Sócrates,fundador de la filosofía
ática, nació hacia el año 469 a. de J.C.,
procedente de una familia humilde
perteneciente al demo de Alopece. Su madures coincidió con
el gobierno de
Perícles, época conocida como el siglo de oro de
Grecia.
Atraídos por el esplendor de Atenas, acudían a ella
los personajes más eminentes de la Hélade, llegaban
de todas las regiones de la península, se reunían
en el ágora de la ciudad, que era el lugar de los grandes
foros. Allí hacían demostración de
sabiduría, les llamaban, los sofistas. Sócrates
se acercaba a ellos para aprender de su ciencia, sin
embargo, persuadido de que más bien la negaban,
estudió la dialéctica para combatirlos con sus
propias armas.
La juventud
dorada de Atenas sentía gran atracción por aquellos
sofistas que impresionaban al publico con sus actitudes
teatrales. Se vestían con largo manto de púrpura,
como los antiguos rapsodas, y se presentaban en publico, no para
recitar los poemas
homéricos, sino para lucir su destreza en la
retórica, como elocuentes oradores que podían
defender o refutar cualquier cosa, con la misma habilidad, mala o
buena que fuese, Su arte y su
doctrina la enseñaban a los jóvenes mediante un
salario, y
llegaban a reunir de este modo una envidiable fortuna.
Los mas renombrados fueron: Gorgias de Leontino, en
Sicilia, Protágora de Abdera,. Pródico de Geos,
Hippias etc. Jactabanse de poseer conocimientos universales, y
discutían capciosamente sobre las cuestiones mas opuestas,
pretendiendo que acerca de cualquier problema podía
sostenerse el pro y el contra, lo justo o injusto, y acabando por
negar la existencia de verdades universales, así en los
dominios de la teoría
como en los de la practica.
Sócrates, en cambio, no
pretendía divulgar ninguna doctrina en especial, por que,
según afirmaba insistentemente, lo, único que
sabía, era que no sabía nada. Su divisa
reproducía la máxima "conócete a ti
mismo", inscrita en el frontón del templo de Delfos,
en la cual resumió la finalidad fundamental de los
estudios filosóficos, es decir, la naturaleza de la
virtud y el vicio, el modo conducente a lograr la fuerza del
carácter, el dominio de
sí, la justicia para
con los semejantes y la piedad hacia los Dioses.
Nuestro filosofo, que no escribió nada, daba sus
enseñanzas paseándose por la plaza publica;
trabando conversación con la gente, ponía en
juego la
ironía, que fingiendo ignorar, interrogaba. Así
como la mayéutica o arte de llevar a sus interlocutores a
dar por si mismo con la verdad. En sus conversaciones, mas bien
que transmitir una verdad, insita a sus discípulos a que
indaguen por si mismo, y que en sus reflexiones, aprendan a
buscar el camino de la investigación y de la exactitud, si es que
esta ultima existiera como verdad absoluta.
Así, pues, lo que propiamente constituye la
enseñanza socrática es el aprendizaje de
un método
para buscar la verdad, y su preocupación, es la
formación moral del
ciudadano. Cree que no hay malos a sabiendas, es decir, que
quienes obran mal lo hacen creyendo que es el bien. De
aquí que Sócrates considere indispensable la
sabiduría para adquirir la virtud. Su misión fue
servir de conciencia a la
ciudad de Atenas para descubrirles sus vicios e incitarla a la
virtud. Se compara con ello con un jinete que espolea a su
cabalgadura para hacerlas marchar por el buen camino. Sin
embargo, los hombres no gustan de que se les diga la verdad,
cuando esta es desagradable.
Sócrates se conquistó con su actitud, entre
las almas ruines de sus compatriotas. Odios y enemistades que, a
la postre fueron el motivo fundamental de su condenación.
En efecto, acusado de haber introducido en su patria Dioses
nuevos y señalado por sus detractores como corruptor de la
juventud, fue enjuiciado y condenado a beber la cicuta, -brebaje
venenoso que utilizaban los atenienses para ejecutar a los
sentenciados a muerte– después de defenderse en su
apología, escrita por Platón y
en los últimos momentos de Sócrates, narrados por
su discípulo mas ilustre Fedón.
El pensamiento
Socrático, que tan profunda influencia a ejercido en la
filosofía de todos los tiempos, nos es conocido gracias a
las obras de Platón y algunos de los escritores de
Jenofontes, particularmente los memorables o
conversaciones con su maestro, en la que este es presentado como
un ciudadano probo y piadoso; La apología,
destinada a demostrar la inocencia del filosofo Ateniense y El
banquete, relato de una comida durante la cual expone
Sócrates su teoría acerca del amor.
SÓCRATES: HORAS ANTES DE SU
MUERTE
Empieza el alba, la nave de Delos llegaba. Fedón
el discípulo más ilustre y querido de
Sócrates, fue el primero en llegar al ágora de
Atenas, punto de reunión de los condiscípulos para
despedir en la cárcel, quien fuera en ese momento, su gran
maestro, y poder estar
con el en su ultimo día de vida terrenal. Uno por uno van
llegando con la tristeza de saber que verán por ultima vez
a su filosofo. El bueno de Apolodoro, Critóbulo y su padre
el rico y generoso Critón, Hermógenes y
Epígenes; el cínico Antístenes, que tanto
aprenderá en ese día; Ctesipo y Menéxeno;
Simias , Cebes y Fedondas, los tres tebanos; Euclides y
Terpsión; megarenses ambos, el primero creador de esa
escuela que
sirvió de cenáculo a los socráticos en el
momento de miedo y cobardía que siguió a la muerte del
maestro. Todos están allí. Faltan tal vez algunos
cobardes, y Platón está enfermo y no ha podido
acudir.
Lo encuentran como era ya una costumbre, sentado en el
habitáculo de la prisión, pero esta vez estaba
desatado pues en su ultimo día, el reo recibe
consideraciones especiales. Se frota las piernas, adoloridas por
las cadenas que ha soportado en la prisión todo el
tiempo en
espera de la ejecución de la sentencia
Su mujer Xantipa,
sentada junto a él, prorrumpe en gritos al ver entrar a
cada uno de sus amigos. Son esos gritos que en los países
latinoamericanos se oyen siempre, sin ningún pudor, en los
entierros: ¡Ay, Sócrates, que es la última
vez que habláis! ¡Ay, que por última vez ves
a tus amigos!
Sócrates no puede sufrirlo más y le ruega a
Critón,- que como hombre rico
que era se habría hecho acompañar de sus esclavos-,
que se llevasen a la infeliz Xantipa, la cual tenía: nos
dice Platón, a su hijo más pequeño en
brazos. Hay que observar que esta conducta no era
entonces tan dura como nos parece a nosotros, ya que la mujer distaba
de estar a la misma altura social que el marido, y, por otra
parte, bastaba con que los amigos llegasen para que la mujer
desapareciera, conforme a las costumbres de los atenienses.
Sócrates se incorporó en su asiento, apoyó
los pies en el suelo y mirando
con estima y afectividad a sus discípulos empieza su
acostumbrada conversación y doctrinaje. Esta actitud del
maestro, muy común en el, y en este caso se trataba nada
menos de no confundir la buena disposición que el
tenía para el encuentro de la muerte con el suicidio. No en
vano Sócrates moría en un punto en que el despego
del vivir podía convertirse en una peligrosa epidemia. Era
necesario llenar la vida de espontaneidad religiosa, para que no
venciese la muerte.
Es probablemente el Sócrates histórico el que en
nombre de la religión tradicional
se opone al misterio que dice que el cuerpo es una
cárcel o tumba del alma, y que lo mejor que podemos
hacer es huir de ella y buscar la verdadera resurrección y
libertad. Es
ética
tradicional, vieja religión, lo que Sócrates en
Platón toma del pitagorismo y enarbola como razón
suprema. –Lo Dioses – dice –
son nuestros amos; nosotros somos tan suyos como si
fuéramos su rebaño y ellos nuestros pastores. No
podemos, pues, disponer de nosotros mismos ni hacernos
daño-.
Era en la religión
heredada, donde Sócrates buscaba la razón suprema
para resistir a la desesperación que iba a invadir el alma
antigua. Y esto, sin dejar de afirmar, desconcertadamente, que
el filósofo debe acudir gozoso a la muerte. Sus
discípulos no comprenden todavía bien las dos
cosas: si la muerte es deseable, ¿por qué no-
buscarla? si no lo es, ¿cómo se explica la
serenidad ante ella?
Sócrates estaba aquí, como en todo lo demás
de su vida, en un equilibrio tan
difícil, que resultaba incomprensible aun para sus
más fieles discípulos. En el fondo, su
filosofía consistía esencialmente en ese desprecio
del instinto que nos liga desesperadamente a la vida.
Platón sabía que había que buscar
para Sócrates una razón en su sacrificio, y
creyó que lo mejor era fundamentar su serenidad en la fe
en la inmortalidad y en la providencia de los Dioses. Pero, en
realidad, Sócrates no necesitaba esta fe para correr hacia
la muerte. Es este uno de los momentos más extraños
en los últimos días de Sócrates. .
Sócrates se exalta. Critón le dice de parte del
verdugo que no se excite en la conversación pues si se
acalora, el veneno tardará más en hacer efecto.
«No le hagáis caso -dice Sócrates-, que se
ocupe de su menester y que prepare lo que haga falta, aunque sea
ración doble y aún triple »
No es
precisamente con base en creencias con lo que Sócrates
corre hacia la muerte, sino privado por el cultivo de la
filosofía del instinto que se agarra a la vida.
«Los que cultivan bien la filosofía -dice- , los
demás no se dan cuenta de que lo único que cultivan
es la muerte.»
La filosofía socrática
se nos descubre en estos momentos últimos como una
verdadera preparación para la muerte. Todo lo que la
filosofía socrática tiene aparentemente de vulgar
se convierte en cosa sublime y extrahumana. Tanto que, acentuando
mucho lo que se había iniciado en Pitágoras y en
los misterios, y en general en las doctrinas helénicas de
inmortalidad, el alma queda separada del cuerpo.
No cabe duda que este aspecto de Sócrates fue
Platón el que mejor lo comprendió y el que supo
recogerlo como herencia. La
filosofía se convierte así en una
sublimación de la corriente religiosa purificatoria, se
hace la purificadora por excelencia, la que por anticipado,
mientras Dios llega a liberarlo, nos purifica del contacto con el
cuerpo. En lo que no consiste esta pureza es precisamente en la
verdad, con lo que la doctrina tiene un sello intelectualista que
revela su origen socrático.
Cuando le preguntan acerca del entierro, Sócrates
dice una frase alada como una flecha: «Como
queráis, que no me escaparé de vuestras
manos.» Los discípulos sienten crecer su
asombro. Sócrates habla de sus funerales con una calma y
una naturalidad que están bien lejanas de los lamentos de
los héroes homéricos.
Cuando se acerca el momento supremo, no podemos menos de
seguir literalmente a Platón- Fedón-59 ss
-Podrá, haber una poetización, lograda, como las
estatuas antiguas, suprimiendo detalles individuales, o
añadiendo por el contrario rasgos de valor general.
Pero cuando la poesía
se ha convertido sustancialmente en realidad, cuando es una
escena poética donde se ha conservado un hecho, mientras
que la realidad y los hombres mismos se han convertido en polvo,
la crítica histórica se convierte en una nimiedad,
en una impertinente exigencia.
Sigamos, pues, a Platón y dejémonos
llevar de él.
«Después de hablar así,
Sócrates se levantó y pasó a otra
cámara para bañarse, y Critón le
siguió, y nos mandó aguardar. Estábamos,
pues, hablando unos con otros acerca de todo lo que se
había dicho y repasándolo, y nos
lamentábamos de cuán gran desgracia nos
había sobrevenido, en la creencia de que íbamos a
pasar el resto de nuestra vida como huérfanos privados de
su padre .
Luego que se hubo bañado y trajeron junto a él a
sus hijos y llegaron las mujeres de su casa, habló con
ellos en presencia de Critón y les dió las
órdenes que quiso; despidió a las mujeres y los
niños,
y vino hacia nosotros. Ya era cerca de la puesta del sol, pues
había gastado mucho tiempo dentro. Llegó ya
bañado, se sentó, y no le dio tiempo de hablar
mucho, cuando llegó el servidor de los
once y, de pie junto a él, le dijo:
-Sócrates, no pensaré de ti lo que pienso de otros
que se enfurecen contra mí y me maldicen porque les traigo
la orden de beber el veneno,según obligan los magistrados
.De ti ya he conocido este tiempo en todo que eres el hombre
más noble, paciente y bueno de cuantos jamás
vinieron aquí, y ahora sé bien que no te enojas
contra mí, sino contra los culpables, que ya los conoces,
Ahora, pues, como sabes lo que vengo a comunicarte,adiós
,y procura soportar sencillamente lo inevitable.
Y llorando dio la vuelta y se marchó .
Sócrates, mirándole, dijo:
–Salud
también a ti, y yo haré lo -que me dices.
Y luego a nosotros nos dijo: ¡Que amable es! Todo el tiempo
solía visitarme y a veces hablaba conmigo, y era un hombre
excelente, y ahora, qué noblemente me llora.
Mas ea, Critón, obedezcámosle, y que alguien traiga
el veneno si ya está molido, y si no, que lo maje el
hombre.
Y Critón dijo: Me parece a mí, Sócrates, que
todavía está el sol más
alto que los montes y que aún no se ha puesto. Y
además sé que otros lo han bebido ya muy tarde
después de recibir la orden, luego de cenar y de beber y
de gozar a alguien que acaso les apetecía. No tengas
prisa, que aún hay tiempo.
Y Sócrates dijo: Con razón esos que tú dices
lo hacen, pues creen que ganan algo con hacerlo, y con
razón yo no lo haré, pues no me parece que
sacaría otro provecho con beber un poco más tarde
que el que se rieran de mí por aferrarme a la vida y andar
ahorrando lo que ya nada es. Así que -dijo-
obedeceré y no me desatiendas.
Critón, entonces. hizo una señal al esclavo que
estaba cerca, y el esclavo salió, y después de
gastar un poco de tiempo ,volvió acompañado por el
que había de dar el veneno, que lo traía disuelto
en una copa. Cuando Sócrates le vio, dijo al hombre:
-Vamos, amigo, tú que sabes de esto, ¿qué es
lo que hay que hacer?
-Nada más -dijo- que dar unas vueltas después de
beber, hasta que te venga en las piernas pesadez, y entonces has
de acostarte y de esta manera hará su efecto.
Y con esto alargó la copa a Sócrates. Él la
tomó, y muy serenamente, sin temblar ni alterársele
ni el color ni el
rostro, sino, según solía, mirando de reojo como un
toro, al hombre dijo: -¿Qué dices sobre si con esta
bebida es lícito hacer una libación? ¿Se
puede o no?
-Disolvemos, Sócrates, lo que pensamos que es lo justo
para beber.
-Comprendo -dijo él-, más es lícito y
necesario orar a los Dioses que sea feliz el traslado desde este
mundo hacia allá; lo cual yo les suplico, y así
sea. Y diciendo así, aplicó la copa a los labios y
con toda sencillez apuró la bebida. Y la mayoría de
nosotros,que hasta entonces había podido contener el
llanto, cuando, vimos que había bebido, ya no pudimos
más y las lágrimas me brotaban con fuerza -cuenta
Fedón, el testigo sobre cuya fe lo refiere Platón-
y a hilo, de manera que me hube de cubrir con el manto y
gemía por mí mismo, que no por él, sino por
mi desgracia de perder tal amigo. Y Critón aún
antes que yo, como no era capaz de contener las lágrimas,
se levantó y salió.
Apolodoro ,que en todo el tiempo anterior no había cesado
de llorar ,entonces se puso a lamentarse y gemir y enfurecerse, y
no dejó de quebrantar el ánimo de ninguno de los
presentes, excepto del mismo Sócrates.
Y él dijo: -¿Qué hacéis, hombres
desconcertantes? Precisamente por ese motivo despedí a las
mujeres, para que no cometieran estos excesos, pues en verdad
tengo oído que
se debe morir en religioso silencio. Así, pues, no
alborotéis y conteneos.
Y nosotros al oírle tuvimos vergüenza y retuvimos el
llanto. Y él ,después de haber dado unos paseos,
dijo que le pesaban las piernas y se acostó boca arriba,
que así le había mandado aquel hombre, y en
seguida, el que le bahía dado el veneno le tocó, y
dejando pasar un poco de tiempo, le examinaba los pies y las
piernas, y después le apretó fuertemente los pies y
le preguntó si lo sentía, y él dijo que no.
Y después le volvió a tocar las piernas, y subiendo
así, nos mostró cómo se enfriaba e iba
poniendo rígido. Y le iba tocando y dijo que cuando le
llegase hacia el corazón
entonces se extinguiría.
Ya estaba frío el bajo vientre, cuando Sócrates se
descubrió, pues estaba cubierto con un velo, y dijo y esto
fue su última palabra: Critón, a Esculapio le
debemos un
pagádselo y no lo
descuidéis.
Así será -le
dijo Critón-; y mira si tienes algo más que
decir.
A esta pregunta que le hizo ya no respondió, sino que
después de pasar un poco tiempo se movió, y el
hombre le descubrió, y tenía ya los ojos parados; y
viendo esto Critón, le cerró la boca y los
ojos.
Esta fue la muerte de nuestro amigo, hombre del que podemos decir
que fue el mejor de cuantos en su tiempo conocimos y
además el más prudente y el más
justo.
El sacrificio del gallo a Esculapio se ha interpretado
de varias maneras. La verdadera inteligencia
de este piadoso encargo, está en la interpretación
pesimista de la vida que tantas veces aflora en los griegos. El
gallo se ofrendaba a Esculapio, precisamente en agradecimiento
por la salud recuperada; y así, si Sócrates
consideraba que había llegado el momento de hacer este
sacrificio en acción de gracias, es que se encontraba
curado de una enfermedad, de la enfermedad que es la vida. Nunca
se había expresado con semejante pesimismo, pero de la
autenticidad de esta actitud nos sirve de prueba la serenidad con
que mira a la muerte.
Lo más terrible de la muerte de Sócrates es que
Atenas continuó su marcha como si nada hubiera sucedido.
La misma fatalidad que guiaba su evolución desde la religiosidad hacia el
racionalismo y
desde lo fecundo y genial hasta la esterilidad, siguió
dominando todopoderosa después del asesinato o error
judicial; y ni el discípulo más genial,
Platón, se atrevió a arrostrarla como lo hizo
Sócrates, pues por el contrario se dejo llevar por la
creciente marea racional e intentó nada menos que gobernar
este mundo.
Sócrates murió, y ni la tierra
tembló ni se oscureció el sol, y la razón se
siguió haciendo, a pesar de la terrible conciencia que a
él le llevó a arrostrar la muerte, la dueña
de los secretos de la vitalidad helénica .
Son falsos los cuentos que
los fieles discípulos soñaron tal vez, y más
tarde la tradición filosófica procuró
recoger. Se nos ha dicho que los atenienses se arrepintieron
enseguida, y que el luto llegó a cerrar las palestras y
gimnasios, aquellos recintos donde habían resonado tantos
diálogos del maestro. Desde luego que el fracaso
íntimo de la restauración democrática en sus
objetivos
religiosos dejó muy pronto al descubierto lo
incomprensible de la muerte de Sócrates.
Ante una injusticia tan grande, se daba expresión
con esas historias al afán de venganza de la muerte de
Sócrates. Así surge la leyenda de que los
atenienses condenaron la muerte o desterraron a los acusadores,
arrepentidos de su decisión, y en cuanto a Meleto, hasta
se llegó a decir que le condenaron a muerte.
Estas fantasías son tanto más explicables cuanto
que ya en Jenofonte se interpreta tendenciosamente el mal fin del
hijo de Anito, como si fuera una especie de castigo por la
iniquidad que cometió el padre del joven contra
Sócrates y Antistenes por su parte, convertido en el
vengador oficial de su maestro y contra el que se centran los
tiros de los restauradores pronuncia una frase que debió
impresionar: «Las ciudades perecen cuando no saben
distinguir los buenos de los malos.»
Un paso más en las historias vengativas, y surge la de que
los de Heraclea expulsaron de su ciudad a Anito el mismo
día que llegó. Era como una maldición que
perseguía a los culpables del crimen. Pero aunque el
sentido de la justa venganza quede satisfecho, no hay que hacerse
ilusiones de que todas estas historias sean verdades.
Poco puede añadirse a la sublime prosa
platónica, en la que quedó para siempre, como en
inmortal relieve, la
última escena de la vida del maestro. La filosofía
antigua no supo conformarse, sin embargo, con el admirable relato
platónico, aunque los añadidos no tienen la menor
verosimilitud. Por ejemplo:
Hallamos en la tradición la historia del famoso manto
filosófico, de ese manto que fueron los cinicos los
encargados de glorificar y convertir en una especie de
hábito o librea del filósofo.
En este contexto se cuenta que: después de beber la
cicuta, Apolodoro quiso ceder al maestro su hermoso manto para
que se acostase sobre él.
«Pero, ¿cómo? -dijo Sócrates-,
¿habrá sido bueno mi manto para vivir y no lo va a
ser para morir?»
Los Cínicos heredarían el manto de la verdadera
filosofía socrática.
La muerte de Sócrates, que tan sobria como elevadamente
nos ha contado Platón, les pareció a todos los
discípulos, tanto los presentes como los ausentes,
hermosa, y la memoria de
sus últimas plática, produjo en todos imborrable
impresión. Los más íntimos entre los
discípulos quedaron sorprendidos ante la inaudita
serenidad con que no alteró su vida mientras esperaba la
fatal nave de Delos, en estos treinta días de plazo que
prolongaron, con la angustia de los discípulos, pero con
la actitud sublime y equilibrada de este genio
pensante.
Solo una pequeña leyenda brota sobre la ignorada
tumba de Sócrates. Se cuenta que un muchacho espartano
llegó a Atenas lleno de devoción hacia
Sócrates. Cuando se hallaba ya a las puertas de la ciudad,
supo que Sócrates había muerto; preguntó
entonces por su tumba, y cuando se la señalaron,
después de hablar con la estela y lamentarse,
esperó la noche y durmió sobre ella. Antes de que
amaneciera del todo, besó el polvo de la tumba y se
volvió a su patria.
Pálida leyenda, pero bastante religiosa es, si se piensa
que tuvo fuerzas para surgir sobre el sepulcro de quien con
arcaico pesimismo y pleno uso de razón dijo después
de ser condenado a muerte: «Vosotros salís de
aquí a vivir; yo, a morir; Dios sabe cuál de las
dos cosas es mejor.»
Autor:
Rafael Elías Fernández
Chagín
Barranquilla – Colombia-