Indice
1.
Introducción
2. Arte Punico
3. Produccion Local
4. Relaciones
comerciales
5. Anforas De Importacion
6. La gran
campaña de
Aníbal.
8. La Batalla De
Trebia
9. La Batalla Del Lago
Trasimeno
10. La Batalla De
Cannas
11. El Sitio De
Siracusa
12. La guerra en
España.
13. La decisión
final. El ocaso de Aníbal
14. La Batalla De
Zama
Desde fines del siglo VI A.C. Ibiza queda integrada
dentro de la esfera de influencia de Cartago, llegando población púnica, que, sumada a los
fenicios, aumentó notablemente la cantidad de habitantes.
La bahía de Ibiza es ya un centro urbano con varios miles
de habitantes, organizándose la ciudad en la vertiente
septentrional del Puig de Vila, con el puerto en el sector
más bajo, donde posiblemente se hallaban mercados y
almacenes, la
necrópolis de Puig des Molins al Oeste de la ciudad y un
área industrial donde funcionaban talleres de
alfarería.
A partir del siglo V A.C. todo el territorio de Ibiza
comenzó a poblarse, tanto en la costa como en el interior.
Las principales tareas se avocaban a la explotación de los
recursos
naturales de la isla, modificándose el modelo
económico, pasando de la dependencia de productos
extranjeros a producir y exportar productos propios, como por
ejemplo las ánforas.
Los cartagineses poseían verdadera vocación
mercantil, valiéndose del comercio, en
especial el marítimo, para afianzar sus riquezas.
… Según Herodoto (historiador griego, 480 a 424 A.C.),
cuando llegaban a un país para comerciar, colocaban sus
mercancías en la playa, regresaban a sus buques y
hacían señales de humo, para convocar a los
pobladores, los que acudían a la playa, pagaban con oro y
se retiraban con las mercancías. Los cartagineses
examinaban el oro depositado, y si les parecía escaso
volvían a sus buques y de allí no se movían.
En ese caso los residentes regresaban a la playa, agregando
más oro hasta satisfacer a los cartagineses, quienes se
retiraban amigablemente.
Durante la época púnica, Ibosim tuvo una amplia
autonomía de Cartago. Estaba muy bien organizada y
poseía grandes riquezas, convirtiéndose en un
centro de actividad comercial, militar y religiosa de gran
importancia. La expansión comercial hizo posible
acuñar monedas en Ibiza, desde el siglo III A.C.
Ibiza experimenta su primer época de esplendor bajo el
dominio
cartaginés, pero también asimila los más
sangrientos ritos y los mayores cultos místicos del
Mediterráneo.
Durante las Guerras
Púnicas Ibiza estuvo del lado de Cartago, siendo atacada
por los romanos, al mando de Cneo Escipión, en el
año 215 A.C., sin haber podido ser conquistada. La ciudad
de Ibiza fue asediada durante dos días, defendida por sus
murallas, siendo incendiados campos y poblados. Ante la
imposibilidad de conquistarla, Cneo Escipión
regresó a la Península, a continuar la lucha contra
los cartagineses.
En el año 205 A.C. Ibiza recibe a la escuadra
cartaginesa, cediéndole armas y hombres
para continuar la campaña hacia las demás islas.
Luego de la segunda Guerra
Púnica, a partir del 200 A.C., Ibiza prospera en el
comercio, en esa época bajo el control romano,
pero a partir del 123 A.C., cuando Roma conquista
Mallorca y Menorca, cesa la actividad económica y la
emisión de moneda.
Desconociendo la fecha, se estima que durante un
período de tiempo la isla se
sometió al Estado Romano,
perdiéndose la escencia de la estructura
socio-económica púnico-ebusitana,
integrándose a la romana.
Durante el siglo I Formentera comienza a poblarse, se vuelve a
acuñar moneda, aunque sin volver a la prosperidad de
tiempos
pasados.
La ciudad de Cartago estaba gobernada por dos magistrados
supremos, llamados ‘Sufetas’, asistidos por varios
funcionarios, además de contar con el consejo un cuerpo
formado por los ancianos más respetables del pueblo. Los
‘Sufetas’ presidían el Senado y la Asamblea
del pueblo. A la caída de Tiro, Cartago dominó las
antiguas ciudades fenicias, las que además de
acuñar moneda propia, seguramente al igual que Cartago,
eran gobernadas por ‘Sufetas’.
Habiendo sobrevivido Ibiza a la destrucción de Cartago,
conservando sus leyes, religión, ritos y
costumbres, su comercio y su industria, se
puede suponer que también estaba gobernada por
‘Sufetas’, Senado y Asamblea del pueblo.
Los primeros pobladores de Ibiza eran tirios, cipriotas y
descendientes de éstos, nacidos en Cartago. Los
Cartagineses no eran racistas, admitiendo matrimonios con
extranjeros, por lo tanto en sus ciudades vivían gentes de
procedencia diversa.
Los nobles, descendientes de los primeros pobladores,
tenían gran poder en las
ciudades, eran candidatos a las funciones
públicas y dominaban el Senado.
Existía un proletariado, comerciantes, industriales y
artesanos, asociado a la clase dirigente.
Había además un gran número de esclavos, a
los que se les daba buen trato, se les pagaba por las tareas
realizadas, y podían adquirir su libertad y
aspirar a la ciudadanía. También convivían
con los cartagineses minorías extranjeras carentes de
derecho de ciudadanía, a los que se les concedía
infinidad de favores.
Las mujeres vestían largas túnicas, con manga
corta, recogida a la cintura, y se cubrían con manto en el
invierno. Los hombres llevaban ropa larga, de colores vivos,
con cinturón bordado. Ambos usaban sandalias.
2. Arte
Punico
Estela votiva: Monumento en forma de lápida,
construído con motivo de una promesa a una divinidad.
Uno de los elementos más significativos de la cultura
púnica-ebusitana es la estela de piedra, procedente de Ca
Na Rafala (San Rafael), en el siglo IV A.C., ubicada en el
rellano de la escalera que desciende desde la Universidad hasta
el corredor del Baluarte de Santa Tecla. Se halla labrada en
piedra caliza del lugar, con forma alargada, rematada en su parte
superior con un frontón triangular. En el centro de la
estela se representa, dentro de un nicho rectangular, una
imágen masculina en actitud de
oración. En la parte inferior posee una
inscripción: ‘Ofrenda de Baalazar’, en
caracteres púnicos, de la que se conserva sólo la
primera línea.
Dioses
Los dioses principales del panteón púnico, en los
siglos VI y V A.C., son Astarté y Melqart, los que debido
a reformas socio-económicas-políticas
fueron reemplazados por Tanit y Baal Hammon, además de
Reshef y Bes, que da el nombre a la isla.
El culto oficial está documentado en los santuarios,
siendo el culto privado puesto en evidencia en amuletos
púnicos o egipcios, escarabeos y terracotas.
Santuario De Illa Plana, Ibiza
Este yacimiento, excavado en 1907, estaba situado sobre lo que
entonces era una única isla en el centro de la
bahía de Ibiza, actualmente dividida por efectos de
erosión, en Illa Plana e Illa Grossa.
Allí se hallaron fragmentos de estatuillas, hechas a mano
y a molde, con estilo egipcio. En dos pozos (bothroi) se hallaron
exvotos (santuario u ofrenda a una divinidad) con sus rasgos
sexuales prominentes, indicando el culto a la fertilidad,
desconociendo la divinidad a la que estaban dedicados.
Santuario De Es Cuieram, Sant Joan De Labritja
Finales del siglo V al II A.C. Excavado en 1907, 1965, 1968, y
1982. Construído en una cueva natural, sin embargo tiene
la estructura tripartita de los antiguos santuarios: La sala I o
vestíbulo en el exterior, la sala II o cella y la sala III
o sancta-sanctorum en la gruta, con acceso restringido a los
sacerdotes, en cuyo interior se realizaban ritos sagrados. Con el
hallazgo de una placa de bronce se documenta el culto a
Reshef-Melqart en los siglos V y VI A.C. y luego a la diosa
Tanit, en los siglos IV y II A.C., de la que se encontraron
centenares de exvotos.
Ceramica Punica-Ebusitana Arcaica (525-425 A.C.)
A fines del siglo VI A.C. Ibiza púnica inicia la producción de recipientes de cerámica a nivel industrial. La
cerámica ebusitana se realiza a torno, en pasta
clara sin barniz, en algunos casos con simple decoración
de franjas horizontales en tonos rojo y negro, copiando los
modelos
púnicos del Mediterráneo central.
Ceramica Punica-Ebusitana Clasica (425-250 A.C.)
Epoca de auge comercial de la isla, con una intensa actividad
alfarera sobre todo en el siglo IV A.C., donde se renuevan las
formas. La mayor producción se centra en la
cerámica de uso doméstico, destacándose las
piezas pintadas.
Entre fines del siglo V y IV A.C. se fabricaba vajilla de mesa,
inspirada en formas griegas, en general de color gris y
cubierta de engobe, solución de tierra
teñida con colorante y agua.
Ceramica Punica-Ebusitana Tardia (250-25 A.C.)
Paralela a la transformación social, política,
económica y cultural de Ibiza, debido a las Guerras
Púnicas y a la integración de la isla en las estructuras
del estado romano, aparecen nuevas formas, abandonándose
ciertos tipos tradicionales púnicos, recibiendo
influencias del exterior, masificándose la
producción y bajando de calidad a partir
del siglo II A.C.
La cerámica común apenas tiene decoración
pintada, presentando acanaladuras, realizando jarros de gran
tamaño, destinados a veces a urnas, conteniendo los restos
incinerados de los cadáveres.
A fines del siglo III y durante el siglo I A.C. se imitan las
cerámicas itálicas ‘campanienses’
(vajilla de mesa con acabado de barniz negro, fabricada en
Campania y luego en Lacio y Etruria), en las cuales
también se copian los motivos impresos en el fondo interno
de la vajilla, destinando su producción a la demanda local,
aunque también se las exportó a Mallorca y
Menorca.
Se fabricaron además piezas para la cocción de
alimentos,
como ollas, potes y cazuelas, hechas a torno, con arcilla
refractaria, reproduciendo modelos comunes en todo el
Mediterráneo.
Numismatica
Siglos III a I A.C. A partir del siglo III A.C. Ibiza
acuña su propia moneda, siendo mayormente de bronce,
emitiendo algunas series de plata, representando como principal
motivo al dios Bes. La ceca, lugar donde se acuñaba la
moneda, funcionó hasta principios de la
época imperial romana.
Anforas
Finales del siglo VI-I A.C. En el siglo VI Ibiza comienza a
fabricar los primeros vasos industriales para almacenar y
transportar sus productos, exportándose gran parte de los
mismos. Desde mediados del siglo V hasta nuestra era será
constante la presencia de ánforas ibicencas en Baleares,
el Levante Peninsular y Cataluña, diseñadas con
formas de origen púnico, o imitando el estilo griego e
itálico.
Importaciones punicas
Siglos V-I A.C. En éste período, las relaciones de
Ibiza con los centros fenicios occidentales y con los
púnicos del Mediterráneo central, entre ellos
Cartago, eran permanentes. Prueba de ello son la cerámica
de uso doméstico, las monedas y las ánforas
halladas en la isla con dicha procedencia, llegando además
productos diversos, como perfumes, escarabeos, joyas, huevos de
avestruz decorados, etc.
Importaciones Griegas
Siglos V-III A.C. Vino, cerámica, vajilla de mesa,
pequeños recipientes para perfumes de uso habitual en los
rituales funerarios. Es notable la ausencia de vasos para beber
vino, tan frecuentes en el Mediterráneo.
Importaciones Ibericas
Siglos III-I A.C. De la Península Ibérica se
obtenían mercenarios, e Ibiza también importaba
cereales y materias primas.
Importaciones Talayoticas
Siglos IV-II A.C. La relación comercial entre Ibiza,
Mallorca y Menorca fué muy fluída,
realizándose los primeros contactos en el siglo V A.C.,
intensificándose a partir del siglo IV A.C.,
creándose asentamientos costeros, por ejemplo en el islote
de ‘na Guardis’ en Mallorca, con gran actividad hasta
la conquista romana de las Baleares, en el año 123 A.C. En
la necrópolis de Ibiza se han encontrado pocas
cerámicas talayóticas.
Importaciones Campanienses
Siglos III-I A.C. Vajilla de mesa, con acabado de barniz negro,
de raíces áticas, fabricada al principio en el
Mediterráneo occidental, durante el siglo III A.C., y
posteriormente en mayor escala en
Italia, siendo
sustituídas por nuevos diseños a fines del siglo I
A.C.
Importaciones Italicas Y Helenisticas
Siglos III-I A.C. Después de la Segunda Guerra
Púnica, se importan recipientes para contener perfumes,
lucernas italianas, cerámicas de decoración en
relieve,
fabricadas a molde, procedentes de Italia y de centros de
Asia Menor.
Además aparecen las primeras monedas romanas en la isla
(denarios de plata y numerarios de bronce).
Siglos V-I A.C. Durante la antiguedad Ibiza estaba
integrada a las principales redes de intercambio del
Mediterráneo, exportando e importando productos, los
cuales se envasaban en ánforas, principal objeto
arqueológico que permite reconstruír las rutas
comerciales de la antiguedad.
El ejército cartaginés de las guerras
Púnicas se basaba en el ejército de Alejandro
Magno, pero casi un siglo después de
Alejandro. La falange macedonia que un siglo antes había
revolucionado el arte de la
guerra seguía estando en uso en todo el mundo
helenístico y también en Cartago.
Roma, sin embargo, no había utilizado nunca tal
sistema de
combate. Roma había apostado por una unidad táctica
llamada legión. Una unidad extraordinariamente flexible,
nacida de la necesidad romana de obtener victorias indiscutibles
frente a sus numerosos enemigos. Los romanos llevaban en guerra
casi continua siglos y eso no sólo había endurecido
extraordinariamente su carácter
como nación,
sino que les había permitido llegar a una organización militar que, aunque
desconocida en el "mundo civilizado", era enormemente superior a
la falange macedonia
Cada legión estaba dividida en 60 centurias de 80 hombres
cada una. Cada dos centurias formaban un manípulo, con lo
que una legión estaba formada por 30 manípulos de
160 legionarios cada uno. Esto, más las tropas ligeras y
300 soldados de caballería divididos en 10 turmae
de 30 jinetes cada una nos dan la cifra de 4.200 hombres por cada
legión. El número de legiones alistadas variaba
según la necesidad y además, las ciudades italianas
tenían la obligación de aportar por cada
legión romana un contingente de tropas similar. En Roma
gobernaban cada año dos cónsules que podían
alistar normalmente cada uno dos legiones más dos
contingentes aliados, con lo que un ejército romano
"normal" constaba de unos 17.000 hombres. La mitad de ellos
romanos, la otra mitad de las ciudades "aliadas" italianas que
más bien eran ciudades sometidas a Roma manu
militari.
Frente a cada legión formaban una línea
los velites o soldados ligeros armados sólo con escudo y
jabalinas. Tras ellos la primera línea de 10
manípulos de hastati armados con el escudo pesado
o scutum, yelmo de bronce, espada de hierro del
tipo griego, jabalina pesada o pilum y protección
corporal consistente en una greba de bronce para la pierna
derecha y un peto cuadrado de bronce de poco más de un
palomo cuadrado que protegía el pecho. Tras los
hastati se alineaban los 10 manípulos de
principes, armados de igual forma, aunque algunos de ellos se
protegieran con una coraza de cota de malla (los que
podían permitirse el lujo). Y tras ellos los 10
manípulos de triarii, las reservas de la
legión que sólo entraban en combate si la
situación era desesperada. Su misión
consistía en cubrir la retirada y eran los combatientes de
mayor edad. Casi todos ellos se protegían con cotas de
malla y en lugar del pilum llevaban una lanza. Durante
la batalla permanecían arrodillados, protegiéndose
con sus escudos.
Estos son los ejércitos que se enfrentaron en las
guerras Púnicas. Sin embargo, Cartago tenía un
punto débil, un verdadero talón de Aquiles, ya que
la mayoría de sus tropas estaban compuestas por
contingentes mercenarios contratados a lo largo y ancho del
mundo. Parece que en Cartago no existía una
auténtica conciencia de
Defensa Nacional, y la mayoría de los ciudadanos
creía que ese era un asunto del que únicamente
debían ocuparse los soldados contratados para ello. Al
enfrentarse a una Roma cuyos ciudadanos eran todos sin
excepción soldados desde que cumplían los 16
años, esto se reveló como un problema enorme. Estos
soldados profesionales púnicos integraban la falange
macedónica armada con la sarissa o lanza de 6
metros de longitud. Los falangistas formaban un bloque compacto
con las cinco primeras filas de lanzas asomando al frente
mientras las demás filas las mantenían en alto para
parar los proyectiles lanzados.
La unidad táctica más pequeña de la
falange compuesto de 256 hombres alineados en 16 filas o
lochoi de 16 hombres cada una. La falange ideal constaba
de 64 syntagma agrupados en dos alas o keras
mandadas cada una por un tetrarca. La falange completa
estaba mandada por un estratego y la formaban unos
16.000 hombres.
El sistema desarrollado por Filipo de Macedonia había
revolucionado el arte de la guerra, y su hijo Alejandro Magno lo
llevó a la cumbre táctica, pero en la época
de la I guerra Púnica, Roma se había enfrentado con
la falange de Pirro y, aunque había sido derrotada en las
dos batallas que se desarrollaron, había ganado la guerra,
demostrando con ello que la legión era muy capaz de
enfrentarse a la falange. Estos soldados profesionales eran
mestizos libio-fenicios y su número podría ser de
unos 20.000, ya que esta es la capacidad aproximada que
podían tener los alojamientos encontrados en las murallas
de Cartago.
En este modelo de falangista púnico podemos observar las
características específicas del
infante: la armadura es macedonia, con el escudo de unos 60 cm de
diámetro, grebas de bronce en ambas piernas, espada
griega, yelmo helenístico de bronce esmaltado y adornado
con plumas, coraza de lino griega reforzada con láminas de
bronce en el abdomen, pteriges o faldellín de tiras de
cuero para proteger el vientre y la sarissa que
debía manejarse con las dos manos, por lo que el escudo
cuelga de una correa alrededor del cuello. La coraza de lino era
barata y sencilla de fabricar, ya que constaba de una camisa con
hombreras, todo de una sola pieza, formado por varias capas de
lino pegadas hasta adquirir el grosor deseado. Era ligera y
protegía contra los cortes. Sin embargo, la cota de malla
de anillos de hierro que llevaban parte de los legionarios
romanos eran mucho mejor aunque pesara 15 kilos, por lo que los
falangistas de Aníbal se armaron con las cotas que
arrebataron a los legionarios tras sus victorias. En Cannas, casi
todos los falangistas púnicos vestían la cota de
malla romana.
Además de los púnicos había tropas
mercenarias que formaban el grueso del ejército
cartaginés. Eran celtas, españoles, ligures,
griegos y norteafricanos, cada uno con sus sistemas de
combate propios, todos ellos bajo el mando de oficiales
púnicos que necesitaban de intérpretes para
transmitir sus órdenes. Comparado con el bloque nacional
formado por los romanos, el ejército púnico era una
auténtica torre de Babel, pero Aníbal, con un
ejército formado por celtas, españoles y africanos
consiguió enormes triunfos frente a la homogeneidad
romana, manteniéndose unidos durante 15 años en
Italia sin amotinarse ni una sola vez.
En estas magníficas ilustraciones de Angus
McBride podemos observar a la izquierda un grupo de
guerreros españoles reconstruidos según las
imágenes del famoso jarrón de Liria.
Sus armaduras indican que se trataba de tropas de élite. A
la derecha dos honderos baleares disparando sus mortíferos
proyectiles. Habilísimos lanzadores, solían llevar
tres o cuatro hondas, cada una adecuada para lograr un
alcance.
Pero la imagen más
familiar históricamente hablando del guerrero español
sea esta:
El guerrero ibero por antonomasia que los historiadores antiguos
describen vestido con una túnica corta ribeteada en rojo,
con un escudo celta, una lanza, un yelmo de cuero y la famosa
falcata, una estilizada variación del mortífero
gladius hispaniensis o espada corta española que
sería adoptada por Roma tras la II guerra Púnica
para equipar a todos sus legionarios.
El 40% de los soldados que combatieron junto a Aníbal eran
celtas. Los romanos los llamaban galos y habitaban las actuales
Francia y
Bélgica.
Los galos se armaban con su típico escudo ovalado plano,
una gran lanza, espada de corte larga, yelmo de hierro y algunos
con la cota de malla que ellos inventaron. Otros preferían
combatir casi desnudos para demostrar su valor.
La
ilustración es de Peter Connolly.
El elemento táctico determinante de la II guerra
Púnica fue la caballería. Concretamente los jinetes
númidas norteafricanos que combatieron primero con
Aníbal y después con Roma.
Estos jinetes eran una auténtica prolongación
humana de sus caballos. Montaban a pelo, sin silla y con una
cuerda alrededor del cuello del caballo como riendas. se armaban
con un escudo de mimbre y varias jabalinas y formaron la
caballería más temida del mundo por su legendaria
destreza, disciplina y
valor en combate. Ellos fueron los que destrozaron a la
caballería pesada romana en Cannas y los que le dieron la
victoria a Escipión El Africano en Zama.
Los oficiales romanos y púnicos vestían de igual
manera. Ambos usaban la armadura helenística con coraza
musculada bajo la que llevaban una camisa de cuero con
pteriges, grebas y yelmo.
Estos oficiales son romanos, pero igual podrían ser
púnicos. La ilustración es de Richard Hook.
Las legiones que se enfrentaron con Cartago en las guerras
Púnicas (264-146 a.C.) se agrupaban en 30 manípulos
(60 centurias). Las nuevas legiones formaban en cuatro
líneas con los velites o infantería ligera al
frente, seguidos por la línea de hastati, la de principes
y la de triarii. Cada legión contaba con 4.200
hombres.
La táctica era la misma: los velites atacaban y se
replegaban a través de los huecos que eran
rápidamente cerrados. Si los hastati tenían que
retirarse ocupaban su lugar los principes y si también
estos eran derrotados los triarii formaban un frente de lanzas
que protegía la retirada de todo el ejército.
Ahora, cada legión contaba además con 300 jinetes
romanos y un contingente aliado de 4.200 hombres de tropas
italianas no romanas organizadas como una legión, con 900
jinetes aliados.
Jinete romano de la época de Cannas (216 a.C.) armado con
escudo redondo (aquí no aparece), yelmo, lanza, espada y
cota de malla.
A la izquierda un veles o infante ligero, armado con un yelmo,
escudo, espada y jabalinas. Los velites romanos se cubrían
con una piel de lobo.
A la derecha, ilustración de Jeff Burn, un triarius armado
con yelmo, lanza, escudo, espada, greba para la pierna derecha y
cota de malla de anillos de hierro. A su lado un hastatus armado
con yelmo, espada, escudo, greba para la pierna izquierda, dos
pila y un peto cuadrado que protege el pecho.
Cuando comenzó la I guerra Púnica, Cartago era una
superpotencia comercial, política y militar. Dominaba el
norte de África,
Córcega, Cerdeña y Sicilia y tenía
factorías por todo el sur de España
cuyo comercio monopolizaba. Era, sobre todo, un imperio
comercial.
Roma era una ciudad italiana que acababa de hacerse con
el control de la península Itálica. La ciudad de
Rómulo era hasta entonces una desconocida en la Historia cuya única
referencia internacional era la expedición que Pirro, El
rey del Épiro, montó en Italia. Una aventura
militar que acabó con el rey venciendo en todas las
batallas pero perdiendo la guerra. Algo que se repetiría
años después con Aníbal. Roma era una ciudad
"subdesarrollada" cuyo mayor logro arquitectónico era la
Cloaca Máxima, la alcantarilla que cruzaba el Foro. Sus edificios mayores eran
los templos de estilo etrusco con podio de piedra, paredes de
ladrillo y columnas de madera. No
tenía un arte propio, sino una mala copia del arte
etrusco, no tenía literatura, ni
filosofía ni había historiadores ni poetas que
cantaran sus gestas. Comparar a la Roma del siglo III a.C. con
una ciudad como Cartago era como comparar la capital de
Marruecos con Nueva York. Pero los romanos tenían dos
cosas que ninguna otra nación tenía: una fuerza de
voluntad como jamás nación alguna ha tenido en toda
la Historia y un ejército que desde entonces y durante los
siguientes quinientos años iba a dominar por completo el
arte de la guerra.
El ciudadano romano era campesino, iletrado y profundamente
inculto, dedicado a la vida rural de su pequeño
terruño y ajeno a la filosofía, la literatura, el
teatro y las
artes plásticas que inundaban el "mundo civilizado" del
Mediterráneo oriental y que llegaba hasta Cartago, pero ya
ni más al oeste ni más al norte. Sin embargo, este
campesino austero, duro y encerrado en sí mismo
podía en cuestión de minutos convertirse en una
perfecta máquina de matar, equipado y adiestrado para el
combate como ningún otro hombre lo
estaba en el mundo en aquellos momentos, acostumbrado a defender
a su ciudad, su patria, donde fuera y como fuera. Frente al
refinamiento táctico del mundo helénico, Roma
opondría la tenacidad de sus masas guerreras completamente
fanatizadas y dispuestas a cualquier sacrificio por alcanzar su
fin.
La inestabilidad siciliana provocó una guerra
cuyas consecuencias fueron el enfrentamiento entre Roma y
Cartago. Los Mamertinos, un grupo de mercenarios italianos que
componían la guardia de elite del tirano Agatocles de
Mesina se sublevaron contra Siracusa cuando su jefe murió.
Su intención era convertir Mesina en un reino
independiente, pero fueron derrotados y tuvieron que refugiarse
en Mesina de nuevo, y puesto que eran italianos, pidieron ayuda a
Roma. Roma vio la oportunidad de hacerse con un pedazo del muy
apetecible pastel siciliano y aceptó encantada.
Evidentemente Hierón, rey de Sicilia, se asustó
ante aquel formidable peligro y pidió ayuda a Cartago. Los
cartagineses veían con preocupación la
intervención de Roma y acudieron a la llamada de
Hierón. En una operación sorpresa, el cónsul
Apio Claudio consiguió burlar a la poderosa flota
cartaginesa y desembarcó sus tropas tras las líneas
púnicas rompiendo el sitio de Mesina y derrotando a los
siracusanos de Hierón para atacar a los cartagineses en su
base del cabo Peloro. La impresión que las legiones
romanas provocaron a los púnicos fue tal que se encerraron
en su campamento desestimando cualquier enfrentamiento abierto
con aquel ejército que causaba verdadero pavor. Apio
Claudio, creyendo poder concluir la guerra inmediatamente se
dirigió a Siracusa, pero se confió y a punto estuvo
de ser derrotado. La guerra no iba a durar un año… sino
veinticuatro.
En 263 a.C. Los nuevos cónsules dejaron a un lado
las aventuras y pusieron en marcha la estrategia que
tantos triunfos diera a Roma por siglos: la conquista
sistemática, región a región, ciudad a
ciudad, metro a metro. Cuando Hierón vio que los romanos
habían llegado para quedarse y que sus ciudades
caían una tras otra en las garras de la Loba romana no
dudó en cambiar de bando y pasarse al campo romano. Los
cartaginés se fortificaron en la ciudad de Agrigento, pero
las legiones tomaron la ciudad destruyéndola. Con su
ejército desmoralizado, Cartago se dio cuenta de la
imposibilidad de vencer a las soberbias legiones romanas en
tierra y decidió llevar la guerra al mar, allí
donde era la potencia
hegemónica total. La poderosa flota cartaginesa
asoló las costas sicilianas y efectuó incursiones
contra la italianas, ante esto Roma tomó una
decisión trascendental: construir su propia flota de
guerra.
Tuvieron suerte. Una nave cartaginesa había
encallado en sus costas y fue capturada antes de que los marinos
púnicos tuvieran tiempo de quemarla. Con ello, el secreto
de la construcción de las formidables naves
quedó al descubierto. Las naves púnicas estaban
construidas por módulos ensamblados y los romanos se
pusieron a la obra. Con una fuerza de iniciativa que aún
hoy sorprende Roma empeñó todos sus recursos en la
construcción de esta flota, copiada pieza a pieza de la
nave capturada. Carpinteros, herreros, curtidores, artesanos…
todo aquel que pudiera aportar su trabajo fue movilizado en una
pavorosa demostración de la fuerza de voluntad de una
ciudad llamada a someter a todas las demás. Hoy es
escalofriante pensar en las gigantescas dificultades que Roma
tuvo que vencer para construir aquella flota con la que
pretendían ¡nada más y nada menos! que
arrebatarle el poder naval a la más grande potencia
marítima del mundo. Pero las dificultades fueron salvadas
y a los numerosos astilleros improvisados situados en las costas
y formidablemente protegidos por las legiones fueron llegando
miles y miles de carros transportando las piezas para su
ensamblaje final. En dos meses, los improvisados astilleros
romanos botaron ¡120 naves!
Con aquella flota los romanos, un pueblo sin experiencia
naval de ninguna clase, salieron a enfrentar a la poderosa marina
púnica. La falta de experiencia provocó desastres
que fueron paliados con más naves. Roma lamía sus
heridas mientras construía nuevos buques y aprendía
de sus errores. La mayoría de aquellas primeras naves fue
hundida por los cartagineses, cuya superioridad táctica en
el mar era apabullante, pero los romanos, el pueblo más
tenaz de toda la Historia, decidieron convertir las batallas
navales en combates terrestres para poder hacer entrar en el
combate a su soberbia infantería. Para ello idearon un
puente que se dejaba caer sobre la nave enemiga. El puente
tenía en su parte inferior un garfio de hierro
(corvus) que se clavaba en la nave púnica
impidiendo a ésta separarse, los legionarios abordaban la
nave cartaginesa a través del puente imponiendo su
superioridad táctica frente a la infantería
cartaginesa que protegía las naves. Con esta nueva
táctica, el 260 a.C. el cónsul Cayo Duilio
conseguía la primera victoria naval de la historia de Roma
frente a las costas de Mileto.
Envalentonados por la increíble victoria, los
cónsules romanos L. Manlio y Atilio Régulo
desembarcaron frente a la mismísima Cartago que,
aterrorizada, contempló como Roma asolaba sus tierras
destruyendo campos y ciudades. Cartago pidió la paz, pero
las condiciones de Régulo fueron tales que decidieron
continuar la guerra. Así, Cartago contrató a un
general espartano, Jantipo. Jantipo, un hombre de hierro,
movilizó un ejército adiestrándolo a la
manera espartana y consiguió una gran victoria frente a
Régulo empleando la carga de los elefantes que
desbarató las rígidas líneas romanas.
Régulo fue hecho prisionero y los supervivientes de la
derrota se refugiaron en la costa. La flota romana acudió
a rescatarlos, pero una tempestad hundió a la mayor parte
de las naves romanas. Mientras tanto, Jantipo había tenido
que huir de Cartago porque el senado púnico decidió
que salía más barato asesinarle que pagarle por su
victoria. Ambas partes estaban agotadas, pero Roma sacó
fuerzas de su flaqueza y ¡una vez más!
reconstruyó su flota preparándose para continuar la
guerra.
Cartago no supo, no pudo o no quiso aprovechar la
victoria y prefirió pedir la paz cuando hubiera podido
ganar la guerra. Para ello envió al cónsul
Régulo, prisionero de guerra, a Roma. Antes le hicieron
jurar que si no lograba la paz él volvería a
Cartago para ser ejecutado. Régulo llegó a Roma y
expuso ante el Senado la petición púnica. Cuando
los senadores le pidieron su consejo pronunció un
encendido discurso en el
que pidió continuar la guerra hasta la aniquilación
completa de Cartago, tras lo cual regresó a Cartago a
pesar de los ruegos para que rompiera su promesa, pero él
era un cónsul y un cónsul romano nunca podía
faltar a la palabra dada. Los cartagineses, encolerizados, le
torturaron atrozmente hasta que murió. La guerra
prosiguió mal para Roma cuyas pérdidas fueron en
aumento. Amílcar, general púnico apodado Barca
(rayo) era el dueño de Sicilia a base de su portentosa
inteligencia
estratégica e infringía a los romanos derrota tras
derrota. Una nueva flota romana fue aniquilada y tan sólo
el patriotismo de los ciudadanos romanos que entregaron sus
riquezas para financiar una nueva les salvó del desastre.
Esta nueva flota, junto con las últimas esperanzas
romanas, fue confiada al cónsul C. Lutacio Catulo que en
la primavera de 241 a.C. destrozó en las islas Egadas a la
flota cartaginesa que llevaba refuerzos al ejército
púnico de Sicilia que estaba bajo el mando del gran
general Amílcar Barca. Amílcar había
conseguido derrotar a los romanos retomando la iniciativa en
Sicilia, pero ahora todo estaba ya perdido y Cartago que
había estado a punto de ganar la guerra, pidió de
nuevo la paz, esta vez ya definitivamente derrotada. Catulo y
Amílcar firmaron el tratado de paz por el que Cartago
perdía Sicilia y debía abonar a Roma una suma de
200 talentos (cada talento equivale a unos 30 kilos de plata) en
20 años.
La verdadera causa de la derrota púnica fue el
comportamiento
criminal de su casta dirigente, formada por comerciantes que
sólo entendían de beneficios. Plantearon la guerra
como un conflicto
comercial sin entender que aquella era una guerra de
aniquilación. No quisieron enviar refuerzos a
Amílcar "porque era caro alistar un ejército y
enviarlo a Sicilia". Pero casi todos se enriquecieron comerciando
a escondidas con las ciudades italianas. A los dirigentes
púnicos no les importaba Cartago, lo único que les
importaba era su bolsillo.
El Estado romano era continental; Cartago, un prototipo
de potencia naval, el núcleo del Estado no era mucho
más extenso que la actual Túnez, ni poseía
la totalidad de este terrritorio; En cambio,
Cartago se había posesionado de casi todo el litoral
austral del poniente mediterráneo, llegando a ser una de
las ciudades más ricas del mundo. Sus riquezas pudieron
haber sido superadas únicamente por los tesoros del
imperio persa, de haber resistido este los ataques de Alejandro
Magno. Dicese que tenían una estatua de Baal de oro puro
por valor de mil talentos, en un templo con el techo recubierto
con placas también de oro. Cartago era centro de una
talasocracia comparable a la Venecia medieval o al moderno
imperio británico. Su poderosa flota e inagotables
recursos daban a la ciudad una superioridad aplastante sobre
Roma, pobre y sin marina de guerra.
Con todo, el pueblo romano tuvo que cambiar pronto la
actitud y pensar en la construcción de una flota moderna y
poderosa. Los campesinos del Lacio y los pastores de los Apeninos
eran incapaces de manejar el remo y el gobernalle, pero los
romanos se habían anexionado poco antes otros pueblos que
poseían experiencia en la navegación. En Etruria
podía encontrar Roma excelentes marinos. Los tarentinos y
otros habitantes de la Magna Grecia
sabían como construir navíos y podían
constituir el nervio de la tripulación romana. Estas
circunstancias y un casual descubrimiento en el dominio de la
estrategia naval permitieron a los romanos alcanzar una victoria
a la cuadra de Miles, cerca de Mesina. La invasión
consistía en unas pasarelas de abordaje que, lanzadas
desde los barcos romanos, se sujetaban al puente de los
navíos enemigos gracias a unos garfios de hierro:
así podían abordar al buque enemigo y luchar cuerpo
a cuerpo.
De súbito, esta victoria naval convirtió a
Roma en potencia marítima. Naturalmente, los romanos no
podían aun medirse con los marinos enemigos. Cierto
día de tempestad, una flota compuesta por 360
navíos perdió las tres cuartas partes de sus naves
al chocar contra el litoral meridional de Sicilia.
Los romanos, enérgicos y tenaces, botaron pronto
otra flota. Siguiendo el ejemplo de Agatocles, estos nuevos
navíos transportaron tropas al Africa y
amenazaron Cartago, pero la expedición fue desastrosa para
las armas romanas. Revés tanto más peligroso cuanto
que los cartagineses habían encontrado en el joven
Amilcar- apellidado Barca,"el rayo"- un almirante y un general de
primera clase, que saqueo las costas de Italia. Los romanos
reunieron sus ultimas fuerzas para vencer por mar. Las arcas del
Estado estaban vacías, pero los ciudadanos más
ricos dieron prueba de generoso patriotismo y facilitaron los
fondos necesarios para la construcción de los
navíos. Cada uno se encargaba de sufragar los gastos requeridos
para equipar un barco, y aquellos, cuyos medios no
alcanzaban a tanto, sé unían con otros ciudadanos
para coadyuvar a la tarea. Semejante esfuerzo sorprendió
al enemigo, que sufrió una derrota aplastante a lo largo
del litoral occidental siciliano, en el año 242 antes de
Cristo. Los cartagineses abandonaron toda esperanza y propusieron
la paz. De hecho, habían perdido ya Sicilia hacia
años y las posibilidades de reconquista parecían
nulas. Por su parte, los romanos nada ganaban con las
hostilidades. Se firmo, pues, la paz: Cartago perdía
Sicilia y sé comprometía a pagar 3200 talentos como
indemnización.
Frente al ejército romano, constituido por un
bloque nacional, el ejército cartaginés estaba
compuesto de tropas mercenarias de todos los rincones del mundo.
Se da el caso de que los oficiales cartagineses necesitaban
intérpretes para poder darles las órdenes. Y estos
hombres, repatriados de Sicilia y acampados frente a Cartago
mientras esperaban que se les pagara por sus servicios
fueron engañados varias veces por los dirigentes
púnicos que no querían rascarse el bolsillo. Los
mercenarios, viendo a sus patronos derrotados y débiles,
se sublevaron y estuvieron a punto de conquistar la ciudad. Pero
Amílcar alistó otro ejército y tras tres
años de durísima lucha consiguió derrotar y
exterminar a los amotinados. Entretanto, Roma había
aprovechado la guerra civil para, con absoluto desprecio del
tratado de paz, apoderarse de Córcega y
Cerdeña.
La guerra había durado veinticuatro años,
sin interrupción. Muchos soldados que participaron en el
combate decisivo habían nacido en pleno conflicto.
Sabiendo que en seis años la población romana
disminuyo en cincuenta mil personas, las perdidas humanas
causadas por la guerra pueden calcularse en una sexta parte del
total de sus habitantes.
Los romanos habían pagado a precio muy
alto la conquista de Sicilia, pero la isla iba a ser el granero
de Roma. En nuestro tiempo, las tierras de Sicilia producen sobre
todo vino, aceite y frutas; es difícil imaginar
allí trigales doblándose al peso de las espigas. La
explicación reside en que, en aquella época, la
agricultura
siciliana arrasaba al ritmo de la política tributaria que
le impusieran. En efecto, los romanos exigían como
impuesto la
quinta parte de la producción hortícola y la
décima de los cereales. Entonces, constituían el
ramo hortícola los manzanos, perales, olivos, vides y
algunas legumbres, casi todos los arboles
frutales meridionales, característicos del paisaje
italiano actual, eran desconocidos. Melocotones, albaricoques y
almendros se introdujeron mas tarde, cuando Roma extendió
su dominio por toda la cuenca mediterránea, el cultivo del
naranjo y del limonero, originarios de Asia, entraría con
los arboles.
El Estado romano alcanza sus fronteras naturales.
Sicilia se convirtió en provincia romana, nombre que los
romanos dieron a sus posesiones situadas fuera de Italia
propiamente dicha. Las provincias eran administradas por
gobernadores romanos con un poder casi ilimitado. Poco
después del tratado de paz se produjo una peligrosa
rebelión de mercenarios cartagineses que regresaban
impagos al Africa, rebelión que se extendió a los
países vasallos de Cartago. Desde hacia tiempo, estos
pueblos odiaban a sus dominadores, que les imponían un
régimen penosisimo y los explotaban sin escrúpulos.
Los mismos aliados fenicios murmuraban en forma tan alarmante,
que el imperio cartaginés parecía condenado a la
desintegración. Pero gracias a la energía y
competencia de
general Amilcar, los cartagineses pudieron sofocar la
rebelión después de tres años de lucha.
Miles de rebeldes fueron hechos prisioneros y arrojados a los
elefantes para que los aplastaran. Los jefes fueron crucificados.
Así pagaron las horribles crueldades cometidas antes por
ellos.
Aunque firmada la paz con Cartago, los romanos trataron de sacar
provecho de la situación. Al revelarse Cerdeña
contra Cartago, los romanos arrebataron esta otra isla a sus
rivales y respondieron a sus protestas con amenazas de guerra.
Los cartagineses tuvieron que claudicar, no teniendo otra
alterativa: no solo hubieron de abandonar Cerdeña, sino
también entregar mil doscientos talentos para sufragar los
gastos de guerra invertidos por los romanos.
Anexionada Cerdeña, los romanos se apoderaron de
Córcega, antigua posesión etrusca cuya conquista ya
había intentado antes. Los nuevos dueños ocuparon
el litoral de ambas islas, como habían hecho antes que
ellos los cartagineses y los etruscos, y sometieron a la
población autóctona del interior de un estado de
angustia perpetua organizando partidas de cacería humana.
Los soldados romanos azuzaban perros en
persecución de aquellos pobres habitantes, para luego
venderlos como esclavos.
Con Sicilia, Cerdeña y Córcega, los romanos eran
dueños del mar Tirreno, en tanto que Cartago perdía
una fuente importante de ingresos.
Poco después de incorporar estos territorios, los romanos
comenzaron a imponerse en las regiones itálicas aun no
conquistadas. Los galos eran siempre una amenaza peligrosa. Desde
el norte incursionaban nutridos contingentes atraídos por
la perspectiva de un rico botín; y antes de que los
romanos se enterasen de lo ocurrido, los bárbaros
acampaban a tres jornadas de Roma. Los romanos decidieron
también someter a la Galia Cisalpina para alejar en
definitiva el peligro galo: la guerra fue cruel y duro cinco
años. Hacia 220 antes de Cristo, Italia estaba conquistada
hasta los Alpes.
De golpe, Cartago había perdido su gran imperio,
pero Amílcar no se amilanó. Sólo quedaba ya
un territorio que conquistar para explotar económicamente
y poder pagar la indemnización de guerra a Roma: Hispana.
En 237 a.C. desembarcó en Gadir (Cádiz), ciudad
fenicia que le sirvió de trampolín para la
conquista de aquella vasta península desconocida poblada
por un conglomerado de pueblos celtas e iberos. La resistencia
indígena fue liderada por Istolacio e Indortes, caudillos
iberos que fueron derrotados, lo que permitió a
Amílcar hacerse con el control de Andalucía y sus
minas de plata con la que rápidamente comenzó a
acuñar moneda. Su avance continuó hacia el Levante
donde fundó Akra Leuke (Alicante). En el invierno de 229 a
228 a.C. Amílcar murió durante el sitio de Helike
(Elche) sucediéndole en el mando su yerno.
Asdrubal, yerno de Amilcar y jefe de la flota, trato de vengarlo.
Con fuerzas poderosas ataco el país de los oretanos (Alto
Guadiana) y se adueño de sus principales poblados. Mas
tarde procuro congraciarse con los iberos, casándose con
una princesa hispánica. Recluto un ejercito de cincuenta
mil infantes y seis mil caballos, al que añadió
doscientos elefantes africanos. Luego busco una base de operaciones junto
al mar, hallándola inmejorable en una rada donde el fundo
la ciudad de Cartagena (Nueva Cartago).
Asdrúbal quien con una política de
alianzas con los hispanos consiguió establecer el poder
cartaginés y crear un nuevo imperio comercial que
envió un torrente de riquezas a Cartago. Fue
Asdrúbal quien fundó la nueva capital de aquel
imperio: la nueva Qart Hadast (Cartagena). Roma, siempre
vigilante, obligó a Asdrúbal firmar el famoso
tratado del Ebro, un tratado por el que el cartaginés se
comprometía a no cruzar el río Ebro. En 221 a.C.
Asdrúbal fue asesinado y el ejército eligió
como nuevo líder
al joven hijo de Amílcar que tenía sólo 26
años: Aníbal Barca.
"Los soldados veteranos creían que era una
reencarnación de Amilcar- refiere Tito Livio-.
Veían en él la misma vivacidad de expresión,
la misma energía en la mirada, su aire, sus rasgos.
No había general con quien los soldados tuvieran mas
confianza y más valor. Era el más audaz para
afrontar los peligros y él más prudente ante los
mismos; comía y bebía lo estrictamente necesario y
nunca se dejaba llevar de la gula; cuando se trataba de velar o
de dormir, no le importaban el día o la noche; el tiempo
que le dejaba libre el trabajo, lo
dedicaba al reposo, y para ello no pedía cama blanda ni
silencio; Muchos le vieron, a menudo, cubierto con un manto
militar, tendido en los centinelas y en los puestos de la
avanzada; vestía como los demás jóvenes de
su edad: Lo único que escogía eran las armas y los
caballos. Tanto entre los jinetes como entre los infantes, era
sin discusión el mejor, el primero en empezar el combate y
él ultimo en retirarse de el.
Aníbal se reveló pronto como el digno hijo
de su padre. Era igual de arrojado, tenía una
visión de su entorno como nadie en aquella época y,
además, era un genio militar. Abandonando la
política de alianzas llegó hasta Helmantike
(Salamanca) dispuesto a someter a toda Hispania a su poder. Sin
embargo, un hecho habría de interponerse en su camino
provocando la reanudación de la guerra con Roma.
Sagunto era entonces una ciudad ibera de la costa levantina.
Estaba en la zona de dominio cartaginés que el tratado del
Ebro otorgaba a Cartago, pero la ciudad estaba dividida en dos
facciones: la pro-romana y la pro-cartaginesa. Los pro-romanos se
hicieron con el poder y asesinaron a los cartagineses.
Aníbal puso sitio a Sagunto y la ciudad pidió ayuda
a Roma que exigió a Aníbal su retirada. Tras ocho
meses de sitio Aníbal tomó Sagunto y cruzó
el Ebro en junio de 218 a.C.
Amílcar había hecho jurar a Aníbal
aún niño odio eterno a Roma, y en verdad
tenía sus motivos. Aníbal, tras conocer la
declaración de guerra, inició la marcha hacia el
norte para llevar la guerra lo más lejos posible de sus
bases, pero Roma ya tenía lista la respuesta y dos
ejércitos consulares preparados para ser enviados a
Hispania y a África. Pero Aníbal, dotado de una
iniciativa genial, se adelantó, y dejando en Hispania a
27.000 hombres inició el largo camino hacia Italia. Los
romanos supieron que se dirigía a Marsella y se prepararon
para defender esta ciudad griega aliada de Roma. Cuando Roma
reaccionó ya era tarde, Aníbal había
conseguido someter a los hispanos de más allá del
Ebro y cuando el cónsul Publio Cornelio Escipión
llegó a Marsella supo con estupor que Aníbal
avanzaba hacia él, así que se fortificó y le
esperó. Pero Aníbal era un genio, uno de esos
cuatro o cinco genios militares que la Historia ha dado. En lugar
de dirigirse a Marsella dejó la costa y avanzó
hacia el Ródano, río al que llegó tras
cuatro días de marcha con 38.000 infantes, 8.000 jinetes y
34 elefantes. Cuando se preparaba para cruzar el río sus
jinetes númidas avistaron a un día de marcha a una
fuerza montada romana, sin duda la fuerza de cobertura que
precedía a las legiones de Escipión, pero
Aníbal consiguió cruzar el Ródano. Mientras
tanto, Escipión no podía dar crédito
a lo que veían sus ojos, Aníbal cruzaba el
Ródano y se internaba en la Galia, aquello sólo
podía significar una cosa: el ejército
cartaginés no se dirigía a Marsella… ¡sino
a Italia! Inmediatamente Escipión se dirigió hacia
el campamento de Aníbal que encontró desierto. Tras
regresar a la costa a marchas forzadas, Escipión
dejó el ejército al mando de su hermano y
regresó a Roma en barco para llevar la increíble
noticia al Senado.
Aníbal había logrado una alianza con
varias tribus celtas que se le unieron hasta incrementar sus
efectivos en 46.000 hombres. Para cuando Publio llegó al
Ródano Aníbal ya había logrado la
impresionante hazaña de ¡cruzar los Alpes con todo
su ejército en pleno invierno! y campaba a sus anchas en
la llanura del Po en el otoño de 218 a.C. En la legendaria
marcha había perdido casi la mitad de su ejército,
muertos en los combates contra los galos hostiles,
despeñados en los precipicios o congelados en las cumbres:
de los 46.000 que iniciaron la marcha llegaron 26.000.
"Ahora voy a relatar- dice Tito Livio en la introducción del libro 21 de su
magna obra histórica- la guerra más memorable de
cuantas hayan existido, la que entablaron los cartagineses bajo
el mando de Aníbal contra el pueblo de Roma. Hubo tales
cambios de fortuna en la guerra y en el capricho de Marte, dios
le doble fas, que nadie supo quien seria el vencedor hasta
él ultimo momento, en que triunfo quien parecía
más próximo al desastre. El odio sobrepuja
también a la fuerza en esta lucha sin
cuartel.."
No se trata ahora de conquistar una provincia, sino al
mundo.
Dos fuerzas iban a enfrentarse: la fuerza intacta de todo un
pueblo y uno de los mayores genios de la humanidad. La
campaña emprendida por Aníbal es un duelo entre la
inteligencia y la voluntad.
Los romanos creían que Africa seria el siguiente teatro de
operaciones; ignoraban que Aníbal quería atacar
directamente al corazón
del territorio romano. Su gran problema era de orden
físico: Como trasladar tropas a Italia: ¿Por mar o
por tierra, a través de los Alpes? Solo los celtas
conocían los desfiladeros alpinos, tan difíciles de
cruzar, que nadie hasta entonces sé había atrevido
a conducir un ejercito por allí. Y Aníbal no
solamente tenia que hacer pasar sus hombres e impedimenta, sino
también los elefantes. Sin embargo, no debe considerarse
la hazaña del cartaginés como un audaz capricho,
como sé a creído. Había preparado a
conciencia el itinerario y disponía de guías
indígenas expertos. Atravesados los Alpes, Aníbal
tomaría la llanura del Po como base de sus operaciones.
Esperaba una acogida triunfal por parte de los celtas, pues los
romanos les habían arrebatado la independencia
poco antes. Un estratego como Aníbal lograría lo
más difícil con estos valientes guerreros celtas si
sabia disciplinar su fuerza y canalizar con inteligencia su
entusiasmo belicoso; Bastaba para ello encuadrarles entre sus
veteranos de Libia y España, tan entrenados.
Contaba, además, con un ejercito macedonico.
El litoral dálmata, muy recordado y protegido por un
rosario de islas, era el paraíso de la piratería. El Senado romano se había
quejado de las correrías de los ilirios, hallando en su
reina un rechazo desdeñoso. El Senado determino emplear la
fuerza y envío una poderosa flota hacia la costa
dálmata, que de paso domino los puertos griegos más
próximos, entre ellos Corcyra (Corfu), la llave del
Adriático, y destruyo los nidos de piratas, obligando a
estos a respetar en adelante la libertad de navegación.
Después de la primera guerra púnica, esta
campaña de Iliria era una nueva prueba de la
supremacía naval de los romanos en el
Mediterráneo.
Roma enseñoreaba el Tirreno y el
Adriático.
El Rey Filipo V de Macedonia, que acababa de someter de nuevo el
Peloponeso, mantenía hasta entonces buenas relaciones con
Roma, pero tenia que sentirse amenazado por la hegemonía
romana en las costas orientales del Adriático. No es,
pues, desacertado cree que Filipo anhelara seguir el ejemplo de
Pirro, pasar a Italia y unirse a las fuerzas de Aníbal
procedentes de España. Además, bastarían
algunas victorias para provocar la defección de los
aliados italianos de Roma.
Al menos, eso esperaba Aníbal. Ahora bien, tenia que
actuar con rapidez, sin dar tiempo al enemigo para consolidar su
poder en la llanura del Po. Si Roma conseguía acentarse
allí en firme, seria demasiado tarde: no
encontraría en Italia una base de operaciones
adecuada.
En la primavera de 218 antes de Cristo, Aníbal abandono
Cartagena con noventa mil infantes, doce mil jinetes y 37
elefantes. Estas cifras, dadas por Polibio, parecen exageradas
según algunos historiadores, que creen que las fuerzas del
cartaginés sumaban unos sesenta mil hombres. Su
cuñado Asdrubal permanecería en España al
frente de un ejercito de reservas.
Aníbal entro en territorio enemigo apenas vadeo el Ebro.
Entre este río y los Pirineos tuvo que habérselas
con pueblos muy celosos de su independencia, y parece que el
someterlos costo la vida a
veinte mil hombres. Para asegurar el poder cartaginés en
esa región ibérica, Aníbal dejó tras
de sí, además, efectivos equivalentes al manto de
Hannon; después, atravesó los Pirineos. Su
ejército quedó reducido a sesenta mil hombres,
todos ellos veteranos experimentados, cuando entró en la
Galia transalpina. Al pasar el Ródano, Aníbal
recibió las primeras manifestaciones de hostilidad de los
galos, quienes ignoraban que tales intrusos se dirigían a
otro país; Aníbal sólo pudo franquear el
río gracias a una estratagema militar.
Fue una suerte para los cartagineses poder pasar pronto
el Ródano, ya que una flota romana acechaba cerca de
Marsella, en la desembocadura del río. Apenas cuatro
días de camino separaban a Aníbal de esta flota
puesta a las ordenes del cónsul Publio Cornelio
Escipión, con el objeto de atacar a los cartagineses en
España. Cuando oyó que Aníbal franqueaba el
Rodano, creyó que se trataba de una falsa alarma. Pero los
rumores fueron adquiriendo tal verosimilitud, que ordeno enfilar
hacia el lugar del paso, donde llego tres días
después de que Aníbal había reanudado la
marcha.
Escipión fue muy censurado por su actuación.
Furioso por haberse dejado sorprender, "cometió el grava
error de enviar a su hermano Cneo rumbo a España con el
grueso del ejercito, llevando consigo solo una parte".
También podría preguntarse por que Aníbal no
espera a Escipión unos días en las orillas del
Rodano; Las tropas cartaginesas eran más numerosas y
experimentadas que las del enemigo. No obstante, el otoño
estaba muy avanzado; una semana mas y Aníbal no hubiera
podido atravesar los Alpes aquel año, pues los pasos
estaban a punto de cubrirse de nieve. Presuroso, él
ejercito de Aníbal empezó a escalar los Alpes al
oeste de Turín: Hoy se estima que no eligió el
pequeño San Bernardo, como se suponía antes, sino
otro paso situado mas al sur, cerca del monte Cenis.
Página siguiente |