- ¿Qué es el
Humanismo? - Biografía de Santo
Tomás Moro. - Biografía de Desiderio
Erasmo de Rótterdam. - Conclusión.
- Fuentes
Consultadas.
Para comprender al humanismo se
tomaron como referencia los escritos mas célebres de
Tomás Moro y Desiderio Erasmo de Rotherdam:
"Utopía" y "Elogio de la Locura" respectivamente como base
de esta monografía.
Buscando la idea espiritual y humana de estos dos sabios
que nos hacen conocer el humanismo hoy, tanto desde sus
comienzos, cuanto desde el fondo de sus almas de hombres simples,
y pertenecientes a una sociedad oprimida
por la corona y el cetro papal, nos adentramos en la letra de sus
obras.
Al abordar las siguientes páginas conoceremos sus
vidas, pensamiento y
legado, que más allá del tiempo, perduran
como ejemplo para todos nosotros.
En cuanto a los autores, debemos tener en cuenta la
época en que les tocó vivir, para entender sus
obras.
Literatura: Cultivo y conocimiento
de las letras humanas.
Filosofía: Culto de la
humanidad.
Movimiento Literario de estudios y erudición del
cultivo y conocimiento de las letras humanas, que culminó
en el siglo XV.
José Ferrater Mora, dice en su diccionario de
Filosofía que el término humanismo, fue usado por
primera vez en 1808, por F. J. Niethammer, quién
entendía que significaba "la tendencia a destacar la
importancia del estudio de las lenguas y de los autores
clásicos".
El Humanismo, comienza siendo en el Renacimiento
una aproximación al hombre y una
postura de rechazo al teocentrismo medieval. En el Renacimiento
vemos como se descubre al hombre en todas sus dimensiones: su
anatomía
desde el punto de vista científico, y al cuerpo humano
como interés
estético.
El Humanismo del Renacimiento debe ser visto como un
interés primordial por el hombre y
por todo su quehacer.
Es una Doctrina, que antepone, frente a cualquier otra
instancia, la felicidad y bienestar del hombre en el transcurso
de su vida. El término tiene su origen en las corrientes
teórico-pragmáticas que durante el Renacimiento
europeo se revelaron contra las limitaciones de tipo moral
impuestas por la teología dogmática de la Edad
Media.
Desiderio Erasmo de Rotherdam y Tomás Moro, junto
a John Colet se encuentran dentro de este enfoque siendo los
precursores del humanismo inglés,
criticando con escritos muy cautos, las perniciosas
circunstancias pedagógicas y religiosas de la época
en su "Elogio de la Locura", y sentando las bases de una nueva
teología en "Enchiridion", al conjugar la fe
(revelación divina a través de los Libros
Sagrados y la tradición de la Iglesia) con
la razón, que podía y debía investigar
libremente los textos.
Su Biografía
Desiderio Erasmo nació hacia el año 1466
en la ciudad de Rotterdam Holanda, ingresó a la orden de
los Canónigos Agustinos y llegó a ser el secretario
del Obispo de Cambray aproximadamente en el 1492, decidiendo
continuar sus estudios en París y luego en la universidad, de
Oxford Inglaterra.
Conoció allí a John Colet y Tomás
Moro, ya destacados eruditos de la época renacentista
Inglesa.
En el 1500 regresó a París, después
a Italia y luego a
Inglaterra, donde se desplazaba entre Londres y la Universidad en
Cambridge, donde ejercía como profesor de lengua griega.
Esto sucedió entre los años 1509 al 1514, mientras
escribía su obra más conocida "Elogio de la
Locura", preparaba su edición del "Nuevo testamento
griego", edición crítica que le traería fama
mundial, y su libro
"Retórica" para estudiantes avanzados de la lengua latina,
el que fue publicado en 1511, alcanzando las sesenta ediciones en
vida del autor.
Dejó Inglaterra en el 1517 y se trasladó a
Lovaina, famosa por su Universidad, donde vivió hasta el
1521; durante ese tiempo dirigió su edición de los
"Escritos sobre la Patrística", conocida como Padres
Cristianos. Luego se fue a Basilea, ciudad Suiza, para mantener
un estrecho contacto con la famosa imprenta Froben.
El nunca aprobó el fanatismo ni el dogmatismo,
quizás ese fue el motivo por el que, la famosa Universidad
de la Sorbona, condenó sus obras, por no tener una clara
postura entre el Cristianismo y
el Protestantismo. Su posición clásica fue la
moderación. Su argumentación "Ad Hominem" (Lat. Es
el argumento fundado en los hechos y opiniones del adversario)
frente al método
ciceriano de la época.
¿Pero, que fue lo que enseñó y que
molestó tanto a la Inquisición, inspirando a los
reformistas Españoles?
Para responder a esta pregunta tenemos que leer su obra
"Apología", donde responde a las acusaciones en su contra,
realizadas por la Inquisición, con sus noventa y nueve
(99) objeciones.
Entre éstas, podremos apreciar su opinión:
"Los ciervos que quieren recoger la cizaña antes de
tiempo, son los que consideran que hay que quitar de en medio de
los herejes, hiriéndoles y matándoles, pero el
padre no quiere eliminarlos, sino tolerarlos, por si acaso se
arrepienten y su cizaña se convierte en trigo; y si no se
arrepienten, resérvense a su juez, a quien darán
cuenta en su momento".
El trató temas candentes, tales como: la
confesión auricular, el tema de la Eucaristía y el
de la Virgen María, en el coloquio llamado "Naufragio";
como también, las enseñanzas contra el Papa Julio
II, en su obra, "Anotaciones a la Epístola de los Romanos"
donde todo se sintetiza en: "Un cristiano no debe a otro
cristiano más que amor
mutuo".
El atacó la ignorancia del clero, siempre con
buenos fundamentos, poniendo en evidencia los manejos tortuosos e
intrigas de la Iglesia de la época, y haciéndole
perder prestigio y poder. Esto lo
llevó a tener peligrosos enemigos dentro de la
misma.
Erasmo, recurrió siempre a las Sagradas
Escrituras, apelando a su autoridad, y
recomendó siempre el estudio crítico de la Biblia.
Su más profundo deseo fue acabar con la intolerancia y el
dogmatismo, que se alejaban cada día más de las
enseñanzas de Jesucristo en el Evangelio.
Para no ser destruido por la Inquisición,
abogó a sus selectas amistades como el Canciller Gattinara
y Alfonzo de Valdez, secretario del Emperador y hermano del
reformista Juan de Valdez. Sin olvidar que el propio Emperador le
envió una carta personal para su
propia tranquilidad. Con esto aplacó a sus enemigos y
adversarios demostrándoles que estaba formal y
oficialmente en las filas del catolicismo romano, le iba la vida
en ello.
Falleció hacia el 1536, en
Basilea, Suiza. Antes de morir entre la intolerancia y la
persecución, y considerando el saqueo de Roma en el verano
de 1527, dijo estas palabras: "Si el fin del mundo esta cercano,
no merece la pena discutir; si no lo está, dejemos esta
discusión, pues ya se encargará de juzgarnos la
posteridad".
Entre sus citas, la más usada es: "En el
país de los ciegos, el tuerto es el Rey".
Habla la estulticia
Creímos conveniente repetir, las reiteradas
salvedades que ha inspirado a los traductores españoles,
la versión del título original. Bonilla y San
Martín indicaron a tal respecto "debe traducirse Stultitia
por Estulticia y no por Locura. Si Erasmo hubiese querido
expresar esto último, habría escrito Insanía
en vez de estulticia". Lebrija había traducido stultitia
por "aquella bobería y poco saber".
Análisis de la
obra
La Estulticia, dirigiéndose al pueblo, se
presenta como la única que tiene poder para divertir a los
dioses y a los hombres. Para esto se vale de una serie de
metáforas, por medio de las cuales les muestra que ante
su presencia, todos los rostros, antes tristes y apesadumbrados,
cambiaron reflejando una nueva e inesperada alegría; la
cual compara con el estado de
ebriedad de los dioses homéricos.
Realiza una clara crítica a los grandes oradores
de la época, diciendo que no consiguen con sus amplios y
meditados discursos,
disipar el malhumor reinante, cosa que ella logró con su
sola presencia.
Excusándose por su apariencia, solicita del
auditorio, la misma atención que prestan a las cuestiones de
vana importancia; haciéndoles notar que, por el contrario,
les resulta de poco interés, lo que pretenden
transmitirles los predicadores.
Realiza una jocosa crítica a los sofistas de su
época, aduciendo que éstos, se dedican a
enseñar a los niños
tonterías, que son defendidas tercamente por los mismos,
mediante discusiones sin fundamento. A la vez, manifiesta
respeto y
ensalza a los antiguos, que prefirieron ser llamados "sofistas",
en lugar de "sabios", quienes se dedicaron a celebrar las glorias
de dioses y héroes; y declara (al auditorio) que
oirán, de sus propios labios, sus alabanzas a sí
misma.
La Estulticia, justifica las alabanzas que a sí
misma se dirige, sosteniendo, que nadie la conoce mejor que ella
misma. Utiliza este alegato, para menoscabar a los sabios y
poderosos, quienes, con falsa modestia, se valen de los servicios de
poetas y retóricos grandilocuentes, para ser adulados de
manera tal que son equiparados a los dioses; y que reaccionan con
inmerecido orgullo a las compradas loas.
En ésta ocasión, el blanco de sus
críticas son los oradores y los sabios, a quienes
considera falsos, vulgares, hipócritas y tontos; esto, en
contraposición a ella misma, que se manifiesta como la
locuaz, espontánea, verídica y benéfica
"Stultitia" o "Moria".
Se presenta como diosa, hija del dios Pluto, a quien
considera el verdadero padre de los dioses y de los hombres, a
cuya voluntad se mueve el mundo, y de la ninfa Neotete, en su
opinión, la más bella y más alegre de todas;
fruto de un amor furtivo, como diría Homero.
Da a conocer su lugar de nacimiento, como las
paradisíacas y utópicas islas Afortunadas, a las
que caracteriza como un jardín de ensueños, donde
no existe la pena ni el dolor.
Enumera una serie de pasiones humanas, tales como
el amor
propio, la adulación, el olvido, la pereza, la
voluptuosidad, la demencia, la molicie, la curiosidad y la
modorra, a las que considera su familia; y
expresa que, gracias a los fieles auxilios de éstas, todas
las cosas – incluyendo a los "arrogantes" filósofos, a los "que el vulgo llama"
monjes, a los "purpurados" reyes, a los sacerdotes "piadosos" y a
los "tres veces santísimos" pontífices – permanecen
bajo su potestad.
También, dirige su crítica a los estoicos,
de quienes dice, se creen casi dioses, y los compara, por su
barba (signo de sabiduría), con los machos cabríos.
Sostiene, que les hará dejar sus dogmas diamantinos y
hasta delirar un poco, ya que solo a ella, tendrán que
acudir los sabios cuando quieran ser padres, porque nadie
más que ella tiene parte en engendrar y propagar la
especie humana.
Luego de identificarse con el placer, demuestra
admiración por Sófocles, citando una frase del
mismo que reza: "la existencia más placentera consiste en
no reflexionar nada".
Reconoce que por obra de la experiencia y del estudio,
al crecer, los jóvenes comienzan a actuar con prudencia,
alejándose de ella. Pero, también sostiene, que
socorre a los viejos que se encuentran cercanos al sepulcro,
devolviéndoles, en la medida de lo posible la
niñez. De aquí viene que la gente suela considerar
como niños a los viejos.
Asegura que quienes se dedican a estudios de
filosofía, o a otros graves y arduos asuntos, han
envejecido prematuramente, por obra de las preocupaciones y la
constante y agria agitación de ideas, lo que agota el
espíritu y la savia vital.
No excluye de sus críticas a los dioses del
olimpo, dedicándose a resaltar todos las pasiones humanas
que ponen de manifiesto.
Destaca que en los palacios de los príncipes,
ocupa un lugar preponderante la adulación.
Alaba a la naturaleza, madre
y artífice del género
humano, observando con que solicitud ha cuidado, que nunca falte
en él, el condimento de la estulticia. En efecto, dice,
"según la definición de los estoicos, si la
sabiduría no es sino guiarse por la razón y, por el
contrario, la estulticia dejarse llevar por el arbitrio de las
pasiones, para que la vida humana no fuese irremediablemente
triste y severa, nos dio más inclinación a las
pasiones que a la razón". Expone cuanto vale la
razón, contra la ira y la concupiscencia, pues cuando la
primera clama hasta enronquecer indicando el único camino
lícito y dictando normas de
honestidad,
las otras mandan a paseo a su soberana y gritan más fuerte
que ella, hasta que cansada, cede y se rinde.
Al hablar de las mujeres, dice lo siguiente: "se
deleitan, sólo en la estulticia y de ello son argumento,
piense cada cual lo que quiera, las tonterías que le dice
el hombre a la mujer y las
ridiculeces que hace cada vez que se propone disfrutar de ella.
Ya sabéis, por tanto, el primero y principal placer de la
vida y la fuente de que mana".
Realiza una exaltación de la amistad y del
matrimonio,
considerándolos consecuencia de su intromisión en
la vida del hombre. Resalta, con metáforas, la ligereza, y
la falta de fidelidad, que abundaban en la
época.
Asegura que sin ella "no habría ni sociedad, ni
relaciones agradables y sólidas, ni el pueblo
soportaría largo tiempo al príncipe, ni el amo al
criado, ni la doncella a su señora, ni el maestro al
discípulo, ni el amigo al amigo, ni la esposa al marido,
ni el arrendador al arrendatario, ni el camarada al camarada, ni
los comensales entre ellos, de no estar entre sí
engañándose unas veces, adulándose otras,
condescendiendo sabiamente entre ellos, o untándose
recíprocamente con la miel de la estulticia".
Y declara, que no podréis encontrar empresa ilustre
alguna sin su impulso, ni nobles artes que ella no haya
inventado.
Con respecto a la guerra,
sostiene que hacen falta hombres vigorosos y valientes, en los
que prive la audacia sobre la reflexión, y reserva a los
caudillos el talento militar, no el filosófico.
Considera a los filósofos inútiles para
ejercer cualquier empleo de la
vida, y nombra a Sócrates,
Platón,
Teosfrato, Isócrates, Marco Tulio Cicerón, los
Catones, los Brutos, los Casios, los Gracos, Cicerón,
Demóstenes y Marco Antonio, como ejemplos de esto.
Sostiene que, precisamente esta especie de hombres que se da al
afán de la sabiduría, aun siendo
desgraciadísimos en todo, lo son por modo especial en la
procreación de los hijos, lo cual parece obedecer a la
providencia de la naturaleza para que el daño de la
sabiduría no se extienda más entre los
hombres.
Añade que, "no puede ser útil en nada ni
a sí, ni a la patria, ni a los suyos, porque es inexperto
en las cosas corrientes y discrepa largamente de la opinión
pública y de los estilos normales de vida, de lo cual,
por cierto, preciso es que siga el odio contra él, por ser
tanta la disparidad de conducta y
sentimientos".
Compara al pueblo con una enorme bestia, que se mueve y
controla con fabulosas invenciones, que en definitiva, solo son
tremendas tonterías. Pero también aclara que, de
esta misma fuente nacieron las hazañas de los vigorosos
héroes, exaltadas hasta las nubes en los escritos de los
varones elocuentes. De tal estulticia nacieron los Estados,
merced a ella subsisten imperios, autoridades, religión, consejos y
tribunales, pues la vida humana no es sino una especie de
juego de
despropósitos.
Al referirse a las Ciencias,
sostiene, que solo la sed de gloria impulsa al ingenio de los
mortales a elaborar y cultivar para la posteridad, disciplinas
tenidas por tan excelsas. También, esboza el pensamiento
de los sofistas, al respecto, quienes estiman que: "el
conocimiento de las ciencias es cualidad peculiar del hombre,
quien, con el auxilio de ellas, compensa con el talento aquellas
cosas en que la naturaleza le ha desfavorecido".
Además, proclama como eximia la forma de vida de
"la Edad de Oro", la cual habría sido perfecta, pero cuya
pureza, poco a poco fue perdiéndose, ya que primeramente,
fueron inventadas las ciencias por los malos genios, según
dice, pero éstas eran aún pocas y pocos quienes
tenían acceso a ellas. Después añadieron
otras mil la superstición de los caldeos y la ociosa
frivolidad griega, que no son sino tormentos de la inteligencia,
hasta el punto de que con sólo una, la gramática, basta para dar suplicio perpetuo
a una vida.
Luego de haber reivindicado el mérito del
valor y el
ingenio, pretende hacerlo también, con la prudencia. Para
esto, se vale de una frase de Homero, que dijo: "el necio solo
conoce los hechos. A la consecución del conocimiento de
los hechos se oponen dos obstáculos principales: la
vergüenza que ensombrece con sus nieblas al ánimo, y
el miedo que, una vez evidenciado el peligro, disuade de
emprender las hazañas".
Sostiene, que todas las cosas de la vida del hombre,
presentan dos facetas opuestas, como por ejemplo: vida – muerte, lindo
-feo, etc. Y manifiesta, que todas las pasiones humanas
corresponden a la Estulticia, puesto que el sabio se distingue
precisamente del estulto en que aquél se gobierna por la
razón y éste por las pasiones. Por tal
razón, los estoicos apartan del sabio todos los
desórdenes, como si fuesen enfermedades; sin embargo,
las pasiones hacen las veces de orientadores de quienes se
dirigen hacia el puerto de la sabiduría, sino que
también en cualquier ejercicio de la virtud suelen ayudar
como espuela y acicate en exhortación a obrar
bien.
Explica el porqué de la predilección, que
los reyes y príncipes sentían por la
compañía de los estultos, argumentando que los
sabios no suelen acudir a los príncipes con nada que no
sea triste y, engreídos con su doctrina, no se recatan de
herir oídos delicados con verdades mordaces; en cambio, los
bufones proporcionan lo único que los príncipes
buscan por doquier de mil maneras: bromas, risas, carcajadas y
placeres. Fijaos de modo especial en una cualidad, nada
despreciable, de los estultos, que es el ser los únicos
francos y veraces.
Se compadece de los príncipes, quienes, aun
viviendo en el seno de tanta dicha, o de lo que pretende serlo,
le parecen desgraciadísimos, porque carecen de
ocasión de escuchar la verdad y porque están
obligados a tener a su lado aduladores en vez de
amigos.
Realiza un parangón entre los necios (estultos) y
los sabios; de esto deduce que los primeros, luego de vivir con
suma alegría, enfrentan la muerte sin
temor alguno, como una prolongación de la vida; mientras
que los sabios, siendo ejemplos de sabiduría, han gastado
toda su vida en aprender las ciencias, no habiendo degustado nada
de placer, viviendo siempre sobrio, pobre, triste,
malévolo y duro para consigo mismo y desagradable para los
demás, al momento de morir, no les importa, porque nunca
han vivido.
Distingue dos clases de locura, una que proviene del
infierno, es la causa de despertar en los mortales insanas
pasiones, tales como la guerra, el odio, el parricidio, etc, las
que contribuyen a hacer que el alma se sienta culpable y
contrita; la otra, muy diferente, es digna de ser deseada en
grado sumo por todos, se manifiesta por cierto alegre
extravío de la razón, que libera al alma de
cuidados angustiosos y la perfuma con múltiples
voluptuosidades.
Se dedica a demostrar la gran variedad de santos que han
surgido, los cuales cubren todas las expectativas de los
creyentes, ya que hay un santo para cada necesidad. Rescata de
este desatino, sólo a la Virgen María, aunque
sugiere que el vulgo la venera más que al mismísimo
Cristo. Se mofa de los pseudos milagros, atribuidos a la gracia
manifiesta, de tal o cual santo.
Declara que la vida entera de los cristianos todos,
está tan llena de esta especie de delirios, que los
sacerdotes las admiten y fomentan no de mal grado, puesto que no
ignoran cuánto suelen crecer sus gajes con
ello.
Sostiene que la naturaleza dotó a las naciones y
ciudades de amor propio común, tal como lo hizo con el
hombre. "De aquí viene, que los británicos recaben
para sí, por encima de cualquier otra prenda, la
hermosura, el arte de la
música y
la buena mesa. Los escoceses blasonan de nobleza y de entronque
con la realeza, y de sus argucias dialécticas. Los
franceses se atribuyen la cortesía en el trato. Los
parisienses se arrogan de modo particular la gloria de la ciencia
teológica por encima de todos los demás. Los
judíos, con mucha mayor complacencia, esperan
incesantemente a su Mesías y se aferran con uñas y
dientes a su Moisés aún hoy …", etc.
Hace referencia a la "Alegoría de las cavernas",
de Platón, para mostrar la diferencia que existe entre la
realidad y la ficción.
Y dice: "si pudieseis contemplar desde la Luna el
tumulto inmenso del género humano, creeríais estar
viendo un enjambre de moscas y mosquitos peleando entre
sí, luchando, tendiéndose asechanzas,
robándose, burlándose unos de otros, y naciendo,
enfermando y muriendo sin cesar. Nadie podría imaginar el
bullicio y las tragedias de que es capaz un animalito de tan
corta vida, pues en una batalla o en una peste se aniquilan y
desaparecen en un instante millares de seres".
Se compadece de los gramáticos, quienes dedican
su vida a tratar de descubrir -por ejemplo, cuales son las ocho
partes de la oración, cosa que nadie entre los griegos y
latinos ha logrado hacer de manera definitiva- las más
banales de las cosas.
Así, sucesivamente, se embarca en la
crítica de cada una de las ciencias y de las artes, como
también de quienes las practican. Y respecto de los
filósofos dice: "Entre estos se cuentan también los
que anuncian lo porvenir tras consultar los astros y prometen
prodigios más que mágicos, y todavía tienen
la suerte de encontrar a quienes lo creen".
Al llegar el turno de los teólogos,
insinúa, que quizás fuera mejor no criticarlos, ya
que son gente sumamente severa e iracunda, que no dudaría
en reclamarle una retractación, y en caso de que ella se
negara, la declararían hereje; acota que esto sucede con
todos los que no se someten a su poder.
Además, afirma que son capaces de explicar a su
capricho los misterios más profundos: cómo y por
qué fue creado el mundo; por qué conducto se ha
transmitido la mancha del pecado a la descendencia de
Adán; cómo concibió la Virgen a Cristo, en
qué medida y cuánto tiempo le llevó en su
seno; y de qué manera en la Eucaristía subsisten
los accidentes sin
sustancia. También, cita a los llamados iluminados, los
que se dedican a dilucidar cuestiones más elevadas. Y
considera que en todas estas cuestiones, es tan profunda la
doctrina y tanta la dificultad, que opina que los
Apóstoles precisarían una nueva venida del
Espíritu Santo si tuvieran que habérselas con
dichos teólogos.
Sobre los religiosos y monjes, alega que son nombres
impropios a más no poder, pues buena parte de ellos se
encuentran alejados de la religión, y cuestiona el hecho
de que pretenden desvergonzadamente representarnos a los
Apóstoles.
Llegado el momento, discurre ahora sobre los reyes y los
príncipes. Primero hace resaltar la misión de
la realeza, que se debe a la cosa pública; luego, se
dedica a relatar las aberrantes prácticas de los soberanos
de la época, a los que llama sus súbditos.
Además, analiza las actitudes
despreciables de los cortesanos.
Sobre los pontífices, cardenales y obispos,
sucesores de los Apóstoles, dice: "imitan de tiempo
inmemorial la conducta de los príncipes y casi les llevan
ventaja. Pero si alguno reflexionase que su vestidura de lino de
níveo blancor simboliza una vida inmaculada, que la mitra
bicorne, cuyas puntas están unidas por un lazo, representa
la ciencia
absoluta del Antiguo y del Nuevo Testamento; que los guantes que
cubren sus manos le indican que deben estar protegidas del
contacto de las humanas cosas e inmaculadas para administrar los
Sacramentos; que el báculo es insignia de vigilancia
diligentísima para con la grey que se le ha confiado; que
el pectoral que pende de su pecho representa la victoria de las
virtudes sobre las pasiones; si uno de éstos, digo,
meditase sobre todo ello, ¿no viviría lleno de
tristeza e inquietud? Pero nuestros prelados de hoy tienen
bastante con ser pastores de sí mismos y confían el
cuidado de sus ovejas o a Cristo, o a los frailes y vicarios. No
recuerdan que la palabra «obispo» quiere decir,
trabajo, vigilancia y solicitud. Sólo si se trata de coger
dinero se
sienten verdaderamente obispos y no se les embota la
vista".
Refiriéndose a los Papas, primero describe como
deberían ser: "Si los Sumos Pontífices, que hacen
las veces de Cristo en la Tierra se
esforzaran en imitar su vida, su pobreza,
trabajos, doctrina, su cruz y desprecio del mundo …"; luego nos
muestra la realidad de la época, a través de
párrafos como el siguiente: "Los Santísimos Padres
en Cristo, vicarios suyos en la Tierra, a
nadie apremian con más vigor que a quienes, tentados por
Satanás, osan aminorar y menoscabar el patrimonio de
San Pedro, pues aunque este Apóstol dijo en el Evangelio:
«Todo lo hemos dejado para seguirte», se
reúnen bajo el nombre de Patrimonio de San Pedro tierras,
ciudades, tributos y
señoríos. Encendidos de amor a Cristo, combaten con
el fuego y con el hierro, no sin
derramar sangre cristiana
a mares, entendiendo que así defienden
apostólicamente a la Iglesia, esposa de Cristo, cuando han
exterminado sin piedad a los que llaman sus enemigos.
¡Cómo si hubiese peores enemigos de la Iglesia que
esos pontífices impíos que con su silencio
coadyuvan a abolir a Cristo, en tanto que alcahuetean con su
ley, la
adulteran con caprichosas interpretaciones y le crucifican con su
conducta infame! Pero aduciendo que la Iglesia cristiana fue
fundada con sangre, cimentada con sangre y con sangre
engrandecida, resuélvanlo todo a punta de espada, como si
no estuviera Cristo para proteger a los suyos, según es,
propio de Él…"
En resumen, considera que, adondequiera que vuelvas los
ojos, entre pontífices, príncipes, jueces,
magistrados, amigos, enemigos, mayores o menores, todos se
desviven por los bienes
materiales.
Posteriormente, se explaya buscando en las Sagradas
Escrituras, todos los pasajes en los que, sostiene, se alude a
ella. Y no pierde la oportunidad de hacer notar que cada quien
las interpretaba a su conveniencia. Realiza a la vez, una
comparación con aquellos primeros fundadores de la
Religión, a quienes reconoce como gente de extrema
simplicidad y enemigos encarnizados de las letras.
Nos define a los creyentes como aquellos que deben tomar
ejemplo de la muerte de Cristo, e imitarla de manera tal que se
domen, se extingan y sepulten sus pasiones para resucitar con
Él a una nueva vida, donde se unirán a Cristo y a
todos los hermanos. Y por contraposición define al vulgo,
como aquellos que creen que el sacrificio de la Misa consiste
sólo en plantarse ante el altar lo más
próximo posible al sacerdote, escuchar a los que cantan y
contemplar las ceremonias.
Sostiene de este modo que las diferencias entre devotos
y vulgo es tan grande, como la que existe entre el cielo y la
tierra.
Este gran discurso,
termina con las siguientes palabras pronunciadas por su majestad,
la estulticia: "Pero noto que me he olvidado de que estoy
traspasando los límites
convenientes. Si alguien considera que he hablado con demasiada
pedantería o locuacidad, pensad que lo he hecho no
sólo como Estulticia, sino como mujer. Recordad,
además, el proverbio griego que dice: «Los locos a
veces dicen la verdad», a menos que penséis que este
refrán no reza con las mujeres. Veo que estáis
aguardando el epílogo; pero os erráis si
imagináis que me acuerdo de una sola palabra de todo este
fárrago que acabo de soltar… Vaya este adagio antiguo:
«No me gusta el convidado que tiene buena memoria.» Y
yo invento éste:«Detesto al oyente que se acuerda de
todo.» Por todo ello, ¡salud, celebérrimos
devotos de la Sandez, aplaudid, vivid y bebed!
Su Biografía
Estadista y escritor Ingles, fue un ejemplo del
humanismo renacentista de su época. El humanismo
renacentista iniciado por Enrique VII y heredado por Enrique
VIII, que pondría a Inglaterra, en el camino del
renacimiento, el mismo que un siglo antes se iniciara en
Italia.
Nació en Londres el 7 de Febrero de 1478, y muy
joven estuvo al servicio del
Arzobispo Juan Morton de Canterbury, luego se formó en la
Universidad de Oxford. En esa, estrechó lazos con dos
nombres ilustres, que junto con él encabezaron el movimiento
humanístico Ingles; ellos fueron John Colet y Desiderio
Erasmo de Rotterdam.
Estudió derecho al salir de ella, pero sus
mayores intereses y esfuerzo estaban dirigidos a la ciencia, la
literatura y la
teología, dedicando mucho de su tiempo al estudio de la
literatura griega y latina.
En el 1499 decidió ser monje de la orden de los
Cartujos, en Londres, pero, cuatro años mas tarde
abandonó esa idea.
Ya en 1504, ingresó al Parlamento, siendo una de
sus primeras actuaciones, el pedido de la disminución de
la asignación del Rey Enrique VII. En un acto de venganza
el Rey encarceló a su padre, por este suceso Moro
dejó la vida pública.
En 1505 se casa con Juana Colt, con la que tiene cuatro
hijos. Y en 1509, a la muerte del Rey Enrique VII, regresa a la
vida pública, siendo nombrado, en el 1510, representante
de la Corona.
En el año 1511 fallece su esposa Juana, y conoce
a Alicia Middleton, viuda, con una hija, y se casa en segundas
nupcias con ésta.
Fue, en sus matrimonios, un Padre ejemplar y devoto
esposo; supo trasmitir a su familia la fe cristiana, y estuvo
profundamente comprometido en la educación
religiosa de sus hijos. Abrió su casa, a todos lo que
buscaban la verdad o su propia vocación, dando el ejemplo
con su familia, y dedicando mucho tiempo a la oración en
común.
En el 1516, no dejando su inquieta pluma y dominando el
latín como si esta fuera su lengua madre, escribe una de
sus obras mas renombradas, "Utopía".
En 1521 le fue concedido el título de Sir, y en
1523 fue nombrado presidente de la Cámara de los Comunes.
Ocupó varios cargos gubernamentales: fue miembro del
Parlamento, y funcionario diplomático en importantes
misiones en el extranjero, magistrado y Lord Canciller sucediendo
al Cardenal Wosley en el año 1529. Fue asimismo un
católico acérrimo, interviniendo en encendidas
disputas contra los "herejes" protestantes de esa
época.
No dejando la pluma, a pesar de sus responsabilidades,
escribió obras como: "Historia de Ricardo III" y
"La suplicación de las almas".
Durante ese período, el Rey convirtió a
Moro en uno de sus favoritos y con frecuencia requería de
su compañía, para mantener con el, largas charlas
filosóficas. A pesar de esto, en el 1532, siendo amigo
personal del Rey Enrique VIII, su suerte cambió cuando
rehusó apoyar la petición de Enrique para
divorciarse de Catalina de Aragón. Su fe hizo que se
negara a sancionar cualquier desafío a la autoridad Papal,
y renunció, retirándose nuevamente, de la vida
pública. El Rey, ofendido, lo encarceló en la Torre
de Londres en el año 1534 y lo juzgó por negarse a
prestar juramento al Acta de Supremacía, que
reconocía al Rey como autoridad suprema de la Iglesia
Anglicana, por sobre la autoridad suprema del Papa; por esta
negativa, fue decapitado en Londres el 6 de julio 1535, como
traidor.
A Moro se lo reconoce por su obra "Utopía",
siendo esta, un relato satírico de la vida en una isla de
ficción. Donde, los intereses de los individuos se
encuentran subordinados a los de la sociedad como conjunto, todos
sus habitantes deben trabajar, se practica la enseñanza universal y la tolerancia
religiosa, y la tierra pertenece a todos. Estas condiciones son
comparadas con las de la sociedad Inglesa, con una sustancial
desventaja para ésta última.
Pasados los siglos, en Inglaterra fueron mermando las
presiones, y en 1850 fue reestablecida la jerarquía
Católica. Así, Tomás Moro, pudo ser
beatificado por el Papa León XIII en 1886, y luego
canonizado en 1935 por el Papa Pío XI.
En respuesta a la solicitud de varios jefes de Gobierno y
Estado, de
numerosos exponentes Políticos, sumado a algunas
conferencias Episcopales y Obispos en forma individual, quienes
dirigieron peticiones a Su Santidad, para que fuera nombrado
Patrono de los Gobernantes y de los Políticos, el 31 de
Octubre de 2000, fue santificado por el Papa Juan Pablo
II.
Utopía: Lugar que no existe. Teoría
fundada en la justicia y la
bondad pero de imposible realización. La obra
"Utopía" es una novela política, donde el
autor plasma ideas filosóficas y políticas.
Describe una República ideal e imaginaria regida por
sabias leyes, que
aseguran a todos sus habitantes un mínimo de felicidad a
cambio de su trabajo. Este modelo se
opone a los males de la sociedad de su tiempo.
Es una novela política, cuadro idealista, de un
Estado democrático. Estos ideales están
reñidos con la naturaleza real del hombre y de la cosas.
Es su propósito lograr una sociedad justa, regida por los
máximos principios de la
libertad,
bienestar y solidaridad
humana.
Los principios que rigen esta obra son los de la
razón y la igualdad.
Presenta una sociedad ideal, donde se elimina la codicia y la
propiedad
privada.
Es una obra modelo de la época del pensamiento
humanista. Su autor, Tomas Moro, fue Canciller durante el reinado
de Enrique VIII, por lo cual, es un gran conocedor de la
organización inglesa.
Una vez realizada y redactada la obra fue enviada a
Peter Giles con el propósito de que sea revisada y
editada. Tomas Moro hace en el inicio, una especie de carta
introductoria a Giles explicándole acerca de algunas dudas
e inquietudes.
LIBRO I
La primera parte, titulada La Relación de Rafael
Hythloday con Moro, se refiere al mejor estado de una
república.
Dado que había surgido un conflicto
entre Enrique VIII de Inglaterra y Carlos I de España, se
envía una comitiva a Flandes con la intención de
conciliación y por una decisión final sobre el
tema.
En Amberes, Moro encuentra Peter Giles, quien le
presenta a Rafael Hythloday, hombre de buena reputación,
honrado, bien instruido, sincero. Hombre experimentado en
viajes por el
mundo y un filósofo estudioso del griego y su cultura.
Renunció a sus propiedades y su tranquilidad, para viajar
con Américo Vespucio por el mundo.
En un diálogo
con Moro le relata de tierras lejanas, de leyes justas y buenas,
de las que las otras naciones debían tomar ejemplo. Ante
tanta experiencia se le invita a unirse a la corte de
algún Rey, con el objeto de ser útil con sus
consejos. A esto, él contesta que prefiere su libertad a
vivir esclavo de un Rey. Fundamenta su decisión, diciendo
que ni los reyes, ni los que lo rodean, valoran los consejos de
ningún sabio, por que están más interesados
en guerras y
hazañas caballerescas y en sus propias
comodidades.
El espíritu de la injusticia por un lado, y de la
justicia por el otro aparecen claramente explicados por Rafael.
Continúa diciendo que la injusticia podría evitarse
creando medios para
que los ciudadanos puedan ganarse la vida mediante el trabajo
manual y la
agricultura.
El aboga en defensa del ciudadano, comentando que son
los señores los que los convierten en malhechores,
encarcelándolos o pagándoles con la muerte. Critica
a los que se creen servidores de la
República. Al Rey, a los caballeros sirvientes,
señores quienes se creen sabios y solo oprimen a los
trabajadores con sus leyes injustas.
Alude a Inglaterra y Francia,
diciendo que allí, los hombres de guerra son ociosos
mercenarios, a quienes se les da más importancia,
simplemente porque conservan la paz o mejor hacen la guerra; para
lo cual, los gobernantes, tratando de mantenerlos ocupados, les
improvisan guerras convirtiéndolos en asesinos; pero
cuando vienen de la guerra inútiles, inválidos y
enfermos los expulsan y pasan a ser pobres. Aparecen los
caballeros "justos", que se creen justos, pero mediante fraudes y
artimañas les usurpan las tierras a los colonos y todo
cuanto tienen, empujándolos a la condición de
mendigos y ladrones para luego ser encarcelados o pagar con la
muerte.
La ambición, la irrazonable codicia y el materialismo, la
lujuria y la glotonería, de esta clase de poderosos
señores, solo llevan a la extrema condición de baja
moral (juegos,
fiestas, prostitución, etc.).
Después de una extensa crítica a los
poderosos, con los que no comparte sus acciones,
sugiere soluciones
para evitar los excesos. No dejar que los ricos manejen con su
monopolio el
mercado. Combatir
la ociosidad que lleva a la mendicidad, creando leyes justas y
fuentes de
trabajo.
No es que el robo deba escapar del castigo, sino que no
es justo ni legal perder la vida por dinero, la vida está
por encima de todo. El asesinar a un hombre por dinero no es
menos punitorio que el apoderarse de dinero por
hambre.
Los poderosos manejan la muerte aunque Dios diga: "no
mataras". El hombre le pone límite a este mandato,
permitiendo matar mediante leyes que contemplan este castigo ante
el delito. Lo mismo,
cree, debería establecer la constitución, es decir, en que medida los
actos inmorales puedan ser legales.
La ley de Moisés es un modelo, de como se
castigaba el robo sin acudir a la muerte. Devolvían
el dinero
robado, por medio de la restitución.
Otras Repúblicas, también, castigaban
dando oportunidades de vida. Les daban trabajo a cambio de comida
y otras actividades, restringiéndoles la libertad. Este
sistema de
respeto por la vida, darles oportunidades, hacerles entender el
valor de la libertad a los delincuentes, debería ser
tomado como ejemplo por Inglaterra y Francia y las demás
Repúblicas.
Nuevamente se le invita a Rafael a ser un consejero en
las cortes de los reyes. El está de acuerdo en que se debe
escuchar el concejo de un filósofo, ya que para tener una
república feliz, es importante escucharlos o los
gobernantes deberían estudiar filosofía. De esta
manera habría reyes sabios y no corruptos, de otra manera,
se usaran artimañas para alcanzar la paz y el progreso.
Los actos de presión,
hacen que el pueblo no se rebele. Someten por el miedo con leyes
injustas. Para estos gobernantes, la paz consiste en la pobreza del
pueblo, y aconseja Rafael, que el Rey que actúa
así, mejor seria que renunciara.
Menciona que en la República de Platón y
en Utopía hay paz, la verdadera, porque todas las cosas
son en común, porque las leyes son pocas y bien aplicadas.
Insiste en que las ciudades deben tomar ejemplo. Le gusta decir
la verdad aunque sea desagradable, así como Cristo dijo la
verdad y lo hizo públicamente.
Las costumbres, los decretos pestilentes en las otras
ciudades corrompieron la justicia y el estado. Donde el dinero es
el interés de los que gobiernan, no se puede gobernar con
justicia y prosperidad para todos. Allí, la riqueza es
para unos pocos, mientras el resto sufre miseria. No cree que la
riqueza privada sea conveniente.
Ejemplifica a Utopía, donde hay pocas leyes y
gran virtud, tiene abundancia por que todo es común.
Mientras halla un solo hombre, dueño absoluto de lo suyo,
habrá injusticia y pobreza. Por otro lado donde hay orden,
organización, bien común, trabajo,
estudio y dedicación, habrá prosperidad justicia y
paz
LIBRO II
Referido a la mejor República. En primer lugar,
hace referencia a las características de la Isla
Utopía.
El rey de Utopía, guía al pueblo que era
salvaje, a la perfección en las costumbres, humanamente y
civilizándolos. Esta isla está constituida por
ciudades – estado; donde existen granjas, y donde hay un jefe
llamado filarca (cabeza de tribu).
A los miembros de la ciudad se los prepara e instruye
para las tareas del campo. Para que no se produzca escasez de los
productos por
falta de conocimiento en el tema. (se practica la
incubación artificial); lo producido, cuando no es usado
se reparte entre los vecinos.
El estado provee los elementos necesarios para la
producción sin costo
alguno.
La ciudad más importante es Amaurota, ya que
allí reside el consejo de los magistrados. Se eligen
anualmente los sifograntes (filarcas), estos a su vez, con voto
secreto, eligen al príncipe, el cual es vitalicio siempre
que no sea sospechoso de tiranía. Además, los
cargos son anuales, y el consejo es el encargado del bien
común y de dar los resultados de los comicios, luego de
ser tratados durante
tres días. Esto se hacía con el fin, de evitar la
tiranía de los gobernantes.
DE LAS CIENCIAS, ARTES Y
OCUPACIONES
La ciencia común a todos es la agricultura, que
es practicada por todos (hombres y mujeres), para ello se
preparan desde niños en las escuelas y los campos.
Además de la agricultura, se practican otras ciencias como
tejer, carpintería, albañilería,
herrería. La función de
los sifograntes es velar para que los hombres trabajen cada uno
en su arte; también hay un espacio para la música y
la reflexión.
Si bien en esta isla no se cumple con las horas de
trabajo, porque la provisión de las cosas no falta. Se
pregunta: ¿Cuanto de ocioso tiene la vida de los
sacerdotes y religiosos?
También, incluye a los latifundistas, a los que
llama gentiles, hombres y nobles. Y pone de manifiesto que en la
isla Utopía todos trabajan en cosas productivas y no
inútiles, como en otros lugares, de modo tal, que lo que
se produce es suficiente para la subsistencia, la comodidad y el
placer.
Los únicos exentos del trabajo, son,
además de los sifograntes, los que el pueblo, aconsejado
por los sacerdotes y los sifograntes, ha elegido para concederles
una dispensa perpetua del trabajo, para que se dediquen con toda
tranquilidad al estudio. Estos, deberán responder a la
confianza depositada, caso contrario, volverá al estamento
de los artesanos. A veces, se dan casos contrarios, entre estos
estudiosos se eligen los sacerdotes, embajadores y hasta el
príncipe.
DE SU
VIDA Y RELACIONES MUTUAS
La ciudad esta compuesta por familias, y a éstas,
a su vez, la componen los parientes, las mujeres al casarse, van
a la casa de su marido, no así los varones que siguen en
su casa y el jefe es el más anciano. En la ciudad se
establece el número de habitantes que debe mantener, como
así también, el número de hijos que puede
mantener una familia, la relación de los
ciudadanos.
El mayor gobierno de la familia.
Las esposas: dependen de sus maridos; los hijos: dependen de los
padres; los más jóvenes de los mayores.
La ciudad esta dividida en cuatro partes o barrios.
Barrios – centro = mercado de productos, allí la familia
encuentra todo lo que necesita y lo lleva gratuitamente por que
todo abunda. También existen en estos lugares una limpieza
exagerada.
A la hora de la alimentación, los
primeros son los hospitales, que son tan amplios, aparentando ser
otras ciudades. Y están muy bien dotados de todo lo
necesario. Todos acuden a comer en salas preparadas por esclavos,
de las comidas se encargan las mujeres por turno.
Los habitantes de las islas tenían restricciones
para los viajes, y podían ser castigados, como fugitivos o
desertores y castigarlos con la esclavitud. No
existen en la ciudad lugares malos, de modo que todos los hombres
sanos se dediquen al trabajo y de esa manera no existan hombre
pobres o necesitados.
El Estado es considerado una gran familia, donde se
protegen unos a otros. En este país, su tesoro para casos
de guerra y para contratar soldados extranjeros.
Los utopienses detestaban la suntuosidad y la
ostentación, y criticaban a quienes lo eran y los
despreciaban, por ejemplo a los embajadores que soberbios y
orgullosos, exponían todo su oro.
La filosofía de las costumbres y la moral,
plantea la discusión de las cualidades del alma, la
razón, la virtud, pero principalmente la felicidad del
hombre y debemos agregar estos principios de la
religión:
- El alma es inmortal y destinada a ser
perfecta. - Premiar las buenas acciones y castigar las
malas. - La felicidad no es el placer.
La virtud es definida como una vida ordenada
según la naturaleza, y los hombres son orientados por
Dios. Se considera injusticia, el hecho de que un hombre trate de
impedir a otro que sea feliz.
Dios recompensa a quienes han regalado placer. Los
Utopienses, consideran como algo bajo y vil, el hecho de que el
más fuerte oprima o destruya al más débil
por placer. Podemos diferenciar dos clases de placeres: del alma
y del cuerpo.
Placeres del Alma la Inteligencia y los buenos
recuerdo.
Placeres del cuerpo la sensibilidad y el estar sano
(verdadero placer).
La razón humana, considera verdadero lo de la
virtud y el placer.
La gente de Utopía era trabajadora y estudiosa.
Tenían gran interés en aprender el latín y
lo hicieron muy rápido. Así, pudieron leer las
obras de Platón, Aristóteles, Plutarco, Homero,
Aristófanes, Heródoto y otros.
DE
LOS ESCLAVOS ENFERMOS, MATRIMONIOS Y OTRAS
MATERIAS
Son esclavos en Utopía, los que fueron castigados
a serlo por haber cometido delitos, o
quienes han sido condenados a muerte por delitos graves en otras
ciudades, de esta clase hay muchos en la isla. Estos, trabajan
continuamente y están encadenados. A los otros, de la
isla, los tratan con mayor severidad, por considerarlos casos
perdidos. Hay otro tipo de esclavos, el que elige por voluntad
propia serlo, debido a la mala situación en la que
vivían en otras ciudades, a estos se los trata de la misma
manera que a los ciudadanos, salvo que deben trabajar más.
Si alguno de estos esclavos decide irse, no hay resistencia a
ello y nunca dejan que se marche con las manos
vacías.
En cuanto a los enfermos, los Utopienses cuidan de
ellos, con afecto y total dedicación para devolverles la
salud. En caso de enfermedades dolorosas o incurables, los
sacerdotes y los magistrados, inducen a estos a, que viendo que
no hay posibilidad de mejoría y vivir es una tortura, no
se rehúsen a morir, explicándoles, que obrando
así, dejan esta vida siendo hombres virtuosos. Una vez
convencidos terminan con su vida voluntariamente de hambre, el
que se suicida sin el consejo de los sacerdotes y magistrados, es
considerado indigno de ser sepultado.
En lo relativo al matrimonio, aquí no es solo
disuelto por la muerte. Puede disolverse por adulterio o por
costumbres intolerables que puedan ofender a algunas de las
partes. De vez en cuando se divorcian, cuando ambos
cónyuges no se pueden entender bien, con el consentimiento
de los dos, se vuelven a casar. Pero el que terminara el
matrimonio sin alegatos claros, es condenado a la
esclavitud.
No existe ley que castigue algún tipo de
transgresiones, sino que el consejo decide el castigo
según la gravedad del delito. Los más graves, son
condenados a la esclavitud, ya que así, se consigue
más provecho para la ciudad, con su trabajo que
matándolos, lo que es un desperdicio de la mano de obra
para los peores trabajos.
Consideran a la burla como algo vergonzoso para quien se
burla; en cuanto a la belleza, piensan que nunca está por
sobre la humildad y la cualidades honestas de los
hombres.
Los habitantes viven amistosamente, los magistrados se
comportan como padres de la comunidad y el
príncipe, ni se distingue de los demás, ya que no
viste como tal, solo se le reconoce por un pequeño haz de
trigo que lo precede; lo mismo sucede con el obispo, quien al
frente lleva un cirio de cera.
Hay pocas leyes, por ser este un pueblo muy instruido y
bien organizado. Están prohibidos los abogados y
procuradores, pues consideran que es mejor que uno se
defienda.
Los Utopienses opinan que la construcción, o ruina de una
República depende y se apoya en las costumbres de los
gobernantes y magistrados.
También, hablan de sus vecinos y los
critican.
En otros pueblos esta costumbre de comprar y vender es
desaprobada, como un acto cruel propio de una mente baja y
cobarde, pero ellos se consideran muy dignos de alabanza, porque
como hombres prudentes resuelven por esos medios grandes guerras,
sin una batalla ni escaramuza. Pues, no se compadecen menos de la
clase baja y común de sus enemigos, que los suyos saben
que son obligados y arrastrados a la guerra contra su
voluntad.
Este pueblo está a quinientas millas de
Utopía hacia el este, son repulsivos, salvajes y fieros;
viven en puestos agrestes y altas montañas, donde nacieron
y se criaron. Son de fuerte constitución, capaces de
aguantar y resistir calor,
frío y trabajo; y desprecian todas las finuras delicadas y
no se ocupan del trabajo y cultivo de las tierras toscas y rudas,
tanto en la construcción de sus casas como en sus
atavíos; no se dedican a nada bueno, únicamente a
la cría y cuidado de ganado. La mayor parte de su vida
consiste en robar y cazar.
Han nacido solamente para la guerra, que buscan con
interés y asiduidad, y cuando lo consiguen se alegran
extraordinariamente. Salen de sus tierras en grandes bandadas y
ofrecen sus servicios por poco dinero. Este, es el único
oficio con el que se ganan la vida, luchan esforzada, fiera y
fielmente. No se comprometen por un tiempo determinado, se
alistan con la condición de que al día siguiente se
unirán al bando contrario por unas pagas más
elevadas, y al próximo día después de esto,
estarán dispuestos de nuevo por un poco más de
dinero.
Pocas guerras hay por allí, en las que no haya un
gran número de ellos, ocurre que parientes próximos
que fueron alquilados juntos se trataban muy amistosa y
familiarmente; tiempo después de hallarse separados se
lanzan unos contra otros olvidando el parentesco y la amistad, se
atraviesan sus espadas sin más motivos que el estar
alquilados por príncipes enemigos, hasta tal punto, que se
les inducirá a cambiar de bando por medio penique
más. Rápidamente se han aficionado a la avaricia,
pero por otra parte no les sirve de ningún provecho, pues
lo que ganan luchando, lo gastan desenfrenada y miserablemente en
juergas.
Este pueblo lucha a favor de los utopienses porque ellos
les dan mayores salarios que
cualquier otra nación.
Pues los utopienses de la misma manera que utilizan bien a los
hombres buenos, se aprovechan de estos malos y viciosos con
promesas de grandes recompensas, donde la mayor parte de ellos,
nunca regresan para pedir sus premios. Pagan lealmente a los que
quedan vivos, para que estén dispuestos a un peligro
semejante otra vez.
Los utopienses, creen que harían una
acción muy buena a la humanidad, si pudieran liberarla de
aquel cubil de gente sucia y apestosa, malvada y
odiosa.
Además de esto, utilizan a los soldados, y en
último término, reclutan a sus propios
súbditos; a uno de los cuales, de probado valor y destreza
dan el mando y dirección de todo el ejército. A sus
órdenes designan a dos o más, que mientras aquel
está a salvo están en reserva y fuera del
cargo.
Eligen en cada ciudad como soldados, a los que se
ofrecen como voluntarios pues no obligan a ningún hombre a
la guerra contra su voluntad. Pero si se hace alguna guerra
contra el propio país, entonces ponen a estos cobardes,
mientras sean rudos.
Como ninguno es llevado a la guerra fuera de sus
fronteras contra su voluntad, no se prohíbe a las mujeres
que quieran acompañar a sus maridos, y en el campo de
batalla las esposas están al lado de sus maridos. Es un
gran motivo de deshonra para el marido volver a casa sin su
esposa, o viceversa, o el hijo sin su padre.
Pues, así como ponen todos sus medios para evitar
la necesidad de luchar, haciéndolo por medio de sus
mercenarios; cuando no hay más remedio que luchar, ellos
entonces, se lanzan con tanta valentía como prudencia
pusieron antes, mientras podían evitarla. Tampoco son
valerosos a la primera acometida, sino que poco a poco
incrementan su fiero valor, con ánimos tan decididos, que
morirían antes que retroceder una pulgada. Además,
su conocimiento de caballería y hechos de armas les da
confianza.
Nunca estiman tanto su vida, ni tienen un valor tan
excesivo por ella que ambicionan conservarla vergonzosamente,
cuando el honor les exige abandonarla.
Cuando la Batalla es más violenta y más
fiera, un grupo de
jóvenes, escogidos y selectos toman la responsabilidad con un ataque largo y continuo,
ocupando las tropas de refresco el lugar de los hombres
fatigados. Tampoco emprenden la caza y persecución de sus
enemigos, de modo que, si todo su ejército es dispersado y
vencido, salvo la retaguardia y con ésta alcanzan la
victoria, prefieren dejar escapar a todos sus
enemigos-
Pues recuerdan, que ha ocurrido más de una vez,
que sus enemigos animados por la victoria, han perseguido a los
que huían salidos de la formación, y que
proseguían la persecución confiados en su seguridad, lo que
ha cambiado la suerte de la batalla, arrebatándoles de sus
manos la segura e indudable victoria.
CARTA APOSTÓLICA EN FORMA DE
MOTU PROPIO
PARA LA PROCLAMACIÓN DE SANTO TOMAS MORO COMO
PATRONO DE LOS GOBERNANTES Y DE LOS
POLÍTICOS
JUAN PABLO II PONTÍFICE PARA LA
PERPETUA MEMORIA
Recientemente, algunos Jefes de Estado y de
Gobierno, numerosos exponentes políticos, algunas
Conferencias Episcopales y Obispos de forma individual, me
han dirigido peticiones en favor de la proclamación de
santo Tomás Moro como patrono de los gobernantes y de
los políticos. Entre los firmantes de esta
petición hay personalidades de diversa
orientación política, cultural y religiosa,
como expresión de vivo y difundido interés
hacia el pensamiento y la conducta de este insigne hombre de
gobierno.- De la vida y del martirio de Santo Tomás Moro
brota un mensaje que a través de los siglos habla a
los hombres de todos los tiempos, de la inalienable dignidad
de la conciencia
la cual, como recuerda el Concilio Vaticano II, (es el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en
el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo
más íntimo de ella) (Gaudium et spes, 16).
Cuando el hombre y la mujer escuchan la llamada de la verdad,
entonces la conciencia orienta con seguridad sus actos hacia
el bien. Precisamente por el testimonio, ofrecido hasta el
derramamiento de su sangre, de la primacía de la
verdad sobre el poder, Santo Tomás Moro es venerado
como ejemplo imperecedero de coherencia moral. Y
también fuera de la Iglesia, especialmente entre los
que están llamados a dirigir los destinos de los
pueblos, su figura es reconocida como fuente de
inspiración para una política que tenga como
fin supremo el servicio a la persona
humana.Su sensibilidad religiosa lo llevó a buscar
la virtud a través de una asidua práctica
ascética: cultivó la amistad con los frailes
menores observantes del convento de Greenwich y durante un
tiempo se alojó en la cartuja de Londres, dos de los
principales centros de fervor religioso del Reino.
Sintiéndose llamado al matrimonio, a la vida familiar
y al compromiso laical, se casó en 1505 con Juana
Colt, de la cual tuvo cuatro hijos. Juana murió en
1511 y Tomás se casó en segundas nupcias con
Alicia Middleton,viuda con una hija. Fue durante toda su vida un
marido y un padre cariñoso y fiel, profundamente
comprometido en la educación religiosa, moral e
intelectual de sus hijos. Su casa acogía yernos,
nueras y nietos y estaba abierta a muchos jóvenes
amigos en busca de la verdad o de la propia vocación.
La vida de familia permitía, además, largo
tiempo para la oración común y la «lectio
divina», así como para sanas formas de recreo
hogareño. Tomás asistía diariamente a
misa en la iglesia parroquial, y las austeras penitencias que
se imponía eran conocidas solamente por sus parientes
más íntimos. - Tomás Moro vivió una extraordinaria
carrera política en su país. Nacido en Londres
en 1478 en el seno de una respetable familia, entró
desde joven al servicio del arzobispo de Canterbury Juan
Morton, canciller del Reino. Prosiguió después
los estudios de leyes en Oxford y Londres,
interesándose también por amplios sectores de
la cultura, de la teología y de la literatura
clásica. Aprendió bien el griego y mantuvo
relaciones de intercambio y amistad con importantes
protagonistas de la cultura renacentista, entre ellos Erasmo
Desiderio de Rótterdam.Estimado por todos por su indefectible integridad
moral, la agudeza de su ingenio, su carácter alegre y simpático y su
erudición extraordinaria, en 1529, en un momento de
crisis
política y económica del país, el rey le
nombró canciller del Reino. Como primer laico en
ocupar este cargo, Tomás afrontó un
período extremadamente difícil,
esforzándose en servir al rey y al país. Fiel a
sus principios se empeñó en promover la
justicia e impedir el influjo nocivo de quien buscaba los
propios intereses en detrimento de los débiles. En
1532, no queriendo dar su apoyo al proyecto de
Enrique VIII que quería asumir el control
sobre la Iglesia en Inglaterra, presentó su
dimisión. Se retiró de la vida pública
aceptando sufrir con su familia la pobreza y el abandono de
muchos que, en la prueba, se mostraron falsos amigos.
Constatada su gran firmeza en rechazar cualquier compromiso
contra su propia conciencia, el Rey, en 1534, lo hizo
encarcelar en la Torre de Londres dónde fue sometido a
diversas formas de presión psicológica.
Tomás Moro no se dejó vencer y rechazó
prestar el juramento que se le pedía, porque ello
hubiera supuesto la aceptación de una situación
política y eclesiástica que preparaba el
terreno a un despotismo sin control. Durante el proceso al
que fue sometido, pronunció una apasionada
apología de las propias convicciones sobre la
indisolubilidad del matrimonio, el respeto del patrimonio
jurídico inspirado en los
valores cristianos y la libertad de la Iglesia ante el
Estado. Condenado por el tribunal, fue decapitado.Con el paso de los siglos se atenuó la
discriminación respecto a la Iglesia.
En 1850 fue restablecida en Inglaterra la jerarquía
católica. Así fue posible iniciar las causas de
canonización de numerosos mártires.
Tomás Moro, junto con otros 53 mártires, entre
ellos el obispo Juan Fisher, fue beatificado por el Papa
León XIII en 1886. Junto con el mismo obispo, fue
canonizado después por Pío XI en 1935, con
ocasión del IV centenario de su martirio. - En 1504, bajo el rey Enrique VII, fue elegido por
primera vez para el Parlamento. Enrique VIII le renovó
el mandato en 1510 y lo nombró también
representante de la Corona en la capital,
abriéndole así una brillante carrera en la
administración pública. En la
década sucesiva, el rey lo envió en varias
ocasiones para misiones diplomáticas y comerciales en
Flandes y en el territorio de la actual Francia. Nombrado
miembro del Consejo de la Corona, juez presidente de un
tribunal importante, vicetesorero y caballero, en 1523
llegó a ser portavoz, es decir, presidente de la
Cámara de los Comunes.En este contexto es útil volver al ejemplo de
santo Tomás Moro que se distinguió por la
constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas, precisamente
porque en las mismas quería servir no al poder, sino
al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña
que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes.
Convencido de este riguroso imperativo moral, el estadista
inglés puso su actividad pública al servicio de
la persona, especialmente si era débil o pobre;
gestionó las controversias sociales con exquisito
sentido de equidad; tuteló la familia y la
defendió con gran empeño; promovió la
educación integral de la juventud.
El profundo desprendimiento de honores y riquezas, la
humildad serena y jovial, el equilibrado conocimiento de la
naturaleza humana y de la vanidad del éxito, así como la seguridad de
juicio basada en la fe, le dieron aquella confiada fortaleza
interior que lo sostuvo en las adversidades y frente a la
muerte. Su santidad, que brilló en el martirio, se
forjó a través de toda una vida entera de
trabajo y de entrega a Dios y al prójimo.Refiriéndome a semejantes ejemplos de
armonía entre la fe y las obras, en la
Exhortación apostólica postsinodal
"Christifideles laici" escribí "que la unidad de vida
de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en
efecto, deben santificarse en la vida profesional ordinaria.
Por tanto, para que puedan responder a su vocación,
los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida
cotidiana como ocasión de unión con Dios y de
cumplimiento de su voluntad, así como también
de servicio a los demás hombres" (n. 17).Esta armonía entre lo natural y lo
sobrenatural es tal vez el elemento que mejor define la
personalidad del gran estadista inglés. Él
vivió su intensa vida pública con sencilla
humildad, caracterizada por el célebre "buen humor",
incluso ante la muerte.Éste es el horizonte a donde le llevó
su pasión por la verdad. El hombre no se puede separar
de Dios, ni la política de la moral. Ésta es la
luz que
iluminó su conciencia. Como ya tuve ocasión de
decir, "el hombre es criatura de Dios, y por esto los
derechos
humanos tienen su origen en Él, se basan en el
designio de la creación y se enmarcan en el plan de la
Redención. Podría decirse, con expresión
atrevida, que los derechos del
hombre son también derechos de Dios" (Discurso
7.4.1998, 3).Y fue precisamente en la defensa de los derechos de
la conciencia donde el ejemplo de Tomás Moro
brilló con intensa luz. Se puede decir que él
vivió de modo singular el valor de una conciencia
moral que es "testimonio de Dios mismo, cuya voz y cuyo
juicio penetran la intimidad del hombre hasta las
raíces de su alma". (Enc. "Veritatis splendor", 58).
Aunque, por lo que se refiere a su acción contra los
herejes, sufrió los límites de la cultura de su
tiempo.El Concilio Ecuménico Vaticano II, en la
Constitución "Gaudium et spes", señala
cómo en el mundo contemporáneo está
creciendo "la conciencia de la excelsa dignidad que
corresponde a la persona humana, ya que está por
encima de todas las cosas, y sus derechos y deberes son
universales e inviolables" (n.26). La historia de santo
Tomás Moro ilustra con claridad una verdad fundamental
de la ética
política. En efecto, la defensa de la libertad de la
Iglesia frente a indebidas injerencias del Estado es, al
mismo tiempo, defensa, en nombre de la primacía de la
conciencia, de la libertad de la persona frente al poder
político. En esto reside el principio fundamental de
todo orden civil de acuerdo con la naturaleza del
hombre. - Son muchas las razones a favor de la
proclamación de santo Tomás Moro como patrono de
los gobernantes y de los políticos. Entre éstas,
la necesidad que siente el mundo político y
administrativo de modelos
creíbles, que muestren el camino de la verdad en un
momento histórico en el que se multiplican arduos
desafíos y graves responsabilidades. En efecto,
fenómenos económicos muy innovadores están
hoy modificando las estructuras
sociales. Por otra parte, las conquistas científicas en
el sector de las biotecnologías agudizan la exigencia de
defender la vida humana en todas sus expresiones, mientras las
promesas de una nueva sociedad, propuestas con buenos
resultados a una opinión pública desorientada,
exigen con urgencia opciones políticas claras en favor
de la familia, de los jóvenes, de los ancianos y de los
marginados. - Confío, por tanto, que la elevación de
la eximia figura de santo Tomás Moro como patrono de los
gobernantes y de los políticos ayude al bien de la
sociedad. Ésta es, además, una iniciativa en
plena sintonía con el espíritu del Gran Jubileo
que nos introduce en el tercer milenio cristiano.
Por tanto, después de una madura
consideración, acogiendo complacido las peticiones
recibidas, constituyo y declaro patrono de los gobernantes y de
los políticos a Santo Tomás Moro, concediendo que
le vengan otorgados todos los honores y privilegios
litúrgicos que corresponden, según el derecho, a
los patronos de categorías de personas.
Sea bendito y glorificado Jesucristo, Redentor del
hombre, ayer, hoy y siempre.
Roma, junto a San Pedro, el día 31 de octubre de
2000, vigésimo tercero de mi Pontificado. IOANNES PAULUS
PP.II
Como podemos observar, el Humanismo es el núcleo
ideológico del renacimiento y lo podemos definir como una
nueva cultura, surgiendo este, en el siglo XV.
Esto fue posible, gracias a hombres con una
visión muy clara, que hicieron de sus ideales
éticos, la base fundamental de sus vidas.
Ellos dejan ver a través de sus actos, su
preocupación por la familia y la sociedad misma, no
importando su posición social, ya que la historia nos
muestra el triste fin que tuvieron, en manos del poder
político y religioso que no pudo doblegar sus ideales y
principios, siendo uno ajusticiado por el monarca y el otro
perseguido por la Iglesia.
Como podemos ver, Tomas Moro, hombre de familia y con
claras ideas Políticas enfrentó el poder de la
Monarquía absolutista Inglesa que imperaba
en ese momento y no dudó en poner en juego su vida, por
sus principios éticos y su fe cristiana.
Demostrándonos, no solo su valentía como hombre,
sino la inquebrantable fe en sus principios.
Así también, Erasmo, firmemente apoyado en
sus ideales, no dudó en enfrentar, abiertamente y
colocando su propia vida en riesgo, a la
Iglesia misma. La que corrompida por el poder y los hombres, y
apoyándose en su arma más temida, la
inquisición misma, utilizó la fuerza y la
barbarie para acallar cualquier voz que se levantara en su
contra.
Ambos, demostrando sus profundas convicciones
éticas y religiosas, más allá de las
presiones o amenazas y nunca claudicando, nos dejaron sus
enseñanzas. Podemos servirnos de éstas, como
ejemplo, para forjar una personalidad
cuyos valores y
principios éticos y políticos, puedan redundar en
beneficio de la sociedad en la que nos toca vivir.
No debemos olvidar, que el humanismo renacentista
está centrado en el hombre (antropocéntrico),
teniendo como finalidad al hombre (antropotélico), siendo
los puntos más importantes que desarrolla esta nueva
cultura, el hombre y su libertad, la relación del
individuo con Dios, con el mundo y con la naturaleza.
Así, el renacimiento se va a destacar por la
libre interpretación de la Biblia, ilustrando con
claridad, una verdad fundamental de la ética
política y de la libertad de la persona frente al poder
político.
- Moro, Tomás: "Utopía" –
Hyspanoamérica Ediciones Argentina S.A.-
España – 1984.- - Roucek, Joseph. S.: Antología del Pensamiento
Político – Editorial Freterna.- - Diccionario de la Lengua Española –
Océano – México – 1990.- - Biblioteca de la Santa Sede – Vía Internet.-
- Diccionario Consultor Político.- Librograf
Editora S.R.L. Argentina – 1992.- - Erasmo, Desiderio: "Elogio de la Locura"
- Biblioteca del Vaticano: Carta Apostólica en
forma de mutuo propio, para la proclamación de Santo
Tomás Moro como Patrono de los Gobernantes y los
Políticos – Vía Internet.-Editorial Cumbre S.A. – México –
1980.- - Pirenne, Jacques: "Historia
Universal" – Tomo II – Siglos VII al XVI – - Diccionario de Ciencias jurídicas,
Políticas, Sociales y de Economía.- Ed.
Universidad – 1996.-
Autor:
EDUARDO L. HAIEK,
ESTUDIANTE DE CIENCIA POLITICA DE LA
UNLAR
ENVIADO POR
Claudia Liliana Luna