad
basada en un sector social único. Así lo consignaba
en el Artículo 3º de su Carta
Orgánica: "Podrán ser afiliados activos del
Partido, los obreros, empleados, campesinos, profesionales,
artistas e intelectuales, asalariados, estudiantes,
pequeños comerciantes, agricultores e industriales…" Y,
por si existiera aún alguna duda, en su Artículo
4º reafirma: "En ningún caso se aceptará el
ingreso como afiliados al Partido, de personas de ideas
reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes de la
oligarquía…"
Por otra parte, el Partido Laborista es también
el primer partido de masas del país que trata, en primer
lugar, de realizar la educación
política del movimiento obrero, de sacar de él una
elite dirigente capaz de tomar en sus manos el gobierno y
la
administración de la Nación. Al respecto
consigna el Artículo 1º de su Carta
Orgánica –que se refiere a los fines del Partido-:
"El Partido Laborista, fundado en la ciudad de Buenos Aires, el
24 de octubre de 1945, es esencialmente una agrupación de
trabajadores de las ciudades y del campo, que tiene como
finalidad luchar en el terreno político por la
emancipación económica de la clase laboriosa del
país, procurando elevarla en su condición humana y
convertirla en factor decisivo de un fecundo progreso
social…"
Desde el punto de vista financiero los partidos de masas
descansan esencialmente en las cuotas de sus miembros: el primer
deber de los elementos de bases es asegurar que se cubran
regularmente. Así el partido reúne los fondos
necesarios para su obra de educación
política y sus actividades cotidianas: así pueden,
igualmente, financiar las elecciones: el punto de vista
financiero se une aquí al punto de vista político.
Este último aspecto del problema es fundamental: toda la
campaña electoral representa un gran gasto. La
técnica de los partidos de masas tiene como efecto
sustituir el financiamiento
capitalista de las elecciones, con un financiamiento
democrático. En lugar de dirigirse a algunos grandes
donadores privados, -industriales, banqueros o grandes
comerciantes-, para cubrir los gastos de
campaña –lo que coloca al candidato (y al elegido)
bajo la dependencia de estos últimos- los partidos de
masas reparten la carga sobre un número lo más
elevado posible de sus miembros, cada uno de los cuales
contribuye con una suma modesta. Al respecto el artículo
34º de la citada Carta Orgánica expresa que los
fondos del Partido Laborista se formarán esencialmente con
las cuotas mensuales de sus afiliados y para destacar su independencia
económica agrega: "En ningún caso el Partido
Laborista aceptará contribución alguna visible o
disimulada de gobiernos de cualquier naturaleza, ni de
empresas que
tengan o puedan tener interés en la sanción de las
leyes u
ordenanzas que las favorezcan" Así el laborismo al igual
que los modernos partidos de masas europeos, se caracteriza por
apelar al público. Un público que paga, permitiendo
a la campaña electoral escapar a las servidumbres
capitalistas, un público que escucha y actúa, que
recibe una educación
política y aprende el modo de intervenir en la vida del
Estado.
Por último, el Partido Laborista poseía
otra nota distintiva que lo identificaba como partido de masas al
estilo europeo: el criterio formal de adhesión de los
miembros del partido, que implicaba la firma de un compromiso de
afiliación y el pago de una cuota mensual. En este sentido
el laborismo adoptó la adhesión reglamentada, que
se realizaba en dos actos distintos: una demanda de
admisión del interesado, una decisión de
admisión tomada por un organismo responsable del partido.
El poder de admisión pertenecía a la
agrupación seccional, local o gremial correspondiente, con
recurso posible a los escalones superiores. El sistema se
completaba con un padrinazgo obligatorio de dos miembros del
partido, con un año de antigüedad como tales, que
debían garantizar las cualidades políticas
–la ausencia de ideas reaccionarias o totalitarias y la no
pertenencia a la oligarquía- y morales del postulante,
bajo su firma y responsabilidad –artículo 4º de
la Carta
Orgánica-.
Los aspectos que hemos destacado de la estructura del
Partido Laborista, ponen en evidencia que se trataba de un
moderno partido de masas al estilo europeo, quizás el
más moderno en cuanto a estructura que ha conocido el
país hasta nuestros días. Pero su efímera
–aunque brillante- existencia impidió que estas
características fueran adoptadas por otros partidos
políticos, o puestas debidamente a prueba para comprobar
si se adaptaban con eficacia a la
realidad política argentina.
La candidatura presidencial de Juan D. Perón, en
las elecciones de febrero de 1946, no se encontraba monopolizada
por el Partido Laborista. Otros partidos políticos
también apoyaron a Perón en esa ocasión: en
especial un sector del radicalismo y distintos grupos
independientes.
Tal como señala Alberto Ciria en su excelente
obra: "Política y cultura
popular: La Argentina peronista 1946 – 1955" a quien
seguimos en la elaboración de este punto, el radicalismo
proporcionó al naciente estilo político peronista
cuadros capacitados en la política práctica, es
decir, un cierto número de punteros radicales habituados a
la lucha comiteril y comicial -en algunos casos que guardaban
agravios y resentimientos hacia la conducción del
partido-, percibieron que estaban frente a un fenómeno
nuevo en la política nacional y no dejaron escapar al tren
de la historia.
Mientras que la conducción oficial de la UCR
rechazaba los intentos de aproximación de Perón
–en especial sus contactos con Amadeo Sabattini- y se
arrojaba a los brazos de los sectores antiperonistas que
finalmente conformarían la Unión
Democrática, dirigentes de segunda línea de
distritos importantes como de la Capital
Federal, Buenos Aires y
Córdoba realizaron un abierto acercamiento a Perón.
Como resultado de ese acercamiento el gobierno militar
nombró en agosto de 1945 a tres ministros de origen
radical: Hortensio Jazmín Quijano, Armando G. Antille y
Juan I. Cooke.
Los dirigentes y punteros radicales que se incorporaron
al naciente peronismo no
constituían una facción específica del
partido sino que provenían por igual de distintos sectores
internos si bien entre ellos imperaba un sentimiento nacional y
popular heredado del antiguo yrigoyenismo. Tal como se evidencia
de un análisis de las principales figuras de este
grupo. Juan I. Cooke provenía de una familia con
tradición radical: su hijo, John William, sería una
nacionalista económico desde su banca de diputado
nacional y como profesor de economía
política en la Facultad de Derecho. Nombrado delegado
personal de Perón después de su derrocamiento en
1955, fue radicalizando sus posiciones hacia el "socialismo
nacional", gran admirados del castrismo finalizó sus
días en Cuba. Armando
G. Antille era un destacado dirigente radical: había sido
ministro de gobierno en Santa Fe, en 1920, diputado y senador por
la UCR antes de 1930; y uno de los abogados defensores de
Yrigoyen en la década del treinta. Frustrado como
aspirante a la vicepresidencia, fue senador por su provincia en
1946 y 1952. Hortensio J. Quijano, fue el vicepresidente de
Perón en sus dos presidencias, era un pintoresco dirigente
radical de Corrientes donde explotaba un ferrocarril local,
pertenecía al alvearismo.
Diego Luis Molinari, político, profesor e
historiador de antigua vinculación personal con Yrigoyen,
fue senador por la Capital
Federal y presidió el llamado "bloque único".
También difundió los principios de la "Nueva
Argentina" en giras internacionales. Alberto Iturbe
perteneció al radicalismo jujeño que se suma al
peronismo, siguiendo a su popular dirigente Miguel Tanco. Cuando
terminó su mandato como gobernador de Jujuy, Iturbe
pasó al Senado nacional. En 1955 se lo nombró
ministro de Transportes.
Otros dirigentes radicales se destacaron como diputados.
Raúl Bustos Fierro, de Córdoba, abogado e
historiador buscó destacar la continuidad de los aspectos
populares del yrigoyenismo en el peronismo. Algo similar planteo
César J. Guillot, también proveniente de una
familia
radical. Eduardo Colom siempre se mostró orgulloso del
papel que su diario La Epoca cumplió durante los sucesos
del 17 de octubre de 1945. Diógenes C. Antille y Juan N.
D. Brugnerotto eran radicales de la provincia de Santa Fe. Oscar
E. Albrieu tuvo actuación en la Juventud
Radical de Córdoba y La Rioja. Francisco Giménez
Vargas era un radical yrigoyenista de Mendoza, lo mismo que el
diputado obrero Juan de la Torre. Ricardo C. Guardo era un
universitario porteño con simpatías yrigoyenistas.
Dos punteros porteños fueron los diputados Elisardo
Soneyra y Bernardino H. Garaguso, que más tarde
sería intendente de Buenos Aires.
Por último debe mencionarse a quienes se
incorporaron al peronismo desde la mítica "Fuerzas de
Orientación Radical de la Juventud
Argentina" un grupo de intelectuales del nacionalismo
popular de izquierda que disolvió voluntariamente el 15 de
noviembre de 1945 cuando muchos de sus miembros decidieron
sumarse a las huestes de Perón. De sus filas salieron
gobernadores, diputados nacionales y hasta ministros. Entre los
que se destaca el abogado, publicista y sociólogo Arturo
Jauretche, presidente del Banco de la
Provincia de Bs. As. durante la gobernación de Domingo
Mercante y presidente de Eudeba en la breve gestión
de Héctor J. Campora., poco antes de su muerte.
El tercer nucleamiento que apoyo la candidatura de
Perón fueron los Centros Independientes o Partido
Independiente. En este nucleamiento militaron algunos sectores
que no se sentían cómodos en el ambiente
gremial o se encontraban distanciados del radicalismo, en
especial dirigentes conservadores de la provincia de Buenos Aires
y del Interior, que rechazaban la Unión
Democrática. A ellos se sumaron algunos militares y
elementos realmente independientes que hacían sus primeras
armas en la
política. Los Centros Independientes surgieron
espontáneamente después del 17 de octubre de 1945 y
de allí salieron dirigentes de gran importancia como
Héctor J. Campora, José E. Visca y Héctor
Sustaita Seeber.
El Partido Independiente respondía a
conducción de dos dirigentes provenientes de las fuerzas
armadas. Por un lado, el general Filomeno J. Velázco, un
viejo amigo de Perón desde el Colegio Militar, desempeño el estratégico cargo de
Jefe de Policía de la Capital durante los sucesos del 17
de octubre, los hombres a su cargo no hicieron nada para
obstaculizar la movilización popular. Durante la
presidencia de Perón fue gobernador de Corrientes y
senador nacional por dicha provincia.
Por el otro lado, estaba el contralmirante Alberto
Teisaire, uno de los muy escasos jefes de la marina que
apoyó inicialmente a Perón. Fue senador por la
Capital federal, desplazando al candidato laborista Luis F. Gay
en 1946. Teisarire fue por muchos años Presidente
Provisional del Senado. En esa época su más
estrecho colaborador era un joven periodista de nombre Bernardo
Neustad.
En Abril de 1954 fue elegido Vicepresidente de la
Nación, ante la vacante que dejó el fallecimiento
de Hortensio Quijano. Con posterioridad al alejamiento del
coronel Domingo Mercante, "el hombre de
la lealtad" como segundo hombre en la jerarquía del
Partido, Teisaire estuvo a cargo de la Presidencia del Consejo
Superior del Partido Peronista, donde aseguró el control
partidario con intervenciones a los distritos díscolos,
eliminación de todo vestigio de democracia interna, purgas
de dirigentes, etc.
La existencia de una coalición tan
heterogénea como la que apoyo a Perón en 1946
sólo fue posible por el prágmatismo y flexibilidad
que evidenciaba la conducción estratégica del nuevo
líder. Posiblemente, su dominio de la conducción
militar como sus conocimientos de táctica y estrategia
fueron muy valiosos en ese momento. Lo cierto es que en los
hechos Perón demostró ser muy flexible,
adaptándose a las posibilidades de la situación. En
algunos casos debió sacrificar o posponer sus proyectos e ideas
con tal de atraer a todos los potenciales aliados, acrecentando
así su poder político. Por otra parte, se trataba
de la exacta aplicación a la esfera política del
principio estratégico de la economía de fuerzas.
Fiel a ello, el coronel Perón trató siempre de ser
superior en el lugar donde se buscaba la decisión porque
si eso consigue la acción se inclina a favor de uno, salvo
que la fatalidad lo haga fracasar.
Tal predisposición a la formación de
alianzas se hizo evidente desde el mismo momento de la
formación del Partido laborista. La actitud de
Perón hacia el naciente partido no parece haber sido sino
muy entusiasta. Cuando una delegación concurrió a
darle la noticia, "nada dijo que pudiera interpretarse como que
estaba de acuerdo con nuestra conducta
–dice uno se sus integrantes- Siempre gentil, se
desvió con habilidad del tema (…) El vicepresidente del
Partido Laborista invitó aquella tarde al coronel Juan D.
Perón a que fuera el primer afiliado, pero él
declinó el ofrecimiento y postergó la
invitación para más tarde". Evidentemente,
Perón no quería atarse a un partido de incierto
porvenir y sus planes eran más amplios: "Tomó
lápiz y papel y dibujó un croquis con tres nombres:
Partido Laborista, Junta Renovadora Radical y Partido
Independiente –de este último no teníamos
conocimiento
de su existencia-. Nos dijo: estos tres partidos tienen que
constituir el Movimiento Peronista Nacional, que yo debo
organizar y conducir en esta emergencia. La consigna tiene que
ser: hay que sumar y no restar"
Este sano eclecticismo conllevará –como se
ha dicho- a la formación de una coalición sumamente
heterogénea en cuanto a los intereses perseguidos por
diversos miembros que la integraban. La convivencia entre ellos
no fue nada fácil, sobreabundando los conflictos y
querellas intestinas, como se verá más
adelante.
La intención de Perón, y del grupo
estructurado a su alrededor, por tratar de obtener una base de
sustentación política parece haber estado presente
en todas sus acciones.
Diversos testimonio muestran esta intención. Veamos en
este sentido lo expresado por Bonifacio del Carril: "Al
día siguiente –8 de diciembre de 1943- tuvimos una
larga conferencia con
el coronel Perón. Entre otras cosas, Perón me dijo
textualmente: En este país se nace radical o se nace
conservador. Yo nací orejudo. Mi padre era orejudo, y mi
abuelo era orejudo. Pero yo no voy a ser orejudo, que son menos:
voy a ser radical y organizar un movimiento obrero para que apoye
oportunamente la solución electoral. Me dijo que todo
consistía en separar a los dirigentes de la masa
–cada vez que hablábamos de política
Perón preguntaba: ¿Dónde está la
masa?-. Y después, pegar a los nuevos dirigentes. "Para
eso lo necesito a usted y a sus amigos" agregaba guiñando
un ojo. Yo le contesté que me parecía posible
separar a los dirigentes de la masa, pero no tan fácil
pegar a los nuevos dirigentes. Perón sonrió: "Es lo
más fácil. Pongo el queso en la mesa, entro a
cortar, y verá usted como se pegan."
Otro de sus asiduos visitantes de esos tiempos, Arturo
Jauretche afirma que en el año 1944 Perón estaba en
la formación de un gran movimiento nacional con el
radicalismo yrigoyenista. Por ese entonces Perón, en una
alocución a oficiales del ejército, se
refería al radicalismo en los siguientes términos:
"El Partido Radical es la gran fuerza que
perdura y que es poderosa. Pero su dirección es anticuada y se percibe un
movimiento para expulsar a los generales. Anticipamos una
revolución como la nuestra, que permitirá el acceso
de los hombres jóvenes a la dirección. Se trata de una fuerza
utilizable, si podemos encauzarla de manera que coopere con
nuestra obra. Estamos ocupándonos de ello y tenemos
confianza en su éxito."
Como hemos visto este intento de lograr un vuelco de la
Unión Cívica Radical al oficialismo fracasó,
ya que Perón sólo pudo atraer a un grupo de
dirigentes menores. El sector intransigente que más
combatió al alvearismo se opuso sistemáticamente a
Perón y permaneció en su totalidad dentro del
Partido. Si bien dentro de la UCR había sectores que
percibían la obsolescencia de su estilo político,
la perdida de sus otrora sólidos apoyos en la clase media
urbana que los hacían imbatibles en el campo electoral,
pero que no vislumbraban aún la forma de renovar sus
vínculos con el electorado.
En medio de este clima político polarizado se
produjo el pronunciamiento de una fuerza social politizada, que
habría de tener profundas implicancias políticas.
Nos referimos concretamente a la Iglesia
Católica. La introducción de la enseñanza religiosa en las escuelas
primarias mediante un decreto del gobierno militar había
granjeado a Perón la simpatía de la
jerarquía eclesiástica. Asimismo, la
política de apertura social del peronismo se colocó
bajo el signo de una cruzada enfatizándose la
colaboración de los distintos estratos sociales en aras
del bien común. Esto coincidía con los lineamientos
generales de la doctrina social de la Iglesia. El 15
de noviembre de 1945 el Episcopado Argentino dio a conocer una
pastoral con motivo de las próximas elecciones.
"Ningún católico –decía el documento-
puede afiliarse a partidos o votar a candidatos que inscriban en
sus programas los
principios siguientes:
1.- La separación de la Iglesia y del Estado
…
2.- La supresión de las disposiciones legales que
reconocen los derechos de la religión, y
particularmente del juramento religioso y de las palabras en que
nuestra Constitución invoca la protección de
Dios, fuente de toda razón y justicia; porque tal
supresión equivale a una profesión pública y
positiva de un ateísmo nacional.
3.- El laicismo escolar.
4.- El divorcio
legal"
Detrás de esta declaración se
escondía un velado apoyo al coronel Perón y
reforzó la posición del candidato oficial,
extendiendo sus influencias a las zonas rurales donde no pocos
sacerdotes se esforzaron por atraer adeptos hacia la nueva
causa.
Si bien no puede desconocerse su contribución a
la coalición peronista, es justo reconocer que la pastoral
de 1945, no es sino la reproducción de otro documento episcopal de
1931 en el cual se prohibía votar por la fórmula
presidencial compuesta por Lisandro de la Torre y Nicolás
Repetto, con lo que daba apoyo indirecto a la candidatura del
general Agustín P. Justo.
El apoyo de la Iglesia Católica fue aún
más evidente. Poco antes de las elecciones, el coronel
Perón fue invitado a una misa especial en la
basílica de Luján donde el obispo de esa
diócesis oró por la victoria peronista. A partir de
entonces el cardenal Copello sería presencia obligada en
todos los actos del peronismo, y el cardenal Caggiano,
organizador de la Acción Católica Argentina,
hacía ostensible su apoyo al régimen desde su sede
de Rosario. El sacerdote jesuíta Hernán Benitez,
confesor de Eva
Perón, el padre Virgilio Filippo, diputado peronista y
algunos católicos laicos de gran prestigio, como
Tomás Casares, Ministro de la Corte Suprema, fueron otros
tantos hombres del catolicismo incorporados al
peronismo.
Frente a la coalición peronista se fue
estructurando otra alianza social formada por el entretejido de
los grupos supervivientes del antiguo estilo de los notables con
la gran burguesía industrial y los sectores medios urbanos
de origen inmigratorio. Esta alianza se forjó ante el
temor por la movilización obrera y el rechazo hacia los
migrantes internos que formaban la base electoral sobre la que se
asentaría el peronismo. La Sociedad Rural
Argentina y la Unión Industrial –que habían
apoyado la Marcha de la Constitución y la Libertad y la
detención de Perón en octubre- eran las
organizaciones empresariales más activas de esta alianza.
Los empresarios estaban especialmente enfrentados con
Perón por la aplicación del decreto 33.302, del 20
de diciembre de 1945, que estableció un aumento de
sueldos, el pago del sueldo anual complementario o aguinaldo,
vacaciones pagas y el incremento de las indemnizaciones por
despido; y fueron el sostén económico de la
oposición.
La casi totalidad de los partidos políticos
tradicionales establecieron un acuerdo para formar un frente
electoral: la Unión Democrática. De ella
participaron la UCR, el Partido Demócrata Progresista, el
Partido Socialista, el partido Comunista y diversas fuerzas
conservadoras –excluyendo al Partido Demócrata
Nacional al cual no se aceptó formalmente en la alianza
por oposición del radicalismo, pero que sin embargo la
apoyó decididamente-. Estos partidos acordaron apoyar la
fórmula presidencial elegida por la Convención
Nacional de la UCR formada por los veteranos dirigentes
antipersonalistas José P. Tamborini y Enrique M. Mosca. La
Unión Democrática también adoptó la
plataforma radical de 1937, con algunas
modificaciones.
La Unión Democrática no sólo
contaba con el apoyo de los partidos políticos
tradicionales. "La prensa
independiente –nos dice Luna, por entonces militante de la
Unión Democrática- apoyaba a Tamborini –
Mosca sin ninguna reticencia y la voz de sus dirigentes se
podía escuchar en todo el país a través de
las radios. Los más conocidos artistas de cine y el
teatro publicaban
sus adhesiones personales en Clarín, día tras
día, con su retrato, su firma y una frasecita de
circunstancias"
Un cálculo
del espacio dedicado por "La Nación" y "La Prensa" a la
información política en los dos
últimos meses de la campaña electoral indicaba que
mientras el peronismo recibía el 10%, la Unión
Democrática tenía el 90%. "Páginas y
páginas dedicadas a trasmitir, hasta la última
coma, la totalidad de los discursos, manifiestos y movimientos
democráticos, contrastan con los escasos párrafos
dedicados a reseñar la actividad del peronismo. Actos
peronistas cuya magnitud los convertía, de hecho, en
noticia, son despachados en diez líneas; los discursos de
Perón se sintetizan en un par de frases y cuando hay
información destacada sobre el peronismo es
para señalar un escándalo, una deserción o
un cisma en sus filas; el nombre de Perón era prolijamente
evitado y cada vez que se podía, los diarios usaban de
eufemismos como ‘un militar retirado que actúa en
política’, ‘un ciudadano que ha sido
funcionario del actual gobierno’, ‘el candidato de
algunas fuerzas recientemente creadas’"
A ello se sumaba el apoyo del gobierno de los Estados Unidos.
Principalmente a través del ex embajador norteamericano en
Buenos Aires, convertido en Subsecretario de Asuntos
Latinoamericanos del Departamento de Estado, Srpuille Braden.
Pocos días antes del comicio, el 11 de febrero de 1946, el
gobierno norteamericano dio a conocer un grueso informe titulado
"Consulta entre las repúblicas americanas respecto de la
situación argentina" –más conocido como
"Libro Azul"-
donde acusaba a Perón de simpatías
nazis.
Perón no dejaría pasar la oportunidad. El
12 de febrero, en un acto proselitista, no intentó negar
la acusación ni justificarse, simplemente replicó
con una demoledora consigna electoral destinada a hacer historia.
"Denuncio al pueblo de mi Patria que el señor Spruille
Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de
la Unión Democrática" […] "Sepan quienes voten el
24 por la fórmula del contubernio oligárquico
– comunista, que con este acto entregan el voto al
señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendental es
esta: Braden o Perón"
Así, la Unión Democrática
llegó a las elecciones dando la imagen en grandes
sectores de la población que su único programa
consistía en volver al estado de cosas imperante en el
país hasta junio de 1943. El tipo de personalidades que la
dirigían, sus candidatos, el tono general de la
campaña y sus apoyos, más o menos clandestinos,
contribuían a presentarla como algo regresivo,
anacrónico, intrascendente, al servicio del
capitalismo
más crudo y el imperialismo
más voraz…
Las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946
se efectuaron de acuerdo con lo establecido por la ley
Sáenz Peña y bajo el control de las fuerzas
armadas. La fórmula Perón – Quijano obtuvo
1.478.3772 votos y los candidatos de la Unión
Democrática, Tamborini – Mosca, 1.211.666. Cuando se
reunió el Colegio Electoral, Perón contaba con 304
electores y sus adversarios con 72. Asimismo, la diferencia
relativamente estrecha en los votos se tradujo de manera muy
distinta en la distribución de los cargos legislativos: el
peronismo contaba con 106 diputados y la oposición con
49.
A partir de su triunfo electoral, el futuro peronismo
debió enfrentar la necesidad de hallar un sistema de
organización política que unificara al conglomerado
de fuerzas políticas que se agrupaban en torno de la
figura de Perón, pero que mantenían profundas
diferencias entre ellas por cuestiones ideológicas y de
aspiraciones políticas personales. Como señalan
Floria y García Belsunce en tanto que la oposición
tenía una estructura nacional de apoyo en el tradicional
partido radical, el nuevo oficialismo debía establecerla
para asegurar el pleno aprovechamiento político de su
victoria electoral. Algunos de los seguidores de Perón
comprendían mejor que otros la necesidad de unificar
fuerzas en una única estructura partidaria. La construcción de esta fuerza política
unificada no sería un trámite de sencilla
concreción. Los dirigentes provenientes del radicalismo y
los sindicalistas nucleados en el laborismo representaron los
sectores menos dispuestos a la unificación. Las disputas
entre estos sectores databan de la definición de
candidaturas en la etapa previa a las elecciones y se agudizaron
en el periodo de organización del nuevo gobierno en que
cada formación política pretendía disputar
espacios de poder e imponer sus propios hombres en los cargos del
nuevo gobierno.
Perón debió tomar una enérgica
resolución y no dudó en hacerlo. En un discurso
radiofónico, pocos días antes de asumir la
presidencia el 23 de mayo de 1946, hizo referencia a la breve
pero intensa historia de conflictos y pujas internos que
caracterizaron al naciente movimiento y termina por ordenar: "1.-
la caducidad en toda la República de las autoridades
partidarias actuales de las fuerzas que pertenecen al movimiento
peronista; 2.- la
organización de dichas fuerzas como Partido
Único de la Revolución Nacional, tarea que
estará a cargo de los camaradas legisladores que forman
las autoridades –mesas directivas y presidentes de bloques-
de ambas cámaras legislativas nacionales; y 3.- esta etapa
sólo durará hasta que la masa partidaria elija
autoridades en comicios internos libres y puros"
La agonía del Partido Laborista, especialmente,
se prolonga hasta el 17 de junio, para finalmente desintegrarse
en el nuevo partido que no conservaba ninguna de las
características estructurales del laborismo. Sin embargo
un pequeño núcleo disidente encabezado por Cipriano
Reyes resistió la medida y terminó por alejarse del
peronismo.
La decisión de la conducción peronista de
disolver los partidos que habían posibilitado la victoria
electoral, puede comprenderse mejor al considerar que el Partido
Laborista reposaba fuertemente en los sectores obreros, y su
estructura hubiera podido crear una dependencia institucional del
peronismo con respecto de estos sectores, insuficientemente
contrarrestada por el débil brazo de la Unión
Cívica Radical o el insignificante grupúsculo
conservador que fueron sus aliados. Disolviendo esas estructuras
políticas de extracción radical y los caudillos
locales de las provincias, cada uno de los cuales proporcionaba
votos de distintas fuentes. Puede
decirse que Perón conducía una alianza
frágil, no una clase monolítica ni un movimiento de
masas. Con todo, el papel obrero dentro del estilo
político peronista continuó siendo muy importante
y, lejos de haber sido los sectores obreros cooptados a
través de este proceso, parecía que más bien
impusieron de hecho pesadas condiciones a su marcha ulterior,
obteniendo recompensas que resultaron ser irreversibles en la
historia futura del país –en términos de
institucionalización, poder de negociación, participación en la
distribución de la riqueza,
etc.-
Durante el año 1946 Perón se propuso
reunir todos los recursos
políticos dispersos, organizar sus fuerzas y definir un
programa político que sintetizó en tres consignas
que tendrían gran eficacia proselitista: justicia social,
independencia
económica y soberanía política. Con estas tres
"banderas" Perón lograba reunir la esencia de la
prédica nacionalista, de postulados socialistas y de
principios expuestos por el catolicismo social. La
oposición, mientras tanto, apenas reaccionaba de las
consecuencias de la inesperada derrota electoral.
El fugaz Partido Único de la Revolución
Nacional –PURN-, tampoco resultó la
organización adecuada para canalizar las distintas
fuerzas integrantes del peronismo. Por otra parte, la
denominación de "único" tenía demasiadas
connotaciones totalitarias para resultar adecuada. Finalmente el
14 de enero de 1947 un comunicado del PURN, que distribuyó
la Secretaría Política de la Presidencia de la
Nación, justifica la nueva denominación de "Partido
Peronista", en la insistencia ante Perón para que
permitiera usar su patronímico "Como bandera en la
formación del gran partido nacional". Félix Luna
–quien no oculta su poca simpatía por el peronismo-
nos explica el porque de la nueva denominación: "Pero hay
que reconocer que el nombre de Peronista era la única
solución para rotular una fuerza sin historia, compuesta
por un rejunte de elementos heterogéneos vinculados
solamente por la adhesión a su líder.
Todavía no había acuñado Perón la
palabra ‘justicialismo’, y sólo su nombre,
como un sello enérgicamente colocado sobre ese compuesto,
podía unificarlo. Fue un acto realista, pero a la vez
prefiguraba lo que sería en poco tiempo el nuevo partido:
un simple apéndice del Estado".
Una vez lograda la unificación de las fuerzas
peronistas, la primera Carta Orgánica Nacional, aprobada
en diciembre de 1947, estableció las bases de la
organización partidaria. Ciria nos dice que dos
artículos ilustran con claridad la naturaleza del
Partido Peronista. El artículo 1º señalaba que
el partido era una "unidad espiritual y doctrinaria" y que su
fuente de inspiración estaba constituida por la doctrina
del propio Perón que lo pone al servicio de la patria, el
régimen republicano de gobierno y la justicia social. En
su seno "no serían admitidas posiciones de facción
o bandería atentatorias de esa unidad"
La Carta Orgánica estableció como
elementos de base a las "Unidades Básicas" para
diferenciarlos de las denominaciones utilizadas por otros
partidos políticos. Perón explicó
años más tarde el porque de la nueva
denominación. En un discurso
pronunciado el 25 de julio de 1949 dijo a los delegados del
Partido Peronista "No queremos comités porque huelen
todavía a vino, empanadas y tabas, para que los usen
ellos. Lo que fue antro de vicio queremos convertirlo en escuela de
virtudes; por eso hablamos de ateneos peronistas, donde se eduque
al ciudadano, se le inculquen virtudes, se les enseñen
cosas útiles, y donde no se los incline al
vicio".
La Unidad Básica corresponde al tipo de
organización de base que Maurice Duverger denomina
"secciones". Las secciones son elementos de base menos
descentralizada que los comités. La Unidad Básica
no es más que una parte de un todo, cuya existencia
separada no es concebible. De hecho la experiencia muestra que los
partidos fundados en secciones son más centralizadas que
los partidos –como la Unión Cívica Radical-
fundados en comités. Pero la originalidad de las unidades
básicas estaba en su estructura y no en su
articulación entre sí. La unidad básica
–o sección- trata de buscar miembros, de multiplicar
su número, de engrosar sus efectivos. Si bien no
desdeña la calidad, la
cantidad importa antes que nada. La sección apela
permanentemente a las masas, trata además de guardar
contacto con ellas: de ahí su base geográfica, a
menudo más limitada que la del comité. Estos
funcionan sobre todo en el distrito; las unidades básicas
estaban constituidas en el marco de la comuna. En las grandes
ciudades tienden incluso a multiplicarse sobre la base del
barrio.
Finalmente, la permanencia de la sección se opone
a la semipermanencia del comité. Fuera del periodo
electoral, éste vive una fase de letargo en la que sus
reuniones no son frecuentes ni constantes. Por el contrario, la
actividad de la unidad básica, muy grande en época
electoral, continúa siendo importante y sobre todo regular
en el intervalo de los escrutinios. Las reuniones de la unidad
básica no tienen, por lo demás, el mismo
carácter que la del comité; no se trata sólo
de una táctica electoral, sino también de
educación política –proselitista, estudio,
difusión-. Oradores del partido tratan problemas frente a
los miembros de la sección; su exposición
es seguida de una discusión. Desde luego las reuniones
frecuentemente se desvían sobre las pequeñas
cuestiones locales y electorales, pero el Partido Peronista
intentó en muchos casos hacer lugar a los debates de
doctrina y de interés general.
Como la unidad básica constituía un grupo
más numeroso que el comité; poseía una
organización inferior más organizada. En el
comité, la jerarquía era un elemento muy disperso:
generalmente, la influencia personal de un "puntero"
–caudillo o boss-. A veces había funciones y
títulos oficiales: presidente, vicepresidente, tesorero,
secretario, etc. Pero no correspondía a una
división del trabajo rigurosa; había que ver en
ellas distinciones honoríficas. La jerarquía la
unidad básica por el contrario era más clara y la
separación de funciones era más precisa. Se
necesitaba una oficina
organizada para dirigir la asamblea de los miembros, que
comprendía al menos un secretario que asegure la
convocatoria de los miembros y la revisión de la orden del
día y un tesorero que se encargaba de las finanzas de la
unidad básica.
La unidad básica estaba concebida para organizar
a las masas, darles una educación política y forjar
en su seno elites populares. La sección
correspondía a esta triple exigencia. Frente al
comité radical, órgano de expresión
política de los sectores medios, la unidad básica
aparecía como el órgano normal de expresión
política de las masas.
Dentro de las unidades básicas debían
realizarse las elecciones de los integrantes de las juntas
provinciales. Estas elecciones por lo general no se efectuaron
porque desde un primer momento el Partido Peronista en las
provincias estuvo intervenido, es decir, que a partir de su
creación el Consejo Superior dispuso las intervenciones
temporarias en todos los distritos, pero éstas se hicieron
permanentes hasta la finalización del gobierno peronista.
Cada provincia funcionaba entonces con el interventor del Partido
Peronista, la delegada censista de la rama femenina y el delegado
de la Confederación General del Trabajo. La coordinación entre estos tres sectores la
realizaba el general Juan D. Perón, a quien se le
reconocía –así estaba estipulado en la Carta
Orgánica- como jefe máximo del partido y
tenía decisión sobre todas las cuestiones
partidarias. Con respecto a la elección de las
autoridades, éstas nunca fueron elegidas por el voto de
los afiliados, sucediendo lo mismo para la elección de
candidatos para cargos públicos. Quien fuera propuesto
debía ser afiliado al partido. En este aspecto el
peronismo conservó el rasgo introducido por el laborismo,
de adhesión reglamentada con padrinazgo obligatorio. Todas
las candidaturas nacionales y provinciales surgieron de reuniones
que se realizaban en la Capital Federal y que eran presididas por
el general Perón.
El Partido Peronista en su funcionamiento formal y real
no tuvo ningún punto de similitud con el Partido
Laborista. La autonomía y democracia propia de aquella
organización fueron reemplazadas por la verticalidad,
método de
toma de
decisiones que comprendía la manipulación,
subordinación y centralización política como medio
más eficaz que garantizaría el programa de
realizaciones de Perón y la seguridad
política del nuevo orden en formación.
Así fue aceptado por los sindicatos y por el
conjunto del movimiento obrero que no cuestionó la
verticalidad en la conducción política, fue
admitida como un hecho natural y necesario, como lo más
eficaz, más operante para que se realizara la
transformación social, económica y política
del país, y que garantizaría la rápida
solución de sus problemas más urgentes.
Para concluir el análisis del Partido Peronista parece
necesario incluir el análisis de algunos elementos de la
iconografía peronista que realiza Alberto Ciria en su obra
anteriormente citada "Política y Cultura
Popular: la Argentina peronista 1946 – 1955" a quien
seguimos en este punto: "El distintivo más difundido
–señala Ciria- de la primera época peronista
fue el conocido popularmente como escudito, que identificaba a
los leales. Su inspiración directa era el diseño
del escudo nacional".
"Si bien preservaba las referencias a la pica, el gorro
frigio, los laureles, el sol y hasta el
celeste y blanco de la bandera patria, con mínimas
alteraciones sobre el original, la mayor discrepancia estaba dada
por las manos estrechadas en sentido diagonal antes que el
horizontal del modelo: ello
podría sugerir la relación de subordinación
entre el pueblo unido y organizado y su máximo Conductor.
Por su parte, una versión infantil para alumnos de escuela
primaria explicaba así este ‘escudo de
valientes’. Dialogan un niño y un
adolescente.
"- Sobre los colores patrios,
dos manos se estrechan y sostienen el gorro de la
libertad".
"- ¿Por qué no están los dos a la
misma altura?"
"- Porque una trata de elevar a la otra. Es como si
tú cayeras y yo te ofreciera mi mano para levantarte. En
este escudo su significado es parecido. La mano del fuerte se
ofrece a la del desvalido. Además, esas dos manos unidas
simbolizan la hermandad".
"- El laurel significa la gloria,
¿verdad?".
"- Claro; y el sol naciente
el comienzo de una Patria Nueva".
"Entre otras manifestaciones de la confusión
entre movimiento y nación, el escudo peronista se
convirtió en símbolo oficial de la nueva provincia
Presidente Perón".
"Dentro del folklore de la
subcultura política peronista, la marcha "Los muchachos
peronistas" ocupó y ocupa un claro lugar de preferencia
desde aproximadamente 1948, si bien sus orígenes en cuanto
a música y
letra todavía carecen de pacífica
verificación. La canción reforzó el hondo
contenido emocional y simbólico de la relación
líder – partidarios antes y después de 1955.
Durante años se la prohibió, exhumó,
reactivó o sirvió para despertar afinidades
políticas ante su tarareo. A ese impacto no fue ajena la
grabación definitiva de sus estrofas por Hugo del Carril,
hacia 1949, que expresó la voz del peronismo en la
canción popular".
"El esquema de ‘Los muchachos peronistas’ es
simple:
- glorifica al Líder con el trato familiar de
los argentinos; el estribillo dice: ‘!Perón,
Perón, qué grandes sos! / ¡Mi general
cuánto vales! / ¡Perón, Perón, gran
conductor, / sos el primer
trabajador!’’; - la unidad del pueblo con amor e
igualdad, se
basa en los principios sociales de Perón, ‘que se
supo conquistar / a la gran masa del pueblo / combatiendo al
capital’; y - se debe imitar el ejemplo del jefe, ya que el
país con que soñó San Martín
és la realidad efectiva que debemos a
Perón"
El peronismo fue acumulando a través del tiempo
un complejo cuerpo doctrinario cuya esencia se consigna en
diversos documentos.
Así, por ejemplo, la Ley 14.184 –Segundo Plan Quinquenal-,
en su primera parte establecía la obligatoriedad de
acatamiento de la "doctrina nacional" para funcionarios y
ciudadanos. Definía el art. 3º: la Doctrina Peronista
o Justiciaismo "tiene como finalidad suprema alcanzar la
felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación, mediante
la Justicia Social, la Independencia Económica y la
Soberanía Política, armonizando
los valores
espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la
sociedad".
"La Doctrina Nacional debe orientarse hacia la
realización de la armonía y el equilibrio
entre los derechos del individuo y los derechos de la sociedad
para que la comunidad posibilite el máximo desarrollo
posible de los fines individuales de sus componentes"
–Doctrina Política Interna de la
Nación-.
"Los objetivos de la comunidad organizada solo pueden
ser alcanzados mediante la leal cooperación
económica y social entre el capital y el trabajo"
–Doctrina Social de la Nación-.
"El Plan General de Defensa Nacional debe establecer
particulamente la correlaciones necesarias entre las actividades
civiles y militares de carácter industrial" –
Doctrina de la Nación en materia de Defensa y Seguridad-.
"El gobierno y el Estado auspiciarán
preferentemente la creación y desarrollo de las empresas cuyo
capital esté al servicio de la economía en función
del bienestar social" – Doctrina Económica de la
Nación-.
"Las unidades regionales y continentales facilitan el
progreso económico general y el bienestar de los pueblos y
promueven la paz entre las naciones" –Doctrina
Política Internacional de la Nación-.
Esta doctrina peronista fue resumida en las denominadas
"Veinte Verdades del Justicialismo", leídas por
Perón el 17 de octubre de 1950 desde los balcones de la
Casa de Gobierno, son:
"1.- La verdadera democracia es aquella donde el
gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo
interés: el del pueblo.
2.- El justicialismo es esencialmente popular. Todo
círculo político es antipopular, y por lo tanto, no
es justicialista.
3.- El justicialista trabaja para el movimiento. El que
en su nombre sirve a un círculo o a un hombre o caudillo,
lo es sólo de nombre.
4.- No existe para el justicialismo más que una
sola clase de hombres: los que trabajan.
5.- En la Nueva Argentina el trabajo es
un derecho, que crea la dignidad del hombre, y es un deber,
porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que
consume.
6. Para un justicialista no puede haber nada mejor que
otro justicialista.
7.- Ningún justicialista debe sentirse más
de lo que es ni menos de lo que debe ser. Cuando un justicialista
comienza a sentirse más de lo que es, empieza a
convertirse en oligarca.
8.- En la acción política la escala de
valores de
todo justicialista es la siguiente: primero, la Patria,
después el movimiento, y luego los hombres.
9.- La política no es para nosotros un fin, sino
solo el medio para el bien de la patria que es la felicidad de
sus hijos y la grandeza nacional.
10.- Los dos brazos del justicialismo son la justicia
social y la ayuda social. Con ellos damos al pueblo un abrazo de
justicia y amor.
11.- El justicialismo anhela la unidad nacional y no la
lucha. Desea héroes, pero no mártires.
12.- En la Nueva Argentina los únicos
privilegiados son los niños.
13.- Un gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por
eso el peronismo tiene su propia doctrina política,
económica y social: el justicialismo.
14.- El justicialismo, es una nueva filosofía de
la vida, simple, práctica, popular, profundamente
cristiana y profundamente humana.
15.- Como doctrina política, el justicialismo
realiza el equilibrio del
derecho del individuo con el de la comunidad.
16.- Como doctrina económica, el justicialismo
realiza la economía social, poniendo el capital al
servicio del la economía y esta al servicio del bienestar
social.
17.- Como doctrina social, el justicialismo realiza la
justicia social, que da a cada persona su
derecho en función
social.
18.- Queremos una Argentina socialmente justa,
económicamente libre y políticamente
soberanía.
19.- Constituimos un gobierno centralizado, un Estado
organizado y un pueblo libre.
20.- En esta tierra, lo
mejor que tenemos es el pueblo."
La aparición del estilo político peronista
modificó la conformación de la clase
política argentina. En esta época toca a su fin el
predominio de un elenco dirigente, de carácter
restrictivo, en el que el origen, las relaciones de tipo
personal, la situación de la familia y
los clubes de pertenencia operaban como criterios de selección.
Como elemento supletorio el grupo aplicaba criterios de
reconocimiento, entre los cuales el primero era la habilidad para
los negocios, la
capacidad jurídica, el prestigio intelectual o el
éxito electoral. Pero la presidencia estaba reservada no
sólo a los grandes políticos que pertenecieran al
más alto estrato social. Esta elite dirigente
poseía gran cohesión interna.
La aparición del estilo político peronista
modificará –como veremos posteriormente- los
criterios de legitimidad imperantes. Así lo consigna el
sociólogo José Luis de Imaz en su libro "Los que
mandan" diciendo: "la nueva clase política que se instala
tras el triunfo electoral peronista no reconoce valores
adscriptos, y el régimen de lealtades que instaura nada
tiene que ver con el preexistente…" Los nuevos dirigentes
peronistas de 1946, constituyen un grupo de "accesión muy
alto, abierto, extenso, basado en el reclutamiento
amplio como hasta entonces no se había conocido" En 1946,
todavía el valor para el
ascenso era el exclusivo éxito. Pero este éxito
debía haberse producido en alguno de los cuatro campos
básicos sobre los que se estructuraría el
peronismo: las altas finanzas, la
actividad gremial y la política social, la experiencia
política comicial y las fuerzas armadas.
Las altas finanzas era un canal de ascenso relativamente
nuevo. La novedad consistía que en lugar de apoyarse en
los sectores cuya riqueza provenía de las actividades agro
– exportadoras como había sido la práctica
anterior, el peronismo reclutó sus apoyos en la naciente
clase industrialista que no eran exportadores sino importadores.
El ascenso al poder por medio de la carrera sindical era
también un fenómeno hasta entonces inédito y
que a partir del peronismo cambiaría a la clase dirigente
argentina. Menos innovador era el reclutamiento
de cuadros dirigentes marginales provenientes de la
política tradicional, en especial del radicalismo aunque
también del conservadurismo y socialismo -tal como se ha
señalado-. Por último, muchos cuadros
políticos y de la burocracia
estatal provenían de las fuerzas armadas. Se trataba en la
mayoría de los casos de militares en situación de
retiro que no habían culminado su carrera profesional
–entre los más destacados se encontraban el mismo
presidente y todos los gobernadores de la provincia de Buenos
Aires durante el peronismo, pero también legisladores,
diplomáticos y otros funcionarios menores-. Esto
también constituía una novedad. Al principio, el
nuevo sistema de lealtades era difuso, salvo para los militares y
quizás para los gremialistas. Con el tiempo, la
conexión estaría dada por el tipo particular de
liderazgo que
implementó Perón y la adopción
del "führerprinzip".
9. El
führerprinzip o culto a la personalidad
En el siglo XX, la democracia es la doctrina dominante
que define la legitimidad del poder. Los partidos están
obligados a tenerla en consideración debido a que
actúan en el terreno político, donde la referencia
a las doctrinas democráticas es constante. Las creencias
relativas a la legitimidad tienen un carácter general, que
es válido para todos los grupos
sociales: pero se aplican más inmediatamente al Estado
democrático y que trata de conquistar la adhesión
de las masas. Consideran el poder democrático como el
único legítimo. Debe tenerse mucho cuidado, pues,
en darse una dirección en apariencia
democrática.
Los líderes políticos anteriores a
Perón, en especial Roca e Yrigoyen, se basaron en el
principio de liderazgo democrático. Podrá acotarse
que Roca, con su pasado militar, conducía en forma
más autoritaria mientras que Yrigoyen era más
permisivo y explotaba más su perfil carismático.
Pero ambos eran respetuosos de las formas
democráticas.
Perón, por el contrario, aunque llegó al
poder por medios democráticos inmediatamente
comenzó a implementar un estilo de liderazgo propio que
tiene más vinculaciones con el "führerprinzip", es
decir con el principio de conducción adoptado por los
líderes fascistas o autoritarios. Esta afirmación
no significa en modo alguno identificar al peronismo con el
fascismo
europeo o con la figura del "hombre fuerte latinoamericano" que
se perpetúa eternamente en el poder al estilo de un
Stroessner, un Somoza o un Castro. Pero tampoco se pueden
desconocer los rasgos autoritarios y el culto a la personalidad
que imperó en la etapa inicial de la historia del
peronismo.
En esta versión vernácula del
"führerprinzip", o principio del líder que
adoptó el peronismo, la dirección suprema del
"Movimiento" quedaba en manos de un jefe –Perón- que
circunstancias providenciales habían colocado en
posición tal que sólo el podía asumir la
dirección suprema de la nueva formación
política. La mayoría de los autores afirman que sin
lugar a dudas el tipo de liderazgo implementado por Perón
se identifica con la figura del líder carismático
de la tipología de Max Weber. La
autoridad del
líder proviene de su persona, de sus
cualidades individuales, de su propia infalibilidad, de su
carácter de hombre providencial. El predominio de tal
criterio de legitimidad tiene por consecuencia que la
selección por el jefe del partido en virtud de su
soberanía propia, sea el mecanismo adoptado para la
promoción de los dirigentes
partidarios.
Perón conoció en forma directa la Italia Fascista
en 1939 donde fue enviado por el Ejército a especializarse
en tropas de montaña. El naciente peronismo se
inspirará sin lugar a dudas en el estilo político
fascista. Así, el peronismo se apoyó en la natural
aspiración de las masas hacia el poder personal y
paternalista para reforzar la cohesión del movimiento y
asentar su estructura. La personalización del poder fue
acompañada por la divinización de la figura del
líder –y de su esposa-. El general Juan D.
Perón era infalible, infinitamente bueno y sabio; toda
palabra, toda sentencia por él formulada era verdad
absoluta; toda sugerencia proveniente de él era ley del
partido. Eva
Perón resume esta caracterización diciendo:
"Perón es el aire que
respiramos. Perón es nuestro sol. Perón es vida".
Las técnicas
modernas de la propaganda
permitían conferirle una extraordinaria omnipresencia:
gracias a la radio su voz
penetraba en todas partes, su nombre se utilizaba para denominar
provincias, localidades, hospitales y hasta buques de guerra, su
busto estaba en todos los edificios públicos y su retrato
presidía cada hogar peronista. Después de la muerte de
Eva Perón fueron muchos los hogares humildes que contaban
con un altar improvisado en donde se rezaba a "Evita" y se le
pedían favores y milagros como si fuera una
santa.
Mediante la implementación de este estilo de
liderazgo en que se personalizaba el poder, Perón ligaba a
su persona a la mayor cantidad posible de personas, grupos y
organizaciones; contaba, en la práctica, con facultades
absolutas sobre todas las instituciones y factores de poder. En
muchos casos no era necesario que expresara sus deseos o su
posición frente a un tema o cuestión determinada,
pronto aparecían entre los más fervientes de sus
partidarios "intérpretes" de su voluntad o pensamiento
que tomaban sus propias iniciativas e incluso iban más
allá de lo que el mismo Perón deseaba o se
atrevía a realizar.
Es imposible concluir este análisis del liderazgo
peronista sin una referencia a las grandes movilizaciones
populares que se convirtieron en un signo característico
del peronismo y de allí se proyectaron a todos los
ámbitos de la vida política argentina. Las
movilizaciones populares –en especial a la histórica
Plaza de Mayo- se convirtieron en la forma de expresión
del estado de ánimo popular y sirvieron tanto para
conmemorar la transitoria recuperación de nuestras
Islas Malvinas
en 1982 o para celebrar la obtención de un campeonato
mundial de fútbol.
Tomadas posiblemente de los mitines romanos que Benito
Mussolini organizaba frente al Palazzo Venezia las movilizaciones
populares del peronismo eran más imponentes. Las mismas
tenían lugar en determinados días –el 1º
de Mayo Día de los Trabajadores o el 17 de Octubre
bautizado como "Día de la Lealtad", entre otros- que por
ese motivo eran declarados feriados, a raíz de
algún suceso fuera de lo común, como por ejemplo
antes de las elecciones o después de alguna
conmoción política, cuando el general Perón
quería impresionar a sus opositores con una muestra
pública de apoyo popular. A estas manifestaciones, que
eran objeto de una intensa preparación
propagandística, acudían miles de partidarios de
los sectores populares, desde los suburbios del Gran Buenos
Aires. La masa iba colmando lentamente la histórica plaza
con frente a la Casa Rosada y desplegaba grandes carteles y
banderas con retratos y citas del presidente. Con frecuencia
debían esperar largas horas hasta el comienzo del acto y
hasta que los primeros oradores habían pronunciado sus
discursos. Sólo después aparecía el general
Perón acompañado de Eva Perón y los
principales ministros del Gobierno, en el histórico
balcón de la Rosada, en respuesta a los impacientes
reclamos de la multitud. Esta los recibía con gran
algarabía, en la cual se mezclaban gritos, bocinazos y el
ensordecedor acompañamiento de los bombos. El aplauso y el
griterío de aprobación se repetían y se
intensificaban después de los pasajes particularmente
vibrantes o provocativos de los discursos pronunciados por ambos
líderes. Para los que no podían acudir a la Plaza
los discursos eran transmitidos por la radio. En esos
casos las distintas emisoras obligatoriamente debían
suspender su programación del día e integrarse a
la "cadena oficial" para transmitir el discurso
oficial.
Un acérrimo opositor a Perón, el ex
diputado radical Raúl Damonte Taborda nos brinda el
siguiente testimonio de un acto oficial en tiempo del peronismo:
"Las calles adyacentes están abarrotadas de camiones,
ómnibus, ‘colectivos’ y toda suerte de
carruajes mecánicos en que han sido transportados
‘los grasas’, ‘los puntos’, ‘los
desgraciados’, ‘la negrada’, ‘los
chupamedias’, como los penates peronistas designan, no sin
cariño, a las huestes, que se van agrupando en la Plaza de
Mayo, presentándose a los capataces que, lápiz y
libreta en mano, controlan la llegada de los distintos barrios,
comités, fábricas, reparticiones públicas,
agrupaciones, células,
sindicatos, villas, ciudades y provincias. Desde camiones
asediados por la muchedumbre se reparten refrescos,
‘sandwiches’, empanadas o chorizos calientes y
chorreantes presas de asado. Se intercambian gritos, risotadas,
exclamaciones, juramentos. Los altavoces atronan el espacio,
caldeando, con música popular, que
locutores rápidos y nerviosos matizan con frases
retumbantes: ¡Cien mil personas! ¡Doscientos mil
personas llenan la histórica Plaza de Mayo! ¡Siguen
llegando las multitudes! ¡Se aprietan trescientas mil
personas que van a decir, emocionadas, al líder
‘Presente’". En otro párrafo
agrega: "Cada año, el 17 de octubre, hay un gran
espectáculo en la Plaza de Mayo, y las muchedumbres
corean: ‘¡San Perón! ¡San
Perón!’ ‘¡Mi General, cuánto
valés!’ Los coros y la escenografía
permanecen casi inmutables. ‘San Perón’
anuncia siempre que el día siguiente es feriado, con
salarios
pagos".
Otro testimonio -también de un opositor
acérrimo- lo brinda el escritor Jorge Luis
Borges: "Recuerdo las melancólicas celebraciones del
día 17 de octubre. El dictador traía a la Plaza de
Mayo camiones abarrotados de asalariados y adictos, por lo
común de tierra
adentro, cuya misión era
aplaudir los toscos discursos; los cuales eran tremebundos cuando
todo estaba tranquilo, o conciliadores y pacíficos si las
cosas andaban mal…"
En algunas ocasiones, mientras Perón hablaba a
las masas populares reunidas en la Plaza de Mayo se dejó
llevar por la situación o por ciertos incidentes y
terminó incitando a los manifestantes a la realizaciones
de acciones
violentas. Así ocurrió, por ejemplo el 15 de abril
de 1953 –Perón también se descontroló
el 1º de mayo de 1974 cuando expulso a los sectores de la
izquierda peronista de la Plaza de Mayo- cuando el presidente
hablaba en un acto organizado por la CGT. En ese momento
estallaron varias bombas que
provocaron siete muertos y 93 heridos, en ese momento el clamor
creciente de la multitud, lo llevó a agregar
–según relata Luna- lo siguiente:
- ¡Compañeros! Podrán tirar muchas
bombas y hacer
circular muchos rumores, pero lo que nos interesa a nosotros es
que no se salgan con la suya. ¡Y de esto,
compañeros, yo les aseguro que no se saldrán con
la suya! ¡Hemos de ir individualizando a cada uno de los
culpables y les hemos de ir aplicando las sanciones que les
correspondan! ¡Compañeros, creo que según
se puede ir observando, vamos a tener que volver a la
época de volver a andar con alambre de fardo en el
bolsillo…!"
"La gente, ahora enardecida, corea: ¡Perón!
¡Perón! y ¡Leña,
leña!"
- "Eso de la leña que ustedes me aconsejan,
¿por qué no empiezan ustedes a
darla?"
Esa noche grupos de exaltados atacaron e incendiados la
"Casa del Pueblo", la sede del Partido Socialista, la "Casa
Radical", el "Jockey Club", ante la indiferencia de la
policía y la demora de los bomberos. También
intentaron atacar el "Petit Café",
la por entonces célebre confitería de Santa Fe y
Callao –donde se reunían grupos antiperonistas
pertenecientes a la alta clase media- y el diario "La
Nación". Días más tarde la policía
responsabilizó por las bombas en Plaza de Mayo a un grupo
opositor integrado por militantes radicales.
El culto al líder era organizado y manejado
fundamentalmente por los medios de
comunicación, en parte en manos del Estado, en parte
mediante el holding ALEA. Había una serie de diarios
–Epoca, La Razón, Crítica, Noticias Gráficas, El Mundo, Democracia- multitud de
revistas y cuatro estaciones de radio. El Estado también
ejercía el control de las restantes estaciones de radio y
podía ordenarles unirse a la red oficial en cualquier
momento. La función de este aparato de difusión
consistía en suministrar a todas las creaciones y triunfos
nacionales el sello de autoría peronista y de esa manera
"teñir" de peronismo a todo el acontecer político,
económico, cultural o deportivo. Puede decirse que
Perón no ahorró esfuerzos para que su nombre se
convirtiera en sinónimo de Argentina en todos sus aspectos
y manifestaciones.
Estas medidas sólo tuvieron algún efecto
sobre los sectores populares, a los cuales al parecer estaban
destinadas, a juzgar por la escasa sutileza del mensaje. Con la
elite y los estratos medios, en cambio, su éxito fue muy
escaso. Estos sectores no sólo se burlaban de las absurdas
caracterizaciones de aquella adoración desmedida sino que
encontraban particularmente molesto el uso excesivo de los
nombres del primer mandatario y su esposa para denominar cuanto
había de importante en el país. El desmedido culto
a la
personalidad contribuyó en gran medida a alimentar
– o justificar- el antiperonismo. Así años
más tarde Jorge Luis Borges
hablaría ácidamente del mito del
"primer trabajador y el hada rubia".
El principal motivo de burla y de descrédito del
régimen era la desmedida obsecuencia cortesana y la torpe
adulación de que era objeto la pareja gobernante y que,
después de 1950, fue invadiendo más y más
todos los discursos de los miembros del régimen. El
general Perón era demasiado inteligente para no comprender
la competencia de
adulación que ejercían quienes le rodeaban. Pero,
muy posiblemente la sinceridad de estas declamaciones le
importaba muy poco. Peter Waldmann señala con mucho
criterio que sólo le importaba la declaración en
sí, es decir, la demostración de admiración
personal, que manejaba el culto a la personalidad
como un ritual obligatorio por lo menos para sus partidarios.
Aquellos que integraban el círculo íntimo de
funcionarios peronistas –o aspirara a formar parte de
él- debía esforzarse para encontrar nuevas formas
de demostrar su adhesión incondicional a Perón.
Cuanto más imaginativas y estrafalarias fueran las
imágenes, tanto más entusiasta era
el aplauso que recibían. En muchos casos Perón
acentuaba aún más el efecto de estos elogios con su
aparente actitud de modestia. Los antiperonistas recurrían
al humor para burlarse de la obsecuencia de algunos funcionarios.
Así por ejemplo se relataba una conversación entre
el Presidente y el gobernador de la provincia de Buenos Aires el
mayor Carlos V. Aloé –este último era un
blanco permanente de los antiperonistas quienes lo tildaban no
sólo de ignorante sino también de obsecuente-, o
del presidente de la Cámara de Diputados, Héctor J.
Cámpora, como la siguiente:
- Che Camporita, ¿qué hora es?,
preguntaba Perón mientras caminaban por la quinta de
Olivos con el gobernador de la Provincia de Buenos
Aires. - "¡La que usted quiera mi general!" ¡La
que usted quiera!, se apuraba a responder el servicial
Diputado.
Waldmann opina que las manifestaciones del culto a la
personalidad tenían, por un lado la función de un
control político del grado de adhesión y lealtad de
sus partidarios. Para entender esta función debemos tener
presente que no se toleraban las críticas a la
conducción entre los peronistas y que cualquier
expresión de este carácter o de descontento era
considerada como una forma de complicidad con la
oposición. La importancia concedida por Perón a la
unanimidad de todos los miembros de su movimiento y la
subordinación de éstos bajo su conducción,
no sólo tuvo por consecuencia la total ausencia de
impulsos críticos sino que podrían haber
contribuido a la rectificación y mejoramiento de su
sistema de gobierno. Lo más peligros para él era
que, de esta manera, no podía saber hasta que punto
contaba con el apoyo de su gente. Esta deficiencia era
compensada, en parte, por la apelación al culto de la
personalidad, pues la magnitud y el contenido de los pasajes
consagrados a honrar a Perón, en los discursos de
políticos y funcionarios peronistas, podían
considerarse como un seguro indicador
de la conformidad política del individuo en
cuestión. La ventaja decisiva de esta prueba de lealtad
consistía en que, merced a él, se mantenía
en pie la ficción de unanimidad, de total acuerdo en la
orientación política e ideológica de todos
los peronistas. Hasta cierto punto, cumplía las funciones
de informal medidor del clima político, pues brindaba a
Perón la posibilidad de percibir en que medida contaba con
el apoyo de sus partidarios, sin por ello renunciar ante los
opositores a sus pretensiones de unidad total de su
movimiento.
Al tratar el papel que el mito del
líder desempeño dentro del estilo político
peronista no podemos pasar por alto el fenómeno que Floria
y García Belsunce denominan "la diarquía peronista"
haciendo referencia al liderazgo bicéfalo de Juan D.
Perón y María Eva Duarte de Perón.
Evidentemente la presencia de Eva Perón es un factor
relevante. Mujer singular,
dotada de una personalidad espontánea y arbitraria
–producto tanto
de sus orígenes humildes, de su presente juventud:
tenía 27 años al convertirse en Primera Dama y 33
al morir-, que coronaba una belleza impactante y frágil a
la vez, generaba adhesiones irracionales y odios también
irracionales.
Un testimonio de la condena que los sectores
antiperonistas realizaban –y aún realizan- de Evita
es la caracterización que de ella realiza Marcos Aguinis.
"Eva María Duarte de Perón irrumpió como un
cometa desbordado por la energía y el resentimiento.
Llevaba cicatrices de la marginación y la injusticia,
tenía envidia y necesitaba ser amada. Por sobre eso le
sobraba un rasgo decisivo: coraje. Cuando ingresó en el
poder evidenció apuro por desquitarse de sus carencias
pasadas, gozar de pieles, joyas y viajes,
hacerse obedecer por quienes gobernaban y maltratar a los
poderosos como ellos la habían maltratado; hasta insultaba
con palabrotas a los ministros que resistían sus
órdenes. Era bastarda, como bastardos fueron millones de
mestizos, el gaucho y Carlos Gardel y, a medias, el mismo
Perón. Le sobraba desenfado para convertirse en una
incontrolable diablesa".
Los citados autores destacan el papel de mediadora que
cumplía "Evita" dentro del estilo peronista, entre
Perón, el gran líder y su pueblo. Evita con su
espontaneidad superaba la rigidez de la burocracia partidaria y
oficial, y –según una arriesgada pero sugestiva
tesis- como
fenómeno psicosocial dicho rol implicaba una copia
deliberada e inconsciente del marianismo. Al mismo tiempo, a
través de la Fundación que llevaba su nombre, Eva
Perón cumplía con el propósito del peronismo
de cambiar la "caridad" por la "ayuda social" que constituyera un
remedio práctico a las desigualdades sociales, atenuando
los aspectos más agraviantes de esas
diferencias.
José Luis Romero, un historiador crítico
del peronismo ha caracterizado el accionar de Eva Perón
diciendo: "Introdujo en la política argentina un acento
nuevo (…) Era el acento de los viejos caudillos populares pero
impregnado de una sentimentalidad protectora que, sin duda,
despertaba en las clases populares un eco que nosotros no
sospechábamos. Si fue sincera o no, no lo sé ni ya
importa. Hoy es un símbolo –quizá un poco
desvanecido- de una manera nueva en la Argentina de percibir lo
político en la que se mezclan lo ideológico y lo
sentimental. Durante varias décadas –o acaso siglos-
hemos sido incapaces de percibirlo. Quizás fuera necesaria
una voz tan dulce, y al mismo tiempo, tan áspera como la
de Eva Perón para que lo aprendiéramos"
En la práctica llegó a constituirse, pues,
una suerte de coparticipación en el poder, en la que el
papel de Eva Perón –sin cargo oficial alguno- era
decisivo para el dinamismo interno del régimen, de
ahí que su muerte trastornase al peronismo y al hombre que
detrás del líder pareció perder desde
entonces su pleno equilibrio emocional.
Es imposible analizar el estilo político
peronista entre 1943 y 1955 sin incluir el papel que dentro de
él se asignaba al Estado. De hecho, la principal meta del
general Juan D. Perón fue cambiar la estructura del
sistema político argentino. El uso que del aparato estatal
hacían los estratos superiores, que veían en ello
casi una atributo natural de su posición en la sociedad,
comenzó a chocar con la creciente resistencia de
los estratos más bajos. Para que esta protesta
–todavía apenas articulada- no se transformara de
buenas a primeras en una actividad revolucionaria capaz de
desintegrar el sistema, era necesario corregir las estructuras
políticas, hacerlas más abiertas y
flexibles.
El estilo político peronista aportó esa
corrección, pero no se detuvo en eso: contenía el
plan de liberar al Estado, en general, de su estrecha
ligazón con los factores sociales de poder e instalarlo en
el punto de intercesión de las relaciones entre los grupos
sociales. Ya no debía ser patrimonio
más o menos exclusivo de los sectores que tuvieran
más fuerza en una coyuntura política determinada,
sino que debía cumplir un papel de arbitro entre los
distintos sectores, sin una directa dependencia de ninguno de
ellos. A tal efecto el Estado debía tener una mayor
intervención en el ámbito económico y social
para marcar el rumbo de los procesos
políticos.
Podemos decir que en alguna medida Perón era un
conservador lúcido. En muchos aspectos es evidente que el
propósito fundamental de su proyecto político era
prevenir los cambios sociales abruptos, y de ser necesario,
incluso impedirlos. Al respecto, en su célebre discurso en
la Bolsa de Comercio, en
agosto de 1944, Perón expuso su pensamiento en
tal sentido, diciendo: "Señores capitalistas, no se
asusten de mi sindicalismo,
nunca mejor que ahora estará seguro el
capitalismo,
ya que yo también lo soy, porque tengo estancia y en ella
operarios. Lo que quiero es organizar estatalmente a los
trabajadores, para que el Estado los dirija y les marque rumbos y
de esta manera se neutralizan en su seno las corrientes
ideológicas y revolucionarias, que puedan poner en peligro
nuestra sociedad capitalista en la posguerra".
El peronismo al plantear la concialiación de
clases para enfrentar las posiciones revolucionarias que
planteaban la lucha de clases, se convertía en un elemento
de estabilidad y de equilibrio de las distintas fuerzas sociales
del momento. Pocas medidas adoptadas por Perón
contenían un carácter antitradicionalista, o que
pretendiera acelerar el cambio social. Por lo general
pretendían restablecer, perfeccionar o continuar el
desarrollo de las condiciones estructurales preexistentes.
Aún en aquellas medidas que parecían más
revolucionarias y demagógicas es posible reconocer una
tendencia fundamentalmente conservadora en la
determinación de objetivos y de los medios empleados. En
este marco se encuadran las acciones del peronismo para
reorganizar a la sociedad y el Estado.
Por iniciativa suya, a partir de 1944, el gobierno
militar se convirtió en portavoz y defensor del movimiento
obrero. Por primera vez el Estado asignaba una particular
importancia a los trabajadores para proteger sus intereses. La
preocupación del gobierno por los problemas
sociales que afectaban a los sectores populares tuvo como
contrapartida un cambio de actitud de los trabajadores con
respecto al Estado y a sus representantes. El Estado dejó
de ser percibido como una estructura represiva exclusivamente al
servicio de los propietarios y capitalistas. Con la
aparición del peronismo los trabajadores comprendieron que
el Estado podía convertirse en un arbitro benévolo
que defendiera sus intereses frente a los patrones. Pero, para
convertir al Estado en un instrumento a su servicio, los obreros
se vieron impulsados a intervenir en el proceso político,
comprobando que su mayor participación convertía a
sus ideas y aspiraciones temas centrales de la gestión
de gobierno. En esta forma se incrementó el nivel de
conciencia política de los sectores populares y su
adhesión incondicional al peronismo.
La mayor conciencia política de los sectores
populares puede apreciarse en el incremento de la
participación electoral. En las elecciones de 1946
intervino un quince por ciento más de votantes que en las
elecciones nacionales de 1938. Como se ha visto en esa
oportunidad la coalición peronista se impuso por un
ajustado margen. En la primera legislatura peronista –tal
como se ha referido en detalle anteriormente- se convirtieron en
diputados un importante número de obreros y empleados, lo
cual permitió una importante transformación en los
elencos políticos nacionales. Un proceso de
renovación similar tuvo lugar en toda la administración
pública, desde los mismos despachos ministeriales. El
aumento del poder político de los sectores populares puede
apreciarse también en la expansión de la
sindicalización de los trabajadores. Durante los primeros
años posteriores a la revolución de junio de 1943
se incrementó en forma abrupta el número de
entidades sindicales, con la aparición de sindicatos en
actividades donde los trabajadores no tenían una
tradición en este sentido, como ser, locutores,
músicos, artistas, etc. Por el contrario, a partir de
1947, creció el número de afiliados. En una primera
etapa los afiliados pasaron de 500.000 a 1.550.000, hasta
alcanzar en 1950 a cinco millones de trabajadores
sindicalizados.
Si bien Perón apoyó la expansión de
la participación política de los sectores
populares, lo hizo en la medida en que podía capitalizar y
controlar esa participación. Así, por un lado,
introdujo el voto femenino, incluyó el derecho de
reunión en la Constitución Nacional,
estableció el voto directo en la elección
presidencial y en la de senadores. Mientras que, por otro lado,
mediante el culto a la personalidad y la introducción del "verticalismo" en la
conducción del Partido y del Estado subordinó esa
participación a sus intereses. Perón solía
desplazar en forma sistemática a los dirigentes
intermedios que demostraban el menor signo de independencia
política o que tan sólo se incrementaban su
importancia política. En esta forma se aseguraba que
la
comunicación dentro del movimiento peronista fuera
directa entre el líder o conductor y la masa conducida.
Las grandes concentraciones en Plaza de Mayo donde Perón
parecía dialogar con las masas contribuían a
acentuar esa tendencia.
12. El uso del
patronazgo oficial en el estilo peronista
Como muy acertadamente destaca Peter Waldaman, al
analizar el funcionamiento de la administración estatal en los países
en vías de desarrollo, actualmente la ciencia
política ha abandonado la creencia de que la corrupción, el soborno, la venta de cargos y
otras prácticas semejantes deben considerarse
anomalías del proceso político. Lentamente se fue
comprendiendo que, en ciertos países, están muy
difundidas y que, en determinados casos, hasta surgen de una
necesidad estructural. En el mundo en desarrollo el favoritismo,
el nepotismo y las maniobras comerciales han figurado siempre
entre los modelos de
conducta
más arraigados. Por eso no es sorpresa que numerosos
dirigentes y funcionarios peronistas hayan usado el cargo para
enriquecerse.
Así como en la época de los notables la
elite sacó provecho de su situación política
privilegiada para hacer uso del patronazgo oficial al igual que
harían los sectores medios durante la vigencia del estilo
político radical; durante el gobierno del general
Perón, los elementos en ascenso de los sectores populares
aprovecharon su flamante acceso al patronazgo oficial para
obtener ventajas. La conducta de Perón –al igual que
en su momento la de Roca y más tarde la de Yrigoyen-
estuvo de un todo de acuerdo con estas prácticas, al
demostrar su reconocimiento por el apoyo político
prestado, otorgando a sus adeptos cargos públicos,
comisiones, licencias y además ventajas materiales.
Sin embargo, debido a que los estratos que sirvieron al
general Perón como base de poder eran mucho más
amplios que aquellos sobre los cuales se apoyaron los gobiernos
minoritarios de las décadas anteriores, el número
de partidarios a recompensar era también mucho mayor. Por
lo tanto, la recompensa ya no podía adoptar una forma
más o menos discreta y legalista, como, por ejemplo,
había ocurrido entre 1930 y 1943, cuando la opinión
pública sólo se enteraba del enriquecimiento de
algún influyente funcionario público –que por
lo general ya contaba con una sólida posición
económica antes de acceder al cargo público- a
raíz de la ocasional divulgación de algún
escándalo de corrupción. En el peronismo ese
enriquecimiento tenía carácter público y
aparecía como una parte integrante de un amplio proceso de
redistribución de la riqueza y de integración social, lo cual
añadía a estos hechos una nota particular de cuasi
legalidad.
Por otra parte, el estilo peronista al ampliar
considerablemente la intervención del Estado en la
economía y en la sociedad toda, dispuso de una gama de
recursos materiales
para volcar al patronazgo oficial mucho mayor de la que se
encontraba al alcance de los gobiernos anteriores. El general
Perón empleó estos recursos para lograr la
adhesión absoluta de los elencos dirigentes –
políticos y sindicales – a persona.
13. Decadencia y
caída del primer peronismo
Hacia fines de 1947, se convirtió en un tema
recurrente entre los peronistas la idea de reformar la
Constitución Nacional, divulgada antes de las elecciones y
apoyada por la prédica nacionalista y antiliberal, pero
también conforme con quienes postulaban cambios
técnicos o la incorporación a su texto del
Decálogo del Trabajador y los Derechos de la Ancianidad.
Sin embargo, el tema que en rigor promovió la reforma fue
la reelección presidencial. A principios de 1948 se
habían formado ligas, grupos y organizaciones de toda
especie para proclamar la necesidad de que Perón siguiese
en el poder. Su mandato expiraba en 1952, de acuerdo con el Art.
77 de la Constitución Nacional, y la modificación
de esa cláusula fue el objetivo
aglutinante del peronismo. Aún cuando faltaban tres
años para los comicios del 51, era evidente que el
peronismo no aceptaba otra conducción que la de
Perón, y no confiaba en gestores que, asegurando la
permanencia del partido en el poder, permitiesen la
rotación de sus elites.
Con la sanción de la reforma constitucional del
11 de marzo de 1949 y la posibilidad de la reelección, se
originó dentro del movimiento peronista –en especial
entre los sectores sindicales- un grupo que impulsaba la
candidatura de Eva Perón a la vicepresidencia de la
nación. La candidatura de Eva Perón fue un hecho
político muy particular. Movilizó muchedumbres,
culminando en una impresionante manifestación: "El Cabildo
Abierto del Justicialismo" convocada por la C.G.T., el 22 de
agosto de 1951, que proclamó la vicepresidencia para la
"compañera Evita".
La C.G.T., conducida por José Espejo, un
incondicional de Evita, había trabajado duramente
organizando una multitudinaria peregrinación a Buenos
Aires desde los más apartados rincones del país,
proporcionando a los asistentes transporte,
alojamiento y alimentos
gratuitos. Finalmente se declaró una huelga general
para facilitar la concurrencia a la convocatoria. Su objetivo era
reunir una multitud de dos millones de personas. En consecuencia,
el lugar de la concentración fue la Avenida 9 de Julio, en
un escenario montado frente al Ministerio de Obras
Públicas.
El acto se inició con la exclusiva presencia de
Perón, a los efectos de permitir a la multitud reclamar la
presencia de Evita. El propósito del encuentro, era la
consagración de la fórmula Perón – Eva
Perón, tal como lo señalaba la convocatoria y los
carteles que decoraban el escenario. A las cinco de la tarde Eva
Perón se hizo presente y dirigiéndose a la multitud
señaló que estando Perón al frente del
gobierno el cargo de vicepresidente era tan sólo
honorífico y que el único honor al que ella
esperaba era el cariño de su pueblo. Ante la insistencia
de la multitud, Evita pidió cuatro días para dar
una respuesta definitiva. Pero, debido a la presión
ejercida por Espejo, incitando a los asistentes al acto a no
desconcentrarse hasta que la "abanderada de los humildes" diera
una respuesta, a las diez de la noche, finalmente Evita
consintió en hacer lo que pueblo le pidiera.
No obstante, no estaba dicha la última palabra al
respecto. En un discurso radial difundido el 31 de agosto Evita
comunicó su irrevocable decisión de no presentarse
como candidata a la vicepresidencia. "No renuncio a la tarea
–dijo Evita con voz desgarrada-, sino solamente a los
honores. […] No tengo… más que una sola y grande
ambición personal: que de mí se diga… que hubo al
lado de Perón una mujer que se
dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo, y
que a esa mujer el pueblo la llamaba, cariñosamente,
Evita".
Desde comienzos de 1950, aunque la gente lo ignoraba,
Evita se encontraba enferma de cáncer. No se había
atendido a tiempo, desechando el consejo de los médicos.
Cuando finalmente aceptó operarse fue demasiado tarde. Eva
Perón moriría tan solo once meses después el
26 de julio de 1952.
La candidatura de Eva Perón tuvo profundas
implicancias tanto dentro como fuera del movimiento peronista. En
las filas peronistas significó el alejamiento del ex
gobernador de la provincia de Buenos Aires, Coronel Domingo
Mercante, un hombre de absoluta confianza de Perón y uno
de los artífices del 17 de octubre de 1945, quien era el
candidato natural a la vicepresidencia. Fuera del peronismo
provocó una fuerte conmoción en las Fuerzas Armadas
que se negaban a aceptar la posibilidad de que una mujer pudiera
acceder a la presidencia de la Nación y por consiguiente a
la Jefatura de las Fuerzas Armadas.
Hasta ese momento, las Fuerzas Armadas eran –junto
a los sindicatos- las piedras básales del edificio
peronista. Por lo tanto el régimen les dispensaba un trato
especial en cuanto a sueldos, ascensos –se aumentaron los
cargos de oficiales superiores y se redujeron los de oficiales
subalternos- y prebendas varias. Esto significó entre
otros aspectos una política de reequipamiento y
adquisición de pertrechos militares de la Segunda Guerra
Mundial, aumentos de salarios
superiores al promedio, construcción de barrios militares y en
especial el irritante tema de las licencias para adquirir
automóviles. Perón, para cosechar voluntades entre
los militares, otorgaba a los generales y otros oficiales de alta
graduación licencias para importar vehículos. El
agraciado podía comparar el auto o vender la licencia con
una importante ganancia. El favoritismo que esta práctica
implicaba amargaba a quienes no resultaban agraciados, así
los oficiales subalternos solían calificar de "general
cadillac" a los mimados del régimen. Sin embargo, el
malestar entre los cuadros de oficiales comenzó con la
imposición de asistir a clases de "doctrina nacional",
nombre con el cual se pretendía encubrir el
adoctrinamiento peronista.
Otro motivo de malestar entre la oficialidad era el
tratamiento particular que merecían los suboficiales.
Perón que había servido como oficial en la Escuela
de Suboficiales Sargento Cabral conocía profundamente la
mentalidad y aspiraciones de los suboficiales. En 1948,
otorgó el derecho de votar a los suboficiales y
aplicó una política tendiente a jerarquizarlos con
buenos sueldos, viviendas y becas para sus hijos en el
prestigioso Liceo Militar. Tales halagos hacían sospechar
que se los pretendía captar como una suerte de "comisarios
políticos" por parte del gobierno. Los oficiales afirmaban
que estas prácticas atentaban contra la disciplina y
el orden jerárquico, esenciales para el funcionamiento de
las instituciones militares.
Mientras que un grupo de generales de alto rango –
Sosa Molina, Jauregui, Lucero y otros- se complotó para
"vetar" la candidatura vicepresidencial de Eva Perón. Otro
grupo –formado principalmente por oficiales jóvenes
encabezados por el viejo general Benjamín Menéndez-
pretendía ir más allá, se proponían
derrocar a Perón y retrotraer el reloj de la historia a
1943. Mientras que los primeros se conformaron con arrancar al
presidente la renuncia de Eva Perón, los segundos
decidieron pasar a la acción con el apoyo de varios
dirigentes civiles.
El 1 de agosto de 1951 estallaron bombas en varias
estaciones ferroviarias cercanas a Buenos Aires y se cometieron
algunos actos de sabotaje en las vías, sin mayores
consecuencias. Los responsables eran algunos ferroviarios que no
se resignaban a la violenta ocupación de "La Fraternidad"
por elementos peronistas, y jóvenes universitarios de la
FUBA vinculados al radicalismo, algunos de cuyos dirigentes, como
Miguel A. Zabala Ortiz, participaban también de la
conspiración de Menéndez y habían realizado
los atentados para crear el clima de inquietud necesario para
posibilitar el éxito del movimiento militar.
Si bien el jefe era el general Menéndez, un viejo
conspirador contra los gobiernos de Justo y Ortiz de ideas
nacionalistas, que después de una vida agitada marcada por
duelos, desafíos y conspiraciones, se encontraba en
situación de retiro, pero conservaba gran prestigio dentro
del Ejército y contactos con la oficialidad joven a
través de sus dos hijos, ambos oficiales de
caballería.
En realidad, el principal animador de la
conspiración había sido el general Eduardo Lonardi,
por entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército con
sede en Rosario, otro prestigioso militar del sector nacionalista
del Ejército que mantenía un antigua enemistad con
Perón donde no faltaban cuestiones personales.
Según relata Robert A. Potash en 1937, Lonardi
reemplazó a Perón como agregado militar en Santiago
de Chile.
Perón, que había dispuesto una transferencia de
materiales con violación a las leyes chilenas de
espionaje, dejó encargado a Lonardi que recogiera los
datos sin
informarle previamente acerca de la naturaleza o ilegalidad de la
operación. Lonardi cayó en una trampa que las
autoridades chilenas habían preparado a Perón, y
aquél fue arrestado y alojado en una comisaría de
policía de Santiago hasta que el embajador argentino pudo
lograr su libertad. El episodio estuvo a punto de interrumpir la
carrera militar de Lonardi, pero se le permitió continuar
en parte gracias a la intercesión de su amigo y
condiscípulo Benjamín Rattenbach, que estaba
relacionado con el ministro de Guerra.
Hacia fines de 1949, un grupo de oficiales, alumnos,
profesores y miembros del personal superior de la Escuela de
Guerra, inclusive el subdirector, coronel Pedro Eugenio Aramburu,
comenzaron a contemplar la idea de derrocar al gobierno. En
búsqueda de un oficial a quien pudieran persuadir de que
asumiera la jefatura del movimiento, pusieron sus ojos en el
general Lonardi a quien contactaron por medio del teniente
coronel Bernardino Labayru.
Lonardi comenzó lentamente los trabajos
preparatorios del alzamiento, la detención de un grupo de
oficiales implicados en la conspiración en junio de 1951 y
la vigilancia que las autoridades realizaban sobre Lonardi
obligaron a este a reducir su actividad. Entonces la jefatura del
movimiento pasó a Menéndez.
Menéndez consiguió el apoyo de varios
dirigentes políticos: Arturo Frondizi y Miguel A. Zabala
Ortiz de la UCR, el Américo Ghioldi por el socialismo,
Reynaldo Pastor por los demócratas nacionales, y Horacio
Thedy, de los demócratas progresistas, quienes se
comprometieron de diversa forma en los trabajos
conspirativos.
La eliminación de la candidatura de Evita
–y con ella, de la principal causa de descontento entre los
militares- sin duda influyó sobre las perspectivas del
golpe de Estado en marcha. El general Menéndez, sin
embargo, siguió firme en su posición y
planeó el golpe inminente. La conspiración se
realizó principalmente en la Escuela de Guerra y en
unidades navales y aeronavales.
El levantamiento del 28 de septiembre de 1951
fracasó por su inadecuada planificación y por su deficiente
ejecución. Puesto que daba gran importancia al secreto y
al factor sorpresa. Menéndez permitió que oficiales
comprometidos en el complot viajaran al interior sin saber que el
golpe era inminente. El y sus colaboradores contaban demasiado
con la improvisación y así no previeron que los
tanques del regimiento de Campo de Mayo, que esperaban copar,
necesitarían combustible, o que los suboficiales se les
opondrían. Las demoras ocasionadas por el
aprovisionamiento de los vehículos permitieron a un
oficial leal y a varios suboficiales entorpecer los planes y
alterar los tiempos calculados. Pero el error fundamental del
general Menéndez fue de cálculo.
Supuso que una abrumadora mayoría de militares opinaba
como él y que un valiente puñado de hombres, con un
simple desafío al gobierno, concentraría las
fuerzas necesarias para derrocarlo. Aunque así fuera, era
imprescindible un resonante éxito inicial para persuadir a
los indecisos a que tomaran parte en la acción. En ese
sentido, el anticuado uniforme de Menéndez, con sus
sesenta y seis años de edad y sus voces de mando
caídas en desuso –estaba retirado desde hacía
nueve años- causaron una penosa impresión entre los
oficiales. Además, la pobre columna de tres tanques y
doscientos hombres que salió de Campo de Mayo rumbo al
Colegio Militar no ofrecía demasiado incentivo a los
oficiales que simpatizaban con esa causa pero no estaban
resueltos a arriesgar por ella sus carreras.
Por su parte, los elementos civiles que habían
estado comprometidos en su casi totalidad y entre ellos
importantes dirigentes políticos, no habían
recibido a tiempo la información de la resolución
adoptada por el general Menéndez la tarde del día
27 de septiembre y por lo tanto habían quedado totalmente
marginados de los acontecimientos iniciados en Campo de Mayo en
las primeras horas del día 28.
El levantamiento de Menéndez fue escaso en cuanto
a su alcance geográfico, su carácter y su
duración. Sus objetivos principales eran las instalaciones
de la Aeronáutica y la Marina situadas al noroeste de la
Capital y la base aeronaval de Punta Indio. Sólo en Campo
de Mayo hubo algunas víctimas, y su escasa importancia
–el cabo Miguel Farina, fue abatido en un enfrentamiento
que también dejó cuatro heridos en ambos bandos-
indica que ese movimiento no estaba resulto a persistir hasta las
últimas consecuencias, sino que era un intento de explotar
la presunta disconformidad de los oficiales.
El general Lucero, ministro del Ejército, pudo
reunir una importante cantidad de fuerzas leales y hacer que el
general Menéndez se rindiera en horas. Mientras tanto, los
obreros peronistas, convocados por la C.G.T., se reunieron para
defender al gobierno de un ataque que nunca se produjo. Al
rendirse Menéndez, rebeldes de la Aeronáutica y
pilotos de la aviación naval que habían dejado caer
sobre la ciudad de Buenos Aires una lluvia de panfletos que
proclamaban el golpe de Estado abandonaron sus bases ante el
avance de las fuerzas leales y buscaron refugio en el Uruguay.
Ante las primeras noticias del levantamiento,
Perón firmó un decreto ordenando el fusilamiento de
todo militar sorprendido con las armas en la mano y estableciendo
el estado de guerra interno. El decreto, luego ratificado por el
Congreso en una rápida sesión, se mantuvo hasta el
derrocamiento de Perón cuatro años más
tarde, salvo los días de elección.
La consecuencia inmediata del levantamiento fue alterar
aún más el ya tenso clima político
argentino. Los peronistas acusaban cada vez con mayor hostilidad
a los opositores al gobierno de ser traidores aliados con las
potencias imperialistas. La oposición, por su parte,
encontraba dificultades que se agravaban sin cesar para hacer
oír su voz. Por ejemplo, durante la campaña
política previa a las elecciones del 11 de noviembre, los
partidos opositores actuaron con desventaja: se les negó
todo acceso a los programas
radiales. Sólo podían organizar reuniones al
aire libre con
permiso policial, y aun cuando lograban llevarlas a cabo, con
frecuencia eran hostigados por grupos de provocadores. Los
principales afectados fueron los miembros del Partido Socialista:
sus candidatos a la presidencia y vicepresidencia, así
como la mayoría de sus candidatos a diputados, estaban
detenidos o permanecían en la clandestinidad.
El impacto de la "chirinada" –como la
denominó Perón- de Menéndez en las fuerzas
armadas fue inmediato y profundo. Perón reemplazó a
sus ministros de Aeronáutica y de Marina, y se
ordenó una investigación de la conducta de cada
oficial y suboficial durante esa emergencia. Las consecuencias
abarcaron no sólo a quienes habían participado
activamente en el complot, sino también a quienes
tenían conocimiento del intento revolucionario y no
habían actuado con energía para reprimirlo. Dentro
del Ejército, se inició una depuración de
los elementos desafectos al régimen que involucró a
sus instituciones más prestigiosas, la Escuela Superior de
Guerra, la Escuela Superior Técnica y el Colegio Militar.
El gobierno expulsó a algunos alumnos cursantes, otros
fueron dados de baja y condenados a prisión, y a otros se
los obligó a pedir el retiro. Los generales que estaban al
frente de los tres institutos militares fueron reemplazados; uno
de ellos, el director del Colegio Militar, que se había
negado a sumarse a Menéndez, fue dado de baja y
sentenciado a tres meses de arresto.
El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas
enjuició por rebelión al general Menéndez y
a otros importantes partícipes de su movimiento. Aunque
las publicaciones peronistas reclamaban la pena de
muerte, el tribunal sentenció al general
Menéndez a 15 años de reclusión, a los
coroneles Bussetti -4 años-, Larcher –6
años-, Llosa –4 años-, Reimundes –3
años-, Repetto –5 años-, Pío
Elía –6 años-, Alsogaray –5
años-. El tribunal se abstuvo de aplicar la sanción
más severa de degradación, autorizado por el
código
de justicia militar.
De los restantes 104 jefes y oficiales juzgados
simultáneamente, a 45 se les aplicó condenas de 3 a
4 años de reclusión, con las accesorias de
destitución y baja. El resto tuvo condenas que oscilaban
entre el arresto de seis meses o menos y prisión hasta un
año. Otros 66 oficiales que no comparecieron ante la corte
marcial porque habían abandonado el país fueron
destituidos por rebeldía. Si se incluye a quienes no
fueron juzgados por esa corte pero que debieron retirarse
mediante procedimientos
administrativos, el número total de oficiales en servicio
activo que vieron interrumpida su carrera a consecuencia del
levantamiento del general Menéndez fue de alrededor de
200.
En el frente político, repercutió
inquietantemente la noticia de la compra, que por expresa
decisión de Evita, realizó la Fundación Eva
Perón, de 2.000 fusiles y 5.000 pistolas para su entrega a
la C.G.T. Empezaron a circular rumores sobre la posible
formación de una milicia obrera.
Evita hizo su última aparición
pública en la ceremonia en la cual Perón
prestó juramento como presidente por segunda vez;
ocasión, también, de la primera transmisión
televisiva de Argentina. Veintidós días más
tarde Evita moría.
Eva Perón era una pieza clave del régimen
peronista y resultaba evidente que ni su propia
desaparición física podía
alterar esta realidad. Tras un primer intento de ocultar su
enfermedad, cuando fue evidente que llegaría el momento de
su muerte se buscó la forma de realizar el mayor
aprovechamiento político de este hecho inevitable. Si
Evita viva era un centro de poder político autónomo
que cogobernaba con Perón sin ocupar cargo alguno dentro
de la estructura del Estado, al morir debía convertirse en
un icono del movimiento peronista. En esta forma su figura
alcanzaría la dimensión de un mito popular. El
régimen propició la construcción de un gran
monumento recordatorio donde reposarían sus restos
mortales. Inspirándose, posiblemente, en el tratamiento
dado al cadáver de Lenin en la Unión
Soviética, que tras su momificación, fue encerrado
en un monumento funerario situado en el centro de la Plaza Roja
de Moscú. El mausoleo de Lenin fue convertido en un
"centro de peregrinación" donde debían concurrir a
rendir su homenaje desde los escolares a los visitantes
extranjeros ilustres que visitaban la "patria del
socialismo".
A principios de julio de 1952, el Congreso
modificó una ley, aprobada en 1946, que disponía la
erección de un monumento al descamisado y por Ley 14.124
creó la "Comisión Nacional Monumento a Eva
Perón". El monumento a Eva Perón, sería
realizado conforme un proyecto presentado por el escultor
italiano León Tomassi y debía ser más alto
que la Estatua de la Libertad. El monumento se emplazaría
en los jardines de Palermo y una réplica del mismo se
erigiría en cada capital de provincia.
La construcción del mito de Evita comenzó
desde el momento mismo de su muerte con un apoteótico
entierro oficial preparado como un gran acto de masas donde el
dolor popular de la gente más humilde se mezclaba con la
espectacularidad propia de los fastos del régimen
peronista. Se cuidaron todos los detalles. Comenzó con un
velatorio de quince días en el Ministerio de Trabajo,
luego los restos fueron trasladados al Congreso Nacional donde se
exhibieron otros dos días. La comunidad organizada en
pleno –los trabajadores de la C.G.T., los cadetes de las
escuelas militares y las voluntarias de la Fundación Eva
Perón- custodiaba la cureña donde reposaba el
féretro y que era arrastrada por miembros de la C.G.T. y
rendía a la "Jefa Espiritual de la Nación" su
postrer homenaje, en una procesión multitudinaria que la
acompaño hasta lo que debía ser su morada
provisoria, el local de la C.G.T., el 11 de agosto.
Para ello, el gobierno supo utilizar muy bien el fervor
popular que despertaba la figura de Evita, que de todas maneras
hubiera ocupado un lugar destacado en el corazón de
los argentinos, como Carlos Gardel, Ceferino Namuncurá o
la Difunta Correa, para alentar una suerte de culto a "Santa
Evita". Este culto comenzó con intentos de canonizar a
Evita por parte de algunos, creció con la
imposición de luto obligatorio a obreros y empleados
públicos, pero alcanzó su verdadera
dimensión en los humildes hogares peronistas que
levantaron toscos altares para rezarle a Evita. El razonamiento
era sencillo, si Evita había hecho tanto por los pobres,
ahora que estaba junto a Dios como no iba a concederles un favor
a ellos.
Convertida Evita en un símbolo y bandera de lucha
del régimen, su cadáver adquirió un especial
valor político que lo llevaría a desempeñar
un papel singular en la historia política del país.
Este papel comenzó desde el mismo momento en que se
encomendó al doctor Pedro Ara su preservación y
embalsamamiento para convertirlo en un imperecedero objeto de
culto para los peronistas y por consiguiente en blanco del odio
de los antiperonistas. Ambos sectores pujarían
macabramente por la posesión de ese cadáver durante
los veinte años siguientes a su muerte.
Enfermedad y muerte de Evita
El día 9 de enero de 1950 mientras presenciaba la
inauguración de un local sindical en Dock Sud, Evita
sufrió un desmayo. No hubo información oficial
sobre el hecho ni pareció preocupante, dado el intenso
calor de la
jornada. Tres días más tarde, Evita era internada
en el Instituto del Diagnóstico y operada de apendicitis; poco
después retornaba a sus actividades habituales, sin
mostrar huellas aparentes del episodio.
Sin embargo, la versión que años
después brindó el cirujano que la operó,
establecía que fue en ese momento, a través de los
diversos análisis efectuados, cuando se evidenció
la existencia de un quiste probablemente canceroso en la matriz de la
enferma. El médico era el doctor Oscar Ivanissevich,
eminente cirujano y, además, en ese momento, ministro de
Educación. Pero, la sola sugerencia de que debía
someterse a una revisión más prolija y,
eventualmente, operarse de nuevo, chocó la férrea
negativa de Evita.
Es probable que, de haber sido intervenida en esa
oportunidad habría podido continuar su vida sin mayores
consecuencias. La madre de Evita había padecido el mismo
mal años atrás, y una oportuna extracción
quirúrgica terminó con su problema. De todas
maneras esto no ocurrió y la enfermedad siguió su
desarrollo.
Durante 1950 Evita desarrolló una incasable
actividad al frente de la Fundación Eva Perón y de
la "rama femenina" del peronismo. Evita se encontraba en el cenit
de su popularidad y de su influencia política. Estaba
rodeada por un grupo de incondicionales, como Héctor J.
Cámpora, Atilio Renzi, José Freire, y los
dirigentes de la cúpula de la C.G.T., José Espejo,
Isaías Santín y otros. También solía
frecuentar un grupo de poetas y escritores con los que cenaba a
veces.
Por ese entonces, su aspecto personal sufrió un a
gran transformación, la sobriedad en sus peinados y
vestidos inauguró un estilo despojado, al mismo tiempo
desaparecían las joyas con que se adornaba. Su piel, que
siempre había sido hermosa, tomó un leve tono
nacarado que subrayaba la línea de los pómulos y le
agrandaba los ojos. Su imagen ganó distinción y
fragilidad…
El lunes 24, de septiembre, los médicos
informaron a Perón que Evita "padecía un
cáncer de útero, muy desarrollado y con peligrosas
consecuencias marginales". El padre Hernán Benítez,
que estaba presente cuando le dieron la noticia a Perón,
dijo: "Este fue el mayor impacto jamás recibido por
Perón. Su vida quedó alterada por completo. Supo
exactamente lo que le aguardaba en el mismo momento en que le
dieron la noticia, pues su primera esposa, Aurelia, había
sufrido la misma enfermedad, y tras haber intentado todo tipo de
tratamiento sin el menor éxito, murió entre grandes
dolores que le afectaron más a él que a
ella".
Durante 1951 pese a los intentos de ocultar el estado de
salud de Evita
por parte del gobierno se hizo evidente que algo ocurría.
El 24 septiembre Evita debió guardar cama y se le
practicó una transfusión de sangre. Su estado
de salud era tan
delicado que no pudo participar de la campaña electoral.
Sin embargo, el 17 de octubre, el Día de la Lealtad se
festejó en honor de Evita, haciendo un supremo esfuerzo la
"abanderada de los humildes" se hizo presente en el balcón
de la Rosada para pronunciar un desgarrador discurso, que
concluía diciendo: "Mis descamisados yo quisiera decirles
muchas cosas, pero los médicos me han prohibido hablar. Yo
les dejo mi corazón y
les digo que estoy segura, como es mi deseo, que pronto
estaré en la lucha, con más fuerza y más
amor, para luchar por este pueblo al que tanto amo, como lo amo a
Perón… Pero si no llegara a estar por mi salud, cuiden
al general, sigan fieles a Perón como hasta ahora, porque
eso es estar con la Patria y con ustedes mismos".
La salud de Evita empeoró tras la
aparición en público y se decidió que, a
pesar de su debilidad física, no
podía demorarse más una intervención
quirúrgica. Veinte días después era
internada en el Policlínico Presidente Perón,
perteneciente a la Fundación, ubicado en la localidad de
Avellaneda. No se dio ninguna información, pero la noticia
corrió de boca en boca, y en la calle del hospital se
congregaron una veinte mil personas, algunas de las cuales
permanecieron allí todo el tiempo que Evita estuvo en el
hospital.
Evita fue operada por un médico norteamericano,
el doctor George Pack, cirujano del Memorial Sloane
–Kettering Center de Nueva York ayudado por profesor
argentino, Jorge Albertelli. El doctor Pack aceptó
realizar la operación en total secreto e incluso no
cobró honorarios por la misma. Tanto para Evita como para
el resto del país la operación fue realizada por el
doctor Ricardo Finochietto, el prestigiosos cirujano director del
hospital Presidente Perón.
El 9 de noviembre de 1951, desde su cama en el hospital,
Evita -y otro 2,2 millones de mujeres argentinas- votó por
primera vez. Las fotografías tomadas en la oportunidad
muestran los estragos que la enfermedad había producido en
su organismo.
La habitación de la Residencia en la que Evita se
recuperaba tenía cortinas de terciopelo rojo, alfombras de
color rosa, un
sofá tapizado en rosa y una cama de estilo. Evita, al
verla, dijo: "pensar que tengo que morir para tener una
habitación como está".
Durante algún tiempo, mientras se recuperaba de
la operación, a Evita le parecía que podría
volver a iniciar alguna de sus actividades. Ya fuera por el dolor
o por la medicación, o simplemente porque sabía que
se estaba muriendo y le quedaba poco tiempo, los discursos de
Evita se hicieron más y más violentos. Afectada por
el intento de golpe de Estado del general Menéndez
compró armas para la C.G.T. a fin de que los obreros
pudieran defender a Perón. Mientras que efectuaba
frecuentes amenazas contra los opositores y referencias
mesiánicas a la otra vida. Posteriormente, algunos
historiadores y políticos interpretaron que tales
expresiones evidenciaban el carácter revolucionario del
pensamiento y acción de Evita. Dos décadas
después las palabras de Evita al borde de la muerte
servirían a una generación distinta de peronistas
-los partidarios de la "patria socialista", jóvenes
revolucionarios como los Montoneros-, para justificar el empleo de la
violencia
política.
Sin embargo, las palabras de Evita no eran más
que desgarradoras expresiones de dolor e impotencia. El 1º
de mayo de 1952, Evita, estaba tan debilitada que sólo
pudo aparecer en el balcón de la Rosada sostenía
por Perón. Allí y en esas condiciones
pronunció uno de sus más violentos discursos.
Después de defender a Perón como el
"auténtico líder del pueblo" y atacó a sus
enemigos ferozmente diciendo: "Si es necesario ejecutaremos la
justicia con nuestras manos. Pido a Dios que no permita que esos
insensatos levantar la mano contra Perón, porque
¡guay de ese día! Ese día, mi general,
¡yo saldré con el pueblo trabajador, con las mujeres
del pueblo, con los descamisados de la Patria para no dejar ni un
ladrillo que no sea peronista!". Ese sería su
último discurso.
Estas palabras, como resulta lógico,
incrementaron el odio de los opositores contra Evita. Ni la
inminencia de su muerte podía atemperar el rechazo que
Evita generaba en algunos sectores. En las paredes de la ciudad
de Buenos Aires aparecían inscripciones diciendo: "Viva
el
cáncer". También circulaban los rumores
más disparatados se decía –por ejemplo- que
en los hospitales se le sacaba clandestinamente sangre a los
niños
porque Evita necesitaba "sangre joven y fresca".
El 4 de junio de 1952 Perón asumió la
presidencia de la Nación por segunda vez y Evita
acumuló sus últimas fuerzas para ser parte de las
ceremonias, pese a la oposición de Perón. Gracias a
un armazón de yeso y alambre y a una abundante dosis de
sedantes, Evita pudo asistir de pie a la ceremonia de jura ante
la Asamblea Legislativa y luego recorrer la Avenida de Mayo desde
el Congreso a la Casa Rosada al lado del Presidente en un
automóvil descapotable, saludando a la multitud
enfervorizada. Evita estaba –como dice Luna- más
hermosa que nunca pero con el perfil de la muerte marcando su
rostro. Por ese entonces, después de diez meses enfermedad
pesaba tan solo treinta ocho kilos, y seguía perdiendo
peso…
Ante la inminencia de la desaparición de Evita
sus partidarios se lanzaron a realizar toda suerte de homenajes y
misas. En tanto que los funcionarios del régimen peronista
comenzaron una suerte de competencia,
donde los tributos
más sinceros se mezclaban con la obsecuencia más
aberrante. El Congreso Nacional resolvió denominar
"Período Legislativo Eva Perón" al de ese
año y, por iniciativa del presidente de la Cámara
de Diputados, Héctor J. Cámpora, se el
otorgó el título de "Jefa Espiritual de la
Nación"; para no descompensar las cosas, el previsor
diputado incluyó en su proyecto el título de
"Libertador de la República" para el propio presidente…
A mediados de junio, Cámpora presentó otro
proyecto, aprobado inmediatamente, para conceder a Evita el gran
collar de la Orden del Libertador General San Martín, una
preciada obra de joyería que –según Fraser y
Navarro- contenía 753 piedras preciosas y seis distintas
reproducciones emblemáticas: el escudo peronista, la
bandera nacional, una corona de laurel, un cóndor, los
escudos de las catorce provincias y, por supuesto, el emblema
nacional, realizado en oro, platino, diamantes y esmaltes. La
nueva provincia de La Pampa se llamaría Eva Perón;
la ciudad de Quilmes había cambiado su nombre colonial por
el Eva Perón; escuelas, hospitales, barrios, buques,
calles, plazas, etc. se bautizaban con su nombre; mismo tiempo se
multiplicaban las misas y procesiones pidiendo por su
salud.
El 26 de julio de 1952, un desapacible día de
invierno a las veinte y veinticinco de la noche María Eva
Duarte de Perón falleció, y nació el mito de
Evita.
A los efectos de preservar los restos mortales de Eva
Perón, el Gobierno convocó al doctor Pedro Ara, un
médico español,
por ese entonces catedrático de Anatomía de la
Facultad de Medicina de la
Universidad
Nacional de Córdoba. El doctor Ara era una autoridad
mundial en materia de preservación de restos humanos. Sus
particulares métodos de
conservación permitían conservar todos los
órganos del cuerpo y preservando su apariencia de vida, y
su tarea se distinguía, especialmente, por sus cualidades
estéticas. Era capaz de convertir a la escultura funeraria
del cuerpo humano
y dar a la muerte la apariencia de un sueño convertido en
arte.
El doctor Ara trabajo en un taller construido
especialmente según sus instrucciones en el segundo piso
del edificio de la C.G.T. Un año después el
médico informaba por escrito a la Comisión Nacional
Monumento a Eva Perón, Ley 14.124 el estado de su trabajo
en la siguiente forma: "… el cadáver de la Excma.
Señora Doña María Eva Duarte de
Perón, impregnado de sustancias solidificables, puede
estar permanentemente en contacto del aire, sin más
precauciones que las de protegerlo contra los agentes
perturbadores mecánicos, químicos o
térmicos, tanto artificiales como de origen
atmosférico.- No fue abierta ninguna cavidad del cuerpo.
Conserva, por tanto, todos sus órganos internos, sanos o
enfermos, excepto los que le fueran extirpados en vida por actos
quirúrgicos. De todos ellos podría hacerse en
cualquier tiempo un análisis microscópico con
técnica adecuada al caso.- No le ha sido extirpada ni la
menor partícula de piel ni de
ningún otro tejido orgánico: todo se hizo sin
más mutilaciones que dos pequeñas incisiones
superficiales ahora ocultas por las sustancias de
impregnación. […] Los elementales cuidados que en lo
sucesivo deben prodigarse son, entre otros obvios, los
siguientes: Primero, evitar que en el local donde sea depositado
suba la temperatura a
más de 25º C. Segundo, mantener fuera de la
acción de los rayos solares la vitrina que contiene el
cuerpo".
El secreto en que fueron realizados los trabajos de
preservación del cadáver dieron lugar a todo tipo
de especulaciones y fantasías. La oposición
creía que el cadáver había sido destruido y
reemplazado por una réplica. Estas creencias darían
lugar posteriormente a macabras comprobaciones sobre la
autenticidad del cuerpo.
La desaparición del cadáver
Después del velatorio oficial y durante los poco
más de tres años posteriores el cadáver de
Eva Perón permaneció en el segundo piso del local
de la C.G.T. Custodiado por su conservador el Dr. Ara y bajo
protección de personal de la Policía Federal.
Producida la Revolución Libertadora, el General Eduardo
Lonardi no definió que aptitud adoptar con respecto al
cuerpo, se limitó en hacer constar que el cuerpo realmente
existía sin resolver como disponer del mismo pese a las
indicaciones tanto del Dr. Ara como de la madre y hermanas de
Evitas que le solicitaban un entierro cristiano.
Antes que se adoptará una decisión,
Lonardi fue desplazado por Aramburu y el régimen militar
se endureció contra todo lo que se vinculase con el
peronismo y la C.G.T. fue intervenida. Los militares
antiperonistas temían que el cuerpo fuera utilizado para
alentar la resistencia de los obreros y militantes peronistas
aprovechando el fervor que siempre despertó Evita entre
los humildes. Así surgieron dos posiciones con respecto al
cadáver. Los sectores más cerradamente
antiperonistas, en especial la Armada, eran partidarios de
destruir el cuerpo por cremación, o por cualquier otro
medio. Los sectores más moderados, en especial los
miembros del Ejército, movido por una actitud más
piadosa proponían su entierro. Finalmente, como veremos,
se llego a una solución de compromiso entre ambas
posiciones, el cadáver fue hecho desaparecer pero se le
dio cristiana sepultura.
Lo que ocurrió con el cadáver fue un
misterio durante mucho tiempo, incluso después de su
restitución a Perón. La más acertada
reconstrucción de derrotero seguido por el cuerpo de Evita
fue realizado por un equipo de periodistas del Diario
Clarín y publicado por ese matutino el 21 de diciembre de
1997, en su segunda sección, bajo el título general
de "Evita, entre la espada y la cruz". La descripción que sigue se ha basado
fundamentalmente en una síntesis
de dicha investigación.
El 24 de noviembre de 1955 el cuerpo de Eva Perón
pasó a custodia del Teniente Coronel Carlos Eugenio Moori
Koenig, jefe a cargo del Servicio de Inteligencia
del Ejército por enfermedad de su titular el Coronel
Héctor Cabanillas, tal como testimonia el mismo Dr. Ara.
Moori Koenig dispuso el traslado del cuerpo, pero como no
disponía de un lugar seguro donde guardarlo, el transporte
militar que guardaba los restos peregrinó por diversas
instalaciones militares. Los militares no podían ocultar
su nerviosismo debido a que, misteriosamente, allí donde
se estacionaba el cadáver aparecían al pie flores y
velas que indicaban que grupos peronistas estaban al tanto de su
ubicación. "En su celo –dice Clarín- Moori
Koenig la guardó algún tiempo en la casa del mayor
Eduardo Arandía. Obsesionado por seguridad del encargo,
Arandía mató de tres balazos a su mujer embarazada
a fines de noviembre de 1955, la crónica policial asegura
que fue al confundirla con un ladrón. Desde agosto de
1956, una vez bajo la competencia del Héctor Cabanillas,
quien decidió despersonalizar esa cosa, fue rotando entre
el edificio de Obras Sanitarias en la avenida Córdoba y el
cine Rialto,
en la esquina de Córdoba y Lavalleja, hoy demolido, donde
la guardaron detrás de la pantalla. Por último fue
depositado en una casa de la calle Sucre, que por entonces
alquilaba el SIE, mientras se ultimaban los detalles del viaje
oceánico."
Cuando Aramburu enterado de la precaria situación
en que se encontraba el cuerpo, encomendó al Coronel
Cabanillas que en colaboración con un sector de la Iglesia
Católica, representado por el capellán militar
Francisco Rotger, un sacerdote español
perteneciente a la Compañía de san Pablo –muy
vinculado al entonces jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo
Teniente Coronel Alejandro A. Lanusse- encontrara la forma de dar
cristiana sepultura a los restos fuera del país y en
condiciones de absoluta seguridad.
El 23 de abril de 1957, el cadáver es embarcado
en el buque "Conte Biancano", rumbo a Génova, bajo el
falso nombre de María Maggi de Magistris, mujer nacida en
Dálmine, Bérgamo, difunta a raíz de un
accidente automovilístico. A su arribo a Italia el cuerpo
fue enterrado, el 13 de mayo de 1957, con ese nombre en el
cementerio Maggiore de la ciudad de Milán, bajo el cuidado
y protección de la Compañía de San
Pablo.
El cádaver reposó en esa tumba
anónima hasta 1971. Por ese entonces el Teniente General
Alejandro A. Lanusse presidía el país en la etapa
final de la llamada "Revolución Argentina". Lanusse
trataba de llegar a un entendimiento con Perón para
asegurar una transición a la democracia en orden,
atemperando el accionar terrorista que se efectuaba en nombre del
peronismo. Como muestra de la seriedad de sus intenciones de
pacificar el país y permitir al peronismo intervenir en la
vida política, decidió restituir al general
Perón los restos de su esposa.
El brigadier Jorge Rojas Silveyra, por entonces
embajador argentino en España fue uno de los encargados de
efectuar la devolución de los restos con la
colaboración del coronel Cabanillas y el mismo equipo que
trasladaran el cuerpo catorce años antes. Con la
colaboración del gobierno italiano y del régimen
franquista que gobernaba en España, el cadáver fue
desenterrado y trasladado en automóvil hasta
Madrid.
El 3 de septiembre de 1971 Rojas Silveyra entregó
los restos en la residencia "17 de Octubre" del barrio
madrileño de Puerta de Hierro. Junto
a Perón, en ese momento, se encontraban la tercera esposa
del líder Justicialista María Estela
Martínez Carta, el delegado personal del general Jorge
Daniel Paladino y tres sacerdotes. Al día siguiente
Perón convocó al Dr. Ara para que reconociera
fehacientemente el cadáver y reparara algunos daños
sufridos por el traslado y el tiempo en que estuvo
enterrado.
El cadáver permaneció en la residencia "17
de octubre" aún después del traslado de
Perón a la Argentina. Finalmente, después de la
muerte de líder justicialista, el 15 de octubre de 1974,
la organización terrorista "Montoneros" secuestró
los restos del Teniente General Pedro Eugenio Aramburu enterrados
en el cementerio de la Recoleta, exigiendo que se trajeran los
restos de Evita al país. Dos días más tarde
el cuerpo viajó de Madrid a la quinta presidencial de
Olivos, trasladado por el ministro de Bienestar Social,
José López Rega y recibido por la presidente
María Estela Martínez de Perón. Fue
depositado en una cripta de la capilla, junto al féretro
de Perón. Desde el 22 de julio de 1976 el cuerpo de Evita
descansa en la bóveda de la familia
Duarte en el cementerio de la Recoleta, bajo una gruesa plancha
de acero, a seis
metros de profundidad.
15. La decadencia del estilo
peronista
Es muy difícil realizar un balance equilibrado
sobre la corrupción del régimen peronista. Es
cierto que algunos personajes surgidos de la nada hicieron
ostentación de un dinero que no
podían haber ganado honradamente en breve tiempo de su
actuación pública. También es cierto que
algunos nuevos industriales obtuvieron una posición
destacada en el mundo de los negocios en un
tiempo asombrosamente corto. Pero acaso era la propia mecánica del régimen la mayor
culpable del aura de corrupción que flotaba en el
período final del segundo gobierno de
Perón.
Existían mecanismos complejos, mediante los
cuales un favor o una excepción podían significar
diferencias enormes. Una licencia de importación, un permiso de cambio, una
subvención, manejados en los círculos en los que se
tomaban las decisiones económicas, podían hacer o
deshacer fortunas en un instante. El aparato de control de la
prensa escrita y radial, con su obsesión por bloquear todo
lo que pareciera a una crítica, contribuía a
difundir versiones que circulaban largamente en todas las
esferas, incluso en el propio peronismo. Los sectores más
golpeados por la política
económica –los vinculados al campo, los
ganaderos, los pequeños comerciantes amenazados por las
medidas contra el agio, los industriales afectados por la
dificultad de importar repuestos, etc.- eran transmisores
constantes y sinceros de vehementes acusaciones que, al no poder
tomar estado público, se convertían en rumores que
crecían y aumentaban, enrareciendo el clima social y
político.
En vida Evita obraba como una suerte de catalizador del
régimen peronista: acumulaba en su figura los amores
más apasionados y el odio más virulento. Pero, si
alguien penso que su desaparición eliminaba a un personaje
conflictivo del régimen y que la oposición
comenzaría a disminuir sus críticas, pronto fue
evidente que no sería así. Si Evita "irritaba"
estando viva, mucho más despertaba la ira de los
opositores la pompa con que se realizó de su entierro, la
imposición de luto obligatorio a los empleados
públicos y los intentos de
"canonización".
Por otra parte, el régimen comenzó a dar
signos de fatiga. El escritor Juan Pablo Feiman lo ha descrito
claramente: "Todo el esquema de la conducción
política se endurece, se cristaliza, en suma, se
burocratiza. Y aquí comenzamos a detectar los errores del
peronismo crepuscular, que transita los años que se
extienden entre 1952 y 1955. Perón ya no es un
líder combativo, que mantiene contacto con su pueblo, que
interpreta sus necesidades y actúa en consecuencia. La
imagen de Perón se burocratiza. Perón es, ahora, un
retrato burocrático. Un busto en una estación de
trenes o en alguna repartición pública. La
auténtica organización territorial del pueblo
–la que nace del trabajo fecundo de los militantes,
incansables, barrio por barrio, casa por casa, gastando las
pilas de todos
los timbres- es reemplazada por el facilismo compulsivo de la
afiliación obligatoria. En lugar de propugnar la libre
adhesión del pueblo a un proyecto nacional, se lo controla
y vigila: aparecen los jefes de manzana. Es, en resumen, este
peronismo burocrático y en retirada el que comienza a
lucir las aristas autoritarias y verticalistas que siempre
–hoy también, es bueno recordarlo- han abonado su
debilidad, nunca su fortalecimiento".
La atmósfera de
impunidad, corrupción y frivolidad que, a los ojos
opositores existía en el gobierno de Perón, se fue
incrementando. Esta valoración no ponía su
estabilidad, pero hacía vulnerable a todo el sistema y
confería a algunos dirigentes de la oposición una
autoridad moral en que
basar sus críticas y su odio a Perón. La condena
moral de la oposición tenía mayor consenso entre
los sectores medios que no terminaban de digerir la presencia
obrera.
Perón comenzó a convertirse en
protagonista de eventos y
actividades poco usuales para un presidente de la Nación,
en especial en esos tiempos. Uno de esos eventos fue el
Festival Cinematográfico de Mar del Plata realizado en
marzo de 1953. Fue una gran operación de propaganda,
que congregó a un importante conjunto de artistas
norteamericanos. Pero que la oposición aprovecho para
criticar que el presidente dedicara una semana en atender a los
visitantes e hizo correr toda suerte de rumores sobre los algunos
hechos del festival. Con seguridad esos rumores fueron falsos y
exagerados, pero no era muy aceptable la gran inversión de tiempo y dinero que el
gobierno destinó a la realización del
evento.
Menos inocente era otra actividad protagonizada por el
primer mandatario. A solo un año de la muerte de Evita,
Perón inauguró, en la quinta de Olivos, una serie
de instalaciones destinadas a la Unión de Estudiantes
Secundarios –UES-, rama femenina, una creación del
ministro de Educación Armando Méndez San
Martín. Jóvenes adolescentes
concurrían diariamente a la residencia presidencial de
verano y practicaban diversos deportes. Con frecuencia se
encontraban con Perón, que desde principios de ese
año concurría a la Casa de Gobierno con una
frecuencia mucho menor que la de los primeros tiempos de su
gobierno, y muchas tardes se quedaba en Olivos mirando
películas o conversando sobre temas sin importancia con
los funcionarias que lo rodeaban.
La prensa daba gran cobertura a estas actividades. El
presidente aparecía en fotografías que despertaban
sospechas y críticas. Perón, vestido con atuendo
deportivo y usando una curiosa gorra de larga visera;
solía aparecer rodeado de chicas en pantaloncitos que lo
miraban con embelesadas, o encabezaba desfiles de motocicletas
que daban vueltas por los senderos del parque y a veces
realizaban cortos recorridos por la ciudad. Estas actividades,
lógicamente, se convirtieron en blanco de sátira
periodística y de los rumores más escandalosos
difundidos por la oposición.
Durante su primera presidencia, Perón hizo gala
de una disciplina
militar en lo que a trabajo presidencial se refería. Desde
la muerte de Evita, cada día se hacían más
frecuentes las pausas en su actividad y tenía dificultades
para concentrarse en los asuntos de Estado.
Para la oposición, las actividades de
Perón en la quinta de Olivos encubrían
orgías con las chicas de la UES. No era así, desde
luego: el viudo solitario se distendía a veces conversando
con ellas, invitando a algunas a almorzar o dejándose
mimar por esas criaturas que le habían puesto el
sobrenombre de "Pocho".
Tanto la realización como la difusión de
esas actividades con el consentimiento de Perón indican un
grueso error de cálculo por parte del Presidente. Estas
actividades eran interpretadas como dudosamente morales,
aún por sus propios partidarios. El pueblo no
parecía ver en él a un hombre casi sexagenario
carente de todo tipo de afectos familiares. Solo veía a un
presidente que no guardaba la dignidad propia de su
cargo.
Menos trascendente, pero igualmente inocultable fue la
relación que Perón mantuvo, durante casi dos
años, con una menor que, al iniciarla, contaba con catorce
años de edad. Si bien el público en general se
enteró de la existencia de Nelly Rivas pocos días
después del derrocamiento de Perón, cuando se
publicaron unas cartas dirigidas
a ella por el ex – presidente, embarcado en ese momento en
una cañonera paraguaya. En mayo de 1957, la propia Nelly
Rivas hablo de esa relación en un artículo
publicado por varios diarios norteamericanos.
Al parecer, Nelly Rivas conoció a Perón en
Olivos, a fines de 1953, llevada allí por alguna
delegación de la UES. Inducida a acercarse a Perón
por Méndez San Martín, al poco tiempo estaba
instalada en la residencia presidencial –por ese entonces
situada en la avenida Alvear-. Según la "Historia de la
Argentina" publicada en conjunto por el diario Crónica y
la editorial Hyspamérica, bajo la dirección de
Félix Luna: "Las fotos de la
época la muestran como una chiquilina de mirada viva, pelo
negro corto, delgada, pero con una personalidad acusada y
definida. Perón se exhibió públicamente con
ella en varias oportunidades: en el Festival
Cinematográfico de Mar del Plata; en una pelea del
boxeador Rafael Merentino, en el Luna Park; y por supuesto, en la
residencia, donde almorzaban juntos diariamente. El
círculo íntimo de Perón conocía
perfectamente esta relación que, como se ha dicho, no
trascendió mayormente, a pesar de que el presidente no
parecía intentar disimularla bajo ningún
aspecto".
Valorizando esos hechos agrega la cita
publicación: "Estos detalles personales, que se relatan
aquí sin placer, sólo como elementos cargados de
significación histórica por ser quien fue su
protagonista, demuestran la decadencia de una personalidad
política que hasta entonces se había cuidado de no
presentar flancos vulnerables. Y explican, en cierta medida, los
errores que empedraron el camino de Perón hacia su
caída, en 1955".
16. El Conflicto Con
La Iglesia
Tal como se ha detallado al describir la
coalición que dio origen a la formación del estilo
político peronista, las relaciones entre Perón y la
Iglesia fueron en un comienzo muy fluidas y el militar
debía agradecer a la Iglesia por su colaboración en
el triunfo electoral de marzo de 1946. Justo es reconocer que el
apoyo electoral fue retribuido generosamente por Perón en
1947, cuando la mayoría peronista del Congreso
ratificó el decreto del gobierno militar que
establecía la enseñanza religiosa en las escuelas,
entregando su manejo a la jerarquía eclesiástica.
Muchos católicos –sacerdotes y laicos- observaban
con preocupación esta vinculación con el
régimen, pero la mayor parte de la feligresía la
apoyaba con entusiasmo.
Sin embargo, el idilio entre peronismo e Iglesia no
estaba destinado a durar. El primer incidente se produjo en 1951
por la llegada de un pastor evangelista norteamericano. Theodore
Hicks, conocido como el Hermano Tommy, afirmaba realizar
curaciones milagrosas por medio de la fe. Hicks obtuvo
autorización personal de Perón para realizar
curaciones masivas en los estadios de fútbol de Atlanta y
Huracán, en Buenos Aires. Miles de personas acudieron a
sus actos y la Iglesia manifestó su malestar. Cuando el
"evangelista sanador" se trasladó a la provincia de San
Luis, el obispo Emilio di Pasquo publicó una carta
pastoral advirtiendo a los fieles contra él, y criticando
indirectamente el apoyo brindado por Perón, recordó
que el "Artículo 77 de la Constitución Nacional
establece que para ser presidente de la República hay que
pertenecer a la religión
católica, apostólica y romana".
El segundo incidente se produjo por la existencia de una
corriente que se impulsaba desde el Vaticano para la
organización en todos los países de partidos
democrata cristianos anticomunistas que llevó a sectores
importantes de la alta jerarquía eclesiástica en la
Argentina y a militantes del nacionalismo
católico a propiciar la formación de un partido
político democristiano. Con el objetivo de ganar fuerzas
para esta alternativa, la Iglesia comenzó a dar impulso a
diversas organizaciones de tipo gremial, como asociaciones de
médicos, maestros, abogados, industriales, ganaderos y
obreros católicos. Tomó fuerza la actividad de la
Acción Católica. Al mismo tiempo, estas
organizaciones católicas combatían al peronismo en
el propio seno de sus organizaciones sindicales, especialmente en
la CGT y la CGE, y simultáneamente, se ligaban a los
partidos opositores.
A esto se agrego la creciente preocupación de la
Iglesia por las actividades desarrolladas por la UES y el clima
de escándalo que las rodeaba. Algunos sacerdotes
comenzaron a incluir en sus sermones dominicales una advertencia
a los padres para que evitaran enviar a sus hijos a clubes
estudiantiles de dudosa moralidad. Cuando la UES decidió
organizar los festejos del Día del Estudiantes en 1954, en
la quinta de Olivos, fue duramente criticada por la Acción
Católica, la organización oficial de los
católicos laicos.
La respuesta de Perón se hizo llegar un mes
más tarde durante los festejos del "Día de la
Leatad", el 17 de octubre de 1954. Al hablar a la multitud, El
"primer trabajador" hizo referencia a los enemigos del pueblo,
"las fuerzas de la regresión" y los clasificó en
tres clases: los políticos, los comunistas y los
"emboscados". Atacó duramente a las dos primeras
categoría y luego hablo de los emboscados, quienes se
dividían a su vez, en dos categorías: – los
apolíticos, "algo así como la bosta de paloma; y
son así porque no tienen ni buen ni mal olor" […] y los
otros emboscados, los disfrazados de peronistas. A estos los
vamos conociendo poco a poco y eliminando de toda
posibilidad…"
La jerarquía eclesiástica decidió
enfrentar la situación. Encabezados por los dos
cardenales, Santiago Luis Copello y Antonio Caggiano, y el Nuncio
Apostólico, dieciséis obispos acudieron a la Casa
Rosada para una confrontación personal con Perón.
Sin embargo, en la reunión ambas partes evitaron
cuidadosamente mencionar nada sustancial, y los prelados se
fueron como habían llegado. Pero el conflicto
recién habían comenzado. Nueve días
más tarde, con motivo de la celebración del
Día de Todos los Santos, el episcopado emitió una
carta pastoral conjunta, para ser leída en todas las
iglesias del país, conteniendo un ataque a "las
aberraciones del espiritismo", que constituía un tiro por
elevación sobre Perón. Mientras tanto, desde los
púlpitos de muchas iglesias los sacerdotes y obispos, eran
menos elípticos en sus acusaciones.
Finalmente, en la mañana del 10 de noviembre de
1954 Perón organizó un plenario de todas las
organizaciones que componían el estilo peronista en la
quinta de Olivos, asistieron todo el gabinete, los gobernadores,
legisladores, representantes sindicales y de la C.G.E., la
C.G.U.; de la UES; del Partido Peronista. Después de
escuchar los informes preparados por cada gobernador y
representante de las distintas organizaciones sobre la actividad
opositora desarrollada por miembros de la Iglesia, Perón
pronunció un extenso discurso a lo largo del cual
realizó acusaciones contra una lista de sacerdotes
"perturbadores" que incluía a los obispos de Santa Fe y
Córdoba, y a veinte sacerdotes de nueve provincias.
Finalmente deslizó ironías y menospreció al
naciente Partido Demócrata Cristiano:
- "!Déjenlos que formen todo lo que quieran! Si
quieren formar el Partido Demócrata Cristiano y
Demócrata Católico, a nosotros no nos importa.
Ahí tienen: que vayan, que presenten su plataforma y lo
inscriben, y que se presenten después a las elecciones.
¡Vamos a ver cuántos votos sacan! Por lo menos,
para salir de la curiosidad…"
El país entero quedó estupefacto y en el
mismo seno del peronismo cundió el desconcierto. Pero lo
que pareció en un primer momento un arranque temperamental
del presidente, continúo manifestándose en otros
discursos y posteriores aclaraciones. Pronto quedó claro
que Perón deseaba llevar adelante un ataque en regla
contra la Iglesia o, al menos, destinado a los sectores
católicos que calificaba de "contras". Sólo dos
grupos se alegraron por la novedad. Los opositores más
recalcitrantes vieron en esta apertura la oportunidad ideal para
que todo el antiperonismo rodeara a la Iglesia,
convirtiéndola en trinchera contra el régimen,
ahora, los desarticulados núcleos de la oposición
podían contar con una base de formidable, extendida en
todo el país, apoyada emocionalmente en la fe religiosa.
El otro sector que se alegró con la nueva política
de Perón fue el de los sindicalistas de origen de
izquierda: era el momento en que podrían dar rienda suelta
a un anticlericalismo que, hasta entonces, habían debido
silenciar, proporcionando, de paso, un buen motivo de
distracción a sus bases.
Años después Perón, desde el
exilio, se refería a este conflicto diciendo: "Los hechos
se engarzaban como rosario de pobre. Cuando yo realicé una
consulta que me permitiera captar la oportunidad de la
separación de la Iglesia del Estado, que la habían
sostenido, incluso prohombres acendradamente católicos
como Estrada, la furia conjunta de los elementos clericales, que
luego emergerían a la palestra con el nombre de
demócratas cristianos, llegó a su paroxismo. Se me
empezó a atribuir miras y propósitos completamente
reñidos con mis sentimientos confesionales de
católico. Justo sería advertir que en la pugna
entre el Estado argentino y la Iglesia, ambas partes se vieron
azuzadas con extrema habilidad en el sentido de adoptar formas de
creciente virulencia, Nosotros también sacamos el problema
a la calle; pero mientras nosotros organizábamos un mitin
o una manifestación, ellos orquestaban miles de mitines
diarios desde dos mil púlpitos. En las filas de los
respectivos poderes en entredicho se exteriorizaba la labor de
agentes provocadores que respondían a antiguos
resentimientos".
El conflicto se agravó rápidamente. En un
solo mes Perón presentó al Congreso un conjunto de
leyes que efectivamente separaban a la Iglesia Católica
del Estado. El 3 de diciembre se suprime la Dirección de
Enseñanza Religiosa del Ministerio de Educación y
se la reemplaza por la llamada "Doctrina Nacional", el 8,
día de la Inmaculada Concepción, se reúne en
Plaza de Mayo una gran multitud que viva a Cristo Rey y aclama a
los obispos cuestionados.
Dos días más tarde, el gobierno clausura
el diario católico "El pueblo" y la Editorial
Difusión. La persecución se desplazó luego
al ámbito legislativo. El 22 de diciembre se sanciona la
ley 14.394 sobre el régimen penal para menores, bienes de
familia y presunción de fallecimiento, a la que se agrega,
sin despacho de comisión ni anuncio previo, un
artículo que permite un nuevo casamiento a los
divorciados. El Episcopado pide a Perón, infructuosamente,
que vete la iniciativa. El 30 del mismo mes, el Poder
Ejecutivo decreta la autorización para abrir los
prostíbulos.
Los actos legislativos seguirían en mayo del
año siguiente: la ley 14.401 suprime la enseñanza
religiosa en las escuelas, y la 14.405 deroga las exenciones
impositivas que beneficiaban, hasta entonces, a los institutos
religiosos. Entre estas dos medidas, el mismo día 23 de
mayo, el Congreso sanciona, en una rápida sesión,
la ley 14.404, que establece la necesidad de reformar la
Constitución para instaurar la separación entre la
Iglesia y el Estado y se autoriza al Poder
Ejecutivo para convocar a la respectiva convención
constituyente antes de 180 días. Simultáneamente el
proceso legislativo, el Poder Ejecutivo toma una serie de medidas
coherentes con esta orientación: suprimir feriados
religiosos, prohibir procesiones y otras manifestaciones de ese
tipo en las calles, prohibir audiciones católicas por las
radios, etc.
En los diarios oficialistas la campaña
anticatólica adquirió máxima virulencia. En
especial en La Prensa, publicación en ese entonces en
manos de la C.G.T. Mientras que en Crítica, el historiador
marxista Rodolfo Puiggrós escribía una columna
titulada "El Obispero Revuelto" y en Democracia los ataque a la
iglesia era autoría de otro marxista compañero de
ruta de los peronistas, Jorge Abelardo Ramos.
Perón había puesto en marcha un mecanismo
ya imposible de detener, y los elementos más duros de la
C.G.T. aprovechaban la campaña para extremarla. El 1º
de mayo de 1955 decía Eduardo Vuletich, secretario general
de la C.G.T.: "El clero predica la resignación de
rodillas; nosotros lo preferimos a usted, general, que preconiza
la dignidad de cara al sol y nos enseña a pelear por la
conquista de nuestros derechos… Los curas siguen protegiendo a
los mercaderes ricos en vez de cuidar los intereses de los
humildes, tal como había prescrito el Nazareno, tal como
lo hacía Eva Perón. ¡Preferimos al que nos
habla en nuestro idioma a quien, rezando en latín, sigue
de cara al altar y de espaldas al pueblo! Nosotros los humildes,
los que fuimos la clase oprimida, sabemos que el clero no
está a nuestro favor, como en los tiempos bíblicos.
Las prédicas de resignación y mansedumbre han
contribuido a fortalecer a la oligarquía, que lucra
perpetuando la explotación, y tratando de mantener la
ignorancia y la esclavitud que el
justicialismo, expresión de los principios de Cristo,
combate y repudia…" Palabras de este tenor jamás
hubiesen salido de la boca de un peronista sólo unos meses
antes.
En esta atmósfera
debía realizarse, el 9 de junio, la tradicional
procesión de Corpus Christi, trasladada al sábado
11 para aprovechar el feriado. En la víspera, Perón
se dirigió por radio a todo el país. Dijo que:
"como precaución era necesario alertar a todas las
organizaciones. Preparar los medios de acción y los
transportes; controlar por las organizaciones políticas
los sectores de acción y mantener la vigilancia por los
jefes de manzanas. No actuar sino en contacto y coordinación con la Policía por los
comandos
tácticos". Finalizó diciendo: "Yo impartiré
cualquier orden en cada caso, por los medios correspondientes.
Por cada hombre que puedan poner nuestros enemigos, nosotros
pondremos diez".
La feligresía católica respondió
con firmeza a las agresiones provenientes del gobierno. En
vísperas de la procesión circularon panfletos
invitando a los fieles a asistir desafiando las prohibiciones. La
gente respondió masivamente, y lo que había sido
habitualmente una inofensiva caminata de un grupo de beatas y
caballeros tras el palio se convirtió ese día en
una gigantesca manifestación antigubernamental en la
confluían todas las corrientes opositoras, además
de los católicos mismos.
Al otro día, la prensa oficial denunciaba
atentados y desmanes que habrían perpetrado los
manifestantes católicos. El diario La Prensa afirmaba que
"los elementos clericales, digitados por cabecillas organizados
pertenecientes a la Acción Católica", habían
efectuado disparos contra las vidrieras del diario. Se
habían colocado bombas en las embajadas de Yugoslavia e
Israel, y
atentado contra los monumentos de Roca y Sarmiento. Pero la
acusación más grave era la supuesta quema de la
bandera argentina, por parte de algunos manifestantes, frente el
palacio del Congreso, hecho que resultaba por demás
ultrajante.
El episodio parece haber sido confuso: es posible que
algunos jóvenes católicos hayan apagado con un
trapo una llama votiva en honor de Eva Perón, y que la
policía creyera, en un primer momento, que se trataba de
una bandera. Cuando Borlenghi, ministro del Interior, se
enteró de la versión, ordenó a la
Policía Federal que presentara los restos de la
enseña nacional; al no haberla, en la comisaría
8va., asiento de la famosa "Sección Especial", se
procedió a incinerar a medias una bandera para cumplir la
orden. Algunos oficiales de la Policía Federal
manifestaron, después del derrocamiento de Perón,
que habían recibido del Jefe de Policía, Miguel
Gamboa, la orden de quemar una bandera para culpar a los
católicos. Cualquiera sea la realidad, lo cierto es que la
prensa oficial publicó fotografías donde se
veía al presidente Perón rodeado de sus ministros
Borlenghi, Méndez San Martín, Aloé y otras
figuras del régimen, observando, con preocupación
los restos quemados de lo que parecía ser una bandera
nacional.
El día 12 de junio hubo un ataque contra los
asistentes a la misa vespertina en la Catedral de Buenos Aires
efectuado por militantes justicialistas. Los jóvenes
defensores del templo fueron detenidos mientras que los agresores
no fueron molestados. El clima de tensión se fue
incrementando. El día 14 de junio el obispo auxiliar de
Buenos Aires, monseñor Manuel Tato, y el canónigo
de la Catedral metropolitana, monseñor Ramón
Novoa, eran detenidos y luego expulsados del país, bajo la
acusación de haber alentado los desmanes de las jornadas
anteriores. Dos días más tarde de la medida, la
Sagrada Congregación Consistorial del Vaticano fulminaba
la excomunión latae sentetia contra los responsables. La
noticia no fue publicada en la prensa argentina.
Este clima de tensión precipitó los
trabajos revolucionarios que llevaban a cabo el jefe de la
Infantería de Marina, contralmirante Samuel Toranzo
Calderón, en la Armada y el general León Bengoa,
jefe del 3º Cuerpo de Ejército con sede en
Paraná, así como algunos oficiales de la
Aeronáutica pertenecientes a la base de Morón. Los
conspiradores fracasaron en obtener el apoyo de los generales
Aramburu y Lonardi quienes también estaban preparaban un
golpe de Estado. En el campo civil sus principales apoyos eran
algunos políticos furibundamente antiperonistas: el
radical Miguel Angel Zabala ortiz, el conservador Adolfo Vicchi y
el socialista Américo Guioldi.
El plan de los golpistas incluía un ataque
aéreo a la Casa de Gobierno con aviones de la Armada y de
la Aeronáutica, a fin de matar a Perón. Un
batallón de la Infantería de Marina, con asiento en
el Puerto de Buenos Aires, dirigiría un ataque por tierra
contra el edificio, con el apoyo de civiles armados, mientras
otros grupos de civiles armados coparían las diversas
emisoras de radio. El Plan preveía que la revuelta
contaría a esa altura de los hechos con la ayuda de
unidades del Ejército en el Litoral, bajo el mando de
Bengoa, de las Escuelas de Artillería y de Aviación
de Córdoba, y de la base naval de Puerto Belgrano.
Allí, según se esperaba, oficiales sublevados
tomarían la flota y ordenarían su salida al mar,
así como el despliegue de unidades de Infantería de
Marina y la aviación naval desde la base
principal.
La circunstancia de que el 16 de junio un grupo de cazas
de las Aeronáutica debía realizar un desagravio a
la enseña nacional, brindó a los conspiradores la
oportunidad para realizar el levantamiento sin despertar
sospechas durante su preparación. Pero, casi nada
salió según lo habían planeado los
golpistas. No solo faltó el apoyo de las unidades del
Ejército en el Interior, sino que una densa niebla sobre
la Capital demoró el ataque de la Aviación Naval
contra la Casa Rosada. El ataque estaba previsto para las diez de
la mañana pero sólo a las 12.30 horas los primeros
aviones, ahora con base en el Aeropuerto de Ezeiza, aparecieron
sobre la Plaza de Mayo para arrojar sus bombas. Para entonces,
los grupos de conspiradores civiles que esperaban en las calles
adyacentes habían recibido orden de dispersarse. Lo
más importante fue que esa demora reveló la
existencia del movimiento y Perón, siguiendo el consejo
del general Franklin Lucero, se había trasladado de la
Casa Rosada al amparo del
Ministerio de Guerra, a una cuadra de distancia. Desde el
subsuelo de ese edificio, el presidente pudo seguir el desarrollo
de los acontecimientos y coordinar las operaciones de
represión. Perón encomendó la defensa del
gobierno constitucional al general Lucero, quien desplazó
unidades del Ejército para proteger la Casa de Gobierno y
recuperar las instalaciones portuarias ocupadas por los
rebeldes.
Al final de la tarde, a pesar de los reiterados
bombardeos y la metralla de los aviones de la Armada y la
Aeronáutica, todas las bases en manos de los insurrectos
habían sido recuperadas por las fuerzas leales, incluso el
Ministerio de Marina, que había servido como cuartel
general al almirante Toranzo Calderón. Los últimos
aviones hicieron una pasada final sobre la Casa Rosada, y se
dirigieron a Montevideo llevando a los comprometidos, entre ellos
al dirigente radical Miguel A. Zabala Ortiz
Allí, el ministro de Marina, contralmirante
Anibal Olivieri, y el comandante de la Infantería de
Marina, vicealmirante Benjamín Gargiulo, a pesar de que no
había tomado parte en la conspiración, se asociaron
a la frustrada rebelión en un acto de responsabilidad
moral que provocaría la destitución y la
cárcel para el primero y el suicidio del
segundo.
A media tarde sobre la ciudad reinaba el horror, las
víctimas alcanzaban a unas 1.000 personas entre muertos y
heridos, todos ellos civiles, en su mayoría simples
transeúntes sorprendidos en la calle por los
acontecimientos. Pero, el mayor impacto era la visión de
un ejército que volvía las armas que la
Nación puso en sus manos para la defensa de la patria
contra su propio pueblo. Ningún móvil
político podía justificar este criminal acto de
terrorismo.
Apenas tuvo seguridad del triunfo, Perón
habló por radio desde el subsuelto del ministerio de
Ejército. Afirmó que todo había terminado,
alabó al Ejército por su conducta y dijo que la
Marina era la "culpable de la cantidad de muertos y heridos que
hoy debemos lamentar los argentinos". Pidió que nadie
intentara hacer justicia por sus manos. "Hemos dado una
lección a la canalla que se levantó, y a la que la
impulsó a que se levantara". Y una y otra vez se
preocupó por rendir homenaje al Ejército, "que no
sólo ha cumplido con su deber, sino que lo ha hecho
heroicamente".
Poco después del discurso de Perón
comenzó a desarrollarse un drama que atenuaría el
impacto de las atrocidades cometidas por los aviones rebeldes en
horas de la mañana. Tras el discurso del presidente
habló el secretario adjunto de la CGT, Hugo di Pietro,
convocando a un paro general en apoyo del gobierno para el
día siguiente, en el centro de la ciudad aparecieron
grupos de incendiarios. El primer blanco fue la Curia
Metropolitana. Los saquedores robaron reliquias, volcaron los
magníficos archivos de la
época colonial y luego incendiaron las instalaciones
después de rociarlas con nafta destruyendo
una invaluable colección de 80.000 volúmenes. En la
Catedral destrozaron altares y confesionarios sin incendiar el
templo. Después fue el turno del convento y la iglesia de
San Francisco, que fueron totalmente destruidos por el fuego. Esa
noche también sufrieron ataques San Ignacio, Santo
Domingo, San Miguel, La Merced, San Nicolás, La Piedad,
San Juan, el Socorro, San Nicolás, San Juan Bautista, la
capilla de San Roque en la Capital Federal y las iglesias de
Asunción, en Vicente López, y Jesús del
Huerto, en Olivos. Algunas iglesias sólo sufrieron
parcialmente los efectos del fuego, pero todas fueron saqueadas y
profanadas por los vándalos, que no dudaron en robar
copones, candelabros y relicarios. Toda la noche continuaron los
saqueos y destrozos. Mientras que grupos de fieles trataban
consternados de salvar imágenes u
objetos de culto, ante la ausencia de los bomberos y la
policía. Durante estos hechos sacerdotes y feligreses
fueron duramente castigados, pero no hubo ningún
muerto.
El gobierno peronista recibió, con la quema de
las iglesias, un segundo golpe ese día. Perón
–que por la mañana había expulsado del
país a los sacerdotes Tato y Novoa- fue excomulgado ese
mismo día y se produjo una ola de repudio mundial por los
actos de vandalismo y la destrucción de objetos
artísticos y religiosos. El Vaticano inició una
campaña internacional contra el gobierno argentino
comparando la quema de las iglesias con el incendio del Reichstag
–parlamento alemán- por los nazis en
1933.
Perón advirtió que el conflicto
había escalado hasta niveles sumamente peligrosos e
intento una "política de pacificación" apelando a
la oposición. Pero ya era demasiado tarde. El
régimen había perdido el apoyo del poder moral,
tanto ideológico como religioso, carecía de
adhesión del poder económico y contaba ahora con un
poder militar dividido y asediado por la presión de la
opinión pública antiperonista, exasperada y
militante. El movimiento peronista era aún mayoritaria y
permanecía fiel a su "conductor", pero quedó
desconcertada ante el comportamiento
de Perón.
El 29 de junio, el gobierno levantó el estado de
sitio y muchos dirigentes políticos que inicialmente
fueron detenidos por su vinculación con el intento de
golpe de Estado quedaron en libertad. Además Perón
reemplazó a los miembros más cuestionados de su
gobierno, inclusive a los ministros del Interior y de
Educación, aunque no a la totalidad del gabinete. Una
figura muy cuestionada por la oposición, el director de
prensa y propaganda del gobierno, Raul Apold presentó su
renuncia, otro tanto hizo el secretario general de la C.G.T.,
este último fue reemplazado por Di Pietro.
La política de pacificación no fue
más allá del cambio de algunas caras y de
declaraciones conciliadoras de Perón, como el discurso del
15 de julio ante los legisladores justicialistas: "La
revolución peronista ha finalizado; comienza ahora una
nueva etapa que es de carácter constitucional, sin
revoluciones, porque el estado permanente de un país no
puede ser la revolución."
"¿Qué implica eso para mí? La
respuesta es muy simple, señores: dejo de ser el jefe de
una revolución para pasar a ser el presidente de todos los
argentinos, amigos o adversarios".
"Mi situación ha cambiado absolutamente, y, al
ser así, yo debo resolver todas las limitaciones que se
han hecho en el país sobre los procedimientos de nuestros
adversarios, impuestos por la
necesidad de cumplir los objetivos, para dejarlos actuar
libremente dentro de la ley, con todas las garantías,
derechos y libertades".
Hacia fines de agosto era evidente que la
política de pacificación era tan solo un periodo de
tregua en que ambos bandos se preparaban para dirimir sus
diferencias en un asalto final. El 31 de agosto Perón
realizó una de sus clásicas maniobras:
efectuó una demostración de fuerza. Presentó
su renuncia a la presidencia, no ante el Congreso –como
marca la
constitución- sino a las tres ramas del partido peronista.
Ante lo cual la C.G.T. inmediatamente decretó la huelga general
y convocó a Plaza de Mayo para pedirle al presidente que
retirara su renuncia.
A última hora de la noche Perón se
dirigió a la multitud. Era evidente para todos
–peronistas y opositores- que el presidente no
insistiría en su renuncia, pero el tono de su discurso
causó consternación y temor. En sus párrafos
más alarmantes dijo Perón: "A la Violencia
hemos de contestar con una violencia mayor […] Con nuestra
tolerancia
exagerada, nos hemos ganado el derecho a reprimirlos
violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta
permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar
intente alterar el orden en contra de las autoridades
constituidas, o en contra de la ley o de la Constitución,
puede ser muerto por cualquier argentino […]
Esta conducta que ha de seguir todo peronista no va
dirigida solamente contra los que ejecuten actos de violencia,
sino también contra los que conspiren e
inciten.
[…] La consigna para todo peronista, esté
aislado o dentro de una organización, es contestar a una
acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno
de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos […]
Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y
nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen, ¡pobres de
ellos!".
Esta violenta arenga actuó como catalizador de la
situación. Los elementos más moderados dentro del
Gobierno comprendieron que la situación era insostenible.
Entre los opositores reforzó la determinación de
derrocar a Perón sin reparar en los medios.
El centro de la conspiración siguió siendo
la Marina a pesar de las medidas adoptadas por el Gobierno para
neutralizarla: la disolución de los cuarteles generales de
la Infantería de Marina y la Aviación Naval y de
dos de sus unidades, el retiro de la jurisdicción naval
sobre las gobernaciones territoriales de Tierra del Fuego y
Martín García, y el secuestro de
pertrechos navales, inclusive los detonantes de bombas de los
aviones. Por otra parte, después de los sucesos de junio,
los hombres de la Marina se sentían el blanco principal de
cualquier represalia organizada por los peronistas, considerando
que ellos vivían con sus familias en barrios militares
situados en las proximidades de las bases. Parecía
necesario anticiparse a cualquier intento por parte del
Gobierno.
Para caldear aún más los ánimos, el
8 de septiembre, cuando Hugo di Pietro, en nombre de la C.G.T.,
se dirigió al ministro de Guerra solicitándole
armas para la formación de "reservas voluntarias de
obreros" para defender al gobierno. El pedido fue declinado con
una nota en la cual el general Franklin Lucero calificaba esta
iniciativa como "un rapto de entusiasmo patriótico", y
derivaba la decisión final al Poder Ejecutivo. En
realidad, Di Pietro actuaba coherentemente, dada la
incitación de Perón había formulado una
semana atrás. Aunque rechazado, el pedido de la C.G.T.
despertó un revuelo entre los hombres de las fuerzas
armadas y significó la última y decisiva motivación
para que los oficiales hasta ese momento indecisos apoyaran
cualquier iniciativa revolucionaria.
Hasta entonces a la conspiración le faltaba un
líder con prestigio y autoridad suficiente. En la Marina
los trabajos revolucionarios los llevaban a cabo los capitanes de
navío Arturo Rial y Jorge Perren, a último momento
se sumó el director de la Escuela Naval de Río
Santiago, Contralmirante Issac Francisco Rojas. Mientras que en
el Ejército, el oficial de más alta
jerarquía comprometido en el complot era el General de
División Pedro Eugenio Aramburu, hasta hacía poco
tiempo al frente de la Dirección de Sanidad del
Ejército y ahora director de la Escuela Nacional de
Guerra, ambos cargos sin mando de tropas. Pese al clima de
confrontación Aramburu consideraba que después de
los acontecimientos de junio no estaban dadas las condiciones
para una nueva intentona contra Perón.
Entonces la jefatura del movimiento pasó al
general Lonardi, quien contaba con elementos comprometidos en la
Escuela de Artillería, en Córdoba. Lonardi a los
cincuenta y cuatro años estaba mortalmente enfermo, pero
animado por una profunda fe religiosa –la mística
religiosa de Lonardi y sus seguidores se verá en la
insignia de "Cristo Vence" que lucirían los aviones y
vehículos rebeldes; las invocaciones a Dios y a la Virgen
de las Mercedes, patrona del Ejército, serán
habituales en sus transmisiones radiales- creía que era
suficiente con crear un foco revolucionario para que toda la
estructura del régimen peronista se cayera como un
castillo de naipes.
La Revolución Libertadora –tal el nombre
que asumieron las fuerzas golpistas después de su triunfo-
estalló el 16 de septiembre a las cero horas. En ese
momento, el general Eduardo Lonardi y el coronel Arturo Ossorio
Arana junto a un pequeño grupo de oficiales, redujeron al
jefe de la Escuela de Artillería, en las cercanías
de la capital cordobesa, y se dispusieron seguidamente a tomar la
escuela de Infantería y la Escuela de Tropas
Aerotransportadas. Lonardi había recomendado a sus
subordinados actuar "con la máxima brutalidad" y realmente
les hizo falta recurrir a la violencia extrema para imponerse.
Sólo después de una dura lucha con la Escuela de
Infantería las fuerzas de Lonardi lograron asumir el
control de todas las unidades del Ejército y la Fuerza
Aérea en los alrededores de la ciudad de Córdoba;
pero en el cuartel de Curuzú Cuatia, en Corrientes, el
intento de insurrección encabezado por el general Aramburu
fracasó totalmente y en la base naval de Río
Santiago, los rebeldes, tras varias horas de lucha, debieron ser
evacuados a buques de la flota fluvial.
Al día siguiente, aunque oficiales rebeldes bajo
el mando del general Julio Lagos lograron el control de Cuyo,
fuerzas leales numéricamente superiores convergían
sobre las posiciones del general Lonardi en Córdoba y
sobre la base naval de Puerto Belgrano.
Sin embargo, era en la ciudad de Buenos Aires donde se
jugaba la suerte del golpe de Estado. La flota de mar,
después de una rápida travesía de dos
días desde Puerto Madryn, se encontraba en el Río
de la Plata. El almirante Rojas declaró el 18 de
septiembre un bloqueo de la costa y advirtió que la Armada
atacaría las instalaciones de depósitos de petróleo
en Dock Sur y de la refinería de YPF en ciudad de La
Plata. Al día siguiente, antes del medio día, la
Armada advirtió por radio a la población civil que
se alejara de las instalaciones de La Plata, ya que serían
atacadas a las trece. Esa mañana, más temprano, la
Armada ya había dado muestras de su resolución
cuando un crucero, con unos pocos disparos certeros,
destruyó los depósitos de petróleo en Mar
del Plata. El bombardeo de los objetivos en La Plata nunca se
produjo, sin embargo, debido a que poco antes de la hora
señalada, el ministro de Ejército Franklin Lucero
anunció por radio que pedía un parlamento entre los
bandos opuestos y un inminente cese de las hostilidades. Casi
inmediatamente después leyó una carta del
presidente Perón en la que proponía entregar su
mando al Ejército a fin de facilitar un acuerdo. Aunque
todavía no estaba claro los golpistas habían
triunfado.
Hacia 1955, el estilo peronista había dado todo
lo que podía esperarse de él. Había
incorporado al movimiento obrero al sistema político y al
poder sindical a la constelación de fuerzas
políticas de la Argentina. Había innovado en
política
económica: los mecanismos de control legados por los
notables fueron utilizados para subvencionar no al sector
primario, sino al industrial. Había aplicado una
política económica neoconservadora cuando pasaron
los tiempos de prosperidad, sin que llegaran a advertirlo sus
partidarios, que en su mejor momento constituyeron casi el 65%
del electorado. Y su líder, pese a la explosiva
retórica que según las ocasiones y los auditorios
empleaba, se reveló con el tiempo como un reformador sin
vocación revolucionaria, un progresista social
pragmático. Pero, que tuvo la virtud de poner a la
Argentina, a las puertas de su historia contemporánea, en
una situación de paridad social en la que todos los
sectores habían circulado por el poder, pero ninguno
había logrado imponer el proyecto que consideraba integral
y satisfactorio. Una situación de equilibrio inestable y
de conflictos acumulados.
Autor:
Dr. Adalberto C. Agozino.