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Inmigración y literatura: poesía



    1. Inmigraciòn en
      conjunto
    2. Italianos
    3. Judíos
    4. Alemanes
    5. Notas

    En esta monografía
    me ocupo de los poemas en los
    que los inmigrantes llegados a la Argentina entre
    1850 y 1950, o sus descendientes, cantan a la tierra de
    origen o evocan la inmigración.

    Inmigraciòn en conjunto

    "Barco de peltre, acero o
    cucurucho,/ mole de mundo,/ cargado de niñez, hombres y
    tumbos,/ arribaste./ Estrenaste el chocolate,/ la delicia de
    mazorcas tiernas…/ Alimentaste sed de tierra,/
    abiertas/ para manos rocosas,/ temples tristes.", canta
    Carolina de Grinbaum en "Llegaste". (1)

    En su poema "Inmigrante", Cristina Pizarro evoca
    la desolación de quien ve frustradas sus expectativas: "Yo
    era el que no tenía título,/ ni un doble apellido,/
    el que deseaba vivir en un chalet de dos pisos/ con
    jardín/ y revestimientos de piedra Mar del Plata./ Era uno
    de esos/ originarios de tierras/ devastadas./ Ahora/ soy/ este
    aire ambiguo/
    este daño/ que regresa/ y este adiós/ menoscabado"
    (2).

    Los agricultores inmigrantes también fueron tema
    de poesías. En "Ese inmigrante", Virginia
    Rossi
    canta: "Se llenaba de espigas/ los puños y los
    brazos/ y su paso medía/ la soledad del campo"
    (3)

    La nostalgia los embargaba; canta Cristina
    Assenato
    en "País de inmigrante": "-porque comimos el
    pan triste/ y la sal quemó ciertas noches/ porque tu hijo
    y el mío/ caben en el proyecto del
    pájaro/ y están allí reunidos/ en la curva
    del trigo,/ en el signo abierto de la gran ciudad" (4).
    Aún así, contribuyeron al engrandecimiento de la
    nación
    que los recibió.

    Italianos

    . Roberto Cossa, en El Sur y después,
    imagina el sentimiento de quienes van a tentar suerte en otra
    tierra: "Allá murió la infancia/ una
    caricia, una canción/ una plaza, una fragancia. / Los
    brazos viajaron, el corazón
    quedó./ Pero una estrella nos llama del sur./ Y un barco
    de esperanzas cruza el mar./ América, la tierra del sueño azul/.
    Es un vaso de vino, es un trozo de pan" (5).

    En el océano, "cuando vino con otros/ encerrado
    en la panza de un buque", aprendió el italiano del
    tango "La
    Violeta", de Nicolás Olivari, la "canzoneta de pago
    lejano" que cantaba en la taberna (6). En el poema "Antiguo
    Almacén
    ‘A la ciudad de Génova’", Olivari evoca al
    italiano Miquelín, quien "Mientras le duraba la plata
    cantaba,/ cantaba las lejanas canciones milanesas de su tierra/ y
    hombreaba recuerdos como hombreando cereal…/" (7).
    Villoldo evoca al gringo que canta: "Sos para el canto,
    che, gringo/, como para el bofe el gato/ tomá una grapa
    d’Italia/ y
    descansemos un rato" (8).

    Gustavo Riccio, en el poema "Elogio de los
    albañiles italianos", asocia el canto con la realidad
    social de los inmigrantes, quienes cantan mientras trabajan, pues
    "en lo alto sienten ellos/ que una canción de Italia se
    les viene al encuentro" (…) Más líricos que el
    pájaro son estos que yo elogio:/ el nido que construyen no
    es para su reposo,/ el lecho que levantan no es para sus
    retoños…/ ¡Ellos cantan haciendo las casas de los
    otros!" (9).

    Otra canción es la que evoca, en "Celestes ojos
    italianos", el poeta Francisco de Madariaga, quien pregunta a su
    madre fallecida: "¿Estarás cantando la
    canción que cantaban/ tus celestes ojos italianos?/
    ¿O estarás escuchando cómo canta mi
    corazón,/ que fue la única maravilla en tu terror
    a/ los viejos gauchos bandoleros y en tu/ fracaso?"
    (10).

    En "Ochenta" Orlando Mario Punzi homenajea a su
    madre: "A Dios, conmigo se le fue la mano.// Me dio todo: la
    mamma de primera,/ los amigos en tanda y un hermano,/ y ya de
    pibe le saqué temprano/ cien sonetos, o más de la
    galera" (11). También Oscar González, en "La
    anunciación", canta a la madre italiana: "Y fue la mamma
    gringa,/ Querendona y bravía, que entregó sus/
    cachorros./ A otra tierra y otra lengua" (12).
    Alfredo Conte evoca a su padre, que llegó desde
    Cosenza en 1887: "Mi viejo, vos hiciste el mundo nuevo/ abriste
    surcos, criaste hijos/ y fuiste solamente un inmigrante/ No
    sé cómo decirlo en dos palabras" (13). Alberto
    Luis Ponzo
    expresa en "Dibujos de
    papá": "Seguí durante horas/ la cabeza/ que viajaba
    desde Italia/ dejando olas y vientos/ navegando en la piel" (14).
    Canta a su padre, asimismo, Alberto Perrone, cuando llega
    a la casa europea del inmigrante: "Padre hoy conocí tu
    tierra de vides y olivos./ Conocí a tu hermana y
    encontré tu joven retrato/ que aún preside
    allá, la casa" (15). En varios poemas, Marìa
    Teresa Andruetto
    recuerda al padre italiano; entre ellos, en
    el que dice: "El padre toca el banjo en la cocina/ de la casa
    (…) El padre toca rumbas,/ habaneras, canciones italianas"
    (16).

    En su poema "La Condra", Fulvio Milano canta al
    abuelo agricultor: "Así la llamaba el abuelo italiano. No
    sé/ qué significa este nombre. Condra,/ la yegua
    blanca que atábamos al sulky./ ¿Qué voy a
    hacer, Dios mío, con este/ nombre raro/ a través de
    la gente, a través del olvido?/ La Condra, impredecible de
    caprichos en/ los caminos rurales,/ batía al aire los
    remos nerviosos, disparaba/ por fantásticos ríos/
    tronaba el abuelo, y yo veía palidecer/ en tambaleante
    escorzo el angustioso sueño/ de la llanura"
    (17).

    Era italiana la abuela de la poeta Griselda
    García
    , cuyas costumbres la nieta evoca: "mi abuela
    preparando conservas/ de casi cualquier cosa que crezca/ en la
    tierra del fondo;/ cuidando de no tirar/ bolsas, corchos,
    plásticos,/ tapas, bandejas, frascos,/
    cartones, papeles, piolines/ porque todavía pueden
    servir;". Así vivía la mujer a quien
    "trajeron al país engañada/ diciéndole que
    iba a vivir en un castillo". De su abuelo italiano, afirma la
    poeta: "mi abuelo, que cuando mataba algún conejo nos
    decía:/ vayan con tu hermana a dar una vuelta/ y en
    cambio nos
    dejaba mirar la muerte/ en
    los ojos de las ratas atrapadas en tramperas,/ escuchar sus
    chillidos de bebés diminutos/ cuando el agua
    hirviendo les caía encima". La poeta los corona con un
    emocionado elogio: "más que mis padres,/ abuelos,/
    ancianos sabios,/ abuelos,/ ángeles en el camino"
    (18).

    Los italianos aparecen en un poema de Alvaro
    Yunque
    : "Rumbo al oeste, por la Avenida/ esta ruda familia de
    italianos: A la cabeza el padre, un hombrachote/ que lleva un
    chiquitiño entre sus brazos;/ atrás de él
    dos muchachas, dos gringuitas/ de trenzas rubias y de ojos
    garzos;/ detrás la madre cuyo vientre elévase/ con
    la promesa de algún nuevo vástago;/ y aún
    detrás cansadamente marchan/ dos chicuelos cogidos de la
    mano;/ y golpean los rudos zapatones/ y exhiben los vestidos
    aldeanos/ aquellos inmigrantes que contemplan/ todo con grandes
    ojos asombrados" (19)

    Hizo la América el italiano evocado por
    Rubén Héctor Rodríguez, en
    "Extraño chamuyo", al punto de poder ser
    propietario de un inquilinato: "En el conventiyo del tano
    Giacumín/ se armó la de San Quintín/ a causa
    de extraño y sórdido chamuyo. (…) Me buchonearon
    con el patrón/ y, cabrero, desalojó el
    jaulón" (20).

    A uno de los trabajadores peninsulares, establecido en
    Mar del Plata, canta Eduardo Martín La Rosa:
    "Probaste todos los trabajos./ Al fin, la cal y el rojo ladrillo/
    se metieron en tu sangre./ Volabas
    por los andamios./ Tu silbido triste, enamoraba a las nubes"
    (21).

    Lava la italiana que evoca Amalia Olga Lavira en
    "Estampita": "Friega lienzos, camisas y vestidos,/ en el fondo,
    la donna, en la pileta/ y en fuentones y tachos florecidos/
    hormiguitas de sol hacen gambeta" (22).

    La calabresa Adelina C. Cela, abriga durante toda
    su vida el deseo de regresar al país de origen, aunque
    más no sea, en el más allá. En el poema
    "Madre Patria", expresa la italiana: "Por eso quiero pedirte/ que
    mis cenizas, un día/ descansen en tus raíces/
    ¡las que me dieron la vida!" (23).

    Españoles

    En el poema "Cuando mi padre habló de su
    infancia", José González Carbalho enumera
    las posesiones que el niño inmigrante tenía en
    Galicia: un río, un monte, un horizonte, su perro y sus
    canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se lamenta:
    "Ay, el dueño de valles/ y misteriosos bosques/ por el que
    andaba yo/ mi perro y mis canciones./ Mis canciones que vuelven
    sólo para que llore/. Mi perro ya olvidado/ de obedecer al
    nombre./ Yo, que perdí mis cielos, / ¡y soy tan
    pobre!" (24).

    En "Tríptico a Galicia", Enrique Urbina
    García
    canta la nostalgia del inmigrante de esa
    región: "Y aquel que por Vigo, apabulló su sombra;/
    en su misterio –pompas de luna- ocultará olvido/ y
    por las vides de Galicia como raíz sangrante/
    tendrá su mente endulzando retornos válidos. (…)
    Todo el que con un gallego trata, alcanza/ sólo un poco lo
    que el corazón de ese hombre/
    desparrama, porque el amor, vive
    en su España"
    (25).

    Alberto Cortez canta al abuelo: "Y el abuelo un
    día cuando era muy viejo/ allende Galicia/ me tomó
    la mano y yo me di cuenta/ que ya se moría/ Y entonces me
    dijo, con muy pocas fuerzas/ y con menos prisa:
    ‘Prométeme hijo que a la vieja aldea/ irás
    algún día/ Y al viento del Norte dirás que
    su amigo/ a una nueva tierra, le entregó la vida" (26).
    "Herencia" se
    titula el poema que dediquè a mi abuela gallega
    (27).

    En "Regreso", Rubén Benítez canta a
    su madre española: "Pobre madre,/ portaba en su mirada/
    distante y abatida/ la luz del
    desencanto/ triste flor de su tierra prometida" (28)

    Judìos

    De Rusia parte Jacobo Fijman, a los cuatro
    años de edad, en 1898. Muchos tiempo
    después, escribiría: "¡Ah! Yo soy uno de esos
    caminantes/ Que aún no han encontrado su camino;/ Pero he
    gustado un luminoso vino/ en huertos generosos y fragantes"
    (29).

    Enrique Novick evoca, en "Balada para un padre
    ausente", el efecto que la música de su tierra
    tenía en el padre enfermo de Alzheimer:
    "Cuando le/ cantaba,/ próximo/ a su lecho,/ canciones/
    antiguas/, sin nombre/ ni dueño,/ que hablan/ de una
    aldea/ con hornos/ de piedra,/ cerca de las/ casas,/ sus pisos/
    de tierra,/ Marc Chagall/ brotando/ de acequias/ y techos;/ que
    él/ acompañaba/ con su voz/ pausada,/ rescatando/
    estrofas/ tras un gesto/ austero,/ y un temblor/ extraño/
    que escurría/ en su cuerpo,/ peces
    abismales/ y negros,/ hasta ser un eco/ más/ entre los
    ecos,/ que suelen/ merodear/ por mi cerebro"
    (30).

    Paulina Vinderman habla a su padre en un poema:
    "-Anoche soñé que sacaba un pasaje para Bulgaria-/
    quiero decirle./ Llego a una ciudad amplia y resuelta, apoyada en
    un/ mar interior (un mar de manual, con
    muchos barcos enhiestos.)/ Inexplicablemente la ciudad
    está callada/ y resuenan mis pasos sobre las calles./
    Universidad, dice
    un cartel,/ y otro me envía a las ruinas de un templo
    griego/ que instala la armonía en mi ceguera."
    (31).

    Alemanes

    En uno de los poemas reunidos en Monsieur Jaquin,
    José Pedroni canta, a partir del relato de una
    colonizadora, la muerte de Ana
    Esser en el litoral, al desembarcar: "Por bajar mirando al cielo/
    cayóse de la planchada/ con todo el pelo rubio,/ con toda
    su carne blanca./ El Paraná, boca arriba,/tres días
    que la miraba,/ los ojos llenos de peces,/ ofreciéndole
    naranjas".

    A los catorce días de arribar a Colonia
    Esperanza, muere uno de los pioneros. Su mujer no tiene
    dónde enterrarlo: "No hay una caja para Peter Zimmermann/
    muerto en la madrugada./ -‘Los ataúdes de
    Hintertiefenbach/ eran de pino y haya’-./ Anna Elisabeth
    Leiser/ está vaciando el arca./ Sin hablar, sus tres
    hijos/ míranla arrodillada./ Por el suelo la ropa,
    los retratos,/ la Biblia deshojada." .

    Se sienten engañados los inmigrantes:
    "¿Dónde se hallaba el oro,/ de todos alabado?/ El
    oro estaba en un pequeño árbol;/ el oro era un
    engaño:/sólo pequeñas flores/ de oro
    perfumado./ Aromitos floridos,/ orillas del Salado". En el mismo
    poema, una mujer escribe: "-Nos casamos./ La tierra es nuestra,
    ¡nuestra!/ Todo lo que tocamos/ va siendo nuestro:/ el
    buey, el horno, el rancho…/ Nuestros todos los árboles;/ nuestro un único
    árbol,/ tan grande, tan coposo,/ que da gusto mirarlo./ Es
    una nube verde/ asentada en el campo" (32).

    …..

    Los poemas tambièn han sido el medio elegido por
    los escritores para cantar a su tierra, o para evocar a sus
    mayores. En la lìrica se eternizan el homenaje, la
    gratitud y la añoranza.

    Notas

    1. Grinbaum, Carolina de: "Llegaste", en
      Inmolación. Buenos Aires,
      el grillo, 2002.
    2. Pizarro, Cristina: en La voz viene de lejos. Buenos
      Aires, Ayala Palacio, 1996.
    3. Rossi, Virginia: "Ese inmigrante", en
      Capítulos, Editorial Nueva
      Generación.
    4. Assenato, Cristina: "Paìs de inmigrante", en
      El Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.
    5. Cossa, Roberto: El sur y después, citado en
      "Bajaron de los barcos. Historia de la
      inmigración en la Argentina", por Colegio
      Schönthal, en www.monografias.com
    6. Olivari, Nicolás: "La violeta", citado por
      Cirigliano, Gustavo, en "Disquisiciones tangueras", en El
      Tiempo
      , Azul, 30 de septiembre de 2001.
    7. Olivari, Nicolás: en Historia de la literatura
      argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    8. Villoldo, citado por Colegio
      Schönthal
    9. Riccio, Gustavo: en Historia de la Literatura
      Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.
    10. Madariaga, Francisco: en La Nación,
      Buenos Aires, 10 de mayo de 1998.
    11. Punzi, Orlando Mario: "Ochenta", en La
      Nación Revista
      , Buenos Aires, 26 de octubre de
      1997.
    12. González, Oscar: "La anunciación", en
      El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.
    13. Conte, Alfredo: Pascualino. Edición homenaje.
      Buenos Aires, 2001.
    14. Ponzo, Alberto Luis: "Dibujos de papá", en
      El Tiempo, Azul, 20 de junio de 1999.
    15. Perrone, Alberto: "Amores por la vuelta. El que una
      vez partió", en Hotel de Inmigrantes, 2002.
    16. Andruetto, Marìa Teresa: Kodak.
      Còrdoba, Ediciones Argos, 2001.
    17. Milano, Fulvio: "La Condra", en El Tiempo,
      Azul, 12 de noviembre de 2000.
    18. García, Griselda: poema
      inédito.
    19. Yunque, Alvaro: "Una familia de inmigrantes por la
      Avenida", en Versos de la calle. Buenos Aires, Editorial
      Claridad, 1924.
    20. Rodríguez, Rubén Héctor:
      "Extraño chamuyo", en La Nación Revista,
      Buenos Aires, 13 de diciembre de 1998.
    21. La Rosa, Eduardo: "El sueño de don Juan (un
      inmigrante), en La Capital, Mar del Plata, 10 de
      septiembre de 2000.
    22. Lavira, Amalia Olga: "Estampita", en ¡Che,
      barrio!. Buenos Aires, Gente de Letras, 1998.
    23. Cela, Adelina: "Madre Patria", en La Capital,
      Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.
    24. Gonzàlez Carbalho, Josè: "Cuando mi
      padre hablò de su infancia", en Requeni, Antonio: "Un
      poeta arxentino en Galicia: González Carbalho". Separata
      del Boletín Galego de Literatura.
    25. Urbina Garcìa, Eugenio: "Trìptico a
      Galicia", en La Capital, Mar del Plata, 28 de febrero de
      1999.
    26. Cortez, Alberto: "El abuelo", citado por Colegio
      Schönthal.
    27. Gonzàlez Rouco, Marìa: "Herencia",
      poema inèdito.
    28. Benítez, Rubén: "Regreso", en La
      Nueva Provincia
      , Bahía Blanca, 3 de septiembre de
      1998.
    29. Fijman, Jacobo: "Caminante" (poema inédito) en
      Clarín, Buenos Aires, 14 de diciembre de
      2002.
    30. Novick, Enrique: "Balada para un padre ausente", en
      La Prensa, Buenos Aires, 10 de enero de
      1999.
    31. Vinderman, Paulina: Bulgaria. Biblioteca
      Virtual Beat 57.
    32. Pedroni, Josè: Hacecillo de Elena. Santa Fe,
      Colmegna, 1987.

     

     

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional
    Matriculada

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