- Introducción
- La primera característica
en común es el realismo
mágico. - El autor y los Doce cuentos
peregrinos - Movimiento literario: Realismo
Mágico - Cuentos
- Conclusión
Situación
problemática: ¿Cuál es la
relación que existe entre los diferentes
cuentos?
Hipótesis: Nos encontramos frente a un
conjunto de cuentos de los que rescataremos similitudes y
diferencias en su estilo. Se presenta mostrando desde relatos con
puntos muy cómicos, hasta los cuentos con historias muy
drásticas.
Intencionalidad: El análisis a realizar sobre este texto se basa
en la comparación de los doce cuentos leídos. Se
observara su enfoque desde diferentes aspectos. Tomaremos en
cuenta el análisis social, literario y psicológico,
entre otros menos abordados. La elección de estas variables para
su estudio se debe a que son los temas mas destacados que el
desarrollo de
los cuentos.
Elección de este libro: La eleccion de
este libro se debio
mas que nada a la curiosidad. Es un libro que tenia en mi
biblioteca
pero no se por que razón nunca había leído.
Además me gusto la opción que me presentaba la
situación de que el libro estuviera formado por muchos
cuentos, lo cual me permite el mayor trabajo de los mismos a
través de la comparación.
En todos se encuentra un toque de misterio que
caracteriza al libro completo en sí. Tratan mucho el tema
de la muerte en
diferentes aspectos y circunstancias, y al mismo tiempo desde
distintas perspectivas.
Son cuento que te
llevan en un ambiente de
suspenso con finales no esperados, muy poco
predecibles.
Los cuentos son relatados desde distintas personas que
viven y comparten el tiempo con el personaje principal de la
trama.
En si son historias muy rebuscadas, complejas en el
entendimiento a medida que se desarrollan hechos
inesperables.
Uno se dedica al cuento, y a medida que avanza se van
formando distintos finales depende a las situaciones que van
aconteciendo, y al final se sorprende con algo que ni se
había imaginado.
La primera característica en común es el
realismo
mágico.
En todos trata de dar razones vivir la vida
apreciándola, o de mostrar circunstancias que hagan pensar
y reflexionar a uno.
Cuando leemos el cuento "La Santa" se muestra la
discusión de la muerte frente
a la vida. No solo si lo analizamos desde el lado del hecho
extraño en la hija de Margarito Duarte, sino
también en la vida perseverante de este que se termina
solo basándose en conseguir la canonización de la
hija.
Después encuentro similitudes entre "Maria Dos
Prazares" y "Buen viaje, Señor Presidente" porque como
personajes hay dos personas con características similares.
Llegan a una altura de sus vidas en la que se dan cuenta de los
errores que han cometido y las cosas que se han prohibido, asumen
el pasado, y a pesar de que la edad es tardía, el tiempo
de ver la vida de otro lado disfrutándola no.
En "Buen viaje, señor presidente" la política se emplea
como elemento que sostiene la trama, en donde se muestran
posiciones y opiniones. Además se presenta la diferencia
en lo económico, mostrando las diferencias de clases, lo
que al mismo tiempo lo convierte en un unas muestra de la forma
social en que se organizaba ese pueblo.
Después se plantean temas más
escalofriantes, lo que no quita que sean creíbles, como en
"Solo vine a hablar por teléfono" o "El rastro de su sangre en su
nieve", en donde cuando uno se encuentra en al trama, ya
impactado por los sucesos que van aconteciendo, se encuentra con
un final doloroso e incomodo. En la primera de las dos obras
anteriormente mencionadas hay un aspecto psicológico que
la hace muy interesante. Produce una sensación como si uno
estuviese en ese lugar viviendo esa situación.
En cuentos como en "el avión de la bella
durmiente" o "El verano feliz de la señora Torbes" se
destaca la forma de explicar los sentimientos que en cierto
momento de la lectura
instalan en uno un sentir similar al de los protagonistas,
logrando el mejor entendimiento de las circunstancias, y la
actuación de los personajes frente a ellas.
"Tramontana" toca un tema ya yéndose bastante de
lo real. Pasa un poco mas a la locura. También
están los cuentos en donde la interpretación por
parte del lector debe ser máxima por la aparición
de muchas metáforas, o sea, cosas con sentido distinto al
que se interpreta en la primera leída.
Se analizamos la obra de manera social, García
Márquez demuestra en la mayoría de los cuentos
las características principales de la gente de su pueblo.
Muestra sus costumbres, sus defectos, y sus relaciones. Una de
sus costumbres podría ser lo que demuestra en el dialecto,
incorpora palabras típicas latinoamericanas.
El autor y los Doce
cuentos peregrinos:
El autor de Doce cuentos peregrinos, Gabriel
García Márquez, nació en 1928 en un pueblo
llamado Aracataca. Novelista colombiano, guionista
cinematográfico y corresponsal de "El Espectador" de
Bogotá a Europa, fue
cofundador de la agencia cubana "Prensa Latina".
Su primera novela, La
hojarasca (1955), lo presento como el narrador más
destacado de su generación, juicio reafirmado con la
publicación de El coronel no tiene
quien le escriba (1961). Siguieron Los funerales de la
Mamá Grande (1962), relatos, y La mal hora (1962).
Cien años
de soledad (1967) es su obra más significativa:
evocación mitológica del pueblo Macondo, es a la
vez una reinvención de la historia latinoamericana. Ha
publicado, además, Relato de un náufrago (1970), La
triste e increíble historia de la cándida
Eréndira y de su abuela desalmada (1972), El otoño
del patriarca (1975), novela sobre el tema del dictador
latinoamericano, Crónica de una
muerte anunciada (1981), basada en la historia real de un
crimen, con la cual ha conseguido elevar el género
periodístico a categoría literaria y que ha
estado portada
en el cine, y
El amor en
tiempos del cólera (1985), una historia de amor con un
destino patético en clave de humor. En 1982 le fue
concedido el premio Nóbel de literatura.
Doce cuentos peregrinos es una obra con una larga
historia. Cinco de los cuentos fueron formas periodísticas
y guiones de cine, y uno fue un serial de televisión. Otro está basado en una
entrevista
grabada que le hicieron hace quince anos.
La primera idea se le ocurrió a principios de la
década de los setenta después de un sueño
mientras vivía en Barcelona (en el sueño
asistía a su propio entierro con sus mejores amigos y a la
hora de irse uno de ellos se dijo: «Eres el único
que no puede irse». Entonces comprendió que morir es
no estar nunca más con los amigos). Después de esto
estuvo dos años tomando notas hasta que tuvo 64 temas. Fue
en México,
1974, donde se dio cuenta que el libro no debía ser una
novela sino una colección de cuentos cortos; quería
hacer algo diferente de los otros tres libros de
cuentos que había escrito, quería conseguir una
unidad interna en el libro. Los dos primeros -El rastro de tu
sangre en la nieve y El verano feliz de la señora Forbes-
los escribió en 1976. El tercer y cuarto cuento le
costó mucho escribirlos ya que se dio cuenta que era tan
difícil escribir cuentos como novelas. En el
1978, México, perdió su cuaderno y lo estuvo
buscando a fondo pero no lo encontró. Cogió y con
mucho esfuerzo intentó escribirlos de nuevo, y evitando
los cuentos que no le acababan de convencer obtuvo dieciocho
cuentos. Pero no tardó mucho en darse cuenta que ya no los
disfrutaba como antes y los archivó. Cuando empezó
Crónica de una muerte anunciada, 1979, comprobó que
entre libro y libro perdía el hábito de escribir
por eso se impuso la tarea, entre 1980 y 1984, de escribir en
periódicos de diferentes países hasta que
después de muchas reflexiones se dio cuenta que aquello
servía para cine y fue así como se hicieron cinco
películas y un serial de televisión. Lo que nunca
previó, es que le cambiarían las ideas de los
cuentos después de la lluvia de ideas de creadores y
directores de televisión con los que estuvo, hasta que un
año más tarde seis de los dieciocho temas fueron a
la papelera, entre ellos el del funeral. Ellos son los doce de
este libro. Cuando estuvieron listos para ser impresos,
después de sus incesantes peregrinajes de ida y vuelta al
cajón de la basura se dio
cuenta que las ciudades europeas que había descrito las
había descrito de memoria, entonces
fue cuando decidió emprender un viaje por Europa para
comprobar la fidelidad de sus recuerdos. Ninguna de las ciudades
estaba igual, todas habían cambiado y, pues por fin,
encontró lo que le faltaba para terminar el libro: una
perspectiva en el tiempo.
En el regreso de aquel viaje venturoso, rescribió
durante ocho meses febriles, todos los cuentos, hasta el punto de
haber escrito el libro de cuentos que siempre había
deseado y, a la vez, viviendo grandes experiencias.
Movimiento
literario: Realismo Mágico
El realismo mágico, es una característica
propia de la literatura latinoamericana de la segunda mitad
de siglo XX que funde la realidad narrativa con elementos
fantásticos y fabulosos, no tanto para reconciliarlos como
para exagerar su aparente discordancia. El reto que esto supone
para la noción común de la "realidad" lleva
implícito un cuestionamiento de la "verdad" que a su vez
puede socavar de manera deliberada el texto y las palabras, y en
ocasiones, la autoridad de
la propia novela.
Si bien esta tendencia a fundir lo real con lo
fantástico ya existía en las obras de novelistas de
todos los tiempos, principalmente en escritores como
François Rabelais y Laurence Sterne; otros precedentes
más inmediatos pueden ser las novelas del ruso
Vladimir Nabokov o del alemán Günter Grass.
Pero el realismo mágico floreció con
esplendor en la literatura latinoamericana de los años
sesenta y setenta, a raíz de las discrepancias surgidas
entre cultura de la
tecnología
y cultura de la superstición, y en un momento en que el
auge de las dictaduras políticas
convirtió la palabra en una herramienta infinitamente
preciada y manipulable. Al margen del propio Carpentier, que
cultivó el realismo mágico en novelas como Los
pasos perdidos, los principales autores del género son
Miguel Ángel Asturias, Carlos Fuentes,
Julio
Cortázar, Mario Vargas
Llosa y, sobre todo, Gabriel García Márquez.
Las novelas de este último, Cien años de soledad
(1967), El otoño del patriarca (1975) y Crónica de
una muerte anunciada (1981) siguen siendo obras notables del
género.
BUEN VIAJE, SEÑOR PRESIDENTE.
Llevaba el vestido azul oscuro con rayas blancas, el
chaleco de brocado y el sombrero duro de los registrados en
retiro. Tenía un bigote altivo de mosquetero, el cabello
azulado y abundante con ondulaciones románticas, las manos
de arpista con la sortija de viudo en el anular izquierdo, y los
ojos alegres. A los setenta y tres años seguía
siendo de una elegancia principal. Había vuelto a Ginebra
después de dos guerras
mundiales, en busca de una respuesta terminante para un dolor que
los médicos de la Martinica no lograron identificar.
Después de largos días de pruebas y
exámenes agotadores le dijeron que el dolor se hallaba
debajo de la cintura, en la unión de dos vértebras.
El presidente debía someterse a una arriesgada e
inevitable operación.
Al día siguiente salió a dar una vuelta y
a tomar algo como si no hubiese pasado nada. Intranquilo de que
un hombre
pálido y sin afeitar, con una gorra deportiva y una
chaqueta de cordero volteado, le observase, decidió ir a
por él. Una vez lo atrapó se puso a hablar con
él y resultó ser, el hombre que
lo seguía, el chofer de ambulancias del mismo hospital
donde trataban al presidente. Homero, el hombre
misterioso, le explicó la gran admiración que
tenía por él y que hacía un tiempo que lo
seguía y se preocupaba por su estado, pero lo que no le
desveló es que él, Homero, también trabajaba
haciendo arreglos para compañías de seguros y
empresas
funerarias y aunque no ganaba mucho le ayudaba a subsistir con su
mujer y sus dos
hijos. Después de la charla Homero lo invitó a
comer un día a su casa aunque a su mujer, Lázara
Davis una mulata fina de San Juan de Puerto Rico,
menuda y maciza, y con unos ojos de perra brava que iban muy bien
a su forma de ser, no le hizo mucha gracia cuando se lo
contó.
Poco a poco Homero y Lázara se fueron dando
cuenta que la muerte del presidente ya no era tan inminente como
al principio y que por lo tanto no le podían sacar partido
a aquella relación. Después de la comida, que con
mucha crispación se celebró, y algún otro
factor que observó Homero, se dieron cuenta que aparte de
que su muerte no fuese tan inmediata tampoco tenían nada
que sacarle al presidente, ya que él pobre no le quedaba
ni un mísero centavo. El presidente después de un
tiempo instalado en casa de Homero volvió a Martinica
donde se dedicó a vivir bien la poca vida que le quedaba,
y a tomar de todo, ya que antes no se podía permitir ese
lujo a causa de su enfermedad.
LA SANTA
La Santa es una anécdota original que
conoció García Márquez durante unos
días que pasó en Roma.
Según una de sus más memorables notas de
prensa, él se encontraba instalado en un cuarto contiguo
al del tenor colombiano Rafael Ribero Silva, en una
pensión del tranquilo barrio de Parioli, cerca de la Villa
Borghese, cuando apareció el supuesto Margarito Duarte,
como quien llega en busca de su autor. Margarito Duarte, sin
embargo, había llegado desde su lejano pueblo de los Andes
colombianos, gracias a una colecta pública, por un motivo
más serio: alcanzar la canonización del cuerpo
incorrupto de su hija muerta a los siete años. El
cónsul de Colombia lo
había enviado a donde Ribero Silva para que le buscara
alojamiento en su pensión. Ese día Margarito Duarte
les contó a los dos la historia del milagro de la santa,
como le decía, de las peripecias de su viaje y de sus
objetivos en
Roma. Lo que nunca sospechó Margarito Duarte es que este
viaje lo iba a convertir en un cautivo de Roma por el resto de su
vida, empeñado en una labor titánica y dispendiosa,
cuya meta final debía terminar en una entrevista personal con el
Papa.
Al cabo de veinte años García
Márquez se volvió a encontrar con él, era un
hombre de cabello blanco y escaso, sigiloso y imprevisible y de
una tenacidad de picapedrero, ya que como el cadáver no se
descomponía ni tenía ningún cambio
él seguía con lo de la entrevista
y fue entonces, en ese momento, cuando García
Márquez se dio cuenta que el verdadero santo era
él, Margarito Duarte.
EL AVIÓN DE LA BELLA DURMIENTE
Trata de como, García Márquez, se queda
magnificado al ver una mujer bella, elástica, con una
piel tierna
del color del pan y
los ojos de almendras verdes, cabello liso y negro y largo hasta
la espalda vestida con un gusto sutil: chaqueta de lince, blusa
de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo,
y unos zapatos lineales del color de la bugambilias. «Esta
es la mujer
más bella que he visto en mi vida», pensó,
mientras estaba en el aeropuerto parisino de Charles de Gaulle
esperando para embarcar con destino a Nueva York. Más
tarde la volvió a ver y una vez subido en el avión,
después de algún que otro problema
meteorológico, dio la casualidad que su compañera
de vuelo era aquella joven tan preciosa.
El resto del cuento explica como la estuvo observando,
una y otra vez, mientras dormía durante el vuelo, hasta
que una vez el avión llegó, a Nueva York, ella
desapareció entre la muchedumbre del
aeropuerto.
ME ALQUILO PARA SOÑAR
García Márquez había llegado a
Europa buscando el cine más que la literatura. Pero era
inevitable, porque la literatura iba siempre junto a él:
días antes de regresar a Roma, en una taberna de
estudiantes latinos, se topó con una mujer a quien
rebautizaría mucho después como Frau Roberta (y
luego Frau Frida en este cuento), una compatriota andina que era
pura literatura en carne y hueso, pues, efectivamente, se ganaba
la vida alquilándose para soñar en el seno de una
familia
vienesa, en la que, poco más tarde de estar allí,
todos le hacían caso y todas sus acciones se
debían a lo que dijera Frau Frida.
En cualquier caso, Frau Frida tenía una
espléndida pechuga de soprano, lánguidas colas de
zorro en el abrigo y un anillo egipcio en forma de serpiente,
también soñó para él aquel
otoño: la última noche en que conversaron caminando
junto al Danubio, ella le confesó que su último
sueño tenía que ver con él, que se fuera de
Viena enseguida y no volviera antes de cinco años.
Él, con sus muchas supersticiones superpuestas de caribe,
agarró el primer tren del alba y retornó a Roma,
para no volver jamás a la ciudad de El tercer
hombre.
SÓLO VINE A HABLAR POR
TELÉFONO
Este cuento esta protagonizado por una mexicana de
veintisiete años, bonita y seria, que años antes
había tenido un cierto nombre como actriz de variedades.
Estaba casada con un prestidigitador de salón, con quien
iba a reunirse aquel día después de visitar a unos
parientes en Zaragoza.
Estaba conduciendo un automóvil alquilado,
María de la Luz Cervantes
(nuestra protagonista), cuando tuvo una avería en medio
del desierto de los Monegros en pleno de una tormenta.
Intentó encontrar un teléfono haciendo autostop
aunque no hubo suerte hasta que un autobús destartalado
paró y la dejo subir. Para su asombro vio en el
autobús a un puñado de mujeres, con edades
inciertas, dormidas y con mantas completamente iguales a la suya.
Una vez el autobús se detuvo bajo en busca del
teléfono y sin salir de su asombro vio que todas las
mujeres salían ordenadas y obedeciendo ordenes de una
mujer guardiana. La mujer le gritó y le dijo que se
pusiera con las demás y aunque María
insistió en que sólo venía para llamar por
teléfono obedeció.
Era un sanatorio. Después de darse cuenta de
dónde estaba les explicó su situación y por
que estaba allí, pero no la creyeron y la pusieron con las
demás.
Su marido, después de un largo tiempo de
meditación sobre la desaparición de su mujer,
creyó que lo había abandonado, como en alguna otra
ocasión ya había hecho.
Después de mucho tiempo en aquel manicomio
consiguió mandar una carta a su
decepcionado marido explicándole la situación. Fue
a verla, pero tras hablar con el director de aquel lugar
creyó que era cierto que estaba loca y lo único que
hizo fue seguirle el juego como el
director le dijo que debía hacer. Cada cierto tiempo le
llevaba cigarrillos hasta que se marchó y le dijo a su
vecina que lo hiciera por él. Rosa Regàs, la
vecina, recordaba haberla visto en El Corte Inglés,
hace unos doce años, con la cabeza rapada y el
balandrán anaranjado de alguna sección oriental, y
encinta a más no poder. Ella le
contó que había seguido llevándole los
cigarrillos a María, siempre que pudo, y
resolviéndole algunas urgencias imprevistas, hasta un
día en que sólo encontró los escombros del
hospital, demolido como un mal recuerdo de aquellos tiempos
ingratos del General Franco.
ESPANTOS DE AGOSTO
Es la historia de una familia que decidió, un
día, hacerle una visita a un escritor amigo suyo, Miguel
Otero Silva. Llegaron a la ciudad en la que vivía el
escritor, Arezzo. Después de preguntar, a todo el mundo,
donde estaba el castillo donde vivía, se fueron por un
sendero donde encontraron a una pastora de gansos que les
indicó el camino, y además, les advirtió que
a media noche en aquel castillo había fantasmas. Ellos no
le dieron importancia a aquel comentario, pero una vez en el
castillo, Miguel les dijo que era cierto y les explicó
toda la historia. Se trataba de un hombre, llamado Ludovico, que
había vivido allí y que un día en un
instante de locura del corazón
había apuñalado a su dama en el lecho donde
acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a
sus feroces perros de
guerra que lo
despedazaron a dentelladas. Les aseguró, muy en serio, que
a partir de la media noche, el espectro de Ludovico, deambulaba
por la casa en tinieblas, tratando de conseguir sosiego en su
purgatorio de amor.
Estuvieron viendo el castillo, y después de verlo
todo, Miguel les enseño la habitación, intacta, de
Ludovico, en la que todavía estaba la sangre seca de su
amada. Después de la cena, el escritor los invitó a
pasar la noche, con la ayuda de los niños,
sabiendo que no creían en fantasmas y ellos no tuvieron el
valor de
negarse y aceptaron.
Al contrario de lo que se temían, durmieron muy
bien y se preguntaron como había gente que todavía,
en aquellos tiempos, creían en fantasmas. Fue entonces,
cuando observó la habitación y se dio cuenta que no
estaban en la alcoba de la planta baja donde se habían
acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico,
bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas
empapadas de sangre todavía caliente de su cama
maldita.
MARÍA DOS PRAZERES
Este cuento esta protagonizado por una mulata de setenta
y seis años, esbelta y vivaz, de cabello duro y ojos
amarillos y encarnizados, y hacía ya mucho tiempo que
había perdido la compasión por los hombres y estaba
convencida de que se iba a morir antes de Navidad, y
aunque todavía era primavera quedó con un hombre de
la agencia funeraria.
Una vez llegó el hombre, desplegó un mapa
con unas parcelas de colores diversos
y numerosas cruces y cifras en cada color. María dos
Placeres, nuestra protagonista, comprendió que era el
plano del inmenso panteón de Montjuïc, y de repente
se acordó de unas dramáticas imágenes
que observó cuando era pequeña y vivía cerca
del Amazonas; el Amazonas se desbordó, y miles de
ataúdes y cadáveres quedaron flotando en el patio
de su casa, ya que tuvo la mala suerte de estar viviendo al lado
de un cementerio. Entonces le dijo que quería estar en un
sitio donde nunca llegaran las aguas y sin pensárselo dos
veces el hombre le indico un sitio y le dijo que allí
jamás llegarían las aguas. Acabado esto
llegó su perro y después de una mirada de
María se puso a llorar mientras el hombre de la funeraria
no salía de su asombro y repetía:
«¡Pero ha llorado, coño!»; y
María le dijo que ella misma le había
enseñado ha llorar y que cualquier perro lo podía
hacer si se le enseñaba.
Una vez tuvo la parcela reservada, se dedicó,
durante todos los domingos a ir al cementerio y a esperar que le
sucediese lo mismo que en sus sueños, morir.
Después de preparar el más mínimo detalle
para no molestar a nadie después de su muerte fue al
cementerio y al salir se encontró en medio de una gran
lluvia. Los autobuses estaban llenos y los taxis también,
pero en medio de la lluvia un lujoso coche paro y le
invitó a subir, el chofer. Una vez que llegaron a la casa
el chofer se prestó a acompañarla hasta arriba y
aunque un poca molesta aceptó. Cuando se detuvo frente a
la puerta del entresuelo, temblando de ansiedad por encontrar las
llaves en el bolsillo, oyó los dos portazos sucesivos del
automóvil en la calle. Noi, el perro, que se le
había adelantado, trató de ladrar.
«Cállate», le ordenó con un susurro
agónico. Casi enseguida sintió los primeros pasos
en los peldaños sueltos de la escalera y temió que
se le fuera a reventar el corazón. En una fracción
de segundo volvió a examinar por completo el sueño
premonitorio que le había cambiado la vida durante tres
años, y comprendió el error de su
interpretación.
«Dios mío», se dijo asombrada.
«¡De modo que no era la muerte!»
Encontró por fin la cerradura, oyendo los pasos
contados en la oscuridad, oyendo la respiración creciente de alguien que se
acercaba tan asustado como ella en la oscuridad, y entonces
comprendió que había valido la pena esperar tantos
y tantos años, y haber sufrido tanto en la oscuridad,
aunque sólo hubiera sido para vivir aquel
instante.
DIECISIETE INGLESES ENVENENADOS
Lo primero que notó la señora Prudencia
Linero cuando llegó al puerto de Nápoles, fue que
tenía el mismo olor del puerto de Riohacha. La
señora Prudencia Linero andaba por el barco vestida de
medio luto, se había puesto para desembarcar una
túnica parda de lienzo basto con el cordón de San
Francisco en la cintura, y unas sandalias de cuero crudo que
sólo por demasiado nuevas no parecían de peregrino.
Era un pago adelantado: había prometido a Dios llevar ese
hábito talar hasta la muerte si le concedía la
gracia de viajar a Roma para ver al Sumo Pontífice, y ya
daba la gracia por concedida.
Después de esperar muchísimo rato al
cónsul decidió irse en taxi, que la condujo hasta
un modesto hotel de la cercana Via Nazionale.
«Era un edificio muy viejo y reconstruido con
materiales
varios», recordaría García Márquez,
«en cada uno de cuyos pisos había un hotel
diferente. Sus ventanas estaban cerca de las ruinas del Coliseo,
que no sólo se veían los miles y miles de gatos
adormilados por el calor en las
graderías, sino que se percibía su olor intenso de
orines fermentados. Mi buen acompañante, que se ganaba una
comisión por llevar clientes a los
hoteles, me recomendó el
del tercer piso, porque era el único que tenía las
tres comidas incluidas en el precio (…)
Eran las cinco de la tarde y en el vestíbulo había
diecisiete ingleses sentados, todos hombres y todos con
pantalones cortos, y todos cabeceando de sueño. Al primer
golpe de vista me parecieron iguales, como si fuera uno solo
repetido dieciséis veces en una galería de espejos;
Pero lo que más me llamó la atención fueron sus rodillas óseas y
rosadas (…) Sin embargo, no sé qué rara facultad
del Caribe me sopló al oído que
aquella sucesión de rodillas rosadas era un mensaje
aciago. Entonces le dije a mi compañero que me llevara a
otro hotel donde no hubiera tantos ingleses sentados en el
vestíbulo, y él me llevó sin preguntarme
nada al piso siguiente. Esa noche, los diecisiete ingleses y
todos los huéspedes del hotel del tercer piso se
envenenaron con la cena».
La dueña del quinto piso comentaba el desastre en
una excitación sin control.
-Todos están muertos -le dijo a la señora
Prudencia Linero en castellano-. Se
envenenaron con la sopa de ostras de la cena. ¡Ostras en
agosto, imagínese!
Le entregó la llave del cuarto, sin prestarle
más atención, mientras decía a los otros
clientes en su dialecto: «¡Cómo aquí no
hay comedor, todo el que se acuesta a dormir amanece vivo!»
Otra vez con el nudo de lágrimas en la garganta, la
señora Prudencia Linero pasó los cerrojos de la
habitación. Luego rodó contra la puerta la mesita
de escribir y la poltrona, y puso por último el
baúl como una barricada infranqueable contra el horror de
aquel país donde ocurrían tantas cosas al mismo
tiempo. Después se puso el camisón de viuda, se
tendió bocarriba en la cama, y rezó diecisiete
rosarios por el eterno descanso de las almas de los diecisiete
ingleses envenenados.
TRAMONTANA
Lo vio una sola vez en Boccacio, el cabaret de moda en
Barcelona, pocas horas antes de su mala muerte. Estaba acosado
por una pandilla de jóvenes suecos que trataban de
llevárselo a las dos de la madrugada para terminar la
fiesta en Cadaqués. Eran once, y costaba trabajo
distinguirlos, porque los hombres y las mujeres parecían
iguales: bellos, de caderas estrechas y largas cabelleras
doradas. Él no debía ser mayor de veinte
años. Tenía la cabeza cubierta de rizos
empavonados, el cutis cetrino y terso de los caribes
acostumbrados por sus mamás a caminar por la sombra, y una
mirada árabe como para trastornar a las suecas, y tal vez
a varios de los suecos. Lo habían sentado en el mostrador
como a un muñeco de ventrílocuo, y le cantaban
canciones de moda acompañándose con las palmas,
para convencerlo de que se fuera con ellos. Él,
aterrorizado, les explicaba sus motivos. Pues los motivos del
chico eran sagrados. Había vivido en Cadaqués hasta
el verano anterior, donde lo contrataron para cantar canciones de
las Antillas en una cantina de moda, hasta que lo derrotó
la tramontana. Logró escapar al segundo día con la
decisión de no volver nunca, con tramontana o sin ella,
seguro que si
volvía alguna vez lo esperaba la muerte. Era una
certidumbre caribe que no podía ser entendida por una
banda de nórdicos racionalistas. En primavera y
otoño, eran las épocas en que Cadaqués
resultaba más deseable, nadie dejaba de pensar con temor
la tramontana, un viento de tierra
inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y
algunos escritores escarmentados, lleva consigo los
gérmenes de la locura. Sin embargo, no hubo modo de
disuadir a los suecos, que terminaron llevándose al chico
por la fuerza con la
pretensión europea de aplicarle una cura de burro a sus
supercherías africanas. Lo metieron pataleando en una
camioneta de borrachos, en medio de los aplausos y las rechiflas
de la clientela dividida, y emprendieron a esa hora el largo
viaje hacia Cadaqués.
La mañana siguiente le despertó el
teléfono. Había olvidado cerrar las cortinas al
regreso de la fiesta y no tenía la menor idea de la hora,
pera la alcoba estaba rebozada por el esplendor del verano. La
voz ansiosa en el teléfono, que no alcanzó a
reconocer de inmediato, acabó por despertarlo.
-¿Te acuerdas del chico que se llevaron anoche
para Cadaqués?
No tuvo que oír más. Sólo que no
fue como se lo había imaginado, sino aún más
dramático. El chico, despavorido por la inminencia del
regreso, aprovechó un descuido de los suecos
venáticos y se lanzó al abismo desde la camioneta
en marcha, tratando de escapar de una muerte
ineluctable.
EL VERANO FELIZ DE LA SEÑORA
FORBES
Este cuento explica la aventura de dos niños que
se quedaron, un verano, a cargo de una institutriz, que no les
hacía mucha gracia porque era muy estricta y severa,
aunque muy culta e inteligente.
Durante un año entero habían, los
niños, esperado con ansiedad aquel verano libre en la isla
de Pantelaria, en el extremo meridional de Sicilia, y lo hubo
sido en realidad durante el primer mes, en que sus padres
estuvieron con ellos. Pero la revelación más
deslumbrante para ellos había sido Fulvia Flamínea,
la cocinera. Parecía un obispo feliz, y siempre andaba con
una ronda de gatos soñolientos que le estorbaban para
caminar, pero ella decía que no los soportaba por amor,
sino para impedir que se la comieran las ratas. De noche,
mientras sus padres veían en la
televisión los programas para
adultos, Fulvia Flamínea los llevaba con ella a su casa, a
menos de cien metros de la suya, y les enseñaba a
distinguir las algarabías remotas, las canciones, las
ráfagas de llanto de los vientos de Túnez. Su
marido era un hombre demasiado joven para ella, que trabajaba
durante el verano en los hoteles de turismo, al otro extremo de
la isla, y sólo volvía a casa para dormir. Oreste,
un amigo veinteañero de los chavales, vivía con sus
padres un poco más lejos, y aparecía siempre por la
noche con ristras de pescados y canastas de langostas acabadas de
pescar, y las colgaba en la cocina para que el marido de Fulvia
Flamínea las vendiera al día siguiente en los
hoteles. Después se ponía otra vez la linterna de
buzo en la frente y los llevaba a cazar las ratas de monte,
grandes como conejos, que acechaban los residuos de las
cocinas
La decisión de contratar una institutriz alemana
sólo podía ocurrírsele al padre de los
chicos, que era escritor del Caribe con más ínfulas
que talento. La señora Forbes llegó el
último sábado de julio en el barquito regular de
Palermo, y desde que la vieron por primera vez se dieron cuenta
de que la fiesta había terminado. Llegó con unas
botas de miliciano y un vestido de solapas cruzadas en aquel
calor meridional, y con el pelo cortado como el de un hombre bajo
el sombrero de fieltro. Desde aquel momento todo se volvió
aburrido y todo lo que hacían para divertirse acabo siendo
clases de algo.
Sin embargo, muy pronto se dieron cuenta de que la
señora Forbes no era tan estricta consigo misma como lo
era con ellos, y esa fue la primera grieta de su autoridad. Una
madrugada la sorprendieron en la cocina, con el camisón de
dormir de colegiala, preparando sus postres espléndidos,
con todo el cuerpo embadurnado de harina hasta la cara y
tomándose un vaso de oporto con un desorden mental que
habría causado el escándalo de la otra
señora Forbes. Una noche, mientras oían desde la
cama el trajín incesante de la señora Forbes en la
casa dormida, el hijo pequeño soltó de golpe toda
la carga del rencor que se le estaba pudriendo en el
alma.
-La voy a matar -dijo.
Esa misma noche, los niños, cogieron un veneno
que había en la casa, para analizar, y lo pusieron en una
botella de vino, de la cual solía beber la señora
Forbes. Eso fue un viernes, y la botella siguió intacta
durante el fin de semana. Pero la noche del martes, la
señora Forbes se bebió la mitad mientras
veía las películas libertinas de la
televisión. Al día siguiente estaba como siempre,
no sabían que había pasado.
La madrugada siguiente, volvió a hablar sola por
un largo rato, como solía hacer, y culminó con un
grito final que ocupó todo el ámbito de la
casa.
La mañana siguiente, se hicieron los despistados
y se fueron a nadar como si la señora Forbes se hubiera
quedado dormida, sin embargo, cuando volvieron a casa, vieron
mucha gente en la casa y dos automóviles de la
policía frente a la puerta, y entonces tuvieron conciencia por
primera vez de lo que habían hecho.
-¡Por el amor de Dios, figlioli, no la vean! -dijo
Fulvia Flamínea.
Ya era tarde. Nunca, en el resto de sus vidas,
habían de olvidar lo que vieron en aquel instante fugaz.
Dos hombres de civil estaban midiendo la distancia de la cama a
la pared con una cinta métrica, mientras otro tomaba
fotografías de los parques. La señora Forbes no
estaba sobre la cama revuelta. Estaba tirada de medio lado en el
suelo, desnuda
en un charco de sangre seca que había teñido por
completo el piso de la habitación, y tenía el
cuerpo cribado a puñaladas. Eran veintisiete heridas de
muerte.
LA LUZ COMO EL AGUA
Esta es la historia de dos niños, Totó de
nueve años, y Joel, de siete, que siempre pedían a
sus padres cosas relacionadas con la mar y estos les
decían una y otra vez que no las necesitaban ya que
vivían apretujados en el piso quinto del número 47
del Paseo de la Castellana en Madrid.
Pero una vez tuvieron un ansiado bote que lo llevaban
pidiendo desde hace mucho empezó lo increíble. La
noche del miércoles, como todos los miércoles, los
padres se fueron al cine. Los niños, dueños y
señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y
rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala.
Un chorro de luz dorada y fresca como el agua
empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr
hasta que el nivel llegó a cuatro palmos. Entonces
cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por
entre las islas de la casa.
Meses después, ansiosos de ir más lejos,
pidieron un equipo de pesca
submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas
de aire
comprimido. De modo que el miércoles siguiente, mientras
los padres veían El último tango en
París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos
brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles
y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que
durante años se habían perdido en la
oscuridad.
En la premiación final los hermanos fueron
aclamados como ejemplo para la escuela, y les
dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir
nada, porque los padres les preguntaron qué
querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo
quisieron una fiesta en casa para agasajar a los
compañeros de curso. Los padres pensaban que era un
símbolo de madurez.
El miércoles siguiente, mientras los padres
estaban en el cine, la gente que pasó por la Castellana
vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio
escondido entre los árboles. Pues habían abierto tantas
luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y
todo el cuarto año elemental de la escuela de San
Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso
quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid
de España,
una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar
ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca
fueron maestros en la ciencia de
navegar en la luz.
EL RASTRO DE TU SANGRE EN LA NIEVE
Se habían casado tres días antes, en
Cartagena de Indias. Nadie, salvo ellos mismos, entendía
el fundamento real ni conoció el origen de ese amor
imprevisible. Había empezado tres meses antes de la boda,
un domingo de mar en que la pandilla de Billy Sánchez, el
novio, se tomó por asalto los vestidores de mujeres de los
balnearios de Marbella. Nena Daconte, la novia, había
cumplido apenas dieciocho años, acababa de regresar del
internado de la Châtellenie, en Saint-Blaise, Suiza,
hablando cuatro idiomas sin acento y con un dominio maestro
del saxofón tenor, y aquel era su primer domingo de mar
desde el regreso. Se había desnudado por completo para
ponerse el traje de baño cuando empezó la estampida
de pánico y los gritos de abordaje en las casetas vecinas,
pero no entendió lo que ocurría hasta que la aldaba
de su puerta saltó en astillas y vio parada frente a ella
al bandolero más hermoso que podía concebir.
Entonces Billy cumplió con su rito pueril: se bajó
el calzoncillo de leopardo y le mostró su respetable
animal erguido. Ella lo miró y sin asombro afirmó
que los había visto más grandes y
firmes.
Llegaron a conocerse mientras se le soldaban los
huesos de la
mano, que se había astillado en aquella aventura
erótico-festiva, y él mismo se asombró de la
fluidez con que ocurrió el amor cuando ella lo
llevó a su cama de doncella una tarde de lluvias en que se
quedaron solos en casa. Todos los días a esa hora, durante
casi dos semanas, se entregaron uno a otro sin el menor pudor. Ya
casados, cumplieron con el deber de amarse mientras las azafatas
dormían en mitad del Atlántico, encerrados a duras
penas y más muertos de risa que de placer en el retrete
del avión. Sólo ellos sabían entonces,
veinticuatro horas después de la boda, que Nena Daconte
estaba encinta desde hacía dos meses.
La misión
diplomática de su país lo recibió en el
salón oficial. El embajador y su esposa no sólo
eran amigos desde siempre de la familia de
ambos, sino que él era el médico que había
asistido al nacimiento de Nena Daconte, y la esperó con un
ramo de rosas tan
radiantes y frescas que hasta las gotas de rocío
parecían artificiales. Al coger las rosas se pinchó
el dedo con una espina del tallo y el dedo le empezó a
sangrar, pero no le dieron mayor importancia. Más tarde le
prestaron atención al dedo ensangrentado y pensaron ir a
una farmacia pero pasaron alguna de largo y cuando se quisieron
dar cuenta ya llegaban a París. El pinchazo era casi
invisible. Sin embargo, tan pronto como regresaron al coche,
después de comer algo y limpiarse la herida, volvió
a sangrar, de modo que Nena Daconte dejó el brazo colgando
fuera de la ventana, convencida de que el aire glacial de las
sementeras tenía virtudes de cauterio. Fue otro recurso en
vano, pero todavía no se alarmó. «Si alguien
nos quiere encontrar será muy fácil», dijo
con su encanto natural.«Sólo tendrá que
seguir el rastro de mi sangre en la nieve.»
Después de aquello, poco, a poco, se comenzaron a
alterar, ya que el dedo sangraba y sangraba sin parar y todo se
comenzaba a empapar de sangre. Una vez llegaron al hospital, Nena
Daconte se quedó con el doctor en una camilla y Billy
Sánchez esperó fuera. Nena Daconte ingresó a
las 9.30 del martes 7 de enero. Billy Sánchez estuvo
durante mucho tiempo intentando que lo dejaran entrar en el
hospital, eso mientras sabía donde estaba, porque al poco
tiempo se perdió y no supo encontrarlo y hizo todo lo
posible para volver a encontrarlo y ver a su mujer hasta que por
fin lo encontró.
El médico levantó sus ojos desolados,
pensó unos instantes y entonces lo
reconoció.
– Pero ¿dónde diablos se había
metido usted? -dijo.
Billy Sánchez se quedó
perplejo.
-En el hotel -dijo-. Aquí, a la
vuelta.
Entonces lo supo. Nena Daconte había muerto
desangrada a las 7.10 de la noche del jueves 9 de enero,
después de setenta horas de esfuerzos inútiles de
los especialistas mejor calificados de Francia. Hasta
el último instante había estado lúcida y
serena, y dio instrucciones para que buscaran a su marido en el
hotel Plaza Athenée, donde tenían una
habitación reservada, y dio los datos para que se
pusieran en contacto con sus padres. El embajador en persona se
encargó de los trámites del embalsamamiento y los
funerales, y permaneció en contacto con la Prefactura de
Policía de París para localizar a Billy
Sánchez. Durante cuarenta horas fue el hombre más
buscado de Francia y se difundieron fotografías por todos
los medios de
comunicación.
El texto entero me ha sorprendido porque no era lo que
me esperaba. Hay mucha fantasía, la cual yo le
quitaría para hacerla más creíble, y las
historias son mayoritariamente muy distintas y con hechos muy
trágicos. Es interesante en el descubrimiento del escritor
García Márquez, además de tratar de
descifrar el final, tan inesperado.
Dentro de todo el relato se hace claro el amor del autor
por su tierra y los habitantes de la misma. Además utiliza
palabras que "hacen al libro al libro más
latinoamericano".
Los cuento que más me gustaron fueron "Solo vine
a hablar por teléfono", "El verano feliz de la
señora Forbes" y "El rastro de tu sangre en la
nieve".
Mariana G