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Filosofía de San Agustín




Enviado por yhoco_mcm



Partes: 1, 2

    1. Justificación
    2. Objetivos
    3. San Agutín, vida,
      escritos y su filosofía
    4. Naturaleza de
      la sensación
    5. Iluminación y
      abstracción
    6. La
      Trinidad
    7. Contra el
      escepticismo
    8. El
      hombre
    9. El padre del
      nuevo paradigma
    10. De las facultades
      superiores de conocimiento o sea de la
      inteligencia
    11. Opinión de
      San Agustín sobre el entendimiento
      humano
    12. Teoría
      del entendimiento agente
    13. El
      entendimiento posible
    14. La
      frenología de San Agustín
    15. Confesiones

    JUSTIFICACIÓN

    Tome la mayoria de información en basea los libros
    especificos de la filosofia del
    siglo III y referentes al cristianismo
    establecido en esa epoca.

    ·       
    Como principal motivo resalto la necesidad de entender
    adecuadamente la teologia
    establecida por San Agustin en el siglo III y IV y que
    alcanzo a ser reconocida como importante

    ·       
    Hasta el siglo XIII a pesar del aristotelismo de Tomas de
    Aquino.

    ·       
    Fortalecer mis conocimientos teologicos.

    ·       
    Buscar fundamentos a mis creencias hacia a Dios.

    ·       
    Alcanzar una mejor calificación; meritos que espero
    obtener por la investigación que planteo en esta
    tesis.

    ·       
    Que los profesores tengan un buen concepto
    frentea este trabajo.

    OBJETIVOS

    ·       
    Mostrar cuestionamientos y respuestas de San Agustin frete a
    Dios; parte del pensamiento que cuestiona en donde se halla
    Dios y como se manifiesta en los hombres

    ·       
    Dar a entender las tendencias que tomo San Agustin como el
    neoplatonismo para fundamentar inicialmente sus propias
    teorias sobre el cristianismo que aun se veia muy incompleto
    en esa epoca.

    ·       
    Analizar los conceptos filosoficos de San Agustin de manera
    interpretativa.

    ·       
    Lograr un mejor entendimiento de los temas y filosofos
    sucesores de San Agustin.

    ·       
    Entender adecuadamente los conceptos filosoficos mas
    importantes de la filosofia y tratar de aplicarlos de forma
    correcta en la vida que me espera mas adelante.

    ·       
    Mejorar mi forma de pensar a partir de las teorias de San
    Agustin frente a la iglesia y
    la religión.

    ·       
    Tener un dominio de
    los temas y encontrarle razon a las cosas referentes a la
    teologia.

    ·       
    Tratar de incentivar a los demas para realizar una
    investigación mas profunda y conceptualizada de sus
    temas asignados por el profesor.

    INTRODUCCION

    El objetivo de
    este trabajo de investigación es llegar a conocer lo que
    esta filosofía no quiere dar a entender, para poder tener un
    termino mas amplio de la Filosofía Cristiana en general,
    ya que cuando un lector lea este trabajo considere a este como
    una investigación muy profunda, importante en el
    área que se maneja y a la vez interesante, y con esto
    poder lograr obtener una buena apreciación del maestro
    para poder hacer el examen correspondiente.

    En la Filosofía Cristiana destacan San
    Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino, En
    este caso se hablara de San Agustin; al realizar esta
    investigación se recurrió a diversas fuentes de
    información como enciclopedias, folletos, libros,
    etc.

    Al empezar este trabajo elegí como tema
    principal, la vida y escritos de San Agustin, Las ideas Divinas,
    la teoria de la trinidad, la Patrística, la
    Escolástica, al encontrar la información y terminar
    el trabajo por
    último entregare el trabajo en limpio.

    UNIDAD 1

    SAN AGUTIN, VIDA,
    ESCRITOS Y SU FILOSOFIA

    El Pensamiento Filosófico
    Cristiano

    El cristianismo no es una filosofía propiamente
    dicha, sino una religión que, tal como queda expresado en
    los dogmas de la Iglesia católica, <<fue fundada por
    Jesucristo, hijo de Dios, enviado por Dios padre como
    Mesías, para salvar a los hombres según
    habían anunciado los profetas hebreos>>.

    La designación de cristianos se dio por primera
    vez a los habitantes de Antioquía que profesaban la fe
    predicada por San Pablo.

    La religión cristiana se convirtió en
    menos de tres siglos en la religión oficial del Imperio romano y
    se arraigó tan profundamente a los más esenciales
    aspectos de la cultura
    occidental que logró sobrevivir a la caída del
    propio imperio y convertirse en el substrato básico de la
    civilización occidental.

    Los pensadores que aportaron los elementos decisivos
    para permitir que el cristianismo se configurara como
    religión oficial del Estado fueron
    los apologetas, así llamados porque en sus escritos se
    dedicaron a hacer la apología del cristianismo.

    La esencia definitoria del cristianismo como
    religión es un monoteísmo trascendente (la creencia
    en la existencia de un solo Dios, que es algo completamente
    distinto del hombre y del
    mundo, algo que los trasciende a ambos). Esta concepción
    monoteísta, cuya proyección actual es casi
    universal entre todos los creyentes, fue en un principio
    elaborada exclusivamente por la civilización israelita,
    que la consideraba verdad exclusiva y revelada directamente por
    Dios.

    En la historia sagrada del pueblo
    judío se encuentra el núcleo básico de la
    gestación del cristianismo.

    Los filósofos cristianos adoptaron muchas ideas
    del pensamiento griego pagano. De los escépticos
    epicúreos adoptaron argumentos contra el
    politeísmo. Aristóteles les presto una serie de
    conceptos filosóficos (como los de sustancia, causa,
    materia) que
    eran imprescindibles para tratar los delicados y sutiles temas de
    la teología cristiana (la creación del mundo a
    partir de la nada, la Santísima Trinidad, etc.). La moral
    estoica aportó algunos elementos a la ética
    cristiana. El platonismo, con su desprecio del mundo sensible, su
    creencia en la inmortalidad del alma humana y la
    afirmación de la existencia de un mundo celestial fue una
    prefiguración del cristianismo, refiriéndose a
    Platón
    dijo San Agustín: <<Nadie se ha acercado tanto a
    nosotros>>.

    Podemos dividir la filosofía cristiana medieval
    en dos grandes períodos: la Patrística y la
    Escolástica.

    La Patrística

    Es el conjunto de dogmas elaborados por los Padres de la
    Iglesia y los concilios.

    El gnosticismo fue una fusión de
    elementos escriturísticos y cristianos, griegos y
    orientales (pitagorismo, platonismo, judaísmo y
    teosofía esotérica entremezclaban). Trataron los
    mismos temas que la ortodoxia cristiana, pero cayeron en la
    herejía. Sus principales aportaciones fueron: a)
    sustitución de la fe por una forma de conocimiento
    racional llamada gnosis; b) afirmación de un dualismo
    entre Dios y la materia, posteriormente mejor desarrollado por
    otra herejía: el maniqueísmo; c) desarrollo de
    la noción de Dios desconocido (el Dios del Antiguo
    Testamento no es el verdadero Dios, pues ha creado la materia,
    origen del mal).

    Orígenes (184-253) abogó por la
    utilización de pruebas
    filosóficas en la especulación teológica;
    como Parménides, creía que la esférica era
    la forma perfecta y, en un texto, afirma
    que los bienaventurados entrarán en el cielo rodando
    porque habrán resucitado en la más perfecta de la
    formas, la esférica.

    El Concilio de Nicea, celebrado el año 325,
    estableció las verdades de la religión cristiana en
    forma dogmática e indiscutible. A partir de este momento,
    la especulación de los Padres de la Iglesia fue limitada,
    no pudiendo enfrentarse a ninguno de los dogmas y verdades
    oficialmente decretadas, salvo riesgo de
    excomunión. Esta intangibilidad del dogma impuso la
    definición de la filosofía como ancilla theologiae,
    es decir, como esclava de la filosofía de Dios, como
    sierva de la teología.

    San Agustín de Hipona

    (354-430)

    La Figura Histórica

    Reseña

    Nació en Tagaste (África) el año
    354; después de una juventud
    desviada doctrinal y moralmente, se convirtió, estando en
    Milán, y el año 387 fue bautizado por el obispo San
    Ambrosio. Vuelto a su patria, llevó una vida dedicada al
    ascetismo, y fue elegido obispo de Hipona. Durante treinta y
    cuatro años, en que ejerció este ministerio, fue un
    modelo para su
    grey, a la que dio una sólida formación por medio
    de sus sermones y de sus numerosos escritos, con los que
    contribuyó en gran manera a una mayor
    profundización de la fe cristiana contra los errores
    doctrinales de su tiempo.
    Está entre los Padres mas influyentes del Occidente y sus
    escritos son de gran actualidad. Murió el año
    430.

    Por primera vez en la
    personalidad de Agustín la especulación
    cristiana realiza su pleno y auténtico significado humano.
    La investigación teológica cesa para él de
    ser puramente objetiva, como se había conservado
    aún en las mas poderosas personalidades de la
    patrística griega, para hacerse mas interior y acomodarse
    al mismo hombre que la realiza. El problema teológico es
    en San Agustín el problema del hombre Agustín: el
    problema de su dispersión y de su inquietud, el problema
    de su razón especulativa y de su obra de obispo. Lo que
    Agustín dio a los otros es lo que a conquistado por
    sí mismo. La sugestión y la fuerza de su
    enseñanza, que no han disminuido a
    través de los siglos, aunque hayan cambiado los
    términos del problema, se origina precisamente del hecho
    de que en toda su especulación, aún en los aspectos
    que parecen más que la claridad sobre inmediata a la vida,
    él no ha buscado y conseguido más que la claridad
    sobre sí mismo y sobre su propio destino, el significado
    auténtico de su vida interior.

    El centro de la investigación agustiniana
    coincide verdaderamente con el centro de su personalidad.
    La posición de la confesión no está limitada
    solo a su escrito famoso, sino que es la posición
    constante del pensador y del hombre de acción que, en todo
    lo que dice o emprende, no tiene otra finalidad que la de ponerse
    en claro consigo mismo y de ser lo que debe ser. Por esto declara
    que no quiere conocer otra cosa que el alma y Dios, y se mantiene
    constantemente fiel a este programa. El
    alma, esto es, el hombre
    interior, el yo en la simplicidad y verdad de su naturaleza. Dios,
    esto es, el ser en su transcendencia y en su valor
    normativo, sin el cual no es posible reconocer la verdad del yo.
    Por esto los problema teológicos están en él
    unidos siempre al problema del hombre, que los hace objeto de su
    investigación; y toda solución de aquellos problemas es
    siempre la justificación de la investigación humana
    que conduce a ella. Agustín ha recogido lo mejor de la
    especulación patrística precedente; y los conceptos
    teológicos fundamentales, ya entonces adquiridos por la
    especulación y hechos propios de la Iglesia, no tiene en
    su obra desarrollos substanciales. Pero se enriquecen con un
    calor y un
    significado humano que antes no poseían, se convierten en
    elementos de vida interior para el hombre, ya que son tales para
    él, para San Agustín. Y de esta manera consigue
    unirlos a las inquietudes y a las dudas, a la necesidad de
    amor y
    felicidad que son propios del hombre: a unirlos, en una palabra,
    en la investigación. Investigación que halla en la
    razón su disciplina y
    su rigor sistemático, pero que no es una exigencia de pura
    razón.

    Todo el hombre busca: cada parte o elemento de su
    naturaleza, en la intranquilidad de su ser finito, se mueve hacia
    el Ser, que es el único que pueda darle consistencia y
    estabilidad. San Agustín presenta a la especulación
    cristiana la exigencia de la investigación, con la misma
    fuerza con que Platón la había presentado a la
    filosofía griega.

    Pero, a diferencia de la platónica, la
    investigación agustiniana radica en el terreno de la
    religión. Desde el comienzo San Agustín abandona la
    iniciativa de la misma a Dios: <<Da quod iubes et iube quod
    vis >>

    Dios sólo determina y guía la
    investigación humana, sea como especulación, sea
    como acción: y así la especulación es, en su
    verdad, fe en la revelación, y la acción es, en su
    libertad,
    gracia concedida por Dios. La polémica antipelagiana
    ofreció a San Agustín la ocasión de expresar
    en la forma mas fuerte y vigorosa el fondo de su
    convicción; pero no constituye una ruptura en su
    personalidad, una victoria del hombre de iglesia sobre el
    pensador. Ya que en él el pensador vive por dentro en la
    esfera de la religiosidad, la cual necesariamente reconoce
    solamente en Dios la iniciativa de la investigación y
    halla, por consiguiente, su mejor expresión en la palabra:
    Dios sólo es nuestra posibilidad.

    La Vida, la Evolución y Obras

    San Agustín

    San Agustín elaboró un método
    sistemático de filosofía para la teología
    cristiana. Enseñó retórica en Cartago,
    Roma y
    Milán antes de bautizarse en el 387. Sus discusiones sobre
    el conocimiento de la verdad y la existencia de Dios parten de la
    Biblia y los antiguos filósofos griegos. Defensor
    enérgico del cristianismo, san Agustín
    elaboró la mayoría de sus doctrinas resolviendo
    conflictos
    teológicos con el donatismo y el pelagianismo, dos
    movimientos heréticos cristianos.

    Aurelio Agustín nació en 354 en Tagaste,
    en el Africa romana. Su
    padre, Patricio, era pagano, su madre, Mónica, cristiana,
    la cuál ejerció sobre el hijo una profunda
    influencia. Pasó su niñez y adolescencia
    entre Tagaste y Cartago; de temperamento ardiente, opuesto a toda
    clase de frenos, llevó en este período una vida
    desordenada y disoluta, de lo cual se acusó
    ásperamente en las Confesiones. Cultivaba, no obstante,
    los estudios clásicos, especialmente latinos, y se ocupaba
    con pasión en la gramática, hasta considerar (como confiesa
    con horror, Conf., I,8) un <<solecismo>> cosa
    más grave que un pecado mortal. Hacia los 19 años,
    la lectura de
    Hortensio de Cicerón, le condujo a la filosofía. La
    obra de Cicerón (que se ha perdido) era, como hemos dicho,
    una exhortación a la filosofía que seguía de
    cerca las huellas del Protréctico de Aristóteles.
    En virtud de ella, San Agustín, del entusiasmo por las
    cuestiones formales y gramaticales, se encamino al entusiasmo por
    los problemas del pensamiento, y por vez primera fue encaminado a
    la investigación filosófica. Se adhirió
    entonces a la secta de los maniqueos. Desde los 19 años
    comenzó a enseñar retórica en Cartago y
    conservó su ocupación en esta ciudad hasta los 29
    años, entre los amores de mujeres y el afecto de los
    amigos, de lo que se acusó y arrepintió igualmente
    después. A los 26 ó 27 años compuso su
    primer libro, Sobre
    lo bello y lo conveniente (De pulchro et apto), que se ha
    perdido. Su pensamiento iba madurando; leyó y
    comprendió por sí mismo el libro de
    Aristóteles De las categorías y otros escritos y
    entre tanto formulaba las primeras dudas sobre la verdad del
    maniqueísmo, dudas que se confirmaron cuando vio que ni
    siquiera Fausto, el más famoso maniqueo de sus tiempos,
    sabía resolverlas. A los 29 años, en el 383, se
    dirigió a Roma con la intención de continuar
    allí su enseñanza de retórica; estaba
    motivado por la esperanza de encontrar en aquella ciudad una
    estudiantina menos díscola y más preparada que la
    de Cartago, y quizá también por la ambición
    de obtener éxito y
    dinero. Pero
    sus esperanzas no se realizaron y después de un año
    se dirigió a Milán para enseñar oficialmente
    retórica, cargo que había obtenido por el prefecto
    Simaco. El ejemplo y la palabra del obispo Ambrosio le
    persuadieron de la verdad del cristianismo y se hizo
    catecúmeno. En Milán estaba también su
    madre, cuya influencia tuvo una importancia decisiva en la
    crisis
    espiritual de Agustín. La lectura de los
    escritos de Plotino en la traducción de Mario Victorino,
    un famoso retórico que se había convertido al
    cristianismo, dio a Agustín la orientación
    definitiva. No hallo en los libros neoplatónicos
    señalada la encarnación del Verbo y , por
    consiguiente, el camino de la humildad cristiana; pero hallo en
    ellos confirmada y demostrada claramente la incorporación
    e incorruptibilidad de Dios, y esto le libertó
    definitivamente del materialismo, al
    cual había permanecido hasta entonces atado, hasta creer
    que el Universo
    estaba lleno de Dios, a la manera de una gigantesca esponja que
    ocupe el mar (Conf., VII, 5). En otoño del 386,
    Agustín deja la enseñanza y se retira, con una
    pequeña compañía de parientes y amigos, a
    Cassiciaco, en la villa de verecondo, cerca de Milán. De
    la meditación en esta villa y de las conversaciones con
    los amigos nacen sus primeras obras: Contra los
    Académicos, Del orden, Sobre la felicidad, Soliloquios. El
    25 de Abril de 387 recibía el bautismo de manos de
    Ambrosio. Entonces se convence con certeza de que su misión era
    la de difundir en su patria la sabiduría cristiana;
    pensó, pues, en el regreso. En Ostia, esperando su
    embarque, pasó con su madre días de inmensa
    alegría espiritual, tratando con ella sobre cuestiones
    religiosas; pero Mónica murió allí. Desde
    aquel momento la vida de San Agustín es una continua
    búsqueda de la verdad y una continua lucha contra el
    error. Después de una nueva permanencia en Roma,
    volvió a Tagaste, donde en el año 391 fue ordenado
    sacerdote; en el 395 fue consagrado obispo de Hipona. Su
    actividad se dirigió entonces a defender y esclarecer los
    principios de
    la fe y de la Iglesia: el maniqueísmo, el donatismo y el
    pelagianismo. El saqueo de Roma, perpetrado en el 410 por los
    godos de Alarico, había vuelto a dar actualidad a la vieja
    tesis de que la seguridad y la
    fuerza del Imperio romanos estaban ligados con el paganismo, y
    que el cristianismo representaba para él un elemento de
    debilidad y disolución. Contra este tesis, San
    Agustín compuso, entre el 412 y 426, su obra principal: La
    ciudad de Dios. Pero, entre tanto, un azote análogo, la
    invasión de los vándalos, se abatió en el
    428 sobre el Africa romana. Ya hacía tres meses que las
    tropas de Genserico asediaban a Hipona, cuando, el 28 de agosto
    del 430, Agustín moría.

    Los primeros escritos que nos han quedado de
    Agustín son lo que compuso en Cassiciaco: Contra los
    académicos, De la felicidad, Soliloquias. De una exposición
    completa de todas las artes liberales, acabó, en Tagaste,
    sólo la parte que se refiere a la música. En Roma,
    mientras esperaba embarcarse para Africa, como puso el escrito
    Sobre la cantidad del alma, referente a las relaciones entre el
    alma y el cuerpo. Vuelto a Tagaste acabó el escrito Sobre
    el libre albedrío, que había empezado en Roma;
    compuso el que se titula Sobre el <<Génesis>>
    contra los maniqueos, que es uno de los escritos
    filosóficos mas notables. La polémica contra los
    maniqueos le tuvo ocupado largamente. Sus escritos
    polémicos contra la secta son numerosos (Sobre la utilidad de
    creer, compuesto en el 391 en Hipona; De las dos almas, Contra
    Fortunato, Contra Adimanto, Contra Fausto, Sobre la naturaleza
    del bien y otros). Convertido en obispo, San Agustín
    dirigió su polémica, por un lado, contra los
    donistas que sostenían una iglesia africana independiente
    y resueltamente hostil al estado romano, y, por otro lado, contra
    los pelagianos, que negaban o al menos limitaban la acción
    de la gracia divina. Contra los donistas compuso, entre el 393 y
    el 420, muchos escritos (Contra la carta de
    Parmeniano, Sobre el bautismo, contra los donistas, Contra las
    Cartas de
    Petiliano donista, Cartas a los católicos contra los
    donistas, Contra el gramático Cresconio, Sobre el
    único bautismo, Contra Petiliano, etc.) Contra los
    pelagianistas, Agustín abrió su lucha en el
    año 412, con el escrito Sobre la culpa y la
    remisión de los pecados y sobre el bautismo de los
    niños,
    al cual siguieron: Sobre el espíritu y sobre la letra, a
    Marcelino, De la naturaleza y de la gracia, Carta a los
    obispos Eutropio y Pablo, Sobre la gesta de Pelagio, La gracia de
    Cristo y el pecado original, y varios otros. Con ocasión
    de una carta de San Agustín, en el 418 (Ep.,194), las
    monjes de Adrumento (Susa) empezaron a rebelarse contra sus
    abades, sosteniendo que, puesto que la buena conducta depende
    solamente del socorro divino, sus superiores no debían dar
    ordenes, sino solamente elevar oraciones a Dios para su
    mejoramiento espiritual. Para tranquilizar e iluminar a aquellos
    monjes sobre el verdadero significado de su doctrina,
    Agustín compuso, en el 426 ó 427, el escrito De la
    corrección y de la gracia..

    Como que el movimiento
    pelagiano se difundía en la Galia meridional, en la forma
    atenuada que se llamó después semipelagianismo, la
    cual declaraba inútil la gracia en el comienzo de la obra
    de salvación y en la perseverancia de la
    justificación conseguida, Agustín escribió
    contra esta doctrina otros dos escritos: De la
    predestinación de los santos y Del don de la
    perseverancia.

    Junto a éstas y otras obras polémicas
    menores, él componía el importante escrito De la
    Trinidad, el de Sobre la doctrina cristiana, la obra
    exegética De la génesis a la letra, y su obra
    más amplia: La ciudad de Dios (413-426). Hacia el 400
    compuso los trece libros de las Confesiones, que son la obra
    clave de su calidad de
    pensador. Hacia el fin de su vida, en el 427, en las
    Retractaciones, daba una mirada retrospectiva sobre toda su obra
    literaria, a partir de su conversión en el 386.
    Agustín recuerda, por orden cronológico y uno por
    uno, todos sus escritos, excepto las cartas y sermones, y a
    menudo indica la ocasión y la finalidad en la
    composición de sus obras y juntamente hace una
    revisión crítica de las doctrinas contenidas en
    ellas, corrigiendo sus errores o las imperfecciones
    dogmáticas. La obra es una guía preciosa para
    comprender el desarrollo de la actividad literaria de
    Agustín.

    Carácter de la Investigación
    Agustiniana

    San Agustín ha sido llamado el Platón
    cristiano. Esta definición no es verdadera tanto porque en
    su doctrina se encuentran vislumbres y motivos doctrinales del
    auténtico Platón, cuanto porque él renueva
    el espíritu del cristianismo aquella investigación
    que había sido la realidad fundamental de la
    especulación católica. La fe está,
    según Agustín, al final de la investigación,
    no en sus comienzos. Ciertamente la fe es la condición de
    la investigación, que no tendría, sin ella, ni
    dirección ni guía; pero la
    investigación se dirige hacia su condición y busca
    esclarecerla con el profundizar constante de los problemas que
    suscita. Por esto la investigación encuentra el fundamento
    y la guía en la fe y la fe halla su consolidación y
    su enriquecimiento en la investigación. Por un lado,
    impulsando a esclarecer y profundizara su propia
    condición, la investigación se extiende y se
    robustece porque se aproxima a la verdad y se basa en ella; por
    otro, la fe misma a través de la investigación se
    alcanza y posee en su realidad mas rica y se consolida en el
    hombre triunfando de la duda. Nada hay tan contrario al
    espíritu de Agustín como una pura gnosis, un
    conocimiento puramente racional de lo divino, sino tal vez la
    afirmación exasperada de la irracionalidad de la fe, como
    se encuentra en Tertuliano. Para Agustín, la
    investigación empeña a todo el hombre, y no
    solamente al entendimiento. La verdad a la que él tiende
    es también, según la palabra evangélica, el
    camino y la vida. Buscarla significa buscar el verdadero camino y
    la verdadera vida. Por esto no solo la mente tiene necesidad de
    ella, sino el hombre entero, y ella debe satisfacer y dar el
    reposo a todas las exigencias del hombre. Por otro lado, la
    investigación agustiniana se impone una rigurosa
    disciplina: no se abandona fácilmente al creer, no cierra
    los ojos delante de los problemas y dificultades de la fe, no
    procura evitarlos y eludirlos, sino que los afronta y considera
    incesantemente, volviendo sobre las propias soluciones,
    para profundizarlas y esclarecerlas. La racionalidad de la
    investigación no es para Agustín intentar la
    creación de un sistema, sino mas
    bien su disciplina interior, el rigor del procedimiento no
    se detiene frente a los límites
    del misterio, sino que hace de este límite y del mismo
    misterio un punto de referencia y una base. El entusiasmo
    religioso, el ímpetu místico hacia la Verdad no
    obran en él como fuerzas contrarias a la
    investigación, sino que robustecen la misma
    investigación, le dan un valor y un calor vital. De
    aquí surge el enorme poder de sugestión que la
    personalidad de Agustín ha ejercido, no solamente sobre el
    pensamiento cristiano, sino también sobre el pensamiento
    moderno y contemporáneo.

    El filosofar en la fe

    Plotonio modificó la manera de penar de
    Agustín, ofreciéndole nuevas categorías que
    rompieron los esquemas de su materialismo y su concepción
    maniquea de la realidad substancial del mas, con lo que todo el
    universo y el
    hombre se le aparecieron con una nueva luz. Sin embargo,
    la conversión y el acoger la fe de Cristo y de su Iglesia
    también cambiaron el modo de vivir de Agustín y le
    abrieron nuevos horizontes en su forma misma de pensar. La fe se
    transformo en substancia de vida y de pensamiento, con lo que se
    convierte no sólo en horizonte de la vida, sino
    también del pensamiento. Este, a su vez, estimulado y
    verificado por la fe, adquirió una nueva talla y una nueva
    esencia. Nacía el filosofar en la fe, nacía la
    filosofía cristiana, ampliamente anticipada por los Padres
    griegos, pero que sólo en Agustín llega a su
    perfecta maduración.

    La conversión, junto con la consiguiente
    conquista de la fe, es por lo tanto el eje en torno al cual
    gira todo el pensamiento agustiniano y la vía de acceso
    para su entendimiento pleno.

    ¿Se trata, entonces, de una forma de
    fideísmo? No. Agustín se encuentra muy lejos del
    fideísmo, que siempre representa una forma de
    irracionalismo. La fe no substituye a la inteligencia y
    tampoco la elimina; al contrario, como ya hemos dicho
    previamente, la fe estimula y promueve la inteligencia. La fe es
    un cogitare cum assesione, un modo de pensar asintiendo; por
    esto, si no hubiese pensamiento, no existiría la fe. Y de
    manera análoga, por su parte la inteligencia no elimina la
    fe, sino que la refuerza y, en cierto modo, la aclara. EN
    definitiva: fe y razón son complementarias. El creado quia
    absurdum es una actitud
    espiritual completamente extraña para
    Agustín.

    Nace así aquella posición que más
    adelante será asumida por las fórmulas credo ut
    intelligam e intelligo ut credam, fórmulas que por lo
    demás Agustín mismo anticipa una substancia y en
    parte en la forma. El origen de ellas se encuentra en
    Isaías 7,9 (en la versión griega de los Setenta),
    donde se lee <<si no tenéis fe, no podréis
    entender>>, a lo que corresponde en Agustín la
    afirmación tajante: intellectus merces et fidei, la
    inteligencia es recompensa de la fe. Veremos a
    continuación dos pasajes muy significativos al respecto.
    En la Verdadera religión puede leerse: <<Con la
    armonía de lo creado… coincide también la
    medicina del
    alma, que se nos suministra por la bondad inefable de la
    Providencia divina… Esta medicina actúa en orden a
    dos principios: la autoridad y la
    razón. La autoridad exige la fe y lleva al hombre a la
    razón. La razón conduce al entendimiento
    consciente. Por otra parte, no puede decirse que ni siquiera la
    autoridad se halle desprovista de un fundamento racional, que
    permita considerar en quien se deposita la fe; los motivos de
    asentamiento a la autoridad son más evidentes que nunca
    cuando ésta ratifica una verdad inobjetable incluso para
    la razón.>> Y en la Trinidad (haciendo referencia al
    texto de Isaías antes mencionado) escribe: <<La fe
    busca, la inteligencia encuentra; por esto dice el Profeta: Si no
    creéis, no comprenderéis. Y por otra parte, la
    inteligencia sigue buscando a Aquel que ha encontrado; porque
    Dios contempla a los hijos de los hombres, como se canta en el
    salmo inspirado, para ver si hay quien tenga inteligencia, quien
    busque a Dios. Por esto, pues, el hombre debe ser inteligente,
    para buscar a Dios.>> Tal es la postura de Agustín,
    que asumió a partir de su primera obra de Casiciaco,
    Contra los Académicos, que constituye la clave más
    auténtica de su filosofar : <<Todos saben que nos
    vemos estimulados hacia el
    conocimiento por el doble peso de la autoridad y de la
    razón. Considero, pues, como algo definitivamente cierto
    el que no deba alejarme de la autoridad de Cristo, porque no
    hallo ninguna otra más salida. Luego, con respecto a
    aquello que se debe alcanzar mediante el pensamiento
    filosófico, confío en encontrar en los
    platónicos temas que no repugnen a la palabra sagrada.
    Esta es mi disposición actual: deseo aprender sin demora
    las razones de lo verdadero, no sólo con la fe sino
    también con la inteligencia.>> Cabría aducir
    muchos otros textos de parecido tenor.

    En el último pasaje que hemos citado,
    Agustín invoca a los platónicos. Y Platón
    -téngase en cuenta- ya había comprendida que la
    plenitud de la inteligencia sólo podía realizarse,
    en lo que concierne a las verdades últimas, si se daba una
    revelación divina: << Tratándose de estas
    verdades, no es posible más que una de dos cosas: aprender
    de otros cuál es la verdad, o descubrirla por uno misma, o
    bien, si esto es imposible, aceptar entre los razonamientos
    humanos el mejor y el mas difícil de refutar, y sobre
    él como sobre una balsa afrontar el riesgo de atravesar el
    mar de la vida>>, y había agregado de manera
    profética: << a menos que se pueda hacer el viaje de
    una manera mas segura y con menor riesgo, sobre una nave mas
    sólida, esto es, confiándose a una
    revelación divina.>> Para Agustín, ahora esta
    nave existe: es el lignum crucis, Cristo crucificado. Cristo,
    dice Agustín, <<ha querido que pasásemos a
    través de El>>; <<nadie puede atravesar el mar
    del siglo si no es conducido por la cruz de Cristo>>. Este
    es, precisamente, el <<filosofar en la fe>>, la
    filosofía cristiana: un mensaje que ha cambiado durante
    más de un milenio el pensamiento occidental.

    El descubrimiento de la persona y la
    metafísica de la
    interioridad

    <<Y pensar que los hombres admiran las cumbres de
    las montañas, las vastas aguas de los mares, las anchas
    corrientes de los ríos, la extensión del
    océano, los giros de los astros; pero se abandonan a
    sí mismos…>> Estas palabras de
    Agustín, pertenecientes a las Confesiones y que tanta
    impresión produjeron en la Petrarca, son todo un programa.
    El verdadero y gran problema no es el del cosmos, sino el del
    hombre. El verdadero misterio no reside en el mundo, sino que lo
    somos nosotros, para nosotros mismos: <<¡Qué
    misterio tan profundo que es el hombre! Pero tú,
    Señor, conoces hasta el número de sus cabellos, que
    no disminuye sin que tu lo permitas. Y sin embargo, resulta mas
    fácil contar sus cabellos que los afectos y los
    movimientos de su corazón.>>

    Agustín, empero, no plantea el problema del
    hombre en abstracto, el problema de la esencia del hombre en
    general. En cambio,
    plantea el problema más concreto del
    <<yo>>, del hombre como individuo irrepetible, como
    persona, como individua autónomo, podríamos decir
    utilizando una terminología posterior. En este sentido, el
    problema de su <<yo>> y de su persona se convierten
    en paradigmáticos: <<yo mismo me había
    convertido en un gran problema (magna quaestio) para
    mí>>, <<no comprendo todo lo que soy>>.
    Agustín, como persona, se transforma en protagonista de su
    filosofía: observador y observado.

    Una comparación con el filosofo griego que mas
    aprecia y que esta mas cercano a el nos mostrara la gran novedad
    de este planteamiento. Plotino, aunque predica la necesidad de
    retirarnos al interior de nosotros mismos, apartándonos de
    las cosas exteriores, para hallar en nuestra alma la verdad,
    habla del alma y de la interioridad del hombre en abstracto, o
    mejor dicho, en general, despojando con todo rigor al alma de su
    individualidad e ignorando la cuestión concreta de la
    personalidad. En su propia obra Plotino jamás hablo de
    sí mismo y tampoco quiso hablar de este tema a sus amigos.
    Porfirio relata: <<Plotino… mostraba el aspecto de
    alguien que se avergüence de estar en un cuerpo. En virtud
    de dicha disposición general, manifestaba en recato en
    hablar de su nacimiento, de sus padres, de su patria. Le
    molestaba tanto el someterse a un pintor o a un escultor, que a
    Amelio – que le pedía autorización para hacerle un
    retrato – le contesto: "¿No es suficiente con tener que
    arrastrar este simulacro con el que la naturaleza nos ha querido
    revestir, y vosotros pretendéis todavía que yo
    consienta en dejar una imagen mas
    duradera de dicho simulacro, como si fuese algo que
    deberás valga la pena ver?">>

    Por lo contrario, Agustín habla continuamente de
    sí mismo y las Confesiones constituyen precisamente su
    obra maestra. En ellas no solo habla con amplitud de sus padres,
    su patria, las personas queridas por él, sino que saca a
    la luz hasta los lugares más recónditos de su
    ánimo y las tensiones mas íntimas de su voluntad.
    Es precisamente en las tensiones y en los desgarramientos mas
    íntimos de su voluntad, enfrentada con la voluntad de
    Dios, donde Agustín descubre el <<yo>>, la
    personalidad, en un sentido inédito: <<Cuando me
    hallaba deliberando sobre el servir sin más al
    Señor mi Dios, como había decidido hacía un
    instante, era yo quien quería, y era yo quien no
    quería: era precisamente yo quien ni quería del
    todo, ni lo rechazaba del todo. Porque luchaba conmigo mismo y yo
    mismo me atormentaba…>>

    Nos encontramos muy lejos ya del intelectualismo griego,
    que sólo había dejado un sitio muy reducido a la
    voluntad. M. Pohlenz escribe muy acertadamente al respecto:
    <<En Agustín el problema del "Yo" nace debido a su
    controvertida religiosidad: el punto de partida reside en el
    dramático desgarramiento de su interioridad, que le hizo
    padecer durante tanto tiempo, en la contradictoriedad de su
    querer, que sólo superó al abdicar completamente de
    su propia voluntad, en favor de la voluntad que Dios
    ejerció en él. En comparación con el
    pensamiento clásico, nos hallamos ante algo absolutamente
    nuevo. La filosofía griega no conoce esta
    contradictoriedad del querer provocada por el sentimiento
    religioso; para ella la filosofía no es una fuerza que
    determina autónomamente la vida, sino una función
    vinculada al intelecto, que es el que indica la meta que hay
    que alcanzar. Y el mismo "Yo", como soporte unitario de la vida
    (para los griegos), es para la conciencia un
    dato tan inmediato que no se convierte en objeto de
    reflexión.>> La problemática religiosa, el
    enfrentarse la voluntad humana contra la voluntad divina, es lo
    que nos lleva por tanto al descubrimiento del <<yo>>
    como persona.

    En realidad, Agustín apela todavía a
    fórmulas griegas para definir al hombre y, en particular,
    a aquella fórmula de origen socrático, que el
    Alcibíades de Platón hizo famosa, según el
    cual el hombre es un alma que se sirve de un cuerpo. No obstante,
    la noción del alma y del cuerpo asumen un nuevo
    significado para él, debido al concepto de creación
    (del que después hablaremos), al dogma de la
    resurrección y sobre todo al dogma de la
    encarnación de Cristo. El cuerpo se convierte en algo
    mucho mas importante que aquel vano simulacro del que se
    avergonzaba Plotino, como hemos leído en el pasaje antes
    mencionado. La novedad reside, en especial, en el hecho de que
    para Agustín el hombre interior es imagen de Dios y de la
    Trinidad. Y la problemática de la Trinidad -que se centra
    sobre las tres personas y sobre su unidad substancial y, por lo
    tanto, sobre la específica temática de la persona –
    iba a cambiar de modo radical la concepción del
    <<yo>>, el cual, en la medida en que refleja las tres
    personas de la Trinidad y su unidad, se convierte él mismo
    en persona. Agustín encuentra en el hombre toda una serie
    de tríadas, que reflejan la Trinidad de modos diversos. He
    aquí uno de los textos más significativos al
    respecto, perteneciente a la Ciudad de Dios:

    Aunque no iguales a Dios, sino más bien
    infinitamente distantes de El, pero puesto que entre sus obras
    somos la que más se acerca a su naturaleza, reconocemos en
    nosotros mismos la imagen de Dios, es decir, de la
    Santísima Trinidad; imagen que aún debe
    perfeccionarse, con objeto de que cada vez se le acerque
    más. En efecto, nosotros existimos, sabemos que existimos
    y amamos nuestro ser y nuestro conocimiento. En tales cosas no
    nos perturba ninguna sombra de falsedad. No son como las que
    existen fuera de nosotros y que conocemos por alguno de los sentidos del
    cuerpo, como sucede al ver los colores,
    oír lo sonidos, aspirar los aromas, gustar los sabores,
    tocar las cosas duras y blandas, cuyas imágenes
    esculpimos en nuestras mentes y por medio de las cuales nos vemos
    impulsados a desearlas. Sin ninguna representación de la
    fantasía, poseo la plena certeza de ser, de conocerme y de
    amarme. Ante dichas verdades, no me causan ningún recelo
    los argumentos de los académicos que dicen
    <<¿y si te engañas?>>. Si me
    engaño, quiere decir que soy. No se puede engañar a
    quien no existe; si me engaño por eso mismo soy. Dado que
    existo, ya que me engaño, ¿Cómo puede
    engañarme con respecto a mi ser, cuando es cierto que soy,
    a partir del instante en que me engaño? Ya que
    existiría aunque me engañase, aún en la
    hipótesis de que me engañe, no me
    engaño en el conoce que soy. Por lo tanto, ni siquiera en
    el conocer que me conozco me estoy engañando. Al igual que
    conozco que soy, también conozco que me conozco. Y cuando
    amo estas dos cosas (el ser y el conocerme), me agrego – a
    mí, como cognoscente – este amor, como tercer elemento no
    menos valioso. Tampoco me engaño en el amarme a mí
    mismo, porque en aquello que amo no puede engañarme; y
    aunque fuese falso lo que amo, sería verdad el que amo
    cosas falsas, pero no sería falso que yo amo.

    Dios, pues, se refleja en el alma. Y el alma y Dios son
    los pilares de la filosofía cristiana de Agustín.
    Se encuentra a Dios al investigar sobre el mundo, sino ahondando
    en el alma. Las claves del alma son las claves de Dios. Afirmo
    con acierto E. Gilson: <<Conocerse a sí mismo, como
    no invita a llevar acabo el consejo de Sócrates,
    consiste según Agustín en conocerse en tanto que
    imágenes de Dios. En este sentido, nuestro pensamiento es
    recuerdo de Dios, el conocimiento que se encuentra con El es
    inteligencia de Dios y el amor que
    procede de uno y de otro es amor de Dios. En el hombre, por lo
    tanto, hay algo mas profundo que el hombre mismo. Lo que de su
    pensamiento permanece oculto (abditum mentis) no es más
    que el secreto inagotable de Dios mismo; al igual que la suya,
    nuestra vida interior mas profunda no es otra cosa que el
    desplegarse dentro de sí misma del conocimiento que un
    pensamiento divino posee de sí, y del amor que se dirige
    hacia sí.>>

    Verdad

    En encendidas controversias con los escépticos
    hizo triunfar san Agustín la posibilidad de conocer la
    verdad. Los escépticos dicen: <<No existe verdad; de
    todo se puede dudar.>> Agustín replica: <<Se
    podrá dudar todo lo que se quiera; de lo que no se puede
    dudar es de esta misma duda.>> Existe, pues, verdad, con lo
    cual queda refutado el escepticismo. Siglos más tarde
    operará Descartes en
    forma análoga frente a la duda absoluta; y todavía
    nos acordamos de Descartes cuando san Agustín busca el
    prototipo de la verdad en las verdades matemáticas, cuando dice, por ejemplo, que
    la proposición 7+3=10 es una proposición de
    vigencia universal para quienquiera que tenga sencillamente
    razón. También Platón había usado un
    ejemplo análogo, y Kant
    volverá a presentarlo. Con ello queda señalado la
    esfera en que se ha de buscar propiamente la verdad, que no son
    los sentidos y el mundo sensible, donde todo esta en flujo, sino
    el espíritu: <<No busques fuera, vuelve a ti mismo;
    en el interior del hombre reside la verdad.>> Aquí
    donde se ve que 7+3 tiene que se igual a 10, halla Agustín
    lo que también en otros casos debe ser verdad para todo el
    espíritu racional, a saber, las <<reglas>>,
    <<ideas>> y <<normas>>
    conforme a las cuales registramos y leemos lo sensible y al mismo
    tiempo lo estimamos y rectificamos. Estas reglas son algo
    apriorístico, en lo cual el hombre, frente al mundo y su
    <<experiencia>>, se demuestra superior, libre,
    autónomo. No rechaza esta experiencia, pero sólo
    utiliza como material, del que dispone según su propia
    responsabilidad y frente al cual no es un siervo
    dócil. Agustín hace remontar esta fuente interior
    de verdad a una iluminación (teoría
    de la iluminación). El término no significa un
    hecho de gracia, no es algo teológico, sino que indica
    sencillamente la índole naturalmente a priori del
    espíritu. Solamente, al hablar de iluminación desde
    arriba, se sugiere que el hombre no ha de creer que todo esto se
    lo deba solo a sí mismo. No era así como
    quería Agustín que se entendiese la
    autonomía. Por encima del hombre está
    todavía el ser, el bien y Dios.

    Dios

    Cuando el hombre a alcanzado la verdad, ¿ha
    llegado también a Dios, o bien Dios se halla por encima de
    la verdad? Agustín considera que la noción de
    <<verdad>> admite múltiples significados.
    Cuando la entiende en su significado mas fuerte, como verdad
    suprema, coincide con Dios y con la segunda persona de la
    Trinidad: <<Dado que la verdad suprema no es inferior al
    Padre, siendo connatural a él, no sólo los hombres,
    ni siquiera el Padre juzga a cerca de la verdad: todo lo que El
    juzga, lo juzga por la verdad>>; <<Comprende,
    pues… oh alma, …si puedes, que Dios es
    verdad>>.

    Por consiguiente, la demostración de la
    existencia de la certeza y de la verdad coincide con la
    demostración de la existencia de Dios. Como han puesto de
    relieve los
    expertos desde hace tiempo, todas las pruebas que brinda
    Agustín de la existencia de Dios, se reducen en
    última instancia al esquema de las argumentaciones antes
    expuestas: primera se pasa desde la exterioridad de las cosas a
    la interioridad del alma humana y, luego, desde la verdad que
    está presente en el alma hasta el Principio de toda
    verdad, que es precisamente Dios.

    Sin embargo, en Agustín se encuentran
    también otros tipos de pruebas, que vale la pena exponer.
    En primer lugar, recordemos la prueba – muy conocida para los
    griegos – en la que, analizando los rasgos de perfección
    del mundo, se asciende hasta su artífice. Leemos en la
    Ciudad de Dios: <<Aun dejando de lado los testimonios de
    los profetas, el mundo en sí mismo, con su
    ordenadísima variedad y mutabilidad y con la belleza de
    todos los objetos visibles, proclama tácticamente que ha
    sido hecho, y hecho por un Dios inefable e invisiblemente grande,
    inefable e invisiblemente bello.>>

    Una segunda prueba es la conocida con el nombre de
    consensus gentium, que se hallaba presente en los pensadores de
    la antigüedad pagana: <<El poder del verdadero Dios es
    tal que no puede permanecer totalmente oculto a la criatura
    racional, una vez que a comenzado a hacer uso de la razón.
    Si se exceptúan algunos hombres cuya naturaleza
    está corrompida por completo, toda la especie humana
    confiesa que Dios es el creador del mundo.>>

    Una tercera prueba se halla en los diversos grados del
    bien, desde los cuales se asciende hasta el primer y supremo
    bien, que es Dios. En la Trinidad se sostiene:

    Sin duda alguna, tú sólo amas el bien,
    porque es buena la tierra con
    sus altas montañas. Sus onduladas colinas, sus campos
    llanos; bueno es el terreno variado y fértil, buena la
    casa amplia y luminosa, con sus habitaciones dispuestas con
    armoniosas proporciones; buenos los cuerpos animales dotados
    de vida; bueno es el aire templado y
    saludable; buena la comida sabrosa y sana; buena la salud sin padecimientos ni
    fatigas; bueno es el rostro del hombre, armonioso, iluminado por
    una suave sonrisa y por vívidos colores; buena el alma del
    amigo por la dulzura de compartir los mismos sentimientos y la
    fidelidad de la amistad; bueno es
    el hombre justo y buenas son las riquezas que nos ayudan a
    quitarnos problemas de encima; bueno el cielo con el Sol, la Luna y
    las estrellas; buenos los ángeles por su santa obediencia;
    buena la palabra que instruye de modo agradable e impresiona de
    manera conveniente al que la escucha; bueno es el poema armonioso
    por su ritmo y majestuoso por sus sentencias. ¿Qué
    mas podemos agregar? ¿Para que seguir con esta
    enumeración? Esto es bueno, aquello es bueno. Suprime el
    esto y el aquello, y contempla el bien mismo, si puedes;
    verás entonces a Dios, que no recibe su bondad de otro
    bien, sino que es el Bien de todo bien. En efecto, entre todos
    estos bienes – los
    que he recordado u otros que ven o se imaginan – no podemos decir
    que uno es mejor que el otro, cuando juzgamos de acuerdo con la
    verdad, si en nosotros no estuviese impresa la noción del
    bien mismo, regla según la cual declaramos buena a una
    cosa buena, prefiriendo una cosa a otra. Así es como
    debemos amar a Dios: no como a este o a aquel bien, sino con al
    Bien mismo.

    Esta última prueba finaliza con el amor de Dios.
    Se trata de algo verdaderamente paradigmático.
    Agustín no demuestra a Dios, como por ejemplo lo demuestra
    Aristóteles, con un propósito puramente
    intelectual, para explicar el cosmos. Lo hace, en cambio, para
    gozar de El (frui Deo), para colmar el vacío de su alma,
    para poner fin a la inquietud de su corazón, para ser
    feliz. La felicidad verdadera existe sólo en la otra vida
    y no es posible en esta, contrariamente a lo que pensaba Plotino.
    Sin embargo, sobre esta tierra podemos
    tener una pálida imagen de aquella felicidad. En efecto,
    resulta muy significativo que Agustín en sus Confesiones
    emplee el vocabulario de las Ennéadas para describir el
    momento de éxtasis que alcanzó en Ostia, al
    contemplar a Dios en compañía de su madre,
    Mónica. También es significativa la
    eliminación metafísica de toda dimensión
    física y
    la desaparición de toda alteridad

    -realizadas a la manera plotiniana, pero con un pathos
    espiritual más cálido y cargadas de un nuevo
    sentido- que se dan en este pasaje de las Confesiones que
    concierne al gozar de Dios, uno de los textos agustinianos mas
    bellos:

    Pero ¿qué amo, amándote a Ti? No
    una belleza corpórea, no una donosura transitoria, no un
    resplandor como el de la luz, que agrada a estos ojos, no dulces
    melodías provenientes de toda clase de cantos, no un suave
    perfume de flores, de ungüentos, de aromas, no el
    maná y la miel, no miembros festivos y dispuestos al
    abrazo carnal. No amo estas cosas, cuando amo a mi Dios. Y sin
    embargo, por así decirlo, amo una luz, una voz, un
    perfume, un alimento, un abrazo del hombre interior que hay en
    mí, donde resplandece en mi alma una luz que no se
    desvanece en el espacio, donde resuena una voz que el tiempo no
    arrebata, donde se huele un perfume que el viento no se lleva,
    donde gusto un sabor que no mengua con la voracidad, donde me
    estrecha un abrazo que la saciedad jamás disuelve. Esto es
    lo que yo amo, cuando amo a mi Dios.

    Ser, verdad, bien (y amor) son los atributos esenciales
    de Dios, según Agustín. Ya hemos hablado del
    segundo y del tercero. Agustín ilustra el primero de la
    manera siguiente, en la Ciudad de Dios. Uno comprenderá
    mejor a Dios <<… en la medida en que mejor haya
    comprendido las palabras dichas por Dios a través del
    ángel, cuando Moisés ordeno a los Hijos de Israel: "Soy el
    que soy". Dios, que es suma esencia, esto es, el sumo ser y por
    tanto inmutable, ha concedido el ser a las cosas que creó
    la nada, pero no el sumo ser que es El: a algunas les ha dado una
    naturaleza más perfecta y a otras una naturaleza menos
    perfecta, de modo que existe una gradación en las
    naturalezas de los seres. Y así como del saber procede
    la ciencia,
    del ser procede la esencia, que es un nuevo término del
    cual no hicieron uso los antiguos escritores latinos, pero es
    utilizado en nuestro tiempo para que nuestra lengua no
    carezca de lo que los griegos llaman ousia. Esta palabra, en
    efecto, procede del verbo griego que significa "ser" e indica la
    esencia.>> En la Trinidad precisa aún más:
    <<A Dios se le llama "substancia" de una manera impropia,
    para dar a entender mediante un nombre mas común que es
    "esencia", término justo y apropiado, hasta el punto de
    que quizás solo a Dios pueda llamársele esencia.
    Sólo El es verdaderamente, porque es inmutable, y es
    precisamente con este nombre como se autodefinió a su
    siervo Moisés cuando le dijo "Yo soy el que soy".
    "Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha
    enviado a vosotros." Sin embargo, tanto si se le llama "esencia",
    término apropiado, como si se le llama "substancia",
    término impropio, ambos términos son "absolutos" y
    no relativos.>>

    Es evidente que, para Agustín, al hombre le
    resulta imposible definir la naturaleza de Dios, y que en cierto
    sentido Dios scitur melius nesciendo, en cuanto que nos es
    más fácil saber lo que El no es, que lo que El es:
    <<Cuando se trata de Dios, el pensamiento es más
    verdadero que la palabra, y la realidad de Dios más
    verdadera que el pensamiento.>>

    Los mismos atributos que se mencionaron antes (y todos
    los demás atributos positivos que se puedan afirmar de
    Dios) hay que entenderlos no como propiedades de un sujeto, sino
    como coincidentes con su esencia misma: <<Dios recibe una
    cantidad de atributos: grande, bueno, sabio, bienaventurado,
    veraz, y todas las demás cualidades que no resulten
    indignas de El.. No obstante, su grandeza es la misma cosa que su
    sabiduría (no siendo El grande por su volumen, sino por
    su poder); su bondad es lo mismo que su sabiduría y su
    grandeza; su veracidad se identifica asimismo con todos estos
    atributos. Así, en Dios, ser bienaventurado no es
    más que ser grande, sabio, veraz, bueno, o sencillamente
    se.>> Es mejor aún que afirmemos de Dios atributos
    positivos, negando lo negativo de la finitud categorial que
    acompaña a éstos: <<Concibamos a Dios…
    bueno sin cualidad, grande sin cantidad, creador sin necesidad
    (de lo que crea), en el primer lugar sin colocación,
    abarcador de todas las cosas pero sin exterioridad, presente por
    completo en todas partes pero sin ocupar un lugar, sempiterno sin
    tiempo, autor de las cosas mudables, aunque permanece
    absolutamente inmutable y sin padecer nada.>> Dios es todo
    lo positivo que se encuentre en la creación, pero sin los
    límites que hay en ésta, resumida en el atributo de
    la inmutabilidad y expresado mediante la fórmula con la
    que el se designo: YO SOY EL QUE SOY.

    El mismo Agustín, que busca la verdad en el
    interior del hombre, dice a la vez con no menor énfasis:
    Dios es la verdad, Llega a esta convicción por un camino
    que había señalado ya Platón en el Convivio.
    Al modo que, según Platón, el Eros se inflama en lo
    bello singular, capta luego lo bello en forma más y
    más pura para acabar por reconocerlo en su grandeza
    infinita como lo bello primordial, la fuente de belleza en que
    tiene participación todo lo bello singular, así
    también Agustín se eleva de lo verdadero singular a
    la verdad una, gracias a la que todo lo verdadero es verdadero
    por tener participación en ella. Considera esta
    ascensión como prueba de que existe Dios y al mismo tiempo
    indicación de lo que Dios mismo es: el todo de lo
    verdadero, el se bueno de todo lo bueno, el ser de todo ser.
    Así Dios es todo, pero a la vez no es nada de todo, pues
    sobrepuja a todo. Ninguna categoría se le puede aplicar,
    como dice Agustín con palabras de Plotino. Sin embargo,
    sabemos de Dios pues el mundo entero es su imagen y ejemplar. Es
    la sede de todos lo arquetipos o ejemplares. Conforme a estas
    ideas fue creado el mundo y precisamente por esto es imagen y
    símil de Dios (ejemplarismo). Es éste un
    pensamiento de la mayor fecundidad para la mística
    posterior y su simbolismo.

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